Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Eien por Kohaku Elric

[Reviews - 296]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

AVISO IMPORTANTE: POR RAZONES PERSONALES HE DECIDIDO NO CONTINUAR ESTE FANFIC. ACTUALMENTE ESTOY PUBLICANDO "IMPOSSIBLE", QUE PARTE DE LA MISMA IDEA PERO VA MÁS ACORDE CON LO QUE QUIERO HACER. DISCULPAD LAS MOLESTIAS Y ESPERO QUE OS GUSTE "IMPOSSIBLE".         

                                                                                           HAKU

 

Ohaiyooo!!!! Pues aquí estoy de vuelta para traeros una nueva historia. He querido experimentar con cosas nuevas sobre las que nunca antes he utilizado o escrito, y he aquí el resultado. He dedicado mucho tiempo a esta historia, con muchas ganas y mucha ilusión, y espero de corazón que os guste.

La idea inicial era escribir un NaruSasu, pero al final los niños se me descontrolaron un poco y habrá veces en las que sea Naruto quien muerda la almohada xD. También aprovecho para deciros que lo publicaré también en Fanfiction, por si preferís leerlo allí.

A las personas que ya me leíais en los anteriores fics, os agradezco vuestra confianza en esta nueva aventurilla, y a las que sois nuevas, agradeceros también por darme una oportunidad.

Besos,

Haku.

Disclaimer: Todos los personajes de Naruto pertenecen a Masashi Kishimoto, su autor original.

Notas del capitulo: En este primer capítulo tenemos un breve epílogo que transcurre en la época de las guerras anteriores a la era Meiji (la misma época de Rurouni Kenshin, por si no os situáis) y nos cuenta la clave de todo, aunque deja un poquito de suspense al final, sino no tendría gracia xD. Después, está el capítulo 1 propiamente dicho, que ya está situado en la actualidad. En él conocemos a Sasuke y Naruto, dos chicos muy distintos con vidas muy diferentes que, por suerte o por desgracia (más bien por suerte para nosotras xD), quizá estén destinados a encontrarse...

Prefiero no deciros un día fijo de actualización, porque ando ocupada y no sé si podré cumplir la fecha, así que sólo os digo que actualizaré los jueves, por si queréis echar un vistazo a la página de vez en cuando.

Ahora sí, espero que os guste ^^
˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜





Prólogo.

- Konoha, 1867. Finales del Shogunato Tokugawa. -




El joven se despertó en mitad de la noche, jadeante y sudoroso como si hubiese sido atormentado por una horrible pesadilla. Tenía la boca seca y la piel ardiendo de fiebre, aunque tiritaba levemente sacudido por pequeños escalofríos que las múltiples mantas no conseguían atenuar. De forma inconsciente se llevó la mano al costado izquierdo, allí donde tenía un apretado vendaje cubriéndole la última herida que los samuráis del Shogun le habían infligido aquella misma tarde durante una pelea. En Japón eran tiempos de cambio y guerras, de gentes que defendían el anticuado sistema feudal del Shogunato y otras que daban sus vidas por devolver de nuevo todo el poder a la dinastía imperial. Su familia era de éstas últimas, y tanto él como su hermano mayor y su padre luchaban por esa misma causa al servicio del emperador.

Por suerte apenas había sido un corte medianamente profundo, lo que no había evitado que su madre, siempre preocupada lo indecible por sus vidas, exhalase un grito asustado en cuanto lo vio volver del campo de batalla con el cuerpo ensangrentado y sosteniéndose erguido gracias a la oportuna ayuda de su hermano. Tras dejarle en su cuarto, la mujer le había curado la herida y ya no había vuelto a separarse de él.

- Okâsan… - murmuró el chico con la voz debilitada y enronquecida -. Tengo sed.

Nadie le respondió, ni advirtió ningún ruido a su alrededor.

De hecho, no se oía absolutamente nada.

Aquello era extraño, acostumbrado como estaba a los innumerables sonidos del dojo familiar: su padre dando órdenes a sus soldados, las risitas de las criadas tendiendo en el patio, los caballos relinchando en las cuadras y las continuas toses de su hermano mayor, aquejado de un incipiente principio de tuberculosis.

“El silencio es una mala señal” acostumbraba a decir su padre cuando les hablaba a él y a su hermano sobre la guerra.

Y entonces lo escuchó. Un terrible alarido desgarrando la noche, resonando en su adolorida cabeza como si alguien se la hubiese partido en dos.

Su madre.

El temor le dio alas, y sin pararse a pensar lo que hacía saltó del futón agarrando su espada, ignorando el intermitente dolor de su costado y dispuesto a volver matar a cualquier insensato que se le pusiera por delante. Los fieros ojos entrecerrados, los dientes fuertemente apretados y el alma llena de ira. Si alguien se atrevía a hacerle daño…

Corrió descalzo hasta la entrada, hacia el lugar donde la había oído gritar. Las puertas del dojo estaban abiertas, dejando pasar la grisácea luz de la luna iluminando una fantasmagórica escena. Decenas de cadáveres poblaban el patio, hombres sin armadura y, en la mayoría de los casos, con ropa de dormir. Tras observar varios rostros desfigurados, el joven reconoció en ellos a los soldados que habían estado al mando de su padre.

“Mierda… esos hijos de perra del Shogun nos han tendido una emboscada” adivinó mientras la mano con la que sujetaba su katana comenzaba a temblarle de furia.

- ¡Sasuke!

Se giró rápidamente ante el grito de aviso, y sintió un brusco escalofrío recorriendo su espalda cuando una afilada hoja se posó en su garganta. Una risita despectiva, casi irreal, emergió de las sombras al mismo tiempo que lo hacía el hombre que lo había inmovilizado con su arma.

- ¿Este crío es el último, Madara? – preguntó a la oscuridad. Sasuke ahogó un gruñido de sorpresa al reconocer, bajo la pesada armadura, los inconfundibles rasgos de su tío Izuna.

- ¿Qué significa est…? – comenzó a decir, presa del más absoluto desconcierto.

- ¡Silencio! – ordenó una imperiosa voz a sus espaldas. Madara Uchiha se adelantó hasta quedar enfrente, taladrándole con aquellos ojos malditos que le habían granjeado buena parte de su macabra reputación asesina -. Veo que ya te has hecho mayor, sobrinito… - añadió sonriéndole con frialdad.

- ¡¿Dónde están mis padres?! ¡¿Y mi hermano?! – gritó el chico sin darle la menor muestra de cobardía.

- Por ahora, vivos – le contestó Madara con altivez -. ¿Te apetecería verlos?

A una muda señal del hombre, varios soldados se adelantaron mostrándole a los restantes miembros de su familia. Su padre y su hermano Itachi se hallaban de rodillas, con las manos atadas a la espalda y una mueca de intenso odio en sus casi idénticos semblantes. Otro de ellos sujetaba a su madre, que contemplaba la pavorosa escena temblando violentamente mientras lloraba en silencio.

- ¿Qué demonios pasa aquí? – preguntó Sasuke, en un envenenado susurro.

- ¡Nos han traicionado! – rugió de pronto su padre alzando el rostro. Las adustas facciones de Fugaku, ensangrentadas a causa de varias heridas, se veían aún más atemorizantes en aquella extraña penumbra -. ¡Están de parte del Shogunato y nos han vendido al enemigo!

Sasuke miró a su tío sin poder creérselo, reacio a pensar que aquella cobarde insidia pudiese venir de su propia familia. Los quedos sollozos de Mikoto, sin embargo, redoblaron sus fuerzas cuando Izuna le golpeó en el estómago para hacerle caer. Al principio Sasuke exhaló un gemido y se quedó sin respiración, con la mente embotada por la falta de oxígeno y el insoportable dolor de su herida, que se había resentido tras el impacto.

- Matadlos – sentenció Madara sin compasión.

Escuchó a su madre gritar de nuevo, y supo que no se rendiría sin luchar. Aferró su katana con las fuerzas renovadas, lanzando un alarido salvaje mientras se erguía de un salto y la descargaba con todas sus fuerzas sobre el hombre que lo había estado sujetando. La ferocidad del golpe no lo mató en el acto, pero sirvió para atravesar la armadura y abrirle un profundo surco en la piel. Mientras Izuna dejaba escapar un agónico bramido, el chico se apresuró a retenerle por la espalda apuntándole con el filo de su arma.

- Admirable, Sasuke… - aprobó Madara sin preocuparse en absoluto del estado en el que había quedado su hermano menor -. Es una lástima que estés en el bando equivocado, aunque eso tiene fácil solución. Únete a nosotros y…

- ¡Jamás! – le interrumpió el muchacho escupiendo su rabia -. ¡Nunca!

Ante su rotunda negativa Madara inclinó levemente la cabeza, un elegante e innecesario gesto para indicarle que, después de todo, aún respetaba su insensato valor. Encogiéndose de hombros, tornó a obsequiarle de nuevo con aquella sombría risita indiferente.

- Veo que lo has educado bien, Fugaku – sin perder de vista a Sasuke, el hombre desenvainó su propia espada señalando al muchacho -. Tira el arma, mocoso.

Sasuke y él cruzaron la mirada durante unos instantes, la primera empañada en orgullosa obstinación y la otra, repleta de pérfida inteligencia. A una subrepticia señal de Madara, el soldado que retenía a Mikoto Uchiha la empujó hacia delante haciéndola caer de rodillas. Disfrutando enormemente de la situación, el temido asesino acarició la delicada nuca de la mujer con el extremo de su katana.

- Ríndete, o tu madre morirá.

El chico dudó unos instantes, mientras apretaba cada vez más fuerte el resistente mango de madera entre sus manos sudorosas.

- ¡Haz lo que te dice! – le ordenó severamente Fugaku.

- Pero padre… nos matarán – protestó el muchacho, reacio a entregar la única posibilidad que tenía para poder defenderse.

- ¡Tira el arma Sasuke, maldita sea!

La falsa sonrisa de Madara Uchiha se le congeló en el rostro, otorgándole a sus ojos un escalofriante brillo de maldad. Antes de que su tío hiciese algún movimiento, Sasuke ya supo lo que iba a pasar. Mikoto ni siquiera gritó cuando la espada le atravesó la garganta, estremeciéndola en un brusco espasmo que precedió a su inerte cuerpo hundiéndose en un inmenso charco de sangre. Varias gotas salpicaron a Sasuke en la cara, provocándole unas enfermizas y repentinas ganas de vomitar.

- ¡Madre! – rugió sintiendo las feroces garras del miedo arrebatándole despiadadamente la cordura.

Aquellos monstruos, traidores a su propia sangre, no les concedieron la redención. Se le nubló la vista cuando Madara dribló su katana y atravesó su pecho, desgarrándole con aquella endemoniada y gélida hoja que pasó rozándole el corazón. Más susurros metálicos, de muerte, y los gritos de impotencia de su padre y su hermano fueron los últimos ruidos que fue capaz de escuchar antes de desplomarse en el suelo, y de sentir un frío tan intenso que hasta experimentó cierto alivio cuando al fin se lo tragó la oscuridad.




Ni siquiera supo si habían pasado horas, minutos o tan sólo unos pocos segundos, cuando alguien le cogió la cabeza y le pareció escuchar que repetían su nombre.

- Sasuke… ¿Puedes oírme? Sasuke…

Abrió los ojos haciendo un enorme esfuerzo, pues la vida se le estaba apagando igual que una trémula vela marchita. En cualquier momento, vendría una definitiva ráfaga de viento y se lo llevaría para siempre.

- Mi… mi fam... milia… - consiguió articular con dificultad, ahogándose en su propia sangre.

- Tu madre está muerta, chico, pero creo que aún podré salvar a tu padre y tu hermano, pues todavía no han dejado de respirar – pese a que no podía enfocar las cosas con mucha claridad le pareció que aquel desconocido irradiaba una palidez espectral, concentrada en un rostro enjuto y sobrehumano de rasgos espeluznantes -. Los salvaré a ellos, Sasuke. Y por supuesto también a ti. Pero antes, tú y yo tendremos que hacer un pequeño trato…




˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ *








Capítulo 1. Rebelde sin causa.

- En la actualidad -




Se aventuró a cerrar los ojos durante un momento, aprovechando para estirar el cuello y descansar de haberse pasado toda la noche en aquella incómoda postura, apoyando su adolorida cabeza entre los barrotes. Estaba un poco atontado de no haber dormido ni cinco minutos pero, dado el lugar donde se encontraba, desde luego no habría sido lo más conveniente. Sus fugaces visitas al calabozo de la Comisaría Central de Tokio se habían convertido casi en una peligrosa costumbre, que por desgracia se venía repitiendo con bastante frecuencia durante los últimos meses.

Aquella vez, sin embargo, su padre no había aparecido tan pronto como esperaba para sacarlo de allí.

“Estará demasiado ocupado con su trabajo, como siempre” pensó enfadado y soltando un airado suspiro que alertó a sus variopintos compañeros de celda. Un par de prostitutas de baja estofa lo miraron con aire burlón, cuchicheando después entre ellas. Aparte de él y de aquellas dos señoritas de buen vivir, también había un travelo, un raterillo de poca monta y un borracho que dormitaba roncando en un rincón. El guardia encargado de vigilarles estaba fuera de aquella sucia jaula y recostado en una deteriorada silla de plástico, con los pies cruzados encima de la mesa y la primera edición del periódico del día bien sujeta entre las manos.

Después de no molestarse en reprimir un enorme bostezo aburrido, alzó la cabeza al escuchar el sordo rumor de unos pasos que se acercaban por el vestíbulo.

- ¡Hombre, pero si es mi querido amigo Naruto Uzumaki! ¡Qué gran placer el verte de nuevo por aquí!

- Oh, mierda… – farfulló el muchacho por lo bajo.

Sí. De todas las personas con las que podía haberse topado en el mundo, incluyendo en su agradable confinamiento en el trullo, había tenido que ser precisamente esa miserable especie de sabandija tiránica quien hubiese tenido que venir a torturarle.

- No te veo muy entusiasmado, jovencito.

- ¿Es que acaso no lo nota, Ibiki-san? Estoy tan contento que hasta podría vomitar.

El hombre esbozó una gélida sonrisa, observándolo con mal disimulado odio. Sabía que aquel mocoso impertinente se estaba jugando mucho, muchísimo, y que, aún así, todavía le quedaban unas estúpidas ganas de hacerse el gracioso.

- Yo que tú me andaría con ojo, Uzumaki… - le advirtió acercándose a la celda con parsimonia -. Tu expediente policial no es que juegue mucho en tu favor. ¿Y bien? ¿Qué es lo que has hecho ahora, pequeño delincuente? ¿Quemar una papelera? ¿Atropellar al gato de la vecina? ¿Robar unas revistas guarras en el kiosco de la esquina?

- Colarme en el instituto y destrozar algunas clases – precisó el muchacho, casi con tedio -. Pero ya lo ve, nada del otro mundo…

Morino Ibiki, fiscal de menores de la Comisaría Central de Tokio, temido por su excesiva dureza y su confirmada fama de hombre cruel y despiadado, enrojeció de ira hasta la punta de sus considerables orejas.

- De la próxima no te libras, chaval – le perjuró metiendo una mano cual fiera zarpa entre los gruesos barrotes, aferrándole sin ningún miramiento por el cuello de la camisa para arrastrarlo hacia él. El hombre acercó tanto su cara que, aparte del fuerte olor a óxido que desprendían las rejas, Naruto se encontró desagradablemente apestado por su amargo aliento a café de máquina y tabaco rancio -. Tienes la enorme suerte de que hoy ha venido papi a pagar la fianza pero yo te aseguro, por todos los años que llevo metido en este bendito tugurio limpiando la sociedad de la basura podrida e inútil como tú, que no descansaré hasta mandarte de cabeza al maldito reformatorio.

Naruto, demasiado furioso como para poder contestarle algo coherente, se limitó a mirarle con los ojos entrecerrados y una mueca de profunda insolencia plasmada en su rígido semblante.

- ¡Naruto Uzumaki, han venido a por ti! – anunció de pronto el guarda tras atender una brevísima llamada de teléfono.

Ibiki le soltó al instante, obsequiándole con una vaga sonrisilla para advertirle en silencio que se andara con mucho cuidado mientras él siguiese acechándole. Cuando se dio la vuelta para salir, Naruto le dedicó un gesto bastante obsceno que de seguro le hubiese valido otra buena bronca si el fiscal no hubiera estado dándole la espalda.

- Nos veremos las caras, mocoso – le gruñó el hombre a modo de despedida.

- Y usted cuídese, que a su edad ya no son buenos los disgustos y un día de estos acabará por subirle la tensi…

Un furioso portazo ahogó sus últimas palabras, dejando en la estancia un reverberante sonido metálico que les atravesó los tímpanos.

- Creo que no sabes con quién te la juegas, chaval – le reprendió el guardia exhibiendo una benévola sonrisilla fruto de la experiencia. Sacándose una llave del bolsillo, abrió la puerta y le indicó a Naruto que ya podía salir -. El fiscal Ibiki no se anda con bromas, aunque sólo se trate de críos impertinentes como tú.

Naruto se limitó a encogerse de hombros, enormemente aliviado al poder saborear de nuevo su codiciada e inestimable libertad. Después, el policía lo acompañó por los abarrotados pasillos de la comisaría hasta una especie de sala privada donde lo estaban esperando. “Esta vez me va a caer la del pulpo” pensó resignado el muchacho mientras el guardia saludaba con familiaridad a los dos ocupantes.

- Buenos días, señores… Aquí le dejo al futuro proyecto de Al Capone, doctor Namikaze. Asuma, tu padre ha dicho que cuando tengas un hueco vayas a verle al despacho, por lo del asunto de la red de prostitución de menores.

- Gracias, Yamato – le contestó un hombre alto y moreno de mediana edad, con una extraña perilla negra acabada en pico y rostro afable -. Dile que iré enseguida.

Tras despedirse de un taciturno Naruto con una amistosa palmadita en la espalda, el guardia cerró la puerta del reservado dejándolos a solas, con todo el peligro que aquella situación tan escabrosa podía representar. Naruto ni siquiera alzó la cabeza para tratar de excusarse ante los serenos ojos de su padre, pues ya conocía demasiado bien esa incierta mirada que entremezclaba perfectamente el disgusto y la decepción.

Y, por extraño que pareciera, nunca encontraba el valor suficiente para enfrentarse a ella.

- ¿Qué voy a hacer contigo, Naruto? – aquella pregunta retórica, salida directamente de labios de su sufrido asistente social, le hizo reflexionar durante algunos cruciales segundos para llegar a la triste conclusión de que ni él mismo tenía la más remota idea. Encendiéndose un cigarrillo, quizás el segundo o tercero en los últimos diez minutos, Asuma Sarutobi lo miró impaciente entre el grisáceo humo sin esperar respuesta -. He hablado con el director de tu instituto y por suerte para ti he podido convencerle de que no presentase una denuncia por vandalismo, aunque me ha dejado bien claro que no quiere verte más por allí. Si no recuerdo mal, esta es la tercera vez en menos de dos años que te expulsan de un instituto… ¿Se puede saber en qué estás pensando?

En nada. No pensaba en nada. Sólo que había empezado a beber en el parque con sus colegas y, quizá, fumado algo que no debería. Poco después habían acabado tan colocados que sin saber lo que hacían reventaron la valla del instituto para colarse dentro, pintarrajeando y destrozando el mobiliario de algunas de las clases. De hecho, Naruto sólo podía recordar con algo de nitidez el momento exacto en que la policía le había esposado las manos para meterlo en el coche y trasladarlo a comisaría.

- ¿Tienes idea de cómo de jodidas están las cosas? – prosiguió el asistente sin molestarse en utilizar otro lenguaje más profesional -. ¡Sabes perfectamente que esa rabiosa hiena de Ibiki está deseando echarte el guante, y cuando lo haga ni yo ni nadie podremos librarte de ir directamente al correccional! Dime, ¿es eso lo que quieres, Naruto? ¡Sólo tienes diecisiete años, por el amor de Dios! – hizo una pausa para apurar una rápida y necesaria calada al cigarrillo, tan honda que casi le hizo atragantarse -. Créeme… sé de sobra como son esos sitios y, desde luego, no es el lugar más idóneo al que podrías ir.

Lo sabía. Era el mismo discurso de siempre.

Naruto cerró los ojos sintiéndose repentinamente mareado, con el estómago revuelto y un fortísimo dolor de cabeza que amenazaba con hacerle vomitar. Tuvo que ponerse alarmantemente pálido, porque el suelo comenzó de pronto a deslizarse bajo la suela de sus botas y él perdió el equilibrio hacia delante, esperando un doloroso golpe contra el suelo que nunca llegó a producirse.

- Asuma alcánzame esa papelera, deprisa…

La firme voz de su padre, el dueño de aquellos cálidos y conocidos brazos que lo sujetaban, y de las ásperas manos que olían a desinfectante. Sabiendo lo que vendría a continuación y sin perder ni un segundo Minato Namikaze lo inclinó de rodillas sobre el improvisado cubo, justo cuando las primeras arcadas estremecieron su cuerpo y le hicieron toser.

- ¿Quieres que llame a enfermería? – le sugirió preocupado el asistente social, al comprobar que un exhausto Naruto probablemente estaba vomitado hasta la última gota de su primer biberón.

- No, no es nada… - repuso el médico, apartándole a su hijo algunos sudorosos mechones rubios de la frente -. Anoche debió beber más de la cuenta y con el estómago vacío y sin poder dormir, es normal que le haya sentado mal. ¿Qué, estás mejor? – se interesó entonces dirigiéndose al muchacho.

- Sí… - gruñó malamente Naruto aquejado de un severo principio de jaqueca.

Lleno de penosa impotencia, Asuma observó el tembloroso cuerpo del chico medio tirado en el suelo. Llevaba intentando vigilar a Naruto desde que éste había empezado a meterse en líos hacía un par de años, cuando la jueza estimó oportuno un seguimiento continuo de su indomable y delictivo comportamiento. Su misión había sido la de guiarle por el buen camino, pero inexplicablemente cada vez iba a peor. Se trataba de un caso fuera de lo común porque, en contra de la situación habitual, Naruto no procedía de una familia problemática, no carecía precisamente de recursos económicos y se había paseado por los mejores institutos de toda la ciudad. Pero tenía una teoría, una ligerísima y remota idea de por qué aquel obstinado crío hiperactivo se empeñaba en buscarse toda clase de problemas.

Y Asuma, hombre entregado por entero a su profesión, tenía que intentarlo.

- ¿Has pensado en lo que te dije, Minato?

- Procuré buscar otras soluciones menos drásticas, pero veo que no me han servido de nada – le contestó el médico contemplando a su rebelde hijo con evidente pesar.

- Puede que sí sea un poco radical al principio – convino Asuma mostrándose comprensivo -, pero sigo pensando que es lo mejor para Naruto. Y ya no te lo estoy diciendo como asistente social, sino como amigo.

- Dame unos días para meditarlo, ¿de acuerdo?

- Claro.

Después de aquella pequeña conversación en clave, Minato volvió a sus deberes paternos sacando un pañuelo del bolsillo de su americana, con el que le limpió a su hijo la boca y se afanó en secarle el sudor. Algo más repuesto y con mejor aspecto, lo ayudó a levantarse del suelo mientras le ponía una mano sobre el hombro y lo empujaba suavemente hacia la puerta.

- Ya hablaremos los dos en casa.

Como un condenado que va hacia el patíbulo, Naruto asintió en silencio procurando no aumentar aún más el astronómico cabreo de su padre. El chico lo supo porque, a pesar de que el hombre nunca gritaba ni perdía la compostura en mitad de una discusión, aquellas fueron las únicas palabras que Minato se dignó a dirigirle en todo el camino de vuelta.






* ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ *







- Hum… parece que esto no tiene buena pinta…

- ¿Duda usted de que pueda recuperarse completamente, doctor Jiraiya?

El anciano, tras haber concluido un exhaustivo chequeo sobre una de las patas traseras de aquel magnífico caballo albino, que presentaba un aparatoso vendaje, se encogió ligeramente de hombros mirando a su anfitrión.

- No sabría decirle, señor Uchiha. Estoy seguro de que con el tiempo el hueso roto se soldará, pero mientras tanto me temo que el animal acabará perdiendo velocidad y resistencia.

- Tendré que sacrificarlo entonces.

“Maldito cabrón sin escrúpulos” pensó el veterinario mordiéndose la lengua para no exponerle en voz alta la grata opinión que le merecía.

- Puede usted aguardar un par de meses, a ver cómo va evolucionando – le aconsejó Jiraiya con calma para intentar persuadirle de aquella solución tan extremada.

- Tengo la mejor caballería de Konoha y, presumiblemente, puede que también la de todo el país – le recordó secamente Fugaku Uchiha, sin apelar en ningún momento a la humildad -. La gente que me compra caballos sabe que está adquiriendo calidad y perfección, y yo no puedo permitirme el tener un animal medio cojo porque no sería conveniente para el prestigio de mi familia.

El viejo Jiraiya, encomendándose a la infinita paciencia que había ido acumulando tras más de cuarenta años en su bien aprovechada carrera veterinaria, exhaló un inapreciable suspiro y cerró el maletín de curas que siempre llevaba consigo a todas partes.

- En fin, acuérdese usted de lo que pasó con Sharingan. Parecía un caso perdido y sin embargo, mírelo ahora…

- No maté a ese caballo por un estúpido capricho – le interrumpió el distinguido dueño del dojo, dejándole claro que si no hubiese sido por aquella precisa razón, el pobre jaco estaría ahora mismo criando malvas.

Sabiendo que sería del todo inútil intentar mantener una conversación normal con aquel hombre regio que poseía ciertos aires pomposos de marqués anticuado, Jiraiya se sacudió el polvo de la ropa dispuesto a marcharse.

- Mejor me voy ya, señor Uchiha. Tengo otros casos esperando.

- Le acompaño a la puerta, doctor.

Ambos hombres salieron de las grandes cuadras a la plena luz del día, que en aquella apacible mañana de mediados de junio ya auguraba un verano especialmente caluroso. Pese a la frecuencia con la que solía visitar el dojo Uchiha, Jiraiya nunca dejaba de sorprenderse por la espectacularidad de la construcción. Según se decía en el pueblo debía tener cerca de los doscientos años, aunque se hallaba en perfectas condiciones. La casa era amplia, de tres plantas y con un enorme jardín típicamente japonés en su parte trasera, al que se accedía mediante un engawa protegido del sol y la lluvia por el brillante tejado de baldosas negras. Las cuadras se hallaban a un lado, separadas por una generosa extensión de parcelas en donde los animales pastaban y se tumbaban al aire libre para tomar el sol. Un grueso muro de piedra rodeaba el dojo en toda su extensión, desembocando en una majestuosa puerta de madera tallada que comunicaba con el mundo exterior. Antaño, en tiempos de guerras, el muro servía para proteger la casa de los ataques enemigos y preservar los valiosos secretos de las técnicas de lucha que se impartían allí. Ahora, sin embargo, tan sólo era útil para eludir las molestas miradas de algunos de los curiosos del pueblo, que aseguraban a cualquiera que quisiera escucharles que sobre aquel lugar tan misterioso y extraño pesaba una horrible maldición.

- ¿Ha encontrado ya el sustituto adecuado para poder jubilarse, Jiraiya-san?

- Eh… aún no – le contestó distraído el anciano, obligándose a mirar a su anfitrión. Aquella casa, con maldición o sin ella, siempre conseguía inquietarle -. Hoy en día ya no hay muchos jóvenes dispuestos a abandonar la ciudad y venirse a vivir a un pequeño pueblo perdido en mitad de la nada.

- Lo sentiré mucho cuando al final se retire – le aseguró sinceramente el hombre con una leve inclinación de cabeza -. Nos presta usted un gran servicio atendiendo a los caballos.

- ¿Su hijo Itachi no estaba estudiando? – se interesó de pronto Jiraiya, acordándose de aquel formalito y educado joven que apenas salía de la casa.

- Así es – asintió Fugaku con un inconfundible gesto de orgullo -. Se graduó en Derecho y ahora está al frente de los negocios familiares en Tokio. De vez en cuando suele venir por aquí a hacernos una visita.

- Ah, con razón ya casi no le veía por el pueblo.

En realidad, ninguno de los Uchiha solía aventurarse más allá de los muros de su anticuada mansión, siempre y cuando no fuera estrictamente necesario.

- ¿Y Sasuke? ¿Qué tal le va en el instituto? A lo mejor, el muchacho se anima y decide ser veterinario… - Jiraiya se interrumpió en el acto, alertado por el súbito cambio en la estricta expresión de Fugaku. Más que odio, sus ojos yermos e implacables destilaron algún tipo de sentimiento inhumano que el sorprendido anciano ni siquiera se atrevió a interpretar.

- Que tenga usted buenos días, doctor – lo despidió el hombre con voz glacial aprovechando que ya habían llegado a la puerta.






* ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ *






El agua, más bien tibia, le provocó un inmediato alivio en cuanto se metió a la ducha, deseando poder despejarse de la enorme resaca que llevaba encima. Mientras dejaba el grifo abierto, cerró los ojos y apoyó la frente sobre la fría pared de azulejos, permitiendo que el agradable líquido se llevase todo rastro de suciedad.

Su padre no había vuelto a dirigirle la palabra y eso, por alguna razón que desconocía, le hacía sentirse verdaderamente mal. Pese a su mal carácter impulsivo y pendenciero Naruto comprendía que su padre había hecho un gran esfuerzo criándole solo, y que para Minato no había tenido que ser nada fácil ocuparse de un bebé de apenas un año tras la desafortunada muerte de su esposa.

“Le he decepcionado… otra vez” se dijo el chico apretando los puños.

En realidad no sabía muy bien por qué lo hacía, si no era para meterse en constantes líos y ver después aquella odiosa mirada de profunda amargura en los ojos de su padre.

Pero se sentía solo. Estaba cansado, perdido y no encontraba el camino de vuelta, como si alguien se hubiese llevado de pronto la luz dejándolo a ciegas en su particular laberinto de inseguridades. El mundo no lo comprendía y él se había propuesto no comprenderlo porque, de aquella infantil manera, las cosas que ocurrían no le provocarían tanto dolor.

Al fin y al cabo sólo era un cobarde.

- ¡Naruto! – resonó de pronto desde el pasillo.

Había llegado la hora. Otra bronca que no serviría para nada, otros reproches que volverían a recordarle todos y cada uno de sus errores. Otra promesa vacía que ninguno de los dos pensaba cumplir.

- ¡Ya salgo! – contestó desganado mientras cerraba el grifo de la ducha.

Cogió la toalla y se secó el exceso de agua, poniéndose unos cómodos pantalones de chándal y frotándose el pelo para que no chorreara. Se miró al espejo para comprobar su aspecto y certificar que, efectivamente, tenía unas tremendas ojeras que no lo ayudaban en absoluto. También vio algo que le hizo sentir un repentino vuelco en el corazón, y acordarse en muy mal momento del culpable indirecto de su desastrosa borrachera. Pero allí estaban, un par de tenues manchas rojizas por el pecho y otra en el liso abdomen, cerca de donde tenía la extraña cicatriz en forma de espiral que le rodeaba el ombligo. Se las tocó con los dedos haciendo presión, apretando hasta que las marcas desaparecieron de la superficie de su piel. Recordaba perfectamente quién y cómo se las había hecho, varios días atrás en uno de sus tantos polvos de reconciliación. Lo quería, le había dado muchas oportunidades y siempre le acababa fallando, por no hablar de aquel maldito y definitivo bofetón.

- ¡Naruto! – empezó a impacientarse su padre.

- ¡Ya voy! - arrojó la toalla al cesto de la ropa sucia, se puso su vieja camiseta naranja y respiró muy hondo antes de salir.

Minato lo estaba esperando en el pasillo, apoyado en la pared de enfrente y con los brazos cruzados. Naruto se dio cuenta de que aún llevaba la misma ropa que se había puesto el día anterior, y de que unas violáceas líneas de fatiga se le marcaban bajo los ojos haciéndole parecer un poco más mayor de lo que era. Las ojeras de su padre, sin embargo, no eran de ninguna juerga gamberra acabada en comisaría, sino de haberse pasado toda la noche atendiendo a enfermos en la planta de urgencias del hospital.

- Naruto… tenemos que hablar.

Le miró, reuniendo el valor necesario para aguantar la admirable fortaleza en sus ojos y convertir su propio rostro en una perfecta máscara de indiferencia.

- Pues habla.

- ¿Acaso no tienes nada que decir?

“Lo siento, papá, de verdad. Lo siento mucho.”

- No empieces otra vez con tus sermones, ¿quieres? Es que ya me aburres…

Minato suspiró, presintiéndose alarmantemente derrotado.

- ¿Se puede saber qué demonios te pasa, hijo?

“Que estoy acojonado, y que soy un puto gilipollas que sólo sabe causar problemas.”

- A mí nada, ¿y a ti? – le espetó el muchacho con total impertinencia antes de encogerse de hombros y pasarle de largo para ir a encerrarse en su habitación.

- ¡Naruto! – le advirtió el hombre, sin levantar demasiado la voz.

El chico apretó los dientes, intentando descargar una rabiosa frustración. ¡¿Es que acaso ni siquiera podía gritarle hasta quedarse ronco?! ¡¿Castigarle un mes sin salir, quitarle la paga y confiscarle las llaves de casa?! ¡¿Coger y darle una merecidísima ostia?!

- Déjame en paz.

Minato cerró los ojos en cuanto escuchó el temido portazo, sintiéndose incapaz de ir a perseguirle hasta su cuarto. Naruto siempre había sido un niño revoltoso e hiperactivo, algo descarado y un poco gamberro, pero nada que augurase la clase de vándalo intratable en la que se estaba convirtiendo. Estaba teniendo una adolescencia especialmente difícil, y él lo sabía mejor que nadie. A veces incluso se preguntaba si el extraño comportamiento de su hijo no se debería a que Naruto, como todos los chicos insensatos y sobrehormonados de diecisiete años, en el fondo necesitaría del cariño y la comprensión que sólo podía irradiar una madre.

“¿Crees que lo estoy haciendo bien, Kushina? ¿Qué soy un buen padre?” le preguntó mentalmente al retrato de su fallecida esposa, el cual presidía un lugar distinguido en su dormitorio. Había llegado allí sin apenas darse cuenta, deseoso de reencontrarse con su diosa particular. “¿He sabido cuidar de nuestro hijo?”

La hermosa joven de espeso cabello anaranjado le sonreía desde el papel, inmortalizando una felicidad sincera que apenas sí había durado unos pocos años de su juventud. Minato se estremeció al recordar la pavorosa escena, el bosque, toda aquella sangre y su cuerpo inerte cubierto por la hojarasca. Después, un terrorífico miedo como nunca antes lo había sentido, ni desearía volverlo a experimentar. El alivio que lo hizo caer de rodillas cuando encontró a su pequeño Naruto escondido bajo las viejas raíces de un árbol.

Claro que lo quería, más que a nada en el mundo. Y por eso haría lo que fuera necesario para no perderle. Buscó su teléfono móvil, marcó un número que se sabía de memoria y se dispuso a esperar. Seguiría el valioso consejo de Asuma y, aunque ello le costase perder su reputada posición como uno de los mejores neurocirujanos de Tokio, se llevaría de allí a Naruto y lo apartaría por fin de las malas influencias. Al otro lado de la línea, un sorprendido Jiraiya lo saludó con un eufórico “no esperaba tu llamada.”

- Sensei… - tanteó con determinación, fijos los ojos en el dulce retrato de Kushina -. ¿Aún sigue en pie la oferta que me hiciste?







* ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ *







- Sabía que estarías aquí.

El joven, aparentemente dormido y recostado cómodamente sobre unas cuantas balas de paja, se limitó a entreabrir un ojo y fruncir el ceño, molesto con aquel inoportuno visitante que había venido a interrumpir su descanso.

- Vale, pues ahora que lo has confirmado ya puedes largarte – le espetó huraño, sin variar ni un ápice su malhumorada expresión.

- Sólo he venido a ver cómo estabas, Sasuke – se disculpó el otro sin borrar de su cara aquella estúpida sonrisilla insípida que lo ponía de los nervios -. Llámalo amor de primo.

- Já, y una mierda. No creo que nos llevemos tan bien como para que te preocupes tanto por mí. ¿Te ha mandado mi padre, verdad?

- No.

Por alguna extraña razón, Sasuke le creyó. Entre los muchos defectos de su desquiciante primo, Sai tenía la maldita costumbre de decir siempre la verdad, por dolorosa, atrevida e inoportuna que fuera.

- Vete, Sai – le repitió con dureza, al ver que el muchacho no parecía muy dispuesto a marcharse de allí -. Quiero estar solo.

- Pero si siempre estás solo – le recordó encogiéndose de hombros.

- Como si a ti te importara.

- En realidad, no.

- Exacto – asintió Sasuke, cabeceando impaciente -. Y ahora lárgate.

- ¿Sabes? No deberías ser tan grosero – le recomendó Sai, sin dejar de sonreír falsamente. Cada vez que lo hacía, sus rasgados ojos negros se estrechaban aún más, hasta el punto de que daba la impresión de tenerlos permanentemente cerrados.

- Que te esfumes, Sai, que desaparezcas – le advirtió su primo empezando a perder la paciencia -. Y como tenga que volver a repetírtelo te sacaré de aquí a patadas, ¿lo pillas?

- Vale, ya me voy… pero que conste que Itachi se va a enfadar conmigo por no haberte dado su mensaje – le dejó caer con pérfida astucia.

Una disimulada expresión de triunfo ensanchó aún más su sonrisa plastificada, al ver que Sasuke enarcaba las cejas y batallaba arduamente consigo mismo por no demostrarle demasiada ansiedad. Sabía que le había tocado la fibra. No obstante, Itachi era el único ser viviente con el que Sasuke parecía hacer el enorme esfuerzo de no comportarse como un arrogante gilipollas.

- ¿Qué te ha dicho mi hermano? – le presionó con altivez.

Sai estuvo a punto de mencionarle que ya se iba pero, al advertir aquel súbito cambio de actitud en su primo, decidió que podía permitirse el lujo de no fastidiarle. A veces, Sasuke era tan jodidamente predecible que resultaba muy aburrido intentar cabrearle.

- Me ha dicho que se ha cogido unos cuantos días libres y vendrá por aquí la semana que viene.

- ¿Algo más?

- Sí, y esto de parte de los dos: que hagas el maldito favor de sacarte el palo que llevas metido en el cul…

Sai esquivó el puñetazo por los pelos, echándose hacia un lado hasta rodar por el suelo del establo y llenarse de tierra y briznas de paja el sencillo yukata negro. Sasuke emitió un bronco gruñido de advertencia entornando los ojos, cuya negrura habitual había sido sustituida por un peligroso brillo escarlata. Se había puesto en pie tan rápido que Sai a menudo se preguntaba si su primo habría desarrollado la misma velocidad que la luz.

- Fuera – fue lo único que le dijo mientras trataba de controlar su ira.

Sai se fijó en su boca. Sasuke tenía los labios apretados en una fina línea blanquecina, aunque pudo advertir a través de ellos la inconfundible evidencia de que su primo estaba realmente mosqueado. …l también podía dejar salir su verdadero instinto y plantarle cara, pero aceptando que tarde o temprano Sasuke acabaría arrancándole la cabeza.

Por algo era “El Elegido.”

- De acuerdo – aceptó, levantando pacíficamente las palmas de las manos -. Ya me voy.

Sasuke lo observó marcharse, tan silencioso y esquivo como una sombra que juguetease entre penumbras. Cerró los ojos volviendo a la normalidad y emitió un sesgado suspiro, sintiéndose mentalmente agotado de tener que aguantar las constantes incongruencias de su primo. De repente, algo húmedo le rozó en el hombro, echándole su cálido aliento mientras trataba de captar su atención dejando escapar un dócil relincho.

- Ah, Sharingan – murmuró Sasuke, volviéndose para acariciar con presteza el suave hocico del animal -. Perdona, te he asustado…

Como si hubiese sido capaz de entenderle, el caballo piafó y movió ligeramente la cabeza, sacudiendo unas crines tan negras como también lo era su brillante pelaje azabache. Lo único que rompía aquella oscura uniformidad era una pequeña mancha blanca que Sharingan tenía en una de sus patas traseras, allí donde había nacido con aquella extraña deformidad. La reacción inmediata de su padre había sido ir a por un cuchillo de caza para acabar definitivamente con el problema, ya que si había algo que Fugaku no soportara, era el hecho de no responder a sus rigurosas expectativas. Sasuke jamás había osado enfrentársele, salvo cuando se puso delante del debilitado potrillo y le pidió por favor que no lo sacrificara. Desde entonces, él mismo se había ocupado de cuidarle y ahora estaba verdaderamente orgulloso de él. Puede que Sharingan no fuese perfecto, pero corría como el viento y a Sasuke le encantaba subirse a su grupa y disfrutar de aquella delirante sensación.

La libertad que él tanto añoraba.

Se apoyó en la pared del establo mientras, distraído, le rascaba detrás de las orejas y disfrutaba de su agradable compañía. Al menos, Sharingan sabía intuir cuando el chico quería que nadie lo molestase y entonces se tumbaba en silencio a su lado sin querer perturbar su celosa intimidad. Afuera, el sol de mediodía caía a plomo sobre los bastos terrenos del dojo, refractándose en la superficie de la tierra hasta dar la falsa impresión de que el suelo escupía unas ardientes llamas invisibles. Sasuke miró a su caballo con expresión relajada, fijándose en la considerable e inteligente pupila del animal. Finalmente, acabó esbozando un torpe intento de sonrisa que sirvió para recordarle que no solía utilizar ese simple gesto desde hacía años.

- ¿A que tú también tienes ganas de verle?





* ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ * ˜ *





Su mp4 de última generación tronaba a toda potencia, repasando el último disco de los Three Days Grace y propiciándole al mismo tiempo una posible sordera. Estaba tumbado en la cama con los ojos cerrados, pero no podía dormir. La razón de su inoportuno insomnio no la sabía exactamente, aunque podía deberse a varios motivos: los últimos vestigios de alcohol quemándole en las venas, la reciente bronca que había tenido con su padre o aquella absurda pesadilla que venía repitiéndose constantemente desde que podía acordarse.

En sus sueños siempre veía un bosque, tétrico y quejumbroso como los que aparecían en los cuentos de miedo. Escuchaba el silbido del viento susurrando entre los árboles, aleteos nerviosos y chillidos de animales asustados, el quedo murmullo de algo que se arrastraba sigilosamente sobre las hojas secas. Había alguien… alguien que los perseguía en la oscuridad. Después, un horrible grito de agonía que lo hacía despertarse de golpe empapado en sudor, jadeando como si el miedo se hubiese enroscado en su garganta y la apretase con saña hasta impedirle respirar. De pequeño solía abrazarse a su padre mientras lloraba angustiado, sintiéndose a salvo entre aquellos fuertes brazos que le protegerían en cualquier situación. Pero ya hacía bastante tiempo de eso. …l no era ningún niño y, por desgracia, los brazos de Minato ahora le parecían menos robustos que los de antes.

“I hate everything about you…”

Naruto volvió a subir el volumen de su mp4, sin tener muy en cuenta sus tímpanos ni lo que pudiera pasarles. Era una de sus canciones favoritas, muy apropiada para describir la tajante opinión que le merecía la vida.

Su teléfono móvil emitió un discreto pitido, pero a pesar de la música tan alta el chico se dio perfecta cuenta de ello porque el aparato vibró un momento en las profundidades de su bolsillo. Nada más atisbar la pantalla frunció el ceño y a punto estuvo de borrar el mensaje sin ni siquiera leerlo pero sabía que, en el fondo, no tendría el suficiente valor. Incluso había eliminado su número de la agenda, confiando estúpidamente en que así se libraría por fin de su recuerdo.

[Perdóname, x favor. T echo d menos]

Naruto sintió un doloroso pinchazo de remordimientos, pero aquella vez no le disculparía tan fácilmente de lo que le había hecho. Estuvo a punto de ignorarle, aunque se lo pensó mejor y acabó contestándole lo que tenía unas tremendas ganas de decirle a él y, más todavía, al mundo entero.

[Vete a la mierda]

Apagó el teléfono y lo tiró entre las sábanas, tumbándose de lado a ver si conseguía dormirse de una puñetera vez. La música lo abstraía, lo atrapaba, no le dejaba pensar. Le gustaba porque le impedía reflexionar sobre todas aquellas cosas en las que debería haberlo hecho.

- Naruto… Naruto, hijo, escúchame – ya que sus continuas llamadas a la puerta no habían obtenido contestación, Minato se atrevió a asomar la cabeza para tratar de adivinar si el muchacho lo estaba ignorando deliberadamente. Al ver que Naruto no se movía, aislado de todo por culpa de aquella endemoniada música que algún día acabaría afectando a su nivel de audición, el hombre optó por traerle de vuelta sacudiéndole suavemente por el hombro -. Naruto…

- Hum… ¿Qué? – protestó desganado el chico fingiendo tener más sueño del que en realidad sentía.

- Tengo que decirte una cosa.

- Joder…

- Es importante – precisó su padre tirando del cable para obligarlo a que se quitara los auriculares.

De mala gana Naruto pulsó un botón en su reproductor y se lo quedó mirando, sin molestarse en disimular que todavía estaba bastante cabreado. Minato, como siempre, lo contempló sin alterarse mientras mostraba esa odiada actitud de padre justo y comprensivo.

- ¡¿Qué, me vas a llevar interno a la academia militar?! – le soltó de sopetón el muchacho, incómodo ante aquella sabia mirada capaz de adivinar todo lo que ocurría en su interior.

- No, pero de todas formas te recomendaría que fueses haciendo las maletas.

- ¡¿Me voy?! – Naruto se incorporó de golpe, tan brusco que el mp4 aterrizó en el suelo y saltaron las pilas, rodando hasta la otra punta de la habitación.

- Nos vamos.

- Pero… ¡¿A dónde?!

¿Acaso se había vuelto loco? ¿Podría ser que de tantos disgustos el pobre hombre ya no fuera capaz de razonar con normalidad? Naruto le miró alarmado, sin comprender. Y se acojonó aún más cuando vio que su padre estaba esbozando una intrigante sonrisa.

- Volvemos a Konoha.
Notas finales: Pues ahí queda eso, Naruto hecho un pequeño pero adorable delincuente juvenil y Sasuke tan agradable y sociable como siempre... ¿Pero qué les pasa a estos niños? ¿Será la adolescencia? He decidido sacar a Minato porque (SPOILER xD) además de ser el papi de Narutín me apetecía mucho desarrollar como hubiese podido ser una posible relación de padre-hijo entre ellos.

Comentarios, críticas, consejos, dudas, cheques en blanco para pagar la hipoteca de mi piso y demás serán bienvenidos, muahahaha!!!

Nos vemos en el siguiente capítulo, con la accidentada llegada de Naruto a Konoha...

¡Gracias por leer! ^^

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).