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El equívoco del padre por junjou midori chan

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Notas del fanfic:

¡Hola!

Este oneshot es parte de una serie que estoy comenzando llamada "El confesionario", pero no se preocupen, todos los oneshots son autoconclusivos y sus historias no se relacionan entre sí, solamente tienen como eje el mismo tema: el incesto y un confesionario.

Espero que disfruten este oneshot^^

Primera entrega: Incesto padre e hijo, para quienes me pidieron que escribiera un incesto de este tipo :3

Dedicado a mi niisan Uchihacest por todo su apoyo y amor ♥

Registrado en Safe Creative

Notas del capitulo:

¡Les deseo feliz lectura!

—En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.


Del otro lado de la rejilla del confesionario no llegó más que silencio.


—Dime, en qué has pecado, hijo mío —susurró el sacerdote con la calidez de una madre, porque los padres no suelen ser cálidos, sino que, figuras autoritarias y a menudo tiránicas, aterrorizan a sus hijos con la ferocidad de sus gestos.


Ahora una risilla apagada escapó como un silbido de los labios del penitente. Por la gravedad con que modulaba su risa, se trataba de un hombre adulto.


—Soy gerente de ventas de una empresa de renombre, acabo de obtener mi tercer incremento de sueldo en lo que va del año —soltó, como una retahíla de frases inconsecuentes.


—Eso no es un pecado —aseveró el cura—. ¿Temes que te domine la codicia?


—No, no. Sólo decía, para romper el hielo —volvió a reír, la misma risita de antes, estrangulada por su garganta.


—Eso no es necesario. Estoy aquí para sanar tu alma de los pecados que la oprimen.


—Sí, sí, los pecados… —repitió a desgano—. Tengo muchos, ¿sabe?


—Soy todo oídos.


—Algunos son… Bueno, no le van a gustar mucho.


—No está en mí juzgar, sino en Dios.


—Supongo… Pero usted se formará su propio juicio, digo, no es un robot.


Increíble cómo un hombre de mediana edad, profesionalmente exitoso, podía comportarse de un modo tan infantil cuando le tocaba enfrentar sus propias culpas, pero allí estaba él, dando vueltas eternas como un tornado para evitar ir al grano. En modo alguno debió aceptar ir a confesarse, todo era culpa de su mujer que lo había convencido, y sobre todo del mocoso que tomaba la comunión. ¡De él era la culpa, de nadie más que él!


—Soy un instrumento del Señor —admitió el sacerdote, con cierto matiz de ironía en su voz—. Ahora, si no le importa proceder con su confesión…


—De acuerdo —insufló sus pulmones de aire para brindarse algo de valor—. Comenzaré por el principio, ya que este pecado tiene su historia. Verá, soy casado desde hace diecisiete orgullosos años, casado por iglesia, por supuesto.


—Ajá —hubo de apurar el intervalo de silencio.


—Mi esposa y yo, gracias al Cielo, no tuvimos inconvenientes en concebir dos preciosas criaturas, una niña y un niño. La mayor es la niña, tiene quince años y le hace mucha ilusión celebrar sus dulces dieciséis el año que entra. El problema es el menor…


Ante la nueva pausa, el cura debió volver a interrumpir:


—¿Su hijo menor tiene problemas de conducta?


—Oh, no, no, es excelente en ese sentido, de hecho, en todo sentido lo es. Es sólo que… Salió demasiado parecido a su madre…


—Heredó los defectos de su esposa.


—¡Para nada! Si me permite compararlos, por fuera ambos son dos gotas de agua, pero mi hijo fue extraído de las claras aguas de un manantial de montaña, mientras que mi esposa del más sucio de los pantanos.


—Creo que empiezo a entender. Usted tiene problemas conyugales.


—Mi matrimonio no es el problema. Es el niño, él es el problema —antes de proseguir, volvió a llenar sus pulmones de aire—. Verá, el otro día estaba yo cargando de combustible el motor de la lancha (sí, tenemos una lancha de pesca) cuando se aparece detrás de mí, prácticamente saltando sobre mi espalda, y al voltear bruscamente me hace derramar la mitad del aceite sobre su pequeño cuerpo en desarrollo.


—Imagino que se habrá enfadado mucho con él.


—Pues imagina mal. Verá, lo que sucedió tiene más que ver con una reacción psicológica ante el estímulo visual que, trasladándose al ámbito físico, fue a ubicarse entre mis piernas.


—¿No me diga que se excitó al ver a su hijo cubierto de aceite?


—Eso fue exactamente lo que ocurrió. Como afortunadamente me di cuenta antes de que él, mente inocente, siquiera pudiese notar que algo no estaba bien con su papito, lo mandé rápidamente a bañarse y cambiarse de ropa.


—¿Sin siquiera un castigo?


—¡No estaba en condiciones de pensar en uno, hombre! Como le venía contando, que esta historia es bastante larga, así como la fila de penitentes que espera detrás de mí —el cura reprimió una inapropiada expresión de alarma—, en cuanto acabé con mi quehacer en el garaje, habiendo tenido que volver a llenar el bidón de combustible (y como soy un hombre de mediana edad con las pasiones agotadas mi erección se esfumó casi al instante en que dejé de ver al niño), retorné al interior de la casa para encontrarme con mi hijo menor semidesnudo correteando en busca de su madre. Sólo traía una diminuta toalla alrededor de su estrecha cinturita de garza, y los pezones marrones se le brotaban por el frescor que corría en el ambiente más el hecho de hallarse aún mojado. Ocultando medio cuerpo (y usted entenderá exactamente cuál mitad y por qué) tras una pared, le pregunté por qué gritaba el nombre de su madre con tanto desespero. Me respondió con la voz temblorosa que el calefón se le había apagado y por tanto el agua había comenzado a salirle muy fría. Suspiré y me resigné a arreglarle el calefón, pero le ordené estrictamente que me esperase en el baño, que ya le pegaría el grito en cuanto el asunto estuviese listo. Como asintió y salió corriendo obedientemente, yo y mi erección emergimos de detrás de la pared y nos dirigimos donde el calefón se encontraba empotrado a una de las paredes de la cocina. Fácilmente volví a encenderlo para mi hijo y una vez le hube pegado el grito me refugié con mi erección, ésta más duradera que la anterior (tal vez por un estímulo visual más poderoso), en el cuarto matrimonial que por las noches comparto con mi querida esposa.


»Como, aparentemente, mi erección no daba muestras de querer marcharse, tuve que tomar medidas drásticas para desterrarla de mi cuerpo, y como el alivio auto proporcionado pensando en mi hijo a esa altura todavía se me antojaba algo tan degenerado y sucio como el besar el culo a mi perro, busqué un objeto no punzante con el que pudiese darme duro y de ese modo bajarme la calentura a base de dolor. Por mala fortuna, mi esposa me sorprendió pegándome azotes con el cepillo del baño y creyó que me había vuelto loco, amén de que mientras lo hacía aún se mantenía mi desconcertante erección, tanto más desconcertante para mi pobre mujer cuanto que pensó que me excitaba el masoquismo. No pude negarme a fuerza de parecer aún más sospechoso, y esa noche tuve que soportar una sesión sadomasoquista, sólo que acababa de descubrir el arsenal de cadenas, esposas y látigos de cuero que mi esposa atesora en un baúl desde sus épocas de soltería, toda una revelación.


»Si he de ser honesto con usted, el masoquismo no es lo mío. Mi espalda y mis bolas terminaron más rojas que el culo de un mandril. Al día siguiente, la camisa más suave me produjo horribles comezones en la piel. De cualquier modo, mi mujer creyó que había descubierto la forma de devolver la chispa a nuestro matrimonio, mientras que yo acababa de tener una polución nocturna y no precisamente por ella… ¿Puede creerlo? ¡Poluciones nocturnas a mi edad, evidencia de la falta de sexo conyugal!


»Continuando con mi historia, y espero no estar aburriéndolo, mi hijo menor tiene la costumbre (que también tenía mi hija hasta que alcanzó cierta edad) de despertarnos por la mañana a mi esposa y a mí saltando sobre nuestra cama. Ya no lo hace tan a menudo como antes, pero uno de esos días en que yo andaba preocupado por esas raras erecciones que se manifestaban imprevistamente cada vez que lo veía en paños menores o en una posición que juzgaba sensual, se presentó en nuestra cama justo después de que mi mujer se había levantado para preparar el desayuno. Y allí estábamos los dos, tendidos en la misma cama y tan sólo con nuestros calzones. En ese preciso momento estuve tentado a decirle que se quitase los calzones y me mostrase su pitulín (así lo llama él), pero no supe qué ganaría con ver una verga subdesarrollada de mocoso, así que callé.


»—¿No tienes hambre? —le dije en cambio al notar cómo se acurrucaba, listo para una larga velada entre mis sábanas.


»—No, tengo sueño, quiero dormir con papá —me respondió él—. Como cuando me abrazabas con brazos y piernas.


»—Ya no puedo hacer eso —me salió sin pensarlo.


»Él me miró con reproche, pero había algo en ese puchero que lo volvía más irresistible que a cualquier niño. Así, mi hijo usaba las armas de seducción de las que disponía una criatura de su edad, y los gestos que otros podían interpretar como muestra de simples caprichitos infantiles, los entendidos sabíamos descifrarlos en su oculto significado. Mi hijo me estaba seduciendo, eso era claro, y yo estaba cayendo en sus redes. ¿Pero cuándo habría descubierto que la atracción era mutua? ¿Fui tan obvio en mi interés por él? ¿Aquel día, en el garaje, mi hijo notó mi erección? Diez años son inocencia o experiencia dependiendo de cada persona, y yo no sabía hasta dónde mi hijo había aprendido a jugar con su cuerpo.


»—Bueno, te abrazo, pero un ratito nada más, hasta que esté el desayuno —accedí.


»Él se dio la vuelta, ofreciéndose para una clásica posición de cucharita. Está claro que si las esposas fueran más tolerantes con estas posiciones, nuestras vergas se limitarían a reaccionar con ellas. Yo me volví a meter bajo las sábanas y lo abracé bien apretadito por atrás. Estoy seguro de que sintió mi verga dura entre los cachetitos de su culo. Pero no me moví, ni él hizo ningún otro ademán para seducirme, tan sólo nos quedamos así, ahí, quietecitos, hasta que la voz de mi mujer nos obligó a levantarnos.


»A partir de esa mañana, supe que habíamos establecido una suerte de complicidad entre ambos. Ahora, cada vez que él me miraba, yo le sonreía de un modo especial. Lo empecé a invitar a pescar conmigo, y poníamos cualquier excusa para que su hermana no nos acompañara. Él se reía lleno de felicidad, todavía lo hace, porque nos seguimos dando nuestras escapadas. Partimos antes del amanecer y regresamos muy tarde en la noche, de modo que mi hijo es mío y yo suyo la mayor parte del día. Son horas doradas.


»Un día casi me atrevo a darle un beso, esa boquita temblaba del frío y el agua que lo salpicaba, y cuando me acerqué a abrazarlo noté que tenía piel de gallina. Lo acaricié y froté contra mí, pero cuando su carita se alzó para confrontar la mía, me faltó el valor. Sé que él lo pedía a gritos, se leía en sus ojos la necesidad, pero fallé, le fallé.


»Desde entonces, pude percibir cierto matiz de angustia en su mirada, e incluso cuando nuestras escapadas por el río continúan con la misma frecuencia de siempre, siento que ya no se divierte como antes, y hasta podría afirmarlo sin equivocarme, creo que me ha empezado a evitar… Pero como dicen, el despecho no es un sentimiento exclusivo de las mujeres. Sé que lo herí en su amor propio, porque él confiaba en haber desplegado sus redes sesudamente, y ahora ha de estar preguntándose a sí mismo: “¿En qué he fallado?”


—No quisiera estar en su lugar… —murmuró el cura con ironía, casi sin proponérselo, en cuanto un intervalo de silencio se lo hubo permitido.


—Como sea que trabaje la mente infantil enamorada, sé muy bien reconocer a un niño con el corazón roto. Es como cuando le niegas un juguete, ¿sabe? Porque en sus deliciosos delirios ellos no distinguen el amor de la posesión. Y ya le había negado demasiados juguetes a mi hijo para negarle también mi amor, al menos, la clase de amor que ambos esperamos el uno del otro. Así que en la siguiente ocasión en que partimos hacia el río, sin dilaciones ni titubeos lo besé en los labios…


—¿Y cuál fue la reacción de su hijo?


—Él me dijo —respondió el penitente entonando la voz—: “Papá, tu bigote me hace cosquillas”. Y nos reímos juntos, del bigote y de felicidad. Le prometí que me lo afeitaría, y eso hice —deslizó una mano por su lampiño labio superior—, a pesar de que a mi mujer le encantaba mi bigote.


»Volví a besarlo en otras ocasiones, todas ellas a flor de labios. No me atrevía a llegar más allá, dejándole a él la opción de ir tan lejos como le apeteciera. Sólo una vez me atreví a abrir la boca y aspirar su dulce aliento: sabía a chocolate. También tenía los dientes manchados, por lo que se los lamí. Me dijo que le hacía cosquillas con la lengua, y yo le respondí: “Lo siento mucho, hijo, pero no puedo afeitarme la lengua”. Reímos hasta el cansancio, hasta llorar. Entonces fue cuando empecé a pensar en el divorcio, y en reclamar la custodia de mi hijo varón para mí.


»Y aquí estoy, luego de medio año de haber comenzado a sufrir lo que no imaginé se convertiría en una de las más gratas experiencias de mi vida. Mi hijo está por tomar su primera comunión, y mi esposa me trajo a rastras a la iglesia. Dijo que debíamos darle el ejemplo, ya que nuestro hijo aún no se acostumbra al rito de la confesión, y si ve que sus padres lo hacen puede que se anime con más naturalidad…


—Entiendo —repuso el sacerdote con disimulado desgano.


—Bueno, entonces supongo que, ya que terminé de contar mi historia y los demás no son más que pecados veniales, esto es como un trámite: me da la absolución y me puedo ir.


El cura acercó el rostro a la rejilla del confesionario, tanto que el penitente pudo percibir la corriente de aire provocada por su aliento.


—¿Está usted loco? —fueron las palabras del confesor, pronunciadas de un modo enfático y espaciado.


—¿Perdón? —se sorprendió el penitente.


—Acaba de confesarme un acto de pederastia incestuosa y, ¿pretende que lo absuelva así sin más?


—Bueno, pues… —jaló del nudo de su corbata, sintiéndose súbitamente acalorado.


—Ante todo, deberá alejarse de su hijo antes de que pueda seguir haciéndole daño o, peor aun, un daño incluso mayor del que ya le ha hecho. Segundo, ¿usted realmente cree que su hijo estaba correspondiendo a sus intenciones de intimar? Dígame una cosa, ¿qué clase de atención había brindado a su hijo últimamente?


—Ninguna, pero…


—¡Exacto! Su hijo todo lo que deseaba era un poco de atención paterna, ¡y usted lo tergiversó todo!


—Vaya, pensándolo de ese modo, puedo notar la gravedad de mi falta.


—¡Gravedad gravísima! Si continúa con esto, no se salvará ni rezando un millón de Avemarías, esto requiere medidas más drásticas. Le recomendaré algún retiro espiritual de purificación, tan sólo déjeme chequear…


Afuera, a través de la fila de penitentes los rezongos se multiplicaban por cada minuto transcurrido.


—Papá está tardando mucho, ¿eh? —Observó una muchachita de quince años, consultando su fino reloj pulsera—. Quién iba a decir qué tuviera tantos pecados —añadió a continuación, en tono ligeramente malicioso.


Su madre la amonestó con la mirada, tras lo cual buscó la estatua de santo más cercana para santiguarse.


Finalmente, el hombre salió del confesionario frotándose las rodillas con disimulo. En su rostro portaba claras señales de culpabilidad, y evitando el menor contacto visual con su familia, fue directo a los bancos de la parroquia para rezar.


—Se nota que arrostra penas pesadas —comentó su hija mayor, siendo nuevamente silenciada por la mirada de su madre.


—¿Quién sigue? —preguntó ésta última entre sus dos hijos.


—Yo solamente vine para darles mi apoyo moral —se defendió la hija mayor.


—Yo voy —manifestó el hijo más pequeño, adelantándose hacia el confesionario.


«Éste sale rápido», pensaron madre e hija al mismo tiempo.


El niño se hincó de rodillas, haciendo la señal de la cruz.


—En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo —dio comienzo el sacerdote a la tertulia habitual.


—Bendígame, Padre, porque he pecado —respondió el niño con la fórmula aprendida.


—Dime, ¿en qué has pecado, hijo mío? —inquirió el confesor, sonriendo con serenidad al reconocer la ingenua tonada de un infante.


El niño tragó saliva, tras lo cual confesó sin rodeos:


—Estoy enamorado de mi padre.


 


 


 


 

Notas finales:

Bueno, espero haya sido de su agrado.

Cualquier comentario, duda, crítica, etc, pueden hacérmela llegar a través de una review^^

Saludos desde Incestland!

Kisses!!!


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