El trabajo en el escondite una vez mas fue una tortura. Pero yo era feliz sabiéndote a salvo, sintiéndote cerca. Aunque estábamos haciéndola de espías y nos teníamos que separar el escucharte del otro lado del teléfono era reconfortante. Podría quedarme dormido escuchándote repitiendo los planes y tus teorías. El sonido de tu voz era como las relajantes olas del mar meciéndose interminablemente. Pero yo odiaba ser espía y tú lo sabías. Más de una vez te dije que odiaba estar haciendo algo que no tuviera mucha acción. Tú gritabas y yo sonreía. Había que espiar a esa mujer mientras tu espiabas lo que suponíamos era el cuartel de la policía de Japón. Espiar a Amane misa era realmente fastidioso y aburrido. Era una mujer bastante guapa pero carecía de inteligencia alguna. Yo mataba el tiempo soñando despierto. Fantaseaba sobre como seria robar un beso de tus labios. Tú seguías igual de raro que aquella vez que cediste la mirada ante tu rabia. Cuando hablabas conmigo no me mirabas a los ojos. Me preguntaba si en verdad ya me habías descubierto y hablar conmigo era realmente incomodo. Tenía que saberlo.
Mi primer movimiento fue darte celos. Ahí tenía frente a mis ojos a las japonesa más bonita que alguna vez hubiese visto. Obvio que lo único que realmente me gustaba de ella era que de espaldas me recordaba a ti. Su bonito cabello tenía un color muy parecido al tuyo. Pensando en cómo te verías con un vestido casi caigo del sillón cuando sonó el teléfono. Entonces lo dije. Te dije lo atractiva que Amane misa era. Recuerdo haber reído mucho por lo bajo. Como si hubiera sido una travesura. Incitar tu enojo, tus celos. ¿Tendrías celos? Describí sus curvas con falsa y exagerada lujuria mientras la respiración proveniente de la bocina comenzaba a acelerarse. Incluso mencione mi deseo de infiltrarme y quizá follármela un rato. Tus dientes rechinaron por el teléfono y colgaste. Entonces comenzaste a llamarme más seguido. Me preguntabas como iba todo y yo solo te hablaba de la puta esa. Como me divertía hacerte enojar. En verdad estabas furioso. Cada que la mencionaba me colgabas el teléfono. Era un juego bastante divertido. No entiendo cómo es que en verdad lo creías todo y caías en mi juego una y otra vez.
Entonces volviste a llamarme. Pero ya no me preguntaste entre dientes como estaba todo. Me gritaste por teléfono. Me gritaste con un enojo terrible. Estabas desesperado, histérico. Jamás te había escuchado usar ese tono conmigo. Era una rabia extraña. Parecía el berrinche de una niñata a su novio adolescente. Podía escucharte dando patadas por todos lados. ¿Acaso había terminado con tu paciencia? ¿Había matado tu orgullo de ser el único que robara mi atención? Siempre deseaste tener mi atención completa y todo eso pero estabas cayendo a un punto en el que sentí un poco de miedo. Me quede callado y estaba pálido como una estatua. Me estabas preguntando a gritos lo que le veía a esa mujer. ¿Por qué te gusta esa mujer? La pregunta hizo ecos en mi cabeza hasta marearme. Entonces me comencé a preocupar y me sentí terriblemente mal por haber hecho eso a propósito. En cierta forma no me arrepentía. El saberte celoso me daba tranquilidad. Obsequiaba esperanzas a mi corazón que las bebía con desesperación como un sediento al que le ofrecen agua. Aun así punzaba un poco. Había roto tus nervios. Yo no deseaba hacerte sentir mal pero era necesario tomar medidas drásticas. Era el momento para descubrir lo que se ocultaba en tu corazón. Tenía que descifrarlo. Si ya no podía mirar en tus ojos y ya no podía buscarme en ellos había que tomar otras medidas. Cuando la llamada se cortó sabía que tenía que correr al escondite. Tenía que ir y verlo con mis propios ojos. Este era el momento.
Camino al escondite pensé muchas cosas. Quizá necesitabas un descanso, no lo sé. No te había escuchado tan alterado desde la última vez que Near te hizo rabear. Estaba muy preocupado pero a la vez quería saber porque. Quería convencerme de que era lo que creía que era. Quería que fuera eso. Querían que fueran celos. Pero no celos de amigo egoísta y caprichudo si no celos de enamorado. Pero era demasiado. No podía ser eso. Pero ¿y si lo era? ¿Y si había vivido en el error todo este tiempo? ¿Y si era real? Tantas preguntas en mi cabeza que casi choco el auto a medio camino. Cuando entre había demasiado silencio. El apartamento estaba a oscuras. Solo se filtraba luz por la ventana que tenía las persianas casi cerradas a excepción de una que era la que asomaba una cámara conectada a los 3 ordenadores que estaban en la mesa. Mientras me quitaba mi chaleco noté que el lugar estaba destrozado. Alguien había aventado todo contra el piso. Había vidrios y basura. El teléfono celular estaba roto. Entonces lo escuche. Al principio no era claro pero después se volvió a hacer escuchar. Era un gemido callado casi intangible. Alguien me llamaba. Después se volvió a escuchar. Definitivamente me estabas llamando. Desde donde estaba parado no podía verte porque estaba espaldas al sillón pero podía ver tu cabellera asomarse por un costado. Estabas dormido o al menos eso parecía. ¿Me estabas llamando entre sueños? No era la única vez que lo habías echo. Cuando te salve del fuego también me llamaste. Pero el tono de tu voz era distinto. Esta vez era un gemido que llevaba consigo un tanto de efusión. Mencionabas mi nombre de tal manera que provoco el despertar de mis bajas pasiones. Quería verte mientras dormías. Quería volver a mirar tus ojos pasivos sumidos en un sueño. Quería ver tus labios moverse entonando aquella palabra que se había convertido en un nombre para mí. Me costó trabajo arrastrar mis pies sin hacer ruido alguno, no quería echarlo a perder. Entonces te vi. Con tus ojos muy apretados. Tenías el chaleco desabrochado. No pude evitar morderme los labios y apretarlos muy fuerte. Aquella escena era tan excitante que se me desbordaban los ojos. Tu pecho era demasiado deseable. Tu piel sonrosada estaba llena de gotitas de sudor. Volvías a mencionarme mientras llevabas tu mano bajo tu vientre entre aquel pantalón cuyos hilos estaban desabrochados dejando ver aquello que tan celosamente guardas del mundo.
Te vi y no creía lo que veía y lo que mis oídos escuchaban. Era como una canción de amor. Tus labios tan sedosos entre abiertos pidiendo a gritos sordos un beso de los míos. ¿Era acaso eso? Estaba en shock. Me quede inmóvil. Era un cuadro demasiado hermoso. Tus manos despojadas de sus guantes acariciando tu cuerpo. Un huracán de sensaciones vino a mí y sentí que si me quedaba ahí por más tiempo no me podría resistir. Me entregaría a la pasión y me arrojaría sobre ti. Te tomaría del cabello y fundiría mis labios con los tuyos en un beso. Robando esa humedad prohibida que yacía en estos. Pasaría mis manos sobre las tuyas y tocaría aquellos lugares que te hacían estremecerte. Dejaría que enmarcaras mi cuerpo con tu boca. Con caricias matando mis miedos. Dejándome hundir en aquel mar de cielo. Pero abriste los ojos. Pude ver en ellos el miedo. Pude verlo todo como una ventana abierta a tu mente. Ese mello que tanto te afanas en esconder estaba desnudo ante mí. Te habías desnudado mentalmente y te habías dejado al descubierto frente a mí ese mundo que existía tras la máscara de frialdad. Quizá fue un segundo. Pero era como si el tiempo se hubiera detenido. Tus ojos fotografiados en mi cabeza retratando un mundo de secretos que habías tratado de ocultar por miedo. El mismo miedo que sentí por tanto tiempo. Entonces deje de temer. Pero debía comprender que tú no eras como yo. Y tus ojos se volvieron de hielo. Cerraste tus puños y se acelero tu respiración. El mundo explotaría y no me quedaría para verlo. Te daría tu espacio. Porque con todo ese amor que sentía por ti sabía, que el momento perfecto no tardaría en llegar. Con ese semblante paciente que siempre te he tenido me marche del cuarto.
Evidentemente hui para fumar. Necesitaba asimilar lo que había visto. No era fácil de la nada darte cuenta que todo eso que me preocupaba y todo lo que temía no era más que a mis mismos miedos. Tenía que buscar la manera de que te dieras cuenta que yo sentía algo por ti. Que no era malo enamorarse o sentir algo por tu mejor amigo. Que no estaba prohibido querer a alguien de tu mismo sexo. Quería que te sintieras a gusto. Que supieras lo que sentía sin que huyeras abruptamente de la realidad negándola. Que supieras que todo estaría bien. Quería que me abrieras las puertas de tu corazón. Porque si tomabas mi mano el mío seria tuyo y jamás estaríamos solos. Así como tú me habías enseñado el verdadero significado de amar a alguien yo quería mostrarte lo que era amar. Regalarte eternos cielos con estrellas. Caminar de la mano por las calles sin que nos importara nada. Definitivamente estaba soñando. Jamás aceptarías eso. Pero te lo diría. De alguna manera tenía que hacerlo. Ablandar tu corazón con tiernas palabras. Me tragaría ese miedo que había sentido por tanto tiempo y te abriría mi corazón te regalaría mi alma. Tú, solo tú tendrías el poder de aplastarla entre tus manos o colmarla de caricias.
Quería decirte lo que sentía. Quería desesperadamente arrancarle las palabras a mi alma y que estas te contaran todo con una simple frase. “Te amo…” Imposible. Era completamente imposible expresarlo con esas 5 letras que no podían resumir el trayecto tan duro que había sido llegar hasta ahí. Las palabras simplemente no salían de mi boca porque era algo tan grande que quitaba fuerza a las palabras. Sería como un eco vacio perdido en la inmensidad del espacio. Como decirte que te amo con todo mi corazón sin que me miraras como un loco y huyeras nuevamente de mí. La lucha no era fácil. Eso yo lo sabía porque la había vivido en carne propia. Quería que supieras mis sentimientos sin que renegaras de los tuyos. En realidad ¿tenías sentimientos hacia mí? Quise buscar la ocasión perfecta. Las tardes en aquella guarida se hacían eternas. Yo en el rincón del exilio con los ojos atados a un videojuego fingiendo batallas que jamás terminaban para poder mirarte de reojo de tanto en tanto. Pensando cómo resolverla misión mas difícil de mi vida. Si mi voz quebraba el silencio en realidad no importaba. Te habías cerrado a mis palabras con unos audífonos que te anclaban al departamento de Amane Misa. Muchas veces quise hablar, alzar mi voz al viento. Me contestaban tus ojos fríos, una mirada helada que me partía el alma. ¿Cómo descongelar ese ártico ser? ¿Como derretirse corazón de invierno que habitaba en ti? Quise enterrar mis verdes ojos en ti. Que estos te contaran la historia desventurada de amor que mi garganta jamás se atrevería a contar. Buscando penetrar en los rincones de tu mente y de alguna manera leer tus pensamientos. Imposible. Te cerrabas a mí y te escondías tras tu frígida máscara. Entonces me enviaste a espiar a la policía de Japón.
Encerrado en mis mismos pensamientos descuide la misión y se escaparon. Enfureciste conmigo. Era el cuento de nunca acabar. Ahora te irías a Japón. Cuando mencionaste Japón no sabía si alegrarme o no. Dijiste que te irías. Encontré cierta tranquilidad al saber a dónde ibas. Fue cuando titubeaste. Tú nunca titubeas en nada. Tu voz tembló y se quebró como un hielo de glaciar que cae lentamente hasta chocar con el agua. Tus palabras se ahogaron en tu garganta. Hubo silencio, mucho silencio. Quería preguntarte si estabas bien. Quería preguntarte muchas cosas pero solo me salió un insípido ¿Qué pasa? Entonces me lo pediste. Tu voz temblaba y se mostraba nerviosa. Querías que fuera contigo. Que te alcanzara en el siguiente vuelo. Aun recuerdo esa insegura pregunta que me aguado el corazón. ¿Vendrás? En realidad querías que estuviera contigo en Japón. Sentí tu necesidad de tenerme cerca a través de tus transparentes palabras. Me quede mudo. Estaba tan feliz que no salió reacción alguna en ese instante si no mucho después. Me quede tieso y con mi cara sin alguna expresión cerré el teléfono. Incluso creo que lo deje caer. No me lo creía. Tú me lo habías pedido. De tu boca habían salido las palabras. Después de todo tu también luchabas y te estabas dejando vencer. Estar contigo en Japón para mí era mejor que un sueño era muchísimo mejor que soñar. Mejor que cualquier cosa en el mundo. Entonces se escapo una sonrisa de mi boca. Era una sonrisa tan grande que no recuerdo alguna vez haber sonreído así. Estaba feliz. Era una felicidad melancólica. De esas veces en las cuales estas tan feliz que el sentimiento no cabe en tu corazón y te ablanda todo. No sabes si reír o llorar o llorar mientras ríes. Era como si el cielo se hubiera abierto y el sol se diera paso entre nubes de tormenta. Subí al auto con esa misma sonrisa estúpida que no se borraba de mi rostro. Lo enmarcaba y lo hacía aun más atractivo. Me vi sonreír en el espejo retrovisor y no reconocí mi persona. ¿Yo podía sonreír así? Si. Si podía. Tú estabas haciendo esto. Esta sonrisa era gracias a ti. No podía esperar a verte de nuevo. Quería mirar tus ojos y mirarme en ellos. Porque todo lo que era y todo lo que soy esta en esos ojos tan perfectos.
Hacía mucho frio cuando pise Japón por primera vez. Nunca habría imaginado que la ciudad de mis sueños sería aun más bella vista a través de mis propios ojos. El cielo era aun más hermoso. De un azul claro e infinito. Como deseé que hubieras estado junto a mí en ese momento y tomar tu mano y calentarnos juntos. Había tanta gente en el aeropuerto. Jamás pensé encontrarte ahí. Entonces te vi. Con aquella chaqueta adornada con plumas. Te veías bastante ansioso e impaciente. Triturabas una barra de chocolate como si tuviera la culpa de tus ansiedades. Creo que de haber podido me habría abalanzado sobre ti y te habría besado. Pero me tenía que contener. Estaba hecho un manojo de nervios. Mi estomago crujía. Pero me sentía confiado. Todo tenía que salir bien. Cuando alzaste la vista lo supe. Todo estaría bien. Me miraste y en tus ojos lo vi todo. Te Dabas la bienvenida sin siquiera pronunciar palabra. Con un gesto nos marchamos. Caminar siguiendo tus pasos era como andar sobre nubes. Aquellos edificios tan altos nos abrazaban entre signos, sonidos y olores totalmente nuevos para mí. Tú y yo en Japón. Era casi navidad. Era tan perfecto. Era como un sueño que no quería despertar nunca. Maldito el que me sacudiera si estaba soñando. No me pellizquen quiero dormir hasta que muera. Pero no soñaba y eso me hacía sonreír como un idiota.
Quería acercarme más a ti. Estábamos solos. En un lugar desconocido. Quería tomar tu mano y sentirme en casa. Entonces la nieve comenzó a caer. Vi mis botas hundirse en ella. ¡Era tan blanca! Se sentía tan suave y fría. Maldije no ser un niño y no poder echarme al piso a hacer angelitos como lo hacíamos en Wammy’s. Se atoraba en mi cabello y resbalaba por mis googles hasta llegar a mi nariz. La tenté en mis dedos despojándome de mis guantes. Caminé mucho entre la nieve. En Japón me sentía como un niño. Quería ir a todos lados y quería hacer de todo. Tú parecías un tanto amargo pero siempre y cuando el trabajo no lo impidiera me lo permitías. Torcías tus ojos y movías tu cabeza mientras metías un chocolate a tu boca. Aunque no podías salir mucho por temor a ser descubierto me cumplías uno que otro de mis caprichos. Quería comprar videojuegos, comer con palillos, beber té y tomarle fotos a todo. Ese día que nevó no estabas en casa. Muy temprano habías salido sin decir a donde. Yo aproveche para ir al centro comercial. Se supone que tenía que vigilar y hacer lo de siempre pero había esperado tanto tiempo por ese juego para que saliera en América que no podía desaprovechar la oportunidad. Me había distraído tanto que había olvidado el stress que me causaba el no saber cómo acercarme a ti. Sin querer y lentamente nos habíamos acercado un poquito más. Yo te proveía de chocolate y tú me dejabas jugar. Te sentabas en un sillón al ordenador y yo te miraba de reojo mientras pasaba de niveles. Ese era nuestro acuerdo. Ese día jugaríamos juntos sin siquiera saberlo.
Yo quería que tú lo dijeras. Quería volver a escuchar tus labios abrirse y decirlo. Tu voz quebrarse y temblar. No podía concentrarme en subir el nivel porque te tenía frente a mí. Quizá como siempre pero en realidad no. No sé porque habías pasado tanto tiempo encerrado en el baño y habías regresado de lo más raro. Sentía tus ojos sobre mí. Estuviste un buen rato intentando hablar pero las palabras no te salían. Sabía exactamente como te sentías. Tenías miedo. Entonces me preguntaste si estaba molesto contigo. Quise ser sincero y quise ser directo. Habías preguntado algo tan simple. Tanto solo tenía que contestar un sencillo NO. Pero como buen pendejo que soy tenía que decir una estupidez. Tenía que dejarme traicionar por mi lengua larga y echarlo a perder. Qué clase de respuesta es “No, no tiene nada de malo ser gay”. Me puse la pistola en la boca y tire del gatillo. Se te encendieron los ojos. Te echaste sobre mí como una fiera. Y todo lo que hice fue ¿Reír? Me estaba riendo por la tontería que había cometido. Tú no eras como yo. Eso era más que obvio. No estabas listo para escuchar nada de eso. Yo había querido ser disimulado y tranquilo. Había querido tapar mis inseguridades con ese plano par de palabras. Gay. Como demonios se me ocurrió decirte a ti eso. Estaba pagando mis consecuencias. Me estabas golpeando y no podía defenderme. Dejé que me golpearas y lo disfruté. Entre mi estridente y torpe risa me di cuenta que tus golpes no eran los de siempre. Entonces no podía contener los nervios disfrazados de aquel ruidito costroso que salía de mi boca. Me golpeabas pero como no queriendo. Tus puños carecían de fuerza. Tus golpes eran más caricias que agresiones. En cierta forma supongo que en realidad no querías golpearme. Solo buscabas una excusa para acercarte a mí y lo estabas logrando. Yo reía porque no sabía qué hacer. Te tenía tan cerca y aunque había fantaseado con un momento así cuando sucedió no supe que hacer. Entonces te pusiste de pie y me di cuenta de que no debí haber reído. Era algo tan delicado y mi estúpida risa quizá te había herido. Olvidé que ese Mello frío solo era una farsa. Eres más sentimental que yo.
Te seguí hasta tu habitación. La luz estaba apagada solo entraba claridad de la calle que se filtraba por la ventana. Arrastre los pies con miedo. Estabas dormido. Te veías tan lindo en esa posición. Con tu cabeza ladeada sobre la almohada dándome la espalda. Te llamé pero no contestaste. Ni siquiera te moviste. Entonces me postre junto a ti. Nunca me habías dejado acostarme junto a ti. De adultos tú siempre tomaste la cama y me enviaste al sillón. Yo sabía perfectamente que no debía. Pero aun así lo hice. Acerque un poco mis dedos acariciando tu cabello conteniendo mi respiración. El tenerte tan cerca hacía que se acelerara demasiado. Dolía el intentar sin mucho éxito regularla para no ahogarme en mis propios suspiros. Quería decirte que lo sentía. Murmuré un lo siento. No sé si lo escuchaste en ese momento. Pero dije tantas cosas que no me atrevía. Había dado tantas vueltas para decirlas y en ese momento me sentí tranquilo. El estar junto a ti me tranquilizaba tanto que estas emergieron de mi sin siquiera notarlo. Dije que lo sentía. Dije lo hermoso que eras para mí. Que te llevaba en mi corazón como más que un amigo. Que no quería que lo tomaras a mal pero que sin querer me había enamorado de ti. Que te pensaba siempre. Que no me importaba que fueras un hombre como yo. Te dije que quería permanecer siempre contigo, aunque fuera solo en un rincón de tu vida porque si estaba contigo no importaba que tan mal estuvieran las cosas me sintiera a salvo. “Si estoy contigo el cielo siempre será azul.” Quería caminar junto a ti. Jamás te dejaría solo. Entonces mi voz se quebrantó y dije algo que salió de lo más profundo de mi corazón. Hablaba con este en la mano. Algo en mi interior se quebraba también mientras te decía en un susurro como intentando que no me escuchara más que tu conciencia. “sé que jamás me mirarías así, como te veo yo a ti. Pero no me importa me conformo con estar cerca y serte útil. Siempre puedes contar conmigo, Mello” Cuando lo dije quise irme. Quise salir corriendo y llorar como el marica que soy. Se me desbordaba el corazón. Lo había abierto a ti y tu silueta seguía inmóvil ante mis ojos que comenzaban a ver un tanto borroso. El verde de mis ojos se estaba volviendo un mar muy triste y lejano. Entonces tiraste de mi mano. Jamás olvidare tu iniciativa de jalarme hacia ti. De lapidar la distancia entre los dos. ¡Me escuchabas! Y no solo habías escuchado todo si no me aceptabas.
Todo fue tan rápido que los latidos de mi corazón inundaron mis oídos. Solo podía sentir mi respiración entremezclada con la tuya. Todo mi cuerpo latía y cuando menos lo esperé estaba sobre ti. Con nuestros ojos puestos el uno sobre el otro. Mirándonos eternos y profundos intentando descubrir los secretos ocultos dentro de nosotros. Estaban brillantes e iluminaban todo. Me hipnotizaban hasta sentir escalofríos. Todo se estremecía en mi interior como si me fuera a desmoronar en un segundo. Me mirabas como nunca me habías mirado. Me mirabas con ternura. Tus ojos eran cálidos, tan cálidos como tu cuerpo ceñido bajo mi pecho. Tu lindo rostro estaba sonrojado. Tenías las mejillas encendidas y tus rubios cabellos brillaban como el oro sobre tu cara. Tus labios estaban entreabiertos como queriendo decirme algo que tus ojos ya me habían dicho. ¿Seguía acaso soñando? ¿O será que ya había muerto y estaba en el cielo? Si… Eso tenía que ser. Porque solo en el cielo me podía topar con un ángel tan parecido a ti que me invitase a sus brazos y me ofreciera sus labios como me los estabas ofreciendo. Nuestros perfiles se acercaron tanto que nuestras narices rozaban nuestra piel. Tu aliento calientito estaba incitando mi cuerpo entero a entregarse a ti. Quería que fueras mío y de nadie más. Quería robar la humedad de tu piel. Lentamente nuestras bocas se entrelazaron en un beso. ¡Si eso era el cielo bendito sea aquel que me ha asesinado! No quería que acabara nunca. Aquello que había rondado mis fantasías por tanto tiempo por fin era real. Sabía aun más dulce que en mis sueños. El cielo y el inferno se habían vuelto uno solo. Era una vertiente de pasiones aglomeradas en tus labios. El tenerte ahí junto a mi palpitante y tan vulnerable, tan deseable pero un pecado que estaba dispuesto a cometer. Quería acariciar tu piel entera con mi lengua. Verte retorcerte de placer. Dibujar mi nombre en tu abdomen y escucharte susurrarlo en mi oído. Quería hacerte el amor en un instante que durara toda una eternidad. Dejamos que nuestros miedos nos abandonaran. Nos entregamos al frenesí que desbordaban nuestros labios. Sintiendo cada centímetro de nuestra piel despierta. Sentir tus pequeños y delgados dedos recorrer mi espalda era una dulce tortura. Lentamente me bebí tu pecho bajando hacia tu abdomen desabrochando los hilitos de tu pantalón con los dientes. Disfrute haciéndote sufrir. Deseando ese contacto en aquel lugar tierno e inexplorado. Creo que se escapaban incoherencias de mi boca dejando que las palabras incitaran tus oídos. Me embragaba de tu ser y era mejor, más que respirar. Prefería sucumbir ante la falta de aire que abandonar esto. “Enséñame a desear el brillo de tu piel…” Entre más rápido envolviera tu hombría entre mis labios más rápido me dejaba perder en aquella llama. Me deje llevar en el mar de éxtasis en el que me estaban ahogando tus gemidos y suspiros. Acariciando mis cabellos empujándome a más. ¡Me deseabas! Me deseabas tanto como yo te había deseado por tanto tiempo y por fin estábamos juntos. Por fin podíamos ser uno solo.
Entonces me tomaste por sorpresa. Me diste la vuelta y me dejaste tendido sobre la cama. Frente a mi veía tu silueta bien formada contra la luz, resaltando tus formas en la oscuridad. Tu sonrisa era un tanto maliciosa. Tus labios perfectos se torcían en esa mueca tan coqueta que me hacía vibrar. Sujetaste mis brazos a la cama con una mano y con la otra cubriste mis ojos con mi cabello. Me privaste de la vista pero me dotaste de otros sentidos que estaban despertando. Era una montaña rusa de emociones. Tu aliento tan cerca del mío. Dibujando vehemencias y locuras en mi piel. Mis gemidos se ahogaban en aquel firmamento de sensaciones nuevas para mí. Llevaste tus manos hasta donde jamás pensé que llegarían. Recorriste y delineaste con caricias mi pecho provocándome. Querías verme sufrir, querías que suplicara por más. Cualquier duda o miedo que hubiera tenido en el pasado, todo el sufrimiento de haber estado sin ti tanto tiempo se disipaba con la suavidad de tu boca sobre mi parte más sensible. Yo únicamente siguiendo mis instintos sin poder moverme susurrando tu nombre con desesperada excitación. Mi corazón era como una bomba a punto de explotar. La parte baja de mi abdomen cosquilleaba y aun más allá era como un volcán a punto de hacer erupción. El estar contigo para mí era como expandir mi horizonte al infinito donde el mundo desaparecía por completo y no existía nada más que nosotros. No existía el tiempo, ni el espacio solo nuestros cuerpos brindándose tierno calor el uno al otro. Quería quedarme así para siempre. Me sentí seguro. Nada malo podía ocurrir si estábamos juntos. Siempre nos tendríamos el uno al otro y jamás volveríamos a ser unos huérfanos. Tu y yo nos complementábamos de tal manera que sabíamos lo que el otro quería. Yo estaba muy nervioso en un principio pero sin darme cuenta esos nervios se deshicieron para dar paso al placer más grande que pudiera sentir dejándome verter sobre tu boca y las gotitas de mi ser cayeron sobre mi cuerpo.
No sé si en verdad tú tenías experiencia en esto pero yo me dejaba llevar por mi instinto. Dejamos que el sudor bañara nuestras espaldas. Podía sentirlo mientras resbalaban mis manos sintiéndote tan vulnerable como yo. Entonces procedí a hacerlo y el dolor que antecedió, aunque en un principio me hizo ahogar un grito en mi garganta, con tus caricias se fue disolviendo hasta convertirse en el más puro placer. Embestida tras embestida podía sentirte aun más cerca. Éramos uno solo. Nos habíamos fusionado hasta complementarnos. Tus manos arrugaron las sabanas más de una vez. Estaba preocupado porque quería que sintieras explosiones en el cielo. Nublar tus sentidos y que te perdieras en un furioso mar de delirios. Te poseía. Te ame y te tomé con todas las fuerzas que tenía. Quería estar contigo para siempre, sin importar que. Tomar tu mano y marcharnos a ningún lugar muy lejos de todo. Al diablo con el asesino. Abandonar nuestras vidas de mercenarios tomados de la mano. Que el mundo se pudra yo solo quiero estar contigo y hacerte feliz. Tan feliz como te veías en ese momento mientras gritabas mi nombre en pequeños y extinguidos bramidos. Esa imagen nunca abandonará mi ser. Aun puedo verte si cierro los ojos. El mirarte ahí sintiendo cada vez más cerca el momento final. No quería que acabara pero ya no podía más con ello. No quería decepcionarte. Entonces me pediste terminar. Me apresure y te vi sucumbir ante mi abrazo. Ante mis caderas ceñidas a las tuyas. Y me sujetaste fuerte como si el mundo fuera a acabarse y no quisieras soltarme nunca. El hálito de tu boca acariciaba mi pecho mientras descansabas en él y te acercaste a mí y me volviste a besar. Que gratificante era sentir ese beso tan profundo y tan hermoso. Eras tú. Tú eras quien besaba con tanta avidez a este pobre perro que no podía hacer otra cosa que besarte de vuelta con toda la ternura que le provocabas. Las fuerzas se iban de mí y me rendí ante ti. En mi portaba orgulloso una sonrisa que jamás se borraría mientras te envolvía entre mis brazos escuchando tu respiración acompasada. Así ambos perdimos la conciencia. Impregnando la brisa de tu aliento en mis entrañas mientras el sueño invadió nuestros cuerpos como un rio de olvido y de tinieblas. Jamás volvería a temer. Mientras mis parpados pesados luchaban por mirarte me sentí el bastardo más feliz de la tierra. Un “Te amo Matt” muy perdido entre el silencio estrechó mis oídos y mi cuerpo navegó sin rumbo a la deriva entre la música de tu resuello. “Te amo Mello…” pronunciaron mis labios muriendo ante la batalla del sueño.