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Unmei no kizuna por Raziel Soul

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Notas del fanfic:

En esta historia usaré fechas de nacimiento cercanas a las que dieron por primera vez lo de SNK para Iori y Kyo.

El frío calaba hasta los huesos, había decidido mudarse 8 años atrás, intentó quedarse en aquel lugar donde viviese anteriormente, pero cualquier rincón le hacía escocer la nariz, recordar todos los momentos disfrutados, las sonrisas, los abrazos, los besos y las entregas en cada habitación, no hubo sitio en esa casa que no tuviese la fortuna de verlos amarse sin reserva, con energía al principio, con dulzura después, y ternura al final. Aunque llegado el momento todo se quedó en caricias y palabras dulces pues los cuerpos de ambos estaban bastante cansados, pero cómo no estarlo, su vida fue una total aventura, tanto de forma negativa como positiva, cada año desde que se conocieron trajo sorpresas de todo tipo, desde aquel primer encuentro a edad temprana donde el castaño fue, sin planearlo, el primer San Valentín del pelirrojo, unos años después las correrías del gatito tras esa mirada de ojos azules y “chispitas” en el rostro en la presentación oficial de Yagami como el primogénito y próximo rival del descendiente de los Kusanagi, en ese momento nadie de los ahí presentes se imaginaba lo que pasaría después, aquel verano de 1995 cuando se dio el “primer” encuentro de ambos.


El castaño un tanto altanero, presumido y sí, con un toque de odioso-rebelde que al mismo tiempo le hacía ser por demás acosado tanto por mujeres como por hombres, estos últimos no solo como un ejemplo a seguir debido a su fuerza y su habilidad en las batallas, sino también por esa carita tan atractiva, ojos grandes, expresivos, esas pestañas largas que se alzaban orgullosas dotándole de una mirada pícara que difícilmente pasaba desapercibida. Pero que en primera instancia le importó nada a ese pelirrojo de ojos azules, cuya apariencia no tenía nada que ver con la del japonés promedio, pese a que sus padres eran totalmente nipones, y sumado a ello su rostro salpicado de curiosos puntos rojizos, cuando era niño le hacían verse sumamente tierno, al menos así les parecía a todos los que trabajaban en su casa, pues no tuvo demasiado contacto con el mundo fuera de las cuatro paredes del dojo familiar, y las de su habitación en donde, e incluso cuando llegó a tenerla fueron pocas las personas que no cuchichearan de cuan extraños eran él y su madre. Y a diferencia del moreno, él se entretenía con libros de diversos temas, algunos más avanzados para la edad que tenía cuando los comenzó a leer.


Dos caras de una moneda que el destino puso frente a frente en aquella plataforma, en la cual los ojos castaños no sirvieron de distractor, ni las pecas fueron percibidas a primera instancia, Kyo no sabía qué pasaba, sí, conocía por encima aquello del rencor de los Kusanagi contra los Yagami, la eterna lucha de ambos clanes por la superioridad, tal que si al acabar con el otro fuese el único objetivo de su existencia, cosa que no distaba en absoluto de la realidad, en su cabeza un leve recuerdo de unos ojos azules y tristes, pero no más, ni siquiera el nombre hizo mella en su cerebro cuando fue pronunciado minutos antes por el presentador, fue el apellido lo que delató el por qué ese sujeto corría hacia él con rabia total, pues por culpa de ese bastardo frente suyo la infancia que tuvo fue cruel y solitaria.


- ¡KYO! – el nombre resonó por todo el estadio, pareciera que sus pulmones habían expulsado todo el aire en ese feroz aullido de odio, le sorprendió que el otro le llamase por su nombre de pila nada más conocerse, si el apellido fuese otro podría pensar que era un extranjero con poco conocimiento de la ética japonesa, no obstante, percibió la ira que acompañaba a esa potente voz.


Y no fue la primera vez que ese nombre fue pronunciado así, cada encuentro después de eso era prácticamente igual. “¡Eres mío, nadie más que yo, puede matarte!” era la frase a escuchar lucha a lucha, pero de alguna manera los golpes fueron menguando en fuerza, tanto la espada como la joya empezaron a tomar eso como un extraño juego, algo casi masoquista pues les parecía incluso divertido. De un momento a otro los días en que no se rompían la cara a golpes se sentían incompletos, vacíos. Ni los besos de Yuki en los labios de Kusanagi, ni las noches de sexo con alguna grupie del pelirrojo eran suficientes para llenar el hueco que sentían ambos en el pecho por el solo hecho de no verse, a tal grado que dolía.


Casi un año después de haber empezado las batallas comenzaron a frecuentarse de forma casual, pasando momentos bastante agradables, aprendiendo uno del otro cosas que ni siquiera se imaginaban, descubriendo manías y hobbies. Por primera vez en su vida Iori comenzaba a comportarse como un chico de su edad, pues le obligaron a crecer más rápido de lo que debiese haberlo hecho.


Cómo olvidar aquel primer beso, en mitad de un combate, Iori había inmovilizado a Kyo por unos momentos, los rostros de ambos quedaron muy cerca, tanto que aquellas pecas fueron observadas por primera vez con detenimiento por esos hermosos ojos avellana que eran igualmente escrutados por su rival. Sí, respiraban agitados por el esfuerzo físico, pero sus corazones comenzaron a latir con tal fuerza que sentían que el otro podía escuchar sus latidos sin problema alguno, no había vuelta atrás, sabían lo que pasaba, y por loco que pareciera no deseaban detenerse, el agarre fue convirtiéndose en un abrazo mientras sus bocas se encontraron en un beso intenso, agradecían estar solos, pues al principio eran acompañados por alguien de sus respectivos clanes, quienes al ver que pese a todos los golpes no acababan por matarse, decidieron dejarlos ir a su ritmo, ya llegaría el día en que alguno de ellos llegara a casa con la cabeza del otro como prueba de que su clan era el vencedor, aún eran jóvenes y las generaciones eran diferentes unas de otras, antaño en un solo combate todo se habría decidido, pero el “salvajismo” fue reemplazado por el raciocinio, por ahora les dejarían estar. Esto sin imaginarse nada de lo que sucedía en realidad, el sol y la luna dieron vida a muchos eclipses después de ese beso, pues se entregaron sin reserva cada vez que tenían oportunidad, aunque a primera instancia la postura que tomaría cada uno, el rol a ejercer en el sexo, fue también una batalla campal, pues ambos eran necios y bastante testarudos, sin embargo Iori fue quien dio el primer paso como tal, además supo cómo seducir a ese gatito que terminó siendo bastante obediente, no sin dar su merecida batalla previa, se hundieron en el placer ya sin importarles nada. Aún sin dejarse llevar por completo en la cuestión sentimental, no iban a admitir que sus vidas sin el otro estaban incompletas, jamás sucedería, ambos eran hombres y sabían que tarde o temprano querrían separarlos por el bien y la supervivencia de ambos clanes.


Fue unos días antes de la batalla contra Goenitz que Kyo, con ayuda del espejo, se enteró de toda la verdad tras la rencilla de su familia contra el clan de la luna, de la traición que sufrieron los antiguos Yasakani por parte de la horrible serpiente, a la que derrotaron un año después, un año que no pudieron disfrutar del todo debido a peleas, a su necedad de no querer decirse lo que sentían el uno por el otro, el sexo era genial, pero Iori no se acostumbraba a no estar solo, por lo que era raro que dejase a Kyo quedarse a su lado después de aquello; para el castaño eso significaba que solo lo usaba y lo votaba tal que un papel al bote de basura, y él por su parte tampoco era una pera en dulce, no se decidía a dejar a Kushinada por mandato del clan, debía casarse con la princesa, lo cual para el pelirrojo era una clara muestra que ese gato imbécil no se tomaba enserio lo que sucedía entre ambos, además, tampoco se tragaba el cuento de que andaban de “manita sudada”, sabía de sobra que esos dos habían fornicado varias veces antes de que hiciese de su propiedad al bastardo Kusanagi. ¿Quién le aseguraba que no seguían haciéndolo?  Cosa que trajo reclamos, ofensas, palabras hirientes que no venían desde el fondo del corazón de ninguno. No obstante, todo eso quedó aclarado cuando sus miradas se encontraron en ese último golpe contra Orochi, cuando las mano de Iori aferraban el cuello de ese dios malvado con todas sus fuerzas, intentando resistir aquel embate de energía que desprendía ese cuerpo poderoso, sus dedos resbalan pese a todo su esfuerzo, escucha a Kagura gritar palabras que no entiende, pero puede comprenderlas en cuanto ve aquellas llamaradas escarlata tan imponentes y poderosas.


-Te amo – sabía que iba a morir, y de lo único que se arrepentía en esos momentos era no haberle dicho esas dos palabras en todo ese tiempo, los abrazos y besos perdidos por el orgullo de no querer sentirse vulnerable, de no desear amar tanto que al perderle sencillamente no pudiese levantarse, pues eso fue precisamente lo que sintió cuando su madre partió del mundo.


Claro que ese tipo de amor era diferente al que sentía por Kusanagi, pero no tenía ninguna duda que dolería de la misma manera, pues el castaño poco a poco se convirtió en el madero al que podía asirse en ese mar de incertidumbre y desconfianza que le había rodeado desde pequeño. Pero ese “salvavidas” le fue arrebatado, cuando despertó, luego de quedar inconsciente tras la lucha con la serpiente de ocho cabezas se dio cuenta que Kyo no estaba por ningún lado, apenas pudo percibir a lo lejos los gritos del espejo.


- ¡A DÓNDE LO LLEVAN! ¡SUÉLTENLO! – aquellas palabras hicieron que su cuerpo reaccionara, pero lo único que pudo hacer fue intentar arrastrarse, cada parte de su ser dolía, cada músculo estaba reacio a cualquier movimiento, el sabor ferroso de la sangre le impidió decir palabra, a lo lejos notó las facciones de angustia de su compañera, algo le decía que se estaban llevando a su amante, pero regresó a la inconsciencia apenas segundos después, intentó por todos los medios luchar contra sí mismo, solo se sintió caer en una pesada y embriagante oscuridad.


Al volver a despertar su cuerpo estaba completamente restablecido, y no importaron las suplicas del espejo quien le pedía esperar, ni valieron en absoluto los argumentos que deseaban persuadirlo de salir en busca de la espada, empresa que sería por demás difícil puesto que nadie tenía idea quién pudo haberlo raptado. Y aunque recorrió lugares que nunca pensó visitar, aprender idiomas que estaban lejos de su radar, y enfrentar uno de los desiertos más grandes de la tierra, no cejó en sus esfuerzos por recuperar lo más valioso de su vida. A quien encontró luego de casi dos años de deambular sin rumbo fijo, pero con la firme esperanza y determinación de tenerlo entre sus brazos y no dejarlo ir jamás. Pero nada más verlo tras un tubo de cristal su corazón le dijo que aquel frente suyo no era ni por asomo Kusanagi, sí, físicamente eran iguales, pero no provocaba en él los latidos desbocados que el verdadero castaño lograba con una sola mirada de soslayo. Y nuevamente, como aquellos primeros enfrentamientos años atrás, sus pulmones se llenaron de aire y su garganta dejó salir el alarido más potente que jamás había producido, una sola palabra, un nombre que retumbó en todo ese complejo metálico, que hizo que cada uno de los que logró escucharlo sintiera sus vellos erizar. Pero no solo eso, también trajo a la vida, por así decirlo, al dueño del mismo, los ojos castaños volvieron a abrirse luego de tanto tiempo, su corazón dio un vuelco tal que las máquinas a las que estaba conectado dispararon las alarmas que lograron despertarlo aún más, observaba con cierto nerviosismo todo a su alrededor, era como un hospital pero al mismo tiempo no se sentía seguro ahí; si bien en otro momento luego de que los aparatos sonaran de esa forma alguien entraría prácticamente corriendo a atenderle esta vez fue diferente, pues la mayoría de las personas estaba intentando escapar de los embistes de aquel intruso cuyas manos desnudas levantaban inmensas columnas de fuego púrpura, tan salvaje que seguramente hasta a él le estaba costando controlarlo. No dejaba de romper puertas, esquivar ataques y noquear idiotas. Todo para encontrar a ese maldito gato secuestrado cuando tenían la guardia baja, gatito que estaba tratando de escapar también, sus piernas apenas podían moverse, los músculos parecían duros y casi no le respondían, pero era más su deseo de ver a ese energúmeno pelirrojo que el dolor de su cuerpo.


Ninguno de los dos supo cómo es que lograron huir, había sido tanta la adrenalina que sus cerebros les hicieron actuar de manera automática, la razón nublada les gritaba atacar, defenderse… sobrevivir. Uno de ellos fue rescatado por sus compañeros al final de una batalla con lo que parecía ser un hombre mitad cyborg pues tenía un extraño traje. El otro por su parte se fue en uno de los helicópteros privados de su clan.


Días después volvieron a encontrarse, y esta vez harían frente a algo peor que Orochi y NESTS juntos: sus familias.


Aquel tiempo alejados el uno del otro les hizo reconocer que no podían pasar más tiempo así, necesitaban estar juntos, no deseaban separarse nunca más, pese al humor de los mil demonios de uno y la inmadurez del otro. Claro que, quisieran o no debían esperar un poco, unos meses para lograr encontrar un sitio conveniente, definir hasta el más mínimo detalle, pues si bien el moreno era un chico de acción más que de pensamiento, su amante era todo lo contrario, le agradaba tener todo en su sitio, planear y llevar a cabo.


-Pues no lo pensaste mucho cuando fuiste a buscarme, ¿no? – comentó Kyo con un tono algo burlesco, quería molestarlo como siempre


- Eres por la única persona que pierdo la cabeza – pero aquella contestación, la voz grave y seria con que el pelirrojo dijo esas palabras le hicieron sonrojar como nunca, lo sabía porque sentía sus mejillas calientes, e incluso desvió su mirada levemente


- Idiota – murmuró intentando que su rival no se diese cuenta de los efectos que tenía sobre él, cosa que era imposible pues cuando se trataba de Kusanagi, el pecoso no perdía ni el más mínimo detalle, aunque no fuese tan obvio su mirada siempre terminaba vigilando al otro. Sonríe internamente, ya que no es de dejar surgir sus verdaderos sentimientos.


En ese lapso de tiempo adoptaron un pequeño felino, y un hermoso anillo fue puesto en el dedo anular de la mano izquierda de Kusanagi, una promesa de pasar la eternidad a su lado. Luego de irse a vivir juntos descubrieron aún más el uno del otro, curiosidades del pasado de ambos salieron a la luz, e hicieron cosas que jamás se habían imaginado que serían capaces.


Por su parte Yagami llegaba a tener uno que otro comportamiento dulce con Kyo, pero con nadie más, era el único que lograba hacer aflorar ese lado “mimoso” y juguetón que tenía bastante escondido en su interior, y no era algo constante, pero los segundos que sucedía el castaño los atesoraba con sumo cariño. En tanto que él, decidió regresar a la escuela, no es que quisiera titularse o graduarse de alguna ingeniería o licenciatura como su pareja, la vida universitaria no le llamaba la atención en absoluto, el estar entre libros era más de gente Nerd o seria como el pelirrojo, lo único, aparte de Iori, la poesía y los videojuegos, que lograba captar su atención por más de diez minutos eran las motos, cuando vio por primera vez a Genevra (la motocicleta de Chizuru) quedó prendado de esa belleza, algo que a la sacerdotisa la llenó de celos pues nadie podía babear por su hermosa bebé más que ella. Claro que después de unos minutos de hablar solo de motocicletas eran prácticamente los BFF del momento. Por lo que decidió estudiar mecánica, y adentrarse en ese mundo tan interesante; algo que no tomó a mal nadie a su alrededor, todo lo contrario, pues sus padres pensaron que jamás querría hacer algo de provecho, había crecido quizá más mimado de lo que fuese conveniente o normal para un japonés promedio, pero ni Saisyu ni Shizuka-san deseaban darle una vida parecida a la que sabían tenía el pelirrojo, todo lo contrario, anhelaban que su hijo fuese feliz, claro que con su pequeña dosis de entrenamiento para sobrevivir a los ataques de los del clan de la luna. Obviamente al terminarse aquella rencilla el chico de ojos avellana ya no tenía como tal un propósito en la vida, por lo que podría hacer el vago sin problemas. No contaban con que un pecoso enojón sería una buena influencia en la vida de su vástago, y a pesar que al principio hubo bastante resistencia por parte de Kusanagi-sama, no le quedó más que aceptar la relación, comprendió que su hijo había sido mucho más valiente que él para enfrentar al mundo por amor. Kyo también comenzó un trabajo de medio tiempo en el combini propiedad de una anciana a la que Yagami consideraba casi como una abuela, una mujer tan dulce y enérgica a la vez que nadie podría no amarla, se ganaba el corazón de las personas por diversas razones, tanto por hacer cosas buenas por los demás, como por jalarles las orejas cuando se lo merecían, en el barrio todos la respetaban y su negocio fue de los primeros combinis en 1974 por lo que ya era un sitio que formaba parte de la historia del lugar.


En tanto a la mudanza esta fue toda una odisea, la última caja se tiró casi medio año luego de hacerse, se habían llevado consigo a Kibou, el gatito que Iori regalara al castaño un 14 de Marzo, era un bello espécimen que les hacía compañía y a quien ambos adoraban tal que si fuese un hijo, ese hijo que jamás podrían tener por obvias razones, sin embargo el amor que sentían el uno por el otro era todo lo que necesitaban para ser plenos, para lograr enfrentar todo lo que viniese, incluso cuando el fuego de Yasakani fue arrebatado de las manos del pelirrojo.


Una de las etapas más difíciles en su vida, no solo por la impotencia que sentía Yagami, la vulnerabilidad que parecía rodearle al no poder invocar sus llamas, no solo las escarlata sino que el fuego de Orochi también lo había abandonado; las peleas entre ellos eran constantes, Kyo intentaba no hacer brotar su fuego frente a su pareja, pero esto más que causarle agradecimiento al ojiazul, le llevaba a pensar que su amante sentía lástima por él; cosa que estaba totalmente alejada de la realidad.


Fueron meses de desacuerdos y malentendidos, hasta que lograron terminar con aquel peliblanco del infierno recuperando las habilidades del espejo y la joya, por fortuna la espada no había pasado por nada de eso, pero siempre intentó comprender el vacío que sentía su pareja.


Cinco años después Kyo comenzó a presentar un deterioro extraño, no fue de la noche a la mañana, sin embargo estaban tan confiados en la fuerza de ambos que no creyeron necesario hacerse estudio alguno, hasta que el castaño necesitó sentarse cada cierto tiempo pese a solo estar haciendo labores comunes como asear la casa o acomodar cosas en el combini de la señora Yamada la cual por supuesto se preocupó demasiado por eso, regañando al “señor fuego” por no llevar a su esposo al médico, ante esto Kusanagi tuvo que confesarle a la mujer que no le había dicho nada a su pareja para no molestarle pues tenía demasiado trabajo, las giras con la banda eran más seguidas de lo que nunca creyó, lo cual beneficiaba al bolsillo de ambos pero a la vez les hacía sentirle alejados. Necesitaban el dinero no solo para los gastos de la casa, sino para los estudios del moreno. Obviamente el chico oji azul nada más llegar al departamento intentaba resarcir toda la falta de afecto que había experimentado su amante, salían a pasear y permanecían la mayor parte del tiempo juntos, entre besos y caricias pasaban unas buenas horas en la recámara. Aunque a medida que pasaba el tiempo eso iba también disminuyendo, no por falta de amor, simplemente sentían que no era necesario hacer el amor todos los días y a toda hora para demostrarse el cuanto se amaban.


Y fue precisamente por eso que apenas enterarse de las dolencias de su minino no dudaron en ir con los mejores médicos que conocían, el diagnóstico no fue muy alentador, pero tampoco era algo como para tirarse a la depresión. Debido a los experimentos a los que fue sometido por esos dos terribles años el detrimento de sus órganos había sido más rápido que para alguien en condiciones normales, si bien el ejercicio que había hecho a lo largo de su vida también contribuyó en ello no era ni por asomo lo que más la afectó. Era menester un reposo absoluto por un par de semanas, no podría hacer ni el menor esfuerzo, al principio esto dio con fuerza en el orgullo de Kusanagi, no quería depender de nadie, era joven, apenas estaba por cumplir los 30 años como para tener que postrarse en una cama.


-Por ahora solo son dos semanas – los dedos largos del pelirrojo se paseaban por ese pelillo castaño – es mejor eso a que llegues a tener que estar todo el tiempo así, ¿no crees? – nota asentir al menor, sabía que debía hacerlo por el bien de ambos, aunque no le gustaba demasiado sentirse tan vulnerable, no obstante Iori hacía todo lo posible porque eso no pasara, le mimaba sí, pero también le retaba cuando era necesario, el pelirrojo se había sentido así cuando su habilidades fueron hurtadas, por lo que entendía al otro, así que no iba a compadecerlo sino a hacerlo reaccionar, tenía e iba a obedecer al médico le gustase o no.


Después de ese tiempo el chico de ojos avellana comenzó a sentirse mejor, tenía más ánimo y comía un poco más, no como antes pues su estómago también había resentido la cantidad de medicamentos administrados, pero eso iría mejorando también, o al menos eso les había dicho el galeno, no les quedaba más que hacer todo lo que este dijese.


5 años después una noticia devastó al clan del sol, Saisyu había partido una noche de octubre, aunque todo indicaba que fue de la mejor manera, simplemente no despertó por la mañana, Shizu-sama pese a estar por demás triste sabía que le había dado la mejor vida que pudo, lo amó y cuidó todo el tiempo, claro, como cualquier pareja tuvieron sus altibajos, pero fuera de ello vivieron felices. Quien parecía más afectado era el padre del pelirrojo, tanto Iori como Shizuka sabían el por qué, claro que no dijeron nada a los demás, Kyo también estaba enterado, pero de igual forma se quedó callado. Unas semanas después la muerte tocó a la puerta de los Yagami. Kaoru terminó como el jefe principal del clan, lugar que su padre le había cedido pese a no ser el primogénito, pero también supo ganárselo en todos esos años que aprendió de su padre. El cual ahora descansaba al lado de su esposa e hijo menor. La pérdida fue difícil para ambos, pues pese a todas las peleas que tuvieron con sus progenitores al final de cuentas pudieron limar asperezas y aceptaron al otro como parte de la familia. Sin pensarlo resultaron ser unos suegros bastante pacientes.


Kusanagi le dijo a su madre que podrían ir a vivir con ella, Yagami no se opuso a ello pues tanto Kaoru como Akane ya habían hecho su vida, estaban casados y el clan pronto tenía un nuevo heredero por parte de su hermana. La señora Kusanagi no aceptó, como la mujer fuerte que siempre había sido no se dejaría doblegar, además ahora la guía del clan recaía en Souji, que, aunque no era hijo de un primogénito era el más estable para ser el líder, a lo que Kyo no se opuso en absoluto, en primer lugar, jamás estuvo en sus planes ser el líder del clan del sol, pese a todo el estatus, y ser a quien por herencia directa le pertenecía el título. Y en segunda, con él al mando no habría más herederos, no dejaría a Iori por nada, y Yuki se había resignado por completo.


Las puertas de la mansión principal siempre estarías abiertas para que ambos chicos entraran con total confianza, pero ella no les obligaría a estar a su lado sencillamente para no sentirse sola, además no lo estaría, el amor de su vida estaría en sus pensamientos hasta el final de sus días.


 *****************


Osaka, Japón 12 de diciembre de 2040…


Con parsimonia se levanta del futón individual, se estira lo que puede aunque le dolía el cuerpo, pero le dolía más el alma, hacía casi diez años que esa fecha no significa para él más que el recuerdo de tiempos felices, momentos que no regresarían pese a que lo deseara con todas sus fuerzas, a los 44 años cumplidos una canción salía por última vez de esos labios delgados, no es como si no hubiese querido volver a cantarle nada, pero unos meses después sus cuerdas vocales habían dado todo de sí, Iori no lo tomó a mal, al final de cuentas fue su culpa por tanto cigarrillo, agradecía no haber muerto antes por cáncer en los pulmones o algo así, un jalón de oreja por parte del moreno por decir esas bromas tan tontas, no le gustaba en absoluto hablar de la muerte, mucho menos por la maldición de Orochi que aún corría en las venas de su amante, algo de lo que no pudieron deshacerse totalmente, aunque agradecía que pese a ello él siguiera a su lado.


Luego de aquella noticia de vez en cuando podía escuchar a su pareja tararear alguna canción, pero no más, componía para la banda y para algunas bandas más, había terminado como un maestro independiente de música, uno bueno, por cierto, era curioso verle tan tranquilo y paciente con los más jóvenes, a quienes agradaba sobre manera, algo a lo que aún no podía acostumbrarse en absoluto, era raro que gente extraña le profesase respeto y, por qué no decirlo, cariño. Kusanagi le dijo varias veces que solía atraer a las personas, obviamente siempre pensó que lo decía para no hacerle sentir como un ogro; luego de un tiempo intentaba no poner gesto molesto o de fastidio, cosa difícil pero no imposible, lo cual hizo que más personas se le acercasen.


-Solo necesita ser amado – fueron las últimas palabras para el moreno con respecto a su “señor fuego” que le dedicó Yamada-san antes de morir, lo cual era verdad, era lo único que necesitaba aquel hombre de mirada dura y ceño fruncido.


Y fue precisamente lo que obtuvo de ese gato idiota quien le dio todo su amor, a cada instante de su vida, compañía y comprensión, sin dejar de lado las peleas “comunes” de una pareja, muchas de las cuales terminaban en risas, una que otra en golpes como antaño, pero la mayoría entre las sábanas. Aquel hombre paciente cuya sonrisa llenaba su mundo se había ido de su lado sin avisar si quiera. Los días fríos como ese no le dejaban dormir bien, el dolor en su cuerpo fue aumentando día a día, pese a los medicamentos, a los cuidados y las atenciones, los ojitos avellana que iluminaban todo a su alrededor, aquellos ojos que le fascinaban se cerraron un día de Enero, jamás lo olvidaría, charlaban como siempre mientras el moreno estaba recostado en el sofá de la sala,  casi un mes antes cumplía los 50 años, no tan jóvenes como antaño, pero no tan mayores como para morir, la risa de Kyo ante uno de sus comentarios sobre el poliamoroso de Benimaru le hizo sonreír también. Sus dedos paseaban por esos cabellos castaños como siempre. 


- Gracias por hacerme feliz… - dijo de pronto, el pelirrojo bajo la mirada, notando como esos ojitos le miraban con todo su amor


- ¡Tch! No te pongas de meloso gato idiota que te aviento al piso – comentó mirando a otro lado para que no viese un leve rubor en esas mejillas, esas contadas pecas que pese a la edad no querían borrarse por completo y que en momentos como esos se tornaban más intensas


- ¿Sabes qué era lo que deseaba cada vez que apagaba las velas de mi tarta de cumpleaños? – tomó la mano ajena que acariciaba su cabello besándola con ternura


- ¿Qué haces? Me babeas… además, si dices lo que pediste no se te va a cumplir, ¿lo sabes no? – pese a sus palabras no apartó su mano


- Por favor, déjame verle sonreír un año más… - el corazón de Yagami se estrujó como nunca en la vida, la suavidad de esas palabras le hizo un hueco en el estómago y en el corazón sin saber por qué.


Estuvo a punto de salir con alguno de esos comentarios sarcásticos, no quería tener una charla de esa índole, no en el estado que se encontraba Kyo, pero apenas unos segundos luego de escuchar esas palabras la mano que sostenía la suya resbaló colgando hacía un costado, volteó su mirada rápidamente, Kyo miraba al frente, su gesto era de tranquilidad.


-Oye… anda ya, no seas tonto… - una leve sonrisa enmarcó sus labios mientras el nudo en su garganta se hizo tan doloroso que su mirada se nubló.


Dijo su nombre, él lo sabía pero no quería creer, repitió su nombre, aquellos párpados no se movían ni un ápice, el nombre se escuchó por tercera vez, su abdomen no subía ni bajaba bajo la pequeña frazada que tenía encima, y a diferencia de aquellas veces en que rugió su nombre con desesperación, en que todo pareciera iba a derrumbarse por ese grito… sus labios apenas se abrieron susurrando el nombre de la persona que tanto había amado, al tiempo que su mano derecha cerró los ojos de su gatito travieso, un te amo que ya nadie escucharía.


Y ahora se encontraba ahí, ocho años después, en un departamento parecido al primero que tuvo, un sitio pequeño donde ni los muebles ni los recuerdos físicos llenaran su alrededor, la casa donde había vivido con su pareja quedó en manos del clan nuevamente, pese a que intentó vivir en ella sencillamente la estadía era imposible. Se las habían obsequiado un poco después de saber sobre el estado de salud del castaño, y si bien él no quería recibirla al principio, Kusanagi se lo pidió, era un sitio agradable y podrían hallarse tranquilamente alejados del barullo de Tokio, además el médico que le atendía vivía cerca. Luego de su partida incluso los pocos gatitos que quedaban de tantos que alimentara el gato mayor, dejaron de asistir, lo cual Iori agradecía internamente pues no tenía ánimos para nada. Al terminar la ceremonia volvió a casa, no quiso que nadie lo acompañase, ni sus hermanos con sus sobrinos, debía estar solo, quería despedirse como era debido, frente a la tablilla con el nombre de su amante, la cual formó parte del altar junto a las tablillas de los padres de ambos, pues Shizuka-sama había fallecido dos años antes. Esas tablillas eran lo único que se había llevado consigo aparte de su ropa, su bajo, el cual ahora era su único compañero de vida, y algunas cosillas más.


El sonido del té al caer dentro de su taza de pato Donald rompe el silencio, el aroma es agradable, sonríe levemente, recordaba cuanto le desagradaba esa maldita taza que compraron en una de sus visitas a Disney, y el té, había tenido con este una relación de amor odio durante toda su vida, lo amaba de pequeño porque su madre se lo servía en toda ocasión… lo odió cuando ella murió, volvió a tenerle un cierto apego porque, al igual que su madre, Shizu-sama lo servía en cada visita que hacían en casa, y ellos se lo ofrecían a ella también, cuando él y Kyo se volvieron adultos como tal ya era costumbre en casa, y a pesar de la muerte de la señora Kusanagi ninguno dejó de tomarlo, ahora solo era un hábito, incluso tal vez una forma de regresar un poco a los días de antaño, pues el aroma y el sabor traían a él recuerdos diferentes.


Camina al frigo y saca de ahí un par de pescados que fríe con calma, mientras la arrocera trabaja en lo suyo, se mira en el reflejo del horno de microondas, las canas han cubierto un poco más de su cabello, sonríe de lado, no tiene demasiadas arrugas, pero aun así no es como antaño, si bien no era un sujeto presuntuoso en cuanto a su apariencia no podía negar que gracias a su banda conoció a varias mujeres que lo siguieron por diversos sitios del país. Con ayuda de los palillos voltea el pescado, saca la sopa de miso y otras guarniciones, con cuidado sirve la comida, dos cuencos de cada cosa, no es que fuese todos los días, de hecho, tenía un año que no comía pescado, solo lo hacía cuando su gatito le acompañaba; ya era una tradición que en la fecha de su cumpleaños preparase la comida que más le gustaba, compraba un pastel de Fresas, nada que ver con los que preparaba su suegra, pero eran sus favoritos así que no faltaban en casa. Comienza a toser, tenía seis meses que aquella maldita tos no le dejaba en paz, y una semana que la sangre le acompañaba, tampoco es como si le preocupase demasiado, había vivido de más en realidad, creyó que la maldición de Orochi le alcanzaría primero, que moriría antes que su gatito, pero al parecer el destino le quería ver sufrir un poco más, como si todo lo que había pasado de niño no fuese suficiente, tal vez hizo algo malo en su vida pasada, aunque ahora que lo pensaba así era, mató a demasiadas personas por una venganza que no tenía pies ni cabeza, se volvió contra un clan con el que llevaba una hermandad de siglos, literalmente.


La mesita plegable es acomodada frente al altar, la foto de Kyo le dedica una sonrisa como todos los días, vuelve a toser tapando su boca con uno de tantos pañuelos que terminarían manchados y en la basura.


-Feliz cumpleaños gato tonto – su voz gruesa se esparce por la casa.


Da un par de bocados antes de comenzar a toser nuevamente, ¿acaso los médicos no habían podido hacer algo por él? Quizá lo hubiesen hecho si él les pidiese ayuda, pero jamás lo hizo, después de la muerte de Kyo los años venideros serían un amargo regalo en realidad, ¿para qué intentar alargar más el tiempo? Lo que vivió con él lo llenó en su momento, no había razón para continuar, pero tampoco iba a acabar con su vida por mano propia, no era por miedo ni mucho menos, sencillamente sabía que el moreno no hubiese querido eso, se lo imaginaba regañándolo por hacer tal estupidez. La única que sabía lo que le estaba pasando era su hermana Akane, la cual era quien le iba a ver de vez en cuando, le conocía muy bien, aunque él no quisiera admitirlo. La tos continuó por más tiempo del usual, el teléfono sonó, no quería contestarlo, sabía que era su hermana, cada año era lo mismo, tal pareciera que adivinaba el momento adecuado en que “terminaban” de desayunar para llamarle.


-Bue… - la tos al otro lado de la línea le hace saber que algo no anda bien, aunque el pelirrojo había intentado contenerla no pudo hacerlo esta vez.


El coche sale a toda velocidad, su hijo mayor la lleva con premura a casa de su tío, sin embargo, era casi una hora y media de viaje, claro que ella llamó al hospital más cercano, pidiendo ayuda para su hermano. No llegaron al departamento de Yagami, su rumbo fue al hospital donde había sido llevado, las noticias obviamente no eran buenas, pero agradecía haber llamado a tiempo, su mayor miedo desde que él se fue separando más y más de la familia fue que muriese sin que nadie lo supiera. Amaba a su hermano, pese a todos los problemas que tuvieron desde que eran niños el lazo entre ellos cuatro no era fácil de romper, luego de la muerte de Yukari intentaron unirse más, pero al morir Kyo, Iori se recluyó en sus recuerdos. Pudo entrar a su habitación luego de un rato, la tos aún seguía presente, ya no había remedio en absoluto. Charlaron un poco, muy poco en realidad pues la condición del pelirrojo no les permitía para más. Un beso es depositado en la frente del mayor, antes de que un nuevo acceso de tos acudiera sin ser llamado. La chica de ojos azules se despide no sin regalarle una sonrisa de ánimo antes de salir.


-Kyo… - el hilillo de voz pronuncia ese nombre con nostalgia, era el primer cumpleaños luego de tanto tiempo que no pasaría al lado de su gato, o de la foto de ese hombre que fue su vida entera.


Tosió nuevamente, sintiendo de pronto como si su interior reventase, y un sabor ferroso invadió su boca, un hilillo de sangre caía por una de sus comisuras mientras los aparatos a su alrededor comenzaron a hacer un sonido de alerta. Apenas y escuchaba los pasos presurosos que se acercaban a su habitación, su mente iba nublándose poco a poco al igual que su mirada, pese a eso logró distinguir dos siluetas frente suyo, ya no en el hospital, era algo parecido a una luz brillante que parecía intensificarse a cada segundo, pero que al mismo tiempo le permitió ver detenidamente a esas personas, una joven y hermosa Yamada-san, junto a otra mujer aún más bella, su madre, cuya sonrisa le pareció aún más dulce que antaño, sin embargo algo le hizo sentir una opresión, darse cuenta que su gatito no estaba ahí para recibirle, pese al estado en que se encontraba sintió sus ojos nublarse, y justo cuando el sonido de la maquina dio un largo bip, un par de lágrimas bajaron por sus mejillas.


- Él te espera – la voz de su madre llenó sus oídos, sus labios no se habían movido, pero no había duda que era su voz.


- Pero no aquí… aún falta un largo camino… Hi-san


Antes de hacer cualquier pregunta la luz se hizo aún más intensa, cubriéndolo todo esta vez, cegándolo por completo.


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- ¡Mamá! – ¡esa voz!, apenas escuchar esa palabra, el tono de esa vocecilla hizo a su corazón acelerar como si hubiese corrido un maratón, deseaba salir de esa luz para poder verle nuevamente, era verdad, le estaba esperando al final de aquella luminosidad. Pero de un momento a otro… su mente quedó en blanco. – ¡YA NACIÓ!


Osaka Japón, 25 de marzo de 2074…


Después de esas dos palabras de emoción Hiroyuki corrió como alma que lleva el diablo, no solo estaba feliz por el nacimiento de otro miembro del clan, sino porque era muy diferente a sus “primos”, solo había una persona en toda la casa que se parecía al recién nacido.


- ¡Hiro, no corras en la casa! – el grito de su madre le hace encogerse un poco pero no para sus correrías, se quita los zapatos a la entrada, los pasos presurosos por el tatami dejan a los demás inquilinos notar su presencia, pero, así como empezó a correr se detuvo frente a una puerta, con una agilidad nata y obvia para un niño. Desliza con cuidado la madera, quiere asegurarse que la persona que busca está ahí, y disponible para recibirle, esperaba que no estuviese tomando una de sus tantas siestas del día.


- ¿Abuela? – su voz es queda, la silla de ruedas se gira con cuidado, a sus casi 112 años es de las mujeres más viejas no solo de la ciudad sino del país.


- Pasa Hiro – el niño sonríe, un chiquillo de seis años de edad, le encantaba que la fuese a visitar, antes de su nacimiento ella solo deseaba partir, no tenía idea del porqué aún no se le concedía ese deseo, no es que se quejara de pasar un día más con sus familiares, para su fortuna no eran de esas típicas familias que abandonan a sus mayores, ella educó bien a sus hijos, lo mismo que aquellos con quienes compartían aquella enorme mansión cuyos edificios y patios eran como las mansiones japonesas de antaño, casi pequeños pueblos donde personas de la servidumbre y los “señores” convivían noche y día. Sin embargo, nada más conocerle al nacer supo que debía esperar más tiempo, se dio cuenta del porqué aún no podía partir de este mundo. Esos ojos grandes y expresivos, las pestañas… esa cara pícara, apenas la vio le sonrió y su corazón se llenó de amor y esperanza.


-Abuela… ¡Yasuhiro ha nacido! – dijo emocionado – y tiene tú mismo color de cabello y de ojos … y en su rostro hay una explosión de fuegos artificiales


- ¡Akane-sama mil disculpas! – la madre de Hiro entró a la habitación, iba a regañar a su hijo por molestarla, pero cuando vio las lágrimas de la anciana se arrodilló frente a ella, ahora no había duda que ese travieso hizo algo indebido - por favor, per… - pero ni apenas decir eso fue interrumpida.


- Por favor, llévame con mi bisnieta – rogó la mujer y Kusanagi-sama levantó el rostro, notó entonces que la mujer no estaba llorando por tristeza, la felicidad afloraba en cada arruga de ese rostro


- ¡Yo la llevo! – dice Hiro sonriendo y mostrando esos tiernos huequitos debido a que acababa de perder dos dientes de leche, los dos incisivos centrales.


- Pero ¿qué dices? si eres muy pequeño cariño – su madre le revuelve el cabello – cuando seas más grande podrás llevarla, pero por ahora me toca a mi… ¿verdad Yagami-sama? – la anciana asiente sonriendo al menor, el cual vuelve a echar a correr sin escuchar a su madre.


Tardan un poco en llegar por la distancia entre las casas.


- ¡Mira abuela, te lo dije! – aquel chiquillo parecía tener una enorme carga de energía, pero por ahora los ojos de Akane se concentran en aquel nuevo ser. Las pupilas de la anciana se abren por completo, no había duda alguna sobre aquel pelirrojo recién nacido.


- Es igual que tu hermano mayor abuela – la mujer cargaba a su bebé con total cariño, el cual voltea a ver a la nueva visita y por primera vez quita sus ojitos azules del remolino que era su “primo”. – ¿abuela? – los ojos de la anciana se nublan, aquella mirada le trae tantos recuerdos, él no sabe nada, pero ella sí, luego de tantos años, gracias a los dioses, las almas de esos dos han regresado, sabía que solo era cuestión de tiempo después de ver “renacer” al pequeño Kusanagi


- Bienvenido – dice ella feliz, de algún modo sintió que ya no había porqué esperar más.


Le ayudaron a cargar al bebé, con sumo cuidado lo hizo, este le sonrió, después de anhelar por tanto tiempo, vio a su hermano sonreír de la manera más sincera que jamás lo hizo, Hiro por su parte había quedado prendado también, no paraba de querer cargarle, y de que este le prestara atención, algo que no era difícil de conseguir, pues el pequeño pelirrojo lo seguía con esos ojos llenos de curiosidad.


Después de un rato una de las mujeres del otro clan que ahí vivía llevó a la mujer de vuelta a su habitación. 


-Dos almas viejas que se encuentran de nuevo – dijo Kagura-sama mientras empujaba la silla de ruedas


- Dos almas que están destinadas a estar juntas – aseguró Yagami-dono con su voz cansada pero llena de tranquilidad


- No debes preocuparte abuela – con cuidado le ayuda a recostarse en su cama – no sufrirán esta vez…


- Tu clan siempre ha parecido más de hechiceras que de sacerdotisas – una leve risilla por parte de la castaña, sus ojos azules miraban las aguamarinas de la anciana


- Tenemos un poco de ambas, y seguro que nuestra sangre es mezcla de glóbulos rojos y aceite de primera calidad – ambas ríen esta vez sin inhibiciones


- Tu bisabuelo era un buen hombre… y un excelente cajero automático – ríen de nuevo – hemos vuelto a ser una familia, pediré a los dioses que no cambie jamás


- Es tiempo de descansar, prometo que mi hermano y yo nos encargaremos de tener a buen resguardo a cualquier víbora venenosa para que la joya y la espada no sufran más, no se preocupe abuela – un beso en la frente de la mayor. – buen viaje – susurra saliendo de la habitación.


Y ese viaje fue bastante bueno en realidad, poco después de cerrar sus ojos dio el último suspiro, y aquellos que la esperaban la recibieron con alegría, claro que su hermano no estaba ahí, él tenía otra oportunidad de ser feliz y encontrarse con el amor de su vida, pues el suyo es un amor que ha sobrevivido por siglos. 


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