Con agilidad sobrehumana una figura envuelta en las sombras atravesó el riachuelo en la parte más alejada del campo santo del Santuario, hasta llegar a un enclave poco conocido y que aquellos que sabían de su existencia preferían olvidar; el cementerio de los traidores.
Entre silvestre vegetación y pequeños túmulos, no se detuvo hasta encontrar una roca volcánica no muy grande, porosa y desgastada por las inclemencias del tiempo.
Un pesado suspiro escapó del hombre de azabaches vestimentas, su apesadumbrado y resentido corazón y las dimensiones de su cuerpo daban la errónea idea de que se trataba de una persona ya entrada en la edad adulta, cuando simplemente era un jovencito de 14 años al cual le había tocado un cruel destino.
-Eras mi compañero, eras todo lo que me importaba. Fuiste mi amigo, mi maestro y el padre que nunca conocí y en un instante mi mundo se desmoronó – pateó con coraje la tierra reseca, provocando una nube de polvo que lo obligó a entrecerrar los ojos - ¿¡Cómo pudiste hacerme esto?! ¿¡Por que me abandonaste?! ¡Al menos si me hubieras llevado contigo, ambos seríamos traidores y entonces, sí merecería las golpizas, las humillaciones y la desconfianza que he sufrido durante todos estos malditos años! ¡Eres un cabrón… te odio!
Con cada palabra pronunciada, sentía como el nudo en su garganta crecía hasta que emitir sonido alguno fue imposible.
Un bufido seguido de un fuerte sollozo desesperado y desesperanzado fue lo que se escuchó al tiempo que Aioria de Leo caía de rodillas cubriéndose los ojos con sus manos. Lágrimas furiosas escurrían por sus mejillas; sus sollozos se volvieron más sonoros, mas no le importaba, sabía que nadie los escucharía en aquel aciago lugar olvidado por los dioses.
El llanto del león dorado pasó del resentimiento, la ira y el reproche a la más pura tristeza, desconsuelo, remordimiento y el dolor de un corazón inocente que ha perdido todos sus sueños y sus esperanzas.
-Cómo deseo que estuvieras otra vez aquí, tenerte cerca de mi. A veces parece que con solo cerrar mis ojos y desearlo con fuerza tu regresarías.
Con lentitud se sentó cruzando las piernas, frente a la roca que servía de lápida en la tumba de su hermano “el traidor.” Aioria mismo la había puesto allí años atrás para no perder la ubicación de la última morada de Aioros de Sagitario.
-Cómo quisiera escuchar tu voz nuevamente, pero se que jamás lo haré. Verte en mis sueños no me ayudará a lograr todo lo que tú creías que yo podría alcanzar…
Limpió con brusquedad algunas lágrimas dejando marcas de tierra en su rostro. Miró a su alrededor y comenzó el ritual que año con año realizaba en el par de ocasiones en que visitaba la tumba.
-No está bien que esté cubierta de hiervas y suciedad – decía al tiempo que iba arrancando las plantas que habían crecido abundantes debido a las lluvias del verano, y le quitaba el polvo a la roca que hacía las veces de lápida – Se que no mereces sólo una piedra sin nombre marcando el lugar en donde reposas, pero es lo único que puedo darte…
Nuevamente gotas saladas arrasaron sus ojos verdes.
- Eras tan cariñoso y amable… no me creo lo que dicen de ti, no puedo creer lo que dicen que sucedió… - No pudo continuar, así que en silencio, siguió con su labor.
Al terminar se quedó mirando la tumba, perdido en los recuerdos felices de su infancia al lado de Aioros, sujetaba una de las cintas que el caballero de Sagitario siempre llevaba en el cabello. Era su tesoro mejor escondido, debajo de sus ropas de entrenamiento o de su armadura, siempre lo acompañaba donde quiera que fuera.
Ya entrada la madrugada regresó con paso lento hasta la zona de las 12 Casas, pero no se detuvo al llegar al 5º templo, siguió de largo hasta que sus pasos lo llevaron hasta la casa de Sagitario.
Completamente en penumbra, el suelo estaba lleno de polvo y algunas hojas que habían volado hasta su interior, era la prueba irrefutable de que nadie había estado allí en meses.
Pasó el salón principal y se adentro en las estancias privadas, llegó hasta la que había sido la habitación de Aioros. Miró a su alrededor, sólo la cama permanecía en el lugar. Se dejó caer en ella y hundió la cara en el colchón tratando de percibir el aroma de su hermano, el cual ya estaba comenzando a borrarse de su memoria. Pero no logró nada, demasiados años habían transcurrido ya; y con amargura, deseó olvidar.
-Demasiados años luchado por secar mis lágrimas… ¿¡Por que el pasado no desaparece y con él todo mi dolor!?
Se revolvió en la cama, levantándose de un salto y salió corriendo hacia el salón principal, con todas sus fuerzas clamó al cielo que se asomaba por el alto pórtico del templo.
-¡Cómo deseo volverte a ver…! ¡Necesito decirte adiós…Trata de perdonarme y enséñame a vivir, dame la fuerza para intentarlo!
Se sujeto la cabeza con desesperación, entrelazando sus dedos en los rizos color miel, mientras cerraba los ojos apretándolos con fuerza.
-¡Ya no quiero recordar, ya no quiero llorar en silencio cuando nadie me ve, no quiero mirar al pasado con pesar! – Estiró su brazo derecho hacia las estrellas – Hermano… ayúdame a decirte adiós. AYÚDAME…
Dio un respingo al sentir unos brazos rodearlo, pero de inmediato se relajó al mirar que uno estaba hecho de metal.
-No es conveniente que alguien te encuentre aquí. Vamos… te llevaré a tu templo.
Aioria se dejó llevar, exhausto emocionalmente no opuso resistencia.
-Aioria, no creo que a tu hermano le gustaría ver que cada año es lo mismo – aquel hombre que se había vuelto su fiel sirviente, amigo y confidente, con cariño guió al joven caballero dorado hasta su alcoba – Un onomástico es para celebrar la vida, no recordar la muerte…
-Garan… yo no tengo vida que celebrar, porque cuando Aioros falleció, yo me morí con él…
Sin decir más y mirándolo con ojos llenos de afecto y preocupación, Garan acostó a Aioria en su cama y esperó hasta que se quedó dormido. Y como cada año, reafirmó aquel juramento que hiciera a la memoria de Aioros de Sagitario. Él cuidaría y velaría por eso adolescente abandonado a su suerte, así le fuera la vida en ello.
FIN