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Querido amigo por Cris fanfics

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Una voz chillona me sobresaltó, sacándome violentamente de la nada en la que me había sumido la noche anterior.

Parpadeé, desubicado, e incorporé la mitad superior de mi cuerpo golpeándome la cabeza contra la base de la cama superior.

— ¡Ay! —gemí.

— ¡Arriba, dormilones! —exclamó la misma voz que me había despertado—. ¡Es la hora del desayuno! Si llegáis tarde no os quejéis de que se han comido lo mejor.

Antes de poder responder, la niña de melena azul y mechones blancos peinados meticulosamente salió disparada de la puerta del cuarto haciendo mucho ruido mientras corría por el pasillo.

Me acaricié con cuidado mi dolorida cabeza mientras asimilaba dónde me encontraba.

Y recordé.

El niño que había conocido la noche anterior bajó la escalerita de nuestra litera.

— Buenos días, ¿qué tal has dormido?

— Bien —le respondí sin ganas de hablar.

Me sonrió.

— Me alegro. Ahora tenemos que darnos prisa en ducharnos si no queremos desayunar avena y frutos secos. ¡Si llegamos los primeros aún podremos comer cereales de chocolate! —exclamó mientras cogía ropa limpia de un buró de color crema repleto de pegatinas de planetas y estrellas y salía de la habitación dejando abierta la puerta.

Me quedé un tiempo más en la cama, sin saber qué hacer. Gran parte de mí quería volver a acurrucarse entre las sábanas y no salir de allí en todo el día. Además, Xavier había salido demasiado exaltado como para darse cuenta de que yo ni siquiera sabía cómo llegar solo a los baños.

La aprensión que había sentido el día anterior volvió con más fuerza aún, haciendo que mi cabeza no parase de repetir una y otra vez los mismos pensamientos:

«Quiero volver a casa. ¿Dónde están papá y mamá?»

Antes de que me decidiera a salir de la cama, Xavier volvió a entrar en nuestro cuarto, pero esta vez ya no llevaba puesto el pijama sino una sencilla sudadera verde y unos pantalones de color beis. También llevaba consigo una bandeja que sostenía un bol verde con cereales, una manzana y un vaso con zumo de naranja.

Y no venía solo. Aquilina le acompañaba, llevando en sus brazos el pijama cuidadosamente doblado del pequeño.

— ¡Hola de nuevo! —me saludó Xavier con una pequeña pero amigable sonrisa mientras dejaba la bandeja en el escritorio—. He conseguido salvar tu desayuno.

— Buenas días, Jordan. ¿Cómo te encuentras? —dejó el pijama en una esquina de la cama superior.

— No lo sé.

Ella suspiró, pesarosa.

— Soy Aquilina, nos conocimos ayer.

— Te recuerdo… y también a tu nombre.

Aquilina se quedó callada unos momentos, esperando a que yo continuara hablando. A la vista de que yo no tomaba la iniciativa, lo hizo ella:

— ¿Te dijeron qué lugar es este antes de traerte?

Negué con la cabeza.

— Este es el orfanato Don Sol… ¿Sabes lo que es un orfanato? —me preguntó al no ver reacción de mi parte.

Volví a negar.

— Es un lugar a donde traen a niños y niñas sin hogar o sin familia y se encargan de ellos hasta que son adultos o hasta que alguien decide llevárselos para cuidarlos bien.

— Yo tengo familia y tengo casa —contesté, irritado—. ¿Dónde están papá y mamá? ¿Cuándo van a venir a buscarme?

Aquilina espiró con resignación y se giró en dirección a Xavier, que en aquel tiempo se había acomodado en un silla atento a nuestra conversación.

— Xavier, ¿no te importaría bajar a la guardería a ayudar a Dave?

Él pareció entender lo que estaba ocurriendo.

Dejando la bandeja en el escritorio salió de la habitación, no sin antes dedicarme una sonrisa.

Entonces Aquilina se sentó a mi lado, obligándome a replegar mis piernas para darle espacio, quedando ella en una posición muy incómoda en la que tenía que encorvar la espalda para caber en el pequeño espacio que separaba ambas camas.

Me miró a los ojos y cogió una de mis manos.

—Tus padres no van a volver.

— ¿Qué quieres decir? ¿Por qué no?

— Aún eres muy pequeño para entenderlo.

— ¿Dónde están? Mamá me dijo que vendría a buscarme después de que terminara de trabajar —dije desesperado.

— Escucha, Jordan... —empezó—, no puedo contarte lo que les ha ocurrido. Sé que es difícil pero no es el momento para que lo sepas. Solo ten paciencia.

— ¿Por qué? ¿Qué les ha pasado?

Ella abrió la boca para responder, pero era tarde. Una idea fugaz cruzó mi mente para anclarse en ella y hundirme en un profundo dolor.

Y mi mirada reflejaba mis sentimientos mejor que todas las palabras del mundo.

— Jordan, no...

— Están muertos, ¿verdad?

Aquilina no respondió, pero no hizo falta, su rostro confirmaba mis sospechas.

Respiré hondo. Una, dos, tres veces. Pero no pude evitarlo; empecé a llorar más de lo que había llorado en toda mi vida. Estaba solo, mis padres me habían abandonado y, lo que era peor, lo habían hecho para siempre.

Nunca más volvería a verlos.

Nunca más dormiría entre los brazos cariñosos de mi madre mientras me tatareaba nanas y me acariciaba.

Nunca más volvería a jugar al fútbol con mi padre.

Nunca más podríamos sacarnos fotos en nuestras excursiones al monte Fuji ni ir a recoger conchas en la playa de Sesoko.

Con tan solo cuatro años me había quedado sin padres.

Mientras asimilaba todo aquello, Aquilina se acercó a mí y me abrazó. Estuvo a mi lado mientras lloraba y gritaba que me devolvieran a mi padre y a mi madre; gritos que se escucharon en todo el orfanato.

Tiempo después, aún con los ojos llenos de lágrimas, caí en los brazos de Morfeo y, aquella vez, sí soñé.

En mi sueño volvía a estar en casa, todo había sido una pesadilla y mi padre me cogía en brazos y me decía que todo estaba bien, que mamá y él estarían siempre a mi lado.

Desgraciadamente, en el fondo sabía que aquello no era más que un hermoso sueño.


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