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Error mágico por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, FranxUk, PruxAus, EspxRoma, UkxFran, y HarryxDraco insinuación de AmexMex y SnapexUk

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, humor, Lemon, fantasía y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Error mágico

 

 

Capítulo 27.- Regresamos a la escuela, ¡qué mal!

 

 

 

Estaban nuevamente en el mundo mágico; Draco había tenido que regresar a su casa a prepararse para el nuevo año en Hogwarts, Inglaterra y España (quien sólo se quedaría un par de días), habían ido a ver al ministerio para arreglar algunos asuntos referentes a Harry.

 

Los países más jóvenes y el trió dorado, se quedaron en el Caldero Chorreante, a desayunar, donde disfrutaban viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de apariencia venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista La transformación moderna; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo.

 

Después fueron al callejón Diagon para comprar todo lo necesario para el nuevo año escolar, con una previa parada en Gringotts.

 

Muchos de los jóvenes países deseaban su propia escoba. “Podría sernos de ayuda” había dicho España cuando Inglaterra trató de oponerse a tal cosa.

 

Al llegar a la tienda, tuvieron que  abrirse paso para entrar; apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que se toparon con la escoba más impresionante que habían visto en su vida.

—Acaba de salir... prototipo... —decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.

—Es la escoba más rápida del mundo, ¿a que sí, papá? — gritó un muchacho más pequeño que Liechtenstein, que iba colgado del brazo de su padre.

 

El propietario de la tienda decía a la gente:

 

—¡La selección de Irlanda acaba de hacer un pedido de siete de estas maravillas! ¡Es la escoba favorita de los Mundiales!

 

Al apartar a una bruja de gran tamaño, Harry pudo leer el letrero que había al lado de la escoba:

 

SAETA DE FUEGO

 

Este ultimísimo modelo de escoba de carreras dispone de un palo de fresno ultra fino y aerodinámico, tratado con una cera durísima, y está numerado a mano con su propia matrícula. Cada una de las ramitas de abedul de la cola ha sido especialmente seleccionada y afilada hasta conseguir la perfección aerodinámica. Todo ello otorga a la Saeta de Fuego un equilibrio insuperable y una precisión milimétrica. La Saeta de Fuego tiene una aceleración de 0 a 240 km/hora en diez segundos, e incorpora un sistema indestructible de frenado por encantamiento. Preguntar precio en el interior.

 

El único que si se atrevió a preguntar el precio fue Alfred, quien sin dudarlo, compró la escoba sin tomar en cuenta los regaños de Austria y Suiza sobre el derroche innecesario de dinero. Los otros adquirieron escobas sencillas, Rusia, quería comprar la misma escoba que Estados Unidos, pero México no lo dejó, por lo que terminó por obtener dos Nimbus 2.000, una para él y otra para José. Después fueron a la botica para aprovisionarse de ingredientes para pociones, la siguiente parada fue la tienda de Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malki. Le siguió lo más importante que tenían que comprar, los libros de texto para sus nuevas asignaturas.

 

Algunos se sorprendieron al mirar el escaparate de la librería. En lugar de la acostumbrada exhibición de libros de hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar, había una gran jaula de hierro que contenía cien ejemplares de El  monstruoso libro de los monstruos. Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí, mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre.

 

Harry sacó del bolsillo la lista de libros y la consultó por primera vez. El monstruoso libro de los monstruos aparecía mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas.

 

—No mames, putas, vergas, mames —dijo México al ver los libros. —¿Enserio vamos a llevarnos esa pendejada?

—Modera tu lengua, José —lo regañó Austria, quien, si bien no sabía lo que significaba lo que el latino había dicho, si estaba seguro de que eran palabras bastante fuertes para sus refinados oídos.

 

Cuando entraron  en Flourish y Blotts, el dependiente se acercó a ellos.

 

—¿Hogwarts? — preguntó de golpe—. ¿Vienen por los nuevos libros?

—Sí — respondió Harry—. Necesitamos...

 

El hombre se puso pálido, al ver la cantidad de jóvenes que eran, tomó aire y se preparó para sacar los ejemplares que necesitaban.

 

Treinta minutos después, salieron con sus nuevos libros, y volvieron al Caldero Chorreante para esperar a Inglaterra y España.

Desde su regreso del ministerio (y su reunión secreta con la orden). Arthur se había comportado extraño, no se separaba de Harry ni a sol ni a sombra; lo que hacía sospechar a muchos de los países que algo grave estaba por pasar.

Ron tuvo que regresar a su casa para arreglar sus cosas del colegio, Hermione decidió quedarse con ellos, pues ya ella tenía todo lo que necesitaba.

 

A la mañana siguiente partieron a la estación; irían en dos coches antiguos de color verde oscuro, conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda. El viaje hasta King’s Cross fue muy tranquilo, comparado con el que los magos habían vivido en compañía de los países. Los autos del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el automóvil nuevo de la empresa de su tío Vernon. Llegaron a King’s Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Inglaterra y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

 

Arthur se mantuvo muy pegado a Harry durante todo el camino de la estación.

 

—Bien, pues —dijo Inglaterra mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry.

 

Francia estuvo a punto de protestar, pero no lo hizo, pues Prusia lo tomó del hombro, negando con la cabeza; había algo extraño en todo ese asunto.

 

Antes de seguir su camino, se encontraron con los Weasley. El patriarca saludó a Inglaterra como si lo conociera de mucho tiempo atrás. Después, se  enfilaron hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez  y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban a sus hijos al tren. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

 

—¡Ah, ahí está Penélope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.

Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho.

 

Después de que Hermione y el resto de los Weasley y países se reunieran con ellos, se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a las lechuzasen la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron y de España.

 

La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Hermione y por último a Harry e incluso a los jóvenes países; muchos de ellos se sonrojaron por el gesto tan maternal de la mujer.

 

Arthur Weasley se acercó a Harry.

 

—¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!

—Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley Pero se volvió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra...

—¿De qué seré un buen chico y me quedaré en el castillo? —preguntó Harry con tristeza.

—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black.

 

Harry lo miró fijamente.

 

—¿Qué?

 

Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren.

 

—Prométeme, Harry — dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra...

—¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que no conozco? —preguntó Harry, sin comprender.

—Prométeme que, oigas lo que oigas...

—¡Arthur; aprisa! —gritó la señora Weasley.

 

Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Harry corrió hacia la puerta del vagón. Rusia la abrió y se echó atrás para dejarle paso. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley  y a España hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.

 

Harry, Iván y José fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final. En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Los tres se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que llevaba el carrito de la comida.

 

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

 

— ¿Quién será? —susurró Harry en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.

— Es el profesor R. J. Lupin —respondió México en voz baja.

— ¿Cómo lo sabes?

—Lo dice en su maleta — respondió él señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, “Profesor R. J. Lupin”, aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas.

— Me pregunto qué enseñará —dijo Harry frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.

— Está claro — susurró Iván—. Sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras, da.

 

Harry ya había tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba maldito.

 

México sacó el periódico “El Profeta” que había adquirido el día anterior y comenzó a leer.

 

—Sirius Black se escapa de prisión —murmuró México.

—Ron mencionó algo de eso, da —agregó Iván con su típico tono infantil. —Nadie sabe cómo se ha escapado de Azkaban. Es el primero. Y estaba en régimen de alta seguridad, da.

—Es un verdadero Houdini —comentó México sonriendo de medio lado —. Bueno, están buscándolo también todos los muggles...

—¿Qué es ese ruido? —preguntó de repente Harry.

 

De algún lugar llegaba un leve silbido. Miraron por el compartimento.

 

— Viene de tu baúl, Harry —dijo José poniéndose en pie y alcanzando el portaequipajes.

 

Un momento después, había sacado el chivatoscopio de bolsillo de entre la túnica de Harry. Daba vueltas muy aprisa sobre la palma de la mano de José, brillando muy intensamente.

 

— ¿Eso es un chivatoscopio? —preguntó José con interés.

—Ron se lo regaló a Harry, da.

—Vuélvelo a meter en el baúl —le aconsejó Harry, porque su silbido les perforaba los oídos—o le despertará.

 

Señaló al profesor Lupin con la cabeza. México metió el chivatoscopio en un calcetín, que ahogó el silbido, y luego cerró el baúl.

 

—Parece descompuesto, podríamos llevarlo a que lo revisen en Hogsmeade — dijo México, volviendo a sentarse. —Hay un lugar llamado Dervish y Banges, una tienda de instrumentos mágicos, venden cosas de este tipo.

—¿Cómo sabes de Hogsmeade? — preguntó  Harry curioso. Como respuesta, México sonrió con malicia.

—Iván y yo nos hemos ido de “pinta” una que otra vez —el latino se encogió de hombros —. De todos los lugares, mi favorito es Honeydukes.

— ¿Qué es eso? — preguntó Harry.

—Es una tienda de golosinas — Iván miró a su novio quien parecía estar imaginándose en aquel lugar.

—Donde tienen de todo... Diablillos de pimienta que te hacen echar humo por la boca... y grandes bolas de chocolate rellenas de mousse de fresa y nata de Cornualles, y plumas de azúcar que puedes chupar en clase y parecer que estás pensando lo que vas a escribir a continuación...

—Pero Hogsmeade es un lugar muy interesante, da —agregó Rusia —. A Iván le gusta la Casa de los Gritos...

—¿No será estupendo salir del colegio para explorar Hogsmeade? —le dijo México al mago. —Especialmente sin andar escondiéndonos —sonrió ladino.

—Supongo que sí— respondió Harry apesadumbrado—. Ya me lo contaran cuando lo hayan descubierto.

—¿Qué quieres decir? — preguntó México.

—Yo no puedo ir. Los Dursley son mis tutores y ellos no firmaron la autorización y Arthur tampoco quiso hacerlo.

 

México dijo algunas groserías en español.

 

— ¿Que no puedes venir? Pero... hay que buscar la forma... McGonagall o algún otro te dará permiso...

 

Harry se rió con sarcasmo. La profesora McGonagall, jefa de la casa Gryffindor, era muy estricta.

 

—Si la profe no acepta, ni pedo. Podemos sacarte del castillo sin problemas —dijo José encogiéndose de hombros.

—Iván cree que Harry no debería andar saliendo del colegio a escondidas estando suelto Black, da...

—Ya, supongo que eso es lo que dirá McGonagall cuando le pida el permiso —observó Harry.

— Pero si nosotros estamos con él... Black no se atreverá a ponerle un dedo encima.

 

Iván asintió con la cabeza, un simple mago no iba a ser capaz de pelear contra todas las representaciones que se encontraban estudiando en Hogwarts y que estaban dispuestas a pelear para proteger a Harry.

 

Mientras hablaban, un pequeño bulto salió del equipaje de México.

 

—Puta madre, ¡Tlilmi, te dije que te quedaras en casa! —el chaneque le respondió con algunos chillidos como de ratón y comenzó a saltar por el compartimiento, como un niño hiperactivo.

 

—¡Quédate quieto, con una chingada!

—José, baja la voz — dijo Harry, preocupado.

 

El latino estaba a punto de responder cuando el profesor Lupin se movió. Lo miraron con aprensión, pero él se limitó a volver la cabeza hacia el otro lado, con la boca todavía ligeramente abierta, y siguió durmiendo.

 

El expreso de Hogwarts seguía hacia el norte, sin detenerse. Y el paisaje que se veía por las ventanas se fue volviendo más agreste y oscuro mientras aumentaban las nubes.

 

A través de la puerta del compartimento se veía pasar gente hacia uno y otro lado.

Tlilmise había instalado en un asiento vacío, tranquilo, gracias a las golosinas que México le dio.

 

A la una en punto llegó la bruja regordeta que llevaba el carrito de la comida.

 

—¿Crees que deberíamos despertarlo? —preguntó Harry, incómodo, señalando al profesor Lupin con la cabeza—. Por su aspecto, creo que le vendría bien tomar algo.

 

México se aproximó cautelosamente al profesor Lupin.

 

— Eeh... ¿profe? — dijo—. Disculpe... ¿profe?

 

El dormido no se inmutó.

 

— No te preocupes, querido —dijo la bruja, entregándole a Harry unos pasteles con forma de caldero—. Si se despierta con hambre, estaré en la parte delantera, con el maquinista.

—Está dormido, ¿verdad? — dijo Harry en voz baja, cuando la bruja cerró la puerta del compartimento —. Quiero decir que... no está muerto, claro.

— Na, aún respira —susurró México, tomando el pastel en forma de caldero que le alargaba Harry. —El profe duerme como yo, después de las parrandas con mi jefe.

 

Tal vez no fuera un ameno compañero de viaje, pero la presencia del profesor Lupin en el compartimento tenía su lado bueno. A media tarde, cuando empezó a llover y las gotas de agua emborronaba las colinas, volvieron a oír a alguien por el pasillo, y las tres personas aparecieron en la puerta: Draco Malfoy y sus dos amigotes, Vincent Crabbe y Gregory Goyle.

 

 

—Chicos, que bueno verlos —dijo Malfoy con su habitual manera de hablar; arrastrando las palabras. Abrió la puerta del compartimento

—¡Güero! Ya te nos habías perdido mucho —habló México dándole un abrazo de oso.

— ¿Quién es ése? — preguntó Malfoy, dando un paso atrás en cuanto se percató de la presencia de Lupin.

— Un nuevo profesor —contestó Harry, que se había levantado también, fingiendo desprecio por su novio—. ¿Se te ofrece algo, Malfoy?

 

Draco miró a Harry, eso de fingir ante sus dos “amigos” no le agradaba, pero por la seguridad de ambos, era mejor seguir haciendo que las personas creyeran que eran enemigos jurados.

 

—Vámonos —murmuró a Crabbe y Goyle, con rabia fingida.

 

Y desaparecieron.

 

Harry y México volvieron a sentarse.

 

—Al güero le debería venir valiendo un pepino lo que digan los demás —dijo enfadado—. Lo digo en serio. Es una pendejada el andarse escondiendo si los dos se quieren.

—A Draco no le conviene que su padre se entere, da —susurró Iván, le hizo una señal a México para que bajara la voz.

—Ese wey esta tan dormido que no se despertará, ni aunque lo dejáramos en medio de una de nuestras reuniones.

 

Y en efecto, Lupin continuaba profundamente dormido.

 

La lluvia arreciaba a medida que el tren avanzaba hacia el norte; las ventanillas eran ahora de un gris brillante que se oscurecía poco a poco, hasta que encendieron las luces que había a lo largo del pasillo y en el techo de los compartimentos. El tren traqueteaba, las gotas de agua golpeaban contra las ventanas, el viento rugía, pero el profesor Lupin seguía durmiendo.

 

—Debemos de estar llegando —dijo Harry, inclinándose hacia delante para mirar a través del reflejo del profesor por la ventanilla, ahora completamente negra. Acababa de decirlo cuando el tren empezó a reducir la velocidad.

—Estupendo — dijo México, levantándose y yendo con cuidado hacia el otro lado del profesor Lupin, para ver algo fuera del tren—. Ya me estaba aburriendo y el tío Prusia se quedó con mi PSP porque quería hacer competencia contra Francia.

—No podemos haber llegado aún —dijo Rusia mirando el reloj.

—Entonces, ¿por qué nos detenemos? —Tlilmi se levantó de golpe, miró a todos lados e hizo un extraño ruido, moviendo las orejas de un lado a otro.

 

El tren iba cada vez más despacio. A medida que el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza contra los cristales. Harry, que era el que estaba más cerca de la puerta, se levantó para mirar por el pasillo. Por todo el vagón se asomaban cabezas curiosas. El tren se paró con una sacudida, y distintos golpes testimoniaron que algunos baúles se habían caído de los portaequipajes. A continuación, sin previo aviso, se apagaron todas las luces y quedaron sumidos en una oscuridad total.

 

—¿Qué sucede? —dijo México detrás de Harry.

—¿Habremos tenido una avería? —comentó Rusia sonriendo de manera infantil.

—No sé...

 

Se oyó el sonido que produce la mano frotando un cristal mojado, y Harry vio la silueta negra y borrosa de José, que limpiaba el cristal y miraba fuera.

 

—Algo pasa — dijo México—. Creo que está subiendo gente...

 

El pequeño chaneque lucia nervioso; mostraba sus afilados dientes.

 

—Voy a preguntarle al maquinista qué sucede. —dijo Harry, pero una mano invisible lo haló nuevamente al interior, causando que callera de sentón.

—¡Tlilmi! —lo regañó México enojado.

—¿Harry se encuentra bien? —preguntó Rusia ayudando al mago a ponerse de pie.

Por fin se había despertado el profesor Lupin. Harry oyó que algo se movía en el rincón que él ocupaba. Nadie dijo nada.

 

Se oyó un chisporroteo y una luz parpadeante iluminó el compartimento. El profesor Lupin parecía tener en la mano un puñado de llamas que le iluminaban la cansada cara gris. Pero sus ojos se mostraban cautelosos.

 

—No se muevan — dijo con la misma voz ronca, y se puso de pie, despacio, con el puñado de llamas enfrente de él. La puerta se abrió lentamente antes de que Lupin pudiera alcanzarla.

 

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que tenía Lupin en la mano, había una figura cubierta con capa y que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha. Pasó junto a México primero, pero se alejó de inmediato de él; lo mismo sucedió cuando se acercó a Rusia.

De la capa surgía una mano gris, viscosa y con pústulas. Como algo que estuviera muerto y se hubiera corrompido bajo el agua. Sólo estuvo a la vista una fracción de segundo. Como si el ser que se ocultaba bajo la capa hubiera notado las miradas, la mano se metió entre los pliegues de la tela negra. Se acercó a Potter y entonces aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera succionar algo más que aire.

 

Un frío intenso se extendió por encima de todos. Harry fue consciente del aire que retenía en el pecho. El frío penetró más allá de su piel, hasta el pecho, en el corazón...

 

Los ojos de Harry se quedaron en blanco. No podía ver nada. Se ahogaba de frío. Oyó correr agua. Algo lo arrastraba hacia abajo y el rugido del líquido se hacía más fuerte... Y entonces, a lo lejos, oyó unos aterrorizados gritos de súplica. Quería ayudar a quien fuera. Intentó mover los brazos, pero no pudo. Una niebla espesa y blanca lo rodeaba, y también estaba dentro de él...

 

— ¡Harry! ¡Harry! ¿Estás bien?

Alguien le daba palmadas en la cara.

 

— ¿Qué?

 

Harry abrió los ojos. Sobre él había algunas luces y el suelo temblaba...

 

El expreso de Hogwarts se ponía en marcha y la luz había vuelto. Por lo visto había resbalado del asiento y caído al suelo. Rusia y México estaban arrodillados a su lado, y por encima de ellos vio al profesor Lupin, mirándolo. Harry sentía ganas de vomitar. Al levantar la mano para subirse las gafas, notó su cara cubierta por un sudor frío.

 

Los dos países lo ayudaron a levantarse y a sentarse en el asiento.

 

— ¿Te encuentras bien? —preguntó José, preocupado.

— Sí —dijo Harry, mirando rápidamente hacia la puerta. El ser encapuchado había desaparecido—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está ese... ese ser? ¿Quién gritaba?

— No gritaba nadie —respondió Rusia.

 

Harry examinó el compartimento iluminado. La pareja lo miraba con preocupación.

 

— Pero he oído gritos...

 

Todos se sobresaltaron al oír un chasquido. El profesor Lupin partía en trozos una tableta de chocolate.

 

— Toma —le dijo a Harry, entregándole un trozo especialmente grande—. Cómetelo. Te ayudará.

 

Harry tomó el chocolate, pero no se lo comió.

 

— ¿Qué era ese ser? —le preguntó a Lupin.

— Un dementor —respondió Lupin, repartiendo el chocolate entre los demás—. Era uno de los dementores de Azkaban.

—¿Eso era un dementor? —dijo México en tono pensativo. Ahora comprendía porque los demás creían que “La Niña Blanca” era uno; esos seres se parecían mucho a la muerte.

 

Todos lo miraron. El profesor Lupin arrugó el envoltorio vacío de la tableta de chocolate y se lo guardó en el bolsillo.

— Cómetelo —insistió—. Te vendrá bien. Discúlpenme, tengo que hablar con el maquinista...

 

Pasó por delante de Harry y desapareció por el pasillo.

 

— ¿Seguro que estás bien, Harry? — preguntó José con preocupación, mirando a Harry.

— No entiendo... ¿Qué ha sucedido? —quiso saber Harry, secándose el sudor de la cara.

— Bueno, ese ser... el dementor... se quedó ahí mirándonos (es decir; creo que nos miraba, porque no pude verle la cara), y tú, tú...

—Rusia y México creyeron que a Harry  le estaba dando un ataque o algo así, da — dijo Iván, quien se veía extrañamente serio—. Te quedaste como rígido, te caíste del asiento y empezaste a agitarte... —agregó en tono más adulto.

— Y entonces el profe pasó por encima de ti, se dirigió al dementor y sacó su varita —explicó José—. Y dijo: Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa. Vete Pero no se movió, así que Lupin murmuró algo y de la varita salió una cosa plateada hacia el dementor. Y éste dio media vuelta y se fue...

—Un sentimiento extraño me acogió — Agregó Rusia—, como si hubiera perdido la razón de vivir... —miró a México quien le sonrió con ternura antes de besarlo en los labios.

 

Tlilmi que estaba encogido en su rincón, agazapado como un animal; su cabello, extrañamente estaba erizado y sus ojos tenían un brillo casi maligno que daba miedo. Rusia quiso acercarse para calmarlo pero su novio lo detuvo.

—¿Qué le pasa? — preguntó Harry, extrañado.

— Está enojado — respondió José—. No lo toquen. Un chaneque en ese estado es más peligroso que el Basilisco.

 

No volvieron a tocar el tema. Harry no conseguía entender. Estaba débil y tembloroso, como si se estuviera recuperando de una mala gripe. También sentía un poco de vergüenza. ¿Por qué había perdido el control de aquella manera, cuando los otros no lo habían hecho?

 

El profesor Lupin regresó. Se detuvo al entrar; miró alrededor y dijo con una breve sonrisa:

 

— No he envenenado el chocolate, ¿sabes?

 

Harry le dio un mordisquito y ante su sorpresa sintió que algo le calentaba el cuerpo y que el calor se extendía hasta los dedos de las manos y de los pies.

 

— Llegaremos a Hogwarts en diez minutos — dijo el profesor Lupin—. ¿Te encuentras bien, Harry?

 

Él no preguntó cómo se había enterado el profesor Lupin de su nombre.

 

— Sí — dijo, un poco confuso.

 

No hablaron apenas durante el resto del viaje. Finalmente se detuvo el tren en la estación de Hogsmeade, y se formó mucho barullo para salir del tren: las lechuzas ululaban, los gatos maullaban y el sapo de Neville croaba debajo de su sombrero. En el pequeño andén hacía un frío que pelaba; la lluvia era una ducha de hielo.

 

— ¡Por aquí los de primer curso! — gritaba una voz familiar. Harry, Rusia y México se volvieron y vieron la silueta gigante de Hagrid en el otro extremo del andén, indicando por señas a los nuevos estudiantes (que estaban algo asustados) que se adelantaran para iniciar el tradicional recorrido por el lago.

 

—¿Están bien los tres? — gritó Hagrid, por encima de la multitud.

 

Lo saludaron con la mano, pero no pudieron hablarle porque la multitud los empujaba a lo largo del andén. Los tres  se encontraron con el resto y siguieron a los demás alumnos y salieron a un camino embarrado y desigual, donde aguardaban al resto de los estudiantes al menos cien diligencias, todas tiradas (o eso suponían) por caballos invisibles, porque cuando subieron a una y cerraron la portezuela, se puso en marcha ella sola, dando botes.

 

Harry se encontró con Hermione y Ron con los que abordó una de las carrozas.

 

La diligencia olía un poco a moho y a paja. Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera el conocimiento.

 

Mientras el coche avanzaba lentamente hacia unas suntuosas verjas de hierro flanqueadas por columnas de piedra coronadas por estatuillas de cerdos alados, Harry vio a otros dos dementores encapuchados y descomunales, que montaban guardia a cada lado. Estuvo a punto de darle otro frío vahído. Se reclinó en el asiento lleno de bultos y cerró los ojos hasta que hubieron atravesado la verja. El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.

 

Al bajar; Harry oyó una voz en tono asustado:

 

— ¿Te has desmayado, Harry? ¿Es verdad lo que dice José? ¿Realmente te desmayaste?

 

Draco casi tira  a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara preocupada hicieron que se sintiera culpable.

 

— ¡Lárgate, Malfoy! — dijo Ron con las mandíbulas apretadas.

—No estoy hablando contigo, Weasley —dijo Draco, levantando la voz—. ¿Te sientes bien? —le preguntó a Harry mientras le tomaba la mano.

— ¿Hay algún problema? — preguntó una voz amable. El profesor Lupin acababa de bajarse de la diligencia que iba detrás de la de ellos.

 

Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin por interrumpirlo, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. Con cierto sarcasmo en la voz, dijo:

 

— Oh, no, eh... profesor...

 

Crabbe y Goyle se acercaron a Draco, quien, de manera casi imperceptible se despidió de su novio. Después le pediría a José que le prestara su escondite un rato para poder “secuestrar” a su novio.

 

 

Continuara…

 

 

 


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