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Cosas de críos por Cris fanfics

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Notas del fanfic:

Esta historia nació de mi obsesión insana hacia esta pareja y su poca presencia en la comunidad yaoi hispanohablante; mientras que en inglés puedes encontrarte perfectamente más de veinte fanfics sobre ellos, en español tienes mucha suerte si encuentras uno o dos :v así que decidí poner mi granito de arena y escribir algo sobre Gold y Silver. Espero que disfrutéis del fic ;)

Todos los niños nos encontrábamos en el parque. La mayoría estaban jugando en los columpios y unos pocos daban de comer y acicalaban a los pokémon de la guardería. Nosotros, sin embargo…, éramos un poco más especialitos.

Gold y su Cyndaquil se encontraban encima de un pobre Numel que bebía tranquilamente en su bebedero. El niño tenía una postura orgullosa mientras daba un sermón digno de tal dictador en miniatura:

— ... y por eso deberíamos de dejar a los Pokémon libres en horarios de clase, es muy aburrido solo tener que escuchar a la profe.

Aunque yo no me iba a amilanar porque él fuera de chulo.

— Pero es que si lo hacemos no prestaremos atención a lo que dice y no aprenderemos igual —le respondí como mejor puede hacerlo un niño de seis años con su limitado vocabulario.

Mi Totodile abrió y cerró las fauces, al parecer de acuerdo conmigo... o tal vez solo pasando un rato que se le estaba haciendo especialmente aburrido.

— ¡Da igual!

— ¡No! No lo da, mi papá dice que si no escuchamos no haremos nada bien de mayores.

Gold, aparentemente cansado de hablar, se bajó de un salto del pokémon. Su pequeño amiguito intentó hacer lo mismo pero sus cortas patas no se lo permitieron, haciendo que cayera del lomo con la agilidad digna de un kiwi recién nacido.

— Me aburro, ¡juguemos al balón!

— Yo quiero jugar con los legos.

Gold me cogió del brazo y tiró de mí mientras hacia un puchero de lo más adorable a la vez que falso.

— Juguemos a la pelota, porfiiiiiiiii.

— ¡No quiero! ¡Quiero que juegues conmigo a los legos!

A los pocos segundos se había montado una buena discusión entre nosotros para decidir con qué jugar. La profesora no tardó en llegar para darnos una buena reprimenda y castigarnos el resto del recreo en el interior de la clase.

— Lo siento, seño —sollocé yo antes de que la mujer volviera a salir para controlar al resto de niños y niñas que seguían jugando fuera.

Gold y yo nos encontrábamos sentados en dos sillas diminutas.

Gold intentaba empezar una conversación conmigo, pero yo, poco acostumbrado a que me castigaran y temiendo lo que me dirían mis padres al volver a casa, le ignoraba.

— Venga, Silver, lo siento.

— Déjame, es culpa tuya —sollocé yo.

— Lo siento.

Mi amigo empezó a sollozar también, haciendo que sintiera un poco de lástima por él. Y así estuvimos el resto del recreo, llorando como idiotas mientras tratábamos de ignorarnos entre nosotros.

Empezaron las clases y cada uno se fue por su lado... hasta que llegó el final del horario lectivo.

Ya había atardecido y nuestros padres no habían venido a por nosotros. La madre de Gold llamó a la profesora para pedirle que se quedara con él un rato más porque iba a tardar un poco en llegar al colegio, pero mis padres no habían llamado si quiera. Aunque yo ya me imaginaba que lo más probable es que estuvieran trabajando en la empresa y se hubieran olvidado por completo de la hora...y de mí.

Mi mente estaba sumida en esos pensamientos cuando Gold dijo:

— Los adultos son unos aburridos.

— No es su culpa —le contesté sabiendo que su comentario se debía a la falta de importancia que me habían dado mis padres—. Es que tienen muchas cosas que hacer, y son cosas importantes.

Gold negó con la cabeza, contrariado porque les excusase cuando era obvio que era un gran fallo por parte de mis tutores.

— Yo no seré como ellos —musitó más para sí que para mí.

— Eso no lo sabes. Los adultos tienen muchas cosas importantes que hacer...

— ¿Sabes qué, Silver? —me interrumpió cuando vio por donde estaba yendo mi comentario—. Mi madre me ha dicho que el profesor ese raro que tiene el laboratorio al lado de mi casa, ya sabes, el que me dio a Cyndaquil, me dará una cosa cuando sea más mayor para que pueda viajar por Johto y vivir muchas aventuras —se giró y me sonrió con inocencia—. Cuando eso pase quiero que tú vengas conmigo.

— ¿Yo...? ¿Por qué?

— Porque eres mi amigo y quiero que vengas.

— Pero cuando seas más mayor puede que yo ya no viva aquí. Mis padres trabajan en Kanto y puede que un día tengamos que irnos.

— Ups, eso es un problema... ¡pero tranquilo! cuando me vaya de viaje seguro que ganaré mucho dinero combatiendo y podré pagar un barco para ir a buscarte.

— ¿En serio crees que podrás ganar tantas peleas como para conseguir tanto dinero?

Gold se cruzó de brazos con orgullo.

— ¡Pues claro! Y además seré tan buen entrenador que puede que ni necesite barco; tendré un pokémon de agua muy fuerte que pueda cruzar el mar sin despeinarse.

— ¡Mola! Entonces, ¿me prometes que viajaremos juntos?

— ¡Te lo prometo! —dijo tendiéndome la mano.

Dudé un momento antes de responder a su gesto y darle un buen apretón de manos mientras ambos sonreíamos con el sentimiento de expectación en el pecho ante la esperanza de vivir grandes aventuras algún día.

**********

Me levanté de la cama antes de que el insoportable sonido del despertador resonase por las paredes de mi cuarto.

Tras apagar el dichoso móvil me levanté y procedí a empezar mi rutina.

Había tenido otra vez aquel sueño.

Desde que mi madre me había enseñado aquella foto en la que salía junto a mi querido (y olvidado) amigo, no habían parado de salir a flote memorias de mi más tierna infancia. Y aquel recuerdo en concreto se manifestaba siempre en forma de sueño.

La primera vez que soñé con aquello y admití que era un recuerdo real pensé muy detenidamente sobre ello. Al principio supuse que sentía rabia y odio hacia Gold por no haber mantenido la promesa; después descubrí que no era aquello lo que realmente sentía, lo que me pasaba era que, en el fondo, deseaba que aquella promesa se hubiese podido cumplir. Era tan bonito pensar en librarse de las cadenas que suponían el trabajo que había heredado de mis padres y ser tan libre y tan poderoso como para poder viajar por el mundo con completa impunidad... pero no tardé en librarme de aquellos pensamientos. Era todo demasiado infantil y poco realista, no tenía sentido darle más importancia, después de todo, aquello había sido solo cosas de críos.

Me había mudado con cinco años a Kanto, donde se encontraba el corazón del negocio de mis padres, y desde entonces había tenido una infancia bastante fría. Con la única compañía de mi Totodile y mi Sneasel para aliviar mi soledad, me había centrado en los estudios y no me había dedicado a nada más que a eso... y de vez en cuando entrenar a mis pokémon, claro esta.

Terminé de arreglarme y me miré en el espejo. Ahora era un joven maduro de diecinueve años, mis rasgos infantiles eran bastante más afilados y duros, y mi antiguamente gran melena pelirroja ahora era una sombra de lo que había sido. Aunque eso último tampoco me molestaba, era mucho más cómodo llevarlo así.

Tras salir de mi modesto piso y llegar a la oficina, estuve todo el día organizando y rellenando papeles. Aquel día era uno de los más atareados del años, estábamos a finales de diciembre y había que organizar documentos para presentarlos a declarar.

En el apogeo de tan atareado día, mi secretaria entró corriendo en el despacho.

— ¿Qué ocurre?

— Un hombre ha dejado fuera de combate a los pokémon de seguridad — dijo jadeante—y exige que vaya a verlo ahora mismo en la entrada.

Fruncí el ceño y me levanté del escritorio, dispuesto a dejar a aquel sinvergüenza a la altura del betún tras la denuncia que le iba a meter después de aquello.

Cuando llegué a la entrada del edificio, todos los empleados estaban espantados y lo más alejados de la puerta que podían; los Houndoom de seguridad se encontraban empapados completamente y temblando a causa del frío que sentían.

— ¡Ya estoy aquí! ¿Qué es lo que quieres? —grité antes de tener la oportunidad de ver al asaltante.

— ¿Así es como recibes a un amigo Silver? Parece mentira después de todo lo que he tenido que pasar hasta llegar aquí.

Mi mente se quedo en shock tras procesar el aspecto y la voz del hombre. En el centro de la sala y al lado de su inseparable pokémon de la infancia, se encontraba Gold.

— Tú... ¿qué haces aquí?

El joven se apoyó en su Typhlosion y me observó con superioridad.

— He venido a buscarte. ¿Recuerdas lo que te prometí? Que si algún día salía de aventura te llevaría conmigo para que fuésemos compañeros.

— ¿De qué estás hablando? ¿En serio recuerdas esa tontería? Ya veo que no has madurado nada.

— Te dije que no sería un adulto como los demás —afirmó mientras giñaba el ojo con picardía.

— Tal vez tú prefieras ser un salvaje que va por ahí resolviéndolo todo con peleas, pero yo soy una persona responsable. Esta vez seré amable contigo, así que márchate y no te denunciaré.

— He cruzado el mar en Lapras para llegar hasta aquí, creía que mi bienvenida sería bastante más acogedora.

— ¿Qué te esperabas después de amenazar al personal y debilitar a los Houndoom de mi padre?

Gold se encogió de hombros.

— Que tu padre enseñe a sus perros a no tirarse a la yugular de la gente y yo no me veré en la necesidad de defenderme de ellos.

— ¡Ya basta! Fuera de aquí antes de que me enfade.

— Ya estás enfadado de todos modos. ¿Por qué? ¿Estás sorprendido de que haya mantenido mi promesa?

— Estoy sorprendido de que sigas siendo tan egoísta como cuando eras niño, eres un i...

— Oye —me interrumpió—, si no quieres venirte conmigo no te insistiré, pero piénsalo bien antes de responder, ¿quieres venirte conmigo a Johto?

En ese momento todo se detuvo a mi alrededor. Tenía una opción más que provechosa delante de mis narices. Podía dejar esta molesta monotonía y las demandas de mi padre de seguir sus pasos... mis sueños hechos realidad. Pero, ¿podía realmente tomar el camino fácil sin sentirme culpable por ello?

— No es tan sencillo, Gold, ya no somos niños y no podemos dejarnos llevar por nuestros deseos como cuando lo éramos.

Gold me cogió del brazo y tiró de mí.

— ¡¿Eres sordo además de tonto?! —grité zarandeándome el brazo de encima.

— No. Pero tus motivos no me parecen suficientes como para que reprimas algo que tanto deseas.

— Por que lo digas tú. ¡Son motivos más que suficientes!

Se acercó a mí y me miró con un brillo fiero en sus ojos dorados.

— Que te dejes llevar por lo que quieren los demás en vez de porque lo desees tú me parece algo inaceptable. Si tu padre tuvo un hijo solo para que fuese un heredero al que pasarle la empresa no es problema tuyo; no tienes porque hacer lo que se espera de ti si realmente no quieres.

Me tembló el labio inferior antes de poder responderle.

— Eso es muy egoísta.

—No. No lo es. Egoísta es esperar que alguien haga algo que no quiere por compartir tus lazos sanguíneos. Si no tienes ningún motivo de peso para quedarte aquí no te perdonaré nunca que no decidas viajar conmigo —me tendió la mano—, si no aceptas esta oportunidad que te estoy dando ahora no creo que se te vuelva a aparecer nunca.

Lo peor es que no tenía nada en contra de todo lo que me estaba diciendo, de hecho estaba de acuerdo con él, pero las cadenas de todo lo que me habían enseñado me gritaban que todo aquello era una locura.

¿Qué dirían todos si me escapaba mis responsabilidades? ¿Y encima con otro hombre? Los rumores sobre eso hundiría a mi padre en la miseria...

Como él me había hundido la infancia.

Ese pensamiento llenó mi mente de recuerdos de la niñez sobre como mis padres me ignoraban y lapidaban mis más tiernos sueños con su acritud y sus expectativas puestas sobre mis hombros. Aquellos años de mi vida nunca volverían pero, tal vez, podría hacer que de en ese momento en adelante todo me fuese mejor.

Observé un momento la mano de mi amigo, aún tendida esperando mi respuesta.

Una carcajada histérica salió de mi garganta.

— Esto es una locura. ¿Pero sabes qué? Cuando nos juntábamos siempre actuábamos como unos locos.

Le choqué la mano a mi amigo con una gran sonrisa en la cara.

— Así que continuemos actuando como tal.


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