Demagógica Deontología
Las gotas de lluvia morían dramáticamente estrellándose en la ventana, silenciando para siempre los secretos de los cuales eran poseedoras, aplastándose contra el cristal y resbalando como las almas condenadas que suplican clemencia; morían lentamente, impregnando la tierra con su desgarrador lamento.
Respiró profundamente, reteniendo en sus pulmones el viciado aroma de la habitación a oscuras, intentando no prestar demasiada atención al susurro del viento, ni al ruido de la tormenta. El encendedor hizo retroceder un poco a los sombras con su luz ambarina, encendió el cigarro y dejó el cuarto nuevamente sin luz. ¿Para qué la quería? No era necesario, no quería posar su mirada sobre los pliegues de la cama. Se relamió los labios, dejando que el humo se le escapara por entre ellos. El calor del cigarro controlaba un poco el frío que tenía, aunque se negaba a ponerse algo más que los vaqueros desabrochados y mal puestos.
…l nunca se había dicho ninguna falacia, nunca se había visto en la necesidad, era de esas personas demasiado francas para poder mentirse; porque la mentira sólo era un vicio para los débiles y cobardes, él no era ninguna de esas dos cosas, así que: no las necesitaba. Le dio otra calada a su pitillo. Ya estaba claro que no mentía, que siempre se decía la verdad, entonces lo que estaba sucediendo… o no estaba sucediendo, era cosa de su imaginación. Sí, todo era una ilusión.
Nunca había probado el sabor de sus labios, recorrido las líneas de su figura, acariciado sus zonas más sensibles, mucho menos penetrado su inmaculada esencia. No sabía de la intensidad de su mirada, de sus juguetonas manos, de su impertinente lengua, ni lo agradable de su presencia. No, él no sabía nada de eso, sería un escándalo si lo supiera.
Lo que sabía era… no sabía exactamente qué debía saber o suponer que sabía o imaginar que sabía. Como todo profesor debía conocer a sus alumnos, así que su nombre y calificaciones sí podía decir que sabía, pero más allá de eso… más allá…
La cama crujió bajo el peso de alguien moviéndose sobre ella, su ojo no podía ver a través de la oscuridad, pero sus instintos le aclaraban los movimientos del joven. Su mirada borgoña captó su atención, siempre era lo mismo, cuando ambos se conectaban se preguntaban llenos de duda y confusión: ¿qué hago aquí?, ¿cómo he llegado a este lugar?, ¿por qué no tengo el valor para irme? Pero por algún extraño motivo parecían terminar olvidando las vacilaciones por completo: no sabían si quería saber la respuesta a ello, no sabían si podrían tolerarla.
Inundó sus pulmones una vez más con nicotina, esta vez jalando casi a tope como para que lo atontara la droga. —Es anti-epicúreo dejarse llevar por el vicio, el placer debe ser moderado, controlado y racional. —La ironía era uno de sus puntos positivos, recalcar que no era el cazador, parecía habérsele convertido en una tarea diaria.
—¿Me rezonga el masoquista? —…l rió, con aquel sonido parco, casi más sarcástico que liberador. Cual gato mimoso se recostó sobre la cama boca abajo, recargando su barbilla en sus dedos entrelazados. Su cabello negro alborotado caía sobre su faz, descuadrando con su común rígido y formal estilo de ser.
—“Racional” es bastante difícil de encuadrar, Sensei. —No lograba descifrar si su manía de llamarle con tanta formalidad era mera ironía o algún mal chiste de su parte.
Racional, ¿qué era lo racional?, ¿los fríos silogismos de Aristóteles?, ¿las impecables ecuaciones?, ¿la experimentada verdad científica? —No le des muchas vueltas, los bastardos vampiros como tú no entienden nada de eso.
—Mmm, dígame “profesor de ética” —La cadencia del sarcasmo impregnaba cada sílaba—, ¿qué corriente deontología practica usted?
El vampiro nunca había sido muy bueno para la ética, siempre terminaba hecho un lio con los términos. —Algo me dice que reprobarás el examen. —Sin embargo, había podido dar justo en el blanco—. ¿Y tú, Kuran? ¿Cuál es tu ética profesional? —Salirse por la tangente era lo mejor.
—Soy un simple estudiante, Sensei.
Simple no era un adjetivo para el príncipe de la sociedad nocturna, menos aún cuando se trataba de alguien con una mente tan caótica como la suya. Torció una sonrisa en medio de aquella oscuridad antes de expulsar el humo por entre sus labios. Se levantó de la silla para volver a la cama en donde el joven le esperaba expectante; sus ojos granate brillaban en la penumbra ¿qué había allí? A veces era mejor no preguntar para no saber la respuesta, pero la duda flotaba eternamente en su mente.
—¿Cree usted que puedo ser un estoico? —Aguanta, respira y vuelva a aguantar. Las cuestiones personales nunca eran tema de conversación entre ambos, los dos conocían muy bien las molestias que eso causaba. Yuuki, Zero, Kaien, escuela, profesor, alumno, vampiro, sangrepura, cazador, demasiados problemas para no perder la fe en ambos.
—Da igual, no lo practicarás.
Sus ojos llenos de confusión le obligaron a desviar la mirada. —¿Acaso no es trabajo de usted enseñarme ética?
La risa era la única respuesta lógica a semejante atrevimiento. Las relaciones homosexuales eran un tabú en la sociedad de ambos, amoríos entre cazadores y vampiros estaban más allá de lo inimaginable, siempre era un escándalo que el profesor se enrollara con el alumno. Así podría seguir la lista de todas las normas morales y sociales que estaban rompiendo, pero él, ahí, en medio de todo ese lío de irracionalidades, tan inocente como pícaro, le pedía comprender la ética.
Yagari se levantó de la silla, caminando hasta la cama, bajo la atenta mirada de su pupilo. Se sentó cerca de la cabecera ¿cómo habían terminado de esa forma?, ¿qué locura los había llevado a romper las barreras? Generalmente eludían el contarse verdades en los ojos, pero era inevitable el preguntarse de tanto en tanto ¿por qué estás aquí?, ¿por qué volvemos aquí? Al cazador le gustaba imaginar que Kaname estaba ahí sólo porque era un chiquillo perdido en medio de toda esa marea de politiquería a su alrededor, que estaba confundido sobre a donde seguir, que se no se hallaba en todo ese mundo y en medio de toda esa incógnita ambos habían colisionado, únicamente para curar por un rato las penas.
A Yagari le gustaba rondar cerca de tipos raros como Cross, sentir un “no-sé-qué” por gente pionera como los Kiryuu: Zero e Ichiru le habían cultivado el amor por los niños lanzados al vacío de la incertidumbre y el odio. Una mezcla de eso resultaba ser Kuran, un niño solitario, perdido en la inmensidad de la crueldad de un mundo deletéreo.
El cigarro casi se terminaba, así que jaló profundamente. El sangrepura se incorporaba para quedar enfrente de él; vacilante, se acercó. Toga sacó el humo de sus pulmones con parsimonia, los ojos de su compañero se vieron obstruidos por una cortina grisácea. —¿En serio te importa la ética? —Retorica, ironía o mera tautología, Kaname rió—. Tendrás que tomar clases extra. —Aventó la colilla por alguna parte del cuarto.
Los dos rieron de la situación. Yagari tomó al sangrepura de la nuca con fuerza, besándole de esa forma salvaje, desenfrenada, desesperada y violenta tan propia de él; porque podía estarse liando con un tío, pero él seguía siendo un macho, de esos que tienen modales toscos aunque no descorteces, ven deportes, les gusta la carne roja, amante de las armas, los caballos, la bebida y el buen tabaco.
El tacto de sus dedos sobre su torso encendía su pasión, eran suaves, elegantes, tocándole delicadamente como su paciencia infinita era capaz lograr. El cazador era efusión, era fuerza, era rudeza, era volver a los viejos tiempos en los que se sometía al enemigo doblegando su espíritu, aunque en este caso Kuran gustaba de entregarse sin demasiada oposición. El juego continuó, con él mordiendo diferentes partes del cuerpo del vampiro, quien poseía una piel exacerbadamente sensitiva, respondiendo positivamente a todos los estímulos.
Era en momentos como aquel que se olvidaba de todo, de las reglas, de los límites, de las diferencias, incluso de sus principios. Se dejaba arrastra por las manos finas y delgadas del sangrepura que le acariciaban con ternura, como si lo amara. A veces se aferraban a su espalda, intentando sostenerse desesperadamente a este inestable mundo, sin tener idea de si dejarse arrastrar por la locura o mejor hundirse en la racionalidad; otras tantas, clavaba su sostén en las sábanas de la cama, medio intentando no borrar de su memoria esos placenteros momentos, medio intentando dejarlos volar porque no encontraba el valor de enfrentar la realidad. Escondiéndose en él, escudándose en él, entregándose a él por completo, sin reservas, sin frenos.
¿Qué importaba si hacían lo correcto?, ¿qué importaba si era adecuado? Al diablo con la maldita moralidad de esta sociedad. Sus labios le acicalaban las heridas, sus ojos reflejaban el ahogo de un espíritu atrapado, su corazón palpitaba con honestidad cuando estaba a su lado. No necesitaba ser el perfecto cazador número uno y el vampiro no se hacía con él el aristócrata venerado.
El sangrepura no se quejaba de sus terribles vicios, le importaba poco que sus besos tuvieran el sabor del tabaco o del ron, no le incomodaban sus hoscas vestimentas, ni su desalineada forma de ser. Inclusive hacía caso omiso del polvo que solía traer cuando volvía de trabajar, ni siquiera se inmutaba al descubrir que uno de su raza venía sobre de él convertido en ceniza.
La sábana que cubría las caderas de Kuran se resbaló de su lugar. La belleza de su raza hacía gala sobre de él, desvelando los misterios de la genética vampírica en cada recoveco. Era dueño de una magnifica figura siniestra, oscura, peligrosa, aciaga… pero poderosamente seductora. Desde sus negros cabellos hasta las masculinas líneas que le conformaban existía una invitación a caer en la tentación. Nunca antes se le había cruzado por la cabeza la idea de belleza en un hombre, hasta que por azares del destino los dos comenzaron a caer en esa espiral de sentimientos encontrados e incitación. La lengua de Kaname producía escalofríos sobre su torso, elevando la temperatura de su cuerpo. Yagari estrujó las mantas debajo de él al sentir las suaves caricias húmedas del sangrepura sobre su hombría, mientras deslizaba los vaqueros por sus caderas. La boca del joven se sentía tan bien, aunque aún le daba un poco de pánico al sentir los colmillos rozando sus zonas sensibles; pero constituían una mezcla de peligro y placer. El sonido baboso y acuoso que producía el chupeteo, llenó la habitación, junto con sus gemidos atorados en la garganta. Cuando los dedos del vampiro le exploraban sitios que ni él sabía que tenía en la entrepierna, era casi inevitable sentirse explotar de goce.
Lo hacía bien, respiró profundamente; en realidad muy bien. Enredó una de sus manos en los sedosos cabellos del vampiro. ¿Quién podría decir que eso dañaba a los dos?, ¿por qué alguien podría protestar sobre dañar a la sociedad?, ¿en dónde estaba el error al poder disfrutar de eso con alguien de su mismo sexo?, ¿qué estaba mal de ser de diferente especie?, ¿quién era el monstruo?
Toga detuvo a Kuran, quien lo miró desconcertado. …ste se irguió y el cazador lo rodeó con sus brazos, acariciando, mordiendo, remoldeando las formas del joven a su antojo, mientras la empuñadura del chico se endurecía cada vez más. Nunca le había preguntado que veía en él, por qué le había escogido como su amante, ¿acaso no le importaba la edad?, ¿las cicatrices sobre su cuerpo? ¿O la aspereza de su piel por los lugares inhóspitos en los cuales había estado? ¿Qué importaba?, ¿qué importaba?, ¿qué importaba?, ¿qué importaba si en ese momento estaba quemando todos sus valores morales? ¡Que se jodan!, ¡que se joda la puta sociedad en la que vivían! La maldita doble moral que permitía al cabrón del presidente hacer lo que le viniera en gana, la maldita doble moralidad que había condenado a Kuran al abismo desde crío y a Zero al filo de la navaja por la loca de Shizuka.
Se reacomodó en borde de la cama e hizo que el sangrepura le diera la espalda, el chico no protestó. Con los ojos cerrados y el sudor perlando su rostro se limitó a dejarse empalar por su mentor, enredando sus manos en los cabellos negros del cazador. Le gusta ver el rostro febril del vampiro, con un gesto mezcla del placer, mezcla de la alucinación, sus labios entre abiertos tratando de respirar un aire que se le escapaba por lo incontrolable de la situación; toda su esencia rendida ante la voluntad de Toga y cuando las manos del profesor también se encargaban de la dureza masculina de Kuran, este se deshacía por completo entre sus brazos.
¿Y qué más daba lo que pensara el mundo mientras los dos llegaran al éxtasis?, ¿qué importaba si se atrevían a juzgarlos? Los dos estaban perdidos en la corrupción de sus propios mundos, los dos había perdido el rumbo al ver tanta malicia a su alrededor, los dos se encontraban dominados por la versión masculina de la Gran Babilonia , los dos sólo buscaban un poco de paz para sus seres queridos y los dos a veces se dejaban vencer por el peso de las confabulaciones.
—Pronto amanecerá —murmuró el muchacho mientras volvía a ponerse sus pulcro uniforme blanco—, tengo que ir a ver a mis compañeros, no vayan a ponerse inquietos. Otro día volveré, Sensei. —Toga no tenía que despegar su vista de la ventana para saber que su acompañante miraba la puerta.
—Controla bien a tus bestias, Kuran. —Yagari encendió otro cigarro, mientras el sonido de los botones siendo colocados en su ojal correspondiente resonaba en la habitación. Dormiría un poco antes de levantarse para ir a discutir con Cross algunas cuestiones sobre la Asociación y la posición en la que se encontraba Zero, revisaría la nueva lista de vampiros que debía llegar ese día antes de clases, quizás pidiera un día o dos para salir de caza, prepararía sus clases como mejor pudiera, tal vez incluso diera alguna que otra sorpresa… como un examen.
—Sensei, creo que usted puede decir que es un epicúreo y yo puedo decir ser un estoico. —Toga frunció el ceño—. A nadie le importaría si lo cumple o no, pero se lo creerían. Con permiso, Sensei.
La puerta se cerró tras el sangrepura.
¿“A nadie le importaría” eh…? el cazador torció una sonrisa ¿Qué sucedería si hablara de su relación fuera de las paredes del cuarto? ¿Cuántos podrían el grito en el cielo por semejante cosa? No quería ni imaginarse el revuelo que eso causaría. ¿Cuántas veces más se cuestionaría su propia ética?, ¿cuántas veces sería aplastado por su propia moral?, ¿cuántas veces descubriría el haberse traicionado a sí mismo?, ¿dónde estaría el horizonte de ambos?
¡Bah! Si la sociedad podía tener una doble moralidad, ellos podían hacer uso de la demagogia para su ética laboral ¿no? Es más ¿por qué se quebraba la cabeza pensando en eso? Si nada entre ellos estaba pasando.