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Malestar por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya es obra de Masami Kurumada.

En el intermedio de la línea de tiempo original.

Mu nunca fue el niño más extrovertido del santuario. Bien sabía que Camus tampoco. Por ello decidió acercarse a Acuario cuando aún no se decidía si mantener aquél secreto o no, a pesar de que ya no eran llamados «niños» sino «señores» cuando no «santos».


Acuario lo recibió en su hogar con recelo en su mirada, tal cuál Aries habría hecho de ser opuesta la situación. Si algo debían saber bien el uno del otro, era que habían decidido exiliarse por voluntad propia y apenas si respondían de buen grado ante las visitas de sus mejores amigos —para Acuario, Escorpio; para Aries, Tauro—. Eran ridículamente similares.


Al irrumpir en aquél hogar apartado incluso de las tribus más recelosas de Siberia, Camus no se hallaba solo y Mu tampoco. El santo de Aries apenas si prestó atención al niño que fue directamente a pararse junto a su maestro ante la llegada de un extraño en lugar de ir a esconderse en algún rincón, pues Mu cargaba con el peso de una vida entre sus brazos y en poco más podía pensar que…


—Ayúdame, hermano —rogó Mu cuando ya no encontró motivos para sostener la mirada retadora de Camus. Esperaba que el mayor lo entendiera sin hacer preguntas pues tal era un hábito que, cuando convivieran en el santuario, habían desarrollado.


En el santuario los últimos santos de oro llegaron, algunos como aprendices y otros ya como portadores, casi al mismo tiempo. Los seis se reunieron ante el rechazo de los demás, no porque (todos) tuviesen una personalidad complicada o una conducta reprochable, sino porque eran claramente diferentes. A ellos, el cielo los había escogido. Camus, siendo el mayor y a quien menos parecía costarle enfrentar a los «demás» y adaptarse a sus leyes, se convirtió en aquél a quien recurrían cuando les surgían dudas; para un niño de seis años, que otro fuera mayor por nueve meses significaba que éste último ya debía haber vivido sus pesares el año anterior y sabía cómo superarlos. Si luego debieran detenerse a pensar en ello, resultaría preocupante que la mayoría no dejó de pedir consejo a Acuario cuando crecieron y todos obtuvieron su título, sino cuando el mayor se marchó; incluso está el que llegara a sentirse abandonado.


Podría decirse que aquél mismo instinto infantil fue lo que llevó a Mu hasta Siberia.


—¿Hermano? —preguntó el niño junto a Camus y el santo de Acuario liberó a Mu de su escrutinio tan solo para responder.


—Es un viejo amigo, Isaac. Es bienvenido —el mayor señaló hacia otra habitación—. Prepara el sofá para que duerma, como hicimos con el explorador, ¿de acuerdo? —el chico dudó—. Deseo hablar con mi amigo Mu a solas un momento, pero estaremos contigo enseguida. Pon agua a hervir también.


—De acuerdo —el niño se marchó a cumplir con los recados dirigiendo una última mirada curiosa a Mu de Aries.


El santo más joven respiró para darse cuenta de que había dejado de hacerlo mientras oía la conversación ajena que para su gran alivio transcurrió en griego y no en ruso. Era bienvenido, para su buena fortuna, e incluso se le otorgó el estatus de «amigo». Camus se aproximó a él.


—Dámelo —el mayor solicitó, extendiendo los brazos y Mu apenas se lo pensó una vez antes de entregar al bebé. Camus tocó la frente del infante y luego puso la palma sobre su corazón—. No siento nada malo, pero, ¿usualmente es tan callado?


Mu sintió un temblor subir por su espalda.


—¿Acaso no debería? —Camus alzó una ceja y Mu entendió lo irracional de su pregunta—. Sí llora cuando tiene hambre, pero, por lo general no hace alboroto. Solo duerme.


—Entiendo —Camus volvió a acercarse a Mu y puso una mano sobre su frente antes de que el santo de Aries supiera reaccionar para alejarse. Los dedos de Acuario eran fríos como solo debía serlo el arrullo del río Cocito—… Entiendo. Pueden quedarse hasta que te encuentres mejor.


Aquellas palabras provocaron tal alivio en Mu que el joven santo creyó desmayarse allí mismo por el peso que le habían arrebatado de los hombros. No solo la idea de que él mismo pudiera enfermar era tan ajena que tardó más de lo debido en darse cuenta de que tal era el caso, sino que temía haber hecho mal al infante por su descuido. Pero todo parecía estar bien y, de algún modo, Mu llegó a sentarse en una silla y encendió por sí mismo el hogar mientras Camus y su muchacho preparaban un sitio para que el bebé durmiese.


El santo de Aries cerró los ojos cuando se encontró solo y los abrió recién cuando una mano sacudió con firmeza su hombro.


—Señor Mu —era el muchacho—. Traigo chocolate con algo de licor, debería beberlo.


—Gracias —el santo murmuró, tomando la jarra ofrecida, aunque no creía que aquello fuese a ayudar demasiado a su condición.


—Es para mantenerlo caliente desde el interior. Puede que no lo sienta con claridad, pero el frío aquí puede calar a uno los huesos, más si lleva tiempo sin comer.


—Comprendo. Gracias, chico.


—Mi nombre es Isaac.


—Es cierto —Mu lo había oído, pero ya lo había olvidado—. Un placer conocerte, soy Mu —el muchacho asintió y pareció querer decir algo más, pero se arrepintió y se marchó por el mismo lugar por el cual previamente había desaparecido con una despedida muda. Camus solía evitar las conversaciones triviales del mismo modo en el santuario, aunque ingeniándoselas para no parecer descortés ante los mayores.


De hecho, su escapada a Siberia fue mucho más planificada y silenciosa que el retorno de Mu a Jamir. Pues cuando Aries se exilió, un séquito intentó arrastrarlo de regreso al santuario y, si planearon hacerlo con vida, fue solo porque aún no había heredado sus conocimientos de alquimia a ningún sucesor y las sacras armaduras necesitan a alguien capaz de repararlas.


Mu tuvo al Patriarca Shion como a un padre en su corazón, siempre consideró a aquél anciano como el hombre más sabio del mundo. Se negó a creer que el Patriarca del cual Acuario se alejó voluntariamente fuera el mismo que les había enseñado a leer las estrellas pues él, como Aries, sabe lo que significa sacrificarse.


Aries es aquél quien debe dar su sangre y vida por el bien de los demás. Acuario es el príncipe humano que se rebaja a sirviente solo ante las órdenes de los dioses. Del mismo modo, todos conocen sus deberes sagrados. Camus nunca daría la espalda a su diosa porque Acuario no puede desobedecer a los dioses; por extensión, el patriarca y la deidad que habitaban entonces el santuario, no podían ser considerados dioses. Mu intentó hacerlo confesar una vez, pero sus dudas quedaron maniatadas en su propio corazón cuando Camus se negó a darle la razón en sus conjeturas.


Desde aquella discusión, antes de que Acuario se despidiese definitivamente de ellos, Aries había dejado de considerarlo su hermano. El egoísmo les ganó. Pero, ¿quién era él para pedir a otro que se sacrificase a su lado? Ni siquiera Tauro estaba tan loco como para acceder.


Mu frotó la jarra y el calor de la bebida le reprochó su inmadurez, pues allí estaba una vez más, rogando al mayor que lo entendiese y aceptara su parecer. Bebió el chocolate de a largos tragos y se alegró de apenas sentir un regusto a alcohol.


Camus regresó y en silenció volvió a tocar la frente de Mu, ésta vez el menor lo permitió. Las manos de Acuario eran como las de un noble, finas, limpias de sangre y sudor, con un chasquido podían helar el corazón de una persona. Eran las mismas manos que aplicaban hielo sobre los moretones y heridas de sus hermanos y que lograban hacer bajar la temperatura durante los días en que el sol parecía querer derretirlos sin motivo alguno.


—Al menos ya respiras mejor —la mano se apartó de la frente para tomar la jarra y Camus bebió lo poco que quedaba del chocolate para luego fruncir el ceño, como si el sabor no lo hubiese satisfecho—. ¿Puedo preguntar su nombre?


Mu tardó un momento en entender la pregunta y responder.


—Kiki.


—… —Camus lo observó largo y tendido, sin apenas parpadear—. Te lo acabas de inventar —apenas sonó como una pregunta y Mu arrugó la nariz—. De acuerdo, entonces, Kiki se encuentra bien. No tiene atrofias musculares ni dolores aparentes. Responde a las cosquillas, ríe y llora con normalidad aunque parece saber cuándo no debe hacerlo. Quizás sea un rasgo de su gente, aunque no tengo a nadie con quien confirmarlo.


—Tal vez lo sea —Mu accedió, pues tampoco interactuaba demasiado con su tribu. De hecho, que decidieran dejar al infante en su torre bien podía significar que lo estaban dejando en brazos de la muerte. Pero había tenido esa discusión consigo mismo muchas veces antes de darse cuenta de su estado y decidir correr por auxilio y no era algo que deseara repetir con Camus de Acuario—. Entonces está bien.


—Él está perfectamente —el mayor se puso de cuclillas y puso una mano en la rodilla derecha de Mu. Su tacto era como el de un fantasma pues no ejerció presión alguna—. Tú, eres un tema aparte.


—Me pondré mejor pronto, lamento venir a incordiar.


Acuario negó con la cabeza.


—No me refiero a tu salud. Mu, apenas eres un muchacho, ¿estás dispuesto a criar a ese infante? —al preguntar, Camus sí ejerció cierta presión sobre la rodilla de Mu, o, al menos así lo sintió éste último.


—¿Acaso tengo otra opción? —Aries se aseguró de que continuasen solos en aquella habitación antes de contestar, pues se sabía incapaz de disfrazar el temblor de su voz—. Hijo de Ganímedes, dime, ¿qué destino puede deparar a un niño cuyos padres no han deseado tenerlo? Ya no hay diosas con forma de loba u osa que estén dispuestas a hacer tal sacrificio.


—¿Y por éso debe hacerlo un carnero? —refutó el mayor el instante en que la voz de Aries se apagó—. Mu, siempre hay una opción. Si no la hubiera, los destinos se aburrirían miserablemente… Ahora deben estar disfrutando porque te ves incapaz de dejarlo morir.


—¿No eres un hipócrita, hermano? —Aries bufó y puso una mano sobre la de su compañero—. Tu tampoco has dejado morir a ése niño, Milo nos lo ha contado a todos, una y mil veces.


Para sorpresa de Mu, en lugar de discutir o enfadarse por sus palabras, Camus sonrió como si una memoria bienaventurada acabase de llegar a su mente.


—Que se rían —declaró el mayor—, porque a diferencia de mi arcano, ésa es una decisión que tomé por propia voluntad y no por la de los dioses —entonces el galo suspiró y su postura impasible regresó—. Para mí, no es sacrificio alguno. De todas formas, no son cosas sobre las que debas preocuparte en tu estado actual. Podrás pensar mejor en cuanto te recuperes.


Mu cerró los ojos cuando Camus se acercó a besar su coronilla.


Y no los volvió a abrir en bastante tiempo, al parecer.


Cuando despertó se vio arropado en una cama caliente bajo el peso de varias mantas. Camus de Acuario no estaba en la habitación, pero su muchacho Isaac y Kiki sí se encontraban allí. El muchacho estaba sentado en una silla con el bebé en su regazo y la cabeza gacha.


—Suelta, por favor —pedía el joven en voz baja y hacía una mueca de silencioso dolor cada vez que el bebé tiraba de las puntas de su cabello. El infante reía.


Mu se quedó mirando a ambos en silencio y habría seguido así de no ser porque llegado un momento, el bebé se detuvo e intentó incorporarse para observarlo de regreso, como si supiera que Mu estaba allí y estaba despierto. Los ojos de Isaac le dirigieron un ruego.


—Hola —saludó el santo, incorporándose en la cama.


—Buendía, señor Mu —el muchacho se trasladó de la silla al lado de la cama en un parpadeo y colocó al infante sobre la manta—. Su hermanito.


Kiki gritó y alzó los brazos hacia el mayor. El santo de Aries lo sostuvo sobre su regazo y presionó su pulgar entre los dos puntos de sus cejas, ante lo cual el niño hizo una mueca de extrema seriedad y permaneció callado. Isaac abrió la boca como si acabara de presenciar un acto de magia.


—A ustedes sí les hace caso —se quejó en voz baja el muchacho y Mu intentó sonreír para darle ánimos. Isaac lo observó como si estuviese burlando de él así que se detuvo.


—Tal vez solo le gusta llamar tu atención… ¿Dónde está Camus?


—El maestro se fue a buscar a alguien que se pudiera encargar de llevarlos de vuelta a casa en cuanto usted mejoró. Pasó tres días con fiebre y no podía hablar con claridad. Camus salió hace solo unas horas.


—¿Sabes adónde fue? —la idea de que el santo regresara al santuario por su culpa hizo que Aries estuviera a punto de soltar al bebé. La idea de que lo forzara a regresar al santuario era-


—No lo dijo —Isaac pareció recordar algo—. Deben tener hambre, ambos llevan rato sin comer —Kiki pareció querer decirle algo en respuesta—. ¡Mi cabello no es comida!… Iré a calentar el guiso, puede tomar su tiempo en cambiarse.


La idea de regresar al santuario no era tan aterradora. La idea de que le quitaran a Kiki, aquél niño que entonces lo abrazaba como si lo hubiese extrañado una eternidad, la superaba con creces. Hacía tiempo que había aceptado su propia muerte como una amiga que danzaba a su lado en el campo de batalla; pero fue criado con la idea de que el soldado más poderoso no es aquél que luchar para ganar, sino el que lucha por proteger. Este principio se halla en la base misma de sus habilidades, pues el muro de cristal no protege al santo de Aries, sino a aquello que el santo de Aries desea proteger.


Desde el momento en que oyó el llanto a las afueras de su torre supo que echar un vistazo significaba estar dispuesto a proteger a aquella persona en peligro. Dejarlo a su suerte una vez más significaría que había fracasado.


Por tales divagaciones, Mu tardó bastante tiempo en mudar su ropa y la del infante.


Cuando el santo estaba resuelto a escapar de la residencia que lo había acogido con amabilidad, después de comer y antes de que el señor del hogar regresase, la puerta de entrada se abrió para dar paso al hombre en persona seguido de un gigante.


Camus estaba de vuelta y en fila se hallaba Aldebarán, con más ropa encima que nunca.


—¡Eso huele delicioso!, ¡espero que tengan un plato extra! —exclamó el gran hombre.


Mu tomó el bol de guiso con su brazo libre antes de que Isaac lo dejase caer del impacto que la repentina visita le provocó. Camus se aproximó a él.


—Si no lo dices tú, ni siquiera Milo se enterará —y como si el gigante de Tauro hubiese oído el murmullo de Acuario a Aries, el grandote asintió con un guiño.


Mu de Aries habría abrazado a Camus de Acuario de tener siquiera una mano libre mas, al no ser éste el caso, viró para besar los labios del mayor en un roce. Aldebarán liberó una estruendosa carcajada para distraer a Isaac en el momento justo. Acuario aceptó su gesto con una sonrisa galante y una mirada de comprensión que hubieran derretido el corazón de cualquier otro.


—Muchas gracias, hermano.


Kiki aplaudió.

Notas finales:

con suerte ésto se puede leer.


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