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Todos aman a Light, Parte II: El Caso Beyond Birthday por Camila mku

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—¿Ryuzaki…? —preguntó Takada, y se lo quedó mirando, ahí de pie en el umbral de la puerta de su oficina, intentando salir de la sorpresa que le generaba volver a verlo después de tantos años.

No logró que más palabras salieran de su boca, estaba sorprendida y no para bien. Tenerlo enfrente le había causado un revoltijo de estómago que no lograba disimular.

Sus ojos oscuros lo escudriñaron.

—Takada… —murmuró él con voz grave; su tono le había quedado gravado en la memoria y ni el correr del tiempo había sido capaz de quitárselo de la cabeza—. Hola —dijo al fin. La sorpresa había abandonado sus facciones. Elle volvía a lucir sereno.

Reencontrarse con una ex era algo de por sí incómodo, pero tenía que atender un asunto mucho más importante. Elle enseguida se mentalizó en que estaba ahí por Watari y en que debía testificar sobre la llamada que había recibido. Tenía que encontrar al asesino y ninguna otra cosa podía sacarlo de esa misión.

La secretaria, ajena a toda la atmósfera turbia que se había formado, se despidió de ambos con una sonrisa amable, dejándolos solos en el despacho de Takada.

—Adelante —dijo ella sin más, desviando la mirada y caminando de regreso hacia la silla giratoria detrás de su escritorio—. Toma asiento —le pidió. Elle fue hacia la otra silla. Solo entonces se atrevió a mirarlo a los ojos de forma penetrante—. ¿Qué te trae por aquí? Ha pasado una década…

Elle inhaló profundo y tragó espeso. Podía suponer que ella estaría muy desilusionada, al igual que todas las personas con las que se había cruzado.

—Watari… —dijo, yendo al grano—. Soy su hijo adoptivo. —Su mirada negra estaba gélida y su voz ronca había sonado afectada. Luego de unos segundos, agregó—: Quiero ver el cadáver de mi padre.

Takada lo miró durante segundos prolongados; apenas pestañó. Recordaba muchas cosas de Ryuzaki, y escucharlo decir la verdad no era una de ellas.

—Investigué acerca de él —acabó diciendo Takada con seriedad mientras lo miraba de frente y con expresión gélida—. Watari no tenía hijos biológicos ni adoptivos —soltó arisca.

Las mentiras que le había dicho Ryuzaki en el pasado iban y venían por su cabeza como filosas dagas. No le creería una palabra hasta no comprobar sus palabras con hechos.

—Digo la verdad. —aseguró con una seriedad avasallante.

—Demuéstralo —exigió ella, con su mirada firme y su voz prepotente.

Salieron de la oficina y se dirigieron hacia el automóvil de Takada.

—Enseguida vuelvo —le avisó ella a la secretaria.

Abrió las compuertas del edificio para que Ryuzaki saliera primero. Ella fue detrás de él y, juntos, llegaron a su auto. Takada encendió el motor y, en completo silencio, condujo hacia el hotel Green Lands de Kanto.

Mientras manejaba no podía evitar mirarlo de reojo con desconfianza.

—Es aquí —dijo él cuando llegaron, y se quedaron estacionados frente a la vereda del hotel—. No me tardo nada —avisó Elle antes de salir del auto y entrar por la puerta principal.

Mientras lo esperaba, los pensamientos llegaron a ella repentinamente. Era cierto que Ryuzaki no había sido un santo, ¿pero de qué serviría echárselo en cara ahora? Decirle lo mucho que le había afectado su engaño, tratarlo de manera cortante y con menosprecio no iba a ayudarla a sentirse mejor… Ya había pasado una década y ella lo había olvidado. Había iniciado una nueva vida, era otra mujer ahora, no había nada que la atara al pasado. Era madre de un hermoso niño y estaba felizmente casada con Katsuro. Creyó que lo mejor, quizá, fuera olvidarse de todo lo que había ocurrido entre ellos y dejarlo en el pasado.

No sabía lo que iría a pasar en caso de que Ryuzaki demostrara ser hijo verídico de Watari, pero sí sabía que hasta ahora Light le había ordenado investigar acerca de la Wammy´s House, y lo único a lo que había llegado era que se trataba de un orfanato situado en Londres donde, al parecer, solo permitían el acceso a niños y niñas de muy alta capacidad intelectual.

Elle había salido del hotel y había vuelto a subirse al auto. Desbloqueó el celular y le mostró a Takada fotos suyas con Watari de cuando apenas tenía diecisiete años. También había fotos de él en los juegos infantiles del patio trasero de la Wammy, y muchas otras fotos junto a niños del orfanato. Se sintió aliviado de no haberlas borrado.

Takada sujetó el teléfono y vio foto por foto, mientras deslizaba el dedo hacia la derecha. Las agrandaba para deducir si eran reales o no. Y, de hecho, lo eran. Había demasiadas como para opinar lo contrario.

De tanto husmear sus recuerdos en el celular, Takada había encontrado una foto en la que estaba sentado sobre una motocicleta verde, usaba musculosa negra y se le veían los tatuajes de dragones en los brazos… Sonrió ante el sentimiento de nostalgia. No quiso averiguar cuándo y dónde se había sacado esa foto, y si había sido Watari el camarógrafo, no obstante eso no la cohibió de pensar que seguramente fuera de cuando él iba a la universidad, justo cuando los dos se conocieron.

—¿Por qué no hay registros de nada, Ryuzaki? —le preguntó ella con ojos acongojados. No comprendía cómo, si él aseguraba que eran padre e hijo, no había ningún papel declarado que lo demostrara.

Elle cerró los ojos y apretó la quijada, reprimiéndose a sí mismo por estar a punto de soltar información que le avergonzaba.

—No me llamo Ryuzaki, Takada —dijo, casi susurrando. Debió desviar la mirada para no enfrentarse con la de ella—. Mi nombre real es Elle… Elle Lawliet.

Los ojos de Takada parecieron encenderse de repente.

—¡¿Me estás jodiendo?! ¡¿Qué carajos…?! —le preguntó con rabia, completamente fuera de sí. Tanto, que hasta había golpeado el volante mientras mantenía la mirada al frente con las pupilas desbordando ira.

Elle se dejó caer sobre el asiento.

—Debí hacerlo por mi seguridad, pero también por la de Watari… —confesó. Inhaló profundo y miró la línea del horizonte del otro lado del parabrisas—. Él también se cambió el nombre cuando nos vinimos a vivir a Japón.

—Lo sé —dijo ella con braveza—. Se identificó como Quillsh Wammy. Vi el informe del registro civil de Kanto —aclaró, y lanzó un suspiro. No podía no creerle, era evidente que le decía la verdad: sabía información confidencial acerca de Watari. Takada lo miró a los ojos y volvió a suspirar—. ¿Qué sabes de la Wammy´s House? —preguntó sin rodeos.

Elle la miró por unos instantes.

—Es el orfanato donde yo viví toda mi adolescencia —confesó, y Takada lo miró con interés repentino—. Watari era el fundador. Me enteré de eso mucho tiempo después, cuando me lo contó Roger, el actual director. —Elle sabía que no debía dar información a extraños, pero Takada no era una extraña, tenía fe en que podía confiar en ella—. Quiero despedirlo como se merece, Takada. Quiero hacer el funeral.

Lo dijo con tanta tristeza que se formó un nudo en la garganta de Takada.

—Light es quien dirige el caso —dijo negando con la cabeza—. No me dejó ni a mí ver el cuerpo… Dudo mucho que se lo permita a alguien ajeno al equipo, pero siendo pariente quizás haga una excepción. —Luego de escuchar el nombre de Light los ojos de Elle se abrieron como platos. Había quedado paralizado—. ¿Te pasa algo? —le preguntó Takada cuando cayó en la cuenta del cambio repentino en su expresión.

—Eh… ¿Te refieres a Light Yagami? —murmuró Elle.

—Él mismo, sí —contestó ella con seguridad—. ¿Por qué pones esa cara? —Elle suspiró con gran pesar y Takada no comprendió el motivo. De lo que recordaba, Ryuzaki la había engañado con Light en el pasado; aunque podía hacerse una idea—. ¿No acabaron bien las cosas? —quiso saber. La pregunta había sido esbozada con tanta timidez que Takada la expresó como un susurro.

Elle se mordió el labio inferior.

—Peor que eso —dijo con pesadez—. Lo herí más que a ti… mucho más —confesó, debatiéndose internamente si debía estar contándole eso a Takada o si sería más conveniente guardar silencio—. Seguramente me la tiene jurada. Si yo fuese él, lo haría —dijo, y lanzó un suspiro.

—Wow… —soltó Takada con extrañeza—. Bueno, Light siempre tuvo un carácter muy especial, ¡y tú ni hablar! —Y volvió su mirada al parabrisas—. Quizás si se sentaran a conversar…

Elle soltó una risa sin gracia.

—No es eso… yo lo herí demasiado —admitió—. Es todo culpa mía.

Aguardaron segundos en silencio.

—Si lo prefieres, puedo llevarte a la morgue para que veas el cuerpo de tu padre. Luego podríamos ir al registro civil para tramitar el entierro —ofreció Takada con amabilidad.

—De acuerdo, pero voy a tener que regresar para dejar el celular en la habitación del hotel.

Takada arrugó el entrecejo.

—¿Por qué harías eso? ¿Tienes miedo de llevar el celular contigo? —le preguntó, casi en tono de chiste.

—De hecho, sí —contestó Elle, y a partir de ese momento la atmósfera entre ellos tomó un semblante oscuro—. Eres una de las encargadas del caso y, por lo tanto, tienes todo el derecho de saber esto. No gano nada ocultándotelo. —Ni bien dijo eso, las alarmas en Takada se encendieron. Prestó atención a lo que estaba a punto de decirle—: El asesino me llamó hace dos días, cuando yo todavía estaba en Londres. Takada, él sabe todo de mí, sabe que soy el hijo de Watari, ¡me conoce! —confesó aterrado—. Y sabe mi ubicación exacta. Él ahora mismo sabe que estoy en Kanto, al igual que yo sé que él está en Kanto también. Por eso me vine hasta acá.

—¡Aguarda, ¿qué…?! ¿Cómo sabes con tanta seguridad que está en Kanto? —preguntó con prisas.

—Rastreé su llamada —contestó él—. Y él puede rastrear este teléfono. Es más, me juró venganza. Me dijo que esperaba que nos encontráramos pronto. —Y por más que Elle quisiera hallarlo de una buena vez para vengarse de la muerte de Watari, sabía muy bien que tendría que actuar con cautela. Cada paso debía ser fríamente calculado para no cometer ningún error estúpido.

Takada había quedado en silencio, estaba meditando todo lo que escuchaba y, hasta ahora, la cascada de información había sido tanta que apenas podía procesar sus propios pensamientos.

Ryuzaki había vuelto después de largos años de ausencia, era hijo del inglés asesinado, no tenía papeles legales que lo avalaran, había sido uno de los huérfanos educados en la Wammy´s House y, lo peor, había sido contactado por el mismísimo asesino, quien sabía que estaba en Kanto, al igual que él.

Era demasiada información para ella, creía que la cabeza le explotaría.

—Enseguida regreso —dijo él, y salió del auto para volver al hotel y dejar el celular.

Takada se sujetó la frente mientras intentaba descansar del dolor de cabeza que sentía. Pero de un momento a otro, los ojos se le iluminaron… Tal vez, si Ryuzaki estaba de su lado, acabaría encontrando al asesino antes que Light. Tal vez fuera algo bueno haberlo encontrado, después de todo. Quizás la suerte estuviera de su lado.

Cuando Ryuzaki volvió a subir al auto, Takada le dedicó una sonrisa.

Condujeron hacia la morgue de Kanto. Durante el recorrido tuvieron oportunidad de tocar temas privados, como si se trataran de buenos amigos. Habían agotado la conversación acerca del homicida. Elle le había contado a Takada que tenía una lista con los nombres de los posibles culpables.

—Quiero verla —exigió ella.

—De acuerdo, pero no ahora ni en los días siguientes. Sé que sabe dónde estoy, y tengo miedo de que acabe averiguando con quiénes frecuento. Quiero andarme con la mayor precaución posible.

Takada asintió, comprendiéndolo, y no volvió a mencionar el asunto. Luego de un rato en silencio, y como el viaje se estaba haciendo largo, acabaron hablando de cosas menos importantes.

—¡¿Entonces no terminaste la universidad?! —le preguntó ella, bastante impresionada y, hasta incluso, desilusionada—. ¿Maldición Ryuzaki! Eras tan bueno en Criminalística que nunca imaginé que fueras a abandonar la carrera —dijo, e inmediatamente se retractó—: ¡Oh, lo siento, Elle! Es costumbre llamarte Ryuzaki, no puedo evitarlo. Es que…

—Despreocúpate —sosegó Elle—. Sé que es difícil acostumbrarse a la primera —dijo, y con esas palabras había logrado calmarla, e incluso hasta hizo que sonriera un poco—. Estuve en una clínica de rehabilitación por cinco años. Me costó mucho trabajo soportar las crisis nerviosas de la abstinencia… Fue muy difícil, en verdad.

—¿Aquí en Japón?

—En Londres… mi ciudad natal.

—¿Era una clínica privada? —quiso saber Takada.

—Sí.

—Pero no estabas trabajando para cuando estuviste internado… —Pensó en voz alta, con sentido común.

—No —dijo Elle sonriendo. Creía saber adónde quería llegar Takada con todo ese interrogatorio.

—¿Y cómo hiciste para pagarla? —le preguntó con intriga.

Elle se quedó unos segundos en silencio, preparándose para soltar la bomba:

—Debí vender mi colección completa de motocicletas.

Takada abrió la boca, y Elle creyó que se le caería la mandíbula.

—¡¿Qué…?! —preguntó, casi gritando.

—No me quedó otra alternativa.

—Tenías casi doscientas, Ryuzaki… Digo, Elle. ¡Ay, mierda! —gruñó, y le pegó al volante. Elle soltó una carcajada—. En verdad lo siento.

—Ya te dije que no pasa nada —la tranquilizó. Ambos volvieron la vista al parabrisas.

—Bueno… supongo que eran las suficientes como para haberte dado una millonada de plata —supuso, y creyó que bien por la cara que puso Elle—. Me alegro de que hicieras la rehabilitación en Londres; recuerdo todas las veces que me dijiste que extrañabas Inglaterra —dijo, y le dio un codazo amistoso—. ¿Lo recuerdas?

—Claro que sí —admitió Elle, sonriéndole de regreso—. Y confieso que me sorprende que me escucharas con tanta atención como para acordarte de esa clase de detalles.

Takada soltó una carcajada.

—Siempre te presté mucha atención cuando conversábamos.

—Creo que me prestabas más atención de la que yo me prestaba a mí mismo —finalizó con cierta tristeza, porque era verdad—. ¿Qué hay de ti? ¿Qué has hecho todos estos años? —quiso saber Elle, desviando la temática de la conversación hacia Takada, para hablar de algo que lo distrajera de tener que pensar en todo el mal que había hecho en el pasado.

Takada soltó un suspiro.

—Soy madre —dijo con orgullo. Elle se giró sorprendido a verla.

—¡¿En serio?! —preguntó con la voz cargada de emoción—. ¿Cuántos años tiene?

—Cinco, pero habla como si tuviese ocho —expresó y soltó una carcajada que fue acompañada por Elle—. Y estoy felizmente casada —continuó—. Se llama Katsuro y es el hombre más maravilloso que he podido encontrar. La verdad es que no comprendía nada del amor antes de conocerlo a él.

Elle le sonrió. No pudo evitar pensar que lo último dicho por Takada se trataba de una indirecta, pero estaba contento de que ella se haya enamorado y de que haya decidido formar una familia. Siempre había creído que era una mujer muy centrada y que merecía alguien que la amase con profundidad. Y hasta se sintió aliviado de saber que ella nunca había estado enamorada de él, porque tampoco él había sentido jamás algo similar al amor hacia ella, y eso lo libraba de la culpa de suponer que la había herido al cortar la relación y marcharse.

—Llegamos. Es aquí —dijo Takada, y estacionó el auto en la vereda frente a la morgue.

Ni bien entraron, Takada pidió hablar con el médico forense, quien se rehusó a mostrarles el cuerpo de Watari en la cámara funeraria sin una debida aprobación del comandante del caso. Sin embargo, cuando Elle afirmó que se trataba del hijo adoptivo de Watari, el médico cambió inmediatamente de parecer. Después de todo, el cuerpo había estado tanto tiempo guardado en ese recuadro refrigerado que ya empezaba a sufrir los efectos de la descomposición y era necesario que algún familiar lo reclamara pronto para poder llevar a cabo de una buena vez el velorio.

—De acuerdo, pasen —les dijo, y los invitó a adentrarse en la cámara funeraria donde guardaban los cuerpos que aún no habían sido reclamados por los parientes.

Caminaron por un pasillo hacia una recámara completamente blanca, como las de los hospitales. En las paredes había casilleros, y en cada uno de ellos descansaba un cuerpo. El forense buscó a Watari, abrió el cajón y despojó al cuerpo de la manta blanca que lo cubría.

Elle sintió pena de verlo desnudo. Jamás en su vida Watari le había permitido verlo siquiera en ropa interior. Había sido un hombre muy respetuoso con ese tipo de cuestiones. Y tener que soportar ahora verlo sin prenda alguna le daba a Elle una sensación de ultrajanza, como si tuviera que disculparse en silencio con Watari por eso.

—Puedes acercarte más si quieres —le dijo el médico, y Elle así lo hizo.

Apoyar la mano sobre la piel gélida del cuerpo de Watari le causó escalofríos. Se sintió tan vacío que estuvo a punto de llorar. Una tristeza profunda lo invadió al ver las puñaladas, y las preguntas que lo atormentaron durante todo el viaje de Londres a Kanto volvían a martirizarlo: «¿por qué dejé que esto pasara? ¿Dónde estaba para protegerte? ¿Por qué no me vine de Londres cuando todavía había tiempo?».

Elle cerró los ojos y respiró profundamente.

—¿Te sientes bien, chico? —le preguntó el forense, quien se había dado cuenta del repentino cambio en las facciones de Elle, cambio que adelantaba el llanto—. Puedes ir al pasillo, tomarte un descanso para reflexionar, y volver más tarde si prefieres.

Elle negó rápidamente con la cabeza. No iba a tomarse ningún descanso. Continuó aferrado al cuerpo de Watari. Le sostenía la mano y rezaba en silencio por la salvación de su alma. Aunque sabía que no había nada por lo que rezar, era imposible que con lo buena persona que había sido Watari no tuviera el cielo ganado.

Elle se detuvo al ver los agujeros de las puñaladas. Contó ocho en total, el noticiero europeo no había mentido al respecto. Se habían conservado intactos gracias al frío de la habitación, que era tal que cada vez que Elle respiraba exhalaba una bocanada de vapor.

De repente, mientras inspeccionaba el torso de Watari, Elle se encontró con una marca llamativa. Estaba siendo tapada por un brazo, así que debió moverlo de lugar para poder leerla. Se trataba de algo hecho con un cuchillo, había letras y números intercalados:

OT3IM4IK1OT

—¿Qué es esto? —le preguntó Elle al forense, señalándole la marca. El hombre se alzó de hombros sin poder responderle.

—No lo sé. Ha estado ahí desde que trajimos el cuerpo —confesó, desligándose de que quizás Elle pensara que lo habían hecho ellos para identificar a Watari del resto de los de la morgue.

El celular de Takada comenzó a vibrar en su bolso. Lo sujetó y vio que se trataba de Light. Enseguida escudriñó las cejas… ¡era rarísimo que él la llamara! Decidió atenderlo, pensó que tal vez se tratara de algo grave; así que caminó hacia el pasillo afuera de la habitación para hablar con privacidad.

—Chico, debo revisar unos expedientes. Ya regreso —le dijo el médico forense a Elle, saliendo de la habitación y dejándolo solo.

Elle vio la oportunidad de sacarle una foto a la marca en el cuerpo de Watari. Sacó su celular del bolsillo y después de tomar la foto lo guardó rápidamente.

...

—¿Diga? —preguntó Takada.

Voy a dar por terminado el caso —respondió Light del otro lado con dureza.

—Se dice "buenas tardes", Light —soltó, y creyó que le había sentado fatal su comentario porque lo escuchó gruñir—. ¿A qué se debe? —Su voz continuaba relajada. La de Light era cortante y fría.

Descubrí quién es el asesino.

Los ojos de Takada se abrieron como platos.

—¡¿Qué…?! —preguntó con un grito—. ¡¿Enserio, ya…?!

Sí. Investigué el paradero del sujeto y me han informado que se encuentra ahora mismo en Japón. Inicié esta tarde un pedido de captura nacional. La policía está rastreándolo —soltó con una seguridad únicamente propia de él—. No tardarán en hallarlo, estoy seguro de eso. Mañana mismo estará preso.

«¡Maldición!», insultó Takada para sí misma. Todas las noches sin dormir que había pasado investigando el caso no habían servido para nada. Una vez más, y como solía hacer en la universidad, Light se le había adelantado.

Necesito que vengas a la oficina ahora. Quiero entregarle el acta a Akemi y es necesario que estés presente.

—Okey —murmuró Takada y soltó un suspiro cargado de frustración. Creyó que, seguramente, Akemi no le pagaría nada porque no había participado mucho que se pudiera decir. Light atinó con cortar la llamada, pero Takada se apresuró a detenerlo—. Aguarda, Light —le pidió. Sabía que Ryuzaki quería hablar a solas con Light y contarle él mismo acerca de aquella misteriosa llamada. Pero necesitaba poder ayudar a que las cosas se resolvieran más rápido para Ryuzaki, y de la manera menos dolorosa posible. Él le había confesado que había hecho sufrir a Light mucho más que a ella, entonces supuso que Light se negaría a verlo si los presentaba directamente. Light era de dar la espalda y dejar a las personas hablando solas, tal como había pasado la vez que Akemi los presentó. Quizás se ahorraran tiempo si se lo contaba ella a Light directamente—: El hijo de Watari está aquí conmigo —soltó.

Takada… Watari no tenía hijos.

—Lo sé. Es su hijo por hecho. Vivieron juntos, Watari lo crio, pero no hay papeles que lo avalen, lamentablemente. Me contó que recibió una misteriosa llamada hace un par de días. Lo amenazaron, y la persona se identificó como el homicida de Watari —explicó ella—. Creo que si rastreamos la llamada lograremos atraparlo más rápido.

Hubo un silencio reflexivo del otro lado.

Es buena idea —acabó diciendo Light, y Takada sonrió. Creyó que jamás escucharía un halago como ese de él hacia ella—. ¿Quieres traerlo a la oficina para que hable directamente con él?

—Am… Light, me temo que debo advertirte de algo —murmuró.

A pesar de todo lo que había ocurrido entre ellos, no podía ser mala persona y andar ocultándole información. Aunque sí estaba segura de que Light no le diría una palabra a ella en caso de que fuese al revés.

Sin embargo, ella no se creía capaz de ocultarle información que seguramente le doliera a Light. Si las palabras de Ryuzaki –y se maldijo internamente por décima vez por estar llamándolo Ryuzaki y no Elle– eran ciertas y Light había terminado muy dañado de su amistad con él, tal como aquel le había dicho, Takada se veía en el deber civil de advertírselo.

—¿Qué? —preguntó Light apurándola.

—Se trata de Ryuzaki… Él es el hijo de Watari —soltó. Light no respondió, permaneció en silencio incontables segundos—. Te lo cuento para que no acabes llevándote una sorpresa desagradable cuando lo veas.

Takada creyó que había cumplido con su deber a la perfección, sin embargo Light empezó a gritar y eso la confundió.

¡¿Acabas de decir que estás con él?! —preguntó a los gritos.

—Sí… —murmuró dubitativa—. ¿Por?

¡Es él! ¡Él mató a Watari!

—¿Qué…? —preguntó Takada horrorizada. La sangre se le bajó a los pies. De repente, sintió que las palpitaciones comenzaban a ascender. Se giró sobre sus talones para ver dónde estaba Ryuzaki; él estaba aún adentro de la cámara funeraria, observando con minuciosidad el cuerpo de Watari. Estaba demasiado lejos, y con la puerta cerrada de por medio, como para que pudiera escuchar lo que ella hablaba con Light—. Light, no puede ser él —aseguró convencida. Negaba con la cabeza—. Está muy dolido por lo que le pasó a su padre… De verdad que no creo que sea él.

Takada, yo vi las grabaciones de la cámara —insistió Light—. ¡El tipo era Ryuzaki, y apuñaló a Watari hasta masacrarlo! —aseguró. Takada empezó a caminar de un lado al otro del pasillo de los nervios. Se debatía internamente qué era lo que estaba ocurriendo, ¿por qué Ryuzaki mataría a su propio padre? ¡No tenía sentido que fuera justamente a hablar a la jefatura de policía para poder ver el cadáver! ¿Estaría mintiendo? ¿Era un psicópata? Las preguntas empezaron a torturarla—. ¿Dónde están?

—En la morgue de Kanto —respondió ella con voz quebrada. Empezaba a sentir un fuerte dolor de cabeza.

¿Crees poder cumplir con el plan que me dijiste de traer a Ryuzaki hasta la jefatura de Tokio? —le preguntó Light con prisa—. Dile exactamente lo que me dijiste: que vendrá a testificar que es el hijo de Watari. Ni bien lo vea, lo arrestaré. Estoy llamando a la policía.

Takada negó con la cabeza.

—Light… No creo que pueda —dijo. El dolor de cabeza que sentía ya era demasiado fuerte y estaba temblando de los nervios. Todavía no caía en la cuenta de que Ryuzaki pudiera ser el culpable. Ryuzaki, con quien llevaba compartiendo conversación desde hacía tres horas, a quien había subido a su auto y con quien había atravesado tantas cosas en el pasado…—. Lo siento —anunció.

Cuando escuchó a Light bufando, Takada pudo estar segura de que él la creía una inútil que ni siquiera podía cumplir con una tarea mínima. Pero a ella a esa altura le daba igual.

Estoy yendo para allá con la policía. No te muevas y no lo pierdas de vista. Distráelo.

Colgó. Takada estaba paralizada. Ingresó a la habitación y vio a Ryuzaki todavía ahí, viendo el cadáver…. Estaba llorando. Lo miraba con dolor y le acariciaba la mano. Cuando notó que ella había ingresado de nuevo a la habitación se secó las lágrimas con el puño.

«No puede ser el asesino», pensaba Takada. Ella había creído cada una de sus palabras y estaba convencida de que Light estaba equivocado. ¡Él mismo había dicho que el homicida lo había llamado a su celular! Y era cierto que no se andaba con ese celular encima.

Elle se dio la vuelta y vio que Takada lo miraba horrorizada.

—¿Qué sucede? —le preguntó preocupado—. ¿Ocurrió algo?

Takada caminó hasta ponérsele enfrente.

—Huye… —murmuró, dejando a Ryuzaki perplejo—. Huye, vete, ¡corre! —gritó a todo pulmón—. Light está viniendo con la policía. Cree que tú eres el asesino. ¡Te arrestará! ¡Corre! —le ordenó.

Ryuzaki se quedó paralizado durante una fracción de segundo.

—¿Qué…? —preguntó, sin caer en la cuenta todavía.

—¡Lo que oíste! ¡Sal de aquí ya mismo!

Ryuzaki recobró la conciencia de un momento a otro y empezó a correr hasta la puerta.

—Takada… dame tu número. —Estaba seguro de que iba a contactarla luego.

Takada bufó y se lo pasó a las apuradas. Elle salió del edificio. Las personas que caminaban de manera tranquila en las veredas de las calles lo miraron con intriga y hasta con susto cuando pasó a su lado, tan rápido como un rayo. Había sido tal el aventón que a algunas personas les había llegado a jalar sin querer las mochilas o los bolsos.

Cuando sintió las sirenas de la policía aproximándose, lo único que se le ocurrió fue esconderse en un callejón lleno de botes de basura, a unas pocas calles de la morgue. Apoyó la espalda contra la pared para recuperar el aire que había perdido. Pasó un minuto y vio de refilón las patrullas que iban a toda velocidad hacia el lado este de la ciudad. No lo vieron, y dio gracias al cielo por eso.

Sujetó el celular que tenía en el bolsillo e intentó ubicar el contacto del taxista, pero no lograba recordar el nombre y estaba tan nervioso que sudaba… ¿Anthony? ¿Evan? ¿Ídan?

¡Alan!

Presionó "llamar" de inmediato.

¿Diga? —preguntó el anciano del otro lado. Estaba escuchando una canción de los años ´50 que sonaba bastante fuerte.

—¡Necesito que vengas ya mismo a buscarme! —gimió. Intentó sonar calmado, pero estaba demasiado afectado para disimular.

¿Chico? —le preguntó, dejándole entrever que él tampoco recordaba su nombre, pero sabía a la perfección de quién se trataba—. ¿Estás bien?

—Sí —mintió Elle—, es solo que… —se detuvo a pensar un instante—. Un perro me persiguió y tuve que salir corriendo. —Alan soltó una carcajada. Le había creído.

De acuerdo, chico. ¿En dónde estás?

—Activaré la ubicación de mi celular para que puedas encontrarme —le dijo Elle, creyendo que con eso sería suficiente. Pero Alan comenzó a reír desaforado.

¿Crees que un anciano como yo sabe de esas cosas? ¡No inventes! —dijo entre risas—. Dime el nombre de la calle.

Elle alejó un poco el celular, rodó los ojos e insultó para adentro. Estiró el cuello para ver algún cartel.

—Am… ¿Shokumo, altura 120? —le preguntó, mencionando la dirección del local que estaba enfrente del callejón.

Sí, conozco esa avenida. Voy en camino. —Cortó la llamada y solo entonces Elle pudo respirar con alivio.


Light entró por la puerta de la morgue con la tranquilidad que lo caracterizaba. Usaba traje negro y anteojos de sol. Vio a Takada en el pasillo y no pudo evitar pensar que, por fin, había servido para algo en el caso. Gracias a ella lograría capturar más rápido a Ryuzaki y todo el rastreo policial que había iniciado hacía un par de horas sería innecesario. Eso le sumaba puntos, porque se trataba de un operativo sumamente costoso.

—¿Dónde está Ryuzaki, Takada? —le preguntó, directo al grano. Se subió los lentes para mirarla a los ojos. Light esperó que ella desviara la mirada y le indicara alguna habitación de la morgue. Por el contrario, ella no dijo nada. Negó con la cabeza—. Takada… —insistió Light, y esta vez su pregunta se volvió orden.

Continuaba sin hablar. Pero su mutismo se volvió insoportable hasta para ella, y entonces confesó:

—Lo dejé ir. —En ningún momento cruzó miradas con Light, quien se había quedado como congelado en su sitio y la miraba de arriba abajo con desprecio.

—Es broma, ¿cierto? —preguntó, incrédulo—. Tiene que ser una broma... —Takada se mordió el labio inferior. Light dejó de mirarla. Rodó los ojos y lanzó un suspiro—. ¡Eres una completa idiota! —gritó con toda furia.

Los agentes policiales, que no llegaban a entender la situación del todo, se miraron entre ellos y sintieron pena por Takada.

—¡Es que estás equivocado! —gruñó ella con la misma ímpetu que él—. Él no es el asesino —afirmó, y los ojos de Light parecieron encenderse de la furia.

—¿Crees que no sé hacer mi trabajo? —le preguntó con sarcasmo.

—No dije eso —contestó Takada con firmeza—. Solo que no has agotado todas las posibilidades. Tiene que haber otra explicación, él…

—¿Por qué de repente lo defiendes tanto? —preguntó con intriga—. ¿No habías dicho que él y yo éramos la misma mierda?

Takada se llevó una mano a la frente.

—¡Carajo, Light! Eso pasó hace diez años, ¡olvídalo de una vez! —gritó, ya al borde de la paciencia. Los policías se miraban entre ellos y, por sus caras, parecían querer estar en las patrullas en vez de estar presenciando todo eso.

Light le dio la espalda a Takada y se alejó con su custodia.

—Da igual… Le diré a Akemi que te quite definitivamente del caso. ¿Cómo te atreves a dejar en libertad a un acusado por delito de homicidio? ¿Estás loca o qué? —le gritó a lo lejos. Takada no supo qué responder. Light ni siquiera la miró, se dio la vuelta y dio un portazo que resonó por todo el edificio.

Takada soltó un suspiro. Si resultaba que Light tenía la razón, entonces se había metido en graves problemas. La mancha estaría en su expediente toda la vida y sería difícil que la contrataran para resolver otros casos. De verdad que se había jugado el pellejo por Ryuzaki. Solo esperaba que su corazonada no la estuviera traicionando…


Cuando llegó al hotel, aprovechó que ya era de noche y se puso la capucha del buzo para que nadie lo reconociera al entrar.

—Adiós, chico —lo saludó Alan desde el auto con una gran sonrisa.

Elle le dedicó un simple gesto con la mano y entró a las zancadas. Siquiera miró a la secretaria. Enseguida subió las escaleras hacia la habitación. Tenía miedo de que su cara ya se hubiera divulgado por los noticieros de todo Japón y por todo Internet. Aunque, sincerándose, pensaba que si eso no sucedía esa misma noche, estaba seguro de que lo haría en la mañana siguiente y despertaría con la policía tocándole a la puerta.

Cerró la recámara con llave y apagó todas las luces, quedándose en completo silencio y a oscuras. Solo podía oír los latidos de su corazón y su respiración agitada. De repente su celular viejo empezó a vibrar.

Elle caminó hacia la mesa de luz… Se trataba de un número desconocido. Atendió. Una sonrisa macabra le dio la recibida.

¿Ya adivinaste quién soy, Elle? —le preguntó esa voz computarizada que Elle se había encargado de guardar bien en su memoria—. Deberías apresurarte… Te queda poco tiempo. Escucha —dijo, y de un momento a otro dejó de hablar y todo lo que Elle pudo oír fueron los gritos desgarradores de alguien pidiendo ayuda.

Quedó horrorizado.

—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Elle, poniéndose de pie de un brinco.

Ya es tarde… está muriendo. No hay nada que puedas hacer para impedirlo —mencionó, y de un momento a otro los gritos cesaron—. Siempre te jactaste de tener un poder de deducción superior a la media… ¿por qué aún no sabes quién soy? —preguntó sonriendo—. No necesito que lo respondas, muy en el fondo sé por qué: nunca fuiste tan inteligente. Se equivocaron contigo. ¡Yo soy mucho más inteligente que tú! —dijo con voz gutural—. Aunque, sinceramente, me da igual, porque prometo que para cuando sepas quién soy ya estarás a diez metros bajo tierra. Adiós, Elle.

Inmediatamente después de que cortara la llamada, Elle rastreó el número de teléfono. Era uno diferente al que había usado la vez anterior y Elle ya podía imaginar que cada vez que lo llamara estaría haciéndolo desde un celular diferente.

Se dejó caer sobre la alfombra. Empezaba a comprender el juego: ese hijo de puta asesinaría a alguien hasta que él mismo fuera capaz de descubrir su identidad. ¿Y entonces qué? ¿Una vez que supiera quién era, qué pasaría? Se ganaría un pasaje al infierno, porque había jurado matarlo para cuando lo descubriera. No tenía salida.

Abrió el cajón de la cómoda y extrajo la hoja que le había enviado Roger por archivo. Se había encargado de imprimirla para tenerla a mano. Leyó los nombres uno por uno. Estaba seguro de que esa persona había convivido con él en la Wammy´s House.

Recordó sus palabras: «Se equivocaron contigo. ¡Yo soy mucho más inteligente que tú!». Elle no recordaba haber jugado a un juego de inteligencias con nadie, y mucho menos había jugado a ser más brillante que otro o había hecho sentir mal a otra persona jactándose de ser brillante. Jamás se había mostrado superior a nadie y, si por pura casualidad había resultado ser así, no lo había hecho apropósito.

¿Quién era ese tipo y por qué la tenía con él?

«Cuando te fuiste, mi infancia se volvió un infierno… Me abandonaste, y ahora voy a hacer que tu vida se vuelva una verdadera pesadilla», recordó que le dijo. Elle podía sentir una emoción mezclada entre el cariño y el odio extremo, entre el anhelo y la aberración. Estaba seguro de que ese sujeto, fuera quien fuese, lo odiaba y planeaba matarlo, ¿pero lo había querido alguna vez? ¿Quién era?

Una foto incógnita le había llegado al Whatsapp. Elle tenía la posibilidad de abrirla una única vez y después ya no la vería. Respiró profundo y la abrió. Como había imaginado, se trataba del cuerpo mutilado a puñaladas de la nueva víctima. Elle cerró los ojos, shockeado por la imagen. Había sangre por todas partes. Podía verse una casa a lo lejos, rodeada de matorrales en medio de la noche.

Algo súbitamente llamó su atención y agrandó la imagen. La misma marca que había visto en el cuerpo de Watari ahora estaba en el cuerpo de esta persona, y situada exactamente en el mismo lugar. Pero esta vez era diferente; los números y las letras habían cambiado:

IH5SO9GO3T

 


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