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Error mágico por lizergchan

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Notas del capitulo:

Perdon por la demora!!!

 

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, FranxUk, PruxAus, EspxRoma, UkxFran, y HarryxDraco insinuación de AmexMex y SnapexUk

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, humor, Lemon, fantasía y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Beta: Usarechan.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Error mágico

 

 

Capítulo 16.- Pistas

 

 

—Pru… ¿Prusia? —Luciano tragó grueso —, por Dios, creo que lo maté…

—¿Quién es usted? —Snape había escuchado el alboroto y ahora apuntaba a Brasil con su barita. La penetrante mirada del profesor pasó del brasileño a Gilbert quien estaba inconsciente y en una extraña posición.

—Eh… ¡puedo explicarlo! —Brasil ya estaba arrepentido de no haberse quedado en algún hotel… y ahora estaba frente a un hombre que parecía que lo mataría en cualquier momento.

 

Estou em apuros…

 

 

Snape levantó su varita, apuntando con ella a Brasil quien estaba cada vez más nervioso, no sabía qué hacer.

 

—Yo… puedo explicarlo —dijo con torpeza; su corazón latía tan fuerte que parecía querer escapar de su pecho. Jamás había estado tan asustado.

—Usted atacó a un estudiante…

—¡No!, bueno… Gilbert se apareció de pronto y yo… yo, ¡fue un accidente! —se defendió.

—¿Qué hacia merodeando por los pasillos del colegio a estas horas? —le preguntó sin dejar de apuntarlo con su barita.

—Me llamo Luciano Barbosa, soy primo de Itzamma José, vine a visitarlo y a cerrar  algunos negocios que tengo con Arthur Kirkland. Se nos hizo tarde y él me ofreció quedarme en su habitación —explicó.

—¿Qué hacia entonces, merodeando por los pasillos? —volvió a preguntar. Brasil estaba cada vez más nervioso, no sabía qué hacer; inconscientemente rogaba a cualquier ser superior que lo ayudara a salir de tal aprieto.

—¡Soy sonámbulo! —dijo sin pensarlo. Snape miró de reojo la almohada y la sábana que estaban a los pies de Gilbert.

 

Severus estaba por decir algo, pero Prusia comenzó a despertar. De un momento a otro, recordó lo sucedido y se levantó como resorte para encarar al brasileño.

 

—¡Tú!, ¡¿Cómo te atreves a pegarle a oresama?! —chilló sin importarle que Snape se encontrara presente. Prusia comenzó a sacudir a Luciano mientras le seguía gritando cuanto insulto se le pasaba por la mente.

—L-lo siento, lo siento —se disculpó tratando de calmarlo, pero era inútil.

—Señor Beilschmidt, si no quiere pasar el resto de las vacaciones ayudando a Filch, le sugiero que lo suelte y se retire en este momento —Prusia paró en seco, miró al profesor y soltó a Luciano. —Mañana hablaremos sobre el motivo por el cual se encontraba vagando en los pasillos a estas horas. Váyase.

 

 

Prusia se retiró de mala gana, maldiciendo en alemán al profesor. Brasil suspiró, pero poco le duró el gusto. Snape condujo a Luciano hasta la oficina del director; apenas eran las once de la noche y a esa hora Dumbledore ya estaba usando su ropa de dormir; cuando el viejo mago vio a Brasil, le pidió al profesor de pociones, dejarlos a solas.

 

—¿Un caramelo de limón? —le ofreció a la desconcertada nación. Luciano aceptó, solo por educación —Soy Albus Dumbledore, director de Hogwarts.

—Eh, yo… le juro que no estaba haciendo nada malo… vine a visitar a mi primo José y a cerrar unos negocios con Arthur, y…

—Tranquilo muchacho —le dijo el director, sonriéndole —, ¿Brasil?, ¿cierto? —Luciano estaba a punto de decir alguna mentira, pero el mago lo interrumpió —Conozco a Inglaterra desde hace mucho tiempo. Él vino a mí, hace meses, para que le ayudara a romper el hechizo que convirtió en niños a varios países, pero, ya que todos ustedes poseen magia pura; me fue imposible romper el conjuro.

—Inglaterra me dijo que no podíamos revelar quienes somos por un tal Voldemort —habló Brasil recuperando la seriedad —, también me dijo que mi primo y los demás no saben de él, ¿Por qué no?, ¿Quién es ese tal Voldemort?

 

Dumbledore le contó sobre el Lord oscuro y sus intenciones de conquistar el mundo mágico, con cada segundo que duraba la conversación, Luciano se enojaba y preocupaba mas por su primo y los demás.

 

—Le solicito permiso para quedarme un par de días —dijo Brasil una vez que Dumbledore terminó con su explicación.

—Claro que si, muchacho. Por esta noche puedes dormir en la enfermería o regresar a la habitación de Inglaterra —esto último le trajo bochornosos recuerdos de Arthur y Francis teniendo relaciones sin importarle su presencia.

—Eh… creo que me quedo en la enfermería… no quisiera despertar a Inglaterra —mintió sonrojándose.

 

Dumbledore en persona lo llevó hasta la enfermería y le asignó una cama. Tan pronto como su cabeza tocó la almohada, se quedó profundamente dormido.

 

No supo exactamente cuánto tiempo pasó, pero debía ser alrededor de la una o dos de la mañana, pues aún estaba oscuro.

 

Algunas camas estaban cubiertas por cortinas, lo que le llamó la atención. Se levantó y con paso lento se acercó, y deslizó el dosel para descubrir lo que ocultaba.

 

—¡Ah! —exclamó cubriéndose la boca; fue tal la impresión que cayó al suelo; en la cama estaba un estudiante petrificado.

 

¡¿Pero qué demonios pasaba en esa maldita escuela?!

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Brasil salió de la enfermería con unas horribles ojeras y un aspecto de zombi, con un aura gris a su alrededor. En el camino se encontró con Inglaterra quien había ido a buscarlo; en las manos llevaba una túnica para que Luciano se cambiara y no usara ropas muggle.

 

Arthur se disculpó por lo sucedido; lo llevó hasta su habitación para que pudiese tomar un baño y mudarse de ropa, cuando estuvo listo lo condujo hasta el Gran Comedor y lo sentó a su lado en la mesa de los profesores.

 

—¿Quién será la persona que está con el profesor Kirkland? —dijo Ron. Los países de Gryffindor, así como Harry y Hermione miraron en dirección a la mesa de los profesores.

—Es Luciano —respondió España, antes de darle una mordida a su tostada con mermelada. El trío dorado lo miró.

—¿Lo conoces? —le preguntó Harry. Antonio asintió con la cabeza.

 

Hermione se dedicó a inspeccionar al brasileño. Era bastante apuesto, a su parecer. Se le notaba muy cansado, aún desde la distancia en la que se encontraban.

 

—Es el primo de José —habló Alfred que estaba muy concentrado en el videojuego que Brasil le había regalado. A Hermione le resultó extraño; se suponía que ninguno de sus amigos extranjeros, tenían familiares que pudiesen cuidarlos y por eso Arthur Kirkland era su tutor.

 

Hermione adoptó una pose pensativa, existían demasiados secretos alrededor del  nuevo profesor y sus protegidos y pensaba descubrirlos todos. Después del desayuno; México salió del Gran Comedor casi volando, llevándose con él a Luciano, quien tan sólo se dejó hacer. Francia y Prusia se acercaron al grupo de Gryffindor.

 

—¿Creen que José ya se olvidó del incidente? —preguntó Ron esperanzado. Alfred dejó de jugar para sonreírle, asegurándole que José no era rencoroso, lo que ocasionó que Francia y España miraran al pelirrojo con una mezcla de pena y lástima.

—Te aconsejo empezar a redactar tu testamento, kesesese —se burló Prusia, cruzándose de brazos.

—No es gracioso, Gilbert —lo reprendió Hermione —. Ron, seguramente José ya no se acuerda de lo que sucedió. De hecho, lo vi jugando con un quetzal y con su chaneque antes del desayuno.

—No quisiera ser aguafiestas, pero me andaría con cuidado, petit —le advirtió Francia, acomodándose el cabello.

 

Ron se ponía cada vez mas blanco a medida que España le contaba anécdotas de México cuando era un niño y lo que solía hacerle a quien lo molestaba. Le dijo sobre la vez que estaban en “el kínder” y Alfred le quitó sus galletas y jugo*, aunque claro, era una vil mentira; lo que en realidad Estados Unidos le había quitado a José era parte de su casa, prueba de ello eran las gafas que el rubio tenía.

 

 

 

México acompañó a  Brasil a dejar sus cosas a la habitación donde se hospedaría, que resultaba ser la misma que ocupaban Italia y Japón. Brasil se preocupó mas cuando se enteró del motivo por el cual Kiku y Feliciano estaban en tal estado; intentó convencer a su primo de regresar con él; tal vez, si los otros latinos contribuían, serían capaces de arreglar las tonterías de Inglaterra, pero México no quería ni estaba dispuesto a abandonar a los otros, aún cuando Luciano le aseguró que también estaba incluyendo a los demás países.

 

 

—También me refiero a Harry, Draco, Ron y Hermione. Ellos son mis amigos y no pienso dejarlos a su suerte —sentenció antes de salir del cuarto, dando por zanjado el tema. Consciente de que su primo necesitaba descansar, además, no quería importunar a sus tíos.

 

Brasil suspiró; en la habitación, sólo estaba Italia, Japón y él; Alemania, Grecia, Romano y Turquía estaban tan cansados que ni siquiera fueron a desayunar.

 

—En verdad estoy preocupado por ustedes —dijo Luciano sentándose al lado de Italia —. Sé que somos, prácticamente inmortales, pero… —se detuvo de golpe, parpadeó un par de veces. Por un momento habría jurado haber visto como la mano derecha de Feliciano se movía. Negó con la cabeza; probablemente estaba más cansado de lo que pensaba. Se acostó en su cama y se quedó dormido sin quitarse la túnica o los zapatos.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Ron se escondió tras una armadura al ver a José caminar en su dirección en compañía de Draco; suspiró aliviado cuando ambos Slytherin se perdieron tras una esquina sin notarlo.

 

—¿Qué haces? —Ron gritó por la sorpresa y casi tira la armadura. Detrás de él estaba Iván, con su eterna sonrisa infantil —De nada sirve que Ron se esconda de José, da.

—Yo… yo… —por más que intentaba, le era difícil articular palabras, más allá de simples monosílabas.

—Si Ron le pide disculpas a José con una caja de chocolates, tal vez lo perdone —dijo antes de irse a buscar a México.

 

 

 

Faltaba poco para la cena cuando Luciano se despertó. En esos momentos; Alemania, Romano, Turquía y Grecia estaban ayudando a Italia y a Japón a comer; después de todo, eran humanos y necesitaban alimentarse.

 

—Hasta que despiertas, maldito mocoso —lo regañó Romano. Brasil no dijo nada, estaba muy acostumbrado al carácter explosivo del italiano.

—¿No han pensado regresar a casa? —preguntó Luciano de repente. Los cuatro lo miraron esperando que continuara —, si ése tal Dumbledore no pudo romper el hechizo que pesa sobre ustedes, ¿Qué les hace pensar que podrán hacerlo permaneciendo aquí?, ¿no sería mejor que todos los países que saben o tienen conocimientos de magia se unan para tratar de arreglar este problema?

 

 

No es que no lo hubiesen pensado; pero las cosas eran diferentes desde el ataque a Italia y Japón: ahora era personal. Brasil suspiró; por lo visto su primo no era el único terco.

 

—Por lo menos. Feliciano y Kiku deberían regresar —insistió. Lo meditaron por un momento; la idea no era del todo mala…

—¡Oh, Dios! —exclamó Brasil señalando a Italia y luego a Japón. Ambos estaban abriendo y cerrando las manos. Kiku abría y cerraba la boca, en un esfuerzo sobrehumano de hablar; lo mismo sucedía con Feliciano.

 

—A… Ale… ma… ni… a… —dijo Italia con dificultad.

—Brasil, ve por Inglaterra y el director —le ordenó Turquía. Luciano asintió saliendo de la habitación a toda velocidad, aunque, a pocos metros tuvo que llamar a Tlilmi para que lo ayudara; milagrosamente, el chaneque no le hizo ninguna broma, al contrario.

 

Cuando regresaron con Dumbledore y Arthur; Italia y Japón estaban sentados y hablando con normalidad.

 

—Sorprendente —dijo Dumbledore sin poder creerlo.

 

Alemania tenía la esperanza de que Italia o Japón recordaran a su atacante y pudiesen identificarlo, pero no tuvo suerte, ninguno de los dos vio más que algo amarillento, parecido a los ojos de un gato.

 

—Ve~ Alemania, Alemania, tengo hambre —Ludwig sonrió, extrañaba tanto escuchar a Italia diciendo su nombre.

—Vamos a cenar…

—Lo siento, muchachos —habló el director en el momento que los países se preparaban para ir al Gran Comedor —. Por ahora y mientras pasa este lamentable problema; deberán permanecer aquí —esto no les hizo gracia. Turquía iba protestar, pero Inglaterra se lo impidió.

—Recuerden que nadie puede saber que somos países —dijo con severidad —, si Italia o Japón salen de aquí; levantaran sospechas.

—Igirisu-san tiene razón —lo apoyó Japón —. Italia-san y yo debemos permanecer aquí para evitar poner en peligro a los demás.

 

Los otros no estaban de acuerdo, principalmente Turquía y Romano, pero no existía otra opción; era lo mejor, al menos hasta que se descubriera al responsable de los ataques y se le detuviera.

 

Dumbledore, Brasil e Inglaterra se retiraron para darles algo de espacio. Al llegar al Gran Comedor, Luciano llamó a los países para darles la noticia.

 

—¡Esto amerita una pachanga! —gritó México llamando la atención, aunque, ni profesores ni alumnos le tomaron importancia; conocían bien al escandaloso Slytherin y su facilidad de celebrar hasta el más pequeño suceso.

 

Draco los observaba desde la mesa de los Slytherin. Tenía curiosidad por saber el motivo de la alegría de José, pero como buen Malfoy se abstuvo de ir a investigar; ya le preguntaría cuando se sentara a cenar; sin embargo no tuvo tal oportunidad, pues José se fue con Luciano, sin que ninguno probara bocado.

 

—¿Qué estarán planeando? —se preguntó Draco, pues el resto del bad cuarteto, así como Iván y Alfred, estaban hablando en voz baja. Poco después se separaron a causa de Snape.

 

 

México y Brasil se dirigieron a la cocina, donde estaban los elfos domésticos. Al ver a José, los elfos lo saludaron. Sólo con el mexicano, ellos dejaban de lado su sumisión y podían sentirse realmente libres y felices.

 

—¡Chicos!, necesito que me echen una manita —les dijo México sonriéndoles.

—¿Otra cena especial para el señor Iván y tú? —preguntó el elfo más viejo del lugar en tono pícaro, ocasionando que a Brasil se le subieran los colores al rostro, imaginándose lo que su primo y el ruso hacían cuando están solos.

—Esta vez no —respondió sin inmutarse por el comentario —. Es pa’ mi tía y Kiku.

 

Brasil estaba sorprendido d lo mucho que los elfos sabían de ellos y lo bien que se llevaban con México. En poco tiempo, los elfos habían preparado un banquete que consistía en wurst, pasta, comida japonesa, griega y turca.

 

—Nosotros la llevamos. No quiero que tengas problemas con algún profesor —dijo el elfo anciano a México.

—¡Gracias!, les debo una y bien gorda.

—Sólo tráenos más de esos dulces y estamos a mano —le respondió el elfo con una sonrisa.

—¡Ya estás!, ¡y deja que pruebes los pambazos y las cocadas! —dijo México con alegría —Nomas deja que pase esto y le digo a Tlilmi que también les traiga pancito dulce.

 

 

 

Los países se reunieron en la habitación que Brasil compartía temporalmente con Italia y Japón. Comieron entre risas y bromas; la música no faltó, gracias a España y México, incluso Luciano se unió a ellos.

 

Al día siguiente, Brasil regresó al Londres muggle y de ahí abordó el avión que lo llevaría de vuelta a su casa.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Las vacaciones habían terminado. Ron y Harry iban a la torre de Gryffindor, junto con Antonio. Snape les había mandado tantos deberes, que a Harry le parecía que no los terminaría antes de llegar al sexto curso. Precisamente Ron estaba diciendo que tenía que haber preguntado a Hermione cuántas colas de rata había que echar a una poción crecepelo, cuando llegó hasta sus oídos un arranque de cólera que provenía del piso superior.

 

—Es Filch —susurró Harry, subieron deprisa las escaleras y se detuvieron a escuchar donde no podía verlos.

—Espero que no hayan atacado a nadie más —dijo Ron, alarmado. Se quedaron inmóviles, con la cabeza inclinada hacia la voz de Filch, que parecía completamente histérico.

 

—... aun más trabajo para mí. ¡Fregar toda la noche, como si no tuviera otra cosa que hacer! No, ésta es la gota que colma el vaso, me voy a ver a Dumbledore.

 

Sus pasos se fueron distanciando, y oyeron un portazo a lo lejos. Asomaron la cabeza por la esquina. Evidentemente, Filch había estado cubriendo su habitual puesto de vigía; se encontraban de nuevo en el punto en que habían atacado a la Señora Norris.

 

Buscaron lo que había motivado los gritos de Filch. Un charco grande de agua cubría la mitad del corredor, y parecía que continuaba saliendo de debajo de la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona. Ahora que los gritos de Filch habían cesado, podían oír los gemidos de la chica resonando a través de las paredes de los aseos.

 

—¿Qué le pasará ahora? —preguntó Antonio.

—Vamos a ver —propuso Harry, y levantándose la túnica por encima de los tobillos, se metieron en el charco chapoteando, llegaron a la puerta que exhibía el letrero de –No funciona –y, haciendo caso omiso de la advertencia, como de costumbre, entraron. Myrtle estaba llorando, con más ganas y más sonoramente que nunca. Estaba metida en su retrete habitual. Los aseos estaban a oscuras, porque las velas se apagaron con la enorme cantidad de agua que había dejado el suelo y las paredes empapados.

 

—¿Qué pasa, Myrtle? —inquirió Harry.

—¿Quién es? —preguntó Myrtle, con tristeza, como haciendo gorgoritos—. ¿Vienen a arrojarme alguna otra cosa?

 

Harry fue hacia el retrete y le preguntó:

—¿Por qué tendría que hacerlo?

—No sé —gritó Myrtle, provocando al salir del retrete una nueva oleada de agua que cayó al suelo ya mojado—. Aquí estoy, intentando sobrellevar mis propios problemas, y todavía hay quien piensa que es divertido arrojarme un libro...

—Pero si alguien te arroja algo, a ti no te puede doler —razonó Harry—. Quiero decir, que simplemente te atravesará, ¿no?

 

Acababa de meter la pata. Myrtle se sintió ofendida y chilló:

 

—¡Vamos a arrojarle libros a Myrtle, que no puede sentirlo! ¡Diez puntos al que le dé por el estómago! ¡Cincuenta puntos al que le dé en la cabeza! ¡Bien, ja, ja, ja! ¡Qué juego tan divertido, pues para mí no lo es!

—Pero ¿quién te lo arrojó? —le preguntó Harry.

—No lo sé... estaba sentada en el sifón, pensando en la muerte, y me dio en la cabeza —dijo Myrtle, mirándoles—. Está ahí, empapado. Harry, Antonio y Ron miraron debajo del lavabo, donde señalaba Myrtle. Había allí un libro pequeño y delgado. Tenía las tapas muy gastadas, de color negro, y estaba tan humedecido como el resto de las cosas que había en los lavabos. Harry se acercó para tomarlo, pero Ron lo detuvo con el brazo.

—¿Qué pasa? —preguntó Harry.

—¿Estás loco? —dijo Ron—. Podría resultar peligroso.

—¿Peligroso? —cuestionó España, riendo—. Venga tío, ¿cómo va a resultar peligroso?

—Te sorprendería saber —dijo Ron, asustado, mirando el librito—; que entre los libros que el Ministerio ha confiscado había uno que les quemó los ojos. Me lo ha dicho mi padre. Y todos los que han leído Sonetos del hechicero han hablado en cuartetos y tercetos el resto de su vida. ¡Y una bruja vieja de Bath tenía un libro que no se podía parar nunca de leer! Uno tenía que andar por todas partes con el libro delante, intentando hacer las cosas con una sola mano. Y...

—Vale, ya lo hemos pillado —dijo España. El librito seguía en el suelo, empapado y misterioso

—Bueno, pero si no le echamos un vistazo, no lo averiguaremos —dijo Harry y, esquivando a Ron, lo recogió del suelo. Harry vio al instante que se trataba de un diario, y la desvaída fecha de la cubierta le indicó que tenía cincuenta años de antigüedad. Lo abrió intrigado. En la primera página podía leerse, con tinta emborronada, T.M. Ryddle.

 

—Espera —dijo Ron, que se había acercado con cuidado y miraba por encima del hombro de Harry—, ese nombre me suena... T.M. Ryddle ganó un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio.

—Ahora que lo dices…creo recordarlo.

—¿Y cómo saben eso? —preguntó Harry sorprendido.

—Lo sé porque Filch me hizo limpiar su placa unas cincuenta veces cuando nos castigaron —dijo Ron con resentimiento—. Precisamente fue encima de esta placa donde vomité una babosa. Si te hubieras pasado una hora limpiando un nombre, tú también te acordarías de él.

 

Harry separó las páginas humedecidas. Estaban en blanco. No había en ellas el más leve resto de escritura.

 

 

—No llegó a escribir nada —dijo Harry, decepcionado.

—Me pregunto por qué querría alguien tirarlo al retrete —dijo Antonio con curiosidad. Harry volvió a mirar las tapas del cuaderno y vio impreso el nombre de un quiosco de la calle Vauxhall, en Londres.

—Debió de ser de familia muggle —dijo Harry, especulando—, ya que compró el diario en la calle Vauxhall...

—Bueno, eso da igual —dijo Ron. Luego añadió en voz muy baja—. Cincuenta puntos si lo pasas por la nariz de Myrtle —Antonio se rió con ganas por el comentario, Harry, sin embargo, se lo guardó en el bolsillo.

 

 

 

Harry les enseñó el diario de T.M. Ryddle a Hermione y los otros países; les contó la manera en que lo habían encontrado.

—¡Aaah, podría tener poderes ocultos! —dijo con entusiasmo Hermione, tomando el diario y mirándolo de cerca.

—Si los tiene, los oculta muy bien —repuso Antonio—. A lo mejor es tímido. No sé por qué lo guardas, Harry.

—Lo que me gustaría saber es por qué alguien intentó tirarlo —dijo Harry—. Y también me gustaría saber cómo consiguió Ryddle el Premio por Servicios Especiales.

—Por cualquier cosa —dijo Ron—. A lo mejor acumuló treinta matrículas de honor en Brujería o salvó a un profesor de los tentáculos de un calamar gigante. Quizás asesinó a Myrtle, y todo el mundo lo consideró un gran servicio...

—No te pases de lanza —lo regañó México ocasionando que el pelirrojo se tensara, por un momento se había olvidado de José.

—¿Qué pasa? —cuestionó Dinamarca, mirando a Harry y Hermione.

—Bueno, la Cámara de los Secretos se abrió hace cincuenta años, ¿no? —explicó Harry—. Al menos, eso nos dijo Malfoy.

—Sí... —admitió Ron.

—Y este diario tiene cincuenta años —dijo Hermione, golpeándolo, emocionada, con el dedo.

—¿Y? —cuestionaron los del bad cuarteto al unísono.

—¿Qué no es obvio? —dijo Hermione bruscamente—. Sabemos que la persona que abrió la cámara la última vez fue expulsada hace cincuenta años. Sabemos que a T.M. Ryddle le dieron un premio hace cincuenta años por Servicios Especiales al Colegio. Bueno, ¿y si a Ryddle le dieron el premio por atrapar al heredero de Slytherin? En su diario seguramente estará todo explicado: dónde está la cámara, cómo se abre y qué clase de criatura vive en ella. La persona que haya cometido las agresiones en esta ocasión no querría que el diario anduviera por ahí, ¿no?

—Es una teoría brillante, Hermione —dijo Ron—, pero tiene un pequeño defecto: que no hay nada escrito en el diario.

 

Pero Hermione sacó su varita mágica de la bolsa.

 

—¡Podría ser tinta invisible! —susurró. Dio tres golpecitos al cuaderno, diciendo: —¡Aparecium!

 

Pero no ocurrió nada, volvió a meter la mano en la bolsa y sacó lo que parecía una goma de borrar de color rojo.

—Es un revelador, lo compré en el callejón Diagon —dijo ella. Frotó con fuerza donde estaba escrito “1 de enero”. Siguió sin pasar nada.

—Ya te lo decía yo; no hay nada que encontrar aquí —dijo Ron—. Simplemente, a Ryddle le regalaron un diario por Navidad, pero no se molestó en rellenarlo.

—Tal vez, no tenga un encantamiento —comentó Austria, llamando la atención de los presentes.

—¿Qué quieres decir señorito? —lo cuestionó Prusia cruzándose de brazos.

—Si ése tal Tom Ryddle era de familia muggle…

—¡Pudo haber usado algún truco no mágico! —exclamó Hungría, como quien ha revelado el más grande misterio.

—O puede que a Tom no le gustara eso de andar escribiendo sus cosas en un diario —comentó México —, ni que fuera vieja…

 

 

Harry no podría haber explicado, ni siquiera a sí mismo, por qué no tiraba a la basura el diario de Ryddle. El caso es que aunque sabía que el diario estaba en blanco, pasaba las páginas atrás y adelante, concentrado en ellas, como si contaran una historia que quisiera acabar de leer. Y, aunque estaba seguro de no haber oído antes el nombre de T.M. Ryddle, le parecía que le decía algo, como si se tratara de un amigo olvidado de la más remota infancia. Pero era absurdo: no había tenido amigos antes de llegar a Hogwarts, Dudley se había encargado de eso. Sin embargo, Harry estaba determinado a averiguar algo más sobre Ryddle, así que al día siguiente, en el recreo, se dirigió a la sala de trofeos para examinar el premio especial de Ryddle, acompañado por una Hermione rebosante de interés y un Ron muy reticente, que les decía que había visto el premio lo suficiente para recordarlo toda la vida.

 

La placa de oro bruñido de Ryddle estaba guardada en un armario esquinero. No decía nada de por qué se lo habían concedido.

 

—Menos mal —dijo Ron—, porque si lo dijera, la placa sería más grande, y en el día de hoy aún no habría acabado de sacarle brillo.

 

Sin embargo, encontraron el nombre de Ryddle en una vieja Medalla al Mérito Mágico y en una lista de antiguos alumnos que habían recibido el Premio Anual.

—Me recuerda a Percy —dijo Ron, arrugando con disgusto la nariz—: prefecto, Premio Anual..., supongo que sería el primero de la clase.

—Lo dices como si fuera vergonzoso —señaló Hermione, algo herida.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

El sol había vuelto a brillar débilmente sobre Hogwarts. Dentro del castillo, la gente parecía más optimista. No había vuelto a haber ataques después del cometido contra Kiku, Feliciano y Nick Casi Decapitado, y a la señora Pomfrey le encantó anunciar que las mandrágoras se estaban volviendo taciturnas y reservadas, lo que quería decir que rápidamente dejarían atrás la infancia. Una tarde, Noruega oyó que la señora Pomfrey decía a Filch amablemente:

 

—Cuando se les haya ido el acné, estarán listas para volver a ser trasplantadas. Y entonces, las cortaremos y las coceremos inmediatamente. Dentro de poco tendrá a la Señora Norris con usted otra vez.

 

Los países y el trío dorado pensaban que tal vez el heredero de Slytherin se había acobardado. Cada vez debía de resultar más arriesgado abrir la Cámara de los Secretos, con el colegio tan alerta y todo el mundo tan receloso. Tal vez el monstruo, fuera lo que fuera, se disponía a hibernar durante otros cincuenta años.

 

Ernie Macmillan, de Hufflepuff, no era tan optimista. Seguía convencido de que Harry era el culpable y que se había delatado en el club de duelo. Peeves no era precisamente una ayuda, pues iba por los abarrotados corredores saltando y cantando: “¡Oh, Potter, eres un zote, estás podrido...!”, pero ahora además interpretando un baile al ritmo de la canción. México había intentado en incontables ocasiones que se callara, pero sólo lo lograba por unos cuantos días.

 

Gilderoy Lockhart estaba convencido de que era él quien había puesto freno a los ataques. China le oyó exponerlo así ante la profesora McGonagall mientras los de Gryffindor marchaban en hilera hacia la clase de Transfiguración.

 

—No creo que volvamos a tener problemas, Minerva —dijo, guiñando un ojo y dándose golpecitos en la nariz con el dedo, con aire de experto—. Creo que esta vez la cámara ha quedado bien cerrada. Los culpables se han dado cuenta de que en cualquier momento yo podía atraparlos y han sido lo bastante sensatos para detenerse ahora, antes de que cayera sobre ellos. Lo que ahora necesita el colegio es una inyección de moral, ¡para barrer los recuerdos del trimestre anterior! No te digo nada más, pero creo que sé qué es exactamente lo que...

 

 

 

La idea que tenía Lockhart de una inyección de moral se hizo patente durante el desayuno del día 14 de febrero. Harry no había dormido mucho a causa del entrenamiento de quidditch de la noche anterior y llegó al Gran Comedor corriendo, algo retrasado. Pensó, por un momento, que se había equivocado de puerta.

 

Las paredes estaban cubiertas de flores grandes de un rosa chillón. Y, aún peor, del techo de color azul pálido caían confetis en forma de corazones. Harry se fue a la mesa de Gryffindor, en la que estaban Ron, al igual que Alfred, Mikke y Antonio, con aire asqueado; Hermione y Elizabeta, que se reían tontamente, el único que no parecía afectado era Yao que tomaba té con tranquilidad.

 

—¿Qué ocurre? —les preguntó Harry, sentándose y quitándose de encima el confeti. Ron, que parecía estar demasiado enojado para hablar, señaló la mesa de los profesores. Lockhart, que llevaba una túnica de un vivo color rosa que combinaba con la decoración, reclamaba silencio con las manos. Los profesores que tenía a ambos lados lo miraban estupefactos. Desde su asiento, Harry pudo ver a la profesora McGonagall con un tic en la mejilla. Snape tenía el mismo aspecto que si se hubiera bebido un gran vaso de crecehuesos. Inglaterra estaba en iguales condiciones que el profesor de pociones y miraba con aires asesinos a la mesa de Slytherin donde Francia estaba repartiendo besos a diestra y siniestra.

 

—¡Feliz día de San Valentín! —gritó Lockhart—. ¡Y quiero también dar las gracias a las cuarenta y seis personas que me han enviado tarjetas! Sí, me he tomado la libertad de preparar esta pequeña sorpresa para todos ustedes... ¡y no acaba aquí la cosa!

 

Lockhart dio una palmada, y por la puerta del vestíbulo entraron una docena de enanos de aspecto hosco. Pero no enanos así, tal cual; Lockbart les había puesto alas doradas y además llevaban arpas.

 

—¡Mis amorosos Cupidos portadores de tarjetas! —rió Lockhart—. ¡Durante todo el día de hoy recorrerán el colegio ofreciéndoos felicitaciones de San Valentín! ¡Y la diversión no acaba aquí! Estoy seguro de que mis colegas querrán compartir el espíritu de este día. ¿Por qué no piden al profesor Snape que les enseñe a preparar un filtro amoroso? ¡Aunque el profesor Flitwick, el muy pícaro, sabe más sobre encantamientos de ese tipo que ningún otro mago que haya conocido!

 

El profesor Flitwick se tapó la cara con las manos. Snape parecía dispuesto a envenenar a la primera persona que se atreviera a pedirle un filtro amoroso.

 

—Por favor, Hermione, dime que no has sido una de las cuarenta y seis —le dijo Ron, cuando abandonaban el Gran Comedor para acudir a la primera clase. Pero a Hermione de repente le entró la urgencia de buscar el horario en la bolsa, y no respondió.

Los enanos se pasaron el día interrumpiendo las clases para repartir tarjetas, ante la irritación de los profesores, y al final de la tarde, cuando los de Gryffindor subían hacia el aula de Encantamientos, uno de ellos alcanzó a Harry.

 

—¡Eh, tú! ¡Harry Potter! —gritó un enano de aspecto particularmente malhumorado, abriéndose camino a codazos para llegar a donde estaba Harry. Ruborizándose al pensar que le iba a ofrecer una felicitación de San Valentín delante de una fila de alumnos de primero, Harry intentó escabullirse. El enano, sin embargo, se abrió camino a base de patadas en las espinillas y lo alcanzó antes de que diera dos pasos.

—Tengo un mensaje musical para entregar a Harry Potter en persona —dijo, rasgando el arpa de manera pavorosa.

—¡Aquí no! —dijo Harry enfadado, tratando de escapar.

—¡Párate! —gruñó el enano, aferrando a Harry por la bolsa para detenerlo.

—¡Suéltame! —gritó Harry, tirando fuerte.

 

Tanto tiraron que la bolsa se partió en dos. Los libros, la varita mágica, el pergamino y la pluma se desparramaron por el suelo, y la botellita de tinta se rompió encima de todas las demás cosas. Harry intentó recogerlo todo antes de que el enano comenzara a cantar ocasionando un atasco en el corredor.

—¿Qué pasa ahí? —Era la voz fría de Draco Malfoy, que hablaba arrastrando las palabras. Harry intentó febrilmente meterlo todo en la bolsa rota, desesperado por alejarse antes de que Malfoy pudiera oír su felicitación musical de San Valentín.

 

—¿Por qué toda esta conmoción? —dijo otra voz familiar, la de Percy Weasley, que se acercaba. A la desesperada, Harry intentó escapar corriendo, pero el enano se le echó a las rodillas y lo derribó.

—Bien —dijo, sentándose sobre los tobillos de Harry—, ésta es tu canción de San Valentín:

 

Tiene los ojos verdes como una iguana coja

y el pelo negro como tarántula bofa.

Quisiera que fuera mío, porque se me antoja.

 

 

 

Harry habría dado todo el oro de Gringotts por desvanecerse en aquel momento. Intentando reírse con todos los demás, se levantó, con los pies entumecidos por el peso del enano, mientras Percy Weasley hacía lo que podía para dispersar al montón de estudiantes, algunos de los cuales estaban llorando de risa.

 

—¡Fuera de aquí, fuera! La campana ha sonado hace cinco minutos, a clase todos ahora mismo —decía, empujando a algunos de los más pequeños—. Tú también, Malfoy.

 

Harry vio que Malfoy se agachaba y tomaba algo, y con una mirada burlona se lo enseñaba a Crabbe y Goyle. Harry comprendió que lo que había recogido era el diario de Ryddle.

 

—¡Devuélveme eso! —le dijo Harry en voz baja.

—¿Qué habrá escrito aquí Potter? —dijo Malfoy, que obviamente no había visto la fecha en la cubierta y pensaba que era el diario del propio Harry. Los espectadores se quedaron en silencio. Ginny miraba alternativamente a Harry y al diario, aterrorizada.

—Devuélvelo, Malfoy —dijo Percy con severidad.

—Cuando le haya echado un vistazo —respondio Malfoy, burlándose de Harry.

—Como prefecto del colegio...

Pero Iván le quitó el libro de las manos y se lo regresó a Harry, dándole una mirada enigmática a Draco que lo hizo retroceder un paso. Rusia estaba de pésimo humor pues José ya había recibido varias cartas de San Valentín y no sólo de Alfred y Natasha, también de algunas alumnas.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Inglaterra estuvo de mal humor todo el día, había recibido algunas canciones de San Valentín demasiado vergonzosas (sin mencionar pervertidas), y ya se imaginaba quien era el responsable. Entró a su habitación, dando un portazo. De pronto, todo su enojo se esfumó; había un camino de pétalos de rosas que llevaban hasta la cama. Velas aromáticas en puntos estratégicos y una música sube de violín ayudaban a darle un ambiente romántico al lugar.

 

 

—Bienvenue dans notre nid d'amour, l'Angleterre —dijo Francia quien estaba acostado en la cama, únicamente cubierto por pétalos de rosas.

—What the hell does that mean, you bastard?! —le gritó enfurecido y confundido.

—¿No es obvio? He preparado todo esto para celebrar.

 

Inglaterra iba a protestar, pero Francia, con la agilidad de un gato atrapó los labios de Arthur, sumergiéndose en un tierno beso. La mente de Inglaterra se volvió en blanco y sus rodillas se aflojaron mientras sus lenguas bailaban.

 

—Je t'aime… —Francis susurró, envolviendo ambos brazos alrededor del fuerte cuello de Inglaterra.

—Francia…

—Ah…Arthur… —Entrelazados juntos, los dos ellos colapsaron en la cama. Francia se dedicó a arrancar las ropas del inglés, dejándolo en igual condición que él.

— Quiero hacerte el amour, mon chery —le dijo al oído antes de lamer el lóbulo como si se tratase de un delicioso dulce, y para él lo era.

—Francis…—sonrió al deseo del francés, olvidándose por completo del tabú que sentía por la diferencia de edades. Estaba necesitado de su amante, lo necesitaba dentro de él.

 

—Te haré ver las estrellas —dijo Francia, lloviendo besos en todas partes del cuerpo de Inglaterra. Bañaba los pezones de su amante que estaban erectos por las ardientes caricias, mientras su mano buscaba entre las piernas de Inglaterra por el pequeño botón de su ano.

—Eres tan estrecho —dijo acariciando a Arthur de esa manera, por primera vez desde que inició todo el asunto del colegio.

—Ahhh… —gritó Inglaterra. La sensación palpitaba a través de él mientras Francia, ligeramente tocaba alrededor de su abertura.

 

Sabiendo cuan presuntuoso se veía, sus caderas se sacudieron y su dolorosamente erecto miembro tembló. No le importaba cuanto doliera quería que Francia lo tomara fuerte, inmediatamente. Francis sonrió con toque seductor

 

—Ha pasado tiempo, ¿no? Si continúas tentándome así, no seré capaz de contenerme, mon petit.

—Cállate y hazlo de una vez, antes de que me arrepienta —le dijo Arthur desesperado y excitado.

—Déjame prepararte un poquito más, para que no te duela —dijo Francia apenas capaz de contenerse asimismo, pero reacio a infligir la mínima cantidad de daño a la pequeña delicada abertura de Inglaterra.

 

Extendió a Arthur y presionó las dos rodillas a su pecho desnudo a su disposición. Luego, se agachó y besó la entrada. Inglaterra chilló, shock y placer se mezclaba en su voz.

 

—¡No lo hagas! ¡No está limpio! —gritó, presa de la excitación.

—Por supuesto que lo está. Incluso adentro, eres el más sutil tono rosa. —Arthur gimió mientras la caliente lengua del francés lo acariciaba. Arqueó la espalda y se sostuvo de las sábanas cuando la punta de ella excavaba adentro.

—Ah…ha…por favor…me voy a venir —suplicó. Francia simplemente insertó un dedo dentro de la humedad como para confirmar que estaba listo. Luego separó las piernas de Inglaterra y lo penetró, embistiéndolo cada vez más rápido, mas profundo, a medida que los gemidos de ambos iban en aumento, hasta derramarse; Francis en el interior de Arthur y éste entre ambos.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Al siguiente día; Harry, les contó a los países, a Ron y a Hermione, lo que Tom le había dicho a través del diario. El trió dorado siempre habían sabido que Hagrid sentía una desgraciada afición por las criaturas grandes y monstruosas. Durante el curso anterior en Hogwarts había intentado criar un dragón en su pequeña cabaña de madera, y pasaría mucho tiempo antes de que pudieran olvidar al perro gigante de tres cabezas al que había puesto por nombre Fluffy.

 

Harry estaba seguro de que si, de niño, Hagrid se enteró de que había un monstruo oculto en algún lugar del castillo, hizo lo imposible por echarle un vistazo. Seguro que le parecía inhumano haber tenido encerrado al monstruo tanto tiempo y debía de pensar que el pobre tenía derecho a estirar un poco sus numerosas piernas. Podía imaginarse perfectamente a Hagrid, con trece años, intentando ponerle un collar y una correa. Pero también estaba seguro de que él nunca había tenido intención de matar a nadie.

 

Harry casi habría preferido no haber averiguado el funcionamiento del diario de Ryddle. Los países, Ron y Hermione le pedían constantemente que les contase una y otra vez todo lo que había visto, hasta que se cansaba de tanto hablar y de las largas conversaciones que seguían a su relato y que no conducían a ninguna parte.

 

—A lo mejor Ryddle se equivocó de culpable —decía Finlandia—. Tal vez el que atacaba a la gente era otro monstruo...

—¿Cuántos monstruos crees que puede albergar este castillo? —le preguntó Ron, aburrido.

—Ya sabíamos que a Hagrid lo habían expulsado —dijo Harry, apenado—. Y supongo que entonces los ataques cesaron. Si no hubiera sido así, a Ryddle no le habrían dado ningún premio.

 

México se cruzó de brazos. Algo no le cuadraba ni a él, ni a la mayoría de los países que se encontraban ahí reunidos.

 

—Pero ¿por qué tuvo que delatar a Hagrid, aru? —cuestionó China, tan confundido como el resto.

—El monstruo había matado a una persona, Yao —contestó Hermione con seriedad.

—Y Ryddle habría tenido que volver al orfanato muggle si hubieran cerrado Hogwarts —dijo Harry—. No lo culpo por querer quedarse aquí.

—¡He is a hero! —chilló Alfred.

 

Ron se mordió un labio y luego vaciló al decir:

—Tú te encontraste a Hagrid en el callejón Knockturn, ¿verdad, Harry? —él asintió con la cabeza.

—Dijo que había ido a comprar un repelente contra las babosas carnívoras —dijo Harry.

 

Se quedaron en silencio. Tras una pausa prolongada, Elizabeta tuvo una idea elemental.

 

—¿Por qué no vamos y le preguntamos a Hagrid?

—Claro~ —dijo Prusia—. Hola, Hagrid, dinos, ¿has estado últimamente dejando en libertad por el castillo a una cosa furiosa, peluda y nada awesome?

 

Al final, decidieron no decir nada a Hagrid si no había otro ataque, y como los días se sucedieron sin siquiera un susurro de la voz que no salía de ningún sitio, albergaban la esperanza de no tener que hablar con él sobre el motivo de su expulsión.

 

Ya habían pasado casi cuatro meses desde el ataque a Kiku, Feliciano y a Nick Casi Decapitado, y parecía que todo el mundo creía que el agresor, quienquiera que fuese, se había retirado, afortunadamente.

 

México por fin había logrado que Peeves dejara su canción ¡Oh, Potter, eres un zote! Ron estaba cada vez más nervioso pues aún José no había dado señales de vengarse y justo cuando creía que estaba a salvo, alguno de los del bad trio le recordaba que él no olvida; ¡ya no podía con esa tortura!

 

Ernie Macmillan, un día, en la clase de Herbología, le pidió cortésmente a Harry que le pasara un cubo de hongos saltarines, y en marzo algunas mandrágoras montaron una escandalosa fiesta en el Invernadero 3. Esto puso muy contenta a la profesora Sprout.

 

—En cuanto empiecen a querer cambiarse unas a las macetas de otras, sabremos que han alcanzado la madurez —dijo a Inglaterra—. Entonces podremos revivir a esos pobrecillos de la enfermería.

 

 

Durante las vacaciones de Semana Santa, los de segundo tuvieron algo nuevo en que pensar. Había llegado el momento de elegir optativas para el curso siguiente, decisión que al menos Hermione, Austria, Elizabeth y Yao se tomaron muy en serio.

 

—Podría afectar a todo nuestro futuro —dijo Hermione a sus amigos, mientras repasaban minuciosamente la lista de las nuevas materias, señalándolas.

—Lo único que quiero es no tener Pociones —dijo Harry. La mayoría de los países asintieron con la cabeza, de acuerdo con lo dicho.

—Imposible —dijo Ron con tristeza—. Seguiremos con todas las materias que tenemos ahora. Si no, yo me libraría de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—¡Pero si ésa es muy importante! —dijo Hermione, sorprendida.

—No tal como la imparte Lockhart —repuso Ron—. Lo único que me ha enseñado es que no hay que dejar una jaula con duendecillos cerca de un chaneque.

 

Dean Thomas, que, como Harry, se había criado con muggles, terminó cerrando los ojos y apuntando a la lista con la varita mágica, y escogió las materias que había tocado al azar. Hermione no siguió el consejo de nadie y las escogió todas, al igual que China, los países de Slytherin, Hufflepuff y Ravenclaw, más por curiosidad, que por otra cosa.

 

 

Harry y los otros países estaban indecisos. Pero alguien los ayudó: Percy Weasley se desvivía por hacerles partícipe de su experiencia.

 

—Depende de adónde quieran llegar —les dijo—. Nunca es demasiado pronto para pensar en el futuro, así que yo les recomendaría Adivinación. La gente dice que los estudios muggles son la salida más fácil, pero personalmente creo que los magos deberíamos tener completos conocimientos de la comunidad no mágica, especialmente si queremos trabajar en estrecho contacto con ellos. Miren a mi padre, tiene que tratar todo el tiempo con muggles. A mi hermano Charlie siempre le gustó el trabajo al aire libre, así que escogió Cuidado de Criaturas Mágicas. Escojan aquello para lo que valgan.

 

Los países de Gryffindor terminaron eligiendo las mismas optativas que Harry Ron, pensando que si eran muy malos en ellas, al menos contarían con alguien que podría ayudarles.

 

 

A la semana; Ron caminaba tranquilamente por los pasillos rumbo al Gran Comedor, cuando se topó con el ave de José: Donaji.

 

—Hola Ron —el pelirrojo soltó un tremendo grito; detrás de él estaba México sonriéndole con cierta malicia.

—Yo… ¡Ya estoy arto! —dijo desesperado —¡Ya no puedo con esta tortura!, por favor, si me vas a hacer algo, hazlo ahora —le suplicó arrodillándose. No había dormido bien, ni tampoco comido apropiadamente, pensando en cuando José lo atacaría.

—Ya lo hice —le respondió mientras acariciaba la cabeza de su quetzal. Ron levantó la cabeza, no comprendiendo lo que decía.

—Has pasado todos estos meses con el Jesús en la boca* —explicó con inocencia —, pus, esa tortura es mi venganza —finalizó alejándose, dejando a Ron mas blanco que el papel.

 

 

Continuara…

 

 

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Alfred le quitó sus galletas y jugo: Bueno, esto lo saque de unos amigos, que así se conocieron XD Yuki le quitaba las galletas y los jugos a Pollo y hasta ahora, Pollo lo sigue soportando nnU (Llevan más de diez años de amistad).

Con  el Jesús en la boca: Estar muy preocupado.

 

XD ¿Qué les pareció la venganza de México?


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