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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del fanfic:

Esta es la primera historia que hago con esta temática, espero que esté a la altura.

Los personajes no son míos, pertenecen a Takao Aoki.

Lo que va escrito entre << >> son pensamientos de los personajes.

  El joven contempló una vez más la fotografía desde la que Mariah le sonreía, con los ojos ambarinos rebosantes de cariño y el cabello rosado flotando a su alrededor como una aureola. En la imagen, junto a ella, se veía a un chico delgado pero bien moldeado, de ojos gatunos y dorados con el sol que la miraban. Sus cabellos, mucho más largos que los de la muchacha, estaban recogidos en una recatada trenza azabache. Su rostro exhibía una expresión afectuosa provocada por la cercanía de Mariah.

 

  El chico exhaló un apenado suspiro. Le costaba reconocer al joven de la foto… a pesar de que no era otro que él mismo y de que apenas habían pasado cuatro meses desde que se había tomado aquella foto.

 

  El Ray Kon de la imagen esbozaba una sonrisa serena que reflejaba paz. El actual Ray Kon hacía meses que era incapaz de mostrar un gesto como aquel, de sonreír con sinceridad.

 

  Sentado como estaba en el suelo, con la espalda apoyada contra la cama, dejó caer la cabeza hacia atrás, sobre el colchón, para mirar al techo.

 

  La escasa luz de la madrugada que se colaba por una única ventana era toda la iluminación que había. Tenía una pequeña lamparita en la mesilla de noche, pero no le hacía falta. Sentarse en la semipenumbra, mirando al infinito y dejando vagar su mente, imaginando que el tiempo se había detenido y que no existía otra realidad fuera de aquella habitación era una de las pocas cosas que conseguían calmar su alma dolorida.

 

  No obstante, en aquella ocasión era plenamente consciente de lo que le esperaba fuera de aquellas paredes que no volvería a ver en mucho tiempo. Porque se marchaba de allí.

 

  Huía, actuaba como un cobarde, le repetía machaconamente una inoportuna parte de su mente, pero, si no lo hacía, ¿podría sobrevivir? Lo había intentado por dos meses, dos meses en los que había malvivido en aquel lugar que tanto le recordaba a ella. Sus amigos habían visto, alarmados, cómo se consumía lentamente, y ver su preocupación no mejoraba las cosas. Por eso había tomado la decisión de alejarse de allí hasta que se sintiese listo para volver.

 

  Tenía la esperanza de que el hecho de no guardar rencor alguno a Mariah ayudase a curar antes las heridas. Ello se debía, en primer lugar, a que la quería lo bastante como para dejarla marcharse, porque prefería verla feliz con otro que retenerla a su lado en contra de su voluntad. La segunda razón era que llevaba tiempo viéndolo venir.

 

  Mariah era una chica ambiciosa, con ganas de comerse el mundo. Ya desde pequeña soñaba con mudarse a la ciudad, y cuando una prestigiosa academia de arte le ofreció una beca, fue el mejor día de su vida. Y Ray… a él le pareció estupendo, Mariah tenía mucho talento como pintora, y era genial que le ofreciesen la oportunidad de cumplir su sueño… pero en aquel mismo instante supo que pronto tendría que renunciar a ella.

 

  No le tomó por sorpresa la llamada de ella, llorando, afligida, a sabiendas de que iba a hacer mucho daño a Ray y odiándose a sí misma por ello. Porque el hecho de que otro hombre hubiese colado en su corazón no implicaba que hubiese desplazado a Ray de su sitio en él. Pero era el momento de madurar, y aquel nuevo amor era mucho más cercano a ella, compartía su sueño de mostrar su arte al mundo y podía apoyarla mucho más en ese aspecto. Era una relación más adulta y compleja en muchos sentidos.

 

  Ray lo entendía perfectamente. Lo único que le quedaba era hacerse elegantemente a un lado, ya que su caballerosidad le impedía montar una escena de celos que sólo causaría más dolor a ambos. Aquello era lo mejor. Una ruptura limpia que dejase más o menos intacta su amistad, o la posibilidad de retomarla al menos.

 

  La claridad aumentó, así que supuso que estaba amaneciendo. Miró la fotografía una vez más. Dudaba sobre si llevársela o no. En alguna ocasión le había rondado la idea de deshacerse de ella, pero cada vez que veía su propio rostro lleno de felicidad se veía incapaz. Era un recuerdo tan hermoso… tan reconfortante… le hacía pensar que algún día podría volver a sentirse así.

 

  Abrió su maleta y acomodó el marco con la fotografía entre su ropa.

 

  Unos suaves golpecitos sonaron en la puerta, y al poco se asomó su amigo.

 

  -Buenos días, Lee –saludó.

 

  -Ah, Ray, ya estás despierto… -se acercó y examinó las hondas ojeras marcadas en el rostro del joven-, o, mejor dicho, aún estás despierto, ¿no?

 

  -No podía dormir –murmuró desviando la mirada. Odiaba ver la preocupación en las caras de la gente que lo rodeaba, aunque lo peor sin duda era ver su compasión. No se estaba muriendo, saldría adelante… con el tiempo, pero lo haría.

 

  -Qué extraño… -repuso el otro con sarcasmo. Salieron del cuarto de Ray y bajaron a la cocina.-Bueno, el desayuno ya está hecho, será mejor que comas algo antes de ir al aeropuerto.

 

  -Gracias, pero no tengo hambre.

 

  -Oh, no, de eso nada, Ray –Lee se plantó ante la puerta que daba a la calle.-No te permitiré salir por esta puerta hasta que hayas comido.

 

  -Pues tendré que salir por la ventana –dijo burlón, dibujando en sus labios un amago de sonrisa.

 

  Lee consideró alentador aquel gesto burlesco que le recordaba al Ray de siempre, pero no iba a dejarlo ir sin desayunar. En unas pocas horas se despedirían para no verse en mucho tiempo, y entonces no podría cuidar de él como llevaba haciendo los últimos meses. Pero hasta ese momento, el bienestar de Ray era su responsabilidad.

 

  -Ray –dijo con seriedad-, vas a comer algo por las buenas o por las malas. Si hace falta, te ato a la silla y te hago tragar por un embudo.

 

  Se sostuvieron las miradas durante varios segundos cargados de tensión, hasta que el aroma de la comida recién hecha surtió efecto y el estómago de Ray protestó exigiendo un poco, con lo que el chico tuvo que claudicar.

 

  Se sentó a la mesa con un suspiro mientras un Lee sonriente por su pequeña victoria le servía comida suficiente para un regimiento. Ray fue a decirle que se estaba pasando, pero tras el primer bocado se dio cuenta de que estaba realmente hambriento. Llevaba demasiado tiempo de comer poco y dormir menos, y al parecer su cuerpo quería resarcirse, porque después de limpiar el plato empezó a sentirse amodorrado.

 

    <<Me parece que no fue una buena idea coger un vuelo tan temprano>> se recriminó. Pero no era momento para echarse atrás.

 

  Salió con Lee de la casa, y tras dedicar a ésta una última mirada, se dirigieron a la estación de autobuses.

 

***

 

  -Bueno, pues ya está la maleta facturada. ¿Tienes a mano el pasaporte?

 

  -Sí.

 

  -¿Y la tarjeta de embarque?

 

  -Aquí.

 

  -¿El abrigo?

 

  -En la maleta.

 

  -¿¡En la maleta!?-repitió Lee escandalizado.

 

  -Oh, vamos, no te pongas así. No me hará falta en el avión. Me lo pondré en cuanto llegue –prometió.

 

  -Si no te congelas antes. Que te vas a Rusia, Ray.

 

  -¿Y no crees que se les habrá ocurrido poner calefacción en el aeropuerto?

 

  -Hmm…

 

  -Vamos, tranquilízate. Estaré bien.

 

  -¿Cómo quieres que me tranquilice si te vas a la otra punta del mundo?-hizo un puchero.-¿No había otra alternativa a marcharte al quinto pino?

 

  -Ojalá, amigo mío. Sabes que si la hubiese no me iría –sus miradas se cruzaron antes de fundirse en un cálido abrazo. Cuando se separaron, ambos tuvieron que esforzarse por contener las lágrimas.-Cuídate mucho, Lee. Te echaré de menos.

 

  -Y yo a ti, Ray, y yo a ti. Espero que encuentres lo que necesitas.

 

  Minutos después, Ray contemplaba su tierra natal desde el cielo, a través de una ventanilla. Cuando las nubes ocultaron la vista del suelo, se arrellanó en su asiento y cerró los ojos. Aquel era el fin de una etapa, de la vida que había conocido desde niño. ¿Quién sabía qué podía esperarle ahora?


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