Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Vampire Nights por KakaIru

[Reviews - 15]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Uish!!! Hace años (realmente, A—OS!) que no escribo de las Crónicas de Mrs. Rice (a quien adoro con devocion! *O*), así que puede que el escrito esté un poquito malito (la práctica hace al maestro, no? xD). Y pues, Lestat y Louis siempre han sido de mis niños favoritos, asi que, ¿por que no? ;D

Notas del capitulo:

Ok, no estoy segura se si aún se puedan publicar fics de Anne Rice en la pag, es decir, de sus Cronicas (traté de buscar donde dijera que no, pero pues..... no halle). Así que bueno, se lo dejo a Marfil-san que decida ;D

Por lo pronto, disfruten la lectura! nOn









Hay un momento en el que no puedes escapar de ti, no puedes huir de la verdad no importa qué tanto intentes. Es una de esas noches cuando no puedes evitar preguntarte por qué has llegado a ese punto; qué te ha hecho convertirte en lo que eres, ¿valió la pena haber sacrificado tanto? Esas son las noches en las que puedes perderlo todo, puedes perderte a ti mismo, puedes abrazarte a la locura y a la muerte. Eso sucede, normalmente, con las personas que tienen algo que perder. ¿Yo? No, no, yo ya no puedo perder nada, porque lo he perdido todo. Y aunque en el fondo de mi mente una mínima parte de mí se atreva a negar a esto, mi corazón se siente devastado, como si nada de lo que poseo fuese mío.


Estas, contrario a lo que puedan parecer, no son las palabras de un necio o un iluso, pero mis ojos han visto tanto, mi corazón se ha saturado de tantas emociones, que ya no puedo más. Así de simple, aceptar, gritar al vacío, al cielo, en busca de los oídos de un Dios que me ha vuelto la espalda desde hace mucho tiempo, y murmurar: 'ya no puedo seguir adelante'. Mi alma no puede, si es que aún poseo algo de aquello, he llegado a mi límite, como muchos otros han llegado.


Si muriese hoy, ahora, mientras mis ojos se pierden dentro de las imágenes que conforman mi pasado, no me pesaría en lo más mínimo. Es a causa de la amargura que me consume, pensar que mi vida estuvo siempre llena de vacíos. Hoyos enormes que fueron conformando mi existencia; cuando dejé de ser humano para convertirme en monstruo; cuando existía Claudia y desapareció; cuando pensé que iba a morir y seguí viviendo. Un agujero era cada vivencia, cada lágrima que increíblemente rodaba por mi mejilla, como si su culpabilidad no fuese evidente. Mis errores parecían delatarme, delatar el sentido de mi existencia tan aborrecible.


Por eso fui perdiendo todo, sin darme cuenta. Los sentidos me abandonaron cuando ya no hubo lágrimas que llorar, cuando toda la candidez de mis ojos verdes había sido absorvida por aquellas lagunas azules que se encontraban en una batalla constante, rebelándose a la vida misma, a Dios y a todo en lo que yo fielmente creía. Destrozando sus creencias me destrozó a mí -y no, no te culpo, aunque lo creas-. Luego simplemente comencé a andar, a contemplar con estas cuencas que han encerrado un montón de historias, de imágenes que quiero perder pero que se hallan demasiado arraigadas en mi corazón, junto al dolor de las posesiones -y las personas- a las que tanto amé.


Fue como me convertí en lo que soy, un ser débil porque no soy más que una casaca. Si alguien puede quebrarme -y no dudo que seas tú-, vería que no hay nada adentro. Luego de la piel y la sangre, soy vacío. En ese sentido, si se piensa atentamente, soy perfecto.


Soy perfecto porque la nada no tiene imperfecciones, no tiene fallas. Pero he llegado a este punto en el que seguir adelante, con todos los años que pesan sobre mí, se ha vuelto simplemente imposible. Pero incluso el vacío es cobarde, teme desaparecer. Por eso ruego que alguien, quien sea, ponga fin a mi tormento. Sé que es un pensamiento egoísta y desconsiderado, pero acudir a ti es lo único que puedo hacer. Por eso he vuelto, solamente, porque todo lo que he pasado es tu responsabilidad.


Sólo tú eres culpable porque me diste a elegir cuando no había elección. Porque me internaste en un mundo de sombras del cual yo sólo quería escapar. Porque te aferraste a mí cuando te sentías en el límite, y cuando volviste a ser altivo y victorioso, me echaste a un lado sin importarte nada. Fuiste tú quien empeñó mi alma y la perdiste, porque peleabas una guerra que no podías ganar pero que te era excitante, porque adorabas estar al borde del abismo. Lo que nunca lograste entender es que yo no podía vivir igual que tú lo hacías, porque eras demasiado fuerte, no necesitabas de nadie, ni siquiera de mí.


Esa es la única razón por la que ahora estoy aquí, mis pasos cuidadosos que ya ni siquiera se sienten sobre el suelo de madera, porque no soy humano y hace mucho que dejé de serlo. La verdad es que no sé dónde me encuentro. Nunca antes he venido aquí, y he de reconocer que todo el lugar me desconcierta. Es algo más que las paredes revestidas de blanco que se caen a pedazos. Mucho más que los muebles corroídos por el tiempo, las polillas y la soledad, como un alma vieja a la cual sólo aguarda el desespero. Es algo que se esconde tras los estantes de madera abarrotados de libros que parecen hechos de seda, cuyas páginas amarillentas abrazan el polvo como si fueran un gran misterio. Tiene algo que me sobrecoge, el modo en que la luz de la luna se refleja en los marcos de plata de los cuadros, y en los candelabros que admiro en silencio, recorriendo sus formas con la yema de mis dedos, maravillándome y encantándome porque las texturas nunca han sido más ricas que ahora.


No, no puedo negar que estar aquí me sobrecoge por completo. Porque tal vez no puedo sentir tu aroma, pero tu presencia invade mis sentidos, conquistando hasta la última partícula de mí. Es por eso que cuando el viento sopla, removiendo mis negros cabellos, todo lo que compartimos -lo bueno, lo malo y lo peor- vuelve a mi cabeza como si buscara torturarme una última vez.


Me abrazo a mí mismo, pero no es el frío lo que me aqueja. Es esta arrolladora soledad que ha convencido a mi cuerpo de que no queda nada para mí allá afuera. Me llevo una mano al rostro, conmovido. Es increíble que aún pueda sentir lástima de mí mismo luego de tantos y tan largos años.


Entonces me detengo, y mi corazón se detiene también. Es como cuando tienes un presentimiento, y cada vello de mi piel se eriza y mi alma se contrae, dolorosa y expectante. Conozco esta sensación. Mi espíritu llora ante lo que vendrá.


-Louis, Louis, Louis, mi hermoso Louis, siempre tan dramático.


Es la grave voz la que me estremece. Es verlo aparecer con su porte tan galante, con sus cabellos tan rubios que es como si el mismísimo sol hubiese entrado a la casa. Se acerca a mí con paso seguro, sus botas haciendo un ruido espantoso al caminar, como si se burlaran de todos a su alrededor fingiendo ser más humano que cualquiera. Puedo ver su rostro blanco, los pómulos altos y la nariz respingada, sus mejillas sonrojadas y puedo adivinar que se ha alimentado antes de venir. Por breves instantes me pregunto, ¿habrá venido porque sabe que estoy aquí o simplemente ha pasado de casualidad?


Por respuesta una sonrisa, y se contonea al caminar, incitante y seductor. No por nada le llaman el Príncipe Travieso, porque todos nos sentimos irremediablemente atraídos, como polillas a la luz. Nos acercamos, ignorantes de nuestra perdición, inmolándonos a su merced. Es lo que me sucedió a mí, lo que me ha arrojado hasta este punto.


-Tus ansias de verme se han vuelto acosadoras- dice mientras sonríe, la hilera de perfectos dientes blancos brillando como perlas, los dos caninos escondidos, como fieras.


-Eres difícil de rastrear- murmuro en voz lo suficientemente baja, porque ante él no tengo ánimos ni fuerzas. Sus manos enguantadas podrían demolerme si quisieran, y me siento como un niño ante su padre, ante su maestro, a pesar de que en otro tiempo fue mi amante.


-No has cambiado nada, Louis- la sorna en su tono es inevitable, es previsible e incluso esperaba algo peor. Siempre ha sabido como burlarse de mí, de mis intentos que. aunque fútiles, eran lo único que me motivaba-. Sigues tan cándido como siempre. Ingenuo hasta rayar en lo patético.


Mi expresión, por segundos, lo aturde. No son sus palabras lo que me desconcierta sino la mano que acaricia mi rostro, tocando con delicadeza incierta, como si mi figura no fuese más que un espejismo. Mis ojos se pierden en los suyos, atrapándome. Sus labios se mueven, pero no logro discernir qué es lo que dice. Tiene una extraña forma de saber qué es lo que pienso, qué es lo que siento, como si no hubiesen secretos para él.


-No necesito leer tu mente para adivinar qué es lo que pasa por tu cabeza- tras una última caricia, que se siente como una pluma, desaparece de mi vista.


Puedo sentirlo cerca, susurrándome directamente en el oído, estremeciéndome, y luego está tan lejos que temo haberlo imaginado todo. Pero desde uno de los pasillos su voz resuena. Está llamándome, invitante como el canto de las sirenas para los navegantes, y mi cuerpo se mueve solo, como una marioneta, detrás de él.


Le veo de vez en cuando, como un fantasma. ¿Es necesario todo este teatro? Voltea a verme, sonriente, como si no hiciera falta gritar "¡Por supuesto que es necesario!". Tampoco él ha cambiado. Sigue con ese amor a lo teatral, como si fuese el personaje de una gran representación donde él es dios y es esclavo, donde es héroe y mendigo, donde es amante y amado.


A mi paso se abre la noche como no la he contemplado nunca antes. El jardín es una cuna de crisantemos blancos -sus favoritos; mi interior llora-. Mis pupilas desgastadas le recriminan. ¿Por qué ha tenido que traerme aquí? Me abrazo desconsoladamente, y siento fuertes brazos enroscarse como serpientes alrededor de mi cintura. Podría jurar que es un demonio de muchos brazos, porque su presencia resulta abrumadora. Sus labios se plantan sobre mi nuca, cada exhalación viajando por mi piel, cadenas que me atan a su voluntad, me anclan a mi sitio, inmóvil. Cuando sonríe, sabe que me derrito entre sus brazos, ante su calor que es abrasivo, y me consumo.


Quiero que todo termine esta noche.


-¿A qué has venido?- pregunta, acertado como sólo él puede serlo. Es la forma qué tiene de lamer las palabras que da esa impresión de que pregunta sabiendo de antemano la respuesta. Tiene algo que ver con su acento, o con la seguridad que emana de su tono, pero volteo el rostro a mirarlo, sospechoso, porque creo que debe intuir a qué he venido.


-¿Realmente no lo sabes?- sueno más suspicaz de lo que me siento. Estando tan cerca me confundo, las palabras me cuestan, arañan los últimos vestigios de mi alma rota.


Cierra los ojos, pensativo. Su ceño se frunce una milésima de segundo, y luego simplemente desaparece, como si nunca hubiese estado ahí. Los pliegues de su piel se mueven como agua, como cera. Quiero perder mis dedos en su rostro, quiero tocarlo como la última vez, como la primera.


-Es difícil complacerte- dice finalmente, su voz rompiendo decorosa contra mis oídos-. Tus deseos más oscuros son los que más pena me han traído.


-Lo dices como si hubieras sufrido alguna vez.


Mis palabras salen de mis labios destilando un veneno que sólo él hace que hierva dentro de mí. Es porque ambos hemos padecido tanto, por mi causa y por la suya, que el odio que aviva en mi pecho es indetenible. Junto a él, me consume, me devora, se derrama como lágrimas, me sobrepasa porque es más fuerte que yo. Yo, quien siempre he sido un hombre frágil, quien únicamente lo atrajo por mi belleza, por mis ojos desolados y mi pelo tan negro como la noche; yo, quien nunca he podido soportar ni sobreponerme. …l, en cambio, sabe como controlar el odio, sabe cómo aliarse con él y usarlo a su favor.


-O bien estás loco, o bien eres hipócrita- recita con tono calmo. Me suelta suavemente, y se arrodilla hasta atrapar uno de los crisantemos-. Si mal no recuerdo fueron tú y la muñeca quienes me agujerearon el corazón esa noche, ¿no es así?


Me muerdo los labios para no responder, tan fuerte que casi puedo drenar la sangre. Por supuesto, ¿qué otra cosa podría haber esperado de él?


-Eres cruel, Lestat.


Su nombre brota de mi ser como si estuviese escupiendo una salamandra ardiente. Van tantos años desde la última vez que dije su nombre en voz alta, que incluso me parece que es la primera vez que lo hago.


-Y mira quién lo dice- hace una pequeña pausa, sus ojos achicándose como si se tratara de un felino en presencia de su presa-. ¿A qué has venido, Louis? ¿Qué haces aquí?


Su tono me hace débil.


-Quiero, no, necesito pedirte un favor.


Ante esto, su rostro se ilumina.


-¿Un favor? Soy muy malo haciendo favores, dicen que tiendo a poner un precio demasiado alto por ellos.


-Pero no puedes negarte.


Alza una ceja, escéptico. Su humor cambia tan rápido que no puedo seguirlo. De la sombra oscura que ha arrancado el crisantemo, que lo ha estrujado entre sus largos dedos y lo ha lanzado a sus pies, no queda nada. Ahora es el niño malcriado que me mira, sintiéndose superior y orgulloso.


-Tienes razón- dice tras meditarlo dentro de su cabeza, o al menos tras fingir hacerlo-. Realmente hay pocas cosas que puedo negarte, mi hermoso Louis.


Entonces me desarma. Estoy desesperado.


-¡Lestat, por favor!- me lanzo sobre él, mis manos alrededor de sus brazos, toda la sangre acumulándose en mi rostro, mis ojos cristalinos- ¡Ya no puedo más!


Sin siquiera darme cuenta, hundo el rostro en su pecho, mis puños aferrándose a él con desesperación. Una aguda exclamación brota de mi garganta.


-¡Estoy cansado de ser el vacío! ¡No puedo soportar más ser esta sombra!


Con una fuerza inusitada, me hace a un lado. Lo miro, dolido en lo más hondo.


-¿Y qué es lo que propones?- sus ojos brillan de furia- ¿Quieres que te mate? ¿Es eso?- una sonrisa sardónica se apropia de sus apuestas facciones- Has adquirido un gusto extraño a morir en mis manos.


-Sólo tú puedes hacerlo.


-¡Puedes inmolarte al sol si es lo que deseas!- es como un volcán en erupción, peligroso.


Y como en un murmullo, respondo;


-Eso ya no funciona.


No tengo necesidad de decirlo, porque él puede ver en mi tono aquello que guardo por dentro. Es capaz de contemplar con su mirada decidida mi cuerpo entregándose a los mortales rayos, con su fiera intensidad que parece consumirme pero que nunca es suficiente. Es capaz de entender el dolor de una pérdida que no es segura, de un plan que ha tomado el camino incorrecto y que sólo me ha dejado temblando de frío, de miedo, de dolor. Puede ver eso y mucho más en mi tono.


Es entonces cuando, sin advertencia de ningún tipo, se acerca a mí y me abofetea. Más que el dolor de su mano de piedra es la acción en sí lo que me hiere. Mis ojos lastimados no comprenden la rabia que se desborda de él, que contorsiona su rostro en una mueca que pocas veces he visto antes.


-¿Cómo pudiste?


Imposible que pueda recriminarme ahora. Luego de todos los riesgos que ha tomado él, es irónico que se sienta ofendido con mis intentos. Pero yo, cobarde, desvío el rostro a un costado. No puedo soportar mirarle.


-Es tu culpa.


-¿Qué has dicho?


-¡Es tu culpa! ¡Fuiste tú quien se marchó, quien me abandonó! Me convertiste en lo que soy y luego me echaste a un lado. ¡No podías pretender que estuviera esperándote por siempre con los brazos abiertos!


Mi súbito ataque de euforia lo silencia. Su expresión se ablanda hasta casi parecer humana, cuando su brillo sobrenatural es apenas opacado por los crisantemos. ¿Por qué siempre tiene que herirme? ¿No puede acabarme de una vez? Se acerca con paso vacilante, su rostro tan cerca del mío que, cuando habla, sus labios rozan mi boca.


-¿Fui tan tonto al pensar que me recibirías siempre? Dímelo, no me mientas. ¿Si te pidiera pasar contigo el resto de mi inmortalidad lo aceptarías?


-Si pidieras tal cosa, sabría que estás mintiendo. No puedes atarte a nada ni a nadie, es parte de tu naturaleza.


-Talvez me he cansado de andar errante. Talvez necesito volver a tus brazos, y descansar como antes. Mis ojos se han cansado de ver tanto, y mi alma no tolera tanta pérdida.


No respondo de una vez, desconcertado. Muevo los labios pero las palabras mueren antes de pisar mi boca. Mi corazón late desbocado dentro de mi pecho.


-No podría.


-Inténtalo- pero no puedo, quiero que llegue el final, necesito que llegue-. Di mi nombre.


-No.


-Dilo.


-Lestat...


Sus brazos me apresan como si quisiera quebrar mis huesos. Puedo percibir la euforia que lo invade.


-Una vez más, Louis. Di mi nombre porque nadie puede decirlo como tú lo haces.


-Lestat, Lestat, Lestat...


Realmente no sé quién se aferra a quién. Lo único que entiendo es que estamos imposiblemente juntos y que no me dejará escapar. Siempre me conmueve la forma en que puede controlarme, porque su abrazo de hierro nunca ha dejado de apretar mi cuello. Y aunque tibias lágrimas de sangre empañen mi rostro, sé que no tendrá ningún efecto en él. Por más que mis ojos le pidan algo de clemencia, él será lo que siempre ha sido. Egoísta, y sólo pensará en el y en su deseo de tenerme cerca.


-No puedo dejarte ir- explica mínimamente.


Como aquella primera vez en Nueva Orleans, me pide hacer una elección cuando no tengo opciones.


-No voy a dejarte ir, Louis.


-Lo sé, Lestat. Lo sé.


Y, la verdad sea dicha, talvez no quiero que lo haga. No sé si soy yo quien lo piensa o es él, pero talvez tan sólo quiero que me abrace por siempre, y que llene con sus risas mi vacío.


-Te amo.


No es más que un susurro, pero sonríe.


Eso siempre lo ha sabido.


Mi Malvado Príncipe Travieso...

 

 

 

Notas finales:

Uish! Eso es todo!!! nOn

Al final no sabía si iba a ser un One-shot o un Multi-Chapter, así que lo marqué como "Fic Finalizado". Asi que bueno, cuando regrese de clases ya veré ;D

Gracias x leer, y sus criticas y comentarios son bien recibidos! ;D


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).