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Draugr por Kitana

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Notas del fanfic:

Obviamente SS y todos sus personajes no me pertenecen ni gano nada con esto.

Notas del capitulo: Un fic para un evento de SS yaoi, probablemente uno de los últimos que publique XD, en fin, aqui algunas explicaciones que creo vienen a cuento:

quise ser más o menos apegada a la idea original de los vampiros, que sólo salen de noche y beben sangre y esas cosas, XD. La estaca en el corazón es el método clásico para acabar con un vampiro, también lo es la decapitación y posterior incineración del cuerpo, pero quise quedarme en lo básico. De acuerdo con internet, de momento no puedo hallar mi libro de vampiros así que no confíen mucho en la referencia, a un vampiro se le mata clavándole una estaca de madera de álamo, fresno o de rosal silvestre, si es de otro material no funciona. De acuerdo con las historias de vampiros en Grecia, se les denomina vrykolakas, por lo menos en la Grecia continental, ya que existen al menos otros dos nombres, que ahora no recuerdo, para denominar a los vampiros en Creta y la antigua Tesalia. Las leyendas dicen que los vrykolakas se alimentan también con la carne de los cuerpos insepultos, así que jejejeje sólo lo extendí un poquillo XD.
Ah casi me olvido, el poema que inspiró todo este desvarío, es ni más ni menos que obra de mi muy admirado Edgar Allan Poe. Se titula “Espíritus de los muertos”, y bueno, este poem fic es una interpretación muy pero muy libre de lo que el señor Poe quiso transmitir con su poema.
*Draugr, es el nombre con el que los vikingos denominaban a un ser semejante a los vampiros.
— I—
Solitaria debe encontrarse tu alma
entre recuerdos de tumbas de piedra grisácea;
nadie, de entre toda la multitud, se inmiscuirá
en tu hora de intimidad.

Descendió por la helada colina casi al mismo tiempo que la densa niebla que de unos días a la fecha se dejaba ver en aquel paraje agreste. La oscuridad era su cómplice y el canto de los grillos su marcha triunfal. Nadie más que él en el horizonte, nadie más que él en aquel oscuro lugar que servía de última morada a aquellos que pertenecían a la élite de la sagrada orden de la venerada Atenea.

La noche, bendita noche, caía, lenta, inexorablemente, mientras él se movía entre las derruidas columnas de los templos en que antiguos dioses fueran venerados por sus ancestros. No quiso acelerar el paso. Por aquellos días, ya todos sabían en que ocupaba sus noches, en que se iban sus desvelos. No le interesaba esconderlo, no le interesaba ni en lo más mínimo. Sólo quería cumplir con ese ritual autoimpuesto. Sólo eso.

No pocos eran los ojos que le miraban encaminarse ahí cada vez que caía la tarde, no pocos eran los que sabían de su rutina diaria, mas ninguno de los que en esos instantes le miraban sabia o entendía lo que ello representaba para él. Así como ninguno se atrevía a intervenir o inmiscuirse en ello, ni siquiera sus iguales. Sólo le miraban desaparecer entre la fronda, con un destino claro, acompañando el camino con una botella de licor que a la mañana siguiente sería hallada vacía junto a él, cómo único testigo de lo que ocurría cada noche en el cementerio.

Las decrépitas bisagras chirriaron con potencia cuando abrió la puerta de la vieja cripta. El ambiente era húmedo y oscuro, como se esperaba de un sitio semejante. Escuchó los hierros chocar entre sí cuando la puerta se cerró tras de él. La temperatura descendía velozmente. Se arropó cuidadosamente con el manto que portaba y se sentó en el húmedo suelo, al poco, se llevó la botella a los labios, sediento y cansado.

Se hallaba en paz. Ahí, en ese sitio que a otros parecía solitario y deprimente, él hallaba el único remanso de paz al que creía podía acceder. Ahí, donde otros albergaban horridos pensamientos, ahí, donde otros creían reinaba la muerte, él podía hallar solaz y consuelo, instantes de paz y serenidad para su atribulada existencia.

En aquel sitio, sólo ahí, sólo durante las noches, podía ser libre. Libre de llorar, libre de maldecir, de gritar a los cielos su desconsuelo por haberle perdido. Sólo las cuatro paredes de la cripta antigua, donde reposaban los restos del que fuera su amante en espera del momento de ser trasladados al osario, donde él sería uno con los otros, con sus predecesores, le habían escuchado llorar y gemir entre sollozos, maldecir en la vieja lengua a aquel que le había arrebatado la gloria de sus besos, el calor de su cuerpo y la dulzura de sus labios. Recordaba sus besos, recordaba sus caricias y el dolor se volvía vivo, palpable, dolorosamente presente en mitad de la oscura noche iluminada sólo por la melindrosa luna.

—Cuanto desearía que no hubieras muerto, o, al menos, que ambos compartiéramos ese destino… —susurró al tiempo que descorchaba la botella. Sus dedos repasaron la fría textura del sarcófago de mármol en el que se hallaban los restos del hombre que le había jurado amarlo aún más allá de la muerte. Mas la muerte no sabe de amores, poco le importan juramentos, y se lo había llevado, estaba sólo, perdido como el niño sin su madre, como el que no tiene hogar. Deseo por un instante alzar la tapa y besar sus labios, una última vez, darle esa despedida de la que las formalidades le habían privado. En su mente resonaba aún la cadencia de sus risas, el fuerte acento con el que su amante le hablaba aquellas festivas noches en que se servía un banquete de sus besos. En su piel, aún vibraban los ágiles dedos que le recorrían palmo a palmo conduciéndole al jardín de las delicias que sólo los amantes prueban. En su corazón aún anidaba el amor, ese amor callado que se tornaba en grito agónico ahora que se veía privado de la presencia del objeto de sus afectos.

Lo que fuera un secreto se había vuelto público con su proceder. No le interesaba ocultar más el hecho de que había roto los votos que le ataban a la orden. Nada le importaba ya. No había nadie a quien complacer con su silencio, no quedaba nadie ya a quien verdaderamente respetar…
No quedaba nadie a quien amar…

— II —
Sé reservado en aquella hora de soledad
que no es abandono, pues
los espíritus de quienes en
vida te acompañaron, lo hacen
ahora a tu derredor, y su deseo
te cubrirá: mantente sereno.

¡No quedaba nada!

¡Porque todos estaban muertos! sus amigos, sus compañeros, su amante… no quedaba nada, no quedaba nadie. Todos estaban en esa cripta, sumergidos en el sueño eterno, del que no despertarían jamás. Estaba sólo. Sin encajar, como el fragmento de vidrio que salta al más recóndito de los lugares cuando una copa se rompe y no puede volver a su sitio al ser hallado.

Salió de la cripta al despuntar el amanecer. Ebrio de dolor, empapado en vino hasta el último rincón de su persona, con el dolor a cuestas, se desparramó bajo la copa de un árbol, sonriendo en sus adentros gracias al maravilloso sueño con que la embriaguez le había obsequiado. Fue así que le hallaron, una vez más, dormitando a causa del vino. Silencioso como un muerto, fue llevado a su templo, su escudero, un muchacho de no más de quince años, le preparó el baño y le condujo mansamente a la tibia tina en la que sumergió su cansado cuerpo. Entendía que el muchacho no podría soportar más tiempo aquello.
—Vete… no necesitaré más de ti por hoy —dijo luego de que el muchacho vertiera el aceite en la tina. En silencio, el chico le dejó a solas, con sus pensamientos, con sus temores, con todos esos hubiera para los que no habría materialización posible.

Se quedó en la tina hasta que sintió su cuerpo entumecerse, salió de ahí chorreando agua por todos lados. Sereno y firme como siempre había deseado ser. Se miró al espejo y en las oscuras manchas que circundaban sus ojos, reconoció el rictus del dolor. Estaba pálido y desmejorado. Aún así, se vistió para dirigirse al sitio de reunión, a donde debía entrenarse con el resto de los sobrevivientes. Llevaba meses sin hablar con nadie, más que lo esencial. No quería dar cuentas a nadie de su proceder ni proporcionar explicaciones que no podía ofrecer porque no poseía.

Por eso los evitaba. Por eso procuraba estar sólo. Pasaba más tiempo entre los muertos que entre los vivos, embebiéndose de aquellos recuerdos, de aquellos anhelos que había compartido con esos hombres que moraban en la cripta ahora.

Comprendía que su proceder había hecho que todos los ojos voltearan hacía él. Había actuado precipitadamente y ahora, no quedaba más que afrontar aquello que él mismo había causado. Virgo, quien actuaba oficiosamente como el nuevo patriarca, había acudido en más de una ocasión a su templo, intentando hacerle hablar de aquello que sentía. No se mostraba furioso, ni siquiera se mostraba agresivo hacía esos jóvenes que habían venido a trastornar su vida. Simplemente prefería el silencio de los muertos a la charla de los vivos. Pero ninguno de los que le rodeaban parecía entenderlo.

Honraría a los otros cumpliendo lo que se esperaba de él, ni más ni menos, sería fiel a la promesa dada a Afrodita y su amor se mantendría en pie, impoluto, como si él se contase aún entre los vivos. Esa era la promesa que se había hecho, aunque sí se presentaba la muerte, no la desdeñaría, al contrario, la abrazaría con tanto ardor como abrazaría a su amante.

Se presentó en el coliseo, silencioso y taciturno, sin mirar a nadie, concentrándose únicamente en ejercitarse, sin atender a nada ni a nadie. Todos le miraban. No le dio importancia y siguió adelante. Al poco, abandonó aquel lugar para internarse entre las ruinas, huyendo de las miradas del resto.
—Te dije que no se encontraba bien… — dijo Shaka sin abandonar su postura.
—Debemos darle tiempo —musitó Aiolia al notar, una vez más, que su viejo amigo rehuía todo intento suyo por acercarse.
—Le hemos dado demasiado tiempo y comienzo a preocuparme —argumentó el hindú. Pronto Aries y Tauro se unieron a la conversación.
—Aiolia, creo que Shaka tiene razón, es momento de intervenir —dijo Mu.
— ¿Cómo pretendes intervenir? ¡…l se niega sistemáticamente a siquiera tocar el asunto! — dijo Aiolia.
—Tú no entiendes, Aiolia, esto va más allá de una simple depresión —dijo Mu en un murmullo.
— ¿De qué hablas? —preguntó el león un tanto irritado por la manera en que sus compañeros le hablaban.
—Creí que… creí que esto era un simple rumor, algo que tenía una explicación, pero no es así —dijo Shaka poniéndose de pie —. Me temo que tenías razón desde el principio, Mu —añadió —. Aiolia, Aldebarán, les suplico acudan a mi templo, allá podremos hablar de esto con más calma.

Los cuatro hombres se trasladaron al templo de la virgen, Shaka les hizo entrar a sus estancias privadas y tras cerrar cuidadosamente las puertas y ventanas, procedió a encender una serie de velas en una especie de ritual que ni Aiolia ni Aldebarán alcanzaron a comprender.
—Ahora no podrán escucharnos… —susurró el hindú mucho más relajado.
—No entiendo de que se trata esto, pero si de verdad quieren ayudar a Milo, quiero saber qué es lo que planean —dijo Aiolia con impaciencia.
—Aiolia, esto va más allá de lo que puedas imaginarte… —susurró Mu.
—Desde hace un par de meses que comenzaron a escucharse rumores acerca de alguien que profanaba las tumbas en el cementerio… no le dimos importancia porque creímos que simplemente se trataba de algún aprendiz pretendiendo asustar al resto —dijo Shaka con el rostro bajo.
—Hasta que nos dimos cuenta de la magnitud de aquello…
—Pronto el intruso se volvió más osado y se dejaba ver, hasta ahora, todos los que lo han visto dan una descripción exacta de Afrodita… —dijo Shaka.
— ¡Eso es imposible, Afrodita esta muerto! Nosotros mismos lo sepultamos en la cripta, me parece que es una broma de muy mal gusto el que alguien se atreva esparcir un rumor como ese. Ahora comprendo la actitud de Milo… —dijo Aiolia verdaderamente molesto.
—Milo ignora todo esto —dijo Mu —. Nos hemos ocupado de que no se entere de nada, que nadie se lo diga.
—Al principio creímos que el profanador podía ser él mismo, es decir, todos sabemos lo trastornado que esta a causa de la muerte de Afrodita —dijo el hindú francamente nervioso.
—Pero cuando comenzaron los rumores acerca de un hombre rubio, sumamente hermoso… no nos quedaron dudas, era él. Afrodita, que ha salido de la tumba.
—Escuchen, normalmente tiendo a creer en lo que ustedes dicen, pero esto… ¡esto es verdaderamente increíble! —dijo Aldebarán con gesto de disgusto —. ¿Cómo es posible que Afrodita ronde por ahí si esta muerto? Aun si fuera un fantasma, ¿cómo podría profanar tumbas?
—Aún no terminamos, Aldebarán —se apresuró a decir Mu —. Lo que ese hombre o lo que sea hace, no se limita a profanar las tumbas, él…
—Devora los cadáveres… —completó Shaka —. Aiolia, tú debes saber a que nos referimos. Conoces las leyendas. Tú sabes a lo que ellos acuden cuando no disponen de su alimento primordial.
—Eso es imposible… —musitó el león sin creerse nada de aquello.
—No, no es imposible, todo concuerda, aún Milo… —susurró Shaka —. Todos aquí lo hemos notado, cada día está más débil y demacrado, cada día es peor, y esa horrenda costumbre suya de pasarse las noches en la cripta, no hacen sino reforzar lo que pensamos. Si no actuamos ahora, Milo va a terminar muerto, ¿es eso lo que quieren? —dijo el hindú con decisión.
—Entiendo, pero… supongo que no me queda más que seguirte, ¿qué es lo que planeas hacer? —dijo Aiolia. Estaba preocupado, pero más que eso, horrorizado por considerar siquiera aquello de lo que su amigo podía ser víctima.

— III —

La noche, aunque clara, oscurecerá
y las estrellas hacia abajo no mirarán
desde sus tronos en lo alto de la gloria
con luz dada al hombre como esperanza;
mas sus órbitas rojizas, sin fulgor alguno,
te parecerán sólo desgano
como un ardor y una fiebre
que se aferraran a ti por siempre.

Aguardaron a que la noche cayera y en cuanto vieron a Milo, le siguieron a través de las ruinas hasta el solitario cementerio. Le vieron abrir la reja, en silencio, sin moverse siquiera un milímetro, lo observaron entrar, le escucharon llorar hasta caer rendido por el alcohol y el cansancio.

Un grito estuvo a punto de abandonar sus labios cuando vieron a aquel que emergió de la cripta. No era Milo. Por supuesto que no era Milo. No era Milo, sino Afrodita.

Era Afrodita, hermoso y espléndido como el día de su muerte, como si en vez de levantarse de la tumba, se levantara de su lecho en mitad de la madrugada para recibir en sus manos el rocío, pese a que habían transcurrido ya seis meses desde su fallecimiento. Andaba y se movía como toda criatura viviente, mas no era ya una de ellas. Todos los presentes le habían visto muerto, descender a la tumba envuelto en el níveo sudario.

Y sin embargo, ahora le veían andar, entre las grisáceas tumbas, flotar entre la niebla como un pérfido ángel. El hermoso rubio se deslizaba frente a sus ojos, avanzando entre las derruidas lápidas, en busca del viejo camino que le conduciría hasta el pueblo. Todos podían verlo…

Las dudas se disiparon en quien aún las guardaba, dando paso a una especie de temor irracional, un temor que sólo inspira la certeza de enfrentar algo que va más allá de lo terreno. Le escucharon reír, le siguieron y lo vieron parar en el cementerio del poblado, olfateando en el aire como lo haría un animal, buscando su alimento. Ellos estaban lejos pero no tanto como para no verle arrodillarse junto a una tumba fresca, recién cubierta por los dolientes.

Los pálidos dedos de quien en vida fuese llamado el más hermoso de los santos de Atenea, se clavaron en la húmeda tierra, escarbando como lo haría un animal hasta llegar al féretro que destrozó sin problemas. Nadie se atrevió a acercarse más, horrorizados por los guturales sonidos que rompían la quietud de la noche. Le vieron surgir de la fosa, con el rostro manchado de sangre y una feroz sonrisa en los labios. Estaba satisfecho.

Aquello estaba más allá de cualquier duda. …l era lo que en las tierras de Grecia se conocía como un vrykolakas. Un vampiro, un ser que está suspendido entre la vida y la muerte. Alguien que bebe de los vivos el néctar de la vida para prorrogar su estancia en esta tierra.

Lo vieron volver sobre sus pasos, sereno y firme, como había sido en vida, hermoso como la luna que le iluminaba el camino, sin ocuparse de ellos, sabiendo, de alguna manera, que él estaba consciente de su presencia. …l sabía que estaban ahí. Lo notaron en su mirada, en su voz al tararear esa misma canción que los escuderos decían Milo solía cantar mientras se duchaba al medio día.

Inmóviles, le dejaron partir, horrorizados al comprobar que sus peores temores se veían confirmados por lo que sus ojos veían. Volvieron a la cripta. Lentamente se acercaron a la derruida puerta y los vieron, Afrodita tomaba en sus brazos a Milo y el griego se dejaba hacer, sumido en una especie de letargo que no le impedía moverse, pero si ser consciente al cien por ciento de sus actos. Los tersos labios de Afrodita se deleitaron con la piel tostada de Milo, salobre como el mar, sintiendo en ellos el palpitar de las venas por las que corría la sangre, deliciosa esencia de la vida, que tanto ansiaba probar. Deliberadamente mostró los colmillos, deliberadamente los hundió en ese hombro desnudo que más que herir, deseaba acariciar…

…l no podía detenerse, así que alguien más tendría que hacerlo…

Milo no sobreviviría si las cosas seguían como hasta entonces. Lo amaba, como había prometido, más allá de la muerte, pero no podía permitir que su amante compartiera ese destino. Estaba cierto de que, si se daba el caso, no dudaría ni un poco en hacer de él uno más de la nefasta prole a la que ahora pertenecía. Besó sus labios con delicadeza y esperó, no quedaba más que hacer. Sólo esperar. Ya había dado demasiados indicios y éstos no habían sido atendidos, ¡él deseaba parar, pero le era imposible! Amaba a Milo, pero sus nuevos instintos le constreñían a alimentarse, a buscar tenerlo eternamente a su lado, a cumplir de la única manera que le parecía posible, esa promesa de amarlo por siempre.

Le horrorizaba la idea del infierno, sin embargo, su deseo de proteger a Milo era superior a todos sus temores y le había llevado a actuar como hasta entonces, mostrándose a la primera oportunidad, haciendo cosas que, definitivamente, atraerían la atención de sus compañeros dorados. Lo había conseguido, sabía que estaban ahí, espiando en las cercanías, absteniéndose de aparecer ante él, de hacer algo por detenerle.

El amanecer estaba a punto de llegar. Cubrió a Milo del frío de la madrugada sabiendo que no tardaría en despertar de su letargo, le besó en los labios y volvió a envolverse con su sudario y a esconderse del mundo en el sarcófago de mármol gris que constituía su última morada, guardando celosamente el calor de ese beso. ¡Lo amaba tanto!

— IV —

Son pensamientos los que ahora
no debes desterrar,
son visiones las que nunca debes olvidar;
que indiferentes a tu espíritu, no sean ya
como las gotas de rocío sobre la hierba van.

Con la primera luz del día, Milo fue llevado de regreso a su templo. Esta vez le tomó más tiempo el despertar de su letargo. Se sentía débil, cansado, como si estuviera a punto de enfermar. Durmió hasta el medio día. Despidió al escudero a penas éste llegara. Deseaba estar sólo. Se sentía enfermo. No quiso probar alimento. Tampoco quiso bañarse. Todo lo que quería era quedarse en la cama, yaciendo entre las sábanas que le cobijaron más de una vez mientras abrazaba a Afrodita.

Mientras el dormía, balbuceando palabras de amor al Afrodita de sus recuerdos, acariciando las sábanas a falta de la tibia piel de su amante, sus compañeros de armas, discutían que había de hacerse respecto de lo que habían visto la noche anterior. Una vez más, se reunieron en Virgo, los asistentes contemplaron en silencio los preparativos de Shaka, absortos en sus pensamientos, poco festivos, por cierto.
—Ahora que todos le hemos visto… ¿qué debemos hacer? —dijo Aldebarán interrumpiendo el silencio.
—Lo necesario para detenerlo —dijo Aiolia.
—Sí, supongo que sí… — susurró Shaka con aire cansado. Mu buscó conectar sus ojos con los de Shaka, el hindú le rehuía misteriosamente.
—No voy a dejar que lo mate, eso es claro —dijo Aiolia dándoles la espalda —. Lo que sea que piensen que debemos hacer, es mejor que lo hagamos ahora.
—Tú sabes lo que debemos hacer, Aiolia… —susurró Shaka.
—Siempre he pensado que son sólo leyendas… —respondió el león con duda.
—La mayoría de las leyendas guardan un sustrato de verdad, amigo mío, y en este caso, has podido comprobar que esta leyenda en particular, es cierta. No sabemos qué tan poderoso pueda llegar a ser Afrodita en ese estado, en realidad, poco sabemos de su nueva condición y de los peligros que representa, no sólo para nosotros, también para la gente de las cercanías —intervino Mu.
—…l era un santo de oro… —musitó Aldebarán mientras repasaba en su mente lo que había visto y oído la noche anterior.
—Sí, un santo de oro, alguien que puede aplastar lo que sea con un solo golpe. ¿Se imaginan lo que pasará si le permitimos adquirir más fuerza? —preguntó Aries, estaba notablemente ansioso por actuar.
—Yo lo haré —ofreció Aiolia.
—No —sentenció de inmediato Shaka —. Necesitamos mantener a Milo alejado de nosotros cuando lo hagamos, creo que en el único de los presentes en que confía un poco aún, eres tú, Aiolia, tú tendrás que encargarte de que no interfiera de ningún modo. Por lo que he visto, él ignora completamente la situación, pienso que es preferible que siga como hasta ahora. Pienso que es mejor que siga ignorándolo. Es lo mejor para él. Está devastado con su muerte, no quiero agregarle a ello esta desgracia.
—Estoy de acuerdo en que no debe enterarse, porque sé que él no lo verá como una desgracia, ¡su deseo se hará realidad! Afrodita vive, de alguna manera, está vivo y eso significaría para Milo una esperanza vana que no dejará escapar —dijo Aiolia con aire desesperado —. Sé lo que digo… si alguien me dijera que Death Mask sigue vivo, aunque sea de esa manera, me pondría feliz… no espero que lo entiendan, ninguno de ustedes, pero sé lo mucho que Afrodita significaba para mi amigo y sé cuanto lo amaba.
—Comprendo… —susurró Shaka apoyando sus manos en los hombros de Aiolia.

Lo harían en cuanto fueran capaces de hallar los implementos necesarios para terminar con la existencia de Afrodita. Un sentimiento amargo les invadía al pensar lo que debían hacer. Aiolia y Shaka habían acordado que el primero permanecería con Milo a partir de ese momento, aún si el escorpión se resistía, aún si rechazaba su apoyo, Aiolia debía mantenerse a su lado y no dejarle ni un solo momento. Nadie sabía lo que pasaría si Milo seguía acudiendo a esas macabras citas en la cripta.

Aiolia se presentó en el templo del Escorpión Celeste con gesto serio, halló a Milo en la cama, dormitando, sin poder definir si se debía a la debilidad de su cuerpo o a todo lo que había bebido aquella noche.
—¿Qué haces aquí? —dijo el rubio al notar su presencia.
—Vine de visita. Hace mucho que no hablamos.
—Será porque ninguno de los dos tiene mucho que decir…—farfulló el escorpión mientras se incorporaba para alcanzar un cigarrillo —. Aiolia, no quiero hablar, no pretendo hacerlo. Tú mejor que nadie debe entender lo que siento.
—Sí, te entiendo, sin embargo, entiendo también que lo que estás haciendo no te beneficia en nada. ¿Crees que él sería feliz de ver cómo te estás dejando morir? Yo no. Creo que él desearía que vivieras, que vieras que hay más que estas paredes o las de la cripta.
— ¿Me has seguido?
—Todo el mundo sabe ahora lo que haces por las noches, mi querido amigo. Todos. No sólo yo. Creo que debes reponerte de esto… eso es lo que creo —Milo se sintió expuesto, estupefacto ante la comprensión que había hallado en las palabras de Aiolia. Se dejó abrazar, se dejó consolar por aquella pérdida que llevaba meses sufriendo a solas —. Sé que lo amabas… como yo amé a Gianni… no tienes que decirlo, todos tus actos lo dicen. Estás muriendo sin él… igual que yo… —susurró el león con la voz quebrada, sintiendo que era casi imposible contener sus propias lágrimas.
—Yo… lo amaba, más que a nada, mi vida no tiene sentido sin él… mi vida se quedó en sus labios, en sus besos, mi vida se quedó en sus manos frías y muertas, y yo no quiero recuperarla. Prefiero morir a vivir en un mundo en el que él ya no está.
—Milo…
—Sé lo que dirás, que no es digno de un santo de Atenea albergar semejantes pensamientos, ¡lo sé! Pero no me importa… no me importa que los demás me vean como un despojo humano. No me importa nada más que saber que sigue junto a mí… cuando voy a la cripta, no puedo evitar sentir que está a mi lado. ¡Casi puedo olerlo! ¡Casi puedo tocarlo! Le veo, le siento junto a mí…
—Sabes que eso no es real, Milo, sólo es producto de tu mente —dijo Aiolia abrazándole con fuerza.
—Ya no sé donde termina la realidad y comienzan mis fantasías, Aiolia, no lo sé y no quiero saberlo, porque soy feliz con eso, con lo poco que me queda de él. No me resigno a que se haya ido, como sé que no te resignas tú a que Gianni te haya abandonado.
—Milo…
—Sí hubiera una manera de estar con él, ¿no la aceptarías, por extraña que fuera? —dijo el rubio mirándole con ojos cargados de desesperación.
—Sabes que sí… pero creo que entiendes que lo que haces, está muy lejos de ser sano. Si continuas de esta manera, vas a morir también.
— ¡Es precisamente eso lo que quiero! —gruñó Milo con desesperación.
—No puedes hablar en serio…
—Es la única manera de estar con él…
—Cuando llegue el momento, será así, no antes, ¿entiendes? —susurró Aiolia sintiéndose identificado con las emociones que Milo expresaba —. Tienes un deber que cumplir, Milo, un deber que nadie más podría cumplir. …l murió cumpliendo su deber, ¿crees que apreciaría el hecho de que tú te dejaste morir? Milo, es necesario que te liberes del dolor. No podrás dejar de amarlo, no vas a olvidarlo, eso lo sé, los dos lo sabemos, pero, comprende, no puedes, no debes seguir así…
—No sé si soy capaz de ello…
—Ámalo en tu corazón, ámalo con cada uno de tus actos, con cada fibra de tu cuerpo, como yo lo hago con Gianni, no lo olvides, porque el día en que dejes de pensar en él, morirá de verdad, no antes.

— V —

La brisa —el aliento divino—esta serena;
y la niebla sobre la colina
sombría, sombría pero intacta,
es un símbolo y un síntoma,
cómo se suspende entre los árboles
¡ese es un misterio de misterios!

Era medio día, mientras en Escorpión, Aiolia y Milo compartían memorias acerca de los seres queridos que habían muerto, Shaka y Aldebarán descendían hasta la cripta donde Afrodita moraba. Provistos de una estaca hecha con las ramas de un rosal silvestre, acudieron al sepulcro. Shaka portaba en una mano su rosario y en la otra la estaca. Aldebarán le seguía con reticencia, negándose aún a creer que Afrodita era un vampiro.

Con sumo cuidado removieron la tapa del sarcófago y contemplaron asombrados el rosado rostro del antiguo santo de Piscis. Un sutil aroma a rosas lo invadió todo. Afrodita parecía dormir más que estar muerto. Aldebarán estaba a punto de decir que aquello no era más que un caso de momificación o algo semejante, cuando lo escucharon suspirar…
—¡Por todos los dioses! — gritó Aldebarán retrocediendo instintivamente ante aquello.
—Tardaron mucho… —susurró Afrodita con la dulce voz de siempre —. Hace mucho tiempo que los espero, y es hasta ahora que vienen… —musitó abriendo los ojos, Shaka permanecía inmóvil ante Afrodita que yacía como si recién despertara de una siesta.
—Sabes lo que haremos, ¿no es cierto? —dijo Shaka, sosteniendo como un escudo su rosario.
—Lo sé, y sé por qué lo haces. Me preguntaba cuando era que vendrías… no necesitas el rosario, no puedes purificarme con él, lo sabes, Sh… —miró el rostro sorprendido de Shaka —. No diré tu nombre, sé que no debo… haz lo que viniste a hacer y no tengas reparos, no pienso resistirme…
— ¿Cómo es que…? — se atrevió a preguntar Aldebarán.
— ¿Cómo es que terminé así? Lo cierto es que no lo sé. Sólo sé que desperté aquí, con una sed insoportable y un hambre terrible… y me temó que mi primer acto de crueldad fue devorar a quien tenía más a mano… lo lamento, creo que tendrán que ocuparse del cadáver de Acuario más tarde… no sé qué pasó, tal vez haya sido mi intenso deseo de volver a ver a Milo lo que me ató a esta existencia, no lo sé, sólo sé que ustedes deben evitar que lo arrastre conmigo porque yo no puedo… es lo justo. Yo… no tengo derecho alguno a mancharle con esto que soy ahora. Díganle que lo amo, que siempre será así, aún en medio del fuego del infierno… ahora, hazlo, no pierdas tiempo… —susurró mientras su mano helada asía la de Shaka. El sueco cerró los ojos, con aire sereno, cruzó los brazos sobre el pecho y esperó el momento de recibir la muerte.

Sintió como Shaka apoyaba sobre su corazón el duro fragmento de madera y pronto llegó el golpe. El dolor fue inmenso, pero en sus labios había una sonrisa, Milo estaba a salvo, de todo, aún de él…

Aquella noche, cuando Milo acudió a la cripta, le sorprendió el hallar a Aiolia en el camino, sosteniendo unas pequeñas velas. Juntos descendieron al sepulcro de esos hombres que aún amaban. A lo lejos, la niebla parecía colgarse de las copas de los escasos árboles, Milo sonrió, sintiendo en esa niebla, la presencia de los seres queridos, de su amado Afrodita.

Afrodita viviría en su corazón, por siempre, sin que Milo supiera todo lo que su amante había sido capaz de hacer por amor a él.

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