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Todos aman a Light, Parte II: El Caso Beyond Birthday por Camila mku

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Elle ingresó a la morgue metiendo la pierna izquierda por la ventana del cuarto refrigerado, donde albergaban todos los cadáveres. Luego metió la otra hasta que, finalmente, estuvo adentro de la habitación.

Hacía un frío sepulcral ahí adentro, tal como recordaba de la vez que había inspeccionado el cuerpo de Watari. Caminó a oscuras hasta que encontró el receptor de la luz y lo encendió. Miró de reojo el cubículo donde yacía el cuerpo… Se le rasgó el corazón de tan solo pensar que no había podido darle la despedida que se merecía con alguna ceremonia de velorio o misa en su honor. Tragó espeso y reprimió el llanto.

Se puso a leer los nombres en las etiquetas de los cubículos hasta que halló el de Ryan Erin. Lo abrió con lentitud e inhaló profundo antes de fijarse en la aberración que Beyond había cometido. Las puñaladas eran igual de profundas que las que tenía Watari, pero a este sujeto le había llegado a amputar un brazo y le había desfigurado la cara a cuchillazos.

Elle exhaló un suspiro ahogado. Recordó todos los años que había convivido con Beyond en la Wammy y jamás se le había cruzado por la cabeza pensar que ese niño era un psicópata, ni mucho menos que acabaría convirtiéndose en un asesino serial. Se sentía devastado por no haber sido capaz de percibir las señales a tiempo.

Una puñalada, otra… diez en total. El acto en sí había sido tan monstruoso que, de no haber sido por las pruebas de ADN que habían llevado a cabo los forenses, nadie nunca habría descubierto la verdadera identidad de ese sujeto. Estaba irreconocible.

Elle hizo a un lado la manta que cubría el cadáver y se fijó en la parte de las costillas. Ahí estaba la marca:

IH5SO9GO3T

La leyó al revés, y su rostro adquirió una expresión de ultratumba: Togoshi 395. Exactamente el domicilio del hotel donde él se había estado hospedando.


Light detuvo el Lamborghini en el estacionamiento de la morgue. Con toda tranquilidad, bajó del auto y caminó hacia las escaleras que daban a la entrada del edificio. Como era el detective que llevaba la delantera del caso, las autoridades de la morgue habían estado de acuerdo en entregarle a Light una copia de las llaves. Entró sin dificultad.

Caminó por un pasillo largo y solitario. Nunca había demasiada gente circulando ahí adentro y, a pesar de considerarlo un lugar horripilante, Light jamás había sentido temor al atravesar sus pasillos. Sin embargo, ahora que estaba completamente solo, admitía sentir escalofríos.

Estaba seguro de que se había olvidado el portafolio con los papeles del nuevo homicidio adentro de la habitación de los cadáveres. Apuró el paso y, cuando finalmente llegó, algo lo detuvo al mirar a través de los cristales empañados de la puerta… había alguien adentro del cuarto. No podía descifrar con exactitud de quién se trataba porque estaba de espaldas. Así que Light se quedó intentando descifrar si se trataba del médico forense con el que había estado hablando hacía un rato… Pero no era él.

El sujeto vestía un buzo, jeans holgados y zapatillas deportivas. Lucía joven y lo único de lo que podía estar seguro Light era que su cabello desmarañado era negro. Estaba fijándose en uno de los cadáveres, el de Ryan Erin más precisamente. De un segundo a otro, Light se fijó que una de las ventanas adentro de la habitación había sido abierta a la fuerza, y fue entonces que el sujeto se volteó, y el corazón de Light empezó a embestir embravecido en su pecho al ver que se trataba… ¡de Ryuzaki!

Se agachó para no quedar a la vista mientras Ryuzaki seguía inspeccionando el cuerpo de Ryan, no había notado su presencia. Light buscó el arma que cargaba en el cinturón y destrabó el gatillo. Con la otra mano sujetó su celular y presionó el botón de auxilio para alertar a la policía que se dirigiera de inmediato adonde él estaba.

Abrió la puerta lentamente, sin hacer ruido.

―Si te mueves disparo ―amenazó.

Elle quedó estático. Levantó las manos con extremada lentitud. Se dio la vuelta como acto reflejo, y vio a Light Yagami parado en el umbral de la puerta. Sus miradas se encontraron como nunca antes: desnudas y llenas de una frustración agonizante, cargada con recuerdos del pasado.

Light no pestañeaba. Sus ojos ámbar miraban los ojos negros y profundos de Elle a tal punto que los escudriñaba. Comenzó a sentir tanta rabia que sus ojos se llenaron de lágrimas.

―Eres un asesino… ―murmuró. La mano que sostenía el arma le temblaba.

―Light, yo no lo hice ―aseguró Elle, aún con los brazos arriba.

Light se mordió el labio inferior y reprimió el nudo que se le había formado en la garganta.

―¿Que no lo hiciste…? ¡Tu cara está en todas las malditas filmaciones! ―gritó con un gemido ahogado―. Eres un monstruo…

―Light… ―atinó a decir Elle, pero las luces rojas y azules arribando al estacionamiento de la morgue obligaron a Elle a mirar de reojo hacia la ventana. Light había llamado a la policía. Mierda.

Comenzó a acercarse a él lentamente y con el arma apuntándole a la cara. Elle dio un paso atrás.

―¡No te muevas! ―le ordenó Light con un grito gutural que hizo eco en toda la habitación.

Light caminó lentamente hacia él hasta que estuvieron cara a cara. Se miraron, después de diez largos años, y a ambos los inundó la sensación de que el tiempo se detenía. Los recuerdos comenzaron a caer sobre él como una tormenta que, poco a poco, se fue convirtiendo en un huracán.

Ryuzaki y su inteligencia, sus profundos ojos negros, su piel pálida, su cabello oscuro, su carácter del demonio y, por sobre todo, su belleza. Tenía una belleza que Light no había podido encontrar en ningún hombre en todos esos años. Una belleza atípica y, sin embargo, no había sido eso lo que lo había enamorado a tal punto de haberse convertido en el flechazo más importante de su vida… Había sido su personalidad.

Su voz templada, su forma tan directa de decir las cosas, su terquedad, su calma, las pocas palabras que soltaba y los ratos eternos de silencio, su facilidad a la hora de resolver los casos que le planteaba el profesor en la universidad… y L, por sobre todas las cosas, L.

Elle no podía salir del trance en el que estaba inmerso. No se había llegado a imaginar lo que sentiría si alguna vez volvía a ver a Light, si volvía a cruzársele y sus miradas se encontraran así de transparentes. Jamás había creído que sus ojos ámbar fueran a causar que su corazón palpitara hasta el punto de creer que explotaría.

Los ojos lagrimosos de Light estaban peligrosamente cerca como para que las neuronas de Elle conectaran. Lo miraba de manera penetrante mientras le apuntaba en la frente con el cañón de la pistola y expresaba una rabia potente que no decía con palabras, sino con cada una de sus facciones…

Sentir su respiración caliente tan cerca de su rostro había paralizado a Elle a tal punto que no escuchó a los oficiales de la policía entrando en la habitación, ni tampoco sintió el frío de las esposas rodeándole las muñecas detrás de su espalda, y mucho menos sintió cuando le encapucharon la cabeza con una tela negra, para después llevarlo a las rastras por el pasillo de la morgue hacia afuera.


Elle se mantuvo en silencio durante el viaje en auto hasta la comisaría, que se volvió largo y tortuoso. La tela que le cubría la cabeza no le dejaba respirar bien y, si se quejaba, la mujer policía que estaba sentada al lado suyo le apretaba las esposas tan fuerte que le cortaba la circulación de las manos.

—Llegamos —le escuchó decir a uno de los oficiales, y de inmediato sintió que lo sujetaban de un brazo y lo sacaban del auto con brusquedad—. ¡Muévete! —le gritó, lo empujó con rabia y empezó a golpearlo con un garrote para hacerlo caminar más rápido. Debieron sujetarlo de ambos brazos y arrastrarlo, porque le era imposible a Elle dar un paso sin poder ver por dónde iba.

—¿A dónde lo llevamos, Light? —le preguntó la oficial.

Elle se mantuvo expectante, como si su alma no estuviese en su cuerpo. No podía hablar y, de poder, tampoco lo haría. Se sentía enajenado y en shock, pero se obligaba a mantener la calma. Pasaron largos segundos en silencio…

—Al pabellón cuatro —dijo Light con tono gutural, y los oficiales acataron la orden de inmediato.

Volvieron a zamarrearlo y a llevarlo a los empujones por un pasillo. Mientras caminaba, oía a otros presos gritando y festejando su llegada desde sus celdas. Soltaban risas estrepitosas mientras le gritaban:

¡Miren quién llegó!

¡El apuñalador!

Tienes perpetua hasta la coronilla, amigo.

Elle se mantuvo en silencio hasta que lo metieron en su respectiva celda, en el fondo del corredor, que estaba completamente deshabitado. Le dieron un empujón y le quitaron la tela que le cubría la cabeza, solo entonces pudo respirar con normalidad.

—No le saquen las esposas —ordenó Light, quien había estado siguiéndolos. Se acercó hasta los barrotes y miró a Elle con odio y rencor.

Los oficiales se miraron entre ellos con desconfianza y arrugaron el entrecejo.

—Pero… no podrá comer ni tomar agua —dijo la mujer, y miró a Light desconcertada.

Light volvió a clavar la mirada sobre Elle, y lo hizo como si tuviera enfrente al mismísimo diablo.

—Exacto —dijo Light finalmente. Los oficiales no se atrevieron a desobedecerlo. Le dejaron las esposas puestas y salieron de la celda sin decir nada—. Déjenme a solas con él —ordenó Light, y ambos asintieron para luego marcharse por el pasillo.

Light se acercó a los barrotes y miró con furia a Elle, que estaba de pie y esposado. En sus ojos negros no había duda, ni enojo, ni miedo o rencor. Era como si no le importara tenerlo ahí adelante, pensaba Light que su presencia parecía resultarle insignificante. El enojo fue subiendo poco a poco, hasta acabar apoderándose de él.

—Siempre supe que eras un hijo de mil putas, ¿pero llegar a matar a tu padre adoptivo…? Es demasiado maquiavélico hasta para ti. La droga acabó limándote el cerebro, siempre supe que terminarías así. Eres una lacra para la sociedad y es una pena que hayan quitado la condena a muerte, porque yo no dudaría en usarla contigo.

Elle escuchó sus palabras y percibió que, además de ira, había un temblequeo en su tono de voz, un leve sollozo ahogado, un nerviosismo que a Light le era imposible contener…

—Yo no soy el asesino —aseguró sin titubear, y con voz pacífica. Miró a Light a los ojos y repitió con confianza—: Yo no le hice eso a mi padre.

Light desvió la mirada y esbozó una risa carente de gracia.

—Díselo a las cámaras. —Sacó su celular del bolsillo y lo sostuvo a la altura de los ojos de Elle. Le dio play a un video.

Era una filmación del homicidio de Ryan Erin, y duraba apenas veinte segundos. Las cámaras en los postes de luz habían logrado captar el brutal ataque de Beyond hacia el profesor.

En el video se podía ver a Ryan vestido con atuendos de entre casa. Había salido hasta la vereda para colocar las bolsas de basura en el cesto, pero cuando se volteó para regresar, Beyond se aproximó por detrás. Había salido de un matorral de arbustos, de la nada, y caminó lentamente hacia Ryan. Lo atacó por la espalda y, una vez que el pobre hombre estuvo en el suelo, Beyond comenzó a apuñalarlo de una manera tan brutal que a Elle le causó arcadas.

La sangre formó un charco en la vereda y llegó a esparcirse sobre el asfalto de la calle. Los segundos siguientes, Beyond miró directamente hacia la cámara durante un instante, y se escabulló entre la oscuridad de la noche. El video se detuvo, Elle había quedado consternado, pensando que Beyond sabía muy bien que lo estaban filmando… Quería ser filmado.

—Es tu cara —dijo Light, y volvió a guardar el celular en el bolsillo delantero de sus pantalones.

Elle miró a Light a los ojos, pero estaba totalmente ido. Se había quedado pensando en Beyond y en la posibilidad de que él cometiera los asesinatos solo si había una cámara filmándolo.

—En el segundo doce… —dijo Elle, y Light enarcó una ceja—. Él mira a la cámara, ¡sabe que lo están grabando!

—¿Qué? —preguntó Light consternado.

—Ese no soy yo… —repitió Elle con la mirada desorbitada.

—Luce como tú —insistió Light con la cara cerca de los barrotes, mirándolo penetrante. Ya no estaba tan seguro de cuán cuerdo estaba Ryuzaki. Creyó que finalmente las drogas habían hecho lo suyo y le habían causado un grave trastorno mental. Parecía estar padeciendo de personalidad múltiple.

—¿Por qué sería tan imbécil de filmarme a mí mismo matando gente? —le preguntó con la más obvia de las lógicas.

Light desvió la mirada y caminó hacia atrás, alejándose un poco de la cercanía de la celda.

—Porque eres perverso… Siempre lo fuiste —respondió, y habló con todo el peso de los recuerdos que lo atormentaban—. Yo mismo comprobé en carne propia que lo eres. —No demostraba ningún tipo de sentimiento en sus facciones, estaba convencido y miraba a Elle como si se tratara de un sociópata.

Elle inhaló profundo y apoyó la cabeza contra los barrotes. Se negaba a toda posibilidad de que Light le creyera. El rencor que sentía jamás le permitiría tener en cuenta ni siquiera una de sus palabras. Y muy en lo profundo de su corazón Elle creía que se lo merecía por haberle causado tanto daño en el pasado.

Estuvo a punto de resignarse, pensando que seguramente tardaría días eternos ahí adentro hasta que se le ocurriera cómo convencer al tribunal de que no era el culpable, durante el juicio que tendría que atravesar obligadamente. Y podía estar seguro de que Light contrataría a más de diez abogados para que alegaran en su contra y lo sentenciaran a cadena perpetua.

Y tal vez fuera eso lo que Beyond quería… Tal vez ese era el motivo por el cual se había dejado filmar en cada uno de sus homicidios.

Elle elevó la mirada de repente. Ese pensamiento le cayó como baldazo de agua helada. Beyond, al igual que él, de seguro estaba más que al tanto del parecido físico entre ambos… quizás el motivo de cometer esos asesinatos fuese verlo a él en su lugar, adentro de la cárcel y condenado a perpetua.

Elle tragó espeso, porque si era eso lo que Beyond quería entonces lo había conseguido. Sin embargo y de repente, se le ocurrió una idea brillante.

Los segundos pasaron en silencio, con Light parado enfrente de él, mirándolo como si se tratara de una sabandija.

Elle se había quedado con la cara gacha por varios segundos, observando el suelo de esa sucia celda… Levantó la mirada de repente y clavó sus pupilas impasibles sobre Light.

—No va a ser necesario que me creas… —le dijo, y sonrió—. Te lo demostraré.

Cruzaron miradas gélidas. La sonrisa complaciente de Elle le había erizado la piel. Light se sintió desconcertado, y al cabo de un rato soltó:

—Voy a hacer que te mueras aquí adentro. Te lo juro. —Y comenzó a caminar por el pasillo, alejándose de Elle, hacia la puerta del corredor.

El resto de los presos le gritaron barbaridades a Light cuando lo vieron caminando por el pasillo. Lo conocían bien porque Light había sido quien los había encerrado en esas celdas, y le guardaban un rencor inmenso.

Maldito homosexual —dijo uno; Elle llegó a escucharlo desde el interior de su celda. Algunos presos comenzaron a reírse y empezaron a hacer un escándalo. Se mofaban y se prendían a los barrotes como monos exaltados. Otros fingieron no haber escuchado nada y se quedaron en completo silencio. Conocían a Light y sabían muy bien que tenía un carácter del demonio, era mejor no provocarlo.

Está enfadado porque no le dan verga… —dijo otro—. Ven acá y te curo, Yagami.

Light soltó un gruñido que nadie más que él llegó a oír. Salió por la puerta del pasillo con rabia contenida y, al cabo de un rato, dos guardias de seguridad entraron al corredor con garrotes en las manos. Fueron hasta las celdas de los dos presos que habían hecho esos comentarios y empezaron a golpearlos con una brutalidad desmedida hasta hacerlos caer al suelo y, una vez ahí, los patearon en el estómago hasta hacerlos vomitar.

Elle escuchó que el pasillo entero ahora guardaba silencio. No se volvió a oír comentario alguno por parte de ninguno de los presos. Todos se sentaron en el interior de sus celdas mientras miraban con temor la tremenda golpiza. A nadie se le ocurrió decir nada, y a Elle mucho menos porque, en el fondo, el comentario también le había afectado. Él era un homosexual declarado, y muy orgulloso de su condición.

Elle oyó a los guardias cerrando la puerta del pasillo y, más tarde, oyó a los presos que habían recibido la golpiza tosiendo como perros. Fue a sentarse al interior de la celda, arrastrando los pies. Había una cama de una sola plaza, pero continuaba esposado con las manos detrás de la espalda, no podía recostarse. Light de verdad cumpliría con su promesa de hacer que su estadía ahí se volviera un infierno, de eso Elle estaba seguro.

Su celular comenzó a vibrar en el bolsillo trasero de sus jeans. Se puso de pie e hizo un esfuerzo para sacarlo con la mano derecha. Lo arrojó a la cama y, como pudo, presionó el manos libres.

¡Elle! —Era Takada, y sonaba preocupada—. ¿En dónde estás? Desperté hoy y no te vi.

—Takada… —murmuró con la voz apagada, arrastrando cada palabra—. Estoy en una celda.

Takada guardó silencio por unos segundos.

¡Carajo! ¡Te advertí que no salieras! ¿Te atrapó la policía? —preguntó a los gritos, aunque la respuesta era obvia.

—¡Shhhh! —chitó Elle, pero era imposible que no los escuchara nadie. Él ni siquiera podía sujetar el celular ni podía reducir el volumen del audio. Había tenido que acercar la cara al teléfono, y para eso debió arrodillarse en el suelo.

Descuida, Elle… —aseguró ella—, yo voy a ayudarte. Voy a sacarte de ahí.

—¡No, Takada! ¡No lo hagas! —dijo él, y esta vez sí había levantado la voz sin darse cuenta.

¿Por qué no? —preguntó consternada—. ¿Enloqueciste o qué? ¡Eres inocente!

Elle recapituló en su plan.

—¿Cuántos días hubo de diferencia entre el asesinato de Watari y el de Ryan Erin? —Miró de reojo los barrotes, temía que algún guardia de seguridad o Light mismo se apareciera de la nada del otro lado.

Am… —titubeó Takada mientras hacía memoria—. ¿Cinco? Sí, creo que hubo cinco días de diferencia.

—De acuerdo, escucha… —dijo con un murmullo agitado—: Las marcas que dejó el asesino en el costillar de los cadáveres son domicilios, Takada. Hay que leerlas al revés. —Takada permaneció en silencio, parecía estar cayendo en la cuenta recién ahora de ese detalle—. La marca en el cuerpo de Watari era el domicilio de la casa de Ryan, y la marca en el cuerpo de Ryan es el domicilio del hotel Green Lands, donde estuve pagando una habitación hasta hace poco. Están todas mis cosas ahí —dijo agitado, y exhaló con profundidad.

Oh, mierda —la escuchó decir—. ¿Eso significa que…?

—Sí, quiere matarme —dijo Elle con seguridad—. Takada, sé quién es el asesino. Su nombre es Beyond Birthday y fue compañero mío en la Wammy´s House.

¡Oh por Dios, Elle, ¿sabes quién es…?! ¡Dile inmediatamente a Light! —la escuchó gemir.

Elle rodó los ojos.

—No va a creerme. Está convencido de que soy yo. Ahora mismo estoy en la celda y sigo esposado. Light va a hacer lo imposible para intentar inculparme, de cualquier forma —dijo con desconcierto y tristeza.

La tiene contigo…

—Lo sé, y es personal. No tiene nada que ver con el caso. —Continuó mirando los barrotes para cerciorarse de que nadie estuviera escuchando—. Beyond lee las coordenadas de un viejo celular mío que dejé en la habitación doscientos uno de ese hotel. Debe estar pensando que aún estoy ahí. Escucha… puedo sacarle ventaja a esta situación, pero necesito tu ayuda. Si en cinco días Beyond ataca ese lugar, Light sabrá que no soy el asesino. ¡No hay forma de que esté en dos lugares al mismo tiempo! —gimió—. Debo estar aquí encerrado para cuando eso pase.

¿Pero y si Beyond va hasta allá y no te encuentra? —preguntó Takada desconcertada, y luego exclamó horrorizada—: ¡Matará a otra persona!

—Exacto, ahí es cuando entras tú… —dijo Elle. Los hilos de su plan iban tan rápido en su cabeza que empezaba a provocarle jaqueca. Estaba sudando en frío—: Debes montar un operativo policial encubierto en el hotel. Sé que puedes atraparlo.

¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! Elle, no tengo manera de hacer eso, Akemi acaba de echarme del caso. Debes decírselo a Light…

Elle rodó los ojos.

—No me creerá… —confesó apesadumbrado.

Escuchó a Takada exhalando con profundidad. Hasta entonces había sido una mera auxiliar del caso, y tener que verse en el apuro de ser ella quien atrapara al homicida serial de Kanto era un peso sobre sus hombros que no estaba segura de poder soportar.

Elle… tengo miedo —confesó con voz lacrimosa. Elle pestañeó y tragó espeso.

—Eres una gran detective, Takada, estoy seguro de que lo harás bien… Te agradeceré esto por siempre.

Takada comenzó a titubear, no podía articular palabra y, de un segundo a otro, cortó la llamada.

—¡¿Qué estás haciendo?! —le preguntó un guardia de seguridad que acababa de pararse del otro lado de la celda. Tenía un tazón en las manos y de él se desprendía un aroma rancio—. ¡No puedes tener ninguna pertenencia mientras estés aquí! ¡Dame ese celular! —gritó.

Elle, que hasta entonces había estado arrodillado, se incorporó lentamente.

—Ya, enseguida, oficial —dijo rodando los ojos, mientras se ponía de espaldas para que aquel viera que era imposible que se lo alcanzara con las manos esposadas.

—¿Intentas pasarte de listo, imbécil? —le preguntó el policía con rabia. Entró a la celda, agarró el celular y aprovechó para pegarle con el garrote en la espalda. Elle contuvo el gemido de dolor y apretó los dientes con fuerza. Fue golpeado unas cinco veces más, hasta que el sujeto lo doblegó y cayó al suelo, encorvado y adolorido—. Aquí tienes tu comida, que la disfrutes. —Le arrojó el tazón al suelo y el engrudo que había adentro se esparció por el piso.


Luego de colgar la llamada con Elle, Takada se quedó sumida en sus pensamientos, mirando el suelo de su habitación. Estaba tan ajenada que apenas pestañeaba.

Montar un operativo policial no era algo para un auxiliar, y la verdad sea dicha: le faltaba experiencia, no se creía capaz de liderar una emboscada para apresar, nada más y nada menos, que al mayor asesino serial de Kanto en la actualidad. No tenía el carácter suficiente… no era Light. Y hacía apenas unos años había empezado a ejercer de nuevo su profesión.

Volverse madre la había obligado a renunciar a su trabajo. De bebé, Masaru le demandó mucho más tiempo del que había estimado. Recién al cumplir los cuatro, Takada se atrevió a retomar su profesión. De eso llevaba apenas un año y creía que, ahora mismo, se le estaba presentando una prueba de fuego que la hacía dudar de su potencial. ¿Sería capaz?

—¡Buh! —gritó Masaru, apareciendo en la habitación de repente.

Takada se volvió hacia él con la mirada desorbitada.

—¡¿Tú intentas matarme del susto?! —le gritó, y con la mano se sujetó el pecho.

La falta de gracia en la voz de su madre, sumado a su estado de alteración, había asustado tanto al pequeño que, de inmediato, empezó a caminar hacia atrás.

—Lo siento, mami —murmuró Masaru y, con la cabeza gacha y entristecido, se alejó de ella.

—Cariño, espera… —le rogó. El pequeño se giró. Takada suspiró—: Lo siento —dijo.

Vio que había sobresaltado a Masaru e inmediatamente sintió una culpa terrible. Miró sus ojos tristes y pensó que hacía apenas seis años había planeado tener un hijo con Katsuro. Cuando Masaru recién estaba en los planes de ambos, ella no tenía ni la más pálida idea de lo que era ser madre. No sabía cambiar pañales ni dar de amamantar. Tampoco se había imaginado lo tortuoso que sería tener que soportar varias noches sin dormir, solo para alzar en brazos a Masaru y que dejara de llorar. "Ser madre primeriza no es para cualquiera", había escuchado decir varias veces.

Y, sin embargo, ahí estaba Masaru… y era un niño bueno, tierno, noble y, por sobre todo, sano. Ella nunca le había permitido que nada malo le pasara, había crecido feliz y en el seno de una familia con buenos valores.

"Eres una gran madre", le dijo Katsuro, no hacía mucho tiempo. Ella pensó, solo entonces que, a pesar de haber sido madre primeriza, había hecho un excelente trabajo con la crianza de su hijo, después de todo, y a pesar de no haberse tenido fe desde un principio.

"Eres una gran detective, Takada, estoy seguro de que lo harás bien", las palabras de Elle volvían una y otra vez a su memoria. Pensó que, quizás, esta fuese la gran oportunidad que había estado esperando para demostrarle a Akemi que había cometido un gravísimo error al despedirla.

—De acuerdo, lo haré —aseguró en voz alta.

Sujetó el celular y llamó a la jefatura de Kanto. Masaru la había visto tan sumida en sus pensamientos que se había marchado hacia el comedor con su padre.

¿Diga? —le respondieron de inmediato. Takada reconoció la voz: era la secretaria principal de la jefatura: Nina.

—Nina, soy Takada, ¿podrías pasarme al teléfono con Yagami? Por favor —le preguntó.

Enseguida te derivo —le dijo la mujer y desvió la llamada. Takada se quedó esperando mientras sonaba una música melódica que, más que calmarla, la alteraba.

¿Diga? —era la voz de Soichiro.

En sus años de universidad había ido mucho a casa de Light para hacer trabajos prácticos o para prepararse para los exámenes. Light siempre había sido el más cerebrito de la clase y su amistad le había ido como anillo al dedo en aquel entonces. Acababan haciendo los mejores trabajos y siempre destacaban por sobre el resto de los alumnos.

Siempre había creído que, seguramente, había sido durante esos momentos que compartieron juntos cuando empezó a sentir algo profundo por Light, más allá del simple compañerismo. Hasta que acabó completamente flechada por él. Recordó que cuando descubrió, luego de un tiempo, que Light era gay, al igual que Ryuzaki, se había enfadado muchísimo con ambos, pero ahora, ya más grande, se daba cuenta de que había sido egoísta intentar convencer a ambos de salir con ella sin haberles preguntado su orientación sexual desde un principio.

Juró nunca más volver a hacerle algo así a alguien.

Soichiro, por su parte, se había acostumbrado a verla entrando a su casa cuando ella todavía guardaba sentimientos por Light. Siempre lo había visto como a un padre y, por lo demás, él no perdía oportunidad en tratarla como a una hija más, después de todo era amiga de Light en aquel entonces, aunque siempre sospechó que Soichiro la veía más como una candidata a novia de su hijo que como una amiga de este.

En la oficina de Kanto, donde le había tocado trabajar a Takada el último año, alguna que otra vez cuando mantuvo conversaciones con Soichiro, había notado que él mencionaba mucho a Sayu, pero nunca hablaba de Light, y cuando alguien preguntaba por su hijo mayor, Soichiro cambiaba inmediatamente de tema. Takada no había vuelto a saber nada de Light desde que él decidió mudarse a Tokio junto con Mikami. En un momento hasta se le cruzó por la cabeza que habían formado algo, y no había sido ridículo pensarlo, ya que ella siempre estuvo al tanto de lo muerto que estaba Mikami por Light.

Ahora, luego del paso del tiempo, no le quedaban dudas de que algo malo había pasado entre Soichiro y Light, aunque jamás se atrevió a preguntar ni tampoco inmiscuyó nunca las narices en ese asunto. Había intentado mantenerse al margen de todo para hacer su vida con tranquilidad, y lo había logrado en algún punto, hasta ahora.

—Soichiro, soy Takada. Buenas tardes —lo saludó antes que nada. Estaba tan nerviosa que la voz se le entrecortaba.

Takada, qué gusto oír tu voz —le dijo él, como si hablara con una hija—. Hace mucho que no te veo merodeando por la jefatura de Kanto, ¿cómo te ha ido con el nuevo caso que te han asignado en Tokio?

—De eso mismo quiero hablarle —dijo con impaciencia y tono autoritario—. Se me ha encargado una tarea muy importante. Se trata de un operativo policial, y usted es el único que puede ayudarme. Tengo en vistas al culpable, conozco su identidad, y debo atraparlo, pero no puedo sin un refuerzo policial. Usted comanda a las fuerzas armadas de Kanto y sé que es el único con la autoridad para cedérmelas, solo por una noche.

Takada escuchó a Soichiro respirando con lentitud del otro lado. Era demasiada información para procesar en pocos segundos.

Takada… —dijo finalmente Soichiro—, ven a la oficina ahora mismo y lo discutiremos aquí. —Le colgó el teléfono sin decir más nada, y Takada sonrió, emocionada. La respuesta cerrada de Soichiro podía significar un no tanto como un , pero estaba segura de que si insistía lo suficiente y demostraba pruebas convincentes, llegarían a un acuerdo.

—Haré lo mejor que pueda, Elle. Pronto estarás fuera de la cárcel. Lo juro —dijo en voz alta, hablando para sí misma.

Caminó hacia la pequeña mesa de luz donde guardaba el portafolio con todas las fotos, informes y testimonios acerca del caso de Watari. Lo apoyó sobre la superficie del mueble y empezó a buscar la copia de las fotos de los niños que habían convivido en la Wammy´s House.

Ahí estaba. Había una foto de un niño en particular, junto a Watari y otros niños más. Era muy similar a Elle, ¡qué va! ¡Era idéntico! No estaba segura si se trataba de Elle o del homicida, pero como estaba al tanto del parecido físico entre ambos, quizás fuese Beyond Birthday.


«Ya puedes levantar la búsqueda del asesino, Akemi, lo encerré esta tarde. Está en prisión. Y sí, se trata del mismo, quien mató a Quillsh Wammy también mató a Ryan Erin».

Light estaba sentado cómodamente en el sillón de la sala de su majestuoso departamento. No debió esperar demasiado para que Akemi le respondiera festejándole por su maravilloso desempeño, como hacía siempre que concluía un caso.

«Mañana mismo te depositaré el dinero», respondió Akemi al cabo de unos minutos.

Light cerró los ojos y comenzó a pensar en lo que haría con esa suma. Sería muchísimo, de eso podía estar seguro. Ryuzaki se había convertido en el asesino más buscado de Japón en los últimos meses, haberlo atrapado significaba un gran mérito frente a las autoridades.

Con ese dinero seguramente podría comprarse otro departamento, tal vez uno más grande, más lujoso, más espacioso; aunque seguramente fuese igual de vacío que el que tenía. Igual de frío, igual de solitario…

Light esbozó una sonrisa amarga cuando reflexionó acerca del pensamiento depresivo que estaba teniendo y recordó las palabras de su terapeuta: «Cuando los pensamientos negativos te invadan, intenta descubrir qué explicación lógica hay detrás de ellos».

Estaba seguro de que el departamento no tenía nada que ver, el departamento era genial e ideal para él, simplemente había tenido un muy mal día…

De pronto sintió que todo se volvía más lento a causa del vaso de coñac que estaba bebiendo. Dil le había dicho que no bebiera alcohol en los "días malos", porque podría llegar a caer en un pozo depresivo, pero se suponía que se trataba de un día grandioso, ¡un día fenomenal! Había atrapado al culpable que aterrorizó a Kanto durante semanas. ¿Qué mejor que eso? ¿Por qué se sentía tan triste?

Lanzó un suspiro desolador. La respuesta era evidente: Ryuzaki. Toda esa depresión contenida era fruto de haberlo visto otra vez. «Tantos años de terapia para nada», pensó. Recordó cuando lo tuvo enfrente dentro de la morgue, cuando lo vio por primera vez… ni siquiera había podido sostener con firmeza el revolver mientras le apuntaba. ¡Qué patético! Le había llegado a sorprender de él mismo ese comportamiento tan… ¡emocional! Él jamás perdía el control, no importaba el tipo de criminal que tuviera enfrente. La única respuesta que tenía para eso era admitir que volver a enfrentar su mirada negra y sus pupilas profundas, había generado demasiados sentimientos encontrados. No pudo con el peso de los recuerdos.

Light comenzó a toser. Había bebido con apuro el último trago de coñac y ya comenzaba a sentir un leve mareo y un rubor que se apoderaba de sus mejillas, producto del alcohol. Empezó a sentir calor y debió quitarse la chaqueta que llevaba puesta. Apoyó el vaso sobre la superficie de la mesa y se quitó los zapatos para sentir el contacto aterciopelado con la alfombra felpuda blanca.

Suspiró.

Si tenía suerte, quizás en los próximos días ya no fuera necesario que continuara viendo a Ryuzaki. Una vez que el caso pasara a tribunales, la sentencia del culpable le correspondía al juez. Él solo saldría como testigo de los abogados a cargo.

Aunque pensaba que sería mejor idea ni siquiera presentarse en la corte… No creía tener la fuerza suficiente para disimular el asco que sentía por Ryuzaki. Solo quería que se quedara encerrado en esa sucia celda el resto de su vida y que pagara por haberle hecho sufrir como lo hizo.

Light debió cerrar los ojos, el mareo empezó a ser intenso y, de repente, se dio cuenta de que estaba temblando. Los recuerdos de Ryuzaki estaban tan vivos en su memoria que los veía como si se trataran de fotografías: su motocicleta favorita, las carreras, sus conversaciones a rajatabla en la universidad, la primera vez que se vieron, la vez que tuvieron que fingir caerse bien para poder hacer un trabajo práctico. La vez que se pelearon a los gritos afuera de clase, la vez que Ryuzaki los defendió a él y a Mikami de un grupo de ladrones en una noche de discoteca, la vez que sintió unos celos ardientes al verlo besándose con Takada, la vez que ellos se besaron y le saboreó el piercing metálico que tenía en la lengua, la vez que se acariciaron, se desnudaron, se chuparon, se lamieron y se dieron placer hasta el orgasmo…

Recordó específicamente la vez que L, en sus tantas conversaciones virtuales, le dijo que era conveniente que cuidara sus sentimientos, que no se enamorara, que solo sabía hacer daño. ¿A eso se refería…? ¿Que era tan monstruoso que era capaz de cometer asesinatos?

Tragó espeso. Suspiró al recordarse a sí mismo completamente enamorado de él, ¡perdido por él! ¡Rogándole! Había que ver las vueltas que daba la vida. Se creyó un iluso y dio gracias al paso del tiempo por haber erosionado del todo su afecto por él, no así su ira. Seguía guardando una ira inmensa hacia Ryuzaki, y lo carcomía por dentro, lo hacía agonizar. Y era como si esa rabia, guardada durante una década, había sido liberada cuando lo vio esa mañana misma en la morgue.

"Yo no soy el asesino…". "No le haría eso a mi padre". Recordó sus palabras y sintió más furia.

—Por supuesto que sí, malnacido —gruñó. Si fue capaz de causarle tanto daño en el pasado y no haber sentido un ápice de culpa, entonces le quedaba claro que Ryuzaki era capaz de cualquier cosa.

Si por lo menos hubiese intentado escapar cuando lo tuvo enfrente, ¡pero no! Se quedó parado como un idiota, mirándolo, paralizado y sin poder cortar el contacto visual…

«¿Por qué no intentó huir?», pensó, «¿qué lo detuvo?». Light no hallaba una explicación lógica para su comportamiento errático. La victoria, al fin y al cabo, tenía un sabor agridulce para él, porque Ryuzaki ni siquiera había luchado por escapar. Fue como si simplemente se hubiese entregado él mismo a la policía, sin poner ningún tipo de pretexto.

Puedo decirte dos cosas acerca de él —le había dicho Dil en una de las primeras sesiones de terapia—: Le cuesta una barbaridad el compromiso, o bien… no confiaba lo suficiente como para entregarse por completo. Tú confiabas en él, pero él no en ti.

Ahora que reflexionaba en las palabras de Dil, se ponía a pensar que estuvo demasiado tiempo malgastando horas eternas de terapia para encontrarle una explicación al comportamiento de Ryuzaki…

Pero ya no más.

Ahora se encargaría de hallar las respuestas por sí mismo. Después de todo, lo tenía al alcance de la mano y privado de su libertad, podía gozar de su autoridad para hacerlo confesar.

 

Notas finales:

Tardona como siempre, para que no se me vaya la costumbre XD ¿Cómo empezaron el año? ¡Feliz 2023, chicos! Gracias por los reviews y por leer. Ojalá este año llegue lleno de bendiciones y de buenos momentos para ustedes. Los quiero mucho y nos vemos en el próximo cap ;)


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