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Guilty por Kitana

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Notas del fanfic:

Como de costumbre estoe s angst, un toquecillo de romance y algo más de OOC XD

Notas del capitulo: umm bueno, aqui dejo este pequeñin, espero les agrade XD
El helado viento del invierno aporreaba con implacable furia los cristales de la ventana frente a la que estaba sentado. Había dejado de nevar hacía ya un buen rato. Apoyó el delicado mentón sobre las rodillas y abrazó sus piernas en un gesto de suprema desolación. Al día siguiente sería Navidad. Tuvo que reconocer que le dolía estar solo en esas fechas. Pero no tenía la suficiente confianza como para hacer efectivo ese boleto de avión a Suecia que descansaba algún rincón de su maleta y tampoco la fuerza suficiente como para volver a Grecia. Nada había para él en esos sitios. Absolutamente nada.

Se mantuvo frente a la ventana. No había mucho que hacer en esa pequeña cabaña enclavada en lo más recóndito de Finlandia. Era un buen escondite, pero no por ello dejaba de ser solitario y un tanto aburrido.

A los pocos minutos pudo ver una silueta masculina perfilándose en el horizonte. Seguramente venían a decirle de lo que ya sabía, que era su obligación regresar a Grecia y cumplir su tarea como custodio de Piscis. Con movimientos lentos se desperezó y abandonó su improvisado observatorio. Iba a ser difícil. Esa clase de cosas siempre lo eran. Pero esta vez, de verdad que no quería regresar. No había poder humano o divino que le convenciera de volver de buen grado al santuario.

Bajó con lentitud la escalinata que conducía a la planta baja de aquella cabaña en que había pasado buena parte de su vida. ¿A quién habrían enviado? Dada la melena larga del visitante podía ser cualquiera, la mayoría de los santos llevaba luengas melenas que gustaban de dejar al aire. …l era uno de ellos.

Abrió la puerta apenas lo suficiente para que el recién llegado se percatara de que la cabaña estaba habitada. El otro pareció no darse cuenta de su gesto, simplemente caminaba con el rostro clavado en el suelo cubierto de nieve en el que sus pies se clavaban. Con la cercanía reconoció al visitante. Milo de Escorpión. De todos los dorados a él era al que menos esperaba ver ahí, no después de lo ocurrido entre ellos y Death Mask en Grecia poco después de que fueran vueltos a la vida.

Lentamente y sin pensar, retrocedió cerrando la puerta. No estaba listo para Milo. Contempló la imponente figura de su compañero de armas y el gesto cansado en las afiladas facciones que aún conservaban un aire infantil que hacia las delicias de cierto vecino suyo. Con un gesto un tanto desesperado el griego llamó a la puerta. Afrodita se quedó donde estaba, no estaba listo para verlo.
— Sé que estás ahí, puedo sentir tu cosmos, ábreme Afrodita. — dijo el griego. Afrodita no respondió, simplemente abrió la puerta y clavo sus ojos en el hombre que estaba frente a él. Estaba pálido y desencajado.
— ¿Te encuentras bien? — dijo Afrodita al notar que se tambaleaba.
— He tenido mejores días — respondió Milo con una extraña sonrisa. Tuvo que sostenerlo, Milo se desvaneció en su puerta. El sueco lo tendió sobre una piel que se extendía frente a la chimenea. Milo intentaba desembarazarse de él y ponerse en pie.
— ¡Por una vez en tu vida deja tu maldito orgullo a un lado y permite que te ayude! — le gritó el sueco sosteniéndolo por los hombros. Milo apartó el rostro y se dejó hacer. Afrodita comenzaba a deshacerse del pesado abrigo que el guardián de Escorpión usaba cuando los primeros rastros de sangre aparecieron. El sueco quiso mantenerse impávido pero no lo logró.
— Fue un descuido, estoy haciéndome viejo para ciertas cosas — afirmó Milo con voz neutra.
— Más que un descuido, a mi me parece que estuvieron a punto de matarte, pareciera que alguien quería rebanarte el cuello — Milo no le respondió, aquel silencio le confirmó a Afrodita sus sospechas —. ¿Qué pasó?
— Nada. Tendremos tiempo de discutir al respecto cuando volvamos a Grecia — el sueco observó la profunda herida en el pecho del griego, muy cerca del corazón.
— ¿Te lo hicieron en una misión?
— No te lo pienso decir… tenemos que irnos.
— ¿Por qué?
— Porque Cáncer esta muerto y querrás ir a su funeral — sentenció el griego con voz dolida. Afrodita dejó escapar un grito de sorpresa y dolor. Estaba muerto…
— ¿Los enviaron a algún sitio? ¡Respóndeme Milo!
— No voy a decirte nada, será el patriarca quien te lo diga, no yo. Solamente he venido a traerte la noticia.
— ¿Por qué tú si estás herido?
— Porque quise hacerlo – dijo Milo y se incorporó —. Esto esta sangrando demasiado — susurró como para sí mismo. Invocó su aguja escarlata y la aplicó en sí mismo. Lentamente dejó de sangrar. Aún se sentía débil. Kanon había tenido razón… había sido una idea absurda ir a Finlandia en ese estado.

Kanon… maldito Kanon, de no ser por su atinada idea de seguirlo….

Afrodita no podía salir de la conmoción que le había causado enterarse del fallecimiento de aquel hombre al que había amado tanto.

— Será mejor partir de inmediato, de hecho mi consejo sería que te adelantaras, de momento solo te retrasaría.
— ¿Lo crees conveniente? Estás herido.
— Herido, no muerto, y me siento mejor. Vete. Solo te esperan a ti para sepultarlo – dijo Milo sin mirarlo.
— No entiendo…. ¿cómo fue?
— Yo no diré nada, te repito que el patriarca te lo dirá todo. No estoy autorizado a hablar al respecto — Afrodita quiso preguntar algo más, pero la expresión en el rostro del griego le desalentó.

Mientras recogía sus cosas, Milo permanecía tumbado en un sofá cerca de la ventana. Pronto Afrodita partió dejándole a solas en la cabaña. Ahora podía descansar, en cuanto hubiera dormido un poco y tomado un baño, regresaría a Grecia. Ya estaba hecho. No lo había dicho, pero la realidad era que nadie había querido ir hasta Finlandia para avisarle a Afrodita de la muerte de Death Mask. No quiso pensar más y prefirió abandonarse al sueño, al menos por un instante, le dolía cada centímetro de su maltrecho cuerpo. Y no era para menos, había perdido mucha sangre, la herida que tenía en el pecho no era cosa sencilla. El médico que lo atendió le había ordenado reposo absoluto por un par de días, pero apenas se sintió mejor corrió a encontrarse con el sueco. Sonrió pensando que Kanon tenía razón, generalmente no pensaba con la cabeza.


***
A penas llegar al santuario, Afrodita se dirigió al templo del patriarca, tenía que saber de una vez por todas lo sucedido con Death Mask, pese a sus temores, quería enterarse de las circunstancias en las que había muerto. El patriarca le recibió de inmediato. Shion le pareció tan imponente como la primera vez que se vieran.

Afrodita de Piscis se sentó con calma frente al patriarca. Shion lo miraba con incomodidad, no tenía idea de cómo era que debía manejarse ante ese hombre que seguía helándole la sangre después de tantos años. Afrodita era lo último que recordaba haber visto antes de morir, a él y a Saga de Géminis, pero, por alguna razón, el gemelo no le resultaba tan inquietante como el sueco, se repetía que era debido a que estaba seguro de que el único lúcido de ellos en aquel momento había sido Afrodita.
— Lo lamento, pero no hay mucho que hacer… — dijo el patriarca evadiendo las cristalinas pupilas de Afrodita.
— ¡Debe haber algo! Sé que cometió errores, ¡todos los cometimos! No merece esto…
— Lo sé, pero son las reglas, debes entenderlo.
— No, no puedo entenderlo… simplemente no puedo entenderlo. ¿Cómo es que esta vez le niegan un funeral? La primera vez no lo hicieron… — dijo el santo de los peces apartando el rostro.
— Afrodita, esta vez es diferente. Las cosas han cambiado.
— Lo sé, por eso es que me fui… — dijo Afrodita dándole la espalda.
— Tienes que entender, Afrodita…
— Lo intento, pero es difícil… ¿cómo fue…?
— Se suicidó — respondió el patriarca —. Milo lo encontró.
— Por eso le niegan el funeral, ¿cierto? — dijo Afrodita con aire abatido, Shion asintió pesadamente.
— Sé que lo amabas…
— Usted no sabe nada, santidad — dijo Afrodita antes de abandonar la habitación. Shion lo miró irse y sintió que algo pesaba en su pecho, no podía decirle la verdad, el enterarse de las cosas como eran, lejos de ayudar iba a perjudicarle.

No podía decirle lo que había sucedido.

Afrodita se vio obligado a regresar a su templo, no quería hacerlo. No tenía motivos para hacerlo. Estaba cansado de todo cuanto le rodeaba y sólo esperaría lo necesario para desaparecer de nueva cuenta del santuario, si le era posible, no volvería jamás.
— Maldito seas, Giovanni… — masculló entre dientes mientras abandonaba sus escasas pertenencias en su todavía impoluto dormitorio.

Le vinieron a la mente un millón de imágenes, todas ellas relacionadas con Death Mask, con Giovanni, el hombre al que él conocía, el hombre al que, a su modo y en sus términos, había amado hasta la locura, el hombre responsable de que no quisiera volver al santuario.

Sentado en la cama, recordó aquel último día, sus palabras…
— No volveré a pisar el santuario mientras tú te encuentres en él — había dicho en un arranque de furia luego de los sucesos de esa nefasta mañana. Recordaba perfectamente aquel día, no sabía a que atribuirlo, pero así era, recordaba a la perfección aquello…

Había hecho las maletas sin pensar, redactando únicamente una carta que tenía pensado entregar en persona al patriarca, sin embargo, las circunstancias parecían obrar en su contra aquella mañana.

Se había topado con Milo y le había pedido que fuera él quien entregase la carta, el griego había accedido al instante, sin preguntarle la razón de su repentina marcha. Debía saber que habían peleado, supuso, no se atrevió a mirarlo ni a hablarle más de lo necesario. Seguía molesto, tanto, que no notó que Death Mask le había seguido.
— ¿Qué es esto? — dijo mientras arrebataba la carta de manos del griego, Afrodita enfureció en ese momento.
— Nada que te importe — gruñó el sueco mientras Milo se apartaba prudentemente.
— Tú no te vas — le retó Death Mask entre dientes.
— Esto no es asunto mío — alegó el heleno sin intenciones de quedarse.
— ¡Deja de actuar como un idiota! — gritó Afrodita verdaderamente molesto con todo lo que estaba sucediendo.
— ¿Y cómo esperes que actúe? ¡Por él es que te largas! ¿Cuándo pensaban reunirse? ¿En la maldita carta están los detalles?
— Escucha, yo no tengo nada que ver en esto — dijo Milo verdaderamente abochornado.
— ¡Tienes mucho que ver! ¿No es cierto, Afrodita? — dijo el italiano, con una sonrisa feroz y burlona, pero más que eso, dominada por el dolor. No deseaba que Afrodita se fuera, no deseaba separarse de él, pero… no sabía de que otra manera hacérselo saber.

Afrodita aprovechó aquello para desaparecer, no le pareció correcto dejar a Milo en medio de aquello, pero sabía que si se lo permitía, Death Mask no iba a permitirle irse, y él necesitaba alejarse de todo, en especial de Death Mask. Lo amaba, pero ese amor estaba envenenándolo casi tanto como las rosas en su jardín. Finalmente había comprendido que era mejor para ambos separarse, por doloroso que fuera. Al fin había entendido que, por más que se amaran, había cosas que los separaban, cosas que de verdad eran insuperables.

Se había ido, dejando todo atrás, escondiéndose durante un buen tiempo de Death Mask, de todos, remitiendo una y otra carta al santuario pidiendo que le dejaran en paz, pidiendo que lo dejaran vivir a su modo esa separación que percibía como definitiva. Tenía que hacerlo, tal vez pudiera parecer insensible, pero así era como debían ser las cosas. …l tenía que desintoxicarse de ese amor y permitirle a Death Mask hacer lo propio. Ellos no podían ni debían seguir juntos.

Y ahora, él había muerto, por su propia mano, de la manera menos honorable dentro de los estándares de la orden.

No sabía como manejar aquello, sabía que no podía simplemente aceptarlo, y el remordimiento comenzaba a hacer de las suyas, comenzaba a pensar que era culpa suya. Sólo su culpa….


***

Milo retornó al santuario pocas horas después que Afrodita. Se sentía débil y cansado, había perdido mucha sangre. Empezaba a pensar que Kanon tenía razón y que había sido una soberana idiotez ir a buscar a Afrodita en esas condiciones. Pero, lo hecho, hecho estaba, había cumplido su propósito. Aunque le dolían los motivos por los que Afrodita había vuelto, pero ciertamente le agradaba tenerlo de vuelta.
— Sabía que volverías hecho mierda — dijo Kanon desde la puerta. El menor de los gemelos clavó sus ojos en el maltrecho cuerpo de Milo.
— No te atrevas a decir te lo dije…
— No lo haré, pero tú no te atrevas a insistir sobre tus estúpidos motivos para hacer esto.
— Si yo no iba, ninguno de ustedes lo habría hecho…
— Eso no puedes saberlo.
— Sé lo que todos piensan, de él y de mí — murmuró Milo —. Sé lo que están diciendo de nosotros… ¡y te juro que no es verdad! Daría lo que fuera por que Afrodita se fijara en mí, pero no lo ha hecho ni lo hará jamás.
— Milo…
— ES la verdad… él nunca va a notar esto que siento por él.
— Hablas demasiado, pero no veo que hagas algo para cambiarlo.
— Kanon, no creo que este sea el mejor momento como para que se me ocurra cortejarlo, ¿no crees?
— Sólo digo que al menos deberías intentar acercarte, evidentemente deberías respetar su dolor, pero, sin duda, tienes que acercártele más, hacerle entender que lo ves como algo más que a un amigo.
— Si, claro, tal como tú haces con Aioria, ¿cierto? — dijo el rubio en tono retador.
— Esas son cosas distintas — dijo Kanon nervioso.
— Yo no lo creo, pero, sí tú lo dices…
— Quítate esas ideas de la mente, entre él y yo no hay ni habrá nada.
— Como digas, ¿sabes si Afrodita está en su templo?
— Debe estarlo, no lo vi en la cripta.
— ¿Estuviste ahí? — Kanon asintió pesadamente.
— Saga no quiere salir de ahí…
— ¿Crees que…?
— ¿Qué lo supere? Sí, tiene que hacerlo, por su bien, tiene que hacerlo — dijo Kanon con voz ronca —. Será mejor que descanses un poco, la ceremonia comenzará al atardecer — dijo el gemelo con voz cansada.
— No sé si debería ir… con todo esto que están diciendo…
— Si no vas, les darás más de que hablar.
— Tienes razón…
— Ve.
— Lo haré.
— Si no lo haces, vendré por ti, se que no te perdonarás el no estar presente, después de todo, era tu amigo.
— Uno de mis pocos amigos…aunque las cosas hayan terminado de mala manera, él de verdad era mi amigo.
— Lo sé. Te veré allá, también debo cambiarme, e intentar convencer a Saga de que él también debe hacerlo.

Milo se quedó solo, sentado en su cama, mirando hacía la nada, sin saber que hacer o como era que debía actuar ahora que las cosas estaban tan mal.

***
Afrodita se presentó en la cripta donde la élite de la orden de Atenea se reuniría a darle el último adiós a Cáncer. Por alguna razón, la diosa había dado marcha atrás, y aunque el suyo no sería un funeral oficial, sino una ceremonia muy íntima, le concederían a Death Mask el privilegio de reposar entre los caídos de la orden. No se realizaría una ceremonia como la que habría tenido de haber sufrido una muerte natural, pero, al menos, tendría una.

Los hermosos ojos del sueco recorrieron a la concurrencia, hallando en sus rostros sólo hostilidad, aún en aquellos que no sentían ni una gota de estimación por el hombre que yacía en esa blanquísima placa de mármol, esperando a ser sepultado. No comprendía el por qué, pero entendía que esas miradas eran de reproche, entendía que esos hombres le responsabilizaban de lo sucedido con Death Mask. Nadie tuvo que decir una palabra para que él lo supiera, le bastaba con mirarles, le bastaba con sentir su hostilidad a flor de piel. Algunos murmullos se desataron cuando hizo su aparición Milo de Escorpión, seguido por el menor de los gemelos de Géminis, que de inmediato fue a apostarse al lado de Saga, el mayor de los gemelos no miraba a nada ni a nadie más que a Death Mask… parecía como si algo se hubiera muerto también en él.

La ceremonia se le antojó eterna, no entendía ni una palabra de lo que el patriarca había dicho a modo de despedida para Death Mask, como tampoco entendió el porqué prácticamente Milo tuvo que obligarlo a soltar la mano del hombre que había sido su amante, su primer amor. no sabía si aún lo amaba, pero sabía que seguía sintiendo algo por él, que jamás dejaría de sentirlo…

Death Mask descendió a la tumba en medio de un absoluto silencio que sólo se vio roto cuando un gemido seco y lastimero brotó de la garganta de uno de los presentes, Saga de Géminis.

Afrodita lo miró sintiendo que nada de lo que sus ojos percibían era real. La tumba fue cerrada, pero no con ella las heridas, esas seguirían vivas por un tiempo más, quizá por el resto de su vida.

Con el paso de los días, nada mejoró. De alguna manera, el sueco se sentía responsable de aquello, de alguna manera sentía que podía, que debía haber hecho más. Se sentía miserable y la manera en que el resto le trataba, no hacía más fáciles las cosas. El resto le trataba con desprecio, como a un apestado. Los únicos que guardaban la cortesía eran los gemelos. No había vuelto a ver a Milo desde el funeral, el griego parecía evitarlo a toda costa.

Pero él necesitaba saber, por lo que había escuchado, él había sido quien estuviera presente en los últimos momentos de vida de Death Mask. Necesitaba saber que había sucedido ese día, necesitaba escuchar de labios del único que le diría la verdad, lo que había pasado con su ex amante.

Muy temprano abandonó el templo de los Peces para trasladarse sigilosamente a Escorpión. pronto se encontró al custodio del mismo, enfundado en ropa deportiva, dispuesto a iniciar su entrenamiento.
— Afrodita… — dijo él al mirarlo, sonriendo involuntariamente, más la sonrisa se borró de su rostro al tiempo que notaba la mirada en los ojos casi transparentes del sueco.
— Hay cosas de las que quiero hablar contigo.
— Ahora no… por favor.
— ¿Por qué no? ¿Tienes algo que esconder?
— No, sólo que no estoy listo para hablar contigo.
— Fuiste hasta Finlandia, medio muerto ¿y ahora me dices que no estás lista para hablar conmigo? Por los dioses, Milo, necesitamos hablar, ¡yo necesito hablar contigo! — exclamó el sueco con cierta desesperación asomando a sus ojos.
— De acuerdo, pero no aquí, entremos — cedió al fin el griego.

Milo le condujo al interior de sus dominios, Afrodita nunca se había fijado en lo austero que era el interior del templo del Escorpión Celeste. Ciertamente caía en cuenta en ese momento de que no se había fijado en mil detalles acerca del hombre que le precedía. Se sentaron en la cama del griego, fue evidente que él no sabía por donde empezar, que no tenía ni pizca de deseo de comenzar aquello, que se veía obligado a ello por la presencia de Afrodita, por lo que ese hombre significaba para él. Era evidente que no deseaba encontrarse en semejante situación.
—Milo…
— Afrodita, yo no estoy listo para esta conversación, lo sabes…
— ¿Por eso me has evitado? — el griego asintió —. Debes entender por qué hago esto, sólo tú puedes decirme que pasó en realidad.
— Pero… ni yo mismo sé lo que pasó ese día…sólo sé que no soy capaz de enfrentarte, Afrodita. No lo soy… — susurró el griego mientras apartaba la mirada.
— Quiero entender… necesito entender que tuviste tú que ver en todo esto.
— No.
— ¡Lo necesito para continuar, para no seguir sintiéndome culpable! — estalló el sueco. Milo asintió pesadamente mientras sus largos cabellos cubrían su rostro.

Milo miró a la nada por un instante antes de comenzar a hablar, para él mismo era difícil pasar por aquello, recordar lo que había ocurrido la tarde en que Death Mask decidiera suicidarse.
— Milo… — susurró Afrodita como apurándole a hablar.
— …l te amaba, más que a nada en el mundo, lo sabes, ¿verdad?
— Preferiría no tocar el tema…
— Sí quieres saber que pasó debes entender que él te amaba, sé que tú le amabas, que quizá aún le amas… — dijo el griego con pesar. Afrodita guardó silencio, no podía ni quería hablar —. …l te amaba, dentro de toda su extraña manera de ver la vida, él estaba loco por ti, pero… no sabía manejarlo. Death no sabía manejar muchas cosas… — -Afrodita se quedó callado, a su manera, el griego había llegado a entender mejor que él al italiano —. …l pensaba cosas… cosas de ti y de mí. Intenté aclararlo… pero él parecía empecinado en creerlo. Pienso que le era más fácil resistir tu ausencia si culpaba a alguien, pienso que le era más fácil creer que era culpa tuya que de él.
— No sigas… — susurró Afrodita, pero Milo no le hizo caso.
—Después de que te fuiste, todos se enteraron de lo que pasó esa tarde en la escalinata. No exagero si te digo que comenzaron a verme mal y a esperar que también yo dejara el santuario. No sé de donde lo sacaron, pero de verdad creían que estábamos juntos. Intenté aclararlo, pero nadie parecía interesado en mi versión de los hechos. Lo intenté, de verdad lo intenté, quise aclararlo todo con él, a pesar de todo le consideraba mi amigo… — Milo se vio forzado a hacer una pausa, no podía seguir, su voz se había quebrado por completo —. …l sabía… sabía lo que siento por ti… no sé como, porque yo nunca se lo había dicho, no me hubiera atrevido a hacerlo, como no me atrevía a hacer nada de lo que pudiera avergonzarme… — Afrodita se quedó callado, petrificado ante lo que había escuchado —. …l no quería entender que yo no era un obstáculo… él seguía pensando que era por mí que te habías ido, ¡tú sabes que eso no es verdad, que eso no podía ser verdad! — dijo Milo volviéndose a mirarlo, los ojos azules del griego reflejaban una intensa desesperanza, algo que Afrodita no estaba preparado para enfrentar.
— Milo…
— Me equivoqué, no debí admitirlo frente a él, lo sé, aquello le enfureció y dijo que lo arreglaría… le seguí a su templo, para mi la conversación no había terminado. Tenía que decirle que tú jamás me habías mirado, ¡que jamás ibas a mirarme porque sólo tenías ojos para él! — exclamó el griego desesperado. Afrodita sólo podía mirar sus ojos y llorar, llorar como no lo había hecho en mucho tiempo —. …l te amaba, tenlo presente, porque ese fue el motivo por el que hizo lo que hizo…

Milo se vió obligado a hacer una pausa. No podía más, le dolía remover esos recuerdos que tan frescos estaban en su mente.

— Me siento responsable de lo que pasó después. Creo, fundadamente, que fue mi culpa, que si yo no me hubiera atrevido a abrir la boca, él seguiría con nosotros — dijo golpeándose los muslos con los puños cerrados. Siguiendo un impulso, y sabiendo que el hombre frente a él estaba en similares condiciones que él, Afrodita tomó su mano, Milo alzó el rostro —. …l me preguntó si te amaba… y tontamente le dije la verdad… dijo que no podía permitir que algo así sucediera, y él… me acuchilló, no reaccioné a tiempo, cuando lo hice, el cuchillo estaba en mi pecho y no pude hacer gran cosa ni por mí ni por él. Dijo que no iba a permitir que me quedara contigo, que no te merecía…Se suicidó frente a mis ojos y no pude evitarlo, si Kanon no hubiera llegado a tiempo, también estaría muerto… lo siento Afrodita. ¡Perdóname! ¡Perdóname, si yo no hubiera abierto la boca…!
— No hay nada que perdonar… …l sabía que lo amaba, pero no quería conformarse con ello… sé lo que él pensaba de ti, sé que creía que me iba por ti, y sé también que no es culpa tuya sino mía…yo le dije que no volvería a pisar el santuario si él seguía aquí — dijo Afrodita con la voz quebrada, Milo asió con más fuerza su mano y se miró en sus profundos ojos —. Hice mal en irme de esa manera, pero… yo no podía seguir con él. Ahora lo entiendo. Había dejado de amarlo.
— Pero…
— Lo nuestro no tenía remedio, él y yo no estábamos destinados a estar juntos, no era sano ni normal lo que estaba pasando entre nosotros. Lo mejor era separarnos, lo entendía así, pero no él, él creía que había alguien más, y yo estaba tan molesto que no me tomé la molestia de decirle que era por nosotros… no sólo por mí. Empiezo a creer que el estar conmigo sacó lo peor de él…
— No puedes creer eso de verdad.
— Es lo que pienso, me temo que a mi lado, lejos de florecer, Giovanni terminó por marchitarse y para cuando me di cuenta, era demasiado tarde.
— Lo siento…
— No es tu culpa, no lo es y no debes seguir culpándote.
— Yo… no debí fijarme en ti, sabía que estabas con él, sabía que tú lo amabas, que él te amaba a ti y que no había lugar en todo eso para mí.
— Uno no le dice al corazón de quien enamorarse, Milo, ya deberías saberlo — dijo el sueco con calma. Se sentía extrañamente sereno luego de aquella conversación.

A esa, siguieron otras conversaciones, aunque nunca volvieron a mencionar a Death Mask, era un tema delicado para ambos. La compañía mutua les hacía sentirse mejor, les hacía pensar que no estaban tan solos, porque una cosa era tener gente al lado y otra, muy diferente, saber que hay alguien que comprende exactamente como es que uno se siente. Se apoyaban el uno al otro, sin palabras, con simples gestos que para otro no significarían gran cosa, pero que para ellos lo eran todo. En ese lenguaje sin palabras era que se entendían, era que se vinculaban uno con otro.

Con el paso del tiempo se les veía más y más tiempo juntos, pendientes uno del otro, con un nivel de intimidad que hacía que se despertaran más rumores, cosa que poco les importó. Con el paso de los meses, Milo y Afrodita terminaron por refugiarse el uno en el otro, haciéndose compañía, charlando uno con el otro, ayudándose a superar la culpa y a enfrentar los rumores, que seguían siendo bastante virulentos, pero a esas alturas, ya no les afectaba como al principio. Cada vez que uno tenía una crisis, el otro estaba ahí para apoyarle, para alentarle a seguir adelante. Sus lazos se estrechaban al compás suave de los días.

Afrodita había aprendido a mirar a Milo de otra manera, más humana, más apegada a la realidad de lo que era el griego. Milo aprendió a ver más allá de los prolongados silencios del sueco, a entender y a adoptar esa serenidad que el sueco transmitía después de enterarse de las circunstancias de la muerte de su ex amante. Afrodita estaba superándolo, mucho mejor que él. Pero la culpa seguía presente, la culpa seguía siendo una sombra entre ellos.

Se habían unido más en aquellas semanas que en todo el tiempo pasado. Afrodita había aprendido a apreciar la vivacidad del griego y a contagiarse un poco de ella. Entendía un poco mejor a ese hombre que tenía mucho de niño todavía. Uno y otro aprendían y se retroalimentaban. Milo sentía que lo amaba aún más, Afrodita se sentía dispuesto a dejar que las cosas pasaran.

Una tarde de invierno, tumbados en el pórtico de Piscis, Afrodita habló.
— Quiero pensar que estás conmigo porque lo deseas, quiero pensar que estás conmigo por algo más que culpa — dijo el sueco con calma. Milo no supo que decir —. Quiero pensar que te sorprendes y no que te asustas — dijo tomando entre sus manos el rostro de Milo.
— Quiero pensar que lo que estás a punto de hacer no es por lástima o agradecimiento.
— Lo hago porque siento que podría enamorarme de ti — dijo el sueco en voz baja antes de besarlo suavemente en los labios. Milo se sintió transportado al paraíso cuando los labios del hombre al que había amado durante años tocaban los suyos.

Ese fue el primero de muchos besos, de muchas caricias que ellos compartieron con el único objetivo de ser felices. Poco les importaba ahora lo que lo dijera el resto, poco importaba ya que se amaban. Muchas fueron las noches que yacieron abrazados, mirándose a los ojos, pensando sólo en el futuro y no más en el pasado. Poco importaba lo que pasara más allá de ellos, se tenían el uno al otro, y con eso bastaba.

Afrodita se entregó a ese amor sabiendo que esta vez las cosas serían diferentes, que esta vez no terminaría sintiendo miedo de sí mismo, ni culpándose, sabía que todo iba a ser mejor porque él lo haría mejor, no cometería los mismos errores que había cometido con Giovanni.

Milo se dejó llevar por el corazón, sabiendo que podía confiar en Afrodita y que juntos harían que resultara, que fuera mejor de lo que se habían imaginado.
***

Una tarde de junio, acudieron ambos a la tumba de su viejo amigo, Giovanni, el que siempre había estado con ellos, al que a su modo ambos habían amado, ese al que no olvidarían jamás. Nunca olvidarían a Death Mask, siempre ocuparía un lugar en el corazón de ambos, porque había sido importante, porque no dejaría de serlo ni aunque pasaran cien años, porque, a pesar de todo, siempre había sido y sería su amigo.
— Perdóname… — susurró Afrodita con la voz quebrada —. Nunca quise que las cosas terminaran así, habría preferido verte feliz, lejos de mí, pero feliz… — Milo rodeó sus hombros con su brazo y miró fijamente la lapida de su amigo.
— Sé que no lo aprobabas, que nunca lo aprobarías, pero te juro que le daré lo mejor de mí, que lo cuidaré tan bien como tú lo hacías — dijo el griego con serenidad.

Con el sol muriendo en el horizonte, volvieron al templo de los Peces, convencidos de que este era un nuevo episodio de una historia que no hacía sino empezar.

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