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Error mágico por lizergchan

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Notas del capitulo:

Nuevo capitulo!!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, FranxUk, PruxAus, EspxRoma, UkxFran, y HarryxDraco insinuación de AmexMex y SnapexUk

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, humor, Lemon, fantasía y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Beta: Usarechan.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Error mágico

 

 

Capítulo 7.- Calma antes de la tormenta

 

 

 

—Lo mejor es que lo llevemos a la cabaña de Hagrid, que está más cerca —dijo Harry a Hermione, quien asintió valerosamente.

—Oresama los ayudará, kesesese —habló Gilber, el resto del Bad cuarteto también decidieron ayudarlos.

—Esto es más asqueroso que la comida de Arthur —comentó José arrugando la nariz cuando Ron escupió otra babosa.

 

Les separaban siete metros de la casa de Hagrid cuando se abrió la puerta. Pero no fue Hagrid el que salió por ella, sino Gilderoy Lockhart.

 

—Rápido, aquí detrás —dijo Harry, escondiendo a Ron detrás de un arbusto que había, el  Bad cuarteto obedeció sin chistar pero Hermione lo hizo de mala gana.

—¡Es muy sencillo si sabes hacerlo! —decía Lockhart a Hagrid en voz alta—. ¡Si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy! Te dejaré un ejemplar de mi libro. Pero me sorprende que no tengas ya uno. Te firmaré un ejemplar esta noche y te lo enviaré. ¡Bueno, adiós! —Y se fue hacia el castillo a grandes zancadas.

 

Harry esperó a que Lockhart se perdiera de vista y luego salió de los arbustos, seguido por Francis y Antonio quienes llevaban a Ron para llevarlo hasta la puerta principal de la casa de Hagrid. Llamaron a toda prisa.

 

Hagrid apareció inmediatamente, con aspecto de estar de mal humor, pero se le iluminó la cara cuando vio de quién se trataba.

 

—Me estaba preguntando cuándo vendrían a verme, veo que traía amigos... entren, enten. Creía que sería el profesor Lockhart que volvía.

 

El Bad cuarteto, Harry y Hermione introdujeron a Ron en la cabaña, donde había una gran cama en un rincón y una chimenea encendida en el otro extremo. Hagrid no pareció preocuparse mucho por el problema de las babosas de Ron, cuyos detalles explicó Harry apresuradamente mientras lo sentaban en una silla.

 

—Es preferible que salgan a que entren —dijo ufano, poniéndole delante un balde grande de cobre—. Vomítalas todas, Ron.

—No creo que se pueda hacer nada salvo esperar a que la cosa acabe —dijo Hermione apurada, contemplando a Ron inclinado sobre la palangana—. Es un hechizo difícil de realizar aun en condiciones óptimas, pero con la varita rota...

—Buu, que lástima y yo que quería ver como el gringo hacía el mismo chiste —se lamentó México haciendo que el resto del Bad cuarteto soltara pequeñas risitas y el trío dorado lo vieran sorprendidos por la “maldad” que parecía guardar el moreno. Suspiraron, ahora entendía por qué era un Slytherin.

 

Hagrid estaba ocupado preparando un té. Fang, su perro jabalinero, llenaba a Harry de babas y a Gilbert, éste último no se veía para nada contento con eso.

 

—¿Qué quería Lockhart, Hagrid? —preguntó Harry, rascándole las orejas a Fang.

—Enseñarme cómo me puedo librar de los duendes del pozo —gruñó Hagrid, quitando de la mesa limpia un gallo a medio pelar y poniendo en su lugar la tetera—. Como si no lo supiera. Y también hablaba sobre una banshee a la que venció. Si en todo eso hay una palabra de cierto, me como la tetera.

Era muy raro que Hagrid criticara a un profesor de Hogwarts, y Harry lo miró sorprendido.

 

—Pus, sí, mira que tenerle miedo a Tlilmi y a la niña blanca* —los presentes miraron a José como si le hubiese crecido otra cabeza. Una cosa era no tenerle miedo al pequeño chaneque, ¡pero a la muerte!, cualquier persona en su sano juicio le temería.

 

Hermione, sin embargo, dijo en voz algo más alta de lo normal:

 

—Creo que son injustos. Obviamente, el profesor Dumbledore ha juzgado que era el mejor para el puesto y...

—Era el único para el puesto —repuso Hagrid, ofreciéndoles un plato de caramelos de café con leche, mientras Ron tosía ruidosamente sobre la palangana—. Y quiero decir el único. Es muy difícil encontrar profesores que den Artes Oscuras, porque a nadie le hace mucha gracia. Da la impresión de que la asignatura está maldita. Ningún profesor ha durado mucho. Díganme —preguntó Hagrid, mirando a Ron—, ¿a quién intentaba hechizar?

—Malfoy le dijo algo a Hermione —respondió Harry—. Tiene que haber sido algo muy fuerte, porque todos se pusieron furiosos.

—Fue muy fuerte —dijo Ron con voz ronca, incorporándose sobre la mesa, con el rostro pálido y sudoroso

—Malfoy la llamó sangre sucia —finalizó España.

 

Ron se apartó cuando volvió a salirle una nueva tanda de babosas. Hagrid parecía indignado.

—¡No! —bramó volviéndose a Hermione. Harry asintió con la cabeza.

—Sí —dijo ella.

—Nosotros no sabemos qué significa, pero me parece que fue un insulto muy fuerte —comentó Francis.

—¡Y oresama no puede permitir que la insulten en nuestra presencia! ¡Eso no es nada awesone!

—Es lo más insultante que se le podría ocurrir —dijo Ron, volviendo a incorporarse—. Sangre sucia es un nombre realmente repugnante con el que llaman a los hijos de muggles, ya saben, de padres que no son magos. Hay algunos magos, como la familia de Malfoy, que creen que son mejores que nadie porque tienen lo que ellos llaman sangre limpia. —Soltó un leve eructo, y una babosa solitaria le cayó en la palma de la mano. La arrojó a la palangana y prosiguió—. Desde luego, el resto de nosotros sabe que eso no tiene ninguna importancia. Mira a Neville Longbottom... es de sangre limpia y apenas es capaz de sujetar el caldero correctamente.

—Y no han inventado un conjuro que nuestra Hermione no sea capaz de realizar —dijo Hagrid con orgullo, haciendo que Hermione se pusiera colorada.

—Es un insulto muy desagradable de oír —dijo Ron, secándose el sudor de la frente con la mano—. Es como decir sangre podrida o sangre vulgar. Son idiotas. Además, la mayor parte de los magos de hoy día tienen sangre mezclada. Si no nos hubiéramos casado con muggles, nos habríamos extinguido.

A Ron le dieron arcadas y volvió a inclinarse sobre la palangana. Los del Bad cuarteto fruncieron el ceño, se miraron entre si y sonrieron maliciosos, ya le harían pagar a Malfoy el haber insultado a una dama, especialmente a una que era su amiga.

—Bueno, no te culpo por intentar hacerle un hechizo, Ron —dijo Hagrid con una voz fuerte que ahogaba los golpes de las babosas al caer en la palangana—. Pero quizás haya sido una suerte que tu varita mágica fallara. Si hubieras conseguido hechizarle, Lucius Malfoy se habría presentado en la escuela. Así no tendrás ese problema.

 

Harry quiso decir que el problema no habría sido peor que estar echando babosas por la boca, pero no pudo hacerlo porque el caramelo de café con leche se le había pegado a los dientes y no podía separarlos.

 

—Pues a mí me vale madres que “Oxi” vaya con el chisme con su papi —dijo México cruzándose de brazos —. Él debe pagar por eso —los tres países asintieron con la cabeza.

 

Hagrid miró al Bad cuarteto, percatándose hasta el momento que tres de ellos eran Slytherin. Hermione se percató de esto y los presentó, al semi gigante les parecía extraño que tres “serpientes” estuviesen conviviendo con Gryffindors con tanta armonía.

 

Pasaron un rato hablando y Hagrid comprendió que Gilbert, Francis y José, a pesar de ser Slytherin eran muy agradables.

 

—Harry —dijo Hagrid de repente —, tengo que ajustar cuentas contigo. Me han dicho que has estado repartiendo fotos firmadas. ¿Por qué no me has dado una?

—No he estado repartiendo fotos —dijo enfadado—. Si Lockhart aún va diciendo eso por ahí...

Pero entonces vio que Hagrid se reía.

—Sólo bromeaba —explicó, dándole a Harry unas palmadas amistosas en la espalda, que lo arrojaron contra la mesa, el Bad cuarteto hizo una mueca adolorida, cómo si ellos hubiesen sido los que recibieron el “cariñoso” gesto y José soltó un “se vale sobar” —. Sé que no es verdad. Le dije a Lockhart que no te hacía falta, que sin proponértelo eras más famoso que él.

—Apuesto a que no le hizo ninguna gracia —dijo Harry, levantándose y frotándose la barbilla.

—Kesese, ese idiota no es nada awesone, kesese.

—Supongo que no —admitió Hagrid, parpadeando—. Luego le dije que no había leído nunca ninguno de sus libros, y se marchó. ¿Un caramelo de café con leche, Ron?

—añadió, cuando Ron volvió a incorporarse.

—No, gracias —dijo Ron con debilidad—. Es mejor no correr riesgos.

—¡Yo sí! —exclamó México —, nunca le digo que no a un buen cafecito con leche y más si eso incluye un rico pan dulce —el semi gigante, el moreno era realmente muy divertido.

—Vengan a ver lo que he estado cultivando —dijo Hagrid cuando el Bad cuarteto, Harry y Hermione terminaron su té.

En la pequeña huerta situada detrás de la casa de Hagrid había una docena de las calabazas más grandes que hubiesen visto nunca. Más bien parecían grandes rocas.

—Van bien, ¿verdad? —dijo Hagrid, contento—. Son para la fiesta de Halloween. Deberán haber crecido lo bastante para ese día.

—¿Qué les has echado? —preguntó Harry. Hagrid miró hacia atrás para comprobar que estaban solos.

—Bueno, les he echado... ya sabes... un poco de ayuda. Harry vio el paraguas rosa estampado de Hagrid apoyado contra la pared trasera de la cabaña. Ya antes, Harry había sospechado que aquel paraguas no era lo que parecía; de hecho, tenía la impresión de que la vieja varita mágica del colegio estaba oculta dentro. Según las normas, Hagrid no podía hacer magia, porque lo habían expulsado de Hogwarts en el tercer curso, pero Harry no sabía por qué. Cualquier mención del asunto bastaba para que Hagrid carraspeara sonoramente y sufriera de pronto una misteriosa sordera que le duraba hasta que se cambiaba de tema.

—¡Genial! —exclamaron Antonio, Francis y José.

—¡Quiero hacer eso! —chilló España imaginando los enormes tomates que podría cosechar.

—¿Un hechizo fertilizante, tal vez? —preguntó Hermione, entre la desaprobación y el regocijo—. Bueno, has hecho un buen trabajo. Antonio, Francis y José veían al semi gigante suplicante cómo diciendo “Enséñanos”.

—Eso es lo que dijo tu hermana pequeña —observó Hagrid, dirigiéndose a Ron e ignorando a los tres países—. Ayer la encontré. —Hagrid miró a Harry de soslayo y vio que le temblaba la barbilla—. Dijo que estaba contemplando el campo, pero me da la impresión de que esperaba encontrarse a alguien más en mi casa. —Guiñó un ojo a Harry—. Si quieres mi opinión, creo que ella no rechazaría una foto fir...

—¡Cállate! —dijo Harry. A Ron le dio la risa y llenó la tierra de babosas.

—¡Cuidado! —gritó Hagrid, apartando a Ron de sus queridas calabazas.

 

Ya casi era la hora de comer, y como Harry sólo había tomado un caramelo de café con leche en todo el día, tenía prisa por regresar al colegio para la comida. Se despidieron de Hagrid y regresaron al castillo, con Ron hipando de vez en cuando, pero vomitando sólo un par de babosas pequeñas.

 

Esa tarde, el Bad cuarteto arrastraron a Harry y Ron, ya tenían idea de cómo vengarse de Draco por la ofensa hecha a Hermione, pero gracias a un error del pelirrojo la victima de su pequeña broma había sido Lockhart.

 

 

—Ustedes limpiaran la plata de la sala de trofeos con el señor Filch —dijo la profesora

McGonagall a Ron, Francis, Gilbert y Antonio—. Y nada de magia... ¡frotando!

 

Ron tragó saliva. Argus Filch, el conserje, era detestado por todos los estudiantes del colegio. Francis hacia una escena dramática quejándose que una persona como él no podía hacer esa clase de trabajos.

 

—Y ustedes, Potter y Montoya, ayudaran al profesor Lockhart a responder a las cartas de sus admiradoras —dijo la profesora McGonagall.

—¡Oresama se niega! —chilló Gilbert que de ningún modo quería hacer algo tan poco awesone.

—Oh, no... ¿No puedo ayudar con la plata? —preguntó Harry desesperado.

—Me uno a la moción —agregó José levantando la mano como si estuviese votando.

—Desde luego que no —dijo la profesora McGonagall, arqueando las cejas—. El profesor Lockhart ha solicitado que seas precisamente tú, Harry. A las ocho en punto, tanto uno como otro.

—¿Y porque yo tengo ayudar al remedo del Peje*? —se quejó José haciendo puchero.

—Por que también así lo ha solicitado —México murmuró un “puta madre”.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Después se dirigieron al Gran comedor, algo abatidos.

 

—Filch nos tendrá allí toda la noche —dijo Ron apesadumbrado—. ¡Sin magia!

Debe de haber más de cien trofeos en esa sala. Y la limpieza muggle no se me da bien.

—Cambiaria lugar con ustedes de buena gana —dijo Harry con voz apagada—. He hecho muchas prácticas con los Dursley. Pero responder a las admiradoras de Lockhart... será una pesadilla.

—La neta si —se quejó México. Él también preferiría limpiar que pasarse contestando cartas, que a su parecer eran estúpidas y ridículas.

—¡Oresama no puede hacer algo tan poco awesone! —se quejó Gilbert.

—Cuando Arthur se enteré… —se lamentó Francis seguro de que Inglaterra no dejaría ni besarlo.

 

Ron se sentía un poco culpable pues había sido él quien se equivocó y ahora, todos estaban pagando por su error.

 

La tarde del sábado pasó en un santiamén, y antes de que se dieran cuenta, eran las ocho menos cinco. Harry y José se dirigieron al despacho de Lockhart por el pasillo del segundo piso, arrastrando los pies. Potter llamó a regañadientes. La puerta se abrió de inmediato. Lockhart los recibió con una sonrisa.

 

 

—¡Aquí están los pillos! —dijo—. Vamos, entren.

 

Dentro había un sinfín de fotografías enmarcadas de Lockhart, que relucían en los muros a la luz de las velas. Algunas estaban incluso firmadas. Tenía otro montón grande en la mesa.

José no pudo evitar pensar que el hombre tenía un serio caso de narcisismo, aún mayor que Gilbert y Alfred juntos.

 

—¡Ustedes pueden poner las direcciones en los sobres! —dijo Lockhart a los dos, como si se tratara de un placer irresistible—. El primero es para la adorable Gladys Gudgeon, gran admiradora mía.

 

México rodó los ojos, seguramente la pobre chica tenía algún problema mental. Los minutos pasaron tan despacio como si fueran horas. Dejaron que Lockhart hablara sin hacerle ningún caso, diciendo de cuando en cuando “mmm” o “ya” o “vaya” y “Sí, ah, mira que chido”. Algunas veces captaban frases del tipo “La fama es una amiga veleidosa, Harry” o “Serás célebre si te comportas como alguien célebre, que no se te olvide”.

 

Las velas se fueron consumiendo y la agonizante luz desdibujaba las múltiples caras que ponía Lockhart ante Harry y José. Estos pasaban sus doloridas manos sobre lo que les parecía que tenía que ser el milésimo sobre y anotaba en él la dirección un par de nombres.

 

“Debe de ser casi hora de terminar”, pensó Harry, derrotado. “Por favor, que falte poco...”

“Esto es peor que la vez que me quede sin chiles y sin tequila”, pensaba México mientras rezaba a los dioses de sus abuelos para que a Lockhart se lo tragara la tierra o mínimo se quedara mudo.

 

 

Y en aquel momento Harry oyó algo, que no tenía nada que ver con el chisporroteo de las mortecinas velas ni con el incesante parloteo de Lockhart sobre sus admiradoras. Era una voz, una voz capaz de helar la sangre en las venas, una voz ponzoñosa que dejaba sin aliento, fría como el hielo.

 

 

Ven..., ven a mí... deja que te desgarre... deja que te despedace... déjame matarte...

 

Harry dio un salto, y un manchón grande de color lila apareció sobre el nombre de la calle de Verónica Smethley.

—¡¿Qué?! —gritó.

—Pues eso —dijo Lockhart—: ¡seis meses enteros encabezando la lista de los más vendidos! ¡Batí todos los récords!

—¡No! —dijo Harry asustado—. ¡La voz!

—¿Cómo dices? —preguntó Lockhart, extrañado—. ¿Qué voz?

—Seguramente te está afectando esto. Ya estas alucinando —comentó México preocupado por el semblante de su compañero.

—La... la voz que ha dicho... ¿No la han oído?

 

Lockhart y José miraron Harry desconcertados.

 

—¿De qué hablas, Harry? ¿No te estarías quedando dormido? ¡Por Dios, mira la hora que es! ¡Llevamos con esto casi cuatro horas! Ni lo imaginaba... el tiempo vuela,

¿Verdad?

 

México hizo una mueca, Harry no respondió. Aguzaba el oído tratando de captar de nuevo la voz, pero no oyó otra cosa que a Lockhart diciéndole que otra vez que lo castigaran, no tendría tanta suerte como aquélla. Harry salió, aturdido seguido por México que murmuraba cosas en algún idioma que el castaño no lograba entender.

 

 

Harry se despidió de José poco después de salir de la habitación. Era tan tarde que la sala común de Gryffindor estaba prácticamente vacía y Harry se fue derecho al dormitorio. Ron no había regresado todavía. Se puso el pijama y se echó en la cama a esperar. Media hora después llegó Ron, con el brazo derecho dolorido y llevando con él un fuerte olor a limpiametales.

 

—Me duelen partes del cuerpo que no sabía que tenía —se quejó, echándose en la cama—. Me ha hecho sacarle brillo catorce veces a una copa de quidditch antes de darle el visto bueno. Y vomité otra tanda de babosas sobre el Premio Especial por los Servicios al Colegio. Gilbert casi me mata por eso. Bueno, ¿y a ti y a José qué tal les fue con Lockhart?

 

En voz baja, para no despertar a Neville, Dean y Seamus, Harry le contó a Ron con toda exactitud lo que había oído.

 

—¿Y ellos dijeron que no habían oído nada? —preguntó Ron. A la luz de la luna, Harry podía verle fruncir el entrecejo—. ¿Piensas que mentía? Pero no lo entiendo...

 

Aunque fuera alguien invisible, tendría que haber abierto la puerta.

 

—Lo sé—dijo Harry, recostándose en la cama y contemplando el dosel—. Yo tampoco lo entiendo.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Era domingo por la mañana. Francis había arrastrado a José a su habitación aprovechando que Suiza había salido a dar un paseo con Liechtenstein. México tenía a su pequeño amigo chaneque entre sus brazos mientras éste comía unos dulces que Harry le regaló la noche anterior.

 

 

—¿Qué querías decirme? —preguntó José un tanto reacio pues no le daba mucha confianza estar a solas con el francés pervertido.

—Necesito tú ayuda y de mon petit  chaneque  —Tlilmi dejó de comer para mirar al rubio, ladeo la cabeza e hizo un extraño ruido.

—¿Cómo que o para qué? —preguntó México mirando a Francia levantando una ceja. Francis dio un sonoro suspiro, de pronto rompió en un llanto dramático sobre el hombro del moreno. Cuando se calmó; le explicó que Arthur no lo había dejado tocarlo desde que sucedió el “pequeño incidente”.

 

—Arthur no me ha querido decir dónde está su habitación para que no vaya a demostrarle mi amour —se quejó dramático

—¿Y nosotros que vela tenemos en ese entierro? —Francis le explicó que quería que Tlilmi siguiera a Inglaterra hasta su dormitorio para que él pudiera hacerle una “visita nocturna”.

 

José parpadeo un par de veces, paseó su mirada por Francis y luego por Tlilmi quien tenía una sonrisa maliciosa que le daba mala espina, tal vez la idea no era buena idea pero el francés estaba tan desesperado que no escuchaba lo que el mexicano le decía. Itzamma suspiró pesadamente y terminó aceptando aunque estaba seguro que Francis terminaría lamentándolo.

 

Francis le prometió a Tlilmi darle todos los dulces que él quisiera si le hacia ese pequeño favor. El chaneque sólo se frotaba las manos asintiendo con la cabeza y lamiéndose los labios soltando un sonido parecido al chillido de varias ratas para luego desaparecer.

 

—Tardará unos días —le dijo José —. Los chaneques suelen ser algo… maliciosos y gustan de hacerles bromas a las personas, en especial Tlilmi.

 

Francia no dijo nada, lo único que quería era tener algo de sexo con Inglaterra, ya no soportaba más ese celibato que  su amante le había impuesto, pero no quería hacerlo con alguno de sus compañeros países o con los alumnos.

 

 

Tlilmi tardó aproximadamente una semana en encontrar la habitación de Arthur, no porque le fuse difícil. Los chaneques, cómo servidores de Tlaloc, tenían grandes poderes, pero eran cómo niños pequeños que se distraían con gran facilidad y Hogwarts tenía muchas cosas que hacían al pequeño Tlilmi olvidarse de su importante misión.

 

—¿No sería mejor seguir a Inglaterra en vez de mandar a Tlilmi a buscar su habitación? —sugirió México a Francia por doceava vez.

 

El pequeño chaneque estaba sentado al lado de José comiendo algunos dulces que nadie sabía de dónde había sacado. Bad cuarteto y Tlilmi se encontraban en la torre de Astronomia; habían cerrado la puerta con un hechizo para impedir que alguien entrara o los llegara a escuchar. El chaneque estaba comiendo algunos dulces que ninguno no sabían de donde los sacó.

 

Francia se negó rotundamente a lo dicho por México, pues eso ya lo había intentado con muy malos resultados.

 

—José tiene razón —dijo Antonio. Él conocía bien a Tlilmi, éste acompañaba a su hijo desde que era una pequeña colonia y sabía lo bromista que podía ser.

—¡Qué poco awesone! —habló Gilbert con voz fuerte. México soltó un sonoro suspiro, miró a su pequeño amigo quien parecía más entretenido comiendo que en escuchar la conversación de los países.

 

 

Esa misma noche, mientras todos dormían. Francia caminaba por los oscuros pasillos siguiendo a Tlilmi quien daba pequeñas risitas que le erizaban la piel al pobre rubio que ya de por sí estaba algo tenso por lo terrorífico que se veía el castillo a esas horas.

 

El chaneque bajó a las mazmorras; la puerta estaba sellada con magia pero no fue problema para Tlilmi, después, dio unos saltitos y señaló adentro haciendo ruidos parecidos a los de muchos ratones y señalaba la entrada.

 

—Gracias mon petit —le dijo entregándole una bolsa con caramelos que sacó de su túnica. Después entró sin ver cómo el chaneque se frotaba las manos y sonreía malicioso antes de desaparecer.

 

El lugar estaba a oscuras pero pudo distinguir, la cama y un bulto bajo las sábanas. Una sonrisa pervertida se formó en los labios del francés, se quitó los zapatos y se subió al colchón.

 

—Oh, Arthur…

—Pero que…  —Francia se quedó estático al reconocer esa voz, soltó un grito que resonó por todo el colegio al darse cuenta que no estaba en la habitación de Arthur si no de…

 

—¡Pro-profesor Snape!

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Inglaterra estaba furioso; frente a él estaba Francis y José. Les estaba gritando por el incidente que el francés había tenido con Snape y que, desgraciadamente, se había enterado toda la escuela a causa del tremendo grito que el rubio y el profesor habían dado.

 

—¡¿Cómo se les ocurrió hacer esa tontería?! —gritó Arthur haciendo que ambos se cubrieran los oídos. Francia se había salvado del castigo, gracias a que Inglaterra le explicó a Snape que desde la “muerte de sus padres”, el rubio había quedado traumatizado pues éste había visto los cuerpos las pesadillas sólo desaparecían éste dormía con él. Severus no, muy convencido aceptó no castigar a Francis, especialmente porque eso significaría bajarle puntos a Slytherin.

—Pero…

—¡Silencio! —lo interrumpió Inglaterra a México —Tú, ¡¿cómo se te ocurre ayudar a Francis con esta locura?! ¡¿Qué tal si hubiese pasado algo malo?!

—Je suis désolé, Angleterre —se disculpó Francia bajando la cabeza. Inglaterra suspiró para calmarse un poco.

—Arturo, si lo piensas bien, esto es culpa tuya por no hacerle caso a Francis —dijo José cruzándose de brazos. El aludido lo asesinó con la mirada. —Además… yo le advertí a Francisco que…

—¡Que me llamo Francis! —gritó el aludido comenzando a ahorcar al pobre moreno. Inglaterra tardó un poco en separarlos, pues a pesar de que el francés era más bajo y delgado que él, seguía conservando esa fuerza de siempre.

—Oigamee… me ahorco rete feo… sentí rete feo… —se quejó México con tono dramático pero gracioso, lo suficiente para que el ambiente perdiera toda la tensión.

 

Inglaterra soltó otro suspiro, miró al moreno y le pidió que se fuera, éste así lo hizo, no quería estar en medio de esos dos cuando se reconciliaran.

 

Pasaron unos minutos después de que México se fuera en los que ninguno pronuncio palabra alguna. Francis se acercó a Inglaterra y lo besó; Arthur se estaba dejando llevar, pero de pronto, se separó bruscamente.

 

—No podemos hacer esto —dijo —, ahora yo soy tu maestro y tú… —Francis lo hizo callar. El hecho de que ahora uno era más joven que el otro no significaba que fuese la verdad, ni siquiera cuando estaban normales representaban la edad que tenían, ¡eran países! Y las leyes de los humanos no se aplicaban a ellos.

 

—Je t'aime, Angleterre —le dijo con tanta sinceridad que rompió cualquier defensa que le pudiese haber quedado a Arthur —M'aimes?

—I love you —aseguró Inglaterra siendo esta vez el que iniciara el beso.

—Ahora que soy un inocente y dulce enfant puedes ser el seme, mon petit —Arthur no necesito más para abalanzarse contra el francés. No le importo que Francis ahora tuviese la apariencia de un niño que no sobrepasaba los trece años y que él fuese un adulto, ni tampoco que se encontraran en uno de los salones de clases, sólo bastó con sellar e insonorizar la habitación con magia.

 

Inglaterra sentó a Francis en el escritorio, mientras le quitaba la tónica. Las manos del mayor buscaban impacientes la virilidad de su amante, acariciándolo sobre la tela.

 

—Ahhh —gimió sobre su oído, excitando a Inglaterra cada vez más. Arthur acariciaba cada porción de piel que quedaba expuesta a sus ardientes carisias.

—¡Ah…ah! —exclamó Francis, escalofríos corrieron su espina dorsal. Era tal el éxtasis que el más ligero roce de las manos del inglés en su piel desnuda lo llevaba a alturas de casi insoportable placer.

—Estas muy sensible —dijo Arthur encantado por el rumbo que estaba tomando la situación.

Francia gimió mientras Inglaterra rozaba su pulgar sobre los pezones rojo cereza que adornaban su pecho. No tenía idea porque se sentía así. ¿Era porque había estado hambriento por su contacto físico por tanto tiempo? ¿O era la novedad de ser un niño y tener sexo con un hombre mayor que él?

 

Inglaterra puso sus manos sobre las caderas de Francia. Quitó le quitó ropa interior de en un movimiento decisivo. El miembro del menor estaba erecto y necesitado. Extendiéndose hacia su blanco estómago.

 

—Qué deseoso pequeño francés —dijo el Arthur, no podía negarlo, le estaba gustando ser el activo. Francia gimió. —Parece que te gusta estar expuesto así, —él no dijo nada, la verdad era que estar así lo estaba excitando de sobremanera.

 

Jadeó al sentir el roce en la abertura de su humedad con un largo dedo y luego hundiéndolo adentro hacia el fondo. Un grito sofocado escapó de su boca mientras la extraña sensación lo envolvía. Los labios de Arthur envolvieron el palpitante pene de Francis, rítmicamente chupaba la sensitiva punta, y luego hábilmente bañaba todo lo largo con la punta de su lengua. El dedo de Arthur penetró en el interior haciendo círculos, acariciando sus paredes internas, audazmente alcanzando más profundo. El placer se desplazaba estrepitosamente dentro de todos los costados de

Francia.

 

 

—Ha…ah… ¡haaah! —Francis jadeó. La invasión adentro de su cuerpo hacía que su mente se quedara totalmente en blanco, lo hacía caer presa de los deseos. Cuando la punta de los dedos encontró el punto especial escondido adentro, no pudo evitarlo. Explotó dentro de la boca de su amante. —¡Aa-aaahhh! —gritó. No le fue permitido recuperar el aliento, Arthur continuó acariciando y explorando las secretas profundidades del cuerpo de Francia.

—¿Esto se siente bien? —preguntó. Él respondió con un gemido, levantó la cadera y separó mas las piernas, dándole una vista más amplia a Inglaterra.

 

Arthur posiciono su pene y lo penetró de una sola y profunda estocada. Francia sintió sus caderas empezar a estremecerse. Se abrazó al cuello de el mayor cabalgando sobre el miembro, gimiendo en el oído de su amante.

 

El olor a sexo inundaba la habitación, las carisias, el sudor y finalmente, la explosión del éxtasis llegó, Francia se derramó entre ambos e Inglaterra en su interior.

 

—Espero que se repita pronto —dijo Francis una vez que recuperara el aliento. Inglaterra sonrió, la idea no le desagradaba.

 

Continuara…

 

 

 

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La  niña blanca: Nombre dado a la muerte.

El peje: apodo dado a Andrés Manuel López Obrador.

 


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