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Querido amigo por Cris fanfics

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Pasaron los meses. Aquel día nos encontrábamos jugando en el interior del orfanato mientras oíamos las gotas de lluvia salpicando las ventanas.

— ¿Qué demonios es esto? ¿Es una broma?

Aquellas palabras nos sacaron a Xavier, Isabelle y a mí de nuestra partida de parchís.

Claude y Bryce habían empezado una de sus discusiones y nosotros, aburridos, nos acercamos para saber qué tripa se les había roto en aquella ocasión.

— No es una broma —contestó tranquilamente Bryce, apartándose parte de su flequillo blanco de la frente mientras observaba con aires de superioridad a Claude y le tendía un dibuje deforme.

El horrible dibujo retrataba a un chico sospechosamente similar a Claude que sonreía como un idiota y tenía escrito en un bocadillo:

«CREO QUE SOY LIZTO»

—¡Yo no soy así!

— Pues yo creo que te pareces bastante, tal vez deberías colgarlo en la placa al lado de tu cuarto, así te sería más fácil identificar tu habitación.

Claude se levantó de la silla en la que había estado coloreando y gritó:

— ¡¿Te estás riendo de mí?!

— ¿Te faltan neuronas para darte cuenta de que te estoy haciendo un favor? Así no tendrás que esforzarte en leer los kanjis de las puertas.

Claude se quedó blanco. Aquel había sido un golpe bajo. Bryce sabía perfectamente que se estaba quedando atrás en los estudios desde hacía tiempo, y no porque fuese estúpido o tuviese problemas con el nivel, sino porque se distraía fácilmente y no solía prestar atención ni en las clases ni cuando estudiábamos individualmente.

— Ya basta chicos —intervino Dave antes de que cualquiera de los dos tuviera la oportunidad de continuar—. Bryce discúlpate, esta vez te has pasado.

Bryce miró desafiante al mayor, poco dispuesto a hacer lo que le pedía.

— Eres como una serpiente —dijo Claude mirando con repugnancia al chico de pelo blanco—, normal que tus padres te abandonaran, no tienes corazón.

Un silencio cargado cayó en la habitación como un jarro de agua fría. Solo bastó unos instantes para que Claude se diera cuenta de que el que se había pasado en aquella ocasión había sido él.

— Yo… lo siento. No quería decir eso.

El otro niño se encogió de hombros.

— No importa.

A pesar de sus palabras, Bryce cogió los lápices de colores y unos cuantos folios y se marchó de la estancia, muy probablemente para buscar refugio en su habitación.

Nadie pronunció una palabra hasta que Claude también abandonó la sala, sin mediar palabra y conteniendo las lágrimas causadas por la rabia.

— ¿Qué acaba de pasar? —preguntó Dave, desubicado.

Nadie supo qué responderle.

Tanto Claude como Bryce eran… niños particulares. Nadie dudaba de que había que darles de comer en un plato a parte.

Pero todos sabíamos que el más raro de los dos era Bryce.

No era un mal chico pero tampoco se podía decir que fuera un alma cándida, por no hablar de su incapacidad para empatizar con los demás. Aunque aquello último no era unidireccional, los demás tampoco sabíamos que era lo que sentía o pensaba realmente. A parte de su frialdad las cosas que más destacaban de Bryce eran su inteligencia —que era muy superior a la media de su edad— y sus capacidades académicas. Mientras nosotros estudiábamos cómo hacer operaciones sencillas y aprendíamos a leer y escribir bien los kanjis, él ya sabía hacer ecuaciones de segundo grado y leía literatura del periodo Nara. Sin lugar a dudas era un estudiante sobresaliente, incluso en deporte.

— Nunca les había visto pelearse así —dijo Isabelle tras que se relajara el ambiente—, ¿creéis que estarán bien?

— «Ira de hermanos, ira de diablos».

— ¿Qué significa este, Jordan? —preguntó Xavier, como era ya habitual.

Al poco de empezar a juntarme con el resto de niños empecé a usar refranes. La gran mayoría de ellos los había aprendido de mi madre, que solía usarlos constantemente. Siempre me había gustado cómo ella los usaba para resumir una situación o dar consejos a las demás, así que había decidido hablar de la misma forma.

Y Xavier, al igual que yo tiempo atrás, preguntaba con curiosidad el significado de aquellos refranes que no conocía.

— Significa que aquellos que se quieren mucho se dicen las palabras más fuertes cuando discuten, llegando a usar hasta sus puntos débiles para hacerse daño.

— Pero ellos no son hermanos —me rebatió Isabelle.

— No, pero es como si lo fueran. No es la primera vez que discuten y al día siguiente les ves juntos de nuevo, como los hermanos de verdad. Confiemos que esta vez no será distinta a las demás —intervino Dave, que había estado escuchando toda la conversación y opinaba igual que yo.

Isabelle y Xavier asintieron, esperando que tuviera la razón.

**********

Y así pasamos el resto de aquel día de lluvia aburriéndonos, sin que nada hiciese que aquel día resaltara sobre los demás… hasta que llegó la noche.

Habíamos terminado de cenar y Claude, Isabelle y yo íbamos a la sala de juegos a aprender a jugar al Uno con Dave —que se había ofrecido al ver que no controlábamos para nada los juegos de cartas y había decidido ser él el que nos “ilustrara” sobre el tema—, cuando Aquilina entró por la puerta principal acompañada por un hombre que no habíamos visto nunca.

El desconocido era alto, esquelético y, además, vestía un traje negro de ejecutivo que hacía más notoria su delgadez extrema. Con lo único con lo que se me ocurrió comparar su cara fue con la de una rata de alcantarilla que se había vuelto estúpida tras golpearse, muy fuertemente, contra una pared.

Me cayó mal desde el principio. Aunque supongo que el hecho de que en nuestra primera toma de contacto él se limitara a mirarme por encima del hombro y empujarme mientras me decía que me quitara de en medio no ayudó demasiado a que fuera de otra manera.

Ambos, Aquilina y el ejecutivo, se encaminaron al pasillo que llevaba al despacho de padre.

— ¿Qué pasa con ese viejo? Que simpático —refunfuñó Claude, indignado, mientras me ayudaba a levantarme.

— Parecía que nos quería borrar del planeta con la mirada —añadió Isabelle, estremeciéndose.

— Huele a arrogante a leguas, pero como dice el dicho: «quien al cielo escupe en la cara le cae».

Mis compañeros no me hicieron caso, ya que no sabían el significado de aquel refrán y no podían entender lo que quería decir.

— ¿Quién creéis que será?

— Ni idea, pero seguro que padre le da con la puerta en las narices. Dudo que aguante a un amargado como ese.

— Me huele a chamusquina… ¿Les seguimos?

Claude e Isabelle se miraron el uno al otro, dudosos.

— Dave nos está esperando y dentro de poco nos tendremos que ir a dormir… además a padre no le gustaría que estuviésemos en medio de una conversación de adultos —rechistó Isabelle, jugueteando con las mangas de su vestido rosa y blanco con nerviosismo.

— No tiene por qué enterarse.

— Yo creo que es mejor no ir, no nos enteraríamos de nada de lo que dicen y tampoco podrías vengarte de él con Lina delante, si es eso lo que estás pensando.

— Seguramente padre ofrezca al invitado algo de té y mande a Aquilina a hacerlo. Vosotros podríais distraerla y yo, mientras, podría poner un poco de sal en el té… como unas tres o cuatro cucharadas grandes.

Mis compañeros estallaron en carcajadas, encantados por la idea pero sin terminar de creerse que estuviese hablando en serio. Hasta que les dirigí una mirada entre pícara y segura.

— ¿Quieres hacerlo de verdad? —preguntó Claude, sonriendo de oreja a oreja.

— Padre y Lina se enfadarían con nosotros…

— Venga, Isabelle, si nos descubren yo cargaré con toda la culpa, así que no tienes que preocuparte. Y si no nos descubren tampoco le pasará nada a Aquilina, no es tan grave y cualquiera puede confundir el bote de azúcar con el de la sal.

Sin nada más que objetar, especulamos cómo realizar mi retorcido e increíblemente brillante plan. Una vez decidimos qué hacer, me limité a ir a la cocina y esperar a que Aquilina llegara.

A los pocos minutos, se abrió la puerta.

— ¿Qué haces aquí a estas horas? Debería estar en tu cuarto o en la sala de juegos.

— Tenía sed y Dave me dijo que podía encontrar refrescos fríos aquí.

— No sé qué te ha hecho pensar que vas a encontrar bebidas en la alacena, pero haré como que te creo. —Empezó a preparar el té—. Siento no haber dicho nada cuando ese hombre te empujó antes, pero no podía correr el riesgo de enfadarle —confesó claramente arrepentida—. Ha venido aquí a ofrecerle a padre algo que podría ayudar mucho a mantener y mejorar el orfanato…

— No pasa nada —le contesté con una gran sonrisa, después de todo, no era con ella con quien estaba enfadado.

Estuvimos un minuto en silencio.

Yo estaba demasiado centrado esperando a que mis compañeros hicieran su entrada triunfal como para sacar algún tema de conversación, y Lina había decidido pasar el tiempo en el que la bebida se calentaba mirando su siempre fiel colgante.

Me dí cuenta de lo que estaba haciendo y, entonces, me pudo la curiosidad.

El colgante de Aquilina era de los que permitían guardar una foto en su interior, pero yo nunca había visto la fotografía que nuestra “hermana mayor” siempre observaba con tanto cariño.

— Lina… ¿Podría mirar tu foto?

Ella no se esperó mi repentino comentario, parecía haber estado en la nube hasta que le hablé, por lo que reaccionó como si le hubiese dicho una barbaridad… o como si no me hubiese entendido en absoluto.

— Disculpa, ¿qué decías?

— Me gustaría ver la foto que guardas en el colgante.

Durante un momento parecía que iba a negarse, pero acabó quitándose el collar y tendiéndomelo.

Una mujer increíblemente bella y deslumbrante me sonreía a través de aquel recuerdo inmortalizado. Su melena pelirroja le caía sobre los hombros y sus ojos azules brillaban con una chispa entre juguetona y cariñosa que me recordó inoportunamente a mi madre.

Aquilina se agachó para ponerse a mi altura.

— Es mi madre, ¿a que es muy guapa?

— Sí, mucho, se parece a ti.

— Gracias —me revolvió el pelo con cariño.

Volví a centrarme en la foto antes de devolvérsela y preguntarle:

— ¿Dónde está tu madre ahora? ¿Por qué no esta con tu padre y contigo? —pregunté con toda inocencia.

El semblante de Aquilina cambió, parecía que iba a echarse a llorar en cualquier momento.

Tragó saliva y, con ella, las lágrimas.

Iba a contestarme cuando un grito la descolocó.

— ¡Linaaaaaa! ¡Isabelle está llorando! ¡Dice que le he perdido sus muñecas!

Aquilina, exasperada y saturada, dejó el té calentándose en la cocinilla de gas y la taza en la encimera para ir a ver qué pasaba con Claude e Isabelle.

Yo no perdí el tiempo.

Olvidándome de lo que acababa de ocurrir entre Lina y yo, cogí el tarro de sal y, aún considerándolo poca cantidad, eché seis cucharadas. Una vez terminada mi venganza, salí de la cocina procurando que mis cómplices —que se encontraban frente a la entrada— se dieran cuenta de ello.

Me marché a dar un vuelta por el pasillo para reunirme con ellos rato después en una de las escaleras que llevaban a la segunda planta.

— ¿Cómo sabes que no se dará cuenta? —fue lo primero que preguntó Isabelle.

— No creo que se fije, dejé el bote de azúcar al lado de la taza para que piense que ya había echado.

Mis cómplices empezaron a reírse y yo no tardé en unirme a sus carcajadas.

— ¡Vayamos a ver como actúa! —propuse con ganas de ver como caía mi víctima en la trampa.

— ¿A ver cómo actúa quién a qué? —dijo una voz que provenía de nuestras espaldas.

Gritamos, asustando también al recién llegado.

— ¡Xavier! ¡¿Quieres matarnos del susto o qué?! ¡Por poco se me sale el corazón del pecho! —exclamó Claude, aún con el corazón a mil.

— Os escuché reír y vine a preguntaros si queríais venir conmigo a aprender a jugar al Uno. Dave está enseñando en su cuarto.

Nos miramos entre nosotros, indecisos, pero sin atrevernos a hablar de lo que habíamos hecho con Xavier delante. Si se enteraba y aún tenía la oportunidad de dar al traste con la broma seguro que lo haría.

Así que nos limitamos a acompañarle y reunirnos con nuestro compañero más mayor, olvidándonos del extraño y solo recordando lo sucedido como una más de nuestras anécdotas; bromeando sobre ello con el resto de niños —obviamente procurando que ni Aquilina ni Schiller se enterasen—, demasiado orgullosos de aquella pillería como para callárnoslo solo entre los tres.

Cuando contaba lo ocurrido nunca imaginé lo que ese hombre podría llegar a cambiar mi vida, ojalá lo hubiese sabido… en vez de sal le hubiese echado veneno para ratas.


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