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PHEROMONE por sherry29

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Notas del fanfic:

Esto es pura ficción.





En el departamento de policía de Tucson, Arizona, las cosas estaban verdaderamente ásperas últimamente, y no era por culpa del calor seco traído por el desierto de Sonora, acrecentado hasta niveles dignos de los avernos por culpa del calentamiento global. No. Las cosas estaban mal desde la llegada de Patrick Nilson; joven policía recién salido de la academia, sediento de acción como una bala de ruleta rusa. Nilson había ingresado hacía poco menos de un mes a la división de narcóticos de la policía estatal, y con él, había traído un terremoto de conflictos con otro de los miembros del grupo: el oficial Andrew Phillips. Desde el primer acercamiento que tuvo lugar dos días después del integro de Nilson, ambos uniformados se cayeron mal, y no se trataba de esa animadversión típica entre personas que comparten ideas, puntos de vista o modos de actuar opuestos, lo de ellos no era nada de eso. El haber estado a punto de matarse a golpes en más de tres ocasiones en la última semana, no podía llamarse simplemente antipatía.



“Parecen machos alfa” había dicho Peter Farell, subdirector de la división después de ver como lucían tras su más reciente pelea, y llevaba razón. Aquella disputa sobrepasaba toda lógica, midiéndose solo bajo el parámetro de lo puramente instintivo, salvaje… animal. Sin embargo, quedaba una pieza extraviada en todo ese asunto: Los antecedentes disciplinarios de ambos hombres.


Andrew Phillips era, a pesar de su aspecto agreste y su mirada suspicaz como coyote, un sujeto pacífico. Tu no miras, sospechas, le decían sus compañeros de cuartel y Andrew sonreía, y lo hacía no con desdén sino porque sabía que su mirada recelosa carecía por completo de misantropía. Patrick a su vez era un amante de la buena conducta, y prueba de ello no era solo el hecho de que era más puntual que novia fea, sino también una impecable hoja de vida. Su extrema efusividad era solo producto de su gran pasión, y aun cuando por momentos su acatisia hacía querer a sus compañeros colocarle a la espalda un interruptor ON/ OFF, todos sabían que el muchacho odiaba la anarquía. Estas eran las conclusiones a las que había llegado el teniente Marck Williams, director del Departamento de narcóticos de Tucson mientras veía, tendidos sobre su escritorio de abedul los expedientes de sus subordinados, los cuales llevaba cerca de dos horas estudiando detalladamente, llenándose de mucha cafeína al darse cuenta de que no estaba avanzando en lo absoluto cuando repasaba como águila al acecho las fotografías impecables de los agentes. Tenían los rostros muy serios, casi contraídos; o era una coincidencia que ambos tuvieran profundas ganas de miccionar cuando estaban posando para la foto, o simplemente querían parecer rudos y severos para impresionar a esos traficantes hijos de puta con los que trataban a diario. Los uniformes de los que solo se veía de los hombros para arriba, no tenían en apariencia ningún desarreglo que se rebelara contra la usanza reglamentaria; los cuellos estaban cerrados, las costuras alineadas y las gorras tan rectas que formaban sobre sus frentes unos arcos sombreados que ni hechos con compás.


Por todos estos motivos y otros que eran preferibles no recordar para la salud de su hígado, al teniente Williams le parecía terrible ver esos dignísimos retratos para después tener que levantar el rostro y encontrarse con aquella infamia: Nilson y Phillips frente a él, con toda la pinta de recién fugados de un circo romano, y no esta de más decir que ellos habrían de ser los cristianos. La manga del uniforme de Patrick era un andrajo colgante; por su boca corría un hilillo de sangre que llegaba hasta los puntos de otra herida en su mentón, que aún no acababa de cicatrizar, y los botones que todavía permanecían cocidos a su camisa, pendían peligrosamente. Williams giró cuarenta grados su rostro para encontrarse con el de Andrew, sangrante cerca de la ceja, con un zarpazo de león en el pecho que se le había llevado media camisa, y la marca de una suela muy cerca de su entrepierna. Ambos hombres resoplaban con ira y sus ojos inyectados en sangre, hicieron preguntarse al uniformado veterano si esos dos no se habrían pasado toda la tarde fumando, inhalando, inyectándose y sabría Dios si haciéndose lavados intrarectales con todo el cargamento que habían decomisado el último mes.



- ¡Esto es absolutamente inadmisible!– Vociferó Williams controlando su bilis y caminado por el extremo derecho de la oficina con el mapa de la división política de los Estados Unidos de fondo – No quisiera tener que llegar a estos extremos pero no me queda más opción. Tendré que llamarlos.



A pesar de que Andrew y Patrick continuaban dedicándose miradas asesinas pese a estar de extremo a extremo del despacho, la amenaza de su jefe los tomó por sorpresa y relajándose un poco dejaron de forcejear con los que los mantenían reducidos. Estaban esposados y limitados en el cuello por los batones policiales de dos de sus compañeros que desobedeciendo al instinto de conservación, habían tenido los suficientes cojones para separarlos.



- No quiero verlos más hasta que haya llegado la ayuda. ¡Anthony! ¡Cristian! Póngalos bajo custodia hasta nueva orden, y que agradezcan que no los mando directo a la penitenciaría por intento de homicidio agravado.



- ¿Y por qué agravado? – Preguntó Anthony, el que sujetaba a Andrew.



- Por que va a ser – Replicó con sorna el teniente como si fuera lo mas obvio – Por no tener ningún motivo para asesinarse. Y ahora… ¡Fuera! ¡Largo! Me enferman todos ustedes.



A las cuatro horas de haber llamado a los federales, relatándoles el caso, teniendo que tragarse su rabia por agachar la cabeza ante los mastines del gobierno que veían a los estatales como simples peones en primera línea a la hora de los sacrificios, llegó la ayuda, y el teniente Williams se quedó frio, viendo que dicha ayuda portaba tacones altos, loción Chanel Nº 5, bata blanca a la misma altura que su minifalda roja, medias veladas y una sonrisa más enigmática que la de la mona lisa.



Su nombre era Lorain Waters, una pelirroja de veintisiete años con más postgrados que la Universidad de Harvard, y un doctorado en Nuroendocrinopsiquiatría que le había costado las pestañas por la falta de sueño durante dos años, pero que actualmente le permitía poder madrear hasta al mismísimo presidente. La mujer con una llamarada de cabellos hasta la cintura y unos ojos más verdes que Hulk transformado, llegó formando un revuelo entre los uniformados que la miraban con cara de haber acabado de sufrir una isquemia cerebral. Williams la recibió en la puerta y la guió hasta su oficina, también lo había sorprendido la atractiva y esbelta mujer, pero su fascinación se cayó como la bolsa de valores el año anterior, cuando al intentar darle la mano esta lo miró por encima de sus lentes transition para luego seguir caminando como si acabara de dejar atrás una Entamoeba coli ó una sucia ameba, que para fines prácticos viene siendo lo mismo.


La doctora ingresó a la oficina adelantándosele al director que para esos momentos ya tenía claro que la tan esperada ayuda no era más que una meretriz del FBI con un ego que flotaba muy cerca de los satélites Aqua y Terra, o quizás un poco más arriba. Con algo de suerte podría ser fotografiado y salir en las ilustraciones de la próxima mentira de la Nasa. La zorra federal, como la había bautizado Williams sin ningún escrúpulo, estuvo cerca de veinte minutos sentada, muy apoderada de la silla acolchada y reclinable del director. Con su mirada aguda, enfatizada por sus lentes analizaba los archivos de Nilson y Phillips, ese par de estúpidos que la obligaron a aplazar su viaje a las ruinas griegas. Cada tres minutos chasqueaba la lengua comprobando satisfecha el estoicismo de ambos hombres, porque aunque Patrick se mostrara por momentos más cargado que una Duracell, era claro por su comportamiento y proceder (exceptuando el motivo que la tenía allí) que gozaba de ataraxia. Ya lo tenía, ahora solo faltaba hacer unos exámenes para comprobar su hipótesis, luego unas inyecciones y listo; para el día siguiente a esa misma hora estaría arribando a Atenas.



- Ya lo tengo – Dijo poniéndose de pie – Hasta el portero de mi hospital hubiese hecho el diagnostico.



Williams consideró mandarla junto con su ego de una patada.



- ¿Nos podría entonces aclarar qué sucede aquí? – Preguntó en vez de eso.


Todo el personal se apostó en la oficina del director ; apretujados y la mayoría de pie, observaban a la doctora delante del tablero acrílico y con marcador deleble en mano, apunto de mostrarles el poder de las neuronas que tenían en entre dicho las teorías psicosexuales de Freud y ampliaban exponencialmente las de Kinsey. La explicación empezó para los uniformados en un perfecto y comprensible ingles para transformarse cerca de la mitad en algo muy parecido a una mezcla de árabe y sumerio, y terminar en un lenguaje que no podía ser otra cosa que egipcio antiguo. El noventa porciento de los presentes se sabía perdido desde que escucharon la palabra guanina, otros un poco mas versados lograron llevar el hilo hasta el momento en que el piruvato fue descarboxilado (cabe aclarar que el resto estaban convencidos de que se trataba de algo sexual) pero definitivamente cuando la doctora se agachó un poquito para hablar de la sinapsis neuroendocrina, ya no quedó ninguno al corriente del tema, y realmente observando las piernas de la inteligentísima Lorain, a pocos les seguía importando que carajos estaba mal con Nilson y Phillips.



- Ya lo ven, esta claro – Remató la mujer tapando el marcador como si estuviese hablando de freír un huevo – Es un desajuste hormonal que ha afectado de manera inversa sus psiquis. Eran unos amantes de la disciplina que ahora actúan bajo puro instinto.



- Claro, es más que obvio – Dijo por allá una voz entre el montón de cabezas aglomeradas con toda la intensión de pasarse de listo, pero Lorain le contestó usando un dialecto africano desaparecido, muy seguramente mentándole a la que lo había parido. Jamás se sabría.



- Pero tiene solución ¿Verdad? – Inquirió Williams tratando de sacar al pelotón que no mostraba intensión de dejar la oficina.



- Para mi desgracia si – Apuntó Lorain sin ocultar un mohín de disgusto- Eso significa que debo estar por lo menos dos horas más aquí y eso retrasa mi bronceado en las playas del mediterráneo. Debo lucir perfecta para recibir mi Nobel.



Williams bufó por lo bajo mientras la conducía hasta las celdas del edificio ubicadas en la planta alta. El olor a humedad estaba por doquier y se veían parches mohosos en los ángulos de las paredes, provocando que la afamada doctora contrajese su rostro ofendida por estar contemplando hongos en crecimiento como si fuese un aprendiz de pregrado. Finalmente llegaron al final de un corredor más largo que un día de hambre, donde dos celdas contiguas que contenían es su interior a los uniformados Nilson y Phillips les dieron la bienvenida. Andrew caminaba por la celda, manos en los bolsillos y tarareando una canción bastante impopular de los años noventa; detuvo su andar cuando vio a la atractiva mujer parada de brazos cruzados y con una mueca demasiado maliciosa para ser considerada sonrisa. Lorain dio dos pasos al frente y se aferró a los barrotes de la celda.



- Ábrala – Ordenó la doctora sin dudar – Debo tomar la muestra de sangre.



- Cualquiera de mis hombres puede ponerle una hipodérmica a este par de idiotas. Usted no debería acercarse. Créame puede ser peligroso – Le advirtió Williams viendo que Andrew todavía lucía como una victima de intoxicación etílica.



La doctora rio bajito y sin mirarlo replicó:



- Hice una pasantía teniendo como pacientes a un gripo de neonazis adictos a la heroína, quienes después de mi terapia terminaron creyendo que Martin Luther King era Dios; trabajé tres meses verificando que tan insertables a la sociedad eran una docena de violadores seriales, los cuales hoy en día son intachables profesores de preescolar. Y en mi último viaje a Medio Oriente hice llorar a un Talibán cuando le demostré científicamente que Allá era un Imp de la mitología germana. Pero no se preocupe teniente Williams…no le haré nada a su muchacho.



Williams quedó tan rojo como las amapolas que sus hombres decomisaban a diario, y odiando el temblor de su muñeca abrió la reja. Lorain avanzó tropezándolo casi ,y llegando a la altura de Andrew se presentó a su manera.



- Agente Phillips – Habló con vos neutra – Me han dicho que desde hace un mes ha tenido una serie de malentendidos con su colega, el agente Nilson.



El rostro de Andrew se contrajo con solo oír ese nombre, la ira concentrándose en una vena que latía furiosamente en su sien.



- Tranquilo, ya he encontrado la causa de tanto odio- Aseguró sonriente – Permítame tomarle un muestra de sangre para comprobar mi impresión diagnostica y poderlos tratar.



Con admiración Williams observó como Andrew se relajaba y le daba el brazo a la mujer. De todas formas se mantuvo alerta ante cualquier brote de violencia, aunque dudaba que una mujer que había hecho llorar a un Talibán pudiese necesitar ayuda.
El ejercicio se repitió con Patrick, sin embargo con este el asunto fue más fácil ya que dormía exhausto en el camarote del calabozo. Dos horas más tarde Lorain recibía los resultados de las pruebas, comprobando el diagnóstico que ya tenía claro desde antes de abrir los sobres.



- Tiene los mismos niveles de testosterona – Musitó calmadamente la agente más valiosa del FBI.
El director de narcóticos enarcó una ceja. Esa afirmación y la conducta de sus subordinados era para él tan apareable, como decir que la tierra es redonda porque los Pittsburgh Steelers eran los campeones del último súper tazón. En pocas palabras algo incongruente a toda lógica aristotélica.



- ¿Y eso que significa? – Preguntó finalmente.



- Cuando dos hombres tiene exactamente la misma concentración de testosterona y se hallan muy cerca, termina sucediendo lo que ha venido pasando todo este mes; las responsables son las feromonas idénticas. Es un fenómeno supremamente raro que solo sucede en dos de cada siete millones de habitantes.



- ¿Quiere decir?



- Que era más probable que alguno de los hombres de este cuartel pariera un pollito, pero ya ve. Así es la física cuántica.



Después de dejar las indicaciones por escrito sobre la aplicación del tratamiento, y más de una decena de corazones rotos, Lorain Waters, doctora de neuroendocrinopsiquiatría, se fue con rumbo a Grecia donde navegando en un yate privado por el mediterráneo podría redactar con tranquilidad su discurso de aceptación del premio Nobel. Estaba segura que Martin Stevenson y sus teorías seudocientíficas sobre el destete prematuro y su relación con el cáncer de endometrio, no iban a ganarle.



Dos semanas más tarde el teniente Williams estaba más feliz que puto con dos culos y todo gracias a esa zorra federal. Tras la primera dosis intramuscular que Andrew y Patrick recibieron, los resultados saltaban a la vista; no iba a decir que ahora los chicos fueran los amigos más íntimos, pero por lo menos para sus compañeros de cuartel era posible de nuevo sentarse en la cafetería sin temor a que un cuchillo volador amenazase vilmente sus integridades. A la segunda dosis, los jóvenes policías ya se hablaban, habían intercambiado impresiones sobre un caso y hasta rieron con una broma de parte de Patrick, y después de recibir la tercera inyección ambos le insistieron a su jefe que los dejase patrullar juntos. En fin la paz había vuelto al departamento de narcóticos de Tucson, Arizona; un ambiente jovial y taciturno, un oasis de tranquilidad…hasta que llegó: LA CUARTA DOSIS.





Continuará…


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