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Soy un ninja, pero quiero amar por Cris fanfics

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Notas del fanfic:

La idea de hacer este one-shot se me ocurrió tras ver este vídeo:
https://www.youtube.com/watch?v=udwmSh4j9fY
Llevo enamoradita de él desde que lo vi por primera vez, hace ya un mes, y tras fijarme bien en el vídeo pensé "coño, si de esto se puede sacar una historia" y... halladla aquí.

AVISO: este one-shot es bastante largo, le estimo una duración mínima de lectura de entre unos diez y quince minutos, así que si quieres una lectura ligerita... este no es el fanfic que buscas XD

El Festival de Primavera era un día especial para todos los miembros del Clan Kitsune; los ciudadanos daban siempre lo mejor de sí mismos preparando objetos hechos a mano, construyendo puestos de comida, e incluso, ensayando actuaciones musicales o teatrales tradiciones.

Pero aquel año la emoción era más palpable que nunca. Después de todo, no solo se celebraba que las flores de cerezo iban a empezar a florecer, sino también el fin de la guerra entre clanes que había durado más de diez años.

Si todo iba bien, cientos de personas de los clanes Tora, Ryū y Ookami irían al festival. Además, y para colocar la guinda al pastel, el líder del Clan Kitsune y su familia se presentarían a la celebración tras seis años sin dar señales de vida.

Aquel día tenía todas las papeletas para ser de los más memorables en la historia del clan. Y, desde luego, Kariya no se lo iba a perder por nada del mundo.

**********

Había conseguido escaparse del refugio. No había sido muy difícil en realidad, aquel día les tocaba un ejercicio de carrera por el bosque, solo había tenido que quedarse un poco atrás y huir entre los árboles y la maleza antes de que nadie le echase en falta.

Tras salir del bosque e internarse por las callejuelas debía adoptar de nuevo su forma humana, ya que en plena ciudad nadie usaba su forma de animal: era poco práctica y completamente innecesaria, y si él iba paseándose por ahí como un zorro solo conseguiría llamar la atención y que sus maestros le encontrasen demasiado pronto. Pero tampoco podía estar desnudo y desarmado, hacerlo sería como colgarse un cartel que pusiese «víctima indefensa aquí».

Tras pensárselo durante un rato, decidió seguir como animal un poco más.

Miró hacia arriba, hacia los balcones de las casas. Con suerte podría robar algo de ropa que estuviese tendida o, incluso, colarse en alguna casa para ello.

Con un ágil salto consiguió llegar al alfeizar de una ventana y agarrarse, tras eso empezó a impulsarse con las paredes hasta llegar a uno de los balcones más cercanos. Una vez allí observó el tendedero, comprobando si había ropa que pudiese servirle. No hubo suerte, así que tuvo que repetir la operación varias veces hasta que por fin encontró algo útil: un sencillo yukata con la parte superior del color del vino y la inferior de color blanco —que además tenía el obi ya colocado—, y un par de getas.

Sin dudarlo dos veces se transformó en humano y se puso la ropa. Aunque no pudo evitar fruncir el ceño al ponerse las zapatillas de madera; si tenía que echar a correr o defenderse podían ser un problema. Pero si sabía camuflarse bien entre la multitud —con un poco de suerte— no tendría que verse en la necesidad de ello.

Una vez acabó de vestirse, repitió lo que había hecho para llegar hasta allí pero a la inversa, con una agilidad igual de fascinante. Pero, cuando estaba a punto de volver a apoyar los pies en el suelo, un grito le sobresaltó. Una mujer de avanzada edad le observaba desde el interior de la ventana, paralizada de la sorpresa de verle allí. Aunque no tardó mucho en reaccionar:

— ¡Ladrón! ¡Socorro, hay un ladrón intentando entrar en mi casa!

Como una exhalación, Kariya se soltó del alfeizar y aterrizó elegantemente en el suelo, haciendo un agradable "tac" con los zapatos, y aceleró el paso intentando llegar cuanto antes al núcleo de actividad de la ciudad, dónde podría fácilmente perder el rastro a sus posibles nuevos perseguidores camuflándose entre la multitud.

Tras un rato caminando, empezó a deslumbrar el final de aquel callejón oscuro, apretado y maloliente. Con un ligero trote se apresuró a salir de aquel lugar, siendo recibido por una explosión de luz y colorido.

Los cerezos decoraban gran parte de la ciudad tiñéndola de rosa y marrón, los techos de los puestos eran de colores llamativos y los curiosos y estrafalarios trajes que llevaban los artistas y bailarines atraían la atención de todo el mundo.

Los gritos y risas de los más pequeños llenaban el ambiente de calidez y alegría, y las conversaciones de los adultos se escuchaban por todas partes haciendo que la ciudad estuviera más animada que nunca.

Kariya no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas ante aquel escenario.

Después de todo aquel tiempo viviendo en la guarida del bosque volver a estar rodeado de gente normal viviendo sus vidas normales como mejor podían... le llenaba el corazón y hacía que volvieran recuerdos fragmentados de su más tierna infancia, cuando era tan solo un cachorro de menos de dos años y no tenía que esforzarse todos los días para superarse a sí mismo y sobrevivir.

Cuanto se alegraba de que Midorikawa le hubiese contado que se iba a celebrar el festival y de haber tomado la decisión de escaparse para asistir. Solo por haber visto la ciudad de nuevo ya valía la pena haber corrido el riesgo.

Pero no pensaba quedarse todo el tiempo parado en el mismo sitio. Aprovecharía todo el tiempo que tuviese en crear todos los recuerdos que pudiese de aquel día.

Más emocionado que nunca, Kariya se sumergió en la marea de gente, dejándose arrastrar entre puestos y actuaciones callejeras.

**********

No muy lejos de allí un par de zorros olfateaban a su alrededor, siguiendo el rastro del cachorro desaparecido.

Aunque en el fondo ambos sabían dónde se encontraba su discípulo preferían pensar que tan solo había sufrido alguna torcedura de pata y se encontraba perdido en el bosque, esperando su ayuda o apañándoselas para volver al refugio.

Pero tras aquella hora de búsqueda inútil, y tras seguir el olor, debían reconocer la realidad. Se había escapado adrede para poder ir a la ciudad aún cuando le habían dicho de forma expresa que no debía hacerlo. No quedaba más remedio que ir a buscarle y traerle de vuelta para que el Maestro pudiera dictaminar qué castigo se merecía.

**********

El cielo había empezado a adoptar un color naranja cuando empezó el desfile.

Decenas de mujeres hermosas, vestidas de las formas más exquisitas, pasaban por la calle principal mientras cargaban sobre sus cabezas bandejas de oro puro llenas de joyas y dinero mientras que un montón de hombres armados hasta los dientes demostraban su fuerza en una extraña coreografía en la que usaban sus lanzas y sus espadas alrededor de ellas de forma protectora.

Y en el centro de todo aquel espectáculo se encontraba el carruaje donde viajan el líder del clan, su familia y sus guardianes más fiables.

Al parecer, el shōgun había planeado aquella exhibición en secreto para poder sorprender a la población mostrándoles el poder que habían atesorado él y su familia en aquel tiempo en el que no habían estado en contacto con el populacho.

Kariya, aunque estaba tan sorprendido como todos ante tal demostración, no pudo evitar pensar que aquella actitud era impropia de un líder del clan. Pavonearse de sus riquezas cuando a pocos metros habían calles y calles llenas de casas de gente humilde o directamente pobre que no podían ni costearse vivir en un sitio decente no era solo injusto sino también... suicida. Estaba poniéndose un dardo en la espalda para que un ninja o un asesino del montón le apuntasen con un arco o con un dardo envenenado. Y sus guardias no podrían hacer nada para salvarle la vida.

A parte de presuntuoso era estúpido...

— ¡O dios mío! ¿Habéis visto a la princesa? Es bellísima... —dijo un muchacho que se encontraba al lado de Kariya mientras señalaba a una hermosa Kitsune rubia que se encontraba sentada al lado del shōgun, saludando a la multitud.

— Sí, es guapísima. Me pregunto si nuestro rey ya le habrá buscado prometido.

Los dos hombres seguían con su conversación, pero Kariya ya no les estaba escuchando. Sus ojos se habían quedado prendados en la figura que se encontraba junto a la que suponía que sería la reina.

Un chico esbelto de facciones delicadas y con el pelo largo y rosa sujeto en dos coletas poco tirantes tenía la mirada perdida entre el gentío, mirando todo pero sin observar nada. En su poca profunda inspección, se topó con la mirada anonadada de Kariya. Los ojos de ambos se encontraron y Kariya pensó que, si pudiera, no volvería a apartar nunca la vista de aquellos hermosos ojos celestes.

El chico de ojos azules pareció percatarse de lo que estaba pensando Kariya, porque le dedicó una sonrisa amable, haciendo que este se sonrojara como un tomate y mirara en otra dirección por acto reflejo.

Cuando Kariya se dio cuenta de su propio gesto volvió a mirar al carruaje, esperando que el otro siguiese mirándole para empezar de nuevo aquel contacto visual que le había hecho sentir un agradable escalofrío en la espalda.

Pero su esperanza era vana, el chico había vuelto a su posición anterior, ignorándole por completo.

— ¡Hey! —exclamó Kariya dándole un codazo al muchacho que había alabado a la princesa antes.

— ¿Qué pasa, pequeñín?

Kariya, ignorando que le habían llamado de una forma que en cualquier otro momento le habría parecido ofensiva, preguntó:

— ¿Quién es ese chico? El que está al lado de la mujer.

— Ese joven es Kirino, el hijo del líder y próximo shōgun del Clan Kitsune — contestó con evidente orgullo.

De toda la información que le dijo el aldeano lo único que atesoró Kariya fue que el nombre de aquel joven era Kirino, el resto de información le resultó un mero añadido sin importancia.

Llevado por un impulso, empezó a empujar a la gente que se interponía entre él y el desfile. Quería llegar hasta aquel chico, presentarse y conocerle, quería saber más cosas sobre él.

— ¡Es él! ¡Ese chico es el ladronzuelo que intentó colarse en mi casa!

Kariya se dio cuenta de que hablaban de él, esa voz debía de ser de la anciana a la que había asustado.

Su instinto le dijo que debía huir y esconderse lo más rápido posible, pero parte de él deseaba seguir yendo hacia el carruaje dónde iba Kirino.

Esos instantes de duda decidieron por él. Los guardias, que habían escuchado a la mujer, se lanzaron hacia Kariya, que había perdido valiosos segundos en los que podría haber escapado.

Irritado, Kariya no tubo más remedio que quitarse apresuradamente los zapatos y empezar a correr descalzo.

Cuando estaba a punto de doblar una esquina y desaparecer en la oscuridad de un callejón, un brazo tiró de él desde dentro de una casa. Kariya soltó un grito ahogado, que el extraño acalló poniéndole una mano en la boca. Pero él se negaba a rendirse y siguió resistiéndose, pegando patadas y haciendo sonidos para que alguien escuchara desde el exterior y tratara de ayudarle.

— Menudo ninja estás hecho —dijo alguien a quien Kariya conocía muy bien—. Desobedeces a tus superiores, haces que la guardia se fije en ti y te dejas capturar y secuestrar por un extraño cualquiera... veo tu futuro muy negro.

Kariya se resistió un poco más, y su captor —al ver que la guardia se había alejado de la zona— le soltó.

— Maestro Hiroto...

— No intestes excusarte Kariya. Sabes lo que has hecho. Os tenemos terminantemente prohibido que salgáis del bosque sin permiso o sin la compañía de uno de nosotros.

— Lo sé —se limitó a decir Kariya.

— ¿Y no tienes nada más que decir? ¿No vas ni a intentar disculparte?

— No.

A Hiroto le hirió la indiferencia de su alumno. A pesar de que estaba terminantemente prohibido coger cariño a los pupilos o a los compañeros, Hiroto había empatizado mucho con Kariya. Lo conocía desde que era un bebé y prácticamente le había criado como si fuese su propio hijo.

— Midorikawa está afuera intentando distraer a la guardia, ¿tampoco tienes nada que decir ante eso?

Por primera vez desde que se escapó, Kariya sintió un pinchazo de remordimientos. Sabía a lo que se exponía y también que sus mentores iban a ir a buscarle, pero no había imaginado que ninguno de ellos pudiera tener problemas por su culpa.

— Vamos a ayudarle.

— ¡No! Él se las sabrá apañar bien, ha estado en situaciones mucho peores que esta. Si te metes, solo crearás problemas.

Kariya bajó las orejas, apenado, pero Hiroto no se amilanó.

— Vamos, tendrás que responder a lo que has hecho hoy.

El chico intentó responder a aquello, pero no tuvo valor de enfrentarse a su mentor. Tampoco es que tuviera nada que rebatirle.

**********

Era noche cerrada cuando llegaron al dojo abandonado que usaban de refugio.

En el largo recorrido hasta la habitación del Maestro, Kariya pudo sentir las miradas curiosas de sus compañeros y compañeras, que los observaban desde las sombras, pero no les prestó más atención.

En varias ocasiones había intentado iniciar conversación con Hiroto, pero este se había empecinado en un silencio hosco y abiertamente hostil hacia él. Por suerte, Midorikawa —que tras dar plantón a los guardias de la ciudad se había vuelto a reunir con ellos en el bosque sin mayores problema— era más comunicativo que su compañero y, aunque fuese para darle palabras de ánimo o decirle que tuviera cuidado con lo que decía, le había dirigido la palabra.

— Hiroto —susurró Midorikawa cuando los niños habían perdido el interés en ellos y habían vuelto a acostarse.

— Dime —contestó el otro con el mismo tono de voz.

— ¿No podríamos hacer una excepción esta vez? Sabes lo duros que pueden ser los castigos, y solo lo ha hecho una vez. Si le amonestamos nosotros y le controlamos más no volverá a suceder.

Hiroto detuvo la marcha, pero no contestó a Midorikawa, sino que se quedó mirando al desgastado suelo, pensativo.

— No tiene por qué enterarse —continuó Midorikawa—, podemos decirle que se perdió y que tardamos tanto en encontrarle porque tuvimos que enfrentarnos a unos animales salvajes que nos salieron al paso.

— Nos pedirá que le entreguemos los cuerpos, no es tonto. Y en cuanto se de cuenta de que le hemos engañado... esta vez nos matará. No se limitará solo a castigarnos como la última vez.

Midorikawa enseñó los dientes, como si se encontrase en su forma de zorro y estuviese amenazando a un enemigo con darle una dentellada o avisándole de que se apartara.

— Tendríamos que haber arreglado esto hace mucho tiempo...

Kariya se preguntó a qué se referiría con eso.

Tras un rato de silencio absoluto, Hiroto se decidió a hablar:

— Kariya.

— ¿Sí?

— Vete a tu cuarto, en un rato uno de los dos irá a hablar contigo.

— No hace falta que os toméis tantas molestias por mí. Sé a lo que me exponía con todo esto...

— No lo sabes, Kariya, no lo sabes —le interrumpió el otro adulto, con un tono de voz cansado—. Haz caso a Hiroto y márchate. Y no se te ocurra decirle nada de esto a nadie, ¿entendido?

Kariya no quiso tentar más a la suerte. Si le iban a dar la opción de no pagar por lo que había hecho él la aceptaría encantado. No es como si siguiera algún código de honor que le obligara a dar la cara cuando cometía un error, y prefería conservar su integridad física a seguir las órdenes del Maestro como si fuese un perrito faldero.

Agachó la cabeza en señal de agradecimiento y obedeció la orden de su tutor.

**********

Tras acomodarse en su cuarto, Kariya había empezado a pensar sobre lo sucedido aquella tarde. De todo lo que había ocurrido lo que no paraba de asomarse en sus recuerdos era la intensa mirada que había compartido con Kirino.

Ese chico le parecía la criatura más hermosa sobre la faz de la Tierra, y se sentía muy feliz de haberle conocido. Aunque no quería conformarse con solo haberle visto y haber tenido contacto visual con él... quería hablarle, saber sobre sus gustos y su forma de pensar, quería estar con él.

Nunca había sentido nada como aquello antes, la novedad era apasionante pero también le infundía respeto, ya que no sabía cómo debía actuar y cómo no.

Por un momento, Kariya se permitió dejar de pensar y navegar infinitamente en el recuerdo de aquellos preciosos iris azules...

Hasta que el sonido de unos pasos procedentes del pasillo le pusieron en guardia.

Sabía que sería alguno de sus mentores, pero le habían marcado a fuego que nunca debía fiarse de nada y que siempre había que estar atento y listo para defenderse. Cogió la daga que tenía debajo de la almohada y esperó, atento, a que alguien entrase a su habitación.

— Kariya, soy Midorikawa. ¿Puedo pasar?

Kariya se sorprendió por la acción de su profesor. ¿Desde cuándo se pedía permiso a los alumnos para entrar en sus habitaciones?

— Sí, claro —contestó mientras guardaba de nuevo el arma.

Sin más dilación, Midorikawa se internó en la habitación y se sentó enfrente del futón en el cual se encontraba acostado Kariya.

— Kariya... ¿Por qué has hecho esto?

— Porque usted me contó lo del festival. Lo siento mucho, maestro Midorikawa, pero no me arrepiento de haberme escapado.

— Escúchame —dijo el mayor con toda la resignación del mundo—, sabes que no podemos permitirnos ceder ante nuestros caprichos.

— ¿Con nosotros a quiénes se refiere?

— No te hagas el tonto, no es bueno para un ninja implicarse demasiado en nada que no sea cumplir las misiones de sus clientes. Nuestras vidas dependen de ello.

— ¿Y en eso se resumen nuestras vidas? ¿Chantajear, espiar y asesinar a cambio de dinero hasta que nos muramos? Lo siento, pero no me gusta la idea.

— Ya hemos hablado de esto más de una vez. ¿Crees que a nosotros nos gusta? No lo hacemos por amor al arte, lo hacemos para sobrevivir. Sabes perfectamente que, a diferencia de los samuráis, los ninjas solemos provenir de familias de clases bajas que no tienen los recursos para ganarse el sustento con un negocio normal.

— No me malinterprete, maestro, me siento bastante orgulloso de entrenarme para ejercer esta profesión pero me niego a que solo esto sea mi vida. Quiero viajar, conocer gente, tener una vida normal algún día...

— ¿Y tener en tus manos la sangre de decenas de personas? No es fácil vivir con la conciencia limpia tras haber arrebatado vidas. Además, nuestros servicios suelen ser solicitados por gente de clase alta... nunca te dejaran que vayas por libre por temor a que puedas contar algo sobre sus trapos sucios. Olvídate de ese bonito sueño, Kariya, es solo eso, un sueño.

Kariya se arrastró sobre sus rodillas hasta llegar a Midorikawa y le cogió de las manos.

— Midorikawa, quiero pedirte un favor.

El susodicho levantó una ceja con condescendencia ante el cambio de actitud del menor.

— Depende de lo que me quieras pedir te ayudaré o no.

Kariya le apretó dulcemente las manos, y mientras le miraba a los ojos dijo:

— Sé perfectamente lo que implica esta profesión, y no pienso abandonar mis entrenamientos. Pero de veras que quiero, no... necesito que me dejes volver a la ciudad, por favor.

— ¿Quieres volver? ¿Para qué?

— Hay alguien a quien necesito volver a ver.

— ¿A qué te refieres?

— Me he enamorado.

Aquello declaración impactó a Midorikawa más de lo que esperaba Kariya.

— No puedes haberte enamorado de nadie en tan solo un día. No conoces a esa persona.

— Y si no intento ponerme en contacto con ella tampoco la conoceré nunca —sonrió pícaramente—. Por eso mismo quiero volver a la ciudad.

El susodicho entornó los ojos, aún digiriendo lo que acababa de escuchar.

— Por favor, déjame irme.

En todos los años que llevaba Midorikawa ejerciendo como ninja, era la primera vez que había escuchado a alguien de los suyos decir una locura como aquella.

Podía relacionar la impulsividad de Kariya con su juventud e inexperiencia ante la vida pero, aún así…, era extraña su actitud teniendo en cuenta que llevaba toda su vida aprendiendo unas pautas de conducta completamente opuestas a dejarse llevar por sus sentimientos.

Pero si Kariya había decidido que aquello era lo que deseaba hacer, ¿quién era él para impedírselo? Era su maestro, sí, pero no podía obligar a nadie a quedarse en el refugio en contra de su voluntad. A la larga eso solo traería rencores y problemas.

— Está bien... márchate. Pero hazlo esta noche, y antes de que nadie te vea.

— ¿Eh? ¿Esta noche?

— A partir de mañana Hiroto no te quitará el ojo de encima. Después de lo que has hecho hoy no sé de qué te sorprende.

— Comprendo. Cogeré algunas cosas y me marcharé. Pero... ¿Qué pasará contigo, Midorikawa? ¿No te dirán nada por dejarme escapar?

— No es mi culpa si decides escaparte en mitad de la noche. Poco podría hacer yo si no sé nada de tus intenciones.

Kariya agradeció enormemente el gesto.

— No me olvidaré de lo que has hecho por mí.

Midorikawa le acarició la cabeza con cariño.

— No te preocupes, cachorro... pero prométeme que tendrás cuidado.

El menor asintió, a la vez que movía la cabeza para que Midorikawa le acariciara la parte trasera de las orejas.

— Y si alguna vez tienes problemas vuelve al refugio. No importa si el Maestro no te acepta de nuevo, yo te ayudaré... y Hiroto también.

Kariya iba a responder, pero Midorikawa se levantó y le dio la espalda.

— Adiós, Midorikawa, gracias.

El hombre giró un poco la cabeza y asintió, saliendo de la habitación y dejando solo a Kariya.

**********

— Es difícil dejarlos ir, ¿verdad? —susurró Hiroto, que estaba apoyado contra la pared exterior de la habitación.

Midorikawa sonrió, para nada sorprendido de verle allí, y se colocó a su lado, en la misma posición que él.

— Sí, sobre todo cuando sabes que es muy posible que no los vuelvas a ver nunca.

Desde el exterior se podía escuchar a Kariya recorriendo su habitación en busca de sus cosas de valor.

— El muy idiota habrá olvidado dónde ha puesto las redomas de veneno, y mira que le he dicho que las guarde dónde no se olvide de dónde están, que no son juguetes... nunca aprende —rió Hiroto.

Se escuchó el sonido de la ventana abriéndose con increíble violencia.

— Tsk. Menudo ninja, no sabe ni huir de forma sigilosa.

— Déjale en paz, Hiroto, pobrecito.

Al cabo de un rato no se escuchaba nada que no fuese los sonidos característicos de la noche.

— Supongo que debemos acostumbrarnos a no tenerle por aquí cerca durante un tiempo —comentó Midorikawa.

— Sí, durante un tiempo...

A pesar de la parsimonia con la Hiroto hizo el comentario, sus ojos estaban llorosos, amenazando con hacer salir las lágrimas en cualquier momento.

**********

Habían pasado cuatro meses desde el Festival de Primavera. Las interacciones entre los pueblos habían sido un éxito y no había ocurrido ningún incidente, lo único destacable había sido un pequeño altercado con un ratero que las autoridades no habían conseguido atrapar.

A pesar de que tras la llegada de la paz el trabajo de la guardia era más relajado que nunca, Tsurugi —el guardián novato que se encargaba de vigilar la puerta al castillo del Clan Kitsune— estaba teniendo más trabajo que todos sus antecesores en los últimos diez años.

Tras el festival muchísimos embajadores, nobles y grandes comerciantes de los clanes vecinos venían a presentar sus respetos al shōgun y hacer pactos comerciales y militares con él. Haciendo que escribir todos los nombres y memorizar las caras nuevas fuera todo un desafío. Pero, desde luego, eso no era lo peor.

A un pequeño mocoso se le había metido entre ceja y ceja colarse en el castillo para ver al príncipe.

Había hecho de todo: trepar los muros, colarse entre los cargamentos de suministros e incluso en una ocasión había intentado hacerse pasar por la princesa para poder entrar por la puerta grande. ¡Es que había que tener morro!

Tras semanas de acoso de este personaje, Tsurugi había solicitado asistencia con el príncipe. Aquello estaba empezando a ser un problema que no solo le afectaba a él como guardián de la puerta, sino también al resto de sus compañeros de trabajo cuando el mocoso conseguía burlar su vigilancia y pasar de la primera muralla.

Tras contarle todo esto a Kirino, este se había limitado a soltar una carcajada.

— Discúlpeme señor... pero creo que esto no es asunto que se debiera tomar a broma. ¿Qué ocurre si ese cachorro es un asesino que intenta acabar con su vida?

— Lo dudo. Si fuese un asesino no estaría gritando por ahí que quiere verme sin ningún motivo. Crearía una coartada sólida y se limitaría a pasar como hace todo el mundo.

— Sinceramente, desde que lo pillé la primera vez trepando por la parte trasera del muro desconfié de él. Nunca lo hubiese dejado pasar, ni aunque me hubiese venido con esas.

— Bueno, pero aún así no creo que sea un asesino.

— Pareces muy seguro —intervino una tercera persona.

Tsurugi se dio la vuelta para ver quien se atrevía a irrumpir en la habitación del príncipe sin permiso.

— ¡Shindou! No me habían avisado de que ibas a venir a verme.

El príncipe abandonó su asiento y se acercó a su amigo para darle un abrazo de bienvenida.

Tsurugi, aunque aún molesto por la oportuna intervención, no tuvo más remedio que seguir con la cabeza gacha hasta que le volvieran a prestar atención o uno de los dos nobles le diera la orden de marcharse.

Si hubiese sido cualquier otro el que hubiese entrado en la habitación del príncipe de esa forma, Tsurugi se hubiese permitido el lujo de mandarle a tomar viento, pero aquel joven de melena rizada y de color ceniza no era un samurái cualquiera. Era el amigo de la infancia perdido de su señor.

A causa de la guerra, los clanes Kitsune y Ryū habían cortado todo tipo de relación entre ellos, obligando a aquellos dos amigos a separarse durante muchos años. Tras el fin de esta, se habían vuelto a reunir y habían forjado una amistad más sólida y madura que cuando eran niños. Y eran inseparables. Insoportablemente inseparables según la opinión de Tsurugi.

— Yo también me alegro de volver a verte. Pero creo que tu guardián está hablándote de un asunto bastante serio, deberías atenderle antes que a mí.

— No creo que sea tan importante —dijo el príncipe mientras se apartaba de su amigo—. Dudo que ese niño sea peligroso pero tampoco voy a ser tan estúpido como para darle cita conmigo, por si acaso mi corazonada sea incorrecta.

— Yo creo que este asunto puede ser interesante —sonrió el samurái.

— ¿Por qué? ¿Qué se te ha ocurrido?

— Si ese chaval tan insistente consigue pasar al interior del castillo y superar todas sus guardias para encontrarte, tal vez deberías recompensarle. Sería interesante que lo tuvieras a tu lado como espía.

— Uhm, eso sería una buena idea. Hace mucho tiempo que perdimos el contacto con los ninjas de nuestro clan, tener a alguien con esa facultad podría ser interesante...

Shindou absorbió aire fuertemente por la nariz, un gesto que en su forma de dragón indicaba molestia o enfado.

— ¿Qué pasa, Shindou?

— Ninjas...

La alegre carcajada de Kirino resonó en la habitación.

— Lo siento, me olvidaba de que los samuráis y los ninjas no son precisamente los mejores amigos del mundo.

— Olvidemos el tema.

— Mi señor...

Kirino y Shindou se giraron sorprendidos hacia Tsurugi, al parecer se habían olvidado de que seguía allí.

— Oh, disculpa, Tsurugi.

—¿Entonces qué deberíamos hacer con el niño?

— Seguid actuando como siempre. Detenedle cada vez que lo encontréis intentando entrar y soltadle.

— Entendido.

Hizo dos reverencias como despedida y se marchó de la habitación para volver a su puesto.

Antes de dejar de oír las voces de su anfitrión y el compañero de este, escuchó:

— He venido hasta aquí porque me he enterado de que dentro de poco se va a celebrar en secreto la ceremonia de unión entre tu hermana mayor y el heredero al trono del Clan Tora, ¿es eso verdad?

**********

Para Kariya toda aquella situación no estaba siendo igual de divertida que para su adorado príncipe.

En aquel momento debería estar poniendo en práctica una de sus curiosas ideas para entrar al castillo pero, simplemente, no estaba en condiciones para ello.

Su barriga sonaba más ruidosa que de costumbre. En su último intento de robar algo de carne en el puesto de un comerciante Ookami, este le había pillado con las manos en la masa.

Él, obviamente, había intentado escapar con su trofeo, pero el comerciante no se lo había permitido; al ver que los guardias de la ciudad no iban a llegar a tiempo para detener al ladronzuelo se había transformado en lobo en mitad de la calle y le había mordido en una de las patas traseras, haciendo que soltara la carne para poder escapar.

Y allí se encontraba, escondido en el alcantarillado de la ciudad, hambriento y, literalmente, lamiéndose las heridas.

Desde que había llegado a la ciudad todo había ido de mal en peor. No tenía un sitio fijo dónde dormir, no había podido asearse en condiciones, tampoco había conseguido un trabajo que cumpliera sus exigencias de tener unas horas libres de más para poder seguir intentando violar la seguridad del castillo y, a causa de ello, se había visto en la obligación de robar a los tenderos ambulantes para poder comer.

Su vida era penosa.

Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos. Le dolía mucho la pata, y los pensamientos fúnebres sobre su futuro tampoco le animaban.

Echaba de menos su vida en el bosque.

Quería volver a ver a sus compañeros, a Hiroto, a Midorikawa... incluso deseaba volver a su rigurosa rutina de entrenamientos que, aunque dura, le garantizaba algún tipo de progreso al final del día. Desde luego aquello era lo peor, desde que se había «fugado» nunca había conseguido una mejora que lo motivase a seguir haciendo lo que hacía.

Se limpió las lágrimas y dejó de pensar en todo aquello. Debía transformarse en humano, vestirse y pedir ayuda para que le trataran la herida. Si se le infectaba podía ir a peor, y estar en las alcantarillas no ayudaba a que eso no pasase.

Por lo menos sabía a quienes podía acudir para que le ayudasen, era mejor que estar trotando por ahí buscando a alguien de buen corazón y que tuviese conocimientos de medicina para que pudiera atenderle.

Tras volver al exterior, se metió en una de las tantas bocacalles que componían la ciudad y tocó a la puerta de un edificio que sobresalía del resto debido a su pequeño tamaño y la pulcra limpieza de sus paredes.

Al cabo de un rato, una chica Kitsune de pelo azul oscuro y dos grandes ojos zafiros le abrió la puerta.

Al verle, soltó un gemido entre asustado y dolorido.

— Hola, Aoi, cuanto tiempo —saludó Kariya mientras procuraba que no le temblara demasiado la voz.

— ¡¿Qué te ha pasado?! —gritó ella, abalanzándose sobre él y ayudándole a entrar al interior de la vivienda.

— Un lobo estúpido y rencoroso me ha atacado cuando yo intentaba quitarle un poco de carne... —las lágrimas empezaron a salir de nuevo de sus ojos marrones— A ver que más le daba dejarme un poco, tenía un montón.

— Aoi, ¿qué ocurre? —gritó una voz desde el salón.

— ¡Tenma! ¡Shinsuke! ¡Venid deprisa! ¡Necesito ayuda para llevar a Kariya a la cama y hacerle unas curas! ¡E id preparando algo de comida!

**********

La luz de la luna iluminaba la habitación que le habían cedido Aoi y compañía para pasar unos días mientras la herida se curaba.

Kariya se encontraba solo, sentado apoyando la espalda en el respaldo de la cama, pero las palabras de Tenma y el pequeño amigo de este aún martilleaban en su cabeza:

«Todo este plan tuyo es un suicidio, deberías rendirte y volver a tu casa, no vas a conseguir hablar con el príncipe».

Apretó con rabia las sábanas.

Sabía que tenían razón. Si seguía con aquella empresa solo conseguiría perder más tiempo y salud en ella. Aquellos cuatro meses de dura supervivencia en la ciudad se lo habían demostrado, él no pertenecía a aquel lugar.

Pero, entonces, si su razón le decía que lo más lógico era volver al bosque... ¿Por qué su corazón dolía de aquella forma cuando pensaba en ello?

Cuando sentía que iba a empezar a llorar de nuevo, unos golpes en la puerta le interrumpieron.

— Kariya, soy Aoi, ¿puedo pasar?

— Adelante —dijo limpiándose las furtivas lágrimas.

La muchacha se internó en la habitación, llevando consigo un cuenco de agua y vendas.

— Voy a quitarte las vendas ¿vale? —Puso el agua en el suelo—. Va a doler un poco, pero intenta estarte tranquilo.

Kariya asintió, sin nada que decir al respecto.

Mientras Aoi procedía a limpiar la herida, Kariya no pudo evitar decir:

— Siento mucho haberos causado todas estas molestias.

— ¡No molestas! ¿Cómo se te ocurre decir eso después de lo que hiciste por nosotros? Si no hubieras tenido el valor de enfrentarte a ese samurái creído hubieran encerrado en prisión a Shinsuke y a Tenma... y a saber lo que habrían hecho conmigo.

— Aún así lo siento.

— Olvídalo, siempre estaremos en deuda contigo.

Kariya decidió no indagar más en el tema: nunca estaba de más contar con personas dispuestas a ayudar si tenía problemas.

— ¿Tú también crees que lo que estoy haciendo es una locura?

— Sí.

— Pero...¿cómo queréis que me rinda? Volver al bosque significaría renunciar a mi sueño para siempre. ¡No puedo simplemente olvidarme de él! Estoy seguro de que si me esfuerzo podré llegar a conocerle, si abandono ahora, ¿qué pasará con esto que siento? —a medida que hablaba aumentaba el volumen de su voz, hasta que al final acabó hablando a gritos— ¡No entiendo nada! Y encima te estoy soltando esta perorata de cosas que ni yo entiendo, y eso solo me hace parecer ridículo y no soluciona absolutamente nada.

Esa última frase acabó en un sollozo.

Kariya, avergonzado de estar llorando delante de una chica, intentó taparse el rostro con las manos, pero la pequeña y gentil mano de Aoi retuvo una de las suyas antes de que lo hiciera.

— Comprendo lo que se siente cuando no puedes expresar lo que realmente piensas y sientes. Me vendieron a una casa de geishas con tan solo cinco años, y a pesar de que la danza (una de las principales actividades de las geishas) debería ser una forma en la que el bailarín exprese lo que siente... yo me sentía ignorada y atrapada.

Kariya escuchaba con atención a Aoi. Hasta aquel momento no sabía nada de su pasado como geisha... pensaba que siempre había trabajado como curandera.

— Cuando me sentía así —procedió ella—, la única forma en la que conseguía aliviarme era escribir.

— ¿Escribir?

— Aunque nunca pudiera decir en voz alta lo que sentía, el papel absorbía cada letra que escribía y le daba una forma real... podrían ignorar mi voz, pero mis sentimientos estaban guardados para siempre en papel.

Kariya asintió, empezando a comprender lo que quería decirle a Aoi.

— ¿Ves que no eres el único que dice cosas sin sentido? —empezó a reír ella—. Yo ahora mismo no sé que te acabo de explicar.

— Aoi... ¿crees que si le escribo una carta al príncipe, aunque no pueda dársela ahora, algún día sabrá lo que siento por él?

— Estoy segura de que sí.

— Cuando acabes con la herida, ¿podrías pasarme un libro, el rollo de washi y la tinta que están encima de la mesa? Te lo agradecería mucho.

— Claro.

Antes de salir la habitación, Aoi hizo el favor que le había pedido Kariya y se despidió con una amable sonrisa.

Una vez solo, Kariya apoyó el papel encima del libro y empezó a escribir.

Aunque al principio dudaba sobre que poner, a medida que iba añadiendo palabras estas empezaron a salir por sí solas, como si el papel fuese un puzle y las letras fueran las piezas que lo completaban.

**********

Aquel día Hiroto se encontraba tranquilamente sentado sobre sus patas traseras, viendo como dos de los cachorros de menor edad jugaban a reducirse entre ellos. Hacía poco que convivían con ellos, sus padres habían llegado hasta el refugio del bosque —que se había convertido en una leyenda urbana en la ciudad— diciendo que no podían hacerse cargo de ellos y la única salida que habían visto para que sus hijos tuvieran un futuro era que aprendiesen a sobrevivir como lo hacían ellos.

Midorikawa y él los habían aceptado de inmediato, a sabiendas de que al Maestro tampoco le importaría tener un par de hocicos más disponibles, pero tras recibir las órdenes de su último cliente hubiesen preferido no haberlo hecho.

Mientras pensaba en todo esto, una sombra humana empezó a salir del bosque, asustando a los más pequeños.

Hiroto se incorporó, dispuesto a atacar si era necesario, pero se tranquilizó en cuanto comprobó quien era el individuo.

— Hola, Hiroto... he vuelto.

Al mayor se le partió el alma al verle. Estaba mucho más flaco que la última vez que lo había visto, sus ojos estaban hundidos y marcados con ojeras y cojeaba visiblemente de una pierna.

Podría haberle echado una bronca por haber sido tan cabezota como para haber llegado a aquellos extremos pero, en el fondo, sabía que no era aquello lo que necesitaba el chico ni tampoco lo que quería hacer él.

— Bienvenido a casa, Kariya.

**********

Pasaron las semanas y no se supo más del pequeño insistente que había intentado entrar a palacio.

En parte, Kirino se sentía decepcionado. Le hubiera gustado comprobar la pericia de aquel chico, pero no había sido posible; había que reconocer que la tarea era bastante frustrante, no sabía por qué se había sorprendido cuando al preguntar a Tsurugi sobre el tema este le había contado que no se había vuelto a saber nada de él, era lo obvio.

Se encontraba en los jardines interiores pensando sobre todo esto cuando una sirvienta le interrumpió.

— Disculpe mi señor.

— ¿Ha llegado ya Shindou? Dile que pase, no hace falta que sea tímido.

— No se trata de Shindou, mi señor. Es el hijo del señor del Clan Tora, Gouenji.

Kirino frunció el seño, claramente descontento.

— Hazle pasar.

La sirvienta volvió por dónde había venido y, al cabo de pocos minutos, un hombre adulto y bastante atractivo se reunió con él.

— Príncipe Kirino —saludó agachando un poco la cabeza—, me imagino que ya sabrás quién soy y para lo que he venido aquí.

Y aquel era el momento en el que, una vez más, empezaba un ritual de fórmulas de cortesía.

— Encantado de conocerte Gouenji. Si quieres ver a mi hermana me temo que ahora mismo se encuentra con sus damas de compañía, tendrás que esperar a que termine.

— Lo sé, pregunté por ella antes de reunirme contigo. Sentía curiosidad por el hermano de mi prometida y próximo heredero al trono Kitsune.

— Me alagas, también ha sido un placer para mí conocerte. Espero que tu unión con mi hermana consiga que nuestros pueblos estén más unidos.

— Yo también lo espero. Ha sido un placer conocerte, pero me temo que ahora voy a ver si mi prometida puede recibirme, me gustaría hablar con ella y conocerla un poco antes de la ceremonia.

— Claro, nos veremos ese día —se despidió Kirino, bajando la cabeza.

Con una encantadora sonrisa, Gouenji volvió al interior del castillo dejando de nuevo a Kirino con sus pensamientos.

**********

Una pequeña ardilla pululaba tranquilamente por el bosque recolectando frutos, ignorando lo que estaba por venirle encima.

Se acercó a una fruta silvestre que acababa de caer de un árbol y, cuando se giró para volver a su guarida, se topó con una gran mandíbula abierta de par en par que procedía a morderla.

No tuvo tiempo de escapar, los dientes se cerraron sobre ella y acabaron rápido con su vida.

Orgulloso de haber conseguido postre para la cena tan rápido, Kariya se permitió volver con lentitud al refugio.

Tras haber regresado de la ciudad, su herida había terminado de cicatrizar y había recuperado algo de su peso. Pero, a pesar de ello, seguía sintiendo una espinita en el corazón. No se lamentaba de haber regresado a su hogar, sabía que si no lo hubiese hecho muy seguramente habría acabado muerto, pero sí se lamentaba de que su falta de capacidades no le hubiera permitido cumplir su objetivo.

Así que desde su regreso había planeado esforzarse como el que más en los entrenamientos para, algún día, volver a intentar llegar hasta su príncipe.

Al llegar por fin al edificio, algo le saltó encima y le mordió en la espalda. Pero él, que para nada estaba sorprendido por el repentino ataque, se tumbó en el suelo y se quitó a su agresor de encima.

Un gemido de dolor llenó el lugar.

Hikaru, magullado y de nuevo con forma humana, se masajeó la espalda.

— ¡No es justo! Eres más fuerte que yo.

Kariya se sacudió y dejó la ardilla muerta en el suelo.

— Si sabes que soy más fuerte que tú, ¿para qué intentas atacarme? Además, te tenemos dicho que la especialidad de los ninjas no es el combate cuerpo a cuerpo, sino el pasar desapercibidos y superar obstáculos.

El otro niño bajó la cabeza y refunfuñó.

— ¿Se puede saber por qué no han venido Hiroto y Midorikawa a recibir a su mejor cazador? —preguntó Kariya con mal disimulado orgullo.

— Pues para ser tan buen cazador tampoco es que traigas una gran cosa...

— ¿Decías algo Hikaru?

Kariya le miraba con un brillo asesino en la mirada.

— ¡No! No he dicho nada, esto… bueno... Hiroto y Midorikawa están dentro hablando con un tipo muy raro que llegó esta mañana —soltó del tirón.

— ¿Un tipo raro? ¿Sabes quién es?

— No. Pero huele extraño... no me huele a zorro.

Kariya, extrañado, dejó la ardilla a cargo del más pequeño y se adentró en el dojo.

Tras haberse puesto algo de ropa, fue a la estancia que solían usar para aceptar misiones y se dispuso a entrar, pero algo le detuvo al momento:

— ... a la familia real.

Esas palabras bastaron para que Kariya decidiera no pasar. Se apoyó contra la puerta y agudizó el oído.

— Lo que nos estáis pidiendo es muy peligroso. ¿Por qué deberíamos aceptar? —dijo una voz que pudo reconocer como la de Hiroto.

— Porque el problema en el que os podéis meter si no queréis cooperar con nosotros es mucho mayor.

Aquella voz gutural no le sonaba de nada. Tenía que ser el hombre extraño del que hablaba Hikaru.

— ¿Nos estás amenazando, gatito? —rechistó Midorikawa.

Un gruñido resonó en la habitación.

— No niego que seáis ninjas de renombre pero, sed realistas, en este lugar solo podéis contar con la ayuda de un grupo mocosos y con un anciano al que no le queda mucho para diñarla. Si os atacáramos ninguno de vosotros sobreviviría... así que obrad en consecuencia, aceptad el pago y cumplid las órdenes que os damos.

Hubo un silencio cargado que tardó en ser interrumpido.

— Está bien. Esta noche nos reuniremos en el lugar acordado e iremos juntos hacia al casti...

— ¡Espera, Midorikawa! Antes de cerrar el trato quiero añadir una cláusula más.

— Dispara, zorro.

— En caso de que nuestro plan fracasara, o que triunfara pero nuestro clan se diera cuenta de que hemos estado implicados, debéis prometernos que velaréis de nuestra seguridad y nos ayudaréis a encontrar un lugar a salvo en el que vivir en el territorio de vuestro clan.

— Es muy probable que si pasa eso no sobreviváis.

— Por eso quiero que conste por escrito y que lo mandes a tu jefe; aunque nosotros dos no sobrevivamos queremos que os hagáis cargo de los niños y de nuestro Maestro. Si queréis podéis disminuir la recompensa a cambio, no nos importa.

Kariya, incapaz de seguir escuchando aquello, abrió con violencia la puerta. Asustando a los tres hombres que se encontraban en la estancia.

Dos de ellos, como él ya sabía, eran Hiroto y Midorikawa, y el tercero era un hombre del Clan Tora vestido completamente de negro.

Kariya enseñó los dientes; solo los asesinos y los ninjas vestían de negro. Además, había escuchado como había amenazado a su gente y eso no le había gustado ni un pelo.

— ¿Quién es este mocoso?

— Nadie importante, es solo uno de nuestros aprendices.

— Deberíais meter en vereda a ese cachorro. Si un aprendiz nuestro irrumpiera en mitad de una negociación no se libraría de un par de mordidas.

— Lo sentimos mucho, yo me encargaré de él —intervino Midorikawa—. Vamos, Kariya, tenemos que hablar.

Antes de salir de la habitación, Kariya le dedicó una mirada cargada de veneno al hombre.

Una vez fuera, Midorikawa le arrastró hasta su cuarto.

— ¿Qué estabas haciendo espiándonos? —preguntó mientras lo acorralaba contra la pared.

— Escuché como ese hombre decía algo del castillo y no pude evitarlo.

— ¿Solo eso?

Kariya cayó de repente en la cuenta.

— ¿Crees que soy un espía?

— Llevas meses en la ciudad, y vuelves justo cuando empezamos las negociaciones con los ninjas del Clan Tora. Es cuanto menos sospechoso.

— ¿Y que harías si resulta que lo soy? —provocó Kariya.

En los ojos de Midorikawa hubo una sombra de duda.

— Nada... nada malo al menos. Pero tendría que amordazarte y encerrarte para evitar que des al traste con toda la operación.

— Bueno, pues para tu alivio no, no soy un espía... y sabes que no miento.

— Lo sé —sonrió el adulto socarronamente.

— Ahora, ¿podrías por favor devolverme mi espacio vital y contarme de qué trata ese plan?

Midorikawa se apartó un poco y se tomó la libertad de sentarse en el futón del menor, haciéndole un gesto para que hiciera lo propio.

— El Clan Tora se puso en contacto con nosotros poco antes de que tú volvieras de la ciudad. Al parecer se va a celebrar una boda entre nuestra princesa y el heredero del Clan Tora.

— No había escuchado esa noticia.

— Hasta hace poco se mantuvo en secreto. De hecho, si no hubiese sido por la intervención del prometido, la misma ceremonia sería privada. Sabes que a nuestro clan nunca le ha gustado celebrar este tipo de cosas en público... ni siquiera si el trasfondo es político.

— Ya...

— Bueno, volviendo al tema, esta boda no es más que una trampa del Clan Tora para acabar con nuestra familia real y tomar el control de nuestro territorio.

La sangre se le congeló en las venas. Asesinar a la familia real...

— Eso... ¡No podemos permitirlo!

El énfasis y la determinación con el que Kariya pronunció estas palabras impresionaron a Midorikawa.

— No planeábamos meternos en esto, pero ya escuchaste antes que si no lo hacemos acabaran con todos nosotros, ¡y no podemos hacer nada por impedirlo salvo colaborar!

Kariya intentó respirar hondo y calmarse.

— Y de verdad que lo entiendo pero... no puedo permitir que asesinéis a la familia real... no puedo.

— Nosotros tampoco queremos que eso pase. Si lo hacemos el Clan Kitsune vivirá durante las próximas generaciones en decadencia, los Toras se llevarán todos los impuestos y recursos de los ciudadanos y los usarán para su propio territorio, pero no podemos hacer nada.

— Llevadme con vosotros, entonces. Si me ayudáis a colarme en el castillo podré avisar a la guardia.

— Se darán cuenta de tu movimiento y te matarán. Lo siento mucho, cachorro, pero me importas demasiado como para ver como un tigre te destroza y no poder hacer nada.

Algo cálido recorrió el interior de Kariya al oír aquellas palabras de cariño provenientes de la persona que, junto con Hiroto, más le importaba.

— Eso mismo es lo que yo siento. No quiero que os hagan daño, ni a vosotros ni a mis compañeros, pero... tampoco voy a permitir que hagan daño a mi príncipe.

Midorikawa se quedó por un momento en shock.

— Tu príncipe... perdón, ¿de quién estás hablando?

— De nuestro príncipe. El heredero del clan.

— Ah, vale, perdón, ha sido una confusión.

— Me he enamorado de él y no pienso permitir que esos tigres traidores le pongan una zarpa encima.

La revelación le resultó chocante al mayor.

— Espera, espera,... la persona por la que te fuiste a la ciudad ¿era el príncipe?

— Sí, y lo siento mucho pero si para protegerle tengo que ponerme en vuestra contra no dudaré en hacerlo, pero preferiría que no fuera así, que me permitierais ir con vosotros y romper los planes de asesinato desde dentro. Con vuestra ayuda y siendo listos podríamos hacerlo.

— ¡Eso es un locura! Nos superan en fuerza y en número.

— Siempre me habéis dicho que lo que importa en un ninja no es su fuerza ni su capacidad de combate sino...

— ... la capacidad que tiene de pasar desapercibido y superar los obstáculos que se interpongan en su camino —intervino Hiroto, que los había estando escuchando desde hacía rato.

**********

El salón del trono estaba a rebosar de nobles y samuráis de ambos clanes.

A lo largo de la última semana, el palacio había sido acomodado para que los asistentes a la boda pudiesen campar a sus anchas con la máxima comodidad posible... para disgusto de Kirino.

Por culpa de todo ese alarde de amabilidad y protocolo no podía moverse a gusto por la zona de dormitorios, ni siquiera hablar con Shindou o su propia hermana. Todo aquello era un caos. No comprendía como los Toras hacían ese tipo de cosas en público con lo cómodo y especial que era celebrar una boda solo con los familiares y los amigos más íntimos de la pareja, menuda complicación.

— ¡Mi señor!

Tsurugi corría en su dirección esquivando a los que se metían en medio y disculpándose con aquellos con los que se chocaba.

— ¿Qué ocurre, Tsurugi? Creía haberte visto hoy custodiando la entrada, ¿qué haces fuera de tu puesto?

— Mi señor, disculpadme pero he tenido que dejar a un compañero ocupando mi puesto...

— Relájate y traga saliva, te vas a morir.

Tras recuperar el aliento, Tsurugi siguió hablando con la misma rapidez, casi pegando las palabras:

— Hemos visto cadáveres de ninjas Tora en el jardín interior del castillo, mi señor.

— ¿Perdón?

— No conseguimos localizar al shōgun, así que tiene que encargarse de esta situación en su lugar.

Kirino tuvo que poner en orden sus ideas.

— Si hay ninjas tenemos que avisar a los invitados —continuó Tsurugi.

— ¡No! Si hacemos eso entraran en pánico. Lo mejor que podemos hacer es encargarnos nosotros. ¡Tsurugi! Avisa a la guardia privada de mi padre y ordenales que tomen bajo su mando a la guardia del castillo. Nadie mejor que ellos para saber cómo actuar en esta situación.

Cuando ya se precipitaba a la planta baja, Tsurugi le detuvo agarrándole de la manga de su kimono.

— Mi señor...

— ¿Qué ocurre?

— Cuando encontré los cadáveres ... pude percibir el olor del cachorro que estaba intentando colarse en castillo. Es posible que trabaje con esos ninjas.

Kirino achinó los ojos y enseñó un poco los dientes.

— De acuerdo, si lo ves procura capturarlo vivo. Si tienes razón puede sernos de mucha utilidad para averiguar que está pasando.

Con una inclinación rápida, Tsurugi se marchó para seguir las órdenes de su señor. Este, a su vez, se internó en la planta baja del castillo: debía encontrar a Gouenji.

**********

Shindou estaba hablando con algunos invitados a los que les había llamado la atención la presencia de un miembro del Clan Ryū en aquella boda.

La verdad era que él lo estaba pasando aún peor que Kirino en cuanto a organización y gente se refería.

Los Ryū, a diferencia de los miembros de los otros tres clanes, no necesitaban tener contacto físico o social con otros de su especie. Eran criaturas frías que preferían mil veces ir por libre que participar en un grupo, y rara vez se podía ver a un grupo de dragones yendo juntos —salvo en ocasiones en las que la especie corría peligro (como había sido la guerra entre clanes) o en caso de que un ser querido necesitase cuidados médicos o auxilio de algún tipo—.

La única razón por la que se encontraba en aquel atolladero era porque temía por Kirino y su familia. A Shindou no le hacía falta tener contacto con miembros del Clan Tora para intuir que había motivos ocultos detrás de aquel enlace, su calculadora mente había hecho sitio para aquella posibilidad. El único motivo por el que no había hecho públicos sus pensamientos era porque no quería precipitarse, darle su opinión a Kirino y que este, en su impulsividad, diera al traste con la boda sin saber a ciencia cierta si había peligro.

— Y disculpa, jovencito, ¿por qué estas aquí? Tu pueblo no tiene nada que ver con este enlace —preguntó una dama Kitsune.

— Eso me temo, mi bella señora, que no es asunto suyo.

La mujer, contrariada, se apartó de él a la vez que comentaba con su compañero:

— Estos dragones siempre creyéndose superiores al resto de mortales...

Pero Shindou ya no le estaba prestando atención. Detectaba algo extraño en la multitud... algo que sobresalía demasiado.

Por un momento pensó en olvidar aquella extraña sensación, pero después recordó un dicho del Clan Ryū: «Si hay humo, quiere decir que hay fuego».

Era mejor cerciorarse de que no había ningún peligro.

Se dio una vuelta por palacio, esperando que algún impulso o pista le dijera por donde podía empezar a investigar, cuando detectó algo que encima de él.

Levantó la cabeza, pero no había nada que destacara del resto... salvo las vigas de madera colocadas de tal forma para que alguien lo suficientemente ágil pudiese pasar por ellas.

Ninjas.

Aquel fue el único pensamiento que pasó por la cabeza de Shindou antes de salir corriendo en búsqueda de su amigo.

**********

El ninja Tora superviviente intentaba huir de aquellas sombras ágiles que intentaban darle caza mientras buscaba al príncipe.

Aunque los Kitsunes traidores habían conseguido asesinar furtivamente a casi todos los miembros de aquella operación, no habían conseguido salvar al shōgun y a la reina. A ambos les habían tirado dardos venenosos que habían hecho efecto en ellos antes de que pudieran darles el antídoto.

Pero, aún así, parecía mentira que tres zorros pusilánimes les hubiesen conseguido asesinar con tanta facilidad. Nunca debieron haber confiado en ellos; serían ninjas, pero seguían siendo fiel a su maldito clan.

Daba igual que le vieran como tigre a esas alturas. El príncipe estaba cerca, el rastro de olor —que había memorizado gracias a un trozo de ropa suya que le habían hecho oler— así lo indicaba. Si conseguía encontrarle, matarle y huir con vida cobraría un dineral que le permitiría vivir como un noble el resto de su vida sin mover un músculo.

En mitad de su carrera, un dardo le acertó y le perforó una vena. Haciendo que parase en seco.

Era un dardo paralizante.

Aún sabiéndolo, intento seguir moviéndose.

No lo consiguió.

Los Kitsunes traidores le dieron alcance y, sin titubear, le clavaron una daga en el corazón, quitándole la vida piadosamente rápido.

— Este era el último.

— ¿En serio se ha acabado? —preguntó Kariya, sudando a mares.

— No lo creo, deberíamos avisar a los príncipes para que cancelen la boda y se pongan a cubierto. Después de la muerte de sus padres a manos de los Toras no creo que quieran celebrar ninguna unión con ellos —dijo Hiroto.

— Yo puedo encargarme de ello. Vosotros deberíais escapar. Si se enteran de que habéis estado en esto irán a por vosotros.

— Lo mismo podría decirse de ti.

— Pero yo no tengo la responsabilidad de defender a nadie.

Hiroto sonrió, maravillado ante la agudeza de su alumno.

— Parece que nuestro hombrecito se ha convertido en hombre —dijo mientras le acariciaba la cabeza.

Kariya, molesto, intentó alejarse de él.

— Bueno... voy a ir a por el príncipe. No debe de estar muy lejos.

Tras decir esto, se transformó en animal y con ayuda de sus mentores se agarró firmemente el zurrón a la espalda. Tras esto, continuó su carrera en busca del olor.

— ¡Ten cuidado! —fue lo último que pudo oír antes de perderse por el pasillo.

**********

Tras rato buscando, Kirino encontró a Gouenji en el lugar donde se habían visto por primera vez.

— Joven Kirino. ¿Qué hace aún aquí?

— He venido a avisarte de que han encontrado los cadáveres de ninjas Tora, es muy posible que vengan a frustrar la boda. He venido a buscaros a mi hermana y a ti para que os pongáis a salvo.

— Ya veo...

— ¡Kirino! ¡Aléjate de él!

La voz de su amigo Shindou resonó por toda la estancia.

— ¿Shindou?

Antes de que pudiera reaccionar de cualquier otra forma, el hombre que se encontraba enfrente de él empezó a cambiar de forma. El atractivo hombre de rasgos finos y pelo blanco se transformó en un fascinante tigre albino de gran tamaño que le fulminaba con el brillo de sus ojos azabache.

— ¡Kirino!

Antes de que Shindou o él pudieran hacer nada para detenerlo, el tigre se abalanzó sobre la esbelta figura de Kirino, dispuesto a destrozarla entre sus colmillos y garras.

El tiempo se detuvo.

El príncipe, llevado por un impulso, se intentó defender retrocediendo y poniendo los brazos en frente suya; su amigo corría lo más rápido que podía para intentar salvarlo; y un pequeño zorro se metía entre el enorme tigre y el joven al que amaba.

Los colmillos de Gouenji se clavaron dolorosamente en su carne, haciéndole emitir un horrible gemido de dolor.

El animal más grande, al comprobar que no había alcanzado a su presa, zarandeó al animalito y lo tiró violentamente a un rincón de la estancia.

Pero cuando quiso volver a centrarse en su víctima, Shindou le atacaba con su katana, forzándole a pelear con él.

Mientras tanto, Kirino se acercó al pequeño que le había salvado la vida y que se encontraba prácticamente destrozado en el suelo.

— ¿Por qué...?

El animal, en su agonía de dolor, le miró fijamente a los ojos.

El combate entre tigre y Ryū continuaba. Aunque el animal era más fuerte, el joven era más ágil y dominaba su katana como si fuese una extensión de su cuerpo.

Kariya, intentando con todas sus fuerzas no desmayarse del dolor, consiguió articular:

— M-mi zurrón.

Shindou con una elegante finta consiguió esquivar la nueva arremetida del tigre y cortarle una de las patas delanteras, haciendo que se revolviera de dolor.

Kirino, con lágrimas en los ojos y con toda la delicadeza de la que era capaz, deshizo el nudo del zurrón y registró lo que había dentro. A parte de diferentes tipos de armas y unos frascos con líquidos extraños dentro, lo único que llamó su atención era un sobre de papel.

El tigre, agonizante y desbocado, intentó atacar a la desesperada a Shindou tirándose sobre él como había hecho con el príncipe. Pero esta vez no consiguió que su dentadura agarrara nada, lo único que le esperaba tras caer era el filo de la katana de su enemigo, que le traspaso limpiamente el estómago, provocándole la muerte.

Tras limpiar su arma en el pelaje del tigre, Shindou la enfundó y se acercó corriendo a Kirino, que se esforzaba todo lo que podía para que su pequeño salvador no se desangrara en el suelo.

— Se va a morir... —sollozó el príncipe.

Shindou se acercó al animal para comprobar que su columna vertebral no estuviera rota.

— Aún podemos salvarle —dijo mientras cogía al cachorro en brazos y echaba a correr con él—. ¡Tu hermana se encuentra en tu alcoba! Reúnete con ella y no salgas de ahí hasta que yo vaya a por ti.

Kirino, sin fuerzas para protestar, obedeció a su amigo, avanzando lentamente por el castillo.

El olor a sangre que impregnaba su precioso kimono le mareaba, y las lágrimas que tenía a causa del susto y a las circunstancias del pequeño zorro le impedían ver bien por dónde iba.

Una vez en el ala de dormitorios, se dejó caer contra la pared exterior de su cuarto.

Antes de reencontrarse con su hermana quería leer lo que había cogido del zurrón. Sentía que se lo debía al pequeño Kitsune, y sabía que una vez empezara a hablar de lo que había ocurrido aquella noche no podría leerlo con tranquilidad.

Con torpeza, abrió el sobre y leyó, con la infantil y descuidada letra del pequeño ninja, todo lo que este había tenido que sufrir hasta que había escrito aquello.

Cuando llegó al final de la carta, seis palabras le hicieron romper a llorar como nunca lo había hecho.

«Soy un ninja, pero quiero amar».

**********

— Me parece mentira que Gouenji traicionara de esa forma el último deseo de su padre.

— Al parecer él nunca estuvo de acuerdo con la paz. Quería que fuese el Clan Tora quien tuviese derecho sobre estas tierras... la forma más fácil de hacerlo era casarse con mi hermana y asesinar al resto de la familia.

Unas voces conocidas le llegaron desde la distancia. Sentía todo su cuerpo pesado y adolorido, y los párpados se le negaban a abrirse.

Movió los dedos.

Bien. Por lo menos sabía que no estaba muerto.

— En cualquier caso deberíamos dejar de hablar de esto. Me preocupa mucho más el pequeño, hace una semana ya que está en estado...

— Sus heridas son muy graves, tiene suerte de no estar muerto.

— Lo sé, Shindou, lo sé. Y de veras que te agradezco que consiguieras que le ayudaran tan rápido.

— Nadie es capaz de decirle que no a un dragón. Al menos nadie que no quiera morir en el intento.

— Me alegro de que haya conseguido sobrevivir —dijo volviendo al tema—. Me alegro que entre tanta muerte haya por lo menos salido algo bueno, aunque sea para él.

— No sé si tener semejante cicatriz es algo bueno... pero sí tienes razón, desde luego es mejor que estar muerto.

— Bueno, a ti también te ha salido bien el participar en todo esto; ahora tengo todo el derecho del mundo a ofrecerte que seas mi samurái.

— No lo hice con esa intención... pero no tengo problema con ello, lo prefiero a volver a mi clan.

Hubo un momento de silencio.

— Dentro de poco me coronarán como shōgun —cambió de tema Kirino—, no han esperado si quiera a que supere la muerte de mis padres.

— El pueblo necesita a alguien al frente. Tú eres el heredero legítimo y no puedes rehuir de tus responsabilidades.

— Lo sé... Shindou, ¿te importaría dejarme solo un rato? Tengo cosas en las que pensar.

Sin decir nada más, el samurái salió de la habitación.

Kariya, molesto por tanto ruido, abrió lentamente los ojos. Cuando consiguió abrirlos del todo, se encontró con unos ojos celestes mirándole fijamente.

Se encontraba tumbado boca abajo en un futón extremadamente acolchado y cómodo.

— Hola, pequeñajo. ¿Cómo te encuentras?

El susodicho se pasó la lengua por los labios resecos.

— Toma. Bebe un poco de agua.

Ya que Kariya no se podía mover, Kirino le acercó el cuenco de agua con infinito cuidado, procurando no hacerle daño ni atragantarle.

— ¿Mejor?

— Mejor —respondió Kariya aún con la voz rasposa.

Kirino, aliviado, se sentó de nuevo en el precioso cojín que había estado usando hasta ese momento.

— Siento mucho no haber podido salvar a tus padres...

— Intentaste salvarles también a ellos, ¿verdad?

Asintió con toda la fuerza de la que era capaz.

— Pero no fuimos capaces de adelantarnos a sus movimientos. Se nos escaparon y no pudimos hacer nad...

Kirino le puso una mano en el hombro, indicándole que parara.

— Lo siento.

El príncipe suspiró hondo antes de continuar hablando.

— No te preocupes. Ha sido culpa nuestra por no protegernos todo lo que pudimos y ser tan confiados, tú hiciste todo lo que pudiste.

Aún con esas, Kariya no pudo evitar sentirse muy mal por el príncipe. Si a él le hubiese pasado algo similar y hubiese perdido a sus seres queridos... no sabía cómo podría actuar.

Tras un rato de incómodo y tímido silencio, Kirino se sacó un sobre roto y arrugado del interior del kimono.

— He leído tu carta.

— Entonces lo sabes todo.

— Todo no. Me temo que no podremos conocernos tanto como tú deseas si no me dices primero tu nombre y me explicas cuándo y dónde te enamoraste de mí; no te recuerdo de nada, lo único que sabía de ti antes de leer esto es que eres un cabezota que no se rinde fácilmente y que tenía hartos a los guardias —dijo Kirino con una gran sonrisa mientras le acariciaba con cariño detrás de las orejas.

Kariya movió la cabeza para profundizar el contacto. Y, cuando se encontró a gusto, cerró los ojos y empezó a mover la cola.

— Puede que tarde un poco en contártelo todo... me da vergüenza.

— Tengo todo el tiempo del mundo.

**********

Pasaron los meses.

Tras la coronación de Kirino todo había vuelto más o menos a la normalidad en el Clan Kitsune: el pueblo, que se encontraba asustado por el posible ataque del Clan Tora, no tardó en tranquilizarse al descubrir que aquel accidente —aunque grave— había sido un incidente aislado.

La hermana de Kirino, tras todo lo ocurrido, se había negado a contraer otro matrimonio político y le había insistido a su hermano que le permitiera reinar junto a él para poder ayudarle a él y al resto de su pueblo; algo a lo que él no se negó. Y, gracias a ello, consiguió seguir manteniendo su amistad con Shindou... y conocer cada vez más a Kariya.

Ambos habían tenido sus roces al principio; su forma de vida y de pensar eran bastante diferentes entre sí, pero gracias a las largas tardes en las que habían estado hablando y debatiendo sobre ellas habían podido confraternizar y comprenderse el uno al otro... además de cogerse mucho cariño.

Aunque Kirino había empezado a sentir algo más que simple cariño fraternal hacia Kariya, el joven ninja le hacía sentir un cálido sentimiento que no había sentido nunca hacia nadie y le hacía querer estar todo el tiempo que pudiese junto a él.

Por otra parte, el amor de Kariya hacia Kirino no había hecho más que aumentar. Su sueño de poder ser feliz con su príncipe, aunque no fuese exactamente igual a como lo había imaginado, se había cumplido. Y se sentía lleno por dentro al estar junto a él. Además, hacía poco Kirino le había hecho la propuesta de pasar a ser su ninja personal.

Desgraciadamente, y aunque le había dado su palabra de que lo haría, Kariya sabía que tendría que incumplir su promesa.

Noches después de que cicatrizasen sus heridas, Kariya se escabulló de su habitación. Tenía que ser rápido y sigiloso si no quería que la guardia o el propio Kirino se diese cuenta de su fuga.

Cuando ya estaba a punto de salir del piso de dormitorios, una voz dura y fría le puso los pelos de punta.

— ¿Te marchas?

Kariya se dio la vuelta lentamente.

— Shindou... esto no es asunto tuyo.

— Pero sí de Kirino. ¿Te has despedido de él siquiera?

Kariya se puso la mano en el pecho.

— No tendría corazón para hacerlo.

— Claro, prefieres que sea él quien sienta dolor al despertarse mañana y no te vea por ningún lado, muy maduro.

Kariya mostró los colmillos.

— Le he dejado una carta en mi dormitorio explicándole mis motivos para irme. Shindou, no te metas.

— De acuerdo. Márchate. Pero podrías pasarte antes ha recoger tus armas en el sótano, dejar tus cosas tiradas por ahí no creo que sea buena idea.

Kariya pasó de él y bajo a la planta principal.

**********

Tras recoger sus armas, Kariya no se amilanó más y salió disparado del edifico. Pero antes de que pudiera empezar a trepar el muro una sombra que se encontraba apoyada contra el muro le hizo frenarse en seco.

— Kirino...

— Shindou me avisó de que te marchabas. ¿Por qué? ¿Es que acaso no me amabas?—Kirino parecía realmente afectado.

— Por supuesto que sí, pero no puedo quedarme aquí. Por lo menos no todavía —dijo Kariya mientras se acercaba a Kirino y le acariciaba con cariño la mejilla—. Tengo que volver al bosque a comprobar que mi familia está bien tras todo lo que ocurrió.

— Entonces volverás pronto, ¿verdad? No hacía falta que te escabulleras en mitad de la noche como un ladrón —le riñó.

— Me temo que no va a ser solo un tiempo... quiero terminar de formarme como ninja.

— ¿Eh?

— Si quiero protegerte y apoyarte como hace Shindou tengo que aprender a ser un buen ninja, hacerme mayor y más fuerte.

— No hace falta que seas más fuerte. Si no quieres ser un ninja yo no tengo problema en que trabajes de cualquier otra cosa... o incluso de que no trabajes. Yo puedo mantenerte para siempre si así lo deseas —dijo con la voz teñida de desesperación.

— No se trata de eso. No quiero aceptar una oferta tan caradura como esa, además de que no se trata solo de ti... de nosotros —se corrigió, sonrojándose—. Quiero ser un auténtico ninja.

Kirino, dolido, se apartó un momento del más pequeño para después recuperar la compostura y volver a acercarse a él y acariciarle cariñosamente la cabecita.

— Está bien, te dejaré ir. Pero solo si me prometes que cuando acabes de entrenarte... volverás conmigo.

— Te lo prometo —dijo con total seriedad.

Kirino acercó su cara a la de Kariya y le dio un suave beso en los labios.

Tras dirigirse una intensa mirada en la que intentaban expresar todo lo que sentían, Kirino se alejó lentamente de su amado, volviendo al interior del castillo.

— Esto solo es un hasta pronto —susurró Kariya llevándose los dedos a los labios para después desaparecer en la oscuridad de la noche.


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