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Error mágico por lizergchan

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Notas del capitulo:

Conti!!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, FranxUk, PruxAus, EspxRoma, UkxFran, y HarryxDraco insinuación de AmexMex y SnapexUk

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, humor, Lemon, fantasía y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Error mágico

 

 

Capítulo 18.- La Cámara de los secretos

 

 

 

—En ese caso, ya nos vamos —dijo Harry desesperadamente a Aragog, al oír los crujidos muy cerca.

—¿Irse? —dijo Aragog despacio—. Creo que no...

—¿Perdón? —cuestionó Prusia frunciendo el ceño; ninguna araña con esteroides le iba a decir lo que debía o no hacer.

—Mis hijos e hijas no hacen daño a Hagrid, ésa es mi orden. Pero no puedo negarles un poco de carne fresca cuando se nos pone delante voluntariamente. Adiós, amigos de Hagrid.

 

Miraron a todos lados. A muy poca distancia, mucho más alto que ellos, había un frente de arañas, como un muro macizo, chascando sus pinzas y con sus múltiples ojos brillando en las horribles cabezas negras.

 

El primero en atacar fue Prusia, seguido del resto del Bad Cuarteto; Alfred comenzó a golpear a las arañas con su fuerza descomunal. No se iban a dejarse vencer tan fácil.

 

Eran demasiadas arañas para que pudiesen hacer algo; México sacó su varita y gritó: ¡Lumos Solem! Una potente luz se hizo presente, pero no fue suficiente para ahuyentar a todas, por lo que Harry lo imitó, después se les unió el Bad trío. El fulgor fue suficientemente fuerte para iluminar una gran sección del bosque, casi como si fuese un pequeño sol.

 

Corrieron entre las arboledas, de vez en cuando, lanzando Lumos Solem. Después de diez minutos huyendo, el bosque se aclaró y vieron de nuevo algunos trozos de cielo. Habían llegado al final del bosque.

 

Harry entró en la cabaña de Hagrid a recoger la capa invisible. Fang se había acurrucado en su cesta, temblando debajo de la manta. Cuando Harry volvió a salir, vio a Ron vomitando en el bancal de las calabazas, mientras que el Bad Cuarteto y Alfred trataban de recuperar el aliento.

 

—Seguir a las arañas —dijo Prusia tratando de recuperar el aliento—. ¡Nunca perdonaré a ése idiota lo que le hizo pasar a mi awesome persona! Estamos vivos de milagro.

—Apuesto a que no pensaba que Aragog pudiera hacer daño a sus amigos —dijo México con voz entrecortada por la falta de aire.

—¡Ése es exactamente el problema de Hagrid! —dijo Ron, golpeando la pared de la cabaña—. ¡Siempre se cree que los monstruos no son tan malos como parecen, y mira adónde lo ha llevado esa creencia: a una celda en Azkaban! —No podía dejar de temblar—. ¿Qué pretendía enviándonos allá? Me gustaría saber qué es lo que hemos averiguado.

—Que Hagrid no abrió nunca la Cámara de los Secretos —contestó Antonio ya recuperado —. Es inocente.

—Entonces estamos como en un principio —comentó Alfred extrañamente serio.

—Será mejor que regresemos al castillo —dijo José.

 

 

El Bad Cuarteto se despidió de Harry, Ron y Alfred, ellos regresarían a sus habitaciones por sus propios medios. Harry usó su capa para cubrir a los tres. Al aproximarse al castillo, Harry enderezó la capa para asegurarse de que no se les veían los pies, luego empujó despacio la puerta principal, para que no chirriara, sólo hasta dejarla entreabierta. Cruzaron con cuidado el vestíbulo y subieron la escalera de mármol, conteniendo la respiración al encontrarse con los centinelas que vigilaban los corredores.

Por fin llegaron a la sala común de Gryffindor, donde el fuego se había convertido en cenizas y unas pocas brasas. Al hallarse en lugar seguro, se desprendieron de la capa y ascendieron por la escalera circular hasta los dormitorios, se despidieron de Alfred y entraron al suyo.

 

Ron cayó en la cama sin preocuparse de desvestirse. Harry, por el contrario, no tenía mucho sueño. Se sentó en el borde del colchón, pensando en todo lo que había dicho Aragog.

 

La criatura que merodeaba por algún lugar del castillo, pensó, se parecía a Voldemort, incluso en el hecho de que otros monstruos no quisieran mencionar su nombre.

 

Harry subió las piernas a la cama y se reclinó contra las almohadas, contemplando la luna que destellaba para él a través de la ventana de la torre.

 

No comprendía qué otra cosa podía hacer. Nada de lo que habían intentado hasta el momento les había llevado a ninguna parte. Ryddle había atrapado al que no era, el heredero de Slytherin había escapado y nadie sabía si sería o no la misma persona que había vuelto a abrir la cámara. No quedaba nadie a quien preguntar. Harry se tumbó, sin dejar de pensar en lo que había dicho Aragog.

 

Estaba adormeciéndose cuando se le ocurrió algo que podía ser su última esperanza, y se incorporó de repente.

 

Myrtle la Llorona.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

—Con la cantidad de veces que hemos estado cerca de ella en los baños —dijo Ron con amargura durante el desayuno del día siguiente—, y no se nos ocurrió preguntarle, y ahora ya ves...

 

La aventura de seguir a las arañas había sido muy dura. Pero ahora, burlar a los profesores para poder meterse en un baño de chicas, pero no uno cualquiera, sino el que estaba junto al lugar en que había ocurrido el primer ataque, les parecía prácticamente imposible.

 

—Ya pensaremos en algo —dijo Hungría.

—Y si no, siempre pueden ser las chicas quien investiguen —comentó Dinamarca encogiéndose de hombros, restándole importancia al asunto.

 

 

En la primera clase que tuvieron, Transformaciones, sin embargo, sucedió algo que por primera vez en varias semanas les hizo olvidar la Cámara de los Secretos. A los diez minutos de empezada la clase, la profesora McGonagall les dijo que los exámenes comenzarían el primero de junio, y sólo faltaba una semana.

 

—¿Exámenes? —aulló Ron—. ¿Vamos a tener exámenes a pesar de todo?

 

Sonó un fuerte golpe detrás de Harry. A Neville Longbottom se le había caído la varita mágica, haciendo desaparecer una de las patas del pupitre. La profesora McGonagall volvió a hacerla aparecer con un movimiento de su varita y se volvió hacia Ron con el entrecejo fruncido.

 

—El único propósito de mantener el colegio en funcionamiento en estas circunstancias es el de darles una educación —dijo con severidad—. Los exámenes, por lo tanto, tendrán lugar como de costumbre, y confío en que estén estudiando duro.

 

¡Estudiando duro! Nunca se les ocurrió que pudiera haber exámenes con el castillo en aquel estado. Se oyeron murmullos de disconformidad en toda el aula, lo que provocó que la profesora McGonagall frunciera el entrecejo aún más.

 

—Las instrucciones del profesor Dumbledore fueron que el colegio prosiguiera su marcha con toda la normalidad posible —dijo ella—. Y eso, no necesito explicarlo, incluye comprobar cuánto han aprendido este curso.

 

Harry contempló el par de conejos blancos que tenía que convertir en zapatillas.

¿Qué había aprendido durante aquel curso? No le venía a la cabeza ni una sola cosa que pudiera resultar útil en un examen.

 

En cuanto a Ron, parecía como si le acabaran de decir que tenía que irse a vivir al bosque prohibido y no era el único; Antonio se daba de topes contra el pupitre, Yao y Elizabeta tenían rostros preocupados.

 

—¿Te parece que puedo hacer los exámenes con esto? —preguntó a Harry, levantando su varita, que se había puesto a pitar.

 

 

Tres días antes del primer examen, durante el desayuno, la profesora McGonagall hizo otro anuncio a la clase.

 

—Tengo buenas noticias —dijo, y el Gran Comedor, en lugar de quedar en silencio, estalló en murmullos.

—¡Vuelve Dumbledore! —dijeron varios, entusiasmados.

—¡Han atrapado al heredero de Slytherin! —gritó una chica desde la mesa de Ravenclaw.

—¡Vuelven los partidos de quidditch! —rugió Wood emocionado.

 

Cuando se calmó el alboroto, dijo la profesora McGonagall:

 

—La profesora Sprout me ha informado de que las mandrágoras ya están listas para ser cortadas. Esta noche podremos revivir a las personas petrificadas. Creo que no hace falta recordarles que alguno de ellos, quizá pueda decirnos quién, o qué, los atacó. Tengo la esperanza de que este horroroso curso acabe con la captura del culpable.

 

Hubo una explosión de alegría. Algunos estudiantes miraron a la mesa de Slytherin, observando a José que ahora comía, por primera vez desde el ataque a Rusia, por iniciativa propia. Algunos aún creían que México era el responsable de los ataques y qué, si Iván resultó una víctima, fue sólo para alejar las sospechas de él.

 

—¡Siendo así, no tendremos que preguntarle a Myrtle! —dijo a Harry—. ¡Hermione tendrá la respuesta cuando la despierten! Aunque se volverá loca cuando se entere de que sólo quedan tres días para el comienzo de los exámenes. No ha podido estudiar. Sería más amable por nuestra parte dejarla como está hasta que hubieran terminado.

 

En aquel mismo instante, Ginny Weasley se acercó y se sentó junto a Ron. Parecía tensa y nerviosa, y Harry vio que se retorcía las manos en el regazo.

 

—¿Qué pasa? —le preguntó Ron, sirviéndose más avena. Ginny no dijo nada, pero miró la mesa de Gryffindor de un lado a otro con una expresión asustada que a Harry le recordaba a alguien, aunque no sabía a quién.

—Suéltalo ya —le dijo Ron, mirándola.

 

Harry comprendió entonces a quién le recordaba Ginny Se balanceaba ligeramente hacia atrás y hacia delante en la silla, exactamente igual que lo hacía Dobby cuando estaba a punto de revelar información prohibida.

 

—Tengo algo que decirles —masculló Ginny, evitando mirar directamente a Potter.

—¿Qué es? —preguntó Harry

 

Parecía como si Ginny no pudiera encontrar las palabras adecuadas.

 

—¿Qué? —apremió Ron. Ginny abrió la boca, pero no salió de ella ningún sonido. Harry se inclinó hacia delante y habló en voz baja, para que sólo le pudieran oír Ron y Ginny.

—¿Tiene que ver con la Cámara de los Secretos? ¿Has visto algo o a alguien haciendo cosas sospechosas?

 

Ginny tomó aire, y en aquel preciso momento apareció Percy Weasley, pálido y fatigado.

 

—Si has acabado de comer, me sentaré en tu sitio, Ginny. Estoy muerto de hambre. Acabo de terminar la ronda.

 

Ginny saltó de la silla como si le hubiera dado la corriente, echó a Percy una mirada breve y aterrorizada, y salió corriendo. Percy se sentó y tomó una jarra del centro de la mesa.

 

—¡Percy! —dijo Ron enfadado—. ¡Estaba a punto de contarnos algo importante!

 

Percy se atragantó en medio de un sorbo de té.

 

—¿Qué era eso tan importante? —cuestionó, tosiendo.

—Yo le acababa de preguntar si había visto algo raro, y ella se disponía a decir...

—¡Ah, eso! No tiene nada que ver con la Cámara de los Secretos —dijo Percy

—¿Cómo lo sabes? —dijo Ron, arqueando las cejas.

—Bueno, si es imprescindible que te lo diga... Ginny, esto... me encontró el otro día cuando yo estaba... Bueno, no importa, el caso es que... ella me vio hacer algo y yo, hum, le pedí que no se lo dijera a nadie. Yo creía que mantendría su palabra. No es nada, de verdad, pero preferiría...

 

Harry nunca había visto a Percy pasando semejante apuro.

 

—¿Qué hacías, Percy? —preguntó Ron, sonriendo—. Vamos, dínoslo, no nos reiremos.

 

Percy no devolvió la sonrisa.

 

—Pásame esos bollos, Harry me muero de hambre.

 

 

 

 

Sabían que todo el misterio podría resolverse al día siguiente sin la ayuda de Myrtle, pero, si se presentaba, no dejaría escapar la oportunidad de hablar con ella. Y afortunadamente se presentó, a media mañana, cuando Gilderoy Lockhart les conducía al aula de Historia de la Magia. Lockhart, que tan a menudo les había asegurado que todo el peligro ya había pasado, sólo para que se demostrara enseguida que estaba equivocado; ahora estaba plenamente convencido de que no valía la pena acompañar a los alumnos por los pasillos. No llevaba el pelo tan acicalado como de costumbre, y parecía como si hubiera estado levantado casi toda la noche, haciendo guardia en el cuarto piso.

 

—Recuerden mis palabras —dijo, doblando con ellos una esquina—: lo primero que dirán las bocas de esos pobres petrificados será: “Fue Hagrid.” Francamente, me asombra que la profesora McGonagall crea necesarias todas estas medidas de seguridad.

—Estoy de acuerdo, señor —dijeron Harry y Antonio a la vez, y a Ron se le cayeron los libros, de la sorpresa, mientras que Elizabeta sonreía nerviosa.

—Gracias, Harry, señor Fernández —dijo Lockhart cortésmente, mientras esperaban que acabara de pasar una larga hilera de alumnos de Hufflepuff—. Nosotros los profesores tenemos cosas mucho más importantes que hacer que acompañar a los alumnos por los pasillos y quedarnos de guardia toda la noche...

—Es verdad —dijo Ron, comprensivo—. ¿Por qué no nos deja aquí, señor? Sólo nos queda este pasillo.

—¿Sabes, Weasley? Creo que tienes razón —respondió Lockhart—. La verdad es que debería ir a preparar mi próxima clase.

 

Y salió apresuradamente.

 

—A preparar su próxima clase —dijo Elizabeta con sorna—. A ondularse el cabello, más bien.

 

Dejaron que el resto de la clase pasara delante y luego enfilaron por un pasillo lateral y corrieron hacia los baños de Myrtle la Llorona. Pero cuando ya se felicitaban uno al otro por su brillante idea...

 

—¡Potter! ¡Weasley! ¡Héderváry! ¡Fernández! ¿Qué están haciendo?

 

Era la profesora McGonagall, y tenía los labios más apretados que nunca.

 

—Estábamos... estábamos... —balbució Ron—. Íbamos a ver...

—¡A Hermione! —dijo Harry. Tanto Ron como la profesora McGonagall lo miraron—. Hace mucho que no la vemos, profesora —continuó Harry, hablando deprisa y pisando a Ron en el pie.

—¡Es cierto! Tampoco hemos visto a Iván y el tutor Kirkland. Pretendíamos colarnos en la enfermería, ya sabe, y decirles que las mandrágoras ya están casi listas y, bueno, que no se preocuparan —Elizabeta bajó la mirada cubriéndose el rostro como si estuviese a punto de llorar; España comprendió lo que pretendía y la abrazó para que pareciera que la consolaba.

—Además de decirles lo preocupados que nos encontramos por ellos… —agregó Antonio.

 

La profesora McGonagall seguía mirándolo, y por un momento, los cuatro pensaron que iba a estallar de furia, pero cuando habló lo hizo con una voz ronca, poco habitual en ella.

 

—Naturalmente —dijo, y Harry vio sorprendido, que brillaba una lágrima en uno de sus ojos, redondos y vivos—. Naturalmente, comprendo que todo esto ha sido más duro para los amigos de los que están... lo comprendo perfectamente. Sí, Potter, claro que pueden ver a sus amigos. Informaré al profesor Binns de dónde han ido. Díganle a la señora Pomfrey que les he dado permiso.

 

Los cuatro se alejaron, sin atreverse a creer que se hubieran librado del castigo. Al doblar la esquina, oyeron claramente a la profesora McGonagall sonarse la nariz.

 

—Ésa —dijo Ron emocionado— ha sido la mejor historia que han inventado.

 

No tenían otra opción que ir a la enfermería y decir a la señora Pomfrey que la profesora McGonagall les había dado permiso para visitar a sus amigos. La señora Pomfrey los dejó entrar, pero a regañadientes.

 

—No sirve de nada hablar a alguien petrificado —les dijo, y ellos, al sentarse al lado de Hermione.  Elizabeta y Antonio fueron a ver a Arthur e Iván, respectivamente; tuvieron que admitir que tenía razón. Era evidente que ninguno tenía la más remota idea de que tenían visitas, y que lo mismo daría que lo de que no se preocupara se lo dijeran a la mesita de noche.

 

—¿Vería al atacante? —preguntó Ron, mirando con tristeza el rostro rígido de Hermione—. Porque si se apareció sigilosamente, quizá no viera a nadie...

 

Pero Harry no miraba el rostro de Hermione, porque se había fijado en que su mano derecha, apretada encima de las mantas, aferraba en el puño un trozo de papel estrujado. Le pidió a Antonio y Elizabeta que distrajeran a la señora Pomfrey mientras él y Ron se acercaban.

 

—Intenta sacárselo —susurró Ron. Parecía que Elizabeta había logrado sacarle conversación a la mujer, pues ésta no prestaba atención a nada que no fuese la húngara. No fue una tarea fácil. La mano de Hermione apretaba con tal fuerza el papel que Harry creía que al tirar se rompería. Mientras Ron lo cubría, él tiraba y forcejeaba, y, al fin, después de varios minutos de tensión, el papel salió.

 

Era una página arrancada de un libro muy viejo. Harry la alisó con emoción y Ron se inclinó para leerla también.

 

De las muchas bestias pavorosas y monstruos terribles que vagan por nuestra tierra, no hay ninguna más sorprendente ni más letal que el basilisco, conocido como el rey de las serpientes. Ésta serpiente, que puede alcanzar un tamaño gigantesco y cuya vida dura varios siglos, nace de un huevo de gallina empollado por un sapo. Sus métodos de matar son de lo más extraordinario, pues además de sus colmillos mortalmente venenosos, el basilisco mata con la mirada, y todos cuantos fijaren su vista en el brillo de sus ojos han de sufrir instantánea muerte. Las arañas huyen del basilisco, pues es éste su mortal enemigo, y el basilisco huye sólo del canto del gallo, que para él es mortal.

 

Y debajo de esto, había escrita una sola palabra, con una letra que Harry reconoció como la de Hermione: Cañerías.

 

Fue como si alguien hubiera encendido la luz de repente en su cerebro.

 

—Ron —musitó—. ¡Esto es! Aquí está la respuesta. El monstruo de la cámara es un basilisco, ¡una serpiente gigante! Por eso he oído a veces esa voz por todo el colegio, y nadie más la ha oído: porque yo comprendo la lengua pársel...

 

Harry les hizo una señal a Elizabeta y Antonio; era hora de salir de la enfermería. Por el camino les contó lo que habían descubierto.

 

—El basilisco mata a la gente con la mirada. Pero no ha muerto nadie. Porque ninguno de ellos lo miró directo a los ojos. Colin lo vio a través de su cámara de fotos. El basilisco quemó toda la película que había dentro, pero a Colin sólo lo petrificó. Kiku y Feliciano... ¡ellos deben de haber visto al basilisco a través de Nick Casi Decapitado! Nick lo vería perfectamente, pero no podía morir otra vez... Hermione y el profesor Kirkland los encontraron con aquel espejo al lado. Hermione acababa de enterarse de que el monstruo era un basilisco. ¡Apostaría lo que fuera a que ella le advirtió a la primera persona a la que encontró que mirara por un espejo antes de doblar las esquinas! Y entonces sacó el espejo y...

 

Ron se había quedado con la boca abierta.

 

—¿Y la Señora Norris? —susurró con interés.

 

Harry hizo un gran esfuerzo para concentrarse, recordando la imagen de la noche de Halloween.

 

—El agua... la inundación que venía de los baños de Myrtle la Llorona. Seguro que la Señora Norris sólo vio el reflejo...

—¿Y qué me dices de Iván? —cuestionó Antonio —, él no tenía agua o cualquier objeto que reflejara.

 

Era cierto, ¿Cómo es que Iván se había petrificado y no muerto? Tal vez, José supiera la respuesta. Elizabeta les dijo que lo mejor era reunirse con los demás y de ese modo preguntarle a José lo que había sucedido. El problema era donde reunirse.

 

—En la torre de Astronomía en el descanso —dijo Harry, los dos países y Ron asintieron con la cabeza.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Harry, Ron y Alfred ya se encontraban en la torre cuando el Bad Cuarteto, acompañados de Alemania, Grecia y Turquía llegaron; los últimos tres habían escuchado a España hablar con los otros, por lo que se impusieron para que los llevaran. Querían venganza y la tendrían.

 

 

Con impaciencia, examinaron la hoja que Harry había encontrado en la mano de Hermione. Cuanto más la miraba más sentido le hallaban.

 

—¡El canto del gallo para él es mortal! —leyó Harry en voz alta—. ¡Mató a los gallos de Hagrid! El heredero de Slytherin no quería que hubiera ninguno cuando se abriera la Cámara de los Secretos. ¡Las arañas huyen de él! ¡Todo encaja!

—Pero ¿cómo se mueve el basilisco por el castillo? —preguntó Sadiq—. Una serpiente tan grande debe ser imposible de no verle.

 

Harry, sin embargo, le señaló la palabra que Hermione había garabateado al pie de la página.

 

—Cañerías —leyó.

—¿Cañerías?... —repitió Alemania —ha estado usando las cañerías, es por eso que nadie lo ha visto —razonó.

 

—¡La entrada de la Cámara de los Secretos! —dijo España con la voz quebrada—. ¿Y si es uno de los baños? ¿Y si estuviera en...?

—... los baños de Myrtle la Llorona —terminó Prusia. Durante un rato se quedaron inmóviles, embargados por la emoción, sin poder creérselo apenas.

—Esto quiere decir —añadió Harry— que no debo de ser el único que habla pársel en el colegio. El heredero de Slytherin también lo hace. De esa forma domina al basilisco.

—¿Qué hacemos? ¿Le decimos a la profesora McGonagall lo que descubrimos? —cuestionó Ron. Harry asintió con la cabeza; aunque los países no estaban de acuerdo.

 

 

 

 

Bajaron las escaleras corriendo. Como no querían que los volvieran a encontrar merodeando por otro pasillo, fueron directamente a la sala de profesores, que estaba desierta. Era una sala amplia con una gran mesa y muchas sillas alrededor. Harry, los países y Ron caminaron por ella, pero estaban demasiado nerviosos para sentarse. Pero la campana que señalaba el comienzo de las clases no sonó. En su lugar se oyó la voz de la profesora McGonagall, amplificada por medios mágicos.

 

Todos los alumnos volverán inmediatamente a los dormitorios de sus respectivas casas. Los profesores deben dirigirse a la sala de profesores. Les ruego que se den prisa.

 

Se miraron entre sí, preocupados.

 

—¿Habrá habido otro ataque? ¿Precisamente ahora? —cuestionó Francia sin ocultar su preocupación.

—¿Qué hacemos? —dijo Ron, aterrorizado—. ¿Regresamos al dormitorio?

—No —respondió México cortante, mirando alrededor. Había una especie de ropero a su izquierda, lleno de capas de profesores, lo suficientemente grande para todos—. Si nos escondemos aquí, podremos enterarnos de qué ha pasado. Luego les diremos lo que hemos averiguado.

 

Se ocultaron dentro del ropero, algo apretados. Oían el ruido de cientos de personas que pasaban por el corredor. La puerta de la sala de profesores se abrió de golpe. Por entre los pliegues de las capas, que olían a humedad, vieron a los profesores que iban entrando en la sala. Algunos parecían desconcertados, otros claramente preocupados. Al final llegó la profesora McGonagall.

 

—Ha sucedido —dijo a la sala, que la escuchaba en silencio—. Una alumna ha sido raptada por el monstruo. Se la ha llevado a la cámara.

 

El profesor Flitwick dejó escapar un grito. La profesora Sprout se tapó la boca con las manos. Snape se sostuvo con fuerza al respaldo de una silla y preguntó:

 

—¿Está usted segura?

—El heredero de Slytherin —dijo la profesora McGonagall, que estaba pálida— ha dejado un nuevo mensaje, debajo del primero: “Sus huesos reposarán en la cámara por siempre.

 

El profesor Flitwick derramó unas cuantas lágrimas.

 

—¿Quién ha sido? —preguntó la señora Hooch, que se había sentado en una silla porque las rodillas no la sostenían—. ¿Qué alumna?

—Ginny Weasley —dijo la profesora McGonagall.

Alemania alcanzó a sostener a Ron y le cubrió la boca para evitar que llamara la atención.

 

—Tendremos que enviar a todos los estudiantes a casa mañana —dijo la profesora McGonagall—. Éste es el fin de Hogwarts. Dumbledore siempre dijo...

 

La puerta de la sala de profesores se abrió bruscamente. Por un momento, Harry estuvo convencido de que era Dumbledore. Pero era Lockhart, y llegaba sonriendo.

 

—Lo lamento... me quedé dormido... ¿Me he perdido algo importante?

 

No parecía darse cuenta de que los demás profesores lo miraban con una expresión bastante cercana al odio. Snape dio un paso hacia delante.

 

—He aquí el hombre —dijo—. El hombre adecuado. El monstruo ha raptado a una chica, Lockhart. Se la ha llevado a la Cámara de los Secretos. Por fin ha llegado tu oportunidad.

 

Lockhart palideció.

 

—Así es, Gilderoy —intervino la profesora Sprout—. ¿No decías anoche que sabías dónde estaba la entrada a la Cámara de los Secretos?

—Yo... bueno, yo... —resopló Lockhart.

—Sí, ¿y no me dijiste que sabías con seguridad qué era lo que había dentro? —añadió el profesor Flitwick.

—¿Yo...? No recuerdo...

—Ciertamente, yo sí recuerdo que lamentabas no haber tenido una oportunidad de enfrentarte al monstruo antes de que arrestaran a Hagrid —dijo Snape—. ¿No decías que el asunto se había llevado mal, y que deberíamos haberlo dejado todo en tus manos desde el principio?

 

Lockhart miró los rostros pétreos de sus colegas.

 

—Yo... yo nunca realmente... deben de haberme interpretado mal...

—Lo dejaremos todo en tus manos, Gilderoy —dijo la profesora McGonagall—. Esta noche será una ocasión excelente para llevarlo a cabo. Nos aseguraremos de que nadie te moleste. Podrás enfrentarte al monstruo tú mismo. Por fin está en tus manos.

 

Lockhart miró a su alrededor, desesperado, pero nadie acudió en su auxilio. Ya no resultaba tan atractivo. Le temblaba el labio, y en ausencia de su sonrisa radiante, parecía flojo y debilucho.

 

—Mu-muy bien —dijo—. Estaré en mi despacho, pre-preparándome. Y salió de la sala.

—Bien —dijo la profesora McGonagall, resoplando—, eso nos lo quitará de encima. Los Jefes de las Casas deberían ir ahora a informar a los alumnos de lo ocurrido. Díganles que el expreso de Hogwarts los conducirá a sus hogares mañana a primera hora de la mañana. A los demás les ruego que se aseguren de que no haya ningún alumno fuera de los dormitorios.

 

Los profesores se levantaron y fueron saliendo de uno en uno.

 

 

 

 

Aquél fue, seguramente, el peor día de la vida de Harry. Él, Ron y los países de Gryffindor se sentaron juntos en un rincón de la sala común, incapaces de pronunciar palabra. Elizabeta trataba de consolar a Ron como lo haría una madre en momentos tan penosos.

 

Ninguna tarde había sido tan larga como aquélla, y nunca la torre de Gryffindor había estado tan llena de gente y tan silenciosa a la vez. Cuando faltaba poco para la puesta de sol, Elizabeta, Yao y Mikke se fueron a sus dormitorios.

 

—Ella sabía algo —dijo Ron, hablando por primera vez desde que entraran en el ropero de la sala de profesores—. Por eso la han raptado. No se trataba de ninguna estupidez sobre Percy; había averiguado algo sobre la Cámara de los Secretos. Debe de ser por eso, porque ella era... —Ron se frotó los ojos frenético—. Quiero decir, que es de sangre limpia. No puede haber otra razón.

 

Harry veía el sol, rojo como la sangre, hundirse en el horizonte. Nunca se había sentido tan mal. Si pudiera hacer algo... cualquier cosa...

 

—Deberíamos ir a ver al profesor Lockhar, ¡el es un héroe y sabrá que hacer! —chilló Alfred.

—Es buena idea —agregó Antonio —. Él va a intentar entrar en la cámara. Podemos decirle dónde sospechamos que está la entrada y explicarle que lo que hay dentro es un basilisco.

 

Harry se mostró de acuerdo, porque no se le ocurría nada mejor y quería hacer algo. Los demás alumnos de Gryffindor estaban tan tristes, y sentían tanta pena de los Weasley, que nadie trató de detenerlos cuando se levantaron, cruzaron la sala y salieron por el agujero del retrato.

 

Oscurecía mientras se acercaban al despacho de Lockhart. Les dio la impresión de que dentro había gran actividad: podían oír sonido de roces, golpes y pasos apresurados. Harry llamó. Dentro se hizo un repentino silencio. Luego la puerta se entreabrió y Lockhart asomó un ojo por la rendija.

 

—¡Ah...! Señor Potter, señor Weasley, señor Jones y el señor Fernández... —dijo, abriendo la puerta un poco más—. En este momento estoy muy ocupado…

—Profesor, tenemos información para usted —dijo Harry—. Creemos que le será útil.

—Ah... bueno... no es muy... —Lockhart parecía encontrarse muy incómodo, a juzgar por el trozo de cara que veían—. Quiero decir, bueno, bien.

 

Abrió la puerta y entraron. El despacho estaba casi completamente vacío. En el suelo había dos grandes baúles abiertos. Uno contenía túnicas de color verde jade, lila y azul medianoche, dobladas con precipitación; el otro, libros mezclados desordenadamente.

Las fotografías que habían cubierto las paredes estaban ahora guardadas en cajas encima de la mesa.

 

—¿Se va a algún lado? —preguntó Harry.

—Esto... bueno, sí... —admitió Lockhart, arrancando un póster de sí mismo de tamaño natural y comenzando a enrollarlo—. Una llamada urgente... ineludible, me temo... tengo que marchar...

—¿Y mi hermana? —preguntó Ron con voz entrecortada.

—Bueno, en cuanto a eso... es ciertamente lamentable —dijo Lockhart, evitando mirarlo a los ojos mientras sacaba un cajón y empezaba a vaciar el contenido en una bolsa—. Nadie lo lamenta más que yo...

—¡Usted es el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras! —gritó América—. ¡No puede irse ahora! ¡Es un héroe y debe proteger a los inocentes como lo ha hecho antes!

—Bueno, he de decir que... cuando acepté el empleo... —murmuró Lockhart, amontonando calcetines sobre las túnicas— no constaba nada en el contrato... yo no esperaba...

—¿Quiere decir que va a salir corriendo? —dijo Alfred sin poder creérselo—. ¿Después de todo lo que cuenta en sus libros?

—Los libros pueden ser mal interpretados —repuso Lockhart con sutileza.

—¡Usted los ha escrito! —gritó Harry.

—Muchacho —dijo Lockhart, irguiéndose y mirando a Harry con el entrecejo fruncido—, usa el sentido común. No habría vendido mis libros ni la mitad de bien si la gente no se hubiera creído que yo hice todas esas cosas. A nadie le interesa la historia de un mago armenio feo y viejo, aunque librara de los hombres lobo a un pueblo. Habría quedado horrible en la portada. No tenía ningún gusto vistiendo. Y la bruja que echó a la banshee que presagiaba la muerte tenía un labio leporino. Quiero decir... vamos, que...

—¿Así que usted se ha estado llevando la gloria de lo que ha hecho otra gente? —dijo Harry, que no daba crédito a lo que oía.

—Harry, Harry —habló Lockhart, negando con la cabeza—, no es tan simple. Tuve que hacer un gran trabajo. Tuve que encontrar a esas personas, preguntarles cómo lo habían hecho exactamente y encantarlos con el embrujo desmemorizante para que no pudieran recordar nada. Si hay algo que me llena de orgullo son mis embrujos desmemorizantes. Ah... me ha llevado mucho esfuerzo, Harry. No todo consiste en firmar libros y fotos publicitarias. Si quieres ser famoso, tienes que estar dispuesto a trabajar duro.

 

Cerró las tapas de los baúles y les echó la llave.

 

—Veamos —dijo—. Creo que eso es todo. Sí. Sólo queda un detalle. Sacó su varita mágica y se volvió hacia ellos. —Lo lamento profundamente, muchachos, pero ahora los tengo que lanzar uno de mis embrujos desmemorizantes. No puedo permitir que reveléis a todo el mundo mis secretos. No volvería a vender ni un solo libro...

 

Alfred golpeó a Lockhart con tal fuerza que salió despedido hacia atrás y cayó sobre uno de los baúles. La varita voló por el aire. Ron la tomó y la tiró por la ventana.

 

—No debió hacerse pasar por un verdadero héroe —le dijo el estadounidense mirándolo con ojos fieros.

—¿Qué quieren que haga? —dijo Lockhart con voz débil—. No sé dónde está la Cámara de los Secretos. No puedo hacer nada.

—Tiene suerte —dijo Harry, obligándole a levantarse a punta de varita—. Creo que nosotros sí sabemos dónde está. Y qué es lo que hay dentro. Vamos.

 

Hicieron salir a Lockhart de su despacho, descendieron por las escaleras más cercanas y fueron por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de los baños de Myrtle la Llorona. A Harry le hizo gracia que temblara. Se encontraron con el resto del Bad Cuarteto, Alemania, Turquía, Grecia, y con Romano en la entrada de los baños.

 

—¿Qué hacen aquí y con él? —cuestionó Turquía molesto.

—Supongo que lo mismo que ustedes —respondió Antonio con una sonrisa. Alemania abrió la puerta; Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.

 

—¿Qué hacen aquí? —preguntó ella frunciendo el ceño.

—Myrtle, ¿Cómo moriste? —dijo Harry mirando a la fantasma. El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.

 

—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decía algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus baños, pero entonces... —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.

—¿Cómo? —preguntó Grecia tan confundido como los otros.

—Ni idea —dijo Myrtle en voz muy baja—. Sólo recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando... —dirigió a Harry una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.

—¿Exactamente dónde viste los ojos? —preguntó México.

—Por ahí —contestó Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.

 

Alemania y Francia se acercaron a toda prisa. Parecía un lavabo normal. Examinaron cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de abajo. Y entonces Ludwig lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.

 

—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intentaron accionarlo.

—Harry —dijo Ron—, di algo. Algo en lengua pársel.

—Pero... —Harry hizo un esfuerzo. Las únicas ocasiones en que había logrado hablar en lengua pársel cuando estaba delante de una verdadera serpiente. Se concentró en la diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.

—Ábrete —dijo. Miró a los demás, que negaban con la cabeza.

—Lo has dicho en nuestra lengua —habló Sadiq.

 

Harry volvió a mirar a la serpiente, intentando imaginarse que estaba viva. Al mover la cabeza, la luz de la vela producía la sensación de que la serpiente se movía.

 

Ábrete —repitió. Pero ya no había pronunciado palabras, sino que había salido de él un extraño silbido, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro. Harry oyó que Ron exhalaba un grito ahogado y levantó la vista.

 

Bajaré primero —dijo México con ojos rojos. No podían echarse atrás, ahora que habían encontrado la entrada de la cámara. No descansaría hasta encontrar al responsable de los ataques y matarlo por atreverse a tocar a Rusia y a sus amigos.

—Yo soy el héroe y es mí deber bajar primero —dijo Alfred, aunque extrañamente serio.

—Vamos todos —dijo Alemania en tono de orden para evitar que los dos americanos iniciaran una discusión. Hubo una pausa.

—Bien, creo que no les hago falta —habló Lockhart, con una reminiscencia de su antigua sonrisa—. Así que me...

Puso la mano en el pomo de la puerta, pero tanto Ron como Harry y Alfred lo apuntaron con sus varitas.

—Usted va primero —gruñó Alfred con esa seriedad que sólo usaba en las guerras. Con la cara deformada en una mueca de terror y desprovisto de varita, Lockhart se acercó a la abertura.

—Muchachos —dijo con voz débil—, muchachos, ¿de qué va a servir?

 

Harry le pegó en la espalda con su varita. Lockhart metió las piernas en la tubería.

 

—No creo realmente... —empezó a decir, pero José le dio una patada en la espalda, y se hundió tubería abajo.

 

Los otros se apresuraron a seguirlo. Se metieron en la tubería y se dejaron caer. Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podían ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente. Calculaban que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. Y entonces, la tubería tomó una dirección horizontal, y cayeron sobre Lockhart.

 

 

—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Harry cuando todos se hubieron incorporado. Su voz resonaba en el negro túnel.

—Y debajo del lago, quizá —dijo Ron, afinando la vista para vislumbrar los muros negruzcos y llenos de barro. Intentaron ver en la oscuridad lo que había delante pero les resultaba imposible.

—¡Lumos! —dijeron los países y Harry a la vez, y la lucecita se encendió.

—Vamos —dijo Alemania y comenzaron a andar. Sus pasos retumbaban en el húmedo suelo.

 

El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Sus sombras, proyectadas en las húmedas paredes por la luz de las varitas, parecían figuras monstruosas.

 

—Huelo a muerte —murmuró México mas para sí que para los demás pero para mala suerte de Lockhart, él si lo escuchó y su miedo aumentó aun mas. Alfred pasó saliva, por alguna razón, esos túneles y la oscuridad, le recordaban la guerra que tuvo con Vietnam.

 

—Recuerden —dijo Harry en voz baja, mientras caminaban con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.

—Esto… será… como… Perseo y… Medusa… —dijo Grecia; los países y Harry no podían estar más de acuerdo; igual que el héroe mitológico; ellos debían enfrentarse a un monstruo que fácilmente podía matarlos con la mirada.

 

El túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que oyeron fue cuando Ron pisó el cráneo de una rata. Harry bajó la varita para alumbrar el suelo y vio que estaba repleto de huesos de pequeños animales. Haciendo un esfuerzo para no imaginarse el aspecto que podría presentar Ginny si la encontraban, Harry fue marcándoles el camino. Doblaron una oscura curva.

 

—Ahí hay algo... —dijo América señalando con su varita. Se quedaron quietos, mirando. Harry podía ver tan sólo la silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.

—Quizás esté dormido —comentó Francis. Lockhart se tapaba los ojos con las manos.

 

Muy despacio, abriendo los ojos sólo lo justo para ver, Harry avanzó con la varita en alto.

 

La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos siete metros.

 

—¡Demonios! —exclamó Turquía con voz débil. Algo se movió de pronto detrás de ellos. Gilderoy Lockhart se había caído de rodillas.

Levántate —le ordenó México con brusquedad, mientras Ron le  apuntaba con su varita. Lockhart se puso de pie, pero se abalanzó sobre Ron y lo derribó de un golpe. Harry saltó hacia delante, pero ya era demasiado tarde. Lockhart se incorporaba, jadeando, con la varita en la mano y su sonrisa esplendorosa de nuevo en la cara; había atrapado a Ron y lo usaba como rehén.

Suéltalo o te juro que te arrancaré la piel —lo amenazó México, casi siseando como una serpiente.

—Ya lo has escuchado —habló Alemania que había sacado su pistola y apuntaba directo a la cabeza del profesor.

—¡Aquí termina la aventura, muchachos! —dijo sin prestarles atención—. Tomaré un trozo de esta piel y volveré al colegio, diré que era demasiado tarde para salvar a la niña y que ustedes perdieron el conocimiento al ver su cuerpo destrozado. ¡Despídanse de sus memorias!

¡Cistem aperio! —gritó Harry y Lockhart salió despedido, soltando en el proceso a Ron..

 

Lockhart se levantó como resorte.

 

—Esto lo pagarán, ¡Obliviate!

 

 

 

La varita estalló con la fuerza de una pequeña bomba. Se cubrieron la cabeza con las manos y echaron a correr hacia la piel de serpiente, escapando de los grandes trozos de techo que se desplomaban contra el suelo. Harry, el Bad Cuarteto y Alemania, enseguida vieron que se habían quedado aislados y tenían ante ellos una sólida pared formada por las piedras desprendidas.

 

—¡Chicos! —grito Harry—, ¿están bien? ¡Chicos!

 

—¡Estamos aquí! —La voz de Ron llegaba apagada, desde el otro lado de las piedras caídas

—Nosotros estamos bien —habló Turquía.

—Pero el idiota de Lockhart no. La varita se volvió contra él —dijo Alfred.

 

Escuchó un ruido sordo y un fuerte “¡ay!”, como si alguno le acabara de dar una patada en la espinilla a Lockhart.

 

—¿Y ahora qué, maldición? —dijo la voz de Romano, con desespero.

—No podemos pasar. Nos llevaría una eternidad... —agregó Ron.

—Es mejor… que continúen… solos… —habló Grecia.

 

Alemania miró al techo del túnel. Habían aparecido en él unas grietas considerables. No era prudente mover las enormes piedras, no sabían hasta que nivel estaba el daño en la estructura.

 

—Estamos perdiendo tiempo —dijo Ludwig —, debemos avanzar.

 

El Bad Cuarteto asintió con la cabeza, comenzando a avanzar. Harry quedo impresionado con su comportamiento; todos ellos actuaban como esos soldados que salían en las películas que a Dudley le gustaba ver.

 

—¿Estarán bien? —preguntó Harry preocupado por Ron y los demás.

—No te preocupes por nosotros —dijo Alfred —. ¡El héroe se encargará de quitarlas piedras!

—¡Hasta dentro de un rato! —dijo Harry, tratando de dar a su voz temblorosa un tono de confianza. Y partió tras los países, cruzando la piel de la serpiente gigante. Enseguida dejó de oír el distante jadeo de sus amigos al esforzarse para quitar las piedras. El túnel serpenteaba continuamente. Harry sentía la incomodidad de cada uno de sus músculos en tensión. Quería llegar al final del túnel y al mismo tiempo le aterrorizaba lo que pudiera encontrar en él. Y entonces, al fin, al doblar sigilosamente otra curva, se topó con las cinco naciones.

 

Vieron una gruesa pared en la que estaban talladas las figuras de dos serpientes enlazadas, con grandes y brillantes esmeraldas en los ojos. Harry se acercó a la pared. Tenía la garganta muy seca. No tuvo que hacer un gran esfuerzo para imaginarse que aquellas serpientes eran de verdad, porque sus ojos parecían extrañamente vivos. Tenía que intuir lo que debía hacer. Se aclaró la garganta, y le pareció que los ojos de las serpientes parpadeaban.

 

—¡Ábrete! —dijo Harry, con un silbido bajo, desmayado. Las serpientes se separaron al abrirse el muro. Las dos mitades de éste se deslizaron a los lados hasta quedar ocultas, temblando de la cabeza a los pies.

—¿Listos? —preguntó Alemania con pistola en mano. Los países asintieron y entraron.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Se hallaba en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.

 

—Estén atentos, no sabemos lo que pueda haber aquí —les advirtió Gilbert. Harry los contempló en silencio; extrañamente, hasta el Bad Cuarteto estaba completamente serio, algo que ponía nervioso al joven mago.

 

Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iban con los ojos entrecerrados, dispuestos a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Parecía que las serpientes de piedra los vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Más de una vez, el corazón les dio un vuelco al creer que alguna se movía. Al llegar al último par de columnas, vieron una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo. El rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo. Y entre los pies, boca abajo, estaba una pequeña figura con túnica negra y el cabello de un rojo encendido.

 

—¡Ginny! —susurró Harry, corriendo hacia ella e hincándose de rodillas—. ¡Ginny! ¡No estés muerta! ¡Por favor, no estés muerta! —Dejó la varita a un lado, tomó a la chica por los hombros y le dio la vuelta. Tenía la cara tan blanca y fría como el mármol, aunque los ojos estaban cerrados, así que no estaba petrificada. Pero entonces tenía que estar...—. Ginny, por favor, despierta —susurró Harry sin esperanza, agitándola. La cabeza de Ginny se movió, inanimada, de un lado a otro.

 

Los países no quisieron interferir en la escena, sentían que no tenían derecho.

 

—No despertará —dijo una voz suave. Los países se tensaron, sacando sus varitas, preparados para cualquier cosa.

 

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándolos. Tenía los contornos borrosos, como si lo estuvieran mirando a través de un cristal empañado. Pero no había dudas sobre quién era.

 

—Tom... ¿Tom Ryddle? —cuestionó Harry

 

Ryddle asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Harry.

 

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué no despertará? —dijo Francia entre preocupado y serio—. ¿Ella no está... no está...?

—Todavía está viva —contestó Ryddle—, pero por muy poco tiempo.

 

Harry lo miró detenidamente. Tom Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.

 

—¿Eres un fantasma? —preguntó Harry dubitativo.

—Soy un recuerdo —respondió Ryddle tranquilamente— guardado en un diario durante cincuenta años.

 

Ryddle señaló hacia los gigantescos dedos de los pies de la estatua. Allí se encontraba, abierto, el pequeño diario negro que Harry había hallado en los baños de Myrtle la Llorona. Durante un segundo, se preguntó cómo habría llegado hasta allí. Pero tenía asuntos más importantes en los que pensar.

 

—Tienes que ayudarnos, Tom —dijo Harry, volviendo a levantar la cabeza de Ginny—. Tenemos que sacarla de aquí. Hay un basilisco... No sé dónde está, pero podría llegar en cualquier momento. Por favor, ayúdanos...

 

Ryddle no se movió. Harry, sudando, logró levantar a medias a Ginny del suelo, y se inclinó a recoger su varita. Pero la varita ya no estaba.

 

—¿Has visto...?

 

Levantó los ojos. Ryddle seguía mirándolo... y jugueteaba con la varita de Harry entre los dedos.

 

—Gracias —dijo Harry, tendiendo la mano para que el muchacho se la devolviera. Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Ryddle. Siguió mirando a Harry, jugando indolente con la varita.

—Escucha —dijo Harry con impaciencia. Las rodillas se le doblaban bajo el peso muerto de Ginny—. ¡Tenemos que huir! Si aparece el basilisco...

—No vendrá si no es llamado —dijo Ryddle con toda tranquilidad.

Harry volvió a posar a Ginny en el suelo, incapaz de sostenerla, Francia se apresuró a ayudarlo.

 

—¿Qué quieres decir? —preguntó Antonio—. Mira tío, devuélvele la varita, podría necesitarla.

La sonrisa de Ryddle se hizo más evidente.

—No la necesitará —repuso. Harry lo miró.

—¿A qué te refieres, yo no...?

—He esperado este momento durante mucho tiempo, Harry Potter —dijo Ryddle—. Quería verte. Y hablarte… aunque no esperaba que vinieras acompañado.

—Mira —dijo Harry, perdiendo la paciencia—, me parece que no lo has entendido: estamos en la Cámara de los Secretos. Ya tendremos tiempo de hablar luego.

—Vamos a hablar ahora —dijo Ryddle, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo la varita de Harry. Los países se tensaron. Allí sucedía algo muy raro.

 

—¿Cómo ha llegado la chica a este estado? —preguntó José, hablando despacio.

—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.

—¿De qué hablas? —cuestionó Alemania.

—Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y preocupaciones: que sus hermanos se burlaban de ella, que tenía que venir al colegio con túnica y libros de segunda mano, que... —A Ryddle le brillaron los ojos—... pensaba que el famoso, el bueno, el gran Harry Potter no llegaría nunca a quererla...

 

Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Harry. Había en ellos una mirada casi ávida.

 

—Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny, simplemente, me adoraba: Nadie me ha comprendido nunca como tú, Tom... estoy tan contenta de poder confiar en este diario... es como tener un amigo que se puede llevar en el bolsillo...

 

Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca, pero las cinco naciones no estaban mejor, Alemania hacía un esfuerzo sobrehumano para no dispararle a Tom y cerrarle la boca, José tenía los ojos tan rojos que brillaban como joyas y el Bad Trio parecía estar a punto de saltarle encima.

 

—Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su alma lo que yo quería. Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentar a la señorita Weasley con algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma...

 

¿Qué quieres decir? —preguntó José llamando la atención de Tom quien se impresionó por el cambio del moreno y no era el único; podía sentir la enorme magia que emanaban los cinco.

—¿Todavía no lo adivinan? —dijo Ryddle fingiendo no haber notado el cambio—. Ginny Weasley abrió la Cámara de los Secretos. Ella mató a los gallos del colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella envió la serpiente de Slytherin contra esos sangre sucia y el gato del squib.

—No —susurró Harry.

—Sí —dijo Ryddle con calma—. Por supuesto, al principio ella no sabía lo que hacía. Fue muy divertido. Me gustaría que hubieras podido ver las anotaciones que escribía en el diario... Se volvieron mucho más interesantes... Querido Tom —recitó, contemplando la horrorizada cara de Harry—, creo que estoy perdiendo la memoria. He encontrado plumas de gallo en mi túnica y no sé por qué están ahí. Querido Tom, no recuerdo lo que hice la noche de Halloween, pero han atacado a un gato y yo tengo manchas de pintura en la túnica. Querido Tom, Percy me sigue diciendo que estoy pálida y que no parezco yo. Creo que sospecha de mí... Hoy ha habido otro ataque y no sé dónde me encontraba en aquel momento. ¿Qué voy a hacer, Tom? Creo que me estoy volviendo loca. ¡Me parece que soy yo la que ataca a todo el mundo, Tom!

 

La magia de Francia, Alemania y México se descontroló completamente, sorprendiendo a Ryddle y a Harry.

 

Tú… maldito insecto rastrero… te hare pagar lo que le hiciste a mis amigos —dijo Alemania. Tom sonrió; acababa de hacer un gran descubrimiento.

 

—Vaya, no esperaba encontrar a tan interesantes magos —dijo Tom —. Y pensar que solo me interesaba Harry.

—¿Por qué? —soltó Harry, con los puños aún apretados.

—Bueno —dijo Ryddle, sonriendo—, ¿cómo es que un bebé sin un talento mágico extraordinario derrota al mago más grande de todos los tiempos? ¿Cómo escapaste sin más daño que una cicatriz, mientras que lord Voldemort perdió sus poderes?

 

En aquel momento apareció un extraño brillo rojo en su mirada.

 

—¿Por qué te preocupa cómo me libré? —dijo Harry despacio—. Voldemort fue posterior a ti.

—Voldemort —dijo Ryddle imperturbable— es mi pasado, mi presente y mi futuro, Harry Potter...

 

Sacó del bolsillo la varita de Harry y escribió en el aire con ella tres resplandecientes palabras:

 

TOM SORVOLO RYDDLE

 

Luego volvió a agitar la varita, y las letras cambiaron de lugar:

 

SOY LORD VOLDEMORT

 

—¿Ves? —susurró—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Crees que iba a usar siempre mi sucio nombre muggle? ¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle que me abandonó antes de que yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No. Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando yo llegara a ser el hechicero más grande del mundo!

 

—No lo eres —habló Alemania. Su voz aparentemente calmada estaba llena de odio.

—¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente.

—No eres el hechicero más grande del mundo —agregó Harry, con la respiración agitada—. Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus Dumbledore. Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.

 

De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.

 

—¡A Dumbledore lo he echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.

—No está tan lejos como crees —replicó España. Hablaban casi sin pensar, con la intención de asustar a Ryddle y deseando, más que creyendo, que lo que afirmaban fuese verdad. Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.

 

 

Basta de tanta chachara… ese pendejo debe de pagar lo que hizo…  —Tom volvió a sonreír en el momento que se percató verdaderamente de la enorme magia de las cinco naciones: las leyendas eran ciertas.

 

 

Continuará…

 


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