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Todas las veces que quieras, Baji-san por Lukkah

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Todos los derechos reservados para K. Wakui.

Notas del capitulo:

¡Hola, hola, pichones! :D

Llevaba un tiempo sin escribir, he estado algo liada... ¡Y he conocido esta fantástica serie! Me estoy coleccionando el manga, y ya me he visto la primera temporada del anime. Y la recomiendo encarecidamente!

Este es mi primer fic en el fandom, así que será un poco... Meh? El principio está un poco desordenado, pero luego la cosa mejora (sorry). ¡Espero que os guste!

[BajiFuyu es canon y no acepto otra respuesta]

                Keisuke Baji era un chico relativamente corriente –a primera vista. Más alto que la media para la edad que tenía, y también más fuerte. Su cabello oscuro y largo, ondeante al viento, solía llamar la atención y provocar que la gente cuchichease a su paso en desaprobación. Los jóvenes de hoy en día habían perdido las buenas costumbres con esos cabellos raros y esas ropas tan occidentalizadas.


Su rostro, en cambio, desestimaba cualquier intento de que nadie le dijera nada. Con esos ojos castaños, de color miel cuando eran bañados por la luz solar, y esa mirada penetrante que se colaba en lo más profundo de cualquiera, desentrañando cualquier secreto interno y rasgando su interior como si fuese un triste trozo de tela endeble.


Sus dientes, con esos caninos tan inusualmente pronunciados, anticipaban la mala fortuna que tendría cualquiera que se atreviese a enfrentarse con él. Porque Keisuke Baji era la viva imagen de un demonio. Un astuto y poderoso demonio, oscuro, frío y terrible. ¿Quién osaría amedrentar a un miembro del Inframundo en la Tierra? Sólo un descerebrado.


Sin embargo, por muy sobrenatural que pudiera ser su presencia, Keisuke Baji era humano. Concretamente, un chaval de 17 años que intentaba encajar en la sociedad para no defraudar a su madre. Había repetido el último curso de secundaria, y la desazón de ver a su madre llorar de una forma tan desconsolada, creyendo que había criado un futuro delincuente que acabaría asesinado demasiado joven, fue el punto de inflexión que necesitó para cambiar.


Pero cambiar era complicado.


Especialmente cuando los fantasmas del pasado –concretamente, uno– le perseguían sin descanso noche tras noche. Shin’ichirō Sano, hermano mayor de su gran amigo de la infancia y vecino Manjirō Sano, alias Mikey, había fallecido por su culpa. No fue suya la mano que le abrió la cabeza con una cazalla, pero lo vio. Estaba presente cuando sucedió, y Shin’ichirō lo estaba mirando a él cuando la vida le abandonó.


Hanemiya Kazutora había sido el asesino. Uno de sus mejores amigos –si no el mejor– por aquel entonces. Cinco años atrás, cuando ambos tenían 12 años –igual que Mikey. Como era menor de edad cuando los hechos sucedieron, se lo llevaron a un centro de menores, en el que había permanecido encerrado cumpliendo condena.


Pese a lo sucedido, Baji continuó saliendo con su grupo de amigos. Habían formado una banda con anterioridad, a petición suya, además, y era de lo que más estaba orgulloso. Baji era miembro fundador y capitán de la Primera División de la Tokyo Manji –la futura banda que se haría con el control de toda la ciudad y sería la más grande de todos los tiempos.


Por supuesto, ser un pandillero que vestía uniforme y pasaba las horas muertas recorriendo la ciudad en su moto y partiéndose la cara con cualquiera le alejaba de su idea inicial de calmarse y convertirse en un hijo decente –porque sabía que modélico no podría ser nunca. Pero cambiar era difícil, y más para alguien como Keisuke Baji, que disfrutaba haciendo lo que hacía.


Porque Baji era imprevisible como el viento. Tenía una naturaleza salvaje, fuera de lo común. Parecía que se movía por instintos, como un animal. Hacía lo que le venía en gana, ya fuese bueno o malo. Pero también se dejaba arrastrar cuando alguien conseguía adivinar sus pensamientos, provocándole para que desatase toda su furia.


Eso hacía Kazutora con él.


El chico había salido del reformatorio hacía pocas semanas, pero no se había reformado en absoluto. Entró con ganas de acabar con Mikey, y seguía queriendo asesinarle. Baji, que siempre había permanecido a su lado durante esos años, manteniendo el contacto mediante cartas que le escribía casi a diario, era incapaz de hacerle entrar en razón.


Hanemiya había abandonado la ToMan y había entrado en las filas de la Valhalla, una banda rival con más de trescientos miembros. La Valhalla era una banda con una naturaleza muy diferente a la de la Tokyo Manji. Mucho más violentos, mucho más despreocupados, mucho más delincuentes. Hacían lo que querían cuando querían y como querían, sin pararse a pensar en las consecuencias de sus actos.


Kazutora, conocedor de los puntos flacos de su amigo, habló con él y le convenció para abandonar la banda y unirse a la Valhalla. Aquello fue un golpe bajo para la Tokyo Manji y sus miembros, especialmente los fundadores. Mikey, como siempre, nunca exteriorizaba lo que pensaba, pero temía que el núcleo fundacional se desmembrase por completo –a fin de cuentas, ya había perdido a dos de los seis.


Por supuesto, en Valhalla no iban a admitir a Keisuke Baji así como así. Era un miembro importantísimo de la ToMan, y su deseo de entrar a la nueva banda podía verse perfectamente como un intento de infiltración. Así que le pusieron a prueba. Baji aceptó.


El moreno estaba decidido a hacerlo. No iba a dudar ni un segundo. Eso había creído cuando, a las diez y media de la noche, le había mandado un mensaje a Chifuyu para que se reuniera con él en el rellano de las escaleras del bloque de viviendas –donde siempre se reunían los dos solos.


Chifuyu Matsuno.


Se habían conocido ese mismo año, a comienzos del curso escolar. Baji había sido trasladado a otro colegio por repetir –incluso se habían mudado de barrio a petición de su madre en un intento de alejar a su hijo de malas compañías. Se vieron por primera vez en abril, el primer día de curso, y ahora, a finales de octubre, se habían vuelto inseparables.


O, concretamente, Chifuyu se había vuelto inseparable. Porque le seguía a todas partes como un perrito faldero. Hasta había entrado en la ToMan a expensas de pasar más tiempo con él, y se había convertido en el vicecapitán de la Primera División, justo por debajo de Baji –siendo su subordinado más leal.


Chifuyu había tenido también un pasado turbio, pero nada comparable al de Baji. Y, además, él sí que había conseguido dejar aquello atrás y salir adelante. No era de los mejores estudiantes del centro, pero iba aprobando. Las peleas habían quedado olvidadas aunque, desde que había entrado en la ToMan, los problemas habían regresado a su vida.


Porque Chifuyu Matsuno no parecía un delincuente. Sí, se teñía el pelo de ese rubio tan llamativo con ese corte de pelo que le hacía parecer una seta, dejando que su color oscuro natural se viese por debajo. Sin embargo, con el flequillo abierto, parecía más un gatito abandonado que alguien que podía partirse la cara con cualquiera y salir bien parado.


Porque el chico, un año menor que Baji, era realmente excepcional. Demasiado dulce para el mundo de las pandillas callejeras, demasiado duro para el mundo común. Sus ojos grandes, de color azul aguamarina, siempre reflejaban ternura y comprensión. Al menos, así lo creía Baji, porque Chifuyu siempre le había mirado con adoración –casi como si fuese un ser sobrenatural.


Su cuerpo aún estaba desarrollándose, más pequeño y enclenque en comparación con el de Keisuke –aunque el cuerpo de Keisuke no era válido para tenerlo en cuenta. Su rostro, en cambio, estaba perfectamente formado. Formado y alineado, porque era simétrico a rabiar. Simétrico y apolíneo, andrógino y hermoso y angelical.


Chifuyu Matsuno era guapo. Era muy guapo.


Baji tenía ojos en la cara, se había dado cuenta de ello. Además, las chicas de su colegio lo decían. Cuchicheaban sobre él, le miraban y se sonrojaban cuando hablaban con él. Con Baji también, pero ninguna de ellas se atrevía a entablar conversación. Chifuyu, en cambio, había recibido varias peticiones de citas formalmente, pero siempre las declinaba.


El rubio aseguraba que no estaba interesado en el amor, pero Baji sabía que mentía. Mentía, porque había estado en su habitación y había visto con sus propios ojos la enorme colección de mangas shōjo que el otro atesoraba en secreto –porque prefería que nadie supiese de sus gustos. El mundo pandillero era bastante cerrado y un dato como aquel no iba a pasar desapercibido –y pronto clasificarían a Chifuyu como algo que no era.


«¿Por qué lees shōjo?», había preguntado Baji una vez. «Porque me gustan las historias que cuentan», Chifuyu había respondido con simpleza. Y nunca más habían vuelto a hablar del tema. Así que, con tan poca información, Baji era incapaz de conocer la orientación sexual de su amigo. ¿La quería saber? Bueno, tenía curiosidad.


Tenía curiosidad desde que Chifuyu había entrado en la ToMan y los miembros lo habían conocido, ese mismo verano. Tenía curiosidad porque, cuando Baji se quedó un momento a solas ese mismo día, Mitsuya se le acercó y le comentó algo. Takashi Mitsuya era otro miembro fundador de la ToMan, y tenía un año más. Y, en muchos aspectos, era mucho más adelantado que el resto –como Draken.


«Creía que había una regla no escrita sobre traer parejas a la ToMan», comentó, con total simpleza aún a expensas de que Baji podía partirle la cara con la rapidez de un pestañeo. En cambio, el moreno se lo quedó mirando con cara rara –una mezcla de susto e interés. Mitsuya sonrió. «Vamos, no me digas que no te has dado cuenta. Ese chico está coladito por ti», añadió.


«¿Eso crees?», fue lo único que salió de la garganta de Baji, casi como si escupiese las palabras, sin poder interiorizar lo que estaba escuchando. «Está más claro que el agua. Una pena que no tenga oportunidad», Takashi terminó la conversación, marchándose y dejando a Keisuke sólo con sus pensamientos.


El moreno decidió forzarse a olvidar la breve conversación, aunque acababa recayendo una vez y otra vez –especialmente cuando se encontraba en la soledad de su cuarto, sumido en la oscuridad de la noche. ¿Era Chifuyu Matsuno, su segundo al mando y más leal compañero, gay? Gay, homosexual, maricón, muerdealmohadas… Baji conocía muchos adjetivos y todos, sin quererlo, parecían negativos.


El por qué lo desconocía, porque su mente no concebía nada negativo cuando se trataba de Chifuyu. Si era un chico estupendo, ¿cómo iba a tener algo malo? Además, ¿importaba mucho si a Chifuyu le gustaban los hombres? Es decir, los hombres eran más simples y fáciles de tratar que las mujeres. También eran más fuertes y más directos, más rudos. Adjetivos todos ellos que Baji consideraba como positivos.


¿Por qué iba a ser malo, entonces, que a Chifuyu le atrajesen los hombres? Si era normal.


«Normal». Keisuke sintió un escalofrío cuando alcanzó ese razonamiento. El hecho de calificarlo con ese adjetivo –«normal»– implicaba un grado de aceptación que el moreno nunca se había replanteado. El techo de su habitación le sirvió como hoja en blanco para meditar ahora que había entrado en serios devaneos filosóficos sobre la naturaleza humana.


Los músculos trabajados, que sobresalían sobre la piel, marcados con sus formas correspondientes y, a veces, decorados con venas azules. A Baji le gustaban los músculos así, los cuerpos así. Fuertes. Rudos. Por eso disfrutaba ejercitándose, porque él mismo quería ser así. Por eso admiraba a Mikey, porque era invencible.


Y todos los cuerpos que admiraba eran, casualmente, masculinos. Eran cuerpos de hombre.


«¿Me gustan los hombres o sólo me atrae su físico?». Baji intentó contestarse mentalmente. No era una respuesta sencilla, nunca se había parado a pensar seriamente lo que sucedía dentro de su corazón y su cabeza –por qué actuaba como actuaba y por qué le gustaba lo que le gustaba. Simplemente, lo daba por hecho como si fuese una norma no escrita.


El moreno pensó un poco más.


«Los hombres» era un término demasiado genérico. Había muchos tipos de hombres, sus propios amigos y miembros de la ToMan eran distintos unos de los otros. Él era distinto de ellos también. Había rubios como Mikey y Draken, morenos como él, y teñidos estrafalarios como Mitsuya y Takemichi –porque su rubio era muy feo.


Y luego estaba Chifuyu Matsuno.


«Chifuyu lleva el pelo combinado», pensó, recordando su imagen. Los mechones rubios de la cabeza le tapaban el rostro a modo de flequillo, mientras que el moreno se veía por debajo en la parte más corta. «Le queda bien. Está guapo». Sí, claro que estaba guapo. «Es que Chifuyu es guapo». Esa cara, esos ojos. «Sus ojos».


Keisuke comenzó a enumerar mentalmente toda una serie de características que le gustaban de Chifuyu, tanto físicas como psicológicas. Y, sin quererlo, acabó derivando en cosas algo absurdas, como los sonidos que emitía su garganta cuando jugaba con Peke J, o la forma que tenía de mirar los paquetes de fideos instantáneos cuando los compraban en un combini. «¿Quieres coger otros?», Baji siempre preguntaba. «Los peyoung son perfectos», era lo que Chifuyu siempre contestaba.


Había tantas cosas que le gustaban de Chifuyu que Baji se sentía abrumado. Tan abrumado que era incapaz de recordar lo que había anotado en su lista mental en primer lugar, y dudaba si se estaba repitiendo o no. Pero le daba igual, porque había algunas cosas de Chifuyu que le gustaban mucho.


«Sus ojos». Era imposible negar que los ojos de Chifuyu eran preciosos. De ese verde aguamarina tan llamativo, tan brillante como una joya. Cuando Baji era el centro de atención de aquellos ojos –lo que era bastante habitual–, se sentía bien. Se sentía muy bien. Le gustaba que esos ojos le mirasen a él y sólo a él.


«Su sonrisa». La sonrisa del rubio también era impresionante. Quizá no fuese tan expresivo como él, porque Baji era explosivo en todos los aspectos, pero el chico también sonreía a menudo –sobre todo, cuando estaban solos. Cuando hacían los deberes juntos y Baji se equivocaba; cuando alimentaban a los gatitos callejeros que había cerca de su bloque de apartamentos; cuando Baji sorbía con demasiada fuerza los fideos y se atragantaba.


«El honorífico». Chifuyu Matsuno sólo usaba el honorífico cuando se dirigía o refería a Baji. Cuando el moreno se lo preguntó, a sabiendas de que al rubio no le gustaba la estricta jerarquía japonesa, Chifuyu simplemente contestó con un «es que Baji-san se lo ha ganado». ¿Keisuke se lo había ganado? No estaba muy seguro de ello. Lo que sí estaba seguro, claro como el agua, era que cada vez que escuchaba su nombre en boca de Matsuno, Baji notaba un cosquilleo en la nuca. «Baji-san» era una bendición y una tortura a la vez.


Un mensaje deshizo todo su trabajo hasta el momento.


[Baji-san, son menos cuarto y habíamos quedado a y media].


El nombrado se levantó de la cama como un resorte. Ya no se acordaba que había quedado con el chico de sus sueños en el rellano de la escalera. «No es el chico de mis sueños, aún no he soñado con él» se forzó a repetirse mentalmente, pero una parte de él sabía que mentía. Aún no lo había hecho, pero lo iba a hacer en el futuro. Por un motivo o por otro, Baji iba a acabar soñando con Chifuyu.


Vistiéndose con la ropa que había dejado tirada por el suelo, a la velocidad de la luz, Baji salió por la ventana de su habitación con una agilidad comparable a la de un gato, a la de alguien que había hecho aquella maniobra infinidad de veces. Porque infinidad de veces se había escapado en mitad de la noche para reunirse con Chifuyu en el rellano de la escalera de incendios del tercer piso, el que quedaba en medio de las dos viviendas.


Llegó con la respiración levemente agitada y Chifuyu ya le estaba esperando en el sitio, sentado en la fría escalera metálica con las piernas recogidas y sujetas por sus brazos, con la cabeza sobre las rodillas mientras mataba el tiempo. Tenía el ceño ligeramente fruncido con el móvil en las manos y la mirada fija en la pantalla, y Baji se dio cuenta que no había respondido al mensaje.


–No me acordaba que habíamos quedado –habló el moreno a modo de disculpa.


–No pasa nada, Baji-san –el rubio sonrió suavemente, borrando la fea expresión de su rostro.


«El honorífico. Su sonrisa». Keisuke tragó saliva y se sentó a su lado, un escalón más abajo porque, por alguna extraña razón, necesitaba algo de espacio. «La razón no es extraña, la sabes de sobra» una voz que no era la suya apareció en su mente. Sí, era verdad. Baji conocía el motivo por el que había quedado con Chifuyu.


«El arcade abandonado».


–¿De qué querías hablar? –Matsuno preguntó con ese tono de voz tan dulce que sólo usaba cuando se encontraban allí, en su sitio privado y de nadie más.


El mayor tragó saliva y carraspeó suavemente, notando la incomodidad crecer en su interior.


–Necesito que… Tengo que ir a un sitio, y quiero que me acompañes –reorganizó la frase.


–¿Ahora? –la curiosidad de Chifuyu era genuina.


Sí, tenía que ser ahora. Ya lo había arreglado todo con Kazutora. Había renunciado a su puesto y ahora debía superar la prueba de lealtad que Shūji Hanma le había impuesto para entrar en la Valhalla. Tenía que investigar, tenía que infiltrarse. Sabía que algo no andaba bien, que ese tal Tetta Kisaki no era trigo limpio…


–Mañana por la tarde –respondió al cabo de unos segundos.


«Mañana por la tarde, porque quiero seguir mirándote un poquito más. Y quiero que me mires igual. Aquí sentados los dos. Solos, sin nadie más».


El rubio asintió levemente y, algo reticente, desvió la vista hasta el móvil –que aún seguía en sus manos. Baji se lamentó, quería ser el centro de atención de esos ojos.


–¿Tiene algo que ver con lo que pasó ayer...? –se atrevió a preguntar.


Ayer, Keisuke Baji renunció a su puesto en la Tokyo Manji sin motivo aparente. Sus palabras, que se marchaba a la Valhalla porque la ToMan era el enemigo, fueron una sorpresa para todos, sobre todo para sus más cercanos –como Chifuyu, que no comprendía nada. Porque Baji, de alguna u otra forma, le contaba todo.


Pero eso no.


–¿De verdad quieres saberlo? –Baji preguntó de vuelta, demasiado serio.


Chifuyu alzó la vista un poco, lo justo para volver a hacer contacto visual con Baji y que sus ojos aguamarina se viesen a través de los mechones de su flequillo. Estaba perdido. Estaba nervioso. Estaba intranquilo. Se estaba perdiendo muchas cosas y no saber el motivo de ello no le gustaba en absoluto.


La mirada del moreno era fría, distante y seca, como sus palabras y su tono de voz. Algunas veces, Baji era así. Tenía esos arranques de ira, de temperamento, que cambiaban drásticamente su actitud. Chifuyu ya los había sufrido alguna vez, pero era verdad que Baji era mucho más calmado con él.


–Yo… –murmuró el rubio, apartando la mirada de nuevo mientras su cuerpo se encogía sobre sí mismo a modo de protección.


–Es mejor así –el mayor sentenció con cierta solemnidad, demasiada para la tensión del momento.


El sonido de un mensaje nuevo rompió el silencio establecido. Baji no se dignó a mirar, se imaginaba de quién podría ser. Se estaba haciendo tarde, y no estaba bien faltar a su palabra si quería causar una buena impresión. Pero esa noche no podía llevar a Chifuyu, no cuando estaba en ese estado.


«Quizá mañana esté mejor», se mintió a sí mismo. Sabía que Chifuyu no iba a estar mejor porque las dudas le corroerían como la carcoma a los muebles de madera. «Pero hoy… Ahora…». Ahora, en ese preciso instante, Keisuke Baji no quería desprenderse de Chifuyu Matsuno. El rubio parecía tan afectado, tan desamparado, tan… Tan deseoso de ser rescatado.


«No puedo seguir mirándole por más tiempo», el moreno se dijo mentalmente, y se levantó del escalón. Sin embargo, la temerosa mano del rubio le frenó al agarrar la parte baja de su camiseta de forma débil. Baji guio sus ojos a la mano, y después al dueño de la misma.


–Somos… Somos amigos, Baji-san. Puedes contarme lo que quieras… –el menor susurró con la cara levantada, haciendo contacto visual.


«Amigos» era un término que nunca había sonado tan mal a oídos de Keisuke. «Porque yo quiero…».


El propio pensamiento de Baji murió cuando sus ojos castaños se desviaron, sin querer, hasta la boca de Chifuyu. El labio inferior temblaba ligeramente, otro ejemplo más de la incomodidad y el desasosiego que estaba sufriendo.


«Besarlo».


El corazón del moreno dio un par de latidos afirmativos, más rápidos de lo normal, elevando su riego sanguíneo.


«Quiero besarlo hasta que me quede sin labios. Quiero besarlo hasta que nos falte el aire en los pulmones. Quiero besarlo hasta que se olvide de todo y sólo piense en mí».


Pero no podía hacer eso. Como había dicho el mismo Chifuyu, ellos sólo eran amigos. Era absurdamente imposible que el rubio correspondiese a sus sentimientos, que aún estaban por definir. De momento, sólo quería partirle los labios a besos.


Pensó en apartar la mano de un golpe, pero no lo hizo. Al revés, agasajó las finas falanges con sus propios dedos, insinuando una caricia de forma demasiado evidente. Recorriendo la longitud de las extremidades hasta llegar a las yemas para, por fin, tirar de la tela y soltar la camiseta.


–No puedo –se atrevió a contestar, con la garganta áspera como una lija–. Es mejor así –repitió, como si así tuviese más razón.


Y se marchó.


*


                Chifuyu Matsuno observó por enésima vez la línea constante que parpadeaba en la pantalla del aparato electrónico del que desconocía el nombre. No era inculto, pero los tecnicismos médicos eran complicados. Sin embargo, sabía que esa línea constante significaba vida, y estaba más que contento de verla en el monitor.


Porque Keisuke Baji estaba estable.


Habían pasado cuatro días desde la noche del 31 de octubre, también bautizada como Halloween Sangriento por la prensa debido a la enorme pelea entre bandas que se organizó y que, por suerte, sólo había acabado con heridos –aunque Baji seguía debatiendo por su vida. Después de haber recibido dos apuñalamientos, el segundo por propia voluntad, fue ingresado en urgencias y seguía bajo observación constante.


La señora Baji y él se turnaban para que siempre hubiese alguien en la habitación con él, por si despertaba y recobraba el conocimiento. A su madre ya le había pasado, pero Chifuyu aún no había podido ver esos ojos castaños abiertos.


Chifuyu se sentó mejor sobre el incómodo sillón, subiendo los pies mientras acomodaba la almohada y se tapaba con su propio jersey. No hacía frío, pero desde siempre le había gustado la ropa ancha y grande, cómoda y calentita. Porque siempre habían dicho, su madre también, que Chifuyu Matsuno no estaba hecho para la vida del delincuente.


Bajito y delgadito, con ese rostro angelical y ese cabello rubio teñido, el chico parecía más un actor de doramas adolescentes de Fuji TV que el vicecapitán de la Primera División de la Tokyo Manji. Y a él no le importaba, estaba bien con eso –ya que solían gustarle esas miniseries. Callado y tranquilo, siempre manteniendo un perfil bajo detrás de su capitán, quien era el que más brillaba de los dos.


Pero Chifuyu era más fuerte de lo que aparentaba. Ya desde que empezó el instituto, se había hecho un nombre en el barrio al salir airoso de la mayoría de peleas en las que se había visto envuelto. Y él mismo no creía estar haciendo nada malo o digno de un delincuente, al revés. Estaba poniendo a todos en su lugar, porque no soportaba los aires de superioridad que muchos tenían sólo por haber nacido unos años antes.


Sin embargo, algo de verdad escondían esas palabras. Y es que Chifuyu, por dentro, era tierno como un algodón de azúcar. Imaginaba que le venía por parte de madre, porque a la buena mujer le encantaban las comedias y telenovelas románticas y, en general, las cosas asociadas tradicionalmente con la feminidad.


Sin un referente paterno en casa, el chico creció fijándose únicamente en su madre. Y, conforme pasaba el tiempo, más cuenta se daba que no tenía nada de malo ser como era. Si era un adolescente al que le gustaba el romanticismo, ¿qué más daba? No estaba cometiendo un pecado mortal o algo similar.


Sólo su círculo más cercano conocía de sus gustos, ya que no lo iba gritando a los cuatro vientos. En su habitación tenía una bonita colección de mangas shōjo y, bien escondidos para que ni siquiera su madre pudiese encontrarlos, algunos tomos BL. Porque sí, Chifuyu Matsuno era homosexual. Desde que inició la secundaria, si no recordaba mal.


Porque conocía bastante bien el mundo de las pandillas callejeras siendo él miembro de una, y sabía de antemano que su orientación sexual no iba a ser bien recibida por nadie. Quizá sus amigos harían una excepción, sobre todo Takashi Mitsuya o Draken –que parecían mucho más maduros que el resto–, pero prefería quedarse con la duda y no comprobarlo.


Además, la sexualidad era algo muy personal e íntimo. No le gustaba compartirlo con nadie, y a nadie le interesaba si Chifuyu soñaba con hombres o con mujeres.


Al principio, había intentado negarse a sí mismo ser así. Nunca había estado con una chica –por supuesto, tampoco con un chico–, así que desconocía si lo que se estaba perdiendo le iba a gustar o no. Pero, conforme consumía más mangas y contenido romántico, se dio cuenta que, en el fondo, deseaba vivir lo que las historias le contaban –y que su pareja fuese un chico.


Conocer a Keisuke Baji fue la guinda del pastel.


La primera impresión fue extraña –estrambótica. Aquel empollón, aquel repetidor con pintas de poindexter no podía ser un pandillero, tal y como le habían dicho sus compañeros de clase. Pero esa misma tarde, mientras estaba rodeado de matones más mayores y sus fuerzas comenzaban a flaquear, el listillo apareció. Le dio las gracias por su ayuda con la carta y, a cambio, decidió socorrerle –como si Chifuyu fuese algún tipo de princesa en apuros.


Y todo sucedió en un parpadeo.


Baji se aflojó la corbata y se quitó las gafas, deshaciendo la perfecta coleta que llevaba en la nuca, y estampó a uno de los tipos contra un edificio contiguo con sólo un puñetazo. «Soy el capitán de la Primera División de la Tokyo Manji, Keisuke Baji» fueron las palabras que utilizó el moreno a modo de presentación, y que nunca se borrarían de la memoria de Chifuyu.


Fue como una aparición divina.


Y el pobre Chifuyu Matsuno, tan joven y tan inexperto, agotado como estaba, sin palabras, cómo no iba a enamorarse de Keisuke Baji. Era imposible no hacerlo.


«Chifuyu, ¿te gustan los peyoung?», había preguntado Baji después de partirle la cara a una veintena de tíos sin despeinarse. «Eh… Sí… ¡Pues claro!», fue lo contestó el rubio, aún algo atolondrado. Y Baji le invitó a compartir un paquete de fideos con cerdo, ya que sólo le quedaba uno en la despensa de su casa. Y a Chifuyu nunca se le olvidaría tampoco la sonrisa del chico cuando se lo dijo.


Apenas habían pasado unos meses de aquel primer encuentro, pero el suceso parecía mucho más lejano en el tiempo –porque ambos se habían hecho inseparables en un periodo de tiempo brevísimo. Por eso, los recientes acontecimientos del Halloween Sangriento le habían afectado demasiado –y más teniendo en cuenta el resultado final.


Un reciente amigo, Hanagaki Takemichi, le había repetido miles de veces que él no tenía culpa de nada, que la voluntad de Kazutora había sido implacable, y también la de Baji. Pero Chifuyu no podía dejar de culparse y martirizarse por lo que había sucedido. Su mejor amigo –y crush– se estaba debatiendo entre la vida y la muerte y él, inútil, no podía hacer nada más que esperar sentado en el sillón contiguo a la cama.


Se había quedado sin lágrimas de tanto llorar, especialmente los dos primeros días, cuando Baji aún no había recuperado su color natural de piel y necesitaba una máscara de oxígeno para respirar. Ahora estaba mucho mejor y, si bien aún llevaba unos tubos en la nariz y su situación era grave, los médicos habían asegurado que evolucionaba favorablemente.


Baji había despertado un par de veces cuando su madre estaba de guardia, pero los médicos lo mantenían con sedantes para que no hiciese esfuerzos excesivos –porque la mujer ya les había avisado que tenía un terremoto por hijo. Y Chifuyu estaba realmente contento por ello, porque eso era buena señal, pero internamente deseaba con todas sus fuerzas haber estado allí cuando aquello sucedió.


Ser él la primera persona que esos ojos castaños hubiesen visto al abrirse.


Era consciente de que era un deseo tremendamente egoísta, pero no lo podía evitar. Tenía muchas cosas que contarle. Tenía muchas cosas que preguntarle. Baji debía enterarse del desenlace de su pelea con la Valhalla, de que la banda se había disgregado y la ToMan la había absorbido con la mayoría de miembros incluidos.


Y Tetta Kisaki se había consolidado en su puesto de capitán de la Tercera División, usurpando temporalmente el sitio de Pah-Chin hasta que cumpliese condena. Mikey parecía confiar en Kisaki, no lo consideraba un peligro, y Chifuyu sabía que esa noticia no le iba a gustar nada. No quería darle malas noticias en su estado.


Baji debía concentrarse en recuperarse y nada más, y toda aquella información no le iba a dejar descansar –porque sus esfuerzos por infiltrarse en la Valhalla habían sido inútiles.


También tenía que saber que Hanemiya Kazutora había vuelto al correccional, y su condena había sido ampliada a diez años. Takemichi había ido a visitarlo con Draken y, según sus palabras, el chico estaba dispuesto a cambiar y reinsertarse en la sociedad cuando saliese. Había sido él quien cargó con toda la culpa, y fue él quien se quedó acompañando el cuerpo moribundo de Baji cuando la policía apareció en aquel hangar. Pero Mikey le había perdonado, y eso era lo importante –eso era lo que Baji quería.


Pero, sobre todo, Chifuyu quería disculparse con Baji por no haber estado cuando lo necesitaba, por no haber sabido ver lo que el otro tenía en mente y por no haber podido protegerlo como se merecía –como un buen vicecapitán hubiese hecho con su capitán. Porque, en lugar de Takemichi, tenía que haber sido él quien se hubiese interpuesto en primer lugar entre Kazutora y Baji.


«Yo hubiese podido frenarle los pies», se repetía día tras día. Se aferraba a esa posibilidad como a un clavo ardiendo, imaginando en su cabeza la escena, recreándola como si fuese una obra de teatro y ellos los protagonistas. Pero con un final feliz. Con un final en el que nadie salía herido. Quizá Kazutora, porque Chifuyu no conseguía exculparle. Quizá Kisaki, porque era de quien Baji sospechaba. Quizá Hanma, porque aquel tipo le ponía los pelos de punta.


El desasosiego que sentía en el corazón no se iba, no desaparecía. Y quizá estaba siendo un poco dramático, porque incluso se había planteado marcharse de la ToMan, pero… Nadie sentía lo que sentía Chifuyu, nadie se hacía una idea del dolor que le consumía por dentro y le desgarraba el corazón en dos.


La primera noche que Baji pasó fuera de peligro, los miembros fundadores de la banda –excepto Pah-Chin y Kazutora– y Takemichi se presentaron en el hospital para interesarse por el estado del moreno. El primero en enterarse de la noticia fue Chifuyu, por supuesto, gracias a la madre de Baji, y él se lo comunicó a Takemichi y al resto.


Y cuando se vieron en los pasillos del edificio, frente a la habitación privada de Keisuke, nadie pasó por alto el inestable estado de Chifuyu. El rubio lucía más pálido de lo normal, con los ojos permanentemente hinchados y rojos de tanto llorar, y unas ojeras más que marcadas. Parecía que era a él a quien le habían apuñalado.


Mikey y Draken fueron los primeros en marcharse, seguidos de Mitsuya y Takemichi, quienes tardaron un poco más. El mayor le pidió que le acompañase al servicio un momento, dejando a Chifuyu a solas en la sala de espera mientras la madre de Baji hablaba con los médicos en la habitación de su hijo.


«Últimamente has estado saliendo con Chifuyu, ¿verdad?», fue lo que preguntó Mitsuya, a lo que Takemichi asintió. «Cuida de él. Está muy afectado por todo lo que ha pasado y no sé si… Baji y él estaban muy unidos…», dejó la frase en el aire, consiguiendo la atención del menor. «Son mejores amigos, lo sé», respondió Hanagaki. «No, no me entiendes», Takashi sonrió suavemente antes de marcharse.


Después de pasar una noche en vela e insistirle a Mitsuya al día siguiente, Takemichi entendió.


Así que se presentó al día siguiente en el hospital, algo atolondrado y avergonzado por lo que iba a hacer. Por supuesto, Chifuyu estaba en la habitación de Baji, sentado en el sillón sin apartar la vista del moreno. «¿Por qué no te tomas un descanso y salimos a tomar el aire un poco?», ofreció Hanagaki, y Chifuyu no supo decirle que no.


El aire fresco le sentó bien, se estaba apolillando con la calefacción del hospital. Y el refresco al que le invitó Takemichi también. Ambos echaron a andar por la parte trasera del edificio, donde había una pequeña zona con espacios verdes y se respiraba algo más de tranquilidad que en el interior del bullicioso edificio.


«Escucha, Chifuyu… Tienes que comer un poco y dejar de estar tan pendiente de Baji-kun. Él está en buenas manos, y los médicos lo tienen controlado», murmuró Takemichi con ciertas dudas, no queriendo despreciar las atenciones de su nuevo amigo. «Baji-kun se recuperará pronto, y te necesitará a su lado para cuando regrese a la ToMan».


«¿Por qué estás tan seguro que regresará?», Chifuyu preguntó mientras sus ojos se perdían en la llamativa serigrafía de la lata de refresco que tenía en la mano. «Si quiere dejar la ToMan, yo…», susurró, antes de morderse el labio porque iba a llorar otra vez.


«Baji-kun seguirá siendo el capitán de la Primera División de la Tokyo Manji, de eso no tengas dudas. Y tú serás su vicecapitán», Hanagaki afirmó con cierta solemnidad. «No llevo mucho tiempo dentro de la banda, pero… Estáis más unidos que nadie, y sé que eso no se puede romper tan fácilmente. Os tenéis el uno al otro», añadió, rascándose la nuca con vergüenza.


Chifuyu se lo quedó mirando en silencio algo desconcertado.


Takemichi no era bueno con las palabras, así que decidió empeorar la situación aún más sacando un paquete envuelto del interior de su chaqueta. Se lo cedió a Chifuyu casi estampándoselo en la cara. «C-Como sé que lo estás pasando tan mal, te he comprado un d-detalle… ¡Espero que te guste!», dijo, tartamudeando de forma torpe, mientras se despedía con mucha prisa.


El paquete no era muy grande, y de forma rectangular. Parecía un libro.


«Y Chifuyu, quiero q-que sepas que… ¡¡Yo-o te apoyaré siempre!!», Takemichi gritó desde la distancia, de forma ortopédica en opinión del rubio, antes de desaparecer por las calles de la ciudad. Matsuno se quedó plantado en el sitio sin comprender nada y, suspirando, decidió abrir el regalo.


Su expresión cambió por completo cuando sus ojos vieron la portada de un manga BL cuyos protagonistas se asemejaban bastante a Baji y a él. El chico moreno tenía el cabello un poco más largo que Baji, y el rubio lo tenía corto y desordenado, pero tenía unos ojos azules similares a los suyos. La cara de Chifuyu se puso de todos los colores posibles y, antes de que nadie viese nada, guardó el manga y regresó a la habitación del hospital con el cuerpo alterado.


Dos días habían pasado de aquel momento, y Chifuyu desconocía por qué su mente había decidido recordarlo. En su boca se dibujó una suave sonrisa y el rubor regresó a sus mejillas. Ya se había leído el tomo, y lo cierto era que la historia no estaba mal. Por supuesto, lo había escondido con sus otros mangas BL.


–Ya estoy aquí, Chifuyu –anunció una voz femenina, sacando al nombrado de su ensoñación.


El rubio vio que la madre de Baji aparecía por la puerta, quitándose el abrigo, y se levantó del sillón por educación.


–Buenas tardes, señora –contestó, sonriendo levemente.


Siempre había sido muy educado con la madre de Baji. Quizá porque la mujer le imponía tanto respeto como su madre. Quizá porque, internamente, deseaba ganarse a la suegra antes siquiera de tener nada con el hijo.


–Voy un momento al servicio y ya podrás marcharte –ella dijo, colocando el abrigo y el bolso en el ahora sillón vacío y revolviendo el pelo del chico con cariño.


Chifuyu asintió y volvió a quedarse a solas con Baji, que seguía sin despertar. Lo miró una última vez antes de marcharse, queriendo grabarse su imagen en la retina a pesar de llevar cuatro días viendo lo mismo –pero no le importaba. Dio un par de pasos y se quedó más cerca de la cama, su vista perdida en el suave movimiento del pecho del moreno.


«Hoy tampoco me has visto, Baji-san», se lamentó. «Quiero que tus ojos me vean y así te pueda pedir perdón. Quiero que…», Chifuyu no terminó ese pensamiento. Su vista se posó en la boca cerrada de Keisuke, en aquellos labios finos que escondían unos colmillos salvajes. «Esto está mal… Esto está muy mal…», se dijo a sí mismo.


Pero no lo podía evitar –había algo dentro de él que le impulsaba a hacerlo.


Lentamente, escuchando el latido de su corazón por encima de los pitidos de las máquinas, Chifuyu se agachó y acercó sus temblorosos labios a los de Baji, cerrando los ojos mientras notaba cómo se coloreaban sus mejillas. Un beso breve, casto y puro. Apenas un roce de labios, un suspiro de tres segundos de duración.


Cuando se separó y abrió los ojos, sin embargo, se encontró con unos castaños orbes que le miraban fijamente. Baji se había despertado. Y Chifuyu creyó que se moría allí mismo de un infarto de miocardio, porque el corazón amenazaba con salirse del pecho y suicidarse por la ventana –y detrás iría su cuerpo.


–Fuyu… –Keisuke murmuró con la voz ronca y pocas fuerzas, aún débil.


Pero el rubio, rojo como un tomate y muerto de la vergüenza, decidió salir por patas de la habitación sin decir palabra.


*


                Keisuke Baji salió del hospital al cabo de quince días. Las heridas se habían cerrado, si bien aún llevaba los puntos, y su cuerpo aún estaba débil y algo resentido. Había perdido mucha sangre, y le iba a costar un poco recuperarse. Pero el moreno era joven, y se repondría relativamente pronto –o esa intención tenía.


Regresó a su preciado apartamento por la mañana, acompañado de su madre, quien se había tomado unos días libres en el trabajo para poder cuidar a su hijo. El chico se lo agradecía, aunque la mujer solía agobiarle demasiado –y ahora que le habían recomendado reposo, no tendría escapatoria posible.


Por suerte para él, todos los días había tenido visitas en el hospital, y sus amigos le habían prometido también acercarse a su casa a saludar y contarle las recientes novedades. Chifuyu ya le había puesto al día, pero nunca estaba de más hablar un poco más.


Había tenido una intensa charla con Mikey, y ahora que la Valhalla se había desmantelado, Baji regresó a la ToMan –de donde nunca debería haberse ido, según palabras del rubio. Le preguntó el verdadero motivo de su marcha, pero Baji, recordando lo que le había contado Chifuyu al respecto –que Mikey confiaba en Kisaki–, cambió de estrategia y se excusó en que Kazutora le había convencido para ello.


Mikey no se creyó ni una palabra, sobre todo porque conocía a Kazutora y sabía que el chico era muy manipulable en lugar de manipulador, pero lo dejó estar. Baji necesitaba reposo, no era bueno comenzar con peleas internas cuando se estaba recuperando de un doble apuñalamiento. Le dijo, eso sí, que había perdonado a Kazutora y que le estaría esperando cuando saliese del correccional para reincorporarlo a la ToMan.


Sin embargo, le quedaba una conversación por tener.


«El beso con Chifuyu». El moreno tenía demasiadas preguntas y ninguna respuesta, sobre todo porque la otra parte interesada se había cerrado en banda y ni siquiera hacía la más mínima alusión al problema. «Tampoco es un problema…». No lo era en el sentido de que Keisuke no se había sentido ofendido con ello, pero notaba que algo en Chifuyu no estaba bien.


El rubio evitaba quedarse a solas con Baji más tiempo del necesario, algo que no sucedía con anterioridad –al contrario, Chifuyu quería estar a solas con Baji casi siempre. Hablaban y tenían conversaciones normales y corrientes, pero… Ahí estaba el problema, que estaban obviando el elefante en la habitación.


Y a Baji se lo comían los nervios cada vez que veía a Chifuyu apartar la mirada, o notar que su cuerpo se tensaba cuando había un silencio más largo de lo habitual. Porque tenía ganas de gritarle y llamar su atención. Porque tenía ganas de agarrarle esa muñeca y atraerlo contra su cuerpo para probar sus labios de una buena vez –en un beso largo y profundo y con lengua.


Nunca había sentido eso por nadie, pero Chifuyu despertaba un instinto casi animal dentro de él que le instaba a buscarle, a tenerlo cerca y a reclamarle.


Otros siete días aguantó Baji en esa tesitura. A la semana, su cuerpo y su cabeza se rebelaron contra él y se pusieron en armas, dispuestos a pelear por sus sentimientos. Y Baji, que siempre había actuado sin pensar en las consecuencias, se dejó llevar por sus instintos más primarios.


Su madre le tenía prohibido salir a la calle, pero Baji había conseguido una prórroga y podía bajar al portal siempre que estuviera acompañado. El rellano de escaleras en las que se reunía con Chifuyu también entraba en el trato, así que allí estaba, esperando al rubio un miércoles, 23 de noviembre, a las nueve y media de la noche.


El momento no era el mejor, porque hacía bastante frío y las escaleras metálicas estaban congeladas, pero Baji ya no se aguantaba más. Además, prefería estar de pie a estar sentado, ya que así su estómago no se flexionaba demasiado y no le dolían los puntos.


Chifuyu apareció a la hora acordada, puntual como un reloj, con pantalones estrechos y las botas que siempre llevaba en invierno –las cuales se veían muy calentitas. La capucha de la sudadera le cubría la cabeza, confiriéndole un aspecto adorable y más infantil.


–¿Sucede algo, Baji-san? –preguntó nada más llegar, quedándose también de pie frente al chico.


–Tengo… Tengo que decirte algo –carraspeó el otro, algo incómodo, apoyado en la pared.


Chifuyu tuvo un déjà vu y sus alarmas saltaron al instante. Baji había utilizado unas palabras similares antes del problema con la Valhalla, justo el día antes de arrastrarlo al arcade abandonado y darle una buena paliza. «Otra vez no…».


–Por favor, Baji-san, no abandones la ToMan. Todos allí te respetan y creen que eres un buen capitán, que eres el mejor capitán para la Primera División –el rubio rectificó, alterado–. Y-Y si decides abandonar, yo… ¡Yo te seguiré donde quiera que vayas! –dijo, levemente emocionado.


–No voy a marcharme de la ToMan –Baji contestó, tranquilo a pesar de que la ferviente lealtad de Chifuyu para con su persona le aceleraba el pulso–. No tiene nada que ver con eso. Es algo personal, entre nosotros. De los dos.


El rubio se sorprendió enormemente ante esas palabras. «¿Entre nosotros? ¿Es que he hecho algo mal…? ¿He hecho algo que no ha gustado a Baji-san?», Chifuyu se preocupó. Se preocupó tanto que ni siquiera se imaginó por dónde iba a continuar la conversación, ni se hacía una remota idea de ello.


–¿Por qué…? ¿Por qué me besaste en el hospital? –Keisuke habló después de un silencio demasiado largo, un silencio en el que se había estado preparando mentalmente para lo que podría llegar.


Los ojos de Chifuyu se abrieron tanto que parecían querer salir de las órbitas. Incluso su cuerpo se echó hacia atrás levemente, como queriendo marcar distancia entre ambos. Los rubios mechones de pelo no podían ocultar las mejillas, que se iban tornando más y más sonrojadas conforme la pregunta de Baji calaba en su interior.


«Porque quería. Porque me gustas desde el primer día que te conocí. Porque no paro de pensar en ti. Porque sólo quiero estar a tu lado. Porque me tiemblan las rodillas cada vez que me sonríes como un lobo», pensó Chifuyu en cuestión de segundos. Pero, por supuesto, no lo iba a decir. Se moría de la vergüenza si algo así salía de su boca.


–T-Tengo que… Yo-o debo irme… –el rubio intentó escapar, trabándose con su propia lengua, abochornado como nunca lo había estado.


No podía contestar nada con lógica. No podía confesarle sus sentimientos a Baji, temeroso de que le dejase de lado y su amistad se rompiese para siempre. Aunque sus sentimientos nunca fuesen correspondidos, Chifuyu estaba bien así –sólo estando cerca de Baji. No podía alejarse de él, no podía perderlo.


Cuando pisó el escalón para marcharse, sin embargo, una mano fuerte le agarró de la muñeca y le arrastró consigo, impidiendo que escapase de allí. Su cuerpo chocó contra el otro, con sus piernas y sus pies demasiado torpes como para emprender la huida de nuevo. Todo sucedió demasiado rápido, y Chifuyu no fue consciente hasta que no notó la abrasadora mirada de Baji sobre su persona de la posición en la que estaban.


Baji solía ser alguien bastante distante, pero toleraba mejor que la media el contacto físico. Su pubertad al lado de alguien tan tocón como Kazutora le habían acostumbrado. Con Chifuyu también había tenido momentos así, pero era un acercamiento mucho más ligero –pasar el brazo por encima de los hombros del otro, hacerse cosquillas, revolverse el pelo.


Chifuyu nunca se había visto atrapado en el cuerpo de Baji, así como estaban, siendo plenamente conscientes de la diferencia de tamaño y altura que existía entre ambos. Igual que el día que se conocieron, parecía que el príncipe había acudido a rescatar a la princesa.


Ambos mantuvieron el contacto visual en todo momento. Baji no quería perderse el más mínimo gesto que Chifuyu pudiese hacer, estaba ansioso por saber la respuesta. Chifuyu no podía apartar la vista de aquellos ojos marrones que le quemaban con total impunidad, derritiendo todo su interior como si fuese de cera.


–Quiero repetirlo –fue el moreno el primero en hablar, rompiendo el mágico silencio que se había creado entre ambos.


Para el rubio, fue como si alguien le pegase un puñetazo en la boca del estómago y el aire se escapase de sus pulmones. ¿Había oído bien? De su garganta, sin embargo, sólo salió un leve grito ahogado por la sorpresa –y la emoción. Y su cuerpo, como si las palabras de Baji hubiesen sido una orden, actuó en consonancia. Despacio, se colocó de puntillas y la distancia entre ambos se redujo.


Cerraron los ojos y se besaron.


Como en el hospital, apenas fue un roce de labios. Unos breves segundos de intensidad antes de separarse. Ambos pudiendo sentir los nervios del otro a través de la piel –porque Baji estaba igual de nervioso que Chifuyu aunque no lo exteriorizase. El agarre de la muñeca sin romper para que ninguno se moviese del sitio.


Se separaron apenas unos centímetros, sintiendo la respiración contraria en la cara mientras se miraban a los ojos. Era lo único que podían mirarse, pero no importaba mucho porque la vista era bien bonita. Chifuyu, aún de puntillas, iba a hablar, pero Baji se le adelantó:


–Más.


Y se besaron otra vez –aguantando unos pocos segundos más.


Se sintió como la primera. Labio contra labio, suspiro contra suspiro. Ambos, completamente novatos en el tema del amor, no se atrevían a moverse para no fastidiar nada. Sólo se presionaban mutuamente manteniendo los ojos cerrados –por si acaso. Inexpertos, sin nadie que les guiase –descubriendo el mundo juntos.


Cuando rompieron el beso, sin embargo, Baji volvió a adelantarse. Su cuerpo estaba experimentando sensaciones que nunca había sentido, y le gustaba. Los nervios, la tensión del momento, la electricidad que parecía haber en el ambiente y la chispa que provocaban los labios de Chifuyu sobre los suyos. No quería separarse de esos labios.


Así que abrió un poquito más la boca y los atrapó de nuevo, de repente, sin dejar unos segundos de descanso para asimilar la situación. El rubio se sorprendió sin poder decir nada, notando a Baji encima de él otra vez.


Pero se sintió diferente. El ímpetu de Baji le abrumó, con la boca abierta, con su aliento caliente y húmedo. Los dientes chocaron entre sí torpemente y algo dentro de ellos vibró, complacidos con aquella sensación. Un suave gruñido se materializó en su garganta, señal inequívoca de que aquello les había gustado. De que este beso se sentía diferente –se sentía más beso.


Chifuyu perdió un poco el equilibrio y su cuerpo acabó apoyado sobre el de Baji, su mano libre aferrándose a la chaqueta del moreno en un vago intento por sujetarse a algo –su otra mano aún seguía presa por la muñeca. El movimiento hizo que sus labios perdieran el compás y cambiaron de ángulo, descubriendo que el contacto se volvía mucho más íntimo si ladeaban el rostro unos grados –hasta encontrar el ángulo deseado.


–Baji-san… –el rubio suspiró, agarrando con un poquito más de fuerza la tela.


Se miraron por unos momentos, cerca, tan cerca que tocaban la mejilla contraria con la punta de la nariz. Los dos con un rubor importante en el rostro, especialmente Chifuyu, incapaces de apartar la vista del otro. El frío del otoño había quedado relegado a un segundo plano, su temperatura corporal ligeramente por encima de la media.


–Me gustas, Chifuyu –Keisuke murmuró, entrecerrando los ojos levemente–. Y creo que yo te gusto a ti –añadió, recordando las palabras que Mitsuya le había dicho en su momento–. ¿Puedo besarte más?


Fue como si a Chifuyu se le abrieran los cielos. Aquello con lo que tantas veces había anhelado, por fin se estaba haciendo realidad. Se estaba cumpliendo. Se sintió un poco desnudo al descubrir que Baji había adivinado sus sentimientos, pero no le dio mucha importancia –a fin de cuentas, pasaban tanto tiempo juntos que ya podían leerse el pensamiento.


–Todas las veces que quieras, Baji-san –fue lo que respondió, iniciando el beso de nuevo.

Notas finales:

¡Espero que os haya gustado! <3


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