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Mi Táctica y Mi Estrategia por KakaIru

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Notas del fanfic:

<3

Notas del capitulo:

GaaLee <3

 

Mi Táctica y Mi Estrategia

Por: KakaIru

 

 

 

 

Mi estrategia es
Que un día cualquiera
No sé cómo ni sé 
Con qué pretexto
Por fin me necesites.

 

 

 

 

Rock Lee era un chico optimista, alegre por naturaleza. Aparentemente el epítome de todo pensamiento positivo y buena voluntad. Fue por eso que nadie pensó que semejante joven fuese capaz de albergar en su pecho ningún sentimiento negativo, ningún rencor, ni siquiera contra aquel causante de la mayoría de sus desgracias y que casi había acabado no sólo con su vida sino también con sus sueños. No importaba que Gaara hubiese sido especialmente cruel en aquella oportunidad. Tampoco el que le hubiese combatido con todo el desprecio y el odio de un monstruo sin corazón (el monstruo que realmente era). E incluso ni siquiera le interesó el que el pelirrojo hubiese buscado ultimarle aún después de haber acabado su batalla, en aquella sala de hospital que podría haberse convertido en su tumba si no fuese por la intervención de sus amigos.

 

 

Sí, Rock Lee había soportado en silencio, tolerando el dolor de sus heridas, e incluso el sufrimiento que ocasionaban aquellas que ni siquiera eran físicas. Porque el mismo pensamiento dolía. Pensar que tal vez debía abandonar su camino del ninja, que todo por lo que había luchado, el único sueño que mantenía, todo, absolutamente todo, había estado a punto de convertirse en nada. Eso había sido lo peor, más insoportable que las pesadillas que lo asaltaban a mitad de la noche, cuando su subconsciente lo torturaba con aquellas imágenes que se repetían incesantemente, una y otra y otra vez. Sólo que en aquellos sueños él estaba solo. No había Gai-sensei ni Hokage que curara su pierna en esta ocasión. Así que nadie respondía a sus gritos.

 

 

En aquel lugar recóndito y tenebroso dentro de su consciencia, solamente estaban Gaara y él, y la arena, y las carcajadas y la mirada que brillaba maliciosamente.

 

 

Entonces, tras un grito desgarrador, despertaba. Exaltado, empapado en sudor y lágrimas, con la garganta reseca y los ojos ardiendo.

 

 

Pero, aún a pesar de eso, aún a pesar de todo, resultaba impensable siquiera imaginar que semejante chico, siempre sonriente y eternamente alegre, pudiese guardar algún sentimiento en contra de Gaara.

 

 

Gai estaba seguro de eso. El apasionado sensei pondría las manos en el fuego por Lee, y lentamente se quemaría. Porque su poco agraciado estudiante era, para él, la estrella más brillante del universo. Y, con una luz que crecía a cada instante, su brillo cegador atraía a las almas más oscuras. Fue por eso que tampoco tomó a nadie por sorpresa cuando el asesino más temido de la Nación del Fuego, el despiadado Sabaku no Gaara, llegara a la inequívoca conclusión de que la extraordinaria fijación que tenía con Rock Lee no era sino simplemente la representación de todos esos deseos que habían campado siempre en su corazón.

 

 

Deseos de ser aceptado, de ser querido, deseado, de ser... amado.

 

 

Sí, sólo eso quería. Y lo entendía ahora, cuando tantos años habían pasado y la vida se había encargado de demostrarle lo vacía que resultaba su existencia sin un compañero a su lado, sin nadie con quien compartir esos largos momentos de silenciosa soledad en los que a menudo se sumía. Entonces era cuando su corazón dolía. Y por noches enteras Gaara permaneció en vela (aún cuando ahora tenía permitido dormir), sus ojos aguamarina escudriñando el cielo con determinación, preguntándose una y otra vez qué era lo que le faltaba.

 

 

Tenía aceptación por parte de los aldeanos de Suna, tenía el cariño y la protección de sus hermanos, tenía la adoración de sus estudiantes y la admiración de los niños, ¿entonces qué? ¿Qué era lo que le faltaba a su vida que desapareciera ese constante sinsabor? Por más que trató de hallar una respuesta, ésta no vino sino meses después, cuando casi se había dado por vencido a la inclemente soledad que acompañaba a su corazón. Dicha respuesta llegó a él un día cualquiera, cuando, descansando en brazos de Morfeo, una figura se materializara dentro de su cabeza.

 

 

A esa persona ya le conocía, pero no lograba recordar su nombre. Era un joven, y le miraba fijamente. Tenía el pelo muy negro, muy brillante, y sus mejillas resplandecían y sus labios se movían suavemente, su voz susurrante... Tenía también la piel cremosa, y Gaara sintió algo que nunca antes había sentido: deseo. Un deseo arrebatador hacia aquella figura de delgados miembros, de delicada sonrisa y amables ojos negros. ¿Pero quién era aquel? En ese momento a Gaara no le interesó saber su nombre. El único pensamiento dentro de su cabeza era la vergonzosa necesidad de acercársele, de atraer su cuerpo hacia el suyo y sentir su piel. Entonces también deseó poder besar sus labios, y su corazón latió desbocado al tiempo que se acercaba al joven rápidamente.

 

 

Y entonces le miró, y era la cosa más hermosa, frágil y delicada que hubiese visto nunca.

 

 

El deseo se desató rápidamente creando en su cuerpo la excitación, y era la primera vez que se sentía de ese modo, era la primera vez que deseaba físicamente a otra persona. ¿Era eso lo que le faltaba? Lo apretó entre sus brazos y hundió el rostro en su cuello. No quería dejarlo escapar, no deseaba separarse de él. Quien quiera que fuese ese chico, tenía que ser suyo. Ese bello joven sólo podía pertenecer a Sabaku no Gaara.

 

 

Se lanzó entonces contra sus labios, una delicada boca de melocotón que debía saber a gloria. Quiso fundirse con él, mezclarse con él, formar parte de él, pero antes de poder saborearle la visión había ya desaparecido y Gaara se vio a sí mismo abrazando el aire y el breve perfume que flotaba a su alrededor.

 

 

Sus ojos, como locos, se dispararon en todas direcciones. De un lado a otro, obsesivamente, buscándole, sintiendo el cuerpo tembloroso y un hueco en la boca del estómago. ¿Dónde estaba? ¿A dónde se había ido? Y entonces, no muy lejos de donde se encontraba, volvió a verle. Pero esta vez era diferente. En esta ocasión vestía un extraño mono verde, y lanzaba exclamaciones al aire y...

 

 

Gaara contuvo la respiración cuando entendió de qué se trataba.

 

 

Con sumo horror, con suma estupefacción, se observó a sí mismo y al demonio que inicialmente había sido. Con una terrible sensación de asco y mareo reconoció la arena, la mueca de demencia total, el pelo rojo y los calentadores naranja. Y también recordó, con un largo estremecimiento, la escena que se desarrolló a continuación, cuando el joven corría tratando de escapar pero no lo suficientemente rápido.

 

 

Y entonces el grito, y la sangre...

 

 

El pelirrojo abrió los ojos de golpe, asustado. Se encontraba en medio de su habitación, las cortinas abiertas, el viento moviéndolas desenfrenadamente, tan acorde a los latidos del corazón del Kage que repicaban con la fuerza de un gong chino. Ah... sí, y entonces el entendimiento. Eran los recuerdos que se agolpaban dentro de su cabeza, en su cerebro, en sus ojos... Era volver al pasado y descubrir que aquel muchacho de su sueño, aquel cuerpo que había ansiado aunque fuese por un breve período de tiempo, no era otro más que el chico al que casi había mutilado en el torneo a Chuunin tiempo atrás.

 

 

De repente se preguntó: ¿por qué había soñado precisamente con él? Y su desconcierto no pudo ser mayor cuando se percató de un inusual bulto en sus pantalones.

 

 

Nada de eso tenía sentido.

 

 

Gaara contempló largamente la erección entre sus piernas hasta que, finalmente al amanecer, había llegado a la conlusión de que ese sueño tenía que significar algo. Preguntar a sus hermanos estaba más que descartado, porque de seguro empezarían a hacer preguntas que el Kage probablemente no sabría cómo responder. Demonios, él mismo tenía un montón de dudas. ¿Acaso ese deseo, esa atracción, que había sentido hacia el ninja de Konoha estaba relacionado con aquel sentimiento que tantas veces había escuchado mentar? ¿Se trataría acaso de Amor?

 

 

Pues si ese era el caso, Gaara lo tendría que averiguar.

 

 

Así que con su ánimo más aventurero, partió una calurosa mañana rumbo a Konohagakure. Tenía que encontrar a ese joven (¿cuál era su nombre?)... Ah, sí, Rock Lee, recordaba ahora. Al conocerle no le había parecido más que una pequeña molestia, como una piedrecita en el zapato a la cual tratas de no prestarle mucha atención pero que poco a poco se hace insoportable. Más o menos eso había sido Lee para él. Claro, eso antes de aquel sueño. En ese preciso instante, el pelinegro no era más que un enorme signo de interrogación para Gaara. Por eso necesitaba verlo.

 

 

Y lo vio, cerca de las áreas de entrenamiento, y su sola imagen detuvo a Gaara en el acto. El pelirrojo le observaba fijamente, medio oculto tras un árbol, manteniendo los ojos bien abiertos, exageradamente fijos en él. La forma en que se movía, en que pateaba los postes de entrenamiento, en que su pecho subía y bajaba con cada exhalación, el modo en que sus cabellos danzaban al compás de una música inaudible, todo eso y más, se le hizo maravilloso al pelirrojo. Rock Lee no era como nada que hubiese contemplado con anterioridad. Todo en él era refrescantemente nuevo, increíblemente atractivo, y su piel...

 

 

Oh, su piel, tan aparentemente suave...

 

 

Gaara tembló nuevamente, obligando a la arena, que comenzaba a bailar dentro de la calabaza, a permanecer en su sitio. Contener este creciente deseo resultaba casi tan imposible como antiguamente había sido contener a Shukaku. Pero tenía que hacerlo... Porque ese chico, Rock Lee, era justo lo que necesitaba. Lo comprendió en ese momento, cuando lo único que preocupaba a su corazón era la urgencia de tenerle entre sus brazos y no soltarle nunca. Eran las ganas de besar su oído y susurrar muy quedo: "eres mío, ahora y para siempre me perteneces".

 

 

¡Qué no daría por hacer aquello!

 

 

Pero sentía que no podía. ¿Luego de todo lo que le había hecho? ¿El dolor que le había ocasionado?

 

 

Aunque se trataba de Rock Lee... tal vez él pudiera perdonarle.

 

 

Gaara se aferró a este pensamiento. Sí, Lee le perdonaría (si es que no lo había hecho ya). Si había alguien lo suficientemente fuerte como para otorgarle el perdón, ese, sin duda alguna, era el alumno de Gai.

 

 

De este modo fue como, ensimismado dentro de sus pensamientos, un kunai voló en dirección al Kage, rozando muy peligrosamente su mejilla. Abrió los ojos al máximo, reprochándose mentalmente semejante descuido. Ahora que Shukaku no estaba para protegerle debía ser el triple de cuidadoso, pues aunque aún la arena se moviera conforme a su voluntad y deseo, ya no se accionaba de manera automática. La misma arena que, al presentir el peligro, casi se había lanzado contra el atacante pero deteniéndose inmediatamente al reconocerle.

 

 

-¿Gaara-san?

 

 

No. Gaara no podría tocar ni un pelo de esa hermosa cabellera negra.

 

 

Y de repente se sintió como un niño, como si hubiese sido descubierto haciendo una maldad. De hecho, de no haberse tratado de Gaara, un inevitable sonrojo se hubiese apoderado de sus mejillas. Pero era Gaara, pffff... él nunca se sonrojaría, ni siquiera ante la persona que comenzaba a ganar espacio dentro de su pecho. Todo él, desde lo más ínfimo hasta lo más importante. ¿Cómo es que le había olvidado, en primer lugar? Parecía casi imposible, y al mismo tiempo nada de lo que le ocurría tenía una explicación lógica.

 

 

¿Cómo explicar esa creciente atracción que buscaba dominar sus sentidos? ¿De dónde habían salido esas enfermizas ganas de estar junto a él? ¿Y por qué Lee precisamente? De entre todas las personas que Gaara hubiese esperado, el nombre de Lee era el último en la lista dentro de su cabeza. Es decir... Él ya había pensado en buscar a un compañero, y en su mente había pensado en Naruto (quien había sido su primera opción), ¿pero Lee? El pasado que ambos habían compartido juntos era como mínimo espantoso. Y sin embargo allí estaba, en plena Konoha, con los nervios a flor de piel y una extraña incomodidad en el estómago, como si bichos raros le devoraran las entrañas. ¿Así se sentía estar enamorado? Pues no era tan agradable como lo pintaban...

 

 

De hecho resultaba todo lo contrario. Completamente insoportable y fastidioso. Y la mirada sorprendida de Lee no hacía mucho para cambiar esta sensación.

 

 

-Gaara-san, ¿estás bien?- preguntó el pelinegro con algo de cuidado.

 

 

"¿Se preocupa por mí?", se preguntó Gaara al instante. ¿Era eso que sentía, en su voz y en su tono, algo de preocupación? Tal vez... tal vez las cosas no estaban tan perdidas después de todo.

 

 

-Sí- respondió el Kage suavemente, como era costumbre ya, mientras cruzaba los brazos a la altura del pecho.

 

 

-Hmmm...- breves momentos de tenso silencio y Lee se removió en su sitio, inquieto.

 

 

La presencia de Gaara lo ponía sumamente nervioso y, en un acto reflejo, nada pudo hacer cuando su mano derecha vagara inconscientemente hacia su brazo izquierdo, acariciando con parsimonia esa zona. Al percatarse de lo que hacía, inmediatamente volvió a su posición anterior, pero no lo suficientemente rápido como para burlar la vista de Gaara, quien enseguida comprendió lo ocurrido. De pronto una honda pena nubló su vista.

 

 

-Lo siento- susurró muy quedamente, y Lee pudo percibir el sincero arrepentimiento.

 

 

-No tiene importancia- se apresuró a explicar mientras gesticulaba de forma excesiva. Era vergonzoso ver a Gaara de ese modo, como un perrito apaleado por su dueño, mucho menos ante un acontecimiento que había tenido lugar hacía tanto tiempo.

 

 

-Claro que la tiene- replicó Gaara de pronto serio. Sus ojos ostentaban la determinación, porque era un asunto serio. Lee tenía que comprender lo serio que era. Porque ganar su perdón era sólo el paso inicial pero decididamente el más importante. Gaara se desesperaba tan sólo de pensar que tal vez Lee le guardaba algún rencor (aunque si así era, tampoco tenía por qué culparle)-. Es importante para mí.

 

 

Y al decir eso, "para mí", en ese tono y con esos ojos, Lee ganó una seriedad que pocas veces se le había visto. Porque entendía que aquello no era un juego. Gaara estaba abriendo su corazón, y esto era importante.

 

 

-Luego de tantos años- continuó el pelirrojo unos segundos después-, me di cuenta de que nunca te había pedido perdón por lo ocurrido en el torneo a Chuunin y...

 

 

-¡No fue tu culpa!- exclamó Lee- Era una pelea, tú...- guardó silencio ante la mirada glaciar que de pronto le dirigió el gobernante de Suna.

 

 

-No me interrumpas- amenazó peligrosamente; Lee soltó una risita de ansiedad.

 

 

-Lo siento...

 

 

-En fin- ¿por dónde iba? Ya hasta había perdido el hilo... ¡Ah, sí! El torneo...-. Aunque era una pelea fue mi elección hacerte lo que te hice. Fui yo quien decidió lastimarte de aquel modo.

 

 

Y ante la mención del momento, Lee se estremeció en lo más hondo. Hubiese preferido no tener que recordar todo aquello. ¿Es que acaso Gaara no podía simplemente pedir disculpas y ya? ¿Tenía que obligarle a rememorar uno de los sucesos más odiados y humillantes de su vida?

 

 

Lee deseó poder desaparecer. Por más que había tratado de convencerse a sí mismo de que aquel tema estaba ya superado, de que todo había quedado en el pasado, en ese momento se daba cuenta de que realmente no era así. La presencia de Gaara desencadenaba más cosas de lo que el mismo pelirrojo podía imaginar, y Lee estaba a punto de perder el control. Pero, más que eso, estuvo a punto de defraudar todas las creencias de su maestro, todas las cosas que le había enseñado y de las cuales se había sentido siempre tan orgulloso.

 

 

En ese momento lo mejor era escuchar a Gaara y tratar de que sus palabras no calaran tan hondo como lo habían hecho sus acciones tiempo atrás.

 

 

-Gaara-san, te comprendo- dijo con voz baja y forzada, igual que la sonrisa plástica que Gaara nunca había visto en su rostro; por momentos se sintió… perdido-. Entiendo tus acciones así como entiendo que ya todo quedó en el pasado. Por favor- y hubo cierto énfasis especial al pedirlo, “por favor”, deseaba que se detuviera de una vez, que se marchara y le dejara en paz-, no volvamos a tocar este tema. Te perdono.

 

 

Pero incluso este perdón sabía amargo, y Gaara se encontró de frente con una sensación como de desengaño, de vacío parcial y terminal dentro de pecho, un leve sentimiento de ahogo y un creciente dolor de cabeza. Cerró los ojos pesadamente y soltó un profundo suspiro de agonía. Y, cuando sus ojos aguamarina volvieron a enfocarse en Lee, el pelinegro pudo ver todo el pesar y toda la congoja que amenazaban al representante de Suna.

 

 

-No es cierto- murmuró de forma acusadora, sus ojos de pronto tornándose violentos y llenos de súbito reproche.

 

 

-¿Qué dice?

 

 

El pelinegro hubiese deseado poder hacerse el desentendido, pero el momento que había estado evadiendo durante años parecía inminente ya. Era el justo instante en el que su presente y su pasado colisionaban. Un segundo en el que las memorias lo inundaban, y el mismo dolor de antaño ahora fundido con este nuevo sentimiento de aversión que se propagaba por su cuerpo como una plaga. Por primera vez Lee se sintió enfermo, y sintió pena y asco de sí mismo.

 

 

-Si no lo sientes no me digas que me perdonas- el recién llegado de la arena arrastró las palabras con parsimonia, claramente dejando por sentada su posición-, porque no te permito que me engañes de esta forma.

 

 

-No te engaño, Gaara- insistió Lee sin mucha convicción.

 

 

El pelirrojo se mordió los labios, furioso.

 

 

-No quiero engañarte- añadió Lee muy bajito, y estas palabras sirvieron para calmar a Gaara en un momento; y le miró fijamente, sus ojos nuevamente tornándose necesitados y prístinos. Lee se sintió mal de pronto, por breves instantes antes de recordar porqué estaban tocando ese tema-, pero la verdad es que…

 

 

Gaara cerró los ojos.

 

 

Lo sentía venir, el golpe definitivo que dolería más que cualquier ataque, que sería mucho más devastador y que arrasaría con todo lo que deseaba. Y casi como venganza divina, las palabras de Lee se sucedieron, una detrás de otra, un golpe tras otro, una acusación no hecha y Gaara agradeció que el pelinegro no le mirara a los ojos. Porque si Lee le llegara a mirar con ese mismo odio que transmitían sus palabras, entonces sí Gaara estaría completamente destrozado.

 

 

-No puedo perdonarte- dijo el amo del taijutsu con voz débil y pesarosa pero profunda y reverberante-. Por más que quiera hacerlo, no puedo. Es algo más grande que yo, más fuerte que yo, y no puedo controlarlo.

 

 

El chico apretó los puños con violencia. Se sentía impotente, se odiaba a sí mismo a cada instante. Porque el sólo pensamiento lo avergonzaba, el sentir tan innobles sentimientos por un camarada que a pesar de todo le había salvado la vida en una ocasión. Y aún con eso, a pesar de ese pequeño y breve capítulo vivido, Lee no podía perdonarle por todo lo que le había hecho, por las múltiples penurias que le había hecho pasar.

 

 

Y esto mismo lo martirizaba.

 

 

Gai-sensei estaría tan decepcionado si le escuchaba…

 

 

-Noches enteras me esforcé para olvidarlo, para barrer de mi pecho estos sentimientos que me carcomen, pero… no puedo. Por más que he rezado incontables veces para que Kami-sama me libere de esto que siento, nada funciona. Ni siquiera cuando…- se detuvo unos instantes, y cuando Gaara le miró pudo contemplar, con suma estupefacción, gruesas lágrimas rodando por las sonrojadas mejillas del pelinegro- Ni siquiera cuando recuerdo que has cambiado, no puedo perdonarte lo que me hiciste. Porque en el fondo no quiero hacerlo.

 

 

¡Ah, era eso!

 

 

Gaara pudo haber sonreído con ironía a causa de la amarga sensación que se apoderó de su pecho al ser consciente de la verdadera razón por la que Lee no le perdonaba. Era tan simple y tan sencillo y aún así tan devastador… Lee no quería perdonarlo, simplemente así.

 

 

-No me importa lo que los demás digan, no me importa lo que piensen- continuó el pelinegro, esta vez su voz alzándose poco a poco, su expresión tornándose molesta y casi traicionada.

 

 

Sí, principalmente, traicionada por el mundo, por sus amigos, por su sensei. ¿Cómo podían de verdad creer que Gaara había cambiado? ¿Que había dejado de ser aquel monstruo sediento de sangre? ¿De verdad habían sido burlados por esta nueva treta del pelirrojo? Entonces se sentía expuesto, porque sólo él veía ese lado oscuro, más negro que la noche y más profundo y fuerte que el mismo odio.

 

 

-No importa lo que hagas, para mí sigues siendo un monstruo, un asesino. No interesa cuánto digas que has cambiado, porque no te creo. Para mí sigues siendo el mismo, la misma persona, el mismo ser despiadado, el mismo egoísta que mataba para sobrevivir. ¡Eso eres para mí!

 

 

Y entonces Gaara no entendía. Si se suponía que esas duras palabras debían herirlo a él, estaban dirigidas sólo a él, ¿por qué Lee lloraba tan intensamente? Si era Gaara quien sufría, quien sentía su corazón doler lo que no había dolido nunca. Incluso mucho más que cuando Yashamaru había intentado asesinarlo, mucho más de cuando se dio cuenta de que estaba completamente solo en el mundo, lo que sentía en aquel instante no tenía comparación.

 

 

Las palabras de Lee eran imposibles de tolerar sin sentirse fatalmente herido. Y su tono, su rencor tan latente, el odio que brotaba de sus labios como veneno, fue algo que le hizo sentirse de nueva cuenta como solía sentirse antes. Como si nadie le quisiera, como si nadie pudiese amarlo nunca, y entonces se sentía mal, se sentía equivocado. No debía estar con vida, no debía haber nacido en primer lugar, porque alguien como él no tenía cabida en ese mundo. Porque lo único que podía hacer era dañar, lastimar, destruir. Aún cuando intentaba hacer el bien su destino era herir a otros, por eso Lee sufría.

 

 

Por eso era que lloraba, a pesar de que se desahogaba, se sacaba de adentro todas aquellas palabras que lo consumían lentamente, que lo devoraban desde las entrañas. Aún cuando el pelinegro debía sentirse aliviado, Gaara sabía que sufría. La persona a la que quería amar, a la que quería entregar todo, estaba sufriendo por su causa, nuevamente.

 

 

Sintió entonces, dentro de su cabeza, un pensamiento trepar por su cerebro:

 

 

“No debería estar aquí”.

 

 

Se sintió fatalista, indeseado, depresivo. Por momentos volvió a ser el mismo niño, cuando cada noche era una nueva táctica, una nueva técnica para acabar con su vida, para así dejar de ocasionar problemas, dejar de lastimar.

 

 

“Debería estar muerto”.

 

 

Sonrió leve, tristemente.

 

 

-Lo siento- fue lo único que atinó a decir.

 

 

Y sí, llámenle cobarde si querían, pero desapareció. No alcanzó a ir demasiado lejos, porque era imposible concentrarse y porque su corazón sangraba. Estaba lastimado, peor que nunca antes, porque esas palabras las habría podido tolerar de haberse tratado de otra persona, si en vez de Lee hubiese sido tal vez otro, pero no. La persona que lo odiaba era Rock Lee, el ninja más inocente que había conocido nunca.

 

 

Pero el mismo pelinegro no hallaba ya qué hacer. Mientras se sentía miserable por dirigir semejantes palabras a su compañero, una parte de él se regocijaba en su dolor, y esto lo espantaba terriblemente. Esa mitad de él que se mostraba cruel y despiadada, no podía ser él, ¿cierto? Esa parte tan malévola e hiriente no podía ser Lee, ¿o sí? Y entonces, mientras padecía y se estremecía, lloraba lágrimas tanto por Gaara como por él. Porque en el fondo deseaba disculparse por todo lo dicho, pero no se veía con fuerzas suficientes como para hacerlo.

 

 

“Tengo un corazón corrupto de odio”, pensó el discípulo de Gai con suprema amargura. Y tan sólo sus pasos débiles y cortos le llevaron lejos de las áreas de entrenamiento, a las afueras de la aldea donde pudiese desahogar su llanto.

 

 

Y en un lugar diametralmente opuesto, sintiéndose decaer a cada instante, cierto pelirrojo permanecía observando pausadamente por la ventana del austero departamento que arrendaba en medio de la ciudad de Konoha. El sitio era perfecto para las penas y para el sufrimiento, porque estaba en una zona que a Gaara le parecía especialmente oscura, despejada porque estaba demasiado cerca de la Residencia Uchiha y definitivamente melancólica a causa del cementerio cercano que era jardín de crisantemos blancos y altos cipreses.

 

 

Todo el lugar era perfecto y el silencio a su alrededor le daba la oportunidad perfecta para pensar, para hundirse más en su miseria sin ser perturbado. Con los ojos entrecerrados y mordiéndose los labios con toda fuerza, Gaara dejó que la desgarradora emoción del desengaño trepara por su pecho hasta inundar su recién descubierto corazón.

 

 

“Todo lo que ha pasado es mi culpa”, pensó el pelirrojo, y casi extrañó la demencial voz que, así fuese sólo para molestar, probablemente respondería: “Así es. Todo esto es culpa tuya, y el que Lee te deteste y sufra por ti también es tu responsabilidad.”

 

 

Justamente era esto lo que más lo hería. El conocimiento de saber que la persona más inocente que había conocido, más cándida e ingenua, albergaba semejantes sentimientos por su causa. Gaara estaba más que seguro que Lee no debía odiar a nadie más, al menos no con tanta intensidad. Porque esos ojos, esa furia y esa rabia, parecían no tener límites.

 

 

-Y todo es culpa mía- susurró bien bajo, y sonrió de medio lado y volvió a sentirse un monstruo, cosa que no pasaba desde hacía mucho tiempo.

 

 

Al llegar a Konoha Gaara había pensado que sólo debía ir con Lee, pedir sus respectivas disculpas y por fin deshacerse de ese nudo en el pecho que no le permitía conciliar el sueño. Pero entonces… nunca contó con la reacción de Lee, con su aborrecimiento y su desprecio. Se sintió entonces más indeseado que nunca antes. Oh, si tan sólo estuviesen sus hermanos ahí… Kankuro probablemente sabría qué decirle, cómo levantarle el ánimo así fuese con una vil mentira, y Temari probablemente sabría reconfortarle, decir las palabras precisas, convencerle una vez más de que todo tenía una solución.

 


Pero estaba completamente solo, no había nadie con él para ayudarle.

 

 

¿Qué podía hacer?

 

 

Se sentía tan miserable…

 

 

-Lee me odia…

 

 

Y dolía. Hería enormemente y le impedía respirar.

 

 

El pelirrojo se llevó una mano al pecho y con suma estupefacción casi se sintió desfallecer al comprender que aquella terrible sensación que le estrujaba el corazón no era más que el resultado de aquella infructuosa confesión de amor que había tomado el peor giro posible. Y eso que se estremecía, que se arrugaba y sangraba y que le daba la sensación de que moriría en cualquier instante no era más que el dolor del rechazo. Entonces era la primera vez que sentía algo semejante. Primera vez que abría su corazón justo para resultar herido como tantas veces antes le habían lastimado. Justo como Yashamaru, justo como todos.

 

 

Pero esta vez no importaba. Con Yashamaru él había intentado buscar venganza, se había sublevado, porque en aquel momento no se merecía semejante traición. Pero esta vez, con Lee, era completamente merecedor de lo que le ocurría. No podía molestarse ni buscar culpables, porque el único culpable era él. Lo único que podía hacer era aceptar que probablemente Lee tenía razón. No había cambiado, no en el fondo. Él seguía siendo el mismo, seguía lastimando, aunque ya no lo disfrutara igual.

 

 

-¿Es que acaso… seré siempre un monstruo?

 

 

Obviamente no obtuvo respuesta, aunque tal vez ni siquiera hiciera falta.

 

 

La verdad estaba más que clara.

 

 

Pero esta verdad lo atormentó aproximadamente tres días y dos noches durante las cuales no hizo sino pensar en Lee. Con cada segundo que pasaba se sentía más desesperanzado, porque el sentimiento hacia el pelinegro parecía multiplicarse a cada instante, y sus palabras de odio le recordaban, también a cada momento, lo ilusorio de sus deseos y lo inalcanzable de los mismos.


¡Pero basta ya!, se dijo. Basta de sufrir y padercer. Él era Sabaku no Gaara, ¡era un Kage! Él no tenía por qué obligarse a padecer todo aquello. ¿Qué importaban los sentimientos? Nada de eso tenía sentido. ¿Así se sentía el amor? ¡Pues estaba mucho mejor sin él! No lo necesitaba para nada. No, él volvería a su aldea como si nada hubiese ocurrido. Él ni siquiera tenía tiempo para ese tipo de necedades. Su única preocupación era su aldea, eran sus aldeanos que lo necesitaban tanto. ¿Qué importaba Lee de todos modos?


Mucho, importaba demasiado, pero el dolor que le ocasionaban sus palabras le hacía desear nunca haberse confesado. Más que sufrir por su causa, prefería mil veces encerrarse en su mundo perfecto lleno de inapreciable arena. Al menos volvería a ser lo de antes, donde nada ni nadie podía hacerle daño, donde el peor enemigo era él mismo y donde podía vivir su pequeño paraíso fingido en el cual era adorado, amado sin reservas. Cualquier mujer en su aldea daría lo que fuera por estar con él. ¿Entonces por qué no elegir alguna de ellas? Tal vez alguna chica reservada que no hiciera preguntas cuando Gaara no quisiera tocarla, que se mantuviera en silencio cuando deseara estar solo, que no temblara cuando él le mirara fijamente...


Sí, no necesitaba a Lee.


Eso se dijo. De eso trató de convencerse. Y cuando ya casi había logrado cumplir se meta, a punto de marchar de Konoha, casi con un pie adentro y otrofuera de la aldea, resignado a dejar aquel pequeño episodio como una mera invención de su subconsciente, una fuerte mano le agarró del hombro, tomándole completamente por sorpresa por segunda ocasión.


-Gaara-san...


Su corazón latió un poco más de prisa, pero no demasiado cuando, con la decepción pintada en el rostro, se dio cuenta de que no reconocía a quien le hablaba. Un tanto perturbado por haber sido tocado por una segunda persona, volteó a ver a quien le hubiese detenido tan abruptamente.


Al hombre le reconoció de inmediato, porque era demasiado parecido a quien se había convertido rápidamente en su amor platónico. Después de todo era el mismo corte de cabello, y el mismo mono verde y los mismos calentadores naranja. Ah, pero entonces era la misma expresión de agridulce tristeza y contrariedad.


-¿Qué quieres?- preguntó el gobernante de Suna sin un rastro de emoción en la voz. 


Una vez que dejara esa aldea, dejaría atrás esos sucesos que lo martirizaban y los cuales aborrecía con pasión. Eso incluía a Lee y a su odioso maestro.


-Kazekage-sama, ¿puedo hablar con usted?- preguntó la Bestia Verde de Konoha con tono serio aunque medido, y tras un breve momento de silencio, añadió-Por favor...


El pelirrojo no supo a qué se debía semejante suceso, pero poco pudo hacer cuando ya se hallaba en aquel desvencijado dojo que aparentaba estar tan solitario como su propia alma. Pero supuso que tal vez la razón por la que había aceptado hablar con el mentor de Lee era por el brillo ausente en su mirada que era igual al mismo que Lee tenía la última vez.


No, tenía que dejar de pensar en eso. No le hacía bien si quería dejarlo todo atrás. Pero entonces reparó en algo más, de forma inconsciente, ese lugar... tenía la presencia de Lee impregnada por todas partes. Estando allí era como estar con Lee, a su lado, casi pudiendo tocar su rostro, casi como besando sus labios. Se llevó una mano al pecho y por segundos su rostro se contrajo en un gesto de sufrimiento. Apenas breves momentos y volteó a ver a Gai, apresurándole.


-Gaara-san, la verdad...- el hombre, por primera vez, lució decaído y temeroso- Lo cierto es que, necesito pedirle un favor.


El pelirrojo alzó una ceja, no esperando precisamente eso. No tenía la suficiente confianza con el sensei como para que este le pidiera favores, pero por alguna desconocida razón se vio asintiendo, esperando a que continuara, de pronto ya no tan apurado.


-¿Qué sucede?- su propia voz lo sorprendió.


-Es Lee...


Ah, claro, tenía que ser él. ¿Quién más si no?


Gaara estuvo tentado de reír amargamente, pero tan sólo contempló a Gai, sus ojos estudiándole minuciosamente.


-¿Qué hay con él?


Resultaba fascinante la forma que tenía de sonar desinteresado cuando en el fondo ocurría todo lo contrario. Tan sólo la mención de ese nombre lo descontrolaba. ¿Desde cuándo el amo del taijutsu se había vuelto tan importante?


-Sé que muchas cosas ocurrieron entre ustedes- comenzó Gai con voz neutra, como nunca se le pensó escuchar-, muchos sucesos horribles y crueles. Sé que hirió a Lee muy profundamente, Kazekage-sama, y veo en la mirada de mi pupilo que aún no lo ha olvidado. Pero por favor, se lo suplico...- al levantar el rostro gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas, dejando a Gaara mudo de la impresión. Estas lágrimas no eran actuadas ni ficticias, sino duras y reales, de verdadero pesar- Por favor, ayude a Lee.


Esto llamó enormemente su atención. ¿Ayudarlo? ¿En qué sentido? Y como si le adivinara el pensamiento, Gai continuó.


-Gaara-san, aunque no lo crea Lee está sufriendo mucho. Lo conozco desde que era un niño, sé que lo está pasando terriblemente mal. Él quiere perdonarlo, de verdad que quiere, puedo verlo en sus ojos. Pero su corazón está muy resentido. 


-¿Y qué puedo hacer yo?- preguntó entonces Gaara, y Gai juntó ambas manos a la altura del pecho, como rezando.


-No lo abandone; no abandone a mi pupilo, por favor.


El corazón de Gaara, ante estas palabras, latió con fuerza. Una increíble emoción le recorrió el pecho, y de repente se sintió saturado de emociones. Porque tener a ese hombre tan fuerte llorando como un niño, suplicándole de la forma más patética, y sin embargo sus palabras calando hondo, tan hondo que Gaara se sintió estremecer. ¿Qué tan horrible debía sentirse Lee para que su maestro decidiera intervenir? ¿Acercarse a la persona que más daño le había hecho? Entonces no podía negarse...


-Por favor, Gaara-san...- pero antes de continuar el pelirrojo ya había desaparecido en una nube de arena, dejando en su sitio a un lloroso Gai.


No había necesidad de una respuesta o un pedido mayor. Sin caber cómo, el propio Gaara se encontró a sí mismo frente al departamento de Lee. ¿Cómo sabía que era allí? No podía explicarlo, pero en ese momento se hallaba enteramente decidido. Tenía un objetivo presente, y no se rendiría sin importar las consecuencias.


Se acercó a la puerta de Lee y tocó repetidas veces. Tan sólo tomó un par de segundos y la puerta se abrió, mostrando a un demacrado Lee de pómulos hundidos y mirada pesarosa. Se le hizo entonces tan triste la imagen, a Gaara, y sintió ganas de abrazarlo contra su pecho, de tenerle siempre allí consigo y nunca dejarlo ir. Confortarlo siempre, mayormente, y protegerlo de cualquiera que osara lastimarlo. Era casi como un niño, y le recordaba tanto a él mismo...


-Lee...- se mordió los labios, deseoso.


Estaba mareado, respiraba con dificultad, y los ojos de Lee le observaban como nublados, como si no le vieran realmente.


-¿Qué haces aquí?- preguntó el pelinegro olvidándose de las formalidades, simplemente deseando que el otro se marchara de una vez. ¿Qué hacía en su casa? ¿Para qué había ido? ¿Es que el último encuentro no había sido suficiente?


-Por favor, escúchame- y resultaba tan extraño verle pedirlo con tanta serenidad-. Sé que no me vas a perdonar por lo que hice, no aún.


Lee escuchaba atentamente.


-Sé que te hice mucho daño y lo lamento muchísimo. Pero tienes razón, no he cambiado nada. Sigo siendo la misma persona, pero... ahora tengo algo que antes no poseía.


Hizo una pequeña pausa y el pelinegro le observó, expectante.


-Ahora tengo corazón, Lee- se  llevó una mano al pecho, como dando énfasis a sus palabras-. Todo lo que te hice, me arrepiento de ello- al verle mover los labios para interrumpirle, agregó:- No he venido para pedirte perdón. Pero quiero que... por favor, me dejes enmendar mi error. Dame la oportunidad de demostrarte que he cambiado, que... que te amo.


Al escucharle, Lee abrió los ojos con suma sorpresa. ¿Había escuchado bien? Pero entonces, a punto de cuestionarle, sus labios se vieron proclamados por los del pelirrojo. Un beso corto, dulce, casi inocente. Un sencillo roce de labios, pero que hizo que el corazón de Lee saliera disparado, su respiración entrecortada y sus mejillas teñidas de color carmín. No entendía nada de lo que estaba sucediendo, ¿qué quería decir Gaara con todo aquello? No supo qué pensar o cómo reaccionar. No era una broma, ¿cierto?


De pronto, sin comprender cómo, un calor tremendo le inundó el pecho. Y lloró, pero esta vez por un motivo enteramente diferente. Sus manos vendadas se afianzaron a la ropa de Gaara, como si el pelirrojo fuese su tabla de salvación.


Sin ser plenamente consciente de ello, devolvió el beso.


No le iba a perdonar de una vez, pero tal vez...


Tal vez podía intentarlo.


-Sí- murmuró contra los tersos labios del otro-. Sí...


Y Gaara se encargaría, por todos los medios posibles, de hacerle sonreír como antes. A su Lee, su hermosa bestia verde de Konoha...




*OWARI*

 


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