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Draco Malfoy y la Casa de Gryffindor por Tim William

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Cuando Harry pronunció la maldición imperdonable que iba a librar al mundo mágico de Voldemort para siempre, desfilaron por su mente los acontecimientos más importantes de toda su vida. Como en una película fue viendo algún momento significativo de cada año: recordó la muerte de sus padres; una piruleta de fresa que le había regalado su tía Petunia a los dos años; el primer juguete que heredó de Dursley a los tres; su primera herida en la rodilla al caerse de un columpio; la primera vez que su tío Vernor le puso la mano encima; su excursión  a la óptica a por sus primeras gafas; la primera vez que, por error, robó una chuchería a los siete años; de su octavo año de vida recordó el primer beso que una chica le había dado en la mejilla; para su noveno cumpleaños empezó la costumbre de dibujarse una tarta en un papel y soplar sus velas de colores; una de las mayores broncas de tío Vernor fue el recuerdo de sus diez años; a los once su primera cena en Hogwarts; cuando acabó con el Basilísco de la Cámara de los Secretos; cuando conoció a su padrino Sirius Black; a los catorce recordó el regreso de Voldemort; de los quince el recuerdo que le vino fue la muerte de Sirius; a los dieciséis la de Dumbledore; y ahora, y de eso estaba completamente seguro, recordaría sus diecisiete años como el año en el que mató a Lord Voldemort.

 

 

Y, efectivamente, Voldemort cayó muerto al suelo medio segundo después del inicio de aquella película. Eso era de esperar. Lo que no era tan de esperar fuese que, con él, se desplomasen la mayor parte de los mortífagos ahí presentes, aunque con el tiempo acabaría resultando fácil de entender. Los Malfoy, los Nott, los Goyle, los Carrow y los Zabini, entre otros, habían sido manipulados por Voldemort hasta el momento de su muerte; manipulados bajo la imperdonable imperius, así que se les perdonó todas sus acciones hechas durante la guerra, y el mundo mágico se dignó a darles una segunda oportunidad.

Harry, Ron y Hermione, de igual forma que muchísimos otros jóvenes de su mismo año, regresaron a Hogwarts para cursar su séptimo año –aún siendo ya mayores de edad. También volvieron Draco Malfoy (que ahora era huérfano), Blaise Zabini, Vincent Crabbe y Gregory Goyle –entre algunos que otros más-, y absolutamente todos estos fueron sometidos de nuevo a la selección del Sombrero Seleccionador, por orden de McGonagall, quien consideró que la maldición Imperio podría haber alterado su cabeza e ideales hasta el punto de conducirles a una casa equivocada.

Cuando Harry bajó del Expresso de Hogwarts junto con Ron y Hermione, no pudo evitar fijar su mirada en ese nuevo Malfoy. No es que todo el odio que sentía por él se hubiese esfumado de la noche a la mañana, pero sabía que le odiaba injustamente, que tal vez el nuevo Malfoy, el Malfoy real, nunca hubiese actuado como lo había hecho le niñato malcriado que él había conocido.

La llegada al castillo y la entrada al Gran Comedor fueron muy tranquilizadoras: todo parecía haber vuelto a la normalidad. Entonces, cuando todos los alumnos estuvieron sentados y en silencio, comenzó la selección de los nuevos niños de primer curso. La mayoría fueron repartidos entre las cuatro casas sin ningún problema, pero hubo un par de casos en los que el sombrero dudó. Luego llegaron las selecciones de los alumnos de séptimo, un hecho demasiado inusual como para que alguien no prestase atención. Uno a uno fueron subiendo y sentándose en el taburete para ser sometidos a la selección, y la gran mayoría acabó de nuevo en slytherin. Pero no fue ese el caso del chico en el que Harry llevaba fijándose todo el rato; no fue ese el caso de Draco Malfoy, ni por asomo.

-Malfoy, Draco –llamó la directora.

Draco asintió, más para sí mismo que para el resto del colegio, y empezó a subir los tres escalones que le separaban del Sombrero Seleccionador.

-Mmmh, otra vez usted, Draco Malfoy –Draco se sobresaltó un poco al oír la voz del Sombrero dentro de su cabeza, pero no dijo nada-. Des de luego veo que ha cambiado usted bastante, y  si no tiene nada que objetar me gustaría enviarle a ¡GRYFFINDOR!

Draco se levantó pausadamente y se fue a sentar en la mesa de Gryffindor. Varias personas de su nueva casa le aplaudían, entre la euforia y la perplejidad, y en las otras casas había más susurros de estupefacción que aplausos. La selección siguió y, por unos minutos, todo el mundo pareció olvidarse de que el último Malfoy acababa de ser seleccionado para la casa de los leones, para Gryffindor.

En cuanto McGonagall acabó el discurso de bienvenida de cada año, Draco empezó a comer con desgana, pensando en todo lo que su tía Andrómeda le había explicado de la guerra: una imperius que, sospechaba, le había sellado para el resto de sus días, nadie se acercaba a él, parecía tener la peste –y encima estaba en gryffindor, aunque de eso tampoco es que fuese a quejarse mucho, le iba bien a su autoestima. Pero no tuvo mucho tiempo más para perderse en sus cavilaciones porque dos chicos idénticos –Draco supuso muy acertadamente que eran hermanos gemelos- se sentaron uno a cada lado de Draco y, a la vez, como si estuviese perfectamente ensayado, le pusieron una mano en el hombro, le sonrieron y se presentaron.

-Ethan Petrelli.

-Damian Petrelli.

Ambos habían hablado casi al unisón, y aunque a Draco le había puesto infinitamente nervioso que le tocaran, se empezó a reír con timidez, ya fuese porque quería empezar con buen pie su último año, porque pensó que no sería buena idea perder la oportunidad de hacer nuevos amigos, o porque recordó lo mucho que le gustaba reírse y la de tiempo que llevaba sin hacerlo.

Mientras cenaban, los gemelos Petrelli le contaron a Draco que ellos eran de madre muggle, y que les parecía una auténtica putada que con la magia se jodieran los aparatos muggle, porque los móviles, los ordenadores, los ascensores, los videojuegos y la televisión eran casi tan flipe como la magia.

-Son la magia muggle, como dice Elise –concluyó Damina.

Elise, supuso Draco, que era la señora Petrelli, pero esa suposición no pudo más que hacer aparecer una larga serie de preguntas en el interior de su inquieta cabeza.

-¿Elise es vuestra madre? –preguntó en tono casual, mientras se llevaba un trozo de pavo a la boca.

Ethan asintió antes de contestar.

-Sí, sí, Elise es mamá, lo que pasa es que nos creemos demasiado originales como para llamarla mamá –Draco levantó una de sus finas cejas, y le observó con cara de perplejidad, con claras evidencias de no haber entendido ese razonamiento-. Yo la llamo Eli –añadió Ethan, como si eso lo aclarase todo.

Damian le dio un codazo a su hermano, y luego ambos se giraron para responder a los gritos de la mesa de Hufflepuff, quienes les llamaban para saber no sé qué cosa sobre las fiestas de Navidad. Cuando acabaron de hablar con los compañeros de la otra casa, y acordaron que todos pasarían en Hogwarts sus navidades, Damian volvió a poner toda su atención en la mesa de Gryffindor, y se encaró a Draco con una sonrisa traviesa.

-Lo que este inútil de Ethan intenta decir –Ethan soltó un débil resoplido por la nariz, pero no dijo nada- es que nos gusta ser originales, y como si llamábamos a Elise mamá estaba claro que le llamábamos los dos de la misma forma…

-Y esa idea nunca nos ha gustado –dijo Ethan, con un trozo de pastel de fresas en la boca.

-…entonces decidimos que yo la llamaría Elise, y éste la llamaría Eli. ¿Entiendes, Draco?

Draco asintió divertido; esa era la última respuesta que se hubiese imaginado recibir, así que ese fue todo el aliciente que necesitó para declararse a sí mismo que, a partir de ese momento, Ethan y Damian pasaban de ser simpáticos a caerle bastante bien –todo un récord, considerando que les conocía des de hacía menos de quince minutos. Entonces otra pregunta de esa larga lista escapó de su boca.

-¿Y a vuestro padre? ¿Cómo le llamáis? –preguntó, curioso.

Ethan y Damian se miraron durante unos segundos y luego Ethan estalló en carcajadas, murmurando algo sobre la antigua y cerrada mente de los magos. Draco, que lo había oído a medias, decidió no hacer ningún comentario sobre esos murmullos ofensivos.

-¿Entonces qué pasa? –preguntó con fastidio, y luego, mirando a Ethan y haciendo una mueca de fastidio, añadió:- ¿De qué te ríes, Petrelli?

-No tenemos padre, Draco. Nunca le hemos conocido.

Draco sintió una punzada de dolor en el pecho, y volteó la cabeza para contemplar a Damian a los ojos, luego asintió, comprensivo.

-Oh, emm, lo siento chicos, yo no sabía… -pero las carcajadas descontroladas de Ethan le hicieron ponerse rojo de la rabia-. ¿Y ahora qué, maldito imbécil?

-Eli es madre soltera, capullo –consiguió articular entre risas-. No es que no conozcamos a “papá”, que no lo conocemos, es que no hay papá –Draco lo miró con cara de completo desconocimiento del tema.

-Cómo que “no hay papá”. A ver, si no hay papá, no hay bebé.

-¿Nunca has oído hablar de la inseminación artificial?

-¿Insolación artificial?

Draco se lo estaba pasando genial, riéndose como nunca, hasta que empezó a sentirse incómodo bajo una insistente mirada. Cuando volteó la cabeza para ver quién le miraba tanto, tardó unos pocos segundos en reconocerle: era Harry Potter. Era él. El chico que había vencido al cabrón desalmado que había matado a sus padres y le había condenado a él, a Draco, a vagar siempre por el camino entre la duda y el falso arrepentimiento. Era un héroe. El chico que había rechazado su mano siete años atrás –estuviese bajo la puta maldición imperio o no, eso todavía era una astillita en su orgullo-, así que Draco se calmó, tomo aire exageradamente, y se dijo que volvería a ofrecerle su mano a Harry Potter. Al fin y al cabo, si no empezaba él mismo por olvidar ciertas cosas del pasado y a asimilar que toda su vida no había sido su vida, ¿quién lo haría por él?

Pero justo cuando Draco iba a disculparse con Ethan y Damian y a levantarse para intentar trazar una nueva concepción de su relación con Potter, McGonagall pasó por detrás suyo, deteniéndose en el trío dorado; hablaron durante un par de minutos, y finalmente tanto Ronald Weasley como Potter, la siguieron fuera del Gran Comedor.

 

La cena pasó sin ningún otro percance, y llegó la hora de irse a los dormitorios –o a la Salas Comunes de cada casa. Ethan y Damian se disculparon con él y se fueron a ver a su hermano pequeño, que acababa de entrar en primero, también en Gryffindor. El chico tenía el cabello tan negro como sus hermanos mayores, pero en todo lo demás no se parecían en nada. Damian le había contado que Paul sí que tenía padre, un mago llamado Anthony Hoocks, y que por eso Paul y ellos no tenían el mismo apellido –ellos tenían el apellido de soltera de su madre.

En cuanto se fueron, Draco se vio ante la primera dificultad vergonzosa de la noche: no sabía cómo debía llegar a su Sala Común –ni mucho menos la contraseña. A los de primero se les guiaba, pero los de séptimo se daba por supuesto que sabían a dónde debían ir.

Draco miró a su alrededor, en busca de alguien que pudiese ayudarle, y entonces dio con Granger. Hermione Granger. Estaba sola, y parecía que no conocía demasiado a ninguno de sus compañeros, así que Draco se dirigió a ella, incluso antes de poder arrepentirse.

-Em, ¿Hermione Granger?

Ella interrumpió su caminata hacia fuera del comedor y se giró para verle, seguramente para corroborar que realmente era él quien le estaba hablando. Abrió la boca y, cuando parecía que iba a contestar, se limitó a cerrarla y a asentir con la cabeza.

-Verás… -Draco miraba al suelo, estaba seguro de que tenía todos los mofletes rojos de la vergüenza-. Yo antes iba a Slytherin y, bueno, no sé dónde está la Sala Común de Gryffindor, ya sabes –Hermione volvió a asentir-, y he pensado que sería más agradable ir contigo hasta allí que tener que infiltrarme entre los de primero –Draco hizo una pausa, y se acordó de una broma que había oído como Severus se la gastaba a su padre, tiempo atrás-. Ya sabes, ¿Malfoy entre los alumnos de primero? No quiero que me vean como al pervertido Malfoy, y que cuando me vean salgan corriendo, chillando con los brazos en el aire, ¡Que viene Malfoy! ¡Cuidado con los niños, que se va a sacar la chorra! –una sonrisita melancólica se dibujó en sus labios.

Cuando levantó la vista, consciente de que acababa de decir aquello en voz alta y en presencia de Grenger, se puso más rojo de lo que recordaba haber estado en toda su vida, pero no apartó la mirada. Sólo había sido una broma. Hermione seguía mirándole con espejismo y sorpresa en los grandes ojos marrones, y finalmente se echó a reír.

-Dios Malfoy, ¡qué bueno! –luego le sonrió, amistosa-. Claro que puedes venir conmigo, ya ves, McGonagall se ha llevado a Harry y a Ron y yo tampoco conozco a nadie de los que hay por aquí… Esto de repetir es una mierda.

-¿No te parece un poco sarcástico que precisamente estés repitiendo? –dijo Draco sin pensar, porque últimamente aquello de hablar y luego analizar lo que había dicho le venía sucediendo con alarmante frecuencia.

Hermione lo volvió a mirar sorprendida, quizás preguntándose a qué se debía ese exceso de confianza que le estaba demostrando Malfoy, y quizás se sintió ofendida, pero si esa fue su interpretación de los hechos no dijo nada al respecto, y se limitó a sonreírle. Luego siguieron andando en silencio hasta salir del Gran Comedor, y empezar a subir las escaleras de piedra que, tres pisos más arriba, te conducían hasta la Sala Común de Gryffindor.

Cuando entraron a la Sala Común se encontraron con Harry y con Ron, quien no mostró demasiadas muestras de simpatía hacia Draco, aunque eso tampoco sorprendió a nadie. Harry le saludó con nerviosismo, y a pesar de que estaba hablando con Hermione le resultaba imposible centrar toda su atención en ella, y le lanzaba miradas furtivas al rubio cada dos por tres. Draco sonrió en cuanto se dio cuenta, pero esa felicidad momentánea se esfumó en cuanto Ron anunció que se iba a su dormitorio ya, que se verían mañana, y se marchó.

Hermione le puso una mano en el hombro a Harry en señal de apoyo y de amistad, y éste se giró hacia Draco, para encararlo.

-Verás Malfoy –hizo una pequeña pausa y tragó saliva sonoramente-, creo que tú y yo vamos a dormir en el mismo cuarto.

Draco alzó una ceja inquisitivamente. ¿Todo aquél patético espectáculo era por quién dormía con quién? Luego asintió.

-Espero que no te lo tomes a mal –siguió Harry-, pero ya sabes, este año sobran gryffindors, no, no, no sobran gryffindors, sino que faltan cuartos porque ya sabes, entre que algunos hemos repetido y otros habéis sido reseleccionados… Y bueno, McGonagall te ha puesto en el mismo cuarto que los Petrelli porque ha visto que te llevas bien con ellos y no quiere que te sientas rechazado ni nada de eso, pero allí hay cuatro camas y no se puede desperdiciar espacio… Y entonces, como yo y Ron nos conocemos bien gryffindor, ha pensando en pedírnoslo a uno de los dos, pero ya sabes cómo es Ron… O bueno, a lo mejor no lo sabes, pero, es decir… Quiero decir…

-Está bien Potter, está bien –Draco dio un fuerte suspiro-. Me da igual con quién duerma. Me parece una tontería, la verdad. Pero tranquilízate Potter, por Dios, parece que te vaya a dar algo.

Harry le miró entre avergonzado y sorprendido, y Hermione le sonrió a Draco. Sí, definitivamente esa sangresucia de Grenger iba a caerle bien.

-Bueno chicos, yo creo que me voy a ir a la cama ya –Hermione dio un suspiro teatralmente melodramático-, ha sido un día horrible. Buenas noches Harry, intenta no dormirte mañana, ¿eh? Malfoy, buenas noches.

-Uhm, Granger, si no te importa, preferiría que nos tuteásemos. Ya sabes.

Hermione le sonrió.

-Por supuesto Draco. ¡Buenas noches!

Harry y Draco también subieron ya al dormitorio, y se encontraron solos; Ethan y Damian todavía no habían llegado.

Draco vio su baúl al lado de la cama más cercana al baño y se sentó en ella, luego se dedicó a observar la habitación con curiosidad, siempre en un respetuoso silencio que acabó rompiendo Harry, el cual parecía sentirse muy incómodo con esa situación.

-Esa era mi cama –dijo, con una pequeña sonrisa en los labios.

Draco lo miró sin entender muy bien si aquello era un simple comentario o si trataba de pedirle que se la cambiase, así que le ofreció esa posibilidad a Harry, pero en cuanto este la rechazó avergonzado, ambos volvieron a sumirse en un profundo silencio, y se dedicaron a deshacer sus baúles, a sacar sus libros y cosas de clase, y a colocar su ropa y pertenencias personales.

Draco, que se moría de ganas de ducharse, empezó a desnudarse en la habitación, con la toalla sobre los hombros, y antes de que pudiese quitarse los pantalones –pues ya iba sin camiseta-, Harry carraspeó incómodo.

-Uhm… Malfoy… Uhm, Draco, bueno, creo que tienes derecho a saber que soy gay, ya sabes, por si te sientes incómodo y esas cosas. No sé.

Draco se encogió de hombros y se levantó para dirigirse al baño, murmurando algo que sonó como un y luego dicen que los anticuados en ideas y mentalidad somos los magos. Harry pareció no oírlo, así que no dijo nada, y en cuanto Draco se encerró en el baño, soltó un suspiro de alivio. Él también querría ducharse luego, así que empezó a preparar la ropa para el día siguiente, y sacó su pijama del baúl. Ese año iba a ser, sin duda, otro año repleto de aventuras; y su aventura principal, para la cual ya había estado cavilando un buen título, iba a llamarse lo bueno que está ese engreído de Malfoy, y lo simpático que parece, después de todo.

 


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