Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Like a Stone por KakaIru

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Un pequeño angst inspirado en una canción hermosa y divina: Like a Stone, de Audioslave. Si pueden escucharla mientras leen, mucho mejor! ;D

Notas del capitulo:

Uish! Este es un Gaara's PoV. Es algo cortito pero estoy contenta de haberlo escrito, más que nada porque hace *siglos* que no escribo Angst -risitas-.

Y bueno, espero que los que leen puesan disfrutar de este pequeño Shot. Sean libres de dejar cualquier duda, comentario, sugerencia o crítica. Así que sin más, enjoy!! ;D

---

Este es un fic dedicado a quienes, como yo, aman esta hermosa pareja:

GaaraxLee

 

Like a Stone

 

 

On a cobweb afternoon / En una tarde de telaraña
In a room full of emptiness / En una habitación completamente vacía
By a freeway I confess / Por una autopista confieso
I was lost in the pages / Que estaba perdido en las páginas
Of a book full of death  / De un libro lleno de muerte
Reading how we'll die alone / Leyendo como todos morimos solos
And if we're good we'll lay to rest / Y si somos  buenos descansaremos
Anywhere we want to go / En cualquier lugar al que queramos ir

In your house I long to be / En tu casa quiero estar
Room by room patiently / Habitación por habitación pacientemente
I'll wait for you there / Allí esperaré por ti
Like a stone / Como una estatua
I'll wait for you there / Allí esperaré por ti
Alone / Solo

 

 

 

 

El cielo está nublado, una mezcla de gris, negro y magenta. Las nubes vastas y suaves invaden cada centímetro de firmamento, extendiéndose más allá de lo que mi vista puede apreciar. Cuando miro hacia arriba tengo la sensación de que el cielo comenzará a llorar en cualquier momento, como pequeños tesoros de vidrio y cristal, memorias que atesoro en mi corazón y que poco a poco se desvanecen. Tiernas imágenes empañan mi vista, y me veo forzado a recordarme el hecho de que tengo que respirar, porque los pulmones me arden tan intensamente como si tuviese al mismo sol atrapado en mi pecho. El ardor me consume, y siento los músculos de mi rostro moverse al tiempo que lanzo un suspiro cansino y añejo. Parpadeo un par de veces y vuelvo a alzar la mirada.

 

Mis ojos se llenan de fugaces lágrimas las cuales, a pesar de los años y a pesar de que he cambiado tanto, me niego a dejar salir. A veces trato de convencerme de que sigo siendo fuerte, de que mantengo mi autoridad y mi misterio. Pero a duras cuentas me he percatado de que no es así. Ahora sólo me acompaña el ingrato aunque bendecido silencio, limpiando pudorosamente las lágrimas de sangre que brotan de mi adolorido y casi ausente corazón. ¿Quién hubiera pensado que llegaría a ver el momento en el que Sabaku no Gaara no fuese más que un despojo errante sin luz ni gloria?

 

A veces ni yo mismo puedo creer en lo que me he convertido. Es doloroso estar consciente de los efectos que el dolor, los años y la muerte han tenido sobre mí. Ahora que lo he perdido todo, que no me queda nada más que lo fugaz y lo intangible, es cuando más me acuerdo de ti. No he podido, en todos estos años, superar el haberte perdido. Tan sólo rememorar la suave brisa que brotaba de tu risa fresca y alegre me lleva una punzada al corazón, y sé que nuevamente estoy llorando mientras mis manos tiemblan y mi cuerpo se contrae.

 

Pero eso era algo que ya ambos sabíamos, desde el comienzo. Cuando estabas ahí para mí, cuando me aceptaste como no me ha aceptado nunca nadie. Tú quien eras la persona que más odio y rencor debía sentir por mí. Nadie me habría perdonado luego de herirte como yo lo hice. Yo lo sabía; sabía que debías odiarme, debías buscar venganza, debías alzarte en mi contra. Pero nunca lo hiciste. Todo lo contrario. Me recibiste siempre sonriente y me acogiste entre tus amorosos brazos. Me sostuviste con cariño y me amaste tan profundamente que en ese momento no pude manejar ese ardiente sentimiento que desencadenabas dentro de mí. Tú estremecías los cimientos de mi alma y eso era algo tan nuevo y tan atemorizante que caí presa del pánico.

 

Intenté alejarte de mí, intenté herirte con mis desprecios, pero tú nunca dejaste de confiar en mí, nunca dejaste de verme con esos ojos negros que eran pozos profundos, brillantes, llenos de una inocencia que me atraía tan poderosamente que tan sólo tenía pensamientos para ti. Quería ahogarme en ti y al mismo tiempo quise desaparecer esa sensación de anhelo. Quise erradicar de mi mente tu recuerdo, de mi corazón el deseo. Porque te deseé con tanta desesperación que por un momento temí enloquecer. Tú me estabas enloqueciendo, estabas acabando con la poca cordura que aún reposaba dentro de mí. Yo quise quebrarte una vez más, porque no toleraba verte tan hermoso y tan sublime, tan libre y tan seguro, tan brillante y tan perfecto. Eras tan fuerte, tan lleno de determinación…

 

Y al mismo tiempo eras frágil y delicado. Podía azotar tu espíritu con una mirada, quebrarte con una palabra y dominarte con un gesto. Fue cuando comprendí que eras completamente mío. Me pertenecías como no me había pertenecido nadie. Y eso fue… ¡fue un frenesí desaforado!

 

¡Por primera vez supe lo que era la felicidad! ¡Por primera vez me sentí humano! A tu lado, cobijado entre tus sábanas y recorriendo tu suave y cremosa piel con la yema de mis dedos, me sentí completamente en paz. No había mayor fascinación que observarte mientras dormías, con el rostro pacífico y dulce y la expresión taimada y casi infantil. Eras mi niño precioso, era mi tesoro, mi hermoso muñequito. A partir de aquel momento te amé con tanta intensidad, con un fervor casi religioso, ¡casi maníaco!

 

Tuve entonces que demostrarte cuánto significabas para mí. Tenías que saberlo, que estar completamente consciente de que eras mi astro rey, eras la lluvia que humanizaba mi desierto, que revitalizaba mi espíritu y mi mente llevándose la sangre y las tormentosas imágenes de mi pasado. Así que procuré amarte lo indecible. Y aún si mis palabras, siempre parcas y austeras, no lograban revelar lo que mi corazón sentía, mi cuerpo procuró no dejar en ti ninguna duda. Mi cuerpo te amó más allá de lo posible, aún te ama, aún se estremece al recordar aquellas lejanas noches cuando te recorría todo, cuando proclamaba ser tu dueño y tus gritos eran la prueba fehaciente de que eras todo mío, de que nadie podía tenerte.

 

¡Lee-kun, fui tan feliz a tu lado! No había mayor satisfacción, para mí, que tenerte entre mis brazos. Sin importarme nada, sin reparar en nada, sólo quería aquel trocito de dicha que nunca antes había conocido. No me importó el futuro o el mañana, porque prometiste amarme siempre. “Te amaré hasta que muera”, dijiste aquella noche, “y aún después de muerto”. Me observaste con tanto cariño, con tanta adoración, que no pude evitar besar tus labios lentamente, haciendo mi promesa. ‘Jamás te dejaré’, clamé con fuerza de sangre. ‘Estaremos juntos siempre, esta vida y las siguientes. Mi Sol…’

 

Pero nada, ni siquiera las experiencias más nefastas y desalentadoras, me preparó para lo que vendría. Mis días de alegría y primavera fueron sustituidos por tardes oscuras y vientos helados que llenaban mi mente de pesadillas, de fantasmas del pasado y de un dolor inimaginablemente cruel y asfixiante. Nada me preparó para aquella bofetada del destino. Nadie me dijo que, mientras soñaba y deseaba, mientras mis esperanzas se expandían y mi corazón latía de júbilo, un dios rencoroso y cruento se reía de mí. ¿Podía mi suerte ser peor? ¿Existiría alguien más desgraciado que yo?

 

Nunca olvidaré esa tarde, cuando mi alma se quebró en pedazos tan pequeños que no hubo forma de volver a reponerla. Esa tarde de invierno lancé al aire los últimos vestigios de mi humanidad. Ese día fluyeron de mí los últimos sentimientos que jamás volví a demostrar. Porque incluso luego de toda mi maldad y mi violencia, contigo me había permitido una inocencia torpe y tonta. Me permití tener sueños y me permití olvidar aquello que me habían repetido siempre desde mi nacimiento: soy un monstruo.

 

Los monstruos no tenemos derecho a la felicidad.

 

Pero tú me hiciste olvidarlo, me hiciste pensar que había vuelto a nacer, pero qué equivocado estaba. Ese día recordé con fuerza bruta que nada había cambiado. Con el corazón latiéndome despacio, la mirada vacía, el semblante pálido y la cajita con el anillo de compromiso resguardada entre mis temblorosos dedos, contemplé tu cuerpo inerte y sin vida. Vi tu rostro blanco, tus mejillas grises, tus labios oscuros… y me negué a creer. Mi ser entero se negó a aceptar que ese que yacía allí, con el pecho perforado y los huesos completamente rotos, era mi amante más devoto, era mi vida.

 

En algún momento dado la caja cayó de mis manos, pero no pude preocuparme por eso. Porque había llegado tan feliz a Konoha… Tsunade había aceptado mi propuesta, había accedido a enviarte como embajador a Suna, ¡podíamos estar juntos finalmente! Era una ocasión especial, ¡era lo que estábamos deseando! Yo estaba tan dichoso que incluso había seguido el consejo de Temari. “Cómprale un anillo y pídele que sea tu prometido”. Y aunque yo no entendía de esas cosas y pensaba que un simple anillo no podía unirnos más, le hice caso. Porque tú adorabas el romance y yo sólo quería hacerte al menos la mitad de lo feliz que era yo. Yo quería… quería ver tu sonrisa una vez más. Pero…

 

Pero tu sonrisa se convirtió en un espejismo. Tu recuerdo se tornó en fotografías, en frases gastadas y desalentadoras, en lugares que habíamos visitado juntos, en nuestra habitación donde solíamos tocar el cielo. Pero ya no más. Esa fría tarde comprendí todo. Esa tarde enterré, junto al amor de mi vida, toda la humanidad que alguna vez pude sentir. Y no me arrepiento por ello. ¿Qué caso tenía seguir adelante con una fachada? Yo nunca iba a superar tu muerte, y no quería enamorarme nunca más. Estaba seguro de que no podría tolerar otro dolor semejante. Me repetía que no iba a sufrir de nuevo y al mismo tiempo vivía en el recuerdo, lastimándome cada vez más, castigándome.

 

Sí, era mi castigo por olvidar mi verdadera naturaleza. Un asesino… La masacre que sólo se ama a sí misma… El Hijo del Desierto, el Kazekage Gaara, eternamente triste… El que nunca llora, el que no tiene sentimientos, el que no tiene emociones, el que vaga por las noches como un fantasma porque no tiene cabida para el descanso.

 

El que no puede cerrar los ojos sin que las pesadillas vengan a invadirlo.

 

Eso era, en eso me convertí esa tarde. Porque es un ciclo, y volvemos al comienzo, al final. Me despedí de Lee con mi última lágrima, un último beso, un último destello de agonía lacerante que me consumía, que me atrapaba y me azotaba sin misericordia. Cuando la lluvia mojó mi rostro no supe decir si aquel sabor salado en mis labios era a causa de mis lágrimas, porque yo estaba perdido, finalmente perdido…

 

De nada sirvieron las palabras de Naruto, de Kankuro, de Temari. Yo había perdido todo por lo que vivía. Nada me importaba. A los asesinos de Lee los masacré de la peor manera, sin un atisbo de lástima o rencor. Simplemente como si fueran basura, como si no merecieran vivir. Ni siquiera disfruté aquella matanza, porque no podía sentir absolutamente nada. No, lo único que lograba experimentar era el martirio de una existencia vacía y desprovista de todo significado.

 

Continué dirigiendo mi villa como si nada hubiera pasado, como si el tiempo no se hubiese detenido para mí. Vi las arenas del tiempo cambiar y vi las sombras extinguirse. Bajo las negras ojeras que rodeaban mi mirar se intensificó el pasar de los años, las flores que dejaba sobre tu tumba, los cumpleaños olvidados, las miradas preocupadas de los que me rodeaban… Me dirigía por mi aldea como si no fuese parte de ella. Comencé a infundir, nuevamente, el miedo. Tenían miedo de mí aunque ya no tuviese a Shukaku. ¡Ja! ¡Podría haber reído! Luego de todo lo ocurrido, no podía escapar del destino que estaba trazado para mí.

 

Con mis gemas azules contemplé la enfermedad, los funerales de los ninjas que morían en combate… Con mis manos desnudas enterré el cadáver de mi hermano y recibí el abrazo de mi sobrino, y sentí su odio porque me veía responsable por la muerte de su padre. Si supiera que a mí ya no podía importarme más…

 

Ni siquiera mi vida era importante, así que simplemente dejé de vivir, aunque siguiera existiendo. Con manos cubiertas de sangre dije adiós a Temari y a Matsuri, enterré los retoños de un recuerdo marchito y me sentí viejo y cansado.

 

Ahora estoy aquí, completamente solo, derrotado y miserable. Ni siquiera puedo decir que soy una sombra de lo que era antes. Mi sed de sangre ha desaparecido al igual que mi apetito, mis horas de sueño, mis ganas de moverme. Todos esperan mi muerte y saben que pereceré en cualquier momento. Casi puedo ver sus expresiones de alivio al pensar que ya no tendrán que lidiar con un gobernante que enloqueció de amor. Y la verdad…

 

La verdad es que yo también estoy aliviado. Nunca pensé que mis últimos días pasarían de esta forma, pero luego recuerdo que nunca pensé que me sucedería todo lo que me sucedió. La habitación en la que me encuentro es reducida, de paredes negras resquebrajadas. Sólo estamos la nada y yo, y la vieja silla en la que me encuentro y la ventana por la que contemplo mi último atardecer.

 

Durante un segundo observo mis manos arrugadas y viejas, con las uñas afiladas como zarpas. En este momento lucen tan delicadas como el papiro, y me resulta casi una ironía pensar que en el pasado hubieron de desencadenar tanto terror. Mis manos tiemblan y mi pecho se contrae dolorosamente ante un acceso de tos que me deja aún más débil, si cabe, y tiritando levemente. Las holgadas ropas de Kazekage envuelven mi figura que no es más que huesos y piel. Siento la tela pesada, como si estuviese hecha de arena, y sonrío ante tal pensamiento.

 

Mis ojos se cierran con parsimonia mientras inspiro profundamente.

 

El pesar me invade…

 

Los recuerdos… la nada… Soy sonrisa y pesar, y agonía y tormento.

 

-Lee…- llamo quedamente mientras saco de mi bolsillo aquel antiguo anillo que es registro de mi tragedia. Contemplo la frágil pieza con adoración, comprendiendo finalmente- ¿Esto es ser humano? ¿Esto es el amor?

 

Suelto una risa profunda mientras mis ojos se derraman de nueva cuento. Río como no he reído en años, y llegado un punto no sé si estoy riendo o estoy llorando. Creo que ambas. Beso el anillo con devoción.

 

-Voy a cumplir mi promesa- mi voz es grave y rasposa como la misma arena; a lo lejos siento el desierto estremecerse, despidiéndose. La luna está llorando, en alguna parte, lo sé-. Dije que esperaría por ti, ¿no lo recuerdas, Lee? Siempre vamos a estar juntos… Aún en el final, aún después de la muerte, en esta vida y en las otras. Aquí estoy, amor, esperándote. ¿Podrás perdonarme? ¿Me perdonarás por todo lo que he hecho, por convertirme en lo que soy?

 

Me arrepiento.

 

Me arrepiento de tantas cosas…

 

De todo lo que hice, lo que dije, de todo lo que destruí. Me arrepiento por las lágrimas que causé y por la sangre que derramé. ¿Me perdonarás algún día, Lee?

 

-Te necesito- gimo quedamente. Nuevamente me siento como un niño. Ya ni siquiera me avergüenza llorar. Niego lentamente con la cabeza, descorazonado-. Mi Lee, mi sol… Ven por mí. Ya… ya…- tomo una bocanada de aire cuando el dolor me impide continuar- Ya no puedo más. No puedo tolerarlo más. Cumple tu promesa… Ven a mí. Guíame hasta mi muerte, y hazme olvidar el dolor, por favor…

 

Mi voz se quiebra, rasgada. El anillo cae al suelo nuevamente y se rompe. Cierro mis ojos y tranquilizo mi respiración. Trato de contener el dolor, pero me es imposible. Las lágrimas continúan brotando, todas aquellas que guardé por tantos años, me abandonan hasta dejarme vacío, liviano, como si un peso enorme fuese barrido de mis hombros. Es cuando siento una calidez increíble que me inunda, que borra cualquier rastro de amargura o pena. Mi alma se expande y mi interior gime.

 

Fuego abrasador se expande por mis células y sé que estoy riendo.

 

“Estoy flotando.”

 

Una mano cálida toma mi rostro y labios imposiblemente suaves besan los míos. Es amor y entrega en ese beso, y abro los ojos y la claridad me invade.

 

Soy un niño, soy un monstruo y no soy nadie. Soy un ángel destructor y un demonio misericordioso. Soy un desierto agobiante y un bosque eterno. Y tú eres la fuente que me da vida. Eres la sonrisa que ilumina mis días y calienta mi alma. Tú eres mi promesa y mi castigo.

 

Sonrío.

 

Tú eres… Aquí conmigo… Ojos negros, sonrisa eterna, piel suave y radiante. Mi castigo, mi tormento, mil ‘te amo’, mi pequeño…

 

-Es hora de volver a casa, Gaara-kun.

 

“Así es, Lee-kun…”

 

-“Mi Sol…”

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Eso es todo!!! Espero que hayan disfrutado la lectura!! Odio matar a Lee o a Gaara, pero es que... ;3; amo esa canción. Mil besitos a todos y gracias por leer!! ;D


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).