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Volando Bajo por KaoriLR2

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Notas del fanfic:

Se supone que esto debía seguir un prompt, pero se desvió del camino y salió esto xD
En fin, larga vida a Eren palomo xD

 

Con mucho cariño, para Rose :3

Antes de encontrar a tu alma gemela, primero debes descubrir tu alma.

-Charles F. Glassman


 

Esta es la tercera ocasión, en menos de dos horas, que su mejor amigo le pide que haga un cuatro para comprobar su sobriedad. La primera vez pudo hacerlo sin ninguna clase de complicación. En la segunda se tambaleó y casi cae de boca contra la mesa, pero al menos alcanzó a equilibrarse durante un tiempo considerable. 

Por desgracia o por fortuna, actualmente apenas puede mantenerse en pie en su lugar, lo cual resulta en extremo gracioso para el resto de sus amigos, especialmente para Jean.

Aún con todo, Eren no se da por vencido. Hace lo que Armin le pide porque no está entre sus planes darle la razón. Por tanto, levanta su mano derecha bajando el dedo pulgar e índice, luego sonríe de forma torpe.

—Ahí tienes. Un número cuatro bien hecho —se jacta, agitándole tres dedos prácticamente en la cara—. ¿Ya ves? No estoy ebrio, Arumin.

Sus acciones producen que el resto estalle en carcajadas estrepitosas, de aquellas que sacan lágrimas y hacen que el rostro se torne colorado. Carcajadas que provocan que los demás asistentes volteen hacia ellos sin una pizca de disimulo, interesados en descubrir qué es lo que les causa tanta gracia. Se puede ver a Connie golpear la mesa con una mano, a Sasha luchar por mantener la comida dentro de su boca al reír, y a Reiner limpiarse la humedad de sus mejillas producto de la diversión.

Armin es el único que permanece en silencio, mirando fijamente al castaño que no parece tener problema con hacerla del payaso de la noche. Empieza a creer que su amigo no tiene remedio, tal como se lo han dicho varios de sus conocidos. Se ve en la necesidad de apretarse el puente de la nariz mientras inhala profundamente, luchando por sacar paciencia de dónde no la hay. Es lo que le pasa por dejarse convencer de ir a una discoteca para algo “tranqui”, como el mismo Eren le describió el plan por la mañana, aunque esto de tranquilo no esté teniendo ni una pizca.

—No estás ebrio, Eren, claro que no —coincide con él—. Estás lo que le sigue a ebrio y tu mamá te va a matar si te ve así —el rubio se levanta, saca algo de dinero de su cartera y se acerca a Eren, quién le mira con los ojos caídos. No se sorprenderá si cae dormido sobre la mesa de un momento a otro—. Vamos, chicos. Denme un mano para llevarlo hasta su auto.

Entre jalones y quejas, Eren es arrastrado por varios de sus amigos. Lo sacan del establecimiento atrayendo de nuevo la atención de todos, luego lo acomodan en el asiento del copiloto. Y mientras, Armin no puede dejar de pensar que su papel como conductor designado nunca acabará. 

Por si fuera poco, Jean no cesa de burlarse del estado etílico en el que ha acabado Eren hasta que lo mira de manera reprobatoria. Ellos recién se han enterado de que son almas gemelas, pero su relación no ha logrado despegar, mucho menos con Eren en el medio. Y es que Armin siempre termina haciéndose responsable de su integridad, lo mantiene a salvo y lo apoya. A Jean no termina de agradarle, sobre todo porque está al tanto de lo que hubo detrás, poco antes de que su conexión se presentara.

Eren Jaeger es un caso perdido, se dedica a beber de forma irresponsable desde que supo que Mikasa encontró a su alma gemela, lo cual no hizo más que tirar por la borda cualquier intención de confesarle su amor. Desde entonces se la vive pegado a Armin con el vago argumento de su amistad, porque jura que es la persona que lo conoce mejor que nadie.

—¿No te parece que ya está lo suficientemente grande como para cuidarse solo? 

—Jean, ya hemos tenido está conversación. Hoy no, por favor —le ruega Armin, antes de subirse al asiento del conductor. Se hará cargo de llevar a Eren a su casa gracias a no haber bebido más allá de un par de copas.

—¿Entonces cuándo, Ar? —los ojos de Jean le piden a gritos una respuesta, una respuesta que incluya una fecha, un día en concreto. Uno de este mismo mes, de preferencia.

Armin no es capaz de contestarle como quiere, por ello aprieta los labios. Abandonar a su mejor amigo no es opción. Su pareja entenderá, siempre lo hace y eso lo reconforta. Por algo son almas gemelas.

—Te llamaré en cuanto termine. 

Y así, sin esperar más, emprende el camino.

El modesto vehículo circula sobre las principales calles de la ciudad por largo rato. La casa de la familia Jaeger se encuentra bastante retirada de la zona en la que se ubica la discoteca.

Armin suspira aliviado al hallar la copia de la casa entre los bolsillos de Eren, así no tendrá que tocar y despertar a Carla. No desea preocuparla al darse cuenta de que su hijo llega ahogado de borracho por tercera vez en lo que va del mes.

Abre la puerta con mucho cuidado, encontrándose con que todas las luces están apagadas, lo cual le dificulta el trasladar a su amigo. Se ve en la necesidad de palmearle las mejillas para despertarlo y hacerlo colaborar con él. Le toma cerca de cinco minutos realizar todo tipo de maniobras para llegar a la habitación, es una suerte que esté en el primer piso. 

—Mikasa, mi amor. Quédate conmigo, por favor... —Eren le susurra al oído. Parece despierto, pero el alcohol lo tiene completamente alucinado. 

Armin no le hace mucho caso, en lugar de eso lo ayuda a acomodarse en la cama, como puede le quita los zapatos y lo arropa un poco. La temperatura ha descendido bastante en las últimas horas. 

En cuanto termina, aprovecha que su amigo se ha vuelto a quedar dormido para contemplarlo un minuto. Eren está hecho un desastre, huele a una extraña mezcla de licor y tabaco, y ronca con la boca semiabierta. Es guapo, siempre lo ha sido.

—Yo no soy Mikasa —le explica en voz baja, pasando una mano por sus cabellos alborotados—, pero te quise de una forma parecida a la que tanto deseabas que ella lo hiciera.

Armin no miente, estuvo interesado en Eren por muchos años, conformándose con el título de mejor amigo todo el tiempo. Lo ha visto reír, rabiar, gritar, encandilarse de Mikasa, y también llorar después de que ella les presentara a Annie. 

No hay doble intención en sus palabras, solo es una forma de dar por cerrado el capítulo, un desahogo que se pierde entre los resuellos de un hombre alcoholizado, uno que sufre al aferrarse a la persona equivocada.

Armin nunca entenderá cómo funciona todo el asunto de las almas gemelas, por mucho que odie el tener que aceptarlo. Hubo un tiempo en el que dedicó sus esfuerzos a investigar al respecto, pero nunca halló nada que lograra saciar su curiosidad, así que simplemente lo dejó por la paz. Su abuelo le decía que lo único que se necesita es confiar, y eso hizo.

Hoy en día cada uno de sus amigos ya tiene a su persona destinada a su lado, lo raro es que todas parecen ser más sus polos opuestos que otra cosa. Él mismo no hace mucho que ha logrado conectar con Jean, pese a que lo ha tenido cerca desde la secundaria. De hecho, hasta había perdido la esperanza de encontrarlo, pero sucedió. Dicen que solamente ocurre cuando has conseguido la madurez emocional necesaria, dicen que es hasta que estés listo para ofrecer la mejor versión de ti. Armin tiene la teoría de que en realidad se trata de otra cosa, que existe un requisito del que nadie habla ni tiene intenciones de revelar.

No sabe qué fue lo que detonó su conexión y el cambio de Jean, solo recuerda que un día se topó a un enorme caballo galopando hacia él. El resto… el resto es inexplicable. La magia de las almas gemelas lo es.

Ya solo falta que Eren encuentre la suya.

—Deseo de todo corazón que esa persona aparezca pronto —vuelve a hablarle, tomando asiento en el borde la cama—. Hubo un tiempo en el que me parecía injusto que no podamos elegir a la persona con la queremos pasar el resto de nuestra vida. Hablábamos de ello cuando éramos adolescentes, ¿te acuerdas? —Armin sonríe, evocando las viejas charlas en su mente—. Sin embargo, desde que se me concedió, no he dejado de pensar que Jean es todo lo que estuve esperando desde que nací. He accedido a los recuerdos de mis otras vidas y siempre ha sido él. Siempre Jean.

Sus manos ajustan una vez más las sábanas sobre el cuerpo del castaño, le palmea el hombro amistosamente y se levanta para marcharse. Él no puede asegurar que lo que sintió por Eren fue amor, pero sí que se trató de un sentimiento intenso. Uno del que solo Jean tiene conocimiento y que no le reprocha.

—Tú también mereces ser feliz, Eren. En verdad espero que esta sea la última vez que tenga que verte así. 


El despertar luego de una buena juerga, siempre es un verdadero sufrimiento. Extrañamente, esta mañana, no hay resaca que le haga arrepentirse de lo que hizo durante noche anterior. No hay dolor, náuseas o sed intensa. Lo que sí hay es una sensación nueva, desconocida e inquietante.

Eren parpadea con la esperanza de que sus ojos puedan moverse como de costumbre, lo cual no sucede. Es su cuello el que realiza los movimientos que le permiten fijar la vista de un solo ojo, ¿se estará quedando ciego? No puede asegurarlo. Desafortunadamente este no es el único cambio, ya que, sin necesidad de esforzarse, nota que hay partes del techo que resaltan sobre otras. Las tonalidades ya no le parecen iguales, casi puede jurar que hasta ayer el techo era uniformemente azul.

Aquello le da mala espina, por lo que reconsidera el consejo de Armin sobre dejar de beber, puede que no sea del todo una exageración. No obstante, es cuando intenta ponerse de pie que se percata de lo peor:

En lugar de que sus grandes manos se apoyen contra el colchón, lo que se le estiran son un par de alitas llenas de plumas blancas como la nieve. Aterrorizado, intenta gritar, pero el sonido que emite no se asemeja a su voz, sino… ¡A un jodido gorjeo! 

Entra en pánico al hacerse consciente de que su cuerpo es en realidad diminuto en comparación con su adorada cama, la cual normalmente no le basta para dormir a pierna suelta. Su cuerpo ha mutado por completo, está pechuga arriba y aletea desesperado por darse la vuelta. Pasa varios minutos intentándolo, lo cual le cuesta el terminar con un hilo enredado en una uña. ¡En una uña de sus patas! ¡Sí, patas!

Ni siquiera tiene tiempo para seguir perturbándose por ello, pues debe cuidar destrabarse de la tela antes arruinarla. Su madre lo matará si rompe alguna de las finas sábanas que la abuela le regaló. Así que pelea, pelea porque no sería Eren Jaeger si no lo hiciera.

Su nuevo cuerpo se acciona solo, sus alas se sacuden elevándose apenas un metro sobre la cama. Sin embargo, la pata le duele al cargar con el peso de la condenada sábana que no se suelta de él y le dificulta el vuelo.

En el proceso, tira una lámpara de su mesa de noche, también un vaso con agua que ha quedado rezagado de días anteriores, entre otros objetos cercanos. Hay plumas esparcidas por todos lados que asume como suyas, o quizás es que rompió una almohada. Y cuando parece que el hilo enredado al fin se ha cortado, Eren termina impactándose contra el espejo, dónde puede apreciarse por completo al mover la cabeza y su ojo izquierdo le muestra su horripilante aspecto: Tiene un pico y patas rojas.

¡Se ha convertido en la paloma de la paz!

Su descubrimiento le hace olvidar que si intenta gritar no obtendrá el resultado esperado, pero aun así lo hace. Lo que emite es otro gorjeo más sonoro y necesitado. Como si le hiciera falta algo para seguir viviendo.

En ese momento, la puerta de su habitación se abre de golpe. Su madre entra con la escoba en mano, elevándola como si pretendiera agarrar a palos a quien ose perturbar la tranquilidad de su morada. A él, probablemente.

—¡¿Quién está ahí?! —Carla exige saber, sus dedos temblorosos aferran con fuerza la escoba.

Eren se mantiene quieto a un lado del espejo.

La mujer entra con cautela, nota el desastre por toda la habitación y su corazón se altera más. No le extraña mucho, pero definitivamente ha escuchado el ruido de cristales romperse y sabe que Eren no llegó a dormir. Ella siempre se da cuenta cuando lo hace, y más si llega ebrio, ya que se vuelve más escandaloso de lo normal. Revisa el baño, el closet, bajo la cama. No hay nadie.

Carla suspira y baja su "arma", es hasta ese momento cuando se percata de la presencia de la blanca paloma que la observa con la cabeza ladeada.

—Oh. Has sido tú, ¿cierto? —ella avanza con intenciones de tomar al ave entre sus manos, ya más relajada, con el alma de regreso al cuerpo.

Eren retrocede dos pasos, sabe que está a salvo con su madre, pero todavía no procesa el hecho de que sí, no hay duda de que él está dentro del cuerpo de una paloma. No tiene idea de qué hacer y ni siquiera tiene la posibilidad de hablar. ¿Cómo pedirle ayuda estando así?

—Pobrecilla. Debes estar espantada —las cálidas manos de Carla finalmente aferran el plumoso cuerpo del ave. La siente removerse bajo su tacto—. Tranquila, hermosa. No te haré daño, vamos.

La ventana de la habitación está completamente cerrada, pero Carla la abre sin problema. Eren queda sobre sus dos patitas rojas al filo de la misma.

—El vago de mi hijo te ha metido aquí, ¿verdad? —le pregunta, como si pudiera responderle—. Las aves son lindas, pero no son para tenerlas encerradas. Anda —le da un empujoncito—. Ve a casa, pequeña.

Y sus alas se expanden de nuevo, Eren no es capaz de controlar el movimiento que lo lleva a surcar los cielos, entre edificios de la zona centro y las copas de los árboles del parque central. Se ve en la obligación de limitarse a apreciar el colorido recorrido desde las alturas.

De repente, las sensaciones de horror y extrañeza se han atenuado, en su lugar hay una ansiedad incontrolable por llegar a su destino. Sea cual sea.


Cuando era niño y su padre pasaba más tiempo en casa, Eren se empeñaba en hacerle preguntas en torno al tema de las almas gemelas. Grisha fue muy claro: no se puede elegir, ya hay alguien destinado para cada quien. 

Aquella explicación nunca fue suficiente, menos una vez que creció y comenzó a oponerse a todo lo establecido. Eren conoció a Mikasa a los doce años y desde entonces quedó prendado de ella, de su fuerza, de su inteligencia y personalidad. Incluso, en su ingenuidad, creía que estaban destinados y que tarde o temprano se revelaría la verdad.

Todo cambia en este preciso instante, justo aquí, cuando se encuentra parado en la barandilla de un balcón abierto de par en par, como si estuviera preparado para su llegada. Todo se revoluciona dentro de su diminuto ser cuando lo ve, al hombre con los ojos del color del mercurio y cejas finas. Su pecho vibra al escucharlo pronunciar palabras con la fluidez propia de la corriente de un río.

No es alto, no posee pechos turgentes y tampoco sonríe, pero a Eren no le interesa eso. Solo quiere saber cómo es que ha podido vivir hasta hoy sin saber nada de él, sin verlo cada día, sin tomar su mano o sentir su corazón palpitar en sincronía con el suyo. Le cuesta horrores no echarse a volar y pescarlo con sus patitas, llevárselo lejos, cosa que no podrá hacer a menos que el hombre pese lo mismo que una de sus plumas.

Sin embargo, entre la belleza de encontrar a su alma gemela, hay un detalle que arruina el paisaje delante suyo. Algo que no le gusta para nada. Se trata de una segunda presencia, un tipo imponente y rubio que parece demasiado a gusto ahí, aprovechando cualquier pretexto para rozar su rodilla contra la de su destinado.

—Ya te dije que no te preocupes por eso, Levi. Nile dice que es cuestión de pagar una buena suma al juez y todo quedará arreglado. Nadie sabrá que no somos almas gemelas.

—¿Y tú crees que con dinero se puede cortar un vínculo? No seas ingenuo, Erwin.

Eren ve cómo Levi (sí, ese es el nombre de la persona que lleva esperando toda la vida) se levanta de su silla con claro gesto de molestia y echa andar hacia el balcón, es decir, en su dirección. En este preciso instante le gustaría saber si las palomas pueden desmayarse, porque siente que algo parecido está a punto de pasarle. Conforme el hombre bajito se aproxima, él se siente cada vez más pequeño. Todo alrededor desaparece, no hay ruido, no hay obstáculos, solo un resplandor que adorna la figura que conforma al ser más perfecto sobre la tierra.

—Tch. Ni se te ocurra cargarte aquí, paloma de mierda —Levi le advierte, posando los dedos a escasos centímetros de sus patitas—. Pasé toda una tarde pintando este lugar.

Y con eso la burbuja se rompe. Eren ladea la cabeza ante la ofensa. Está bien que sea una paloma, pero no lo convierte en una máquina de defecar. De hecho, no ha sentido la necesidad de ello.

—¿Qué pasa, Levi? —Erwin aparece para ver qué es lo que tiene a su futuro esposo diciendo improperios. 

—Esta mierda —explica, señalando a la paloma—. ¿Qué coño hace una paloma en un quinceavo piso? ¿No se supone que no vuelan tan alto? 

—Oh, vamos, Levi. ¿De verdad estás utilizando a un ave para evadir nuestra conversación? 

—No la evado. Simplemente no quiero tener que limpiar excremento, arruinará la pintura. Me salió en un ojo de la cara.

—¿Lo ves? Ahí estás de nuevo. ¡Cada vez que vengo es lo mismo, carajo!

El rubio enorme golpea la pared con su puño. La paloma aletea para alejarse un par de metros del barandal, la acción impulsiva le ha tomado por sorpresa. Levi se tensa, pero de inmediato junta las cejas para hacer notorio su enojo. No es la primera vez que su pareja reacciona de esa forma y no le agrada. No le agrada en lo absoluto.

—Ah no. No me mires así que el único que tiene derecho a estar molesto soy yo —Erwin prosigue, apuntándose el pecho. Eren decide seguir presenciando la discusión, necesita estar enterado de lo que ahí acontece—. ¿Sabes cuánto he hecho para que podamos estar juntos?

—Nada que yo te haya pedido que hicieras.

—Exacto. Ese es el problema, que siempre te escudas bajo ese argumento.

—No, el problema es que esta relación no funciona, Erwin —Levi se acerca a él, no titubea, no le afecta que le saque más de una cabeza de altura—. Y no funciona porque no está destinado a ser. No importa cuanto lo forcemos, siempre volveremos al mismo punto. Llevamos tres años en esto, ¿no te parece que ya es hora de aceptarlo?

Aun cuando las palabras van dirigidas hacia Erwin, Eren no puede evitar sentir que también le calzan a él. Es una historia que le suena tan familiar, una historia que ha tenido la intención de vivir en carne propia. A su mente llega la imagen de Mikasa y lo radiante que lucía el día que les presentó a Annie. Se veía diez meses más hermosa de lo acostumbrado, quizás aquello fue lo que más le dolió.

Continúa escuchando a Levi y Erwin discutir, sabiéndose incapaz de intervenir en su estado, ¿qué se supone que haga una tonta paloma contra un rubio que fácilmente le aplastaría con un pie?

—Podemos lograrlo, Levi. Podemos seguir intentando porque tu y yo nos entendemos muy bien, nos conocemos de toda la vida, ¿no crees que somos capaces de demostrar que las almas gemelas también pueden crearse? —las manos de Erwin se apoyan en los hombros de Levi, quien lo mira exhausto, sin ánimos de seguir dando vueltas en lo mismo—. Todos estos años nos hemos tenido el uno al otro, nadie ha venido en nuestro rescate. Nuestros destinados pueden irse al demonio porque no los necesitamos.

Es un discurso que seduce, que cualquiera que está cansado de que la vida no le dé lo que merece, aceptaría. Por tal razón, la llama de la ira se enciende dentro de Eren, se riega por su torrente sanguíneo y lo impulsa a tomar medidas drásticas cuanto antes. Desconoce la historia detrás de ese par, no quiere saber qué tan importante es el imbécil de cejas gruesas para Levi. Lo que sí tiene muy claro es que no va a permitir que lleve a cabo lo que planea.

Eren no tendrá manos, pero recurrirá a su pico de ser necesario.

—Escucha, Levi. Hagamos una cosa, ¿vale? Si después de besarte me dices que no has sentido nada, que no soy capaz de remover algo dentro de tí, entonces todo habrá terminado, ¿te parece? —Erwin propone, sin esperarse lo que está a punto de sucederle. Sus dedos delinean el mentón de su novio antes de inclinarse apenas unos grados.

Sus labios no llegan a su destino, hay un intruso que arremete con todo contra él. La paloma del barandal ahora está lanzando picotazos sobre su cabeza, así que usa sus manos para tratar de evitar que consiga su objetivo. En su lucha por defenderse, Erwin tropieza con la esquina de un mueble y va a dar al suelo, el ave no le da tregua, está frenética, parece que no se detendrá hasta dejarlo medio muerto.

Y es la verdad. Eren no piensa detenerse hasta que el tipo que intenta usurpar su lugar desaparezca de ahí, de la casa de Levi y vaya a llenar de sueños de humo la cabeza de otra persona. Es consciente de que es hipócrita de su parte ponerse en ese plan, puesto que hasta hace unas horas estuvo alcoholizándose en nombre de una mujer que nunca podrá verlo de otra forma. Lo sabe, lo sabe muy bien, y aún así no puede detenerse.

Tal vez es más un instinto, tal vez son los recuerdos que poco a poco van llenando su cabeza, haciendo que todo cobre sentido. Las piezas faltantes en el rompecabezas de su vida empiezan a encajar a la perfección. En cada parpadeo de sus ojos, especialmente de aquel que se enfoca hacia Levi, hay una imagen nueva que aparece como un flasheo y da paso a otra. Levi con un traje militar, Levi tomando el té, Levi montando a caballo, Levi luchando y siempre, siempre a su lado.

Mientras esto sucede, los gritos de Erwin pidiendo apoyo resuenan dentro de la pequeña estancia. Es probable que los vecinos ya se hayan percatado de que algo ocurre, cuestión de tiempo para que el personal de seguridad del edificio llegue a verificar que todo esté en orden. Sin embargo, Levi está tan absorto que pasa por alto todo lo anterior, sus ojos grises están fijos en el ave que revolotea y agrede al hombre que se supone que es su pareja, al que debería de estar defendiendo, mas no se mueve ni un milímetro. Hasta este momento se vuelve capaz de distinguir el color inusual de los ojos de la paloma intrusa, son verdes esmeralda con destellos en dorado, ¿o acaso grises con destellos azules? No lo sabe a ciencia cierta, de lo único que está seguro es de que los reconoce, los ha tenido grabados a fuego en lo más recóndito de su memoria.

—¡Levi! ¡Levi, reacciona! 

En este punto su caballete ha ido a parar al suelo. Se supone que ha dejado un lienzo esperando por ser utilizado, es posible que ahora esté siendo aplastado bajo los pies de su… de Erwin. Y una vez más nada de esto importa. Todo es insignificante en comparación con lo que está experimentando.

Cuando viene a darse cuenta, el rubio ha conseguido hacerse de una escoba, la cual utiliza para tratar de ahuyentar al ave agresiva. Todo lo que está ocurriendo la parece un mal sueño, una broma del destino, una muy mala por cierto.

Levi se lleva la mano izquierda al rostro y, al hacerlo, nota algo raro en ella. Sus labios se entreabren al percatarse de lo que es. Hay un hilo atado a su dedo anular que hasta hace un rato no estaba. Lo sigue con la vista hasta dar con el otro extremo, el cual se encuentra perfectamente atado a la pata izquierda de la paloma que, justo ahora, Erwin logra derribar de un escobazo.

—Vamos, Levi. Hay que llamar a control animal.

Es oficial, su alma gemela está en una paloma que quizás ha muerto a causa del golpe.


Hange logra vendar el ala rota del ave con especial cuidado. Levi suele insultar su personalidad todo el tiempo, pero no hay nada que le pueda criticar de su desempeño como veterinaria. No por nada fue la mejor de su generación. 

—Va a estar bien. No te preocupes —le aclara en tono suave, palmeándole el hombro para tranquilizarlo. Su amigo no le ha contado nada más de lo absolutamente necesario. No hace falta, a estas alturas es capaz de leerlo como a un libro abierto.

—Tch —Levi desvía la mirada hacia algún punto a la izquierda—. Nadie la manda a comportarse de manera hostil con los humanos. 

—No generalices, querido. Tú mismo me dijiste que a ti no te agredió, lo que solo hace que este asunto me resulte todavía más sospechoso… —Hange desliza sus gafas hacia abajo, escudriñando al Ackerman con los ojos entrecerrados—. Hay algo que no me estás diciendo, ¿verdad?

—Se ha hecho bastante tarde. Ya puedo llevarme a mi… a la paloma, ¿no?

—Sí, pero te advierto que te cobraré la consulta si no sueltas el chisme por las buenas.

—Qué bueno, porque no pretendía irme sin pagar.

La mujer castaña se ríe de él con muchas ganas. Solo está poniendo a prueba su paciencia, la cual nunca ha sido mucha, igual que su altura. De todas formas, Levi toma a su… ¿paloma? Siendo considerado por el estado en que se encuentra y hace ademán de abandonar el pequeño consultorio, no sin antes dejar un par de billetes sobre el escritorio.

—Tuviste suerte —agrega Hange, con la intención de hacerlo detenerse—. Pensé que serías tú el que pagaría el precio de tanta necedad, pero parece que tú compañero ha estado igual o peor que tú. —Levi gira la cabeza hacia ella, frunciendo el ceño al mismo tiempo—. Vaya lío el que han provocado ambos.

—No sé de qué me hablas.

—No. Es claro que no. Suerte, amiguito. —esta vez es Hange quien lo deja con la duda.

Levi decide no insistir y abandona la clínica veterinaria poco antes de las ocho de la noche. El camino a casa se le hace eterno, no para de echar un ojo hacia el ave que aun permanece adormecida, en parte por el golpe, y en parte por el sedante que Hange le administró para poder atenderla, ya que no dejaba de moverse.

Tanta preocupación no es natural en él, eso ni dudarlo. Es la jodida conexión que se ha concretado al fin, justo hoy, a sus 38 años. Hace un lustro que dio por hecho que su alma gemela estaba muerta o al otro lado del mundo, y por tal razón aceptó empezar una relación con Erwin. Cierto, Erwin.

En cuanto cruza la puerta se topa con que ya no está ahí, es lógico que se haya marchado después de que lo viera salir corriendo con el ave en brazos. En su defensa, su cuerpo se movió solo, no lo pensó, solo actuó por instinto para salvar la vida de su alma gemela.

¿Qué se supone que haga ahora? ¿Quedarse con la palomita de ala rota y presentarla a su familia? Ni de broma. Ya casi puede ver a Kenny mofarse de su suerte o a Isabel usando al ave como mascota de turno. 

—¿Por qué has tardado tanto? —le cuestiona, acomodándola sobre uno de los sofás para que descanse—. Y lo más importante, ¿por qué te has convertido en un animal? 

Es claro que no recibirá respuestas, así que se encamina hacia su habitación para darse un buen baño antes de acostarse a dormir. Mañana podrá tomar mejores decisiones con la mente más despejada.

Eren abre un ojito dándose cuenta de que Levi está a punto de subir las escaleras, sabe que no puede hablarle, solo gorjear y es lo que hace. No hay nadie más que ellos dos en la sala en la que apenas se cuela un rayo de luz entre las ventanas. Nadie está ahí para presenciar el momento en el que el hilo rojo que los une, resplandece junto al cuerpo diminuto que ha habitado Eren durante todo el día.

Todo ocurre en segundos. El cuerpo del ave se infla gradualmente hasta abarcar por completo el sofá. Eren siente como si emergiera del interior de ella, es como volver a nacer. Queda desnudo y de pie sobre uno de los cojines cuando el cambio se completa. Lo primero que hace es mirarse las manos que han vuelto a ser humanas, se palpa el cabello, y cuando enfoca sus ojos hacia la parte inferior de su anatomía, no le queda duda de que ha vuelto a ser el mismo. El Eren Jaeger de siempre.

Entonces se percata de que su alma gemela sigue de pie junto a las escaleras. Levi lo observa con los ojos bien abiertos.

—Uh… Hola —saluda, un poco turbado, pasando por alto el hecho de que no lleva nada encima—. ¿Levi, cierto? Lamento haber tardado tanto.

 

Fin 


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