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Error mágico por lizergchan

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Notas del capitulo:

Gomen por la demora!!!

 

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, FranxUk, PruxAus, EspxRoma, UkxFran, y HarryxDraco insinuación de AmexMex y SnapexUk

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, humor, Lemon, fantasía y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Error mágico

 

 

Capítulo 17.- Bosque prohibido

 

 

 

A Gryffindor le tocaba jugar el siguiente partido de quidditch contra Hufflepuff. Wood los torturaba con entrenamientos en equipo cada noche después de cenar, de forma que Harry no tenía tiempo para nada más que para el quidditch y para hacer los deberes. Sin embargo, los entrenamientos iban mejor, y la noche anterior al partido del sábado se fue a la cama pensando que Gryffindor nunca había tenido más posibilidades de ganar la copa.

 

Pero su alegría no duró mucho. Al final de las escaleras que conducían al dormitorio se encontró con Neville Longbottom, que lo miraba desesperado.

 

—Harry, no sé quién lo hizo. Yo me lo encontré...

 

Mirando a Harry aterrorizado, Neville abrió la puerta. El contenido del baúl de Harry estaba esparcido por todas partes. Su capa en el suelo. Le habían levantado las sábanas y las mantas de la cama, y sacado el cajón de la mesita y el contenido estaba desparramado sobre el colchón.

 

Harry fue hacia la cama, pisando algunas páginas sueltas de Recorridos con los trols. No podía creer lo que había sucedido.

 

En el momento en que Neville y él hacían la cama, entraron Ron, Alfred y Antonio.

El rubio  gritó:

 

—¿Qué ha sucedido, Harry?

—No tengo ni idea —contestó. Ron examinaba la túnica de Harry. Habían dado la vuelta a todos los bolsillos.

—Alguien ha estado buscando algo —dijo Ron—. ¿Qué te falta?

 

Harry empezó a recoger sus cosas y a dejarlas en el baúl. Hasta que hubo separado el último libro de Lockhart, se dio cuenta de qué era lo que faltaba.

 

—Se han llevado el diario de Ryddle —dijo a Ron en voz baja.

—¿Qué?

 

Harry señaló con la cabeza hacia la puerta del dormitorio, Ron  y los dos países lo siguieron. Bajaron corriendo hasta la sala común de Gryffindor, que estaba medio vacía, y encontraron a Hermione, sentada, leyendo un libro, Dinamarca, China y Hungría hablaban animadamente entre ellos.

 

—Pero... sólo puede haber sido alguien de Gryffindor. Nadie más conoce la contraseña —comentó Hermione.

—En efecto —confirmó Harry.

—¿Significa que alguien aquí es el verdadero heredero, aru? —cuestionó Yao. Todos se miraron los unos a las otras. ¿Eso era posible?

 

 

Despertaron al día siguiente con un sol intenso y una brisa ligera y refrescante.

 

—¡Perfectas condiciones para jugar al quidditch! —dijo Wood emocionado a los de la mesa de Gryffindor, llevando los platos con los huevos revueltos—. ¡Harry, levanta el ánimo, necesitas un buen desayuno!

 

 

Harry había estado observando la mesa abarrotada de Gryffindor, preguntándose si tendría frente al nuevo poseedor del diario de Ryddle. Hermione y Elizabeta trataban de convencerlo de que notificara el robo, pero a Harry no le gustaba la idea. Tendría que contar todo lo referente al diario a algún profesor, ¿y cuánta gente sabía por qué habían expulsado a Hagrid hacía cincuenta años? No quería ser él quien lo sacara de nuevo a la luz.

 

Al abandonar el Gran Comedor con Ron, Hermione y Antonio para ir a recoger su equipo de quidditch, otro motivo de preocupación se añadió a la creciente lista de Harry. Acababa de poner los pies en la escalera de mármol cuando oyó de nuevo aquella voz:

 

—Matar esta vez... Déjame desgarrar... Despedazar...

 

Harry dio un grito, y los tres se separaron de él asustados.

 

—¡La voz! —dijo Harry, mirando a un lado—. Acabo de oírla de nuevo, ¿ustedes no?

 

Ron, con los ojos muy abiertos, negó con la cabeza. Hermione, sin embargo, se llevó una mano a la frente.

 

—¡Harry, creo que acabo de comprender algo! ¡Tengo que ir a la biblioteca!

 

Y se fue corriendo por las escaleras.

 

—¿Qué habrá comprendido? —dijo Harry distraídamente, mirando alrededor, intentando averiguar de dónde podía provenir la voz.

—Tío, si lo supiéramos, creo que sería el mayor descubrimiento de la historia —respondió Antonio, negando con la cabeza.

—Pero ¿por qué habrá tenido que irse a la biblioteca?

—Porque eso es lo que Hermione hace siempre —contestó Ron, encogiéndose de hombros—. Cuando le entra alguna duda, ¡a la biblioteca!

 

Harry se quedó indeciso, intentando volver a captar la voz, pero los alumnos empezaron a salir del Gran Comedor hablando alto, hacia la puerta principal. Iban al campo de quidditch.

 

—Será mejor que te muevas —dijo Antonio—. Son casi las once... el partido.

 

Harry subió corriendo a la torre de Gryffindor, tomó su Nimbus 2.000 y se mezcló con la gente que se dirigía hacia el campo de juego.

 

 

Los equipos saltaron al campo de juego en medio del clamor del público. Oliver Wood despegó para hacer un vuelo de calentamiento alrededor de los postes, y la señora Hooch sacó las bolas. Los de Hufflepuff, que jugaban de color amarillo canario, se habían reunido para repasar la táctica en el último minuto. Harry acababa de montarse en la escoba cuando la profesora McGonagall llegó corriendo al campo, llevando consigo un megáfono.

 

—El partido acaba de ser suspendido —gritó por el megáfono, dirigiéndose al estadio abarrotado. Hubo gritos y silbidos. Oliver Wood, con aspecto desolado, aterrizó y fue corriendo a donde estaba la profesora McGonagall sin desmontar de la escoba.

—¡Pero profesora! —gritó—. Tenemos que jugar... la Copa... Gryffindor...

 

La profesora McGonagall no le hizo caso y continuó gritando por el megáfono:

 

—Todos los estudiantes tienen que volver a sus respectivas salas comunes, donde les informarán los jefes de sus casas. ¡Vayan lo más deprisa que puedan, por favor!

 

Luego bajó el megáfono e hizo una seña a Harry para que se acercara.

 

—Potter, creo que será mejor que vengas conmigo.

 

Preguntándose por qué sospecharía de él en aquella ocasión, Harry vio que Ron, Antonio, Alfred, Yao, Mikke y Elizabeta se separaban de la multitud descontenta y se unía a ellos corriendo para volver al castillo. Para sorpresa de Harry, la profesora McGonagall no se opuso.

 

—Sí, quizá sea mejor que ustedes también vengan.

 

Algunos de los estudiantes que había a su alrededor rezongaban por la suspensión del partido y otros parecían preocupados. Harry, Ron y los países de Gryffindor siguieron a la profesora McGonagall y, al llegar al castillo; en el camino se encontraron Prusia, Francia y Alemania, la profesora les hizo una señal para que también la siguieran. Subieron con ella la escalera de mármol. Pero esta vez no se dirigían a ningún despacho.

 

—Esto les resultará un poco sorprendente —dijo la profesora McGonagall con voz amable cuando se acercaban a la enfermería—. Ha habido otro ataque... un ataque doble.

 

A Harry le dio un brinco al corazón. La profesora McGonagall abrió la puerta y entraron en la enfermería.

La señora Pomfrey atendía a una muchacha que reconocieron inmediatamente.

 

—¡Hermione! —gimió Ron.

 

Hermione yacía completamente inmóvil, con los ojos abiertos y vidriosos.

 

—Los encontraron junto a la biblioteca —dijo la profesora McGonagall—. Supongo que no pueden explicarlo. Esto estaba en el suelo, junto a ellos... —Levantó un pequeño espejo redondo.

 

Harry y Ron negaron con la cabeza, mirando a Hermione.

—Los acompañaré a la torre de sus respectivas casas —dijo con seriedad la profesora McGonagall—. De cualquier manera, tengo que hablar a los estudiantes.

—Profesora —habló Ludwig con seriedad —. Usted dijo que hubo un doble ataque, ¿Quién fue la otra persona?

 

La profesora suspiró, les hizo una señal para que la siguieran hasta el final de la enfermería, ahí había una cama cubierta por largas cortinas que corrió a un lado, descubriendo el cuerpo de un hombre rubio y ojos verdes con una expresión de sorpresa congelada en el rostro.

 

—¡Arthur! —chilló Francis. Elizabeta ahogó un pequeño grito, sollozando, inmediatamente fue abrazada por Gilbert quien, al igual que los demás, no podía creer lo que veía.

—Esto no es posible, aru… —dijo China. Arthur era un país, si Italia y Japón no habían sido petrificados, ¿Por qué él sí?, ¿Qué demonios estaba pasando?

 

 

 

 

—Todos los alumnos estarán de vuelta en sus respectivas salas comunes a las seis en punto de la tarde. Ningún alumno podrá dejar los dormitorios después de esa hora. Un profesor los acompañará siempre al aula. Ningún alumno podrá entrar en los servicios sin ir acompañado por un profesor. Se posponen todos los partidos y entrenamientos de quidditch. No habrá más actividades extraescolares.

 

Los alumnos de Gryffindor, que abarrotaban la sala común, escuchaban en silencio a la profesora McGonagall, quien al final enrolló el pergamino que había estado leyendo y dijo con la voz entrecortada por la impresión:

 

—No necesito añadir que rara vez me he sentido tan consternada. Es probable que se cierre el colegio si no se captura al agresor. Si alguno de ustedes sabe de alguien que pueda tener una pista, le ruego que lo diga.

 

La profesora salió por el agujero del retrato con cierta torpeza, e inmediatamente los alumnos de Gryffindor rompieron el silencio.

 

—Han caído dos de Gryffindor, sin contar a un fantasma, que también es de Gryffindor, y un de Hufflepuff —dijo Lee Jordan, el amigo de los gemelos Weasley, contando con los dedos—. ¿No se ha dado cuenta ningún profesor de que los de Slytherin parecen estar a salvo? ¿No es evidente que todo esto provenga de Slytherin? El heredero de Slytherin, el monstruo de Slytherin... ¿Por qué no expulsan a todos los de Slytherin? —preguntó con fiereza. Hubo alumnos que asintieron y se oyeron algunos aplausos aislados.

—¿Se olvidan que Kiku es de Slytherin y fue atacado, aru? —habló China, molesto.

—Seguramente el responsable es ese Slytherin que controla dementores y atacó a Honda sólo para despistar —comentó un chico de segundo —. Montoya seguramente está detrás de todo esto.

—José no es responsable —habló Antonio enojado, como pocas veces lo había estado —, él nunca le haría daño a nadie, en especial a un amigo.

 

 

La discusión no tardó en iniciar; los países defendían a capa y espada a sus compañeros de Slytherin, pero Harry sólo escuchaba a medias. No parecía poder olvidar la imagen de Hermione y del profesor Kirkland, inmóviles sobre la cama de la enfermería, como esculpidos en piedra. Y si no atrapaban pronto al culpable, él tendría que pasar el resto de su vida con los Dursley. Tom Ryddle había delatado a Hagrid ante la perspectiva del orfanato muggle si se cerraba el colegio. Harry entendía perfectamente cómo se habría sentido.

 

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ron a Harry al oído—. ¿Crees que sospechan de Hagrid?

—Tenemos que ir a hablar con él —dijo Harry, decidido—. No creo que esta vez sea él, pero si fue el que lo liberó la última vez, también sabrá llegar hasta la Cámara de los Secretos, y algo es algo.

—Pero McGonagall nos ha dicho que tenemos que permanecer en nuestras torres cuando no estemos en clase...

—Creo —dijo Harry, en voz todavía más baja— que ha llegado ya el momento de volver a sacar la vieja capa de mi padre.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Francis no se había despegado ni un solo momento del lado de Arthur; sin importar cuanto lo regañaran o forzaran, él permanecía ahí, finalmente los profesores se cansaron de intentar.

 

—Debemos hacer algo para ayudarlo —dijo Antonio mirando al francés con pena; con él estaba Prusia y México —. No podemos dejarlo así.

—¿Qué podemos hacer? No sabemos quien atacó a Inglaterra y los demás —habló Gilbert, que extrañamente estaba serio.

 

Antonio lo meditó un poco; miró a su hijo. Tal vez, la amistad que José tenía con los elfos del castillo podría ayudarles a descubrir la verdad. Sin embargo, ellos no fueron de ayuda, pues no sabían nada del monstro de Slytherin.

 

Las cosas iban de mal en peor; ahora que Dumbledore no estaba, el miedo se había extendido más aún, y el sol que calentaba los muros del castillo parecía detenerse en las ventanas con parteluz.

 

Apenas se veía en el colegio un rostro que no expresara tensión y preocupación, y si sonaba alguna risa en los corredores, parecía estridente y antinatural, y enseguida era reprimida.

 

Había una persona, sin embargo, que parecía disfrutar plenamente de aquella atmósfera de terror y recelo. Draco Malfoy se pavoneaba por el colegio como si acabaran de darle el Premio Anual. Harry no comprendió por qué Malfoy se sentía tan a gusto hasta que, unos quince días después de que se hubieran ido Dumbledore y Hagrid, estando sentado detrás de él en clase de Pociones, le oyó regodearse de la situación ante José:

 

—Siempre pensé que mi padre sería el que echara a Dumbledore —dijo, sin preocuparse de hablar en voz baja—. Ya te dije que él opina que Dumbledore ha sido el peor director que ha tenido nunca el colegio. Quizá ahora tengamos un director decente, alguien que no quiera que se cierre la Cámara de los Secretos. McGonagall no durará mucho, sólo está de forma provisional...

 

Snape pasó al lado de Elizabeta sin hacer ningún comentario sobre el asiento y el caldero solitarios de Hermione.

 

—Señor —dijo Malfoy en voz alta—, señor, ¿por qué no solicita usted el puesto de director?

—Malfoy —dijo Snape, aunque no pudo evitar sonreír—. El profesor Dumbledore sólo ha sido suspendido de sus funciones por el consejo escolar. Me atrevería a decir que volverá a estar con nosotros muy pronto.

—Ya —dijo Malfoy, con una sonrisa de complicidad—. Espero que mi padre vote por usted, señor, si solicita el puesto. Le diré que usted es el mejor profesor del colegio, señor.

 

Algunos de los países sintieron ganas de vomitar por la demostración tan zalamera que estaba dando Draco, incluso José se estaba aburriendo de todo eso.

 

 

—Me sorprende que los sangre sucia no hayan hecho ya su equipaje —prosiguió Malfoy—. Apuesto cinco galeones a que el próximo muere. Qué pena que no sea Granger...

 

La campana sonó al tiempo que José le daba un puntapié a Draco para que se callara y fue una suerte, porque al oír las últimas palabras, Ron había saltado del asiento para abalanzarse sobre Malfoy, aunque con el alboroto de recoger libros y bolsas, su intento pasó inadvertido para el profesor.

 

—Déjenme —protestó Ron cuando lo sujetaron entre Harry y Alfred—. No me preocupa, no necesito mi varita mágica, lo voy a matar con las manos...

—Dense prisa, debo llevarlos a Herbología —les gritó Snape, y salieron en doble hilera, con Harry, Ron y los países en la cola, el segundo intentando todavía liberarse. Sólo lo soltaron cuando Snape se quedó en la puerta del castillo y ellos continuaron por la huerta hacia los invernaderos.

 

La clase de Herbología resultó triste, porque había dos alumnos menos: Feliciano y Hermione.

 

La profesora Sprout los puso a todos a podar las higueras de Abisinia, que daban higos secos. Harry fue a tirar un brazado de tallos secos al montón del abono y se encontró de frente con Ernie Mcmillan. Ernie respiró hondo y dijo, muy formalmente:

 

—Sólo quiero que sepas, Harry, que lamento haber sospechado de ti. Sé que nunca atacarías a Hermione Granger y te quiero pedir disculpas por todo lo que dije. Ahora estamos en el mismo barco y... bueno...

 

Levanto la mano y Harry la estrechó. Ernie y su amiga Hannah se pusieron a trabajar en la misma higuera que Ron y Harry.

 

—Ese tal Draco Malfoy —dijo Ernie, mientras cortaba las ramas secas— parece que se ha puesto muy contento con todo esto, ¿verdad? ¿Saben?, creo que él podría ser el heredero de Slytherin.

—Esto demuestra que eres inteligente, Ernie —dijo Ron, que no parecía haber perdonado al chico tan fácilmente como Harry.

—¿Crees que es Malfoy, Harry? —preguntó Ernie.

—No —respondió Harry con tal firmeza que Ernie y Hannah se lo quedaron mirando. Un instante después, Harry vio algo y lo señaló dándole a Ron en la mano con sus tijeras de podar.

—¡Ah! ¿Qué estás...?

 

Harry señaló al suelo, a un metro de distancia. Varias arañas grandes correteaban por la tierra.

—¡Anda! —dijo Ron, intentando, sin éxito, hacer como que se alegraba—. Pero no podemos seguirlas ahora...

 

Ernie y Hannah escuchaban llenos de curiosidad. Harry contempló a las arañas que se alejaban.

 

—Parece que se dirigen al bosque prohibido...

 

Y a Ron aquello aún le hizo menos gracia.

 

Al acabar la clase, el profesor Snape acompañó a los alumnos al aula de Defensa Contra las Artes Oscuras. Harry, Ron y España (quien había escuchado lo que hablaban en la clase), se rezagaron un poco para hablar sin que los oyeran.

—Tenemos que recurrir otra vez a la capa para hacernos invisibles —dijo Harry a los dos—. Podemos llevar con nosotros a Fang. Hagrid lo lleva con él al bosque, así que podría sernos de ayuda.

—De acuerdo —dijo Ron, que movía su varita mágica nerviosamente entre los dedos—. Pero... ¿no hay... no hay hombres lobo en el bosque? —añadió, mientras ocupaban sus puestos habituales al final del aula de Lockhart.

 

Prefiriendo no responder a aquella pregunta, Harry dijo:

 

—También hay allí cosas buenas. Los centauros son buenos, y los unicornios también.

—Ni piensen que irán solos tíos. El Bad Cuarteto tiene asuntos pendientes con el bichejo y va a saber de lo que Antonio Fernández Carriedo es capaz.

 

 

Ni Ron ni ninguno de los países no habían estado nunca en el bosque prohibido. Harry había penetrado en él en una ocasión, y deseaba no tener que volver a hacerlo.

 

Lockhart entró en el aula dando un salto, y la clase lo miró extrañada. Todos los demás profesores del colegio parecían más serios de lo habitual –especial mente por el ataque a uno de ellos –, pero Lockhart estaba tan alegre como siempre.

—¡Vamos ya! —exclamó, sonriéndoles a todos—, ¿por qué ponen esas caras tan largas?

 

Los alumnos intercambiaron miradas de exasperación, pero no contestó nadie.

 

—Profe, no es por nada, pero si no la controla, no la fume —comentó José cruzándose de brazos —, ¿o es que está pedo? —el profesor lo miró confundido para luego ignorarlo completamente.

—¿Es que no comprenden… —les decía Lockhart, hablándoles muy despacio, como si fueran tontos— que el peligro ya ha pasado? Se han llevado al culpable.

—¿A quién dice? —preguntó Alfred en voz alta.

—Mi querido muchacho, el ministro de Magia no se habría llevado a Hagrid si no hubiera estado completamente seguro de que era el culpable —dijo Lockhart, en el tono que emplearía cualquiera para explicar que uno y uno son dos.

—Eso no prueba nada, aru —dijo Yao, alzando la voz más que Alfred.

—Me atrevería a suponer que sé más sobre el arresto de Hagrid que usted, señor Wang —dijo Lockhart empleando un tono de satisfacción.

 

Ron comenzó a decir que él no era de la misma opinión, pero se paró en mitad de la frase cuando Harry le dio una patada por debajo del pupitre.

 

—Nosotros no estábamos allí, ¿recuerdas? —le susurró Harry.

 

Pero la desagradable alegría de Lockhart, las sospechas que siempre había tenido de que Hagrid no era bueno, su confianza en que todo el asunto ya había tocado a su fin, irritaron tanto a Harry, que sintió deseos de darle una lección. Pero en lugar de eso, se conformó con garabatearle a Ron una nota:

 

Lo haremos esta noche.

 

Ron leyó el mensaje, tragó saliva con esfuerzo y miró a su lado, al asiento habitualmente ocupado por Hermione. Entonces parecieron disiparse sus dudas, y asintió con la cabeza.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

México y Rusia decidieron ir a su “lugar especial”, a pesar del peligro latente. Ambos se necesitaban más allá de simples carisias furtivas y besos que les quitaban el aliento.

 

Tuvieron que esperar unas cuantas horas hasta que todos se durmieron para escapar de su sala común.

 

Los pasillos estaban desiertos; incluso los profesores temían salir por el ataque a Inglaterra, ni los países estaban seguros en esos tiempos, pero su necesidad de explorar el cuerpo del otro era más fuerte que su sentido común.

 

 

Rusia se detuvo de golpe, ocasionando que el moreno chocara contra su espalda.

 

—¿Qué pasa? ¿Ya no puedes aguantar? —le preguntó José con voz seductora. Restregó su cuerpo contra la espalda del mayor de manera sugerente.

—¿México no lo escuchó? —el moreno parpadeó un par de veces. Agudizó el oído pero no captó nada, ¿Qué debería oír? No tuvo que esperar mucho tiempo por la respuesta, un siseo resonó en el pasillo, a espaldas de México.

 

José intentó dar la vuelta, pero los fuertes brazos de Iván se lo impidieron, obligándolo a hundir su rostro en el amplio pecho.

 

—¿Vanya? —eran pocas las veces en las que el mexicano lo llamaba de esa manera, como eran contadas las veces que el moreno sentía miedo.

—Cierra los ojos. México debe prometerle a Rusia que pase lo que pase no abrirá los ojos ni se moverá, da —José estaba confundido por la petición, pero finalmente asintió con la cabeza e hizo lo que su amante le pedía.

 

 

El ruido se hizo más intenso; a lo lejos, Iván pudo distinguir algo extraño, como un tronco que se movía de forma extraña; intensificó más el abrazo en el que tenía atrapado a José. Unos intensos y enormes ojos se posaron sobre él.

 

 

 

El castillo entero se despertó a causa de un desgarrador grito. El primero en llegar al origen, fue Snape quien se encontró con una escena bastante desoladora. México estaba en el suelo, aferrado a las ropas de Rusia, llorando desconsolado; Iván estaba petrificado.

 

Llevaron a Iván a la enfermería; aunque José no tuvo tanta suerte como Francis, pues Snape lo regresó a Slytherin e incluso, él mismo lo escoltó hasta su habitación.

 

—Señor Oxenstierna, lo hago responsable del Señor Montoya —finalizó antes de cerrar la puerta.

 

Suecia miró preocupado al mexicano quien se había acurrucado en la cama de Rusia, en posición fetal; ya no lloraba, ni siquiera se movía.

 

—México, ¿te encuentras bien? —no recibió respuesta. José ni siquiera parpadeaba; sus ojos estaban vacíos, carentes de brillo y de vida.

 

 

 

 

Al día siguiente, ya todos en el colegio hablaban del tema; algunos veían a José con lástima, otros más, creían que no había duda de que era el heredero de Slytherin, ¿de qué otra forma pudo haber salido ileso?

 

—Él va a estar bien —le aseguró Draco, tratando de reconfortar a México quien actuaba casi como un zombi. Estaban en el Gran Comedor; el plato de José estaba intacto; no había dormido, no tenía sueño y mucho menos hambre, todo a causa del remordimiento y la culpabilidad que sentía.

 

—José… —su cuerpo reaccionó por inercia; al voltear, fue recibido por un puño que se estrello contra su rostro, haciéndolo caer al suelo —. Tú, maldito mocoso, ¡es tu culpa que mi hermano este en tal estado! ¡Tú lo hiciste! —gritó Natasha, completamente fuera de sí. Sacó un cuchillo que ocultaba en su pierna, con ayuda de un liguero y se lo clavó al moreno en el hombro; éste no hizo ningún sonido, lo que enfureció mas a Bielorrusia; lo pateó con todas sus fuerzas.

 

México sólo desvió la mirada, sin hacer intento por defenderse, no sentía los golpes de Natasha, pero sus palabras si lograron herirlo. Las lágrimas ya recorrían su rostro. Fueron necesarios tres profesores y un Desmaius para contenerla; inmediatamente llevaron a José a la enfermería, pues el cuchillo aun permanecía incrustado en su hombro, además de algunas heridas menores.

 

—Es mejor que se quede aquí por el resto del día —dijo la señora Pomfrey. La profesora McGonagall creyó que era lo mejor, no sólo por las lesiones del moreno, que quedarían sanadas en pocos minutos; ella también se había percatado de la profunda tristeza de José, quien verdaderamente parecía estar muerto en vida.

 

Bastó con unos cuantos hechizos para cerrar y desinfectar las heridas de México. La señora Pomfrey se retiró al poco rato, lo que José aprovechó para acurrucarse al lado de Rusia.

 

—México —lo llamó Francia, pero el moreno no parecía escucharlo. Su mente parecía estar en otro mundo —. Sé por lo que estás pasando, pero no puedes derrumbarte —le dijo con voz suave, tratando de animarlo.

 

 

El francés tomó una silla cercana y se sentó al lado de la cama. Acarició los cabellos del moreno, tratando de reconfortarlo.

 

—Fue mi culpa… —dijo José finalmente, rompiendo en llanto; Francia lo atrajo en un abrazo. México era un país de fuerte espíritu, no era fácil romperlo, pero cuando eso pasaba…

 

 

 

Natasha fue confinada a su habitación, no la expulsarían, pues su tutor era Arthur y no tenía lugar a donde ir y hasta que no fuese curado, no podían enviarla a otro lugar.

Draco se acercó a Snape para pedirle permiso de ir a la enfermería y ver a José, pero el profesor se negó en rotundo; Alfred, Gilbert, Antonio, Harry, Ron y Mathew no tuvieron mejor suerte. Tendrían que esperar a que regresara a clases.

 

No tuvieron otra opción más que seguir a los profesores que lo escoltaron a sus respectivas clases.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

—¡¿Estás demente?! —le gritó Ron a España. Estaban en la sala común de Gryffindor, pues a esa hora les tocaba clases con Arthur.

 

España le había dicho que Gilbert, José y Francis debían acompañarlos, lo que no les parecía buena idea a los jóvenes magos, pues, los dos últimos no estaban en las mejores condiciones (principalmente el mexicano); el otro problema era que los tres pertenecían a Slytherin que se encontraba muy lejos de Gryffindor y por si fuera poco, la capa de Harry no era tan grande como para cubrirlos a todos.

 

—Ustedes no podrán solos —los regañó Hungría —. El Bad Cuarteto podría serles de mucha ayuda.

—¡Es el deber del héroe salvar el colegio! —exclamó Alfred —, ¡el héroe también va!

—Nosotros crearemos una distracción, si hace falta, aru —habló China con parsimonia.

—Pero…

—No te preocupes, Harry —lo interrumpió Dinamarca —. ¡Deja todo en manos del rey de los nórdicos! —finalizó guiñándole un ojo.

 

Harry no estaba del todo de acuerdo, pero era cierto que no podían hacerlo solos, necesitaban ayuda, ¿y quién mejor que sus amigos extranjeros? No eran personas comunes, Alfred, por ejemplo, tenía una fuerza sobre humana que les podría ser de mucha utilidad.

 

 

—Bien, ¿pero cómo le diremos a Francis y José? A Gilbert lo veremos en clase de DCAO —España sonrió, diciendo que eso no era problema y que él se encargaría de eso.

—Ron, Alfred y tú, Harry, espérennos en la cabaña de Hagrid.

 

 

 

Slytherin y Ravenclaw tenían clase de Encantamientos; cada tanto, los países de ambas casas observaban los lugares vacíos de sus compañeros. Estaban preocupados, principalmente por Rusia, Francis y José (y por supuesto, por Arthur); las cosas se estaban complicando demasiado y ya muchos se estaban planteando el hacer caso a la sugerencia de Brasil: tal vez, entre todos podrían romper el hechizo.

 

—Estarán bien —dijo Austria mientras se acomodaba los lentes —. Esos indecentes no se dejarán caer tan fácilmente.

—Cierto, kesese —quizás el más preocupado (aparte de España), era Prusia, pues el estado de José, a quien quería como a un sobrino, era tan lastimera que deseaba patearle el trasero al responsable de su sufrimiento.

 

A la hora del almuerzo y valiéndose de su campo de invisibilidad, Canadá entró a la enfermería. José estaba, aún en la cama de Rusia, una charola con comida estaba a su lado, intacta.

 

—Matthieu, ¿Qué haces aquí? —le preguntó Francia al tiempo que lo abrazaba —, si los profesores o la señora Pomfrey te ven, podrían castigarte.

—Yo… quería ver cómo estaban y… —bajó la mirada, apretando a Kumajiro un poco más contra su cuerpo.

—Yo me encuentro bien, mon petit, pero… —Francis miró a México que seguía en la misma posición de hace unas horas.

 

 

Canadá se acercó a su amigo. Dejó a Kumajiro en el suelo y obligó al mexicano a refugiarse entre sus brazos; le susurró palabras de aliento que sólo sirvieron para que José rompiera en llanto.

 

 

Un rato después; Snape entró en la enfermería, con esa sombría presencia; tomó a Francia y México del brazo, obligándolos a salir a la fuerza, sin reparar en la presencia de Canadá.

 

—¡Suélteme! —gritó José forcejeando, tratando por todos los medios zafarse del agarre del profesor, pero lo que en otros tiempos le sería fácil, ahora le era imposible, principalmente por la falta de sueño y falta de alimento —¡Quiero quedarme con Iván!

—¡Y yo con Arthur! —chilló Francia —¡Esto es un atropello!

—No me interesa lo que ustedes –mocosos malcriados –, piensen —habló Snape —. Regresarán a sus clases.

 

Snape los arrastró por el pasillo hasta la clase de pociones, que Slytherin tendría junto con Gryffindor. Los obligó a sentarse en sus lugares y los mantuvo vigilados todo el tiempo.

 

Cuando la clase terminó; España aprovechó para acercarse al  resto del Bad Cuarteto y les dijo lo que Harry y ellos planeaban.

 

—Yo sólo quiero regresar con Iván —dijo José dándole la espalda, dispuesto a regresar a la enfermería, sin importar que tuviese que herirse él mismo para hacerlo.

—¿No deseas vengarte? —el mexicano se detuvo —Es posible que encontremos al que abrió la cámara y también al monstruo. Podrás hacerles pagar por lo que le hicieron a Rusia.

 

José miró a España; en esos momentos, sus ojos estaban de un intenso rojo y destilaban tanto odio como el ibérico no había visto en mucho tiempo.

 

—¿Qué tenemos que hacer? —se adelantó a preguntar el francés. España sonrió, feliz de que su amigo e su hijo hubiesen reaccionado.

—Kesesese, ¡El Bad Cuarteto vuelve a su awesome normalidad!

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

El Bad Cuarteto escapó del castillo con ayuda de los elfos sin ningún problema. Harry, Ron y Alfred aparecieron unas cuantas horas después. Fang, el perro de Hagrid estaba bastante entretenido por los mimos que José le daba, quien se le notaba mas recuperado.

 

Harry dejó la capa sobre la mesa de Hagrid. No la necesitarían en el bosque completamente oscuro.

 

—Vamos, Fang, vamos a dar una vuelta —le dijo Harry, dándole unas palmaditas en la pata, y Fang salió de la cabaña detrás de ellos, muy contento, fue corriendo hasta el bosque y levantó la pata al pie de un gran árbol. Harry sacó la varita, murmuró:

 

“¡Lumos!”, y en su extremo apareció una lucecita diminuta, suficiente para permitirles buscar indicios de las arañas por el camino.

 

—Bien pensado —dijo Ron—. Yo haría lo mismo con la mía, pero ya sabes... seguramente estallaría o algo parecido...

 

Los países no tardaron en imitar a Harry, creando el mismo hechizo. Francia les señaló la hierba. Dos arañas solitarias huían de la luz de las varitas para protegerse en la sombras de los árboles.

 

—Después de ustedes —dijo Francia haciendo una caravana.

—¡El héroe debe ir primero! —gritó Alfred adentrándose en el bosque, seguido por Gilbert, Francis y Harry

—Bien —suspiró Ron, como resignándose a lo peor—. Estoy dispuesto.

 

Los últimos en avanzar fueron los dos hispanos.

 

—¿Vas a estar bien? —le preguntó España a México. Él sólo asintió con la cabeza; sus ojos seguían manteniendo el color de la sangre que bajo la luz de la barita, le daban un aspecto fantasmal. México siguió a los otros, dejando atrás al castaño.

 

Sólo espero que no heredara del todo “eso” de Azteca.

 

De esta forma penetraron en el bosque, con Fang correteando a su lado, olfateando las hojas y las raíces de los árboles. A la luz de las varitas mágicas, siguieron la hilera ininterrumpida de arañas que circulaban por el camino. Caminaron unos veinte minutos, sin hablar, con el oído atento a otros ruidos que no fueran los de ramas al romperse o el susurro de las hojas. Más adelante, cuando el bosque se volvió tan espeso que ya no se veían las estrellas del cielo y la única luz existente era la que ellos creaban, vieron que las arañas se salían del camino.

 

Harry se detuvo y miró hacia donde se dirigían las arañas, pero, aunque el círculo de luz  de las varitas era grande, todo lo demás era oscuridad impenetrable. Nunca se había internado tanto en el bosque. Podía recordar vívidamente que Hagrid, una vez que había entrado con él, le advirtió que no se saliera del camino. Pero ahora Hagrid se hallaba a kilómetros de distancia, probablemente en una celda en Azkaban, y les había indicado que siguieran a las arañas.

 

Alfred notó en la mano el contacto de algo húmedo, soltando un pequeño grito, dio un salto hacia atrás y pisó a Gilbert en el pie, pero sólo había sido el hocico de Fang.

 

—¿Qué les parece? —preguntó Harry a los demás.

Sigamos… esto no se acaba hasta que le saque el corazón a ése pendejo y se lo dé de comer a los buitres —tanto Ron como Harry, tragaron grueso; la voz de José se escuchaba mas escabrosa en ese lugar y con esa oscuridad casi absoluta.

 

Siguieron a las arañas que se internaban en la espesura. No podían avanzar muy rápido, porque había troncos y raíces de árboles en su ruta, apenas visibles en la oscuridad. Harry notaba en la mano el cálido aliento de Fang. Tuvieron que detenerse más de una vez para que, en cuclillas, a la luz de las varitas, pudieran volver a encontrar el rastro de las arañas.

 

Caminaron durante una media hora por lo menos. Las túnicas se les enganchaban en las ramas bajas y en las zarzas. Al cabo de un rato notaron que el terreno descendía, aunque el bosque seguía igual de espeso.

 

De repente, Fang dejó escapar un ladrido potente, resonante, dándoles un susto tremendo.

 

—¿Qué pasa? —preguntó Alfred en voz alta, mirando en la oscuridad y agarrándose con fuerza al hombro de Francia.

—Algo se mueve por ahí —musitó Prusia con la seriedad que solía utilizar en el campo de batalla—. Escuchen... parece de gran tamaño.

 

Escucharon. A cierta distancia, a su derecha, aquella cosa de gran tamaño se abría camino entre los árboles quebrando las ramas a su paso.

 

—¡Ah! ¡¿Qué demonios es eso?! —gritó América creyendo que podría tratarse de algún fantasma.

—¡Ah no! —exclamó Ron—, ¡ah no, no, no...!

—Cállense —los regañó España, desesperado, tapándole la boca a Ron mientras que Gilbert hacia lo mismo con Alfred—. Los oirá.

—¿Escucharon? —dijo Francia en un tono elevado y poco natural—. Yo sí lo he oído. ¡Fang!

 

La oscuridad parecía presionarles los ojos mientras aguardaban aterrorizados. Oyeron un extraño ruido sordo, y luego, silencio.

 

—¿Qué creen que está haciendo? —preguntó Harry

—Seguramente, se esté preparando para atacarnos… quizás piense que puede cazarnos —contestó México.

—¿Creen que nos escuchara? —susurró Harry.

—No sé...

 

No escucharon nada por un largo tiempo, por lo que decidieron continuar.

 

—Hemos perdido el rastro —dijo Harry—. Tendremos que buscarlo de nuevo.

 

Ron, Francis, Gilbert y Alfred no hablaron ni se movieron. Tenían los ojos clavados en un punto que se hallaba a unos tres metros del suelo, justo detrás de Harry y José. Estaban pálidos de terror.

 

Ni Harry ni México tuvieron tiempo de voltear. Se oyó un fuerte chasquido, y de repente sintieron que algo largo y peludo los agarraba por la cintura y levantaba en el aire, de cara al suelo. Mientras forcejeaban, aterrorizados, oyeron más chasquidos, y observaron que las piernas de los otros se despegaban del suelo, Fang había desaparecido por entre los negros árboles.

 

Harry levantó la cabeza como pudo, vio que la bestia que los sujetaba caminaba sobre seis patas inmensamente largas y peludas, y que encima de las dos delanteras que los aferraban, tenía unas pinzas también negras. Tras él podía oír a otros animales similares, que sin duda era el que había atrapado a los demás. Se encaminaban hacia el corazón del bosque. Harry pudo ver a Fang que forcejeaba intentando liberarse de otro monstruo, aullando con fuerza.

 

No supieron cuánto tiempo pasaron en las garras del animal, sólo que de repente hubo la suficiente claridad para ver que el suelo, antes cubierto de hojas, estaba infestado de arañas. Estaban en el borde de una vasta hondonada en la que los árboles habían sido talados y las estrellas brillaban iluminando el paisaje más terrorífico que se pudiesen imaginar.

 

Arañas. No arañas diminutas como aquellas a las que habían seguido por el camino de hojarasca, sino del tamaño de caballos, con ocho ojos y ocho patas negras, peludas y gigantescas. La fuerza de Alfred, que podría serles de utilidad, en esos momentos era inútil pues el americano estaba completamente paralizado a causa del terror y no era para menos.

 

La araña soltó a Harry y a José, y estos cayeron al suelo, metiendo a penas las manos. A su lado, con un ruido sordo, cayeron Ron, los otros países y Fang. El perro ya no aullaba; se quedó encogido y en silencio en el mismo punto en que había caído.

 

 

Del medio de la gran tela de araña salió, muy despacio, una araña del tamaño de un elefante pequeño. El negro de su cuerpo y sus piernas estaba manchado de gris, y los ocho ojos que tenía en su cabeza horrenda y llena de pinzas eran de un blanco lechoso. Era ciega.

 

—¡Aragog! —llamaba—, ¡Aragog!

—¿Qué hay? —dijo, chascando muy deprisa sus pinzas.

—Hombres —dijo la araña que había llevado a Harry y a José.

—¿Es Hagrid? —Aragog se acercó, moviendo vagamente sus múltiples ojos lechosos.

—Desconocidos —respondió la araña que había llevado a Alfred.

—Mátenlos —ordenó Aragog con fastidio—. Estaba durmiendo...

—¡Somos amigos de Hagrid! —gritó Harry. Sentía como si el corazón se le hubiera escapado del pecho y estuviera retumbando en su garganta. Aragog se detuvo.

—Hagrid nunca ha enviado hombres a nuestra hondonada —dijo despacio. Los países se tensaron; si iban a morir, lo iban a hacer peleando.

—Hagrid está metido en un grave problema —dijo Harry, respirando muy deprisa—. Por eso hemos venido nosotros.

—¿En un grave problema? —repitió la vieja araña, en un tono que a Harry le pareció de preocupación—. Pero ¿por qué los ha enviado?

 

Harry quiso levantarse, pero decidió no hacerlo; no creía que las piernas lo pudieran sostener. Así que habló desde el suelo, lo más tranquilamente que pudo.

 

—En el colegio piensan que Hagrid se ha metido en... en... algo con los estudiantes. Se lo han llevado a Azkaban.

 

Aragog chascó sus  pinzas enojado, y el resto de las arañas de la hondonada hizo lo mismo: era como si aplaudiesen, sólo que los aplausos no solían aterrorizar.

 

—Pero aquello fue hace años —dijo Aragog con fastidio—. Hace un montón de años. Lo recuerdo bien. Por eso lo echaron del colegio. Creyeron que yo era el monstruo que vivía en lo que ellos llaman la Cámara de los Secretos. Creyeron que Hagrid había abierto la cámara y me había liberado.

—Y tú... ¿tú no saliste de la Cámara de los Secretos? —indagó Francis, notando un sudor frío en la frente.

¿Eres la responsable de lo que está sucediendo en Hogwarts? —México tenía un aura oscura a su alrededor.

—¡Yo! —dijo Aragog, chascando de enfado—. Yo no nací en el castillo. Vine de una tierra lejana. Un viajero me regaló a Hagrid cuando yo estaba en el huevo. Hagrid sólo era un niño, pero me cuidó, me escondió en un armario del castillo, me alimentó con sobras de la mesa. Hagrid es un gran amigo mío, y un gran hombre. Cuando me descubrieron y me culparon de la muerte de una muchacha, él me protegió. Desde entonces, he vivido siempre en el bosque, donde Hagrid aún viene a verme. Hasta me encontró una esposa, Mosag, y ya ven cómo ha crecido mi familia, gracias a la bondad de Hagrid...

 

Harry reunió todo el valor que le quedaba.

 

—¿Así que tú nunca... nunca atacaste a nadie?

—Nunca —dijo la vieja araña con voz ronca—. Mi instinto me habría empujado a ello, pero, por consideración a Hagrid, nunca hice daño a un ser humano. El cuerpo de la muchacha asesinada fue descubierto en los baños. Yo nunca vi nada del castillo salvo el armario en que crecí. A nuestra especie le gusta la oscuridad y el silencio.

—Pero entonces... ¿sabes qué es lo que mató a la chica? —preguntó Gilbert—.

Porque, sea lo que sea, ha vuelto a atacar a la gente...

 

Los chasquidos y el ruido de muchas patas que se movían de enojo ahogaron sus palabras. Al mismo tiempo, grandes figuras negras parecían crecer a su alrededor.

 

—Lo que habita en el castillo —dijo Aragog— es una antigua criatura a la que las arañas tememos más que a ninguna otra cosa. Recuerdo bien que le rogué a Hagrid que me dejara marchar cuando me di cuenta de que la bestia rondaba por el castillo.

 

—¿Qué es? —dijo José enseguida. Las pinzas sonaron más fuerte. Parecía que las arañas se acercaban.

 

—¡No hablamos de eso! —dijo con furia Aragog—. ¡No lo nombramos! Ni siquiera a Hagrid le dije nunca el nombre de esa horrible criatura, aunque me preguntó varias veces.

Harry no quiso insistir, y menos con las arañas que se acercaban cada vez más por todos lados. Aragog parecía cansada de hablar. Iba retrocediendo despacio hacia su tela, pero las demás arañas seguían acercándose, poco a poco, a ellos.

 

—En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.

—¿Irse? —dijo Aragog despacio—. Creo que no...

—Pero, pero...

—Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigos de Hagrid.

 

Miraron a todos lados. A muy poca distancia, mucho más alto que ellos, había un frente de arañas, como un muro macizo, chascando sus pinzas y con sus múltiples ojos brillando en las horribles cabezas negras.

 

El primero en atacar fue Prusia, seguido del resto del Bad Cuarteto; Alfred comenzó a golpear a las arañas con su fuerza descomunal. No se iban a dejarse vencer tan fácil.

 

 

Continuará…

 


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