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MASCARADA por sherry29

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Notas del fanfic:

 

Un fic algo macabro espero les guste.

Notas del capitulo:

 

 

El egoísmo se disfraza de victima. Con el antifaz de dolor pasa desapercibido en el baile. Ha tenido que cambiar los colores satinados por los matices del negro, pero solo luego de percatarse que al amor lo atrae el luto.

 

 

 

 

 

 

 

La soberbia cruz de barro de casi tres metros de altura es el epicentro de aquel lugar. A sus pies se explaya un océano de olas muertas… son las centenares de tumbas apiñadas en ese mar infinito de brumas dormidas. La cruz no tiene Cristo, solo es una enorme letra “T” cuya sombra proyectada de forma horizontal da claras muestras de que es la hora nona, coincidencia nada grata para el que fue clavado en ella. Desde lejos el cementerio local pareciera ser solo un inmenso jardín en constante primavera, el multicolor paisaje engaña a la vista y solo un poco mas de cerca se puede notar que en verdad se trata de la casa de la parca. Las flores decoran el ambiente con casi todas las gamas del círculo cromático y embalsaman el aire con su aroma a nostalgia. Harold Daniels lleva entre sus manos una de estas flores, será el ultimo regalo que le de a su madre antes de dejarla velada para siempre tras varias capas de tierra; una lágrima escapas de su ojo derecho al pensar esto y se pierde de prisa entre los pétalos de la rosa.

 

El huérfano lleva el rostro escondido tras el manto rubio de sus cabellos lisos, cual telón de teatro, pero no lo hace para ocultar su dolor y su llanto sino porque en su viacrucis se mantiene con la vista gacha evitando pisar las lozas grabadas con nombres desconocidos.

 

La marcha fúnebre le sigue de cerca, llevando en su centro el féretro barnizado de caoba y soledad y Harold apresura sus pasos mientras  pierde la cuenta de cuantas veces a escuchado durante el día el saludo que el ángel San Gabriel realizó a la santísima virgen. Sin soltar de la mano a Henry su pequeño hermano de tres años gira en dirección a una carpa donde la tierra removida esta preparada para recibir a su madre, el profundo hoyo no esta muy lejos del sitio donde reposan sus abuelos por lo que no le será difícil encontrarla cuando vuelva a visitarla. Y es que de no ser así la búsqueda de una tumba se convierte en un verdadero calvario a pesar de llevar el nombre de su dueño. 

 

- ¿Qué es eso hermanito? – Preguntó una vocecita de acordes infantiles señalando la última morada de la mujer que le dio la vida. Harold miró a Henry por algunos instantes y volviendo una mano al bolsillo de su negro pantalón de pana le entregó un caramelo haciendo sonreír al pequeño y olvidarse de inmediato de su incomoda cuestión.

 

El único requisito para morir es estar vivo pensaba Harold al ver el cajón acercarse escoltado por sus hermanos mayores; Rosaura Daniels no sufría ningún padecimiento orgánico que le hubiera privado de la vida a la edad de 37 años, sin embargo el hilo de su porvenir se acabó, se tensó y se rompió por la gracia de un conductor ebrio que la arrolló a casi dos cuadras de alcanzar las puertas de su hogar hacía apenas dos noches atrás; la joven cabeza de hogar se marchó al encuentro con San Pedro dejando a cuatro hijos en total: Steven y John de veinte años eran un par de gemelos universitarios, Harold de diecisiete un estudiante de preparatoria de ultimo año y Henry un preescolar que apenas acababa de destetarse del biberón y los pañales. El vientre de Rosaura fue mezquino con su género jamás acogiendo en su interior la dulzura de una niña.

 

Del padre del trío de rubios era poco lo que se sabía, Rosaura no hablaba mucho de él ni siquiera con sus hijos. Apenas se sabía que era un hombre mas joven que ella el cuál vivía en el extranjero y solía apoyarla económicamente para el sostenimiento de su prole, nunca había visitado a sus hijos lo cuál hacia pensar que no quería mas vinculo con ellos que el meramente económico. El menor de la casa no era hijo de ese hombre, fue producto de una aventura de una noche nada reprochable a una mujer aun hermosa y hasta cierto grado juvenil, por eso los cabellos del pequeño Henry contrastaban con el de sus hermanos exhibiendo un intenso color azabache. Harold volvió la vista hacia su hermano pequeño quién concentrado en su dulce ni se molestaba en mirar el progresivo descenso del ataúd y luego giró sus ojos verdes hacia la derecha observando detenidamente a los gemelos los cuales si parecían más abrumados abrazados el uno al otro en una simbiosis física y psíquica tan fuerte que no dejaba dudas de que provenían de una misma célula que por azares de la naturaleza decidió a ultima hora dividirse. El tercero de los Daniels los envidiaba en secreto, nunca había conseguido lograr una conexión así con otro ser humano y la verdad dudaba de que algún día lograse hacerlo.

 

 

El sacerdote terminó de realizar la plegaria de despedía, en su oración pedía resignación diciendo que el pasaje al otro mundo estaba reservado para todos, solo que en ese obligado viaje algunos debían partir primero. Los numerosos asistentes lo escuchaban mas por protocolo que por verdadero interés y al finalizar su predica un par de hombres igualmente vestidos de negro tomaron cada uno una palas sellando cada vez más la tumba. En ese momento Harold se separó del amarre de su hermano el cuál centró momentáneamente su atención en el rubio  viéndole acercarse con paso tímido al borde de la fosa y lanzar al aire una hermosa rosa escarlata que cayó silenciosa al mismo tiempo que la quinta porción de tierra. Harold siguió con su vista el trayecto ascendente que realizó su rosa cual mariposa antes de caer en picada y fue justo en el momento en que esta alcanzó su punto máximo de altura cuando sus ojos la perdieron para centrarse en una imagen que se encontraba un poco mas atrás.

 

 

Parado entre una decena de asistentes y parcialmente escondido entre dos robustas damas compañeras de trabajo de Rosaura se encontraba un hombre desconocido, un hombre extraño… un hombre perfecto. Un impecable Armani negro debajo del cual se hallaba una inmaculada camisa ajustada al cuello por una satinada corbata morada hablaban de que ese sujeto no era ningún trabajador del cementerio y su porte aristócrata, sus rasgos finos y elegantes orlados por un brillante cabello castaño y su mirada indiferente lo revestían de un aura de poder deslumbrante. Harold olvidó de forma efímera que se hallaba en el sepelio de su madre y mas cuando un ligero tropezón de una de las mujeres hizo girar el rostro del tipo haciendo coincidir sus orbes miel con las esmeraldas del rubio; sobresaltado el huérfano no supo que hacer, si continuar mirando descaradamente a ese hombre en pleno funeral de su progenitora o bajar respetuosamente la mirada y concentrarse en despedir a la que lo parió. Optó por lo primero.

 

 

Se retiró poco a poco del borde de la tumba regresando hasta donde se hallaba Henry, buscando a tientas la cabecita del menor que en esos momentos lloraba desconsoladamente, Harold no sabía si era por percatarse a medias de lo que iba todo aquel ritual o por que se le había acabado su caramelo y en honor a la verdad no le interesaba averiguarlo; estaba muy ocupado comunicándose visualmente con el despampánate asistente.

 

 

¿Quién era es joven? ¿Acaso algún amante de su madre? ¿Sería acaso el padre de Henry? No, no podía ser, su mamá había dicho que el papá del pequeño era moreno y aquel hombre era castaño. Tenía claramente identificados a todos los asistentes al funeral, los cuales entre compañeros de trabajo, familiares y algunos amigos de su madre sumaban unas cincuenta personas aproximadamente. Pero de ese hombre ni idea, no lo había visto antes y tal vez luego de aquel día no lo viera jamás.

 

Despegando su vista muy a su pesar del apuesto desconocido quien tampoco parecía dispuesto a dejar de mirarle arrastró a Henry llegando hasta la altura de sus hermanos mayores.

 

- ¿Quién es ese hombre? – Le preguntó a la pareja idéntica que continuaba abrazada apoyándose uno en el otro.

 

Siguiendo las señas del menor los rubios separaron sus ojos del cada vez más invisible féretro para posarlos sobre un imponente sujeto de casi un metro con noventa y correctamente vestido que seguramente sintiéndose observado por los tres chicos volvió a su anterior pose despreocupada y distante.

 

- No se – Corearon los mayores – Debe ser algún conocido de mamá.

 

Harold volvió sobre sus pies al no obtener lo que buscaba, volvió a su lugar de origen tratando de hacer de nuevo conexión visual con el hombre pero este ya no parecía interesado en seguir con su juego de miradas.

 

Cuando la ultima palada cubrió definitivamente el sitio de descanso eterno de Rosaura una multitud se acercó de prisa a darle el pésame a los dolientes, los cuatro hermanos se vieron literalmente atacados por un cerco humano que los rodeó expresándoles su cariño y apoyo y sonriéndoles con esa mueca lastimera que siempre se tiene para los que son dignos de lastima. Harold cargó en brazos al menor de los vástagos de la recién fallecida para evitar que alguien lo tropezara y sonriendo cortésmente trataba de mirar entre los surcos que había entre persona y persona para no perder de vista a ese tipo, sin embargo resultó tarea inútil ya que después de que la cortina humana se hubo dispersado la figura seductora había desaparecido totalmente.

 

 

Fugándose momentáneamente de los brazos de una de sus tías, el rubio realizó un recorrido presuroso por todo lo que su vista pudiera enfocar. Repasó rápidamente con sus ojos fotografiando cada espacio de aquel vasto y macabro jardín pero todo lo que alcanzo a notar fueron  dos enormes ángeles custodiando la entrada a un pequeño osario de mármol y muchas personas desplazándose hacia la salida en variadas direcciones aunque ninguna tenía el perfil de ser el ejemplar que él buscaba. 

 

Maldiciendo por lo bajo y con la cabecita de su pequeño hermano dormida sobre su hombro Harold no tuvo más opción que entrar en el choche de su tía Christine e intentar resignarse a no ver a ese hombre de nuevo. Por Dios su madre acababa de ser sepultada, no vería mas a la mujer que lo cuido de niño, que lo alimentó, que lo crió, que estuvo a su lado durante diecisiete años y el sentía mas pena por saber perdido a un hombre que solo vio por unos cuantos minutos. Tratando de ahogar los fantasmas de la culpa se volteó en el asiento del coche observando la cada vez mas distante cruz de barro sintiendo en su pecho una punzante corazonada, volvería a ver a ese hombre y lo volvería a ver pronto.

 

 

Una semana después…

 

 

Los Daniels no podían creer que con solo una semana de plazo el destino los hubiera citado de nuevo en aquel nefasto lugar diciéndole adiós a un ser que ni siquiera acababa de inaugurarse del todo en la vida; los lamentos que se escuchaban en la sala de velaciones se hacían el doble de dolorosos cuando los asistentes observaban las pequeñas dimensiones del féretro. Henry el pequeño hijo menor de Rosaura se encontraba en él sumergido en un profundo sueño eterno y la causa había sido el consumo accidental de una sustancia venenosa que seguro apuró en un momento de descuido de Christine o de alguno de sus hermanos. Harold lo encontró en su cama con la mirada extraviada pero ya era demasiado tarde para realizar cualquier intento de reanimación.

 

“Un ángel ha entrado al cielo” fueron en esta ocasión las palabras del sacerdote quien se sentía incapaz de hablar de resignación ante una muerte a todas luces injusta y absurda. Harold se encontraba sentado en medio de su tía Christine y los gemelos mirando la pequeña cajita con un profundo ahogo en el pecho, las lágrimas que surcaban su rostro caían sobre su ropa oscura siendo absorbidas de inmediato por la tela al mismo tiempo que una nueva rosa roja se mecía entre sus dedos al compás de los cantos fúnebres. El rubio se sentía muy nervioso, una gran expectativa pululaba en sus espíritu tornándose por momentos en algo muy similar a la angustia y justo cuando cría que estaba a punto de colapsar una visión inmensamente anhelada le alteró el ritmo cardiaco poniendo todas sus funciones en alta velocidad.

 

Con paso vacilante pero firme el sujeto de cabellos castaños, el hermoso desconocido entró a la estancia donde velaban a su hermano llegando hasta los pies del ataúd donde depositó un pequeño clavel y rezó una rápida plegaria.

 

¡No se había equivocado! ¡Había vuelto! ¡El sujeto misterioso estaba allí a pocos centímetros de él! Toda la semana había tenido el presentimiento, casi la certeza que volvería a verlo, era una lástima que tuviera que ser en una situación tan desafortunada pero no le importaba. Lo tenía allí de nuevo y en esta ocasión no debía perder la mágica oportunidad que le estaba brindando la vida.

 

Christine observó a su sobrino mientras se alejaba de su lado y se paraba justo al lado de un apuesto y elegante caballero. Harold con su mirada embelesada en la flor que sostenía en sus manos solo se quedó allí aguardando un no sabía que mientras degustaba con su olfato el embriagador aroma del fino perfume de ese hombre.

 

 

- Lo siento mucho. ¿Era tu hermano verdad? – El sonido de esa voz era tal cual la había imaginado durante esas sietes noches de agonía. Tenía un timbre dulce y a la vez firme, arrullador y al mismo tiempo inquietante. Era perfecta, como él.

 

- Así es, muchas gracias – Respondió en susurro el rubio sintiendo que se hundía cada vez mas en el profundo agujero que sentía en su estomago.

 

- Esto ha sido una tragedia, primero tu madre y ahora tu hermano. Debes sentirte fatal – Continuó hablándole el castaño.

 

- ¿Cómo te llamas? – Preguntó repentinamente Harold asombrando a su acompañante y apretando tan fuerte la rosas que consiguió enterrarse una espina.

 

- Soy Andrew. Andrew Ronald – Respondió sonriéndole dulcemente y ofreciéndole la diestra.

 

Harold aturdido por ese bellísimo gesto le dio su mano sin darse cuenta que la tenía manchada de sangre.

 

- Tienes sangre en tus manos – Dijo Horrorizado el recién conocido haciendo palidecer al menor.

 

- ¿Qué? – Indagó con los ojos dilatados por completo.

 

 

Andrew sacó un pañuelo y limpió el rastro rojo que surcaba la palma del rubio extrayendo primero la espina que seguía incrustada en su piel. Harold le dejaba hacer sin oponer la mínima resistencia concentrándose únicamente en complacerse con el escarchado brillo de su cabello bajo la radiante luz que se filtraba por la ventana de la funeraria y que incidía sobre ambas siluetas como si estuvieran siendo iluminadas directamente por Dios.

 

- Listo, ya esta, puedes quedártelo – Dijo refiriéndose al pañuelo que ahora se hallaba amarrado a la diestra del menor.

 

Harold estaba listo para hacerle todas las preguntas que durmieron con él durante el trayecto de esa semana. ¿Quién era? ¿Por qué estaba en el funeral de su madre y ahora en el de su hermano? ¿Tenía algún parentesco con ellos? ¿Era casado? Estaba listo para hacer esas y muchas otras preguntas más pero en ese instante el móvil de Andrew sonó dejándolo con la palabra en la boca. Durante varios minutos se percató con disimulo en como las facciones del hombre se ensombrecían y perdían por instantes sus expresiones llenas de dulzura transformándose en serias, rudas y en algunos momentos viles. Volteó rápidamente los ojos cuando el hombre cerró el teléfono con brusquedad y volteó a mirarle volviendo sus pasos hacia él.

 

- Mucho gusto en conocerte, si te estas preguntando quien soy te diré que tu madre cuidó de mi muchas veces. Fue mi niñera – Volviendo a su tono amable – Ahora debo marcharme fue un placer verte y espero que la próxima sea en una boda – Se despidió tratando sin lograrlo de ponerle algo de humor al lúgubre ambiente.

 

Sin poder detenerlo Harold vio como el que ya consideraba el amor de su vida desaparecía esquivando al resto de la gente hasta perderse definitivamente en el resplandor que el sol de abril producía contra el pavimento.

 

Con una sonrisa en sus labios el rubio miró el pañuelo de su amor vistiendo su mano, caminó unos cortos pasos dejando la rosa y un diminuto caramelo sobre el cajón de Henry y entonces habló en voz baja.

 

- Lo siento Henry, pero ya vez que no fue en vano matarte. Presentí que volvería a otro funeral y así fue. Ahora gracias a ti querido hermano tengo su nombre.

 

 Pero en ese instante su corazón saltó acongojado recordando algo.

 

- ¡Rayos, no le pedí su número de teléfono! – Meditó girando levemente su rostro y observando a su tía Christine y a los gemelos que lloraban en silencio en el lugar donde los había dejado agregó:

 

- Que bueno que tengo una familia grande. Aunque tendremos que vernos en otro funeral ya que no creo que John se case dentro de una semana…

 

 

Notas finales:

 

La idea original es extraída de un famoso test para psicópatas. Me pareció algo tan retorcido que no pude evitar hacerle un escrito. Espero sea de su agrado .

Besitos gigiantes.


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