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Sonata de jalea por 1827kratSN

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—¿Por qué no te defiendes?

El pequeño castaño elevó su mirada con temor, pero al reconocer a aquel niño todos sus músculos se relajaron casi al instante y soltó el aire que contenía como si eso aliviase el dolor de los golpes que le dieron hasta hace poco.

Poco a poco se estiró y dejó de ser un ovillo en el suelo, extendió sus piernas y sonrió.

—Kyo, ¡hola!

—¿Por qué nunca te defiendes, tonto?

—No me gusta la violencia —poco a poco estiró sus brazos, pero no separó sus manos y siguió cuidando de su objeto preciado.

—Debes golpearlos o nunca dejarán de…

El azabache vio extrañado como el más pequeño sonreía alegremente a pesar de que algunas heridas y raspones adornaban su piel.

—El bebé está bien.

Tsuna abrió un poquito sus palmas y mostró a una pequeña bolita adornada por pelitos o algo parecido a plumas que temblaba suavecito cuando la brisa lo golpeó. Kyoya se acuclilló para observar a la pequeña criatura y después al castaño.

Lo entendió esa vez.

—No es bueno que lo lleves en tus manos.

—No lo aplasté.

—Busquemos una cajita.

Ayudó al castaño a levantarse, le limpió la cara cuidadosamente, y lo escoltó a pasos calmos por las calles hasta que encontraron una cajita de alguna golosina que estuvo limpia. Pusieron al pequeño polluelo con cuidado y también acomodaron sus pañuelos para que estuviera cómodo. Escucharon el suave piar del ave y se miraron sin saber qué mas hacer.

—Hay que alimentarlo.

—¿Tú sabes qué comen las aves, Kyo?

—No… Pero algún adulto debe saber.

—Mamá podría ayudarnos.

Kyoya tomó la mano de Tsuna y en la otra la cajita con el pajarito bebé, y se encaminó sin prisa hacia la casa del castaño, casa que usualmente visitaba porque eran amigos, porque cuidaba de aquel niño temeroso, y porque le encantaba las galletas que hacía la señora Sawada.

Junto a la madre de Tsuna buscaron guías y hasta llamaron a un veterinario, prepararon un nido, un bombillo para que estuviera calientito, le dieron de comer una papilla recetada por el doctor, y le acariciaron la cabecita a la pobre ave que Tsuna encontró en el suelo.

—La voy a cuidar —sonrió Tsuna—. No volverá a estar solo.

—Yo también.

—¿Me ayudarás, Kyo?

—Sí.

—¡Qué bien! —sonrió—. Ahora el pequeño pájaro tendrá dos papás, como se debe.

—¿Papás?

—Sí, tú y yo, porque lo vamos a cuidar.

Kyoya no dijo nada, aunque eso le sonaba un poco raro y muy serio como para que dos niños se hicieran de tan grande responsabilidad. Tomó la mano de Tsuna y prometió ayudar con el bebé pajarito. Lo cuidarían siempre, lo harían juntos.

—¿Podemos llamarlo, Hibird?

—¿Por qué?

—Porque sí.

—Esa no es una buena razón, Tsuna.

El castaño solo rio bajito antes de tirar de Kyoya e ir a la cocina para que su madre les diera algo de comer.

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