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The Experiment por KakaIru

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Notas del fanfic:

Esto será algo cortito, teniendo en cuenta que es un Two-shot (Three-shot cuanto mas ;D), y espero que les guste ^^

Notas del capitulo:

Disfruten ^^

The Experiment

 

by KakaIru

 

~Gaara/Lee~ (c) Masashi Kishimoto

 

 

 

Esa mañana, Lee despegó la mirada de su computador, saludando a la chica que entraba por la puerta, sonrisa en los labios y un montón de carpetas en la mano.

 

—Buenos días, Lee-san —le saludó, acercándose hasta dejar los archivos sobre el escritorio del moreno, quien le saludó a su vez, algo cansado—. ¿Una noche difícil? —preguntó, a pesar de estar ya acostumbrada a verle en la clínica antes que los demás, y casi siempre era el último que se marchaba, si es que lo hacía.

 

—Sí, otra vez me quedé a dormir en la oficina —respondió el joven estirándose sobre su asiento. La chica pelirrosa contempló su camisa arrugada y la corbata que yacía en un lado de la mesa, y no pudo evitar pensar en lo descuidado que se había vuelto Lee con el paso de los años. La chica de cortos cabellos rosa le miró con algo parecido a la compasión. Realmente la vida de su jefe era bastante dura, y no podía culparle por tratar de estarse relajado durante las contadísimas horas durante las que podía simplemente detenerse a descansar un poco.

 

—Los casos están haciéndose más difíciles, ¿cierto? —preguntó ella acercándose a acomodar la camisa de su superior.

 

Lee suspiró y asintió, dejándole. Para cualquier otro médico aquello podría haber sido cosa de escándalo, pero no para él y para quien había sido su amor de infancia. Simplemente la chica le conocía demasiado bien, y ahora que los años habían transcurrido, aun cuando Sakura le hubiese rechazado muchísimas veces en el pasado, ninguno de los dos habría imaginado que al final las cosas terminarían siendo de ese modo, con la pelirrosa siendo su secretaria y preocupándose por él a cada rato. Aunque tal vez era justo por esa razón que ambos se tenían tanta confianza, por la cantidad de momentos que habían compartido juntos durante su infancia.

 

—Deberías descansar más, Lee-san —sugirió Sakura con ánimo conciliador, tomando la corbata y arreglando el nudo alrededor de su cuello.

 

—Pero no tengo tiempo para ello —sonrió Lee, negando con la cabeza. No, los de su profesión no conocían lo que era el descanso, lo que eran las vacaciones, y de todos modos, de haber tenido el tiempo necesario, Lee no lo habría hecho, porque si había algo que amara, esto era hacer su trabajo—. Los casos no se detendrán sólo porque me tome unas horas de descanso.

 

—¡Pero aun así…! —exclamó la chica, sabiendo que lo mejor era dar aquel caso por perdido. Si algo caracterizaba al moreno esto era su tozudez.

 

El muchacho rió, una risa rica y vibrante, y tomó los archivos que la joven le había llevado,

 

—Bueno, ya es hora de trabajar —dijo, permitiéndole que ella le colocara la bata blanca sobre los hombros.

 

—No tienes remedio, Lee-san —susurró Sakura, sonriendo también, aprovechando para recoger el desordenado escritorio, viendo como el moreno se perdía tras la puerta de vidrio.

 

Fuera de la oficina, los pasos de Lee se dejaron escuchar por el amplio corredor. El chico alisó los pliegues de su bata blanca y apretó contra su pecho la carpeta con la lista de pacientes que debía supervisar ese día.

 

Sus pasos lo guiaron por sobre las losas blancas que parecían rechinar de limpio, y tan sólo se detuvo cuando llegó a la habitación doscientos cuatro; la cuarta en el pasillo, localizada en el segundo piso del ala este del Centro de Psiquiatría. Lee contempló la placa de metal que rezaba el número del cuarto, y bajo ella un pequeño aviso con el nombre: 'Sabaku no Gaara' escrito con letra de imprenta, y bajo él un pequeño resumen de su condición. Lee no necesitó leerlo para saber a lo que se enfrentaría, por lo que tan sólo abrió la puerta, entrando al reducido espacio que era la habitación.

 

—Buenos días, Gaara —saludó Lee acercándose a la cama, observando que ésta estaba perfectamente acomodada, como si nadie hubiese pasado la noche en ella.

 

Sentado frente a la ventana, apoyando el mentón sobre una de sus manos, el joven que respondía al nombre de 'Gaara' le ignoró completamente. El sol de la mañana se reflejaba en sus cortos cabellos rojos, y Lee sintió una suave sonrisa apoderarse de sus labios al pensar en lo bonito de la tonalidad. Gaara era el único pelirrojo de todo el centro.

 

—¿Pudiste dormir anoche? —insistió Lee en tratar de obtener la atención de su paciente. Se sentó en la cama, observando la figura de perfil del otro.

 

El chico era joven, de apenas veinte años, de los cuales cinco los había pasado en aquella institución. Era una historia triste la suya, pero Lee había aprendido a aceptar todo aquello, a dejar de lamentarse por lo doloroso que era pensar en lo difícil que resultaban las vidas de muchos. En su lugar, se concentraba en buscar alguna forma de ayudarles, para que pudiesen estar bien y, en algunos casos, hasta recuperar sus vidas incluso.

 

—El colchón es incómodo —escuchó la grave y rasposa voz del pelirrojo, quien no se había movido de su lugar ni una sola vez. Y de hecho, si Lee no supiese a ciencia cierta que sólo ellos dos estaban dentro del cuarto, habría creído que alguien más había hablado.

 

—¿En serio? —preguntó el moreno observándole con algo parecido a la curiosidad— Es el tercer colchón que cambiamos esta semana. ¿Estás seguro de que no es una excusa?

 

Tan sólo el silencio fue respuesta, y la sonrisa de Lee se amplió un poco más. Era el cuento de nunca acabar, y antes de ser el colchón habían sido las luces, el ruido, las sombras, la ventana, pero siempre era algo. Y día tras día aquel pelirrojo estaba allí, taciturno como una sombra, simulando una marioneta sin vida junto al alféizar de la ventana.

 

—Gaara, ya es hora de que tomes tus medicinas —susurró el médico levantándose de su lugar, buscando en uno de los bolsillos de su bata el frasco de medicamentos. No pasó desapercibido, para él, el modo en que Gaara pareció estremecerse, y realmente no había forma de culparlo por ello. La medicina era desagradable, pero así como su sabor era rancio y fuerte para el paladar, también era extremadamente necesaria.

 

Lee caminó hasta situarse frente a su paciente, quien no dio señas de reconocerle o interesarse por su presencia.

 

—Gaara... —fue todo lo que necesitó decir para que el pelirrojo abriera la boca para él, aquel gesto más que ensayado y repetido con los años.

 

No era la práctica más ortodoxa, pero desde la vez en la que el chico había amenazado a una de las enfermeras, casi sacándole un ojo con una de las pastillas, le habían prohibido el tomárselas por sí solo, por lo que Lee debía proporcionárselas directamente, cada día sin falta. El moreno acarició su cabello antes de colocar las pequeñas píldoras dentro de su boca, dejando sus dedos vagar por entre las finas hebras rojas como si se tratara de una mascota de la que estuviese cuidando.

 

Tendiéndole un pequeño vaso con agua de una de las mesitas cercanas, Lee le vio tragar la pastilla, pero aún por si quedaba alguna duda, el otro abrió los labios una vez más, mostrándole que sí, efectivamente había tomado su medicación. Lee volvió a sonreír, complacido de no haber tenido problemas esa mañana. Aunque con Gaara nunca los había, salvo lo usual, cuando se sentía especialmente de buen humor y decidía que era un buen día para bromear con su médico.

 

—Shukaku dice que te ves muy bien esta mañana...

 

Oh... y al parecer era uno de esos.

 

El joven dio un paso hacia atrás, caminando de nuevo hacia la cama en un intento por ocultar su reacción ante aquellas palabras que tan descolocado le habían dejado. Sin importar cuántas veces sucediera, Lee seguía sorprendiéndose con aquello. Que la otra personalidad de Gaara se refiriera a él de esa forma era una cosa a la que nunca podría acostumbrarse.

 

—Ah... muchas gracias... —respondió, acomodándose los lentes que llevaba, siendo esto un tic nervioso que había adquirido durante sus años en la universidad, junto a las enormes dosis de cafeína que solía beber para mantenerse despierto en épocas de exámenes.

 

Desde la ventana y aún con la vista perdida en quién-sabe-qué-sitio, Gaara soltó un pequeño bufido que pudo ser lo mismo de diversión que de irritación. Algo que caracterizaba al pelirrojo era lo difícil que resultaba encasillarlo en una sola emoción, o siquiera adivinar el modo en el que había amanecido.

 

Tras un breve momento de silencio en el que Lee pensó que finalmente Gaara había vuelto a abstraerse dentro de su mente, la voz del chico se dejó escuchar una vez más.

 

—Quiere que te quedes —dijo de forma impersonal y vacía, como si su cuerpo fuese un cascarón cuyo único propósito era ordenar lo que algo dentro de él estaba comandando. En este caso, "Shukaku".

 

—¿Y para qué quiere que me quede? —preguntó entonces Lee, volviendo a acomodar sus lentes.

 

Gaara no contestó de inmediato, sino que apoyó la frente contra el cristal, viendo el vapor que su respiración creaba tras cada exhalación. Afuera, en lo que debían ser los jardines, tan sólo podía verse un manto blanco que cubría absolutamente todo, desde el pequeño lago en uno de los extremos del jardín hasta la cerca de filoso alambre que rodeaba todo el complejo clínico. Más allá de aquello, Gaara no era capaz de discernir absolutamente nada.

 

—Este lugar... —susurró, como ido— nos deprime...

 

Lee le observó con una mezcla de sorpresa y alegría en sus profundos ojos negros. Eran muy raras las ocasiones en las que Gaara decía algo de índole personal, y el moreno sintió su corazón latir con prisas ante la revelación.

 

—¿Te deprime? —repitió con suavidad, observando atentamente a su paciente, buscando dar cuenta hasta de la más mínima de sus reacciones, el gesto más ínfimo y aparentemente insignificante— Pensé que te gustaba la nieve...

 

—No —dijo el otro con rapidez, casi sin darle tiempo a que el médico comprendiera que había negado su afirmación—. Es sólo que tanta nieve no nos deja ver...

 

A esa respuesta, Lee se levantó de la cama, una vez más haciendo su camino hasta encontrarse junto al pelirrojo. Colocó una mano en su hombro, su gesto más conciliador que otra cosa. El hecho de que Lee fuese una de las pocas personas cuerdas dentro de ese lugar no quería decir que no sufriera por aquel horrendo aislamiento al que había decidido someterse por voluntad propia. Un hospital en medio de la nada era algo que estaba destinado a deprimir a cualquiera. Pero con las palabras de Gaara tan sólo dudas y cuestionamientos habían asaltado su mente.

 

—Gaara —le llamó—, siempre he tenido la curiosidad. ¿Qué tanto observas por esta ventana? —preguntó, porque sinceramente, sin importar cuánto se esforzara en enfocar la mirada hacia el mismo punto al que Gaara hacía, Lee no lograba vislumbrar más allá de una soledad tremenda, un campo desierto que no daba a ningún lugar en específico.

 

Esa vez, como las otras, Gaara no respondió sino que permaneció en silencio, sus cansados ojos aguamarina perdidos en la llanura, en la nieve que cubría hasta el último rincón de tierra, como si estuviesen en el lugar de nadie, apartados hasta de los ojos de Dios. Viendo entonces que el chico no tenía intenciones de responderle, Lee permaneció un par de minutos más junto a él, antes de suspirar, dándose por vencido.

 

El médico observó su reloj de muñeca. Una vez más había pasado demasiado tiempo allí, y ya se había retrasado para visitar a los otros internos. Así que guardando una vez más el frasco de pastillas en su bolsillo, Lee se despidió del pelirrojo, siendo completamente ignorado por este.

 

Sin moverse de su lugar, Gaara sintió la puerta cerrarse, dejándole sumido en un silencio que crecía por las paredes y buscaba llegar a él.

 

—No, a él no vamos a hacerle nada... —murmuró.

 

 

~O~

 

 

Soltando un suspiro de cansancio, Lee se recostó en su silla y cerró los ojos, su rostro de cara al techo. El día había sido agotador, pero finalmente había terminado con todas sus ocupaciones. Su oficina estaba vacía, parcialmente iluminada por la luz que provenía de la pequeña lámpara sobre su escritorio, y a su alrededor los cientos de informes de los pacientes que había ido a visitar ese día le observaban curiosamente. Su trabajo como psiquiatra en aquel centro era bastante exigente, y Lee no veía la hora de poder descansar de veras, de poder dormir por más de un par de horas seguidas. Su cabeza estaba llena de cosas sin sentido, de las imágenes de los internos, de sus estados clínicos y sus psicosis, y Lee estaba rozando su límite.

 

Masajeándose el puente de la nariz, el joven le dio una mirada al reloj que colgaba de la pared, junto a su diploma de la universidad de Princeton. Eran las once y treinta y cinco de la noche, y horas atrás habían anunciado una tormenta, por lo que probablemente resultase imposible salir de allí en auto.

 

—Parece que pasaré la noche aquí una vez más... —murmuró, su cuerpo relajándose de forma casi inmediata, como si se preparase para el sueño, pero el ruido de la puerta lo distrajo.

 

Lee se acomodó en su silla, su mirada ligeramente somnolienta contemplando la sombra que se perfilaba sobre el cristal.

 

—¿Quién es? —preguntó con voz afectada por el sueño y el cansancio, porque estaba seguro de que su secretaria se había marchado hacía varias horas, y no se suponía que ningún paciente estuviese despierto en ese momento, mucho menos vagando por los pasillos del hospital.

 

—Gaara.

 

Lee abrió mucho los ojos al escucharle, y se levantó rápidamente de su asiento, yendo a paso veloz hacia la puerta. La imagen de Gaara que le recibió no difería en lo absoluto de como usualmente se le encontraba, excepto por su cabello que lucía tal vez un poco más alborotado que de costumbre.

 

Sus ojos azules se posaron en Lee, observándole fijamente.

 

—¿Qué haces despierto a esta hora? —preguntó el doctor abriendo la puerta y dándole paso para que siguiera adelante, cosa que Gaara hizo sin pensarlo dos veces.

 

Se movió por la oficina que tan bien conocía ya, notando que estaba igual a como la había visto la última vez. Le habían llevado allí en varias ocasiones, la primera de todas siendo cuando le ingresaran por primera vez, cinco años atrás. En ese entonces Lee no era aún su doctor, sino que éste había llegado tres años después, tras el despido del doctor Orochimaru, el antiguo psiquiatra del ala Este del hospital.

 

El moreno le siguió hasta su escritorio, indicándole que tomara asiento frente a él.

 

—Insomnio —fue la suave contestación del pelirrojo, quien observó a Lee dar la vuelta hasta situarse del otro lado de la mesa, lanzándose sobre lo que parecía ser una silla muy cómoda. Por momentos se le vio cansado, verdaderamente agotado, y Gaara le observó con algo parecido a la curiosidad y un poquito de fascinación.

 

—Sabes que tienes prohibido caminar por los pasillos luego del toque de queda —le regañó Lee sin mucho ánimo, su voz apenas lo suficientemente fuerte como para que Gaara comprendiese que estaba hablando en serio—. ¿Quién te dejó salir?

 

—Nadie —susurró Gaara de ese modo suyo que era casi un siseo, con el tono grave que hizo que a Lee se erizara hasta el último de los cabellos.

 

Le avergonzaba un poco admitirlo, pero había algo acerca de Gaara que no terminaba de agradarle. O más bien era algo característico en él que hacía que el instinto de supervivencia de Lee se activara, una especie de alarma corporal que salía disparada cada vez que esos turbios ojos aguamarina se posaban en él, estudiándolo, disecándolo cual animal de exhibición. Relamiéndose los labios para tratar de disipar la tensión, Lee trató de encontrar sentido a esas palabras. Era imposible que el pelirrojo hubiese podido salir de su habitación por sus propios medios, ¿cierto? A punto de ir a chequear quien había tenido el último turno de guardia, una mano fría tomo la suya.

 

Lee abrió los ojos de golpe, encontrándose con el rostro de Gaara que le observaba desde arriba, parado frente a él.

 

—Queríamos verte... —murmuró, apretando un poco la muñeca de Lee, no tanto como para que doliera sino simplemente como si deseara hacerle saber de quiénes estaba hablando, quiénes eran esos dos que tenían tantos deseos de verle.

 

Lee inspiró profundamente, tratando de calmarse cuando se le revolviera el estómago de una forma que no podía resultar enteramente natural.

 

—Podías haber esperado hasta mañana —contestó, calibrando la prensa del pelirrojo. Le tomaba de la mano con la fuerza necesaria como para no dejarle ir si lo intentaba, por lo que Lee no lo hizo, no estando dispuesto a dejar que Gaara tuviera alguna impresión de control sobre él.

 

—No podíamos esperar —replicó el pelirrojo, finalmente dejando ir su mano.

 

De forma más bien descarada, Gaara se recostó en el escritorio, sentándose sobre algunos de los papeles. Pero Lee no le reprochó esto, no, porque sus ojos negros estaban fijos en sus contrapartes azules, sin ser capaz de desprenderse de esos penetrantes orbes. La mirada de Gaara lucía especialmente amenazadora esa noche.

 

—¿Y qué es eso tan importante que tenías que decirme que no podía esperar hasta mañana?

 

Por respuesta, el pelirrojo se movió en su sitio, girando un poco el rostro hacia su derecha, como si escuchara algo atentamente. Luego volvió a mirar a Lee, de la misma intensa forma.

 

—Shukaku ha estado hablando constantemente... —dijo, evitando soltar un suspiro hastiado— Era él quien quería verte.

 

Esas palabras Lee no supo cómo interpretarlas. No era la primera vez que aquel supuesto 'Shukaku' insistía en estar con él, pero Lee usualmente se las arreglaba visitando a Gaara en su habitación, permaneciendo en silencio junto a él hasta que el propio pelirrojo se hartaba y salía al jardín, o hasta que Lee tuviese que ir a ver a otro paciente. Mas sin embargo, Gaara nunca había ido a buscarlo primero, jamás se había escapado de su cuarto para ir a encontrarle en su oficina. Por eso es que al tenerle allí, frente a él, Lee no supo si sentirse sorprendido, alarmado, o conmovido.

 

—¿Y para qué quiere verme? —preguntó siguiéndole la corriente, tomando algunos de los papeles sobre la mesa y comenzando a organizarlos un poco, pensando en que realmente hubiese sido bueno el tener su grabadora a mano, como si fuese otra más de sus sesiones. Tras abrir una de las gavetas, estando a punto de meter los papeles, la mano de Gaara lo detuvo, de nuevo.

 

—Quiere hablar contigo...

 

Lee le miró con curiosidad, primero hacia la mano de Gaara y luego hacia éste en cuestión. Alzó una de sus pobladas cejas, no muy seguro de estar entendiendo.

 

—¿Hablar conmigo? —repitió, a lo que obtuvo un asentimiento.

 

—Nunca se lo he dicho a nadie, pero puedo dejarlo salir —susurró Gaara de forma más bien confidencial, como si estuviese dejando entrever un importante secreto que sólo Lee podía escuchar, sólo con él podía compartirlo. Esa revelación, por supuesto, hizo que el moreno abriera mucho los ojos, anonadado ante la confidencia. Gaara lució ligeramente complacido—. ¿Te sorprende, Lee?

 

El moreno hizo lo posible para disimularlo.

 

—Un poco, sí —aceptó, volviéndose a acomodar los lentes.

 

Gaara se movió sobre la mesa, inclinándose hasta dejar su rostro muy cerca del de su psiquiatra, quien hizo amago de echarse hacia atrás, pero los ojos de Gaara lo detuvieron. No era como si estos hubiesen cambiado de color o algo, pero sin duda alguna algo se había tornado diferente, algo había cambiado dentro de él.

 

—No me extraña —susurró Gaara mostrando una sonrisa amplia, casi escalofriante—. Todos los demás médicos piensan que somos entidades diferentes, con todo esto de... la bipolaridad —rió de forma grave, profunda, de esas risas que Lee estaba seguro de haber oído en alguna serie de televisión, o en alguna de esas escenas de horror que le provocaban unas arcadas tremendas.

 

—¿Y se equivocan? —preguntó entonces, tratando de fingir normalidad.

 

—Bastante —contestó Gaara finalmente haciéndose hacia atrás, sus ojos de nuevo deslizándose hacia su derecha, escuchando. Por un momento Lee pudo jurar que le había visto asentir, pero el movimiento había sido tan sutil que no estuvo seguro de si había sido real. Gaara pareció no notarlo, porque siguió hablando como si nada—. ¿Quieres conocerlo, Lee? —susurró, su tono de voz casi tentador— ¿Quieres conocer a Shukaku?

 

En ese momento, tan sólo el silencio parecía invadir la sala, y Lee pudo sentir un sudor frío descender por su espinazo. No era otra cosa más que la anticipación, el saber que los problemas de Gaara iban más allá de una simple bipolaridad; se extendían, incluso, a un desdoblamiento de personalidad, además de lo que ya sabía, de los intentos de suicidio y la alienación, la depresión crónica que había sufrido y que casi se llevaba su vida.

 

Ah... aquel chico era tan complejo entonces...

 

Los pensamientos de Lee se detuvieron de forma abrupta cuando sintió algo especialmente suave acariciando su mejilla. Se cuerpo se hizo hacia atrás en su asiento, y sus ojos salieron disparados hacia Gaara cuando cayó en cuenta de que aquello que había tocado su rostro no había sido otra cosa sino su mano. En silencio, le vio sonreír más amplio, una sonrisa torcida e inconfundiblemente equívoca.

 

—¿Sorprendido, doc?

 

Fue cuando Lee comprendió que la inflexión de su voz era distinta, y el modo que tenía de pronunciar ciertas letras. Todo eso fue, sin duda, lo que le dio la pista de que no estaba hablando con Gaara, o más bien no era el pelirrojo quien estaba hablando con él.

 

—Shukaku... —susurró, sus ojos paseándose, ávidos, por el rostro del pelirrojo, tratando de encontrar más de esos pequeños cambios que se obraban en él, como pistas ocultas dentro de un rompecabezas, giros torcidos dentro de un laberinto.

 

La sonrisa de Gaara se agrandó, o más bien la de Shukaku.

 

—Vaya, doc, en persona eres incluso más bonito —rió, alzando su mano para posarla una vez más en el rostro del pelinegro, acariciando su piel con suavidad.

 

¡Y qué increíble descubrimiento fue ese! La palma de sus manos era cálida, a diferencia de las de Gaara, que eran siempre frías. Lee procuró hacer una anotación mental, fascinado ante la revelación.

 

—No creo que 'bonito' sea la palabra más apropiada para describir a un hombre —bromeó Lee desviando un poco el rostro, alejándose de las caricias que su paciente prodigaba con tanta soltura. Después de todo él era su doctor, y cualquiera que fuese el caso, no estaba bien que el pelirrojo tuviera tanta cercanía. Si alguien más llegaba a verles en una posición cuanto mínimo sospechosa, la carrera y el futuro de Lee tendrían graves problemas.

 

Por toda respuesta, Gaara tomo su mentón, siendo esto incluso más intrusivo que lo otro.

 

—Pero sí eres muy bonito, doc —ronroneó (¿o habría sido su imaginación?) el pelirrojo, la yema de sus dedos acariciando la barbilla del otro, subiendo hasta rozar sus labios en un gesto que fue demasiado íntimo como para que las mejillas de Lee no se sonrojaran ligeramente.

 

El moreno carraspeó con algo de nerviosismo.

 

—Ahem... bueno, muchas gracias entonces, Gaara —a lo que el pelirrojo soltó una risita suave, sintiéndole apartar su mano de su rostro con cautela.

 

—Ya te dije que soy Shukaku, doc —insistió el pelirrojo con burla, sin dejar de sonreír—. Gaara ya no está aquí.

 

Sus manos parecieron arder con el deseo de volver a tomar el rostro de Lee, pero en cambio de lo que deseaba, se acercó a este, una vez más invadiendo su espacio personal, y se sentó a horcajadas sobre sus piernas. Lee lanzó una especie de chillido sorprendido al sentirle, y sus manos se fueron autómatas al pecho del pelirrojo, tratando de empujarle fuera.

 

—¡Gaara! ¿Qué estás haciendo? —exclamó, intentando apartarle pero fallando cuando el otro tomó sus muñecas, colocándolas a los lados del asiento, sobre los pasamanos.

 

—No te pongas nervioso, doc; y deja de llamarme Gaara —dijo con burla, haciendo que el rostro de Lee se coloreara por la vergüenza y el ultraje que sus palabras representaban. ¡Él no estaba nervioso! Y lo que sea que Gaara intentara hacer, Lee lo iba a tomar en serio; y si tenía que castigarlo luego, ¡lo haría!

 

—Suéltame —siseó, una vez más tratando de liberar sus muñecas, pero de forma infructuosa. De hecho, mirándole desde arriba, Gaara parecía disfrutar con sus intentos, e incluso sus ojos azules parecían reír con él.

 

—Cálmate, Lee —pidió con suavidad como si arrullara a un niño, sus dedos moviéndose en patrones circulares sobre el dorso de las manos del moreno—. No voy a lastimarte... —susurró, y cuando el médico estuvo a punto de decir cualquier cosa, Gaara hundió el rostro en su cuello.

 

Un jadeo sorprendido brotó de los labios de Lee al sentir a su paciente respirar contra su piel, erizándole nuevamente, y un estremecimiento lo recorrió cuando Gaara ronroneó contra su cuello, como si se tratase de un minino. Una vez más, como de costumbre, su alarma corporal se disparó, pero aunque trató de zafarse de su prensa, el otro le tenía firmemente agarrado de las muñecas. Lee trató de calmarse, pero por más que lo intentó, su corazón seguía palpitando cada vez más fuerte, cada vez más rápido, como si fuese una pandereta que repicara sin cesar dentro de su pecho.

 

—Gaar-Shukaku, ¿qué estás haciendo? —se corrigió, decidiendo que la mejor forma de liberarse de su inestable paciente era seguir su juego.

 

—Estoy tratando de conocerte mejor, doc —respondió el pelirrojo sin dejar de restregar su nariz contra el sitio donde se unían el cuello y el hombro del moreno, inundándose con su aroma que le recordaba levemente al olor a lavanda. Su olor era ligeramente intoxicante, hipnótico casi, y lo hacía relajarse al máximo.

 

—Basta, Gaara, Shukaku, quien seas... —ordenó Lee, su cuerpo tratando de alejarse de las caricias que el otro comenzaba a dejar sobre su cuello, y un jadeo ahogado escapó de sus labios cuando sintió algo húmedo y frío sobre su piel. ¡Gaara lo estaba lamiendo!— ¡D-Deja ya! —exclamó, ahora sí sintiendo el calor concentrarse en sus mejillas.

 

—No —negó el otro, entretenido no sólo con las reacciones que estaba obteniendo, sino también con aquel extraño sabor que no le era para nada desagradable—. No voy a parar.

 

De hecho, Gaara sentía algo de curiosidad, y esta misma siempre había estado allí. A lo largo de sus cinco años dentro de aquel centro psiquiátrico, sus mayores fuentes de entretención habían sido sus médicos. Los otros internos se habían idiotizado a causa de las medicinas, así que sólo los doctores le eran de utilidad, y el pelirrojo los estudiaba siempre, sus reacciones, la forma en la que interactuaban entre sí y con los demás pacientes. Era algo divertido, verles intentar descifrar mentes tan confusas que incluso los más brillantes se sentían como niños. Pero de entre todos ellos quien más llamaba su atención era Lee.

 

Aquel moreno era ciertamente un psiquiatra muy... peculiar. Era, sin duda alguna, una persona muy enérgica, muy alegre, y siempre, siempre sonreía. Era lo que más llamaba la atención de Gaara, el modo en que podía pasar todo el día riendo, sin importar lo que pasara, los problemas, las complicaciones; en tres años que llevaba de conocerle, Gaara nunca le había visto perder los estribos, perder el temple, jamás le había visto molesto.

 

Así que una de sus motivaciones era ver en él algo más que la sonrisa. Y por el momento, su gesto apenado de mejillas ruborizadas era un buen comienzo.

 

—Gaara, voy a llamar a uno de los guardias —amenazó Lee, su piel erizándose al tiempo que su cuerpo trataba de alejarse del ofensivo pelirrojo que había comenzado a lamer su clavícula, mordiendo la piel y jugando con ella como si fuese un niño pequeño.

 

—¿En serio, doc? —preguntó el pelirrojo soltando una risita divertida, desatando con sus dientes el primer botón de la camisa de su médico— ¿Vas a dejar que alguien venga a rescatarte del malvado Gaara como si fueses una damisela en peligro? —se burló.

 

Lee cerró los labios herméticamente al oírle, en el fondo sintiéndose avergonzado por la comparación. ¡Él no era una damisela! ¡Era un hombre! Y no iba a permitir que Gaara se burlara de él, no más de lo que ya estaba haciendo.

 

—¡Ah! ¿¡Q-Qué haces! —preguntó, casi frenético, porque el pelirrojo había mordido en un punto especialmente sensible sobre su piel, y un rápido espasmo le había recorrido el cuerpo, un corrientazo de placer que había ido a parar justo en la punta de su miembro— B-Basta, Gaara... —ordenó, ahora sí preocupado y alterado también, porque el otro estaba obteniendo reacciones que no deberían estar presentes.

 

—Hmm...

 

Gaara sonrió amplio, encantado con aquel estremecimiento que había sacudido el menudo cuerpo bajo el suyo.

 

—No voy a detenerme —rió, succionando sobre ese punto que había hecho a Lee perder el control si al menos por un segundo; y como esperaba, su reacción fue igualmente deliciosa—. A tu cuerpo le gusta lo que estoy haciendo, eso es más que obvio —se burló, y como para acompañar sus palabras, se acomodó de tal forma sobre Lee que cada vez que movía sus caderas, éstas se frotaban contra las del moreno, moviéndose de forma cadenciosa y suave.

 

—Gaara, por Dios... ¿por qué haces esto? —preguntó Lee con voz entrecortada, su respiración tornándose trabajada con cada movimiento de caderas, de atrás hacia adelante, simulando actos que hacían los labios de Lee secarse y sus mejillas enrojecer.

 

No cabía dentro de su cabeza el por qué su paciente estaba haciendo algo así, o aún mejor, por qué él mismo parecía no poder negarse, no poder levantarse de su lugar y simplemente apartarlo lejos de sí. ¿Acaso era culpa de la distancia, el tiempo, la soledad? Sí, tanto tiempo solo, dedicándose únicamente a su trabajo, a los internos dentro de la clínica, habían hecho que Lee casi olvidara lo que era un beso, lo que eran las caricias de un amante, el simple roce de piel contra piel. Y aunque tratara de negarlo, su cuerpo lo necesitaba, su alma lo necesitaba, aunque fuese de un simple y mero contacto.

 

Entonces su corazón latió con prisas, sus ojos entrecerrándose ante un suave placer que comenzó a bullir en su vientre y que se expandió por todo su cuerpo conforme los labios de Gaara besaban su piel, sobre su cuello y su clavícula, en su hombro sobre la ropa, y cada porción de piel que lograba alcanzar. De ese modo, mordió también el lóbulo de su oreja y besó detrás de su oído, y Lee no pudo evitar un jadeo delator que hizo a Gaara sonreír más ampliamente.

 

—Eres tan sensible, doc... —ronroneó de forma casi seductora, lamiendo la quijada de su médico y bajando hasta su mentón, sus labios acariciando el espacio que lo separaba de los labios de Lee. Como para dar énfasis a sus palabras, sus caderas empujaron hacia adelante, y Lee echó el rostro a un lado, mordiéndose los labios con fuerza— Apuesto a que nadie te ha tocado así en mucho tiempo... ¿o me equivoco?

 

Antes de esperar respuesta siquiera, el pelirrojo se lanzó a devorar los labios del pelinegro, atrapándolos con su boca hambrienta, sumiéndolo en un beso casi violento, y Lee se vio envuelto en un vaho vaporoso que era mezcla de placer y deseo, de unos labios demandantes que querían robarle la respiración, querían saborear cada parte de él, mordisquear y lamer, succionar y probar, sus salivas mezclándose en un beso tan apasionado que hizo que el corazón de Lee se saltara un latido.

 

—Qué labios tan suaves... —ronroneó Gaara tras separarse, contemplando su boca entreabierta de labios hinchados y levemente marcados por sus mordidas. Su boca que era pequeña y tersa, sus labios llenos de una inocencia que no era tal, pero que se le hacía igualmente tentadora. Era... una imagen tan diferente, ese Lee de ojos entrecerrados y rostro acalorado, con un cuerpo que se calentaba y que se estremecía con cada sutil embestida de sus caderas.

 

—Gaara... —jadeó.

 

Shukaku —le corrigió el otro, una vez más lanzándose sobre su boca, ansioso de proclamarla como suya de nueva cuenta.

 

Y le besó largo rato, hasta tener a Lee jadeando bajo él, con un hilo de saliva descendiendo por su mentón. ¡Y qué imagen tan erótica era esa...!

 

—¿Cuándo fue la última vez que te besaron así? —preguntó sin dejar de mover sus caderas. Los ojos de Lee rodaron hacia atrás dentro de sus cuencas, una corriente de placer recorriéndolo. Fue cuando Gaara pudo notarlo, la dureza en los pantalones de su médico, y entonces le observó, sin poder dejar de reír.

 

Por primera vez soltó una de sus muñecas, internamente preparándose a que Lee le empujara lejos de sí, pero con total sorpresa vio como el otro simplemente dejaba su mano descansando sobre la silla. Esto le ganó un suave ronroneo de gusto, y un premio por parte del pelirrojo.

 

—Eres un doc muy lindo, sí —repitió, llevando su mano libre a la erección que asomaba bajo los pantalones del moreno. Gaara apretó su mano a su alrededor, y Lee cerró los ojos con fuerza, mordiéndose los labios hasta casi hacerse sangrar.

 

—A-Ah... G-Gaara... —jadeó Lee, su cuerpo tenso y rígido a causa de la anticipación. El otro sonrió de medio lado, aflojando su agarre y comenzando a mover su mano de arriba a abajo, desencadenando fuertes jadeos que prontamente se convirtieron en gemidos que rompían divinamente contra sus oídos, como música preciada y constante.

 

—Mírate, Lee —susurró en su oído, lamiéndolo en donde sabía que le hacía estremecer—. Mira cuanto te gusta.

 

No obtuvo respuesta a eso, salvo un involuntario movimiento de caderas por parte de Lee, pero eso era lo que estaba buscando de todos modos, ¿o no? Sin dejar de sonreír, y más bien seguro de que el moreno no iba a apartarle apenas le soltara, dejó su otra mano en paz, y lentamente se acercó al rostro del pelinegro, retirando con cuidado los lentes que llevaba.

 

—Eres hermoso —susurró, observando con detenimiento el rostro del otro.

 

Ahora que le veía de cerca se daba cuenta de que sus palabras no sólo eran para avergonzarle. Nunca antes le había visto de ese modo, y tal vez por eso no había sido capaz de darse cuenta, pero ahora que le tenía así, personificando el deseo y la necesidad de sentir lo que era un placer sexual, tuvo que reconocerlo.

 

—Pero no puedo ver nada —se quejó Lee parpadeando repetidas veces, pudiendo discernir apenas lo que eran los contornos del rostro de Gaara, quien tan sólo sonrió, acercándose a dejar un beso en sus labios.

 

—Para lo que voy a hacerte no necesitarás ver —le aseguró, dando una pequeña y seca embestida con sus caderas antes de bajarse de sus piernas.

 

La sorpresa que se evidenció en el rostro de Lee era genuina, y a punto de preguntarle qué era lo que tenía en mente, algo más lo distrajo.

 

—¡Ahh! ¡Gaara! —gimió, lanzando la cabeza a un lado y llevándose una mano a cubrir sus labios.

 

No supo en qué momento lo había hecho, pero Gaara había abierto la cremallera de su pantalón, bajando la ropa interior y dejando su miembro endurecido al descubierto. Y sin aviso de ningún tipo se lo había llevado a la boca, rodeando a Lee de su deliciosa y húmeda calidez.

 

El moreno sintió su cuerpo estremecerse una vez más, el placer concentrándose en su vientre, haciendo sus piernas débiles y temblorosas cuando la lengua del pelirrojo lamió desde la base hasta la punta de su sexo. Y había pasado en verdad tanto tiempo desde la última vez, tanto que Lee no pudo sino, vergonzosamente, abrir un poco más las piernas, sus caderas moviéndose a su propio acorde según las lamidas de Gaara.

 

—¡P-Por Dios...! Esto es... —trató de encontrar alguna palabra coherente dentro de su aturdido cerebro, pero lo único que llegaba a él era el placer tan inmenso que sentía, sobre todo cuando el pelirrojo decidió tragarlo todo, llenando su boca de la palpitante carne de Lee que pulsaba sobre su lengua— ¡Gaara! —gimió el moreno arqueando la espalda sobre su silla, delgadas lágrimas formándose en las esquinitas de sus ojos.

 

Un calor enorme se había comenzado a propagar por todo su cuerpo, como una enfermedad. Sabía que aquello estaba mal. Gaara era su paciente, no se suponía que hicieran esas cosas, pero en verdad que no quería negarse a aquello, no quería negarse al placer que lo consumía, que lo subyugaba con cada suave mordisquito que Gaara dejaba sobre su piel tan sensible, sobre las venas que sobresalían y que hacían a Lee sollozar de placer.

 

—E-Es... demasiado... —jadeó, sin poder controlar los movimientos de su cuerpo, sus caderas comenzando a embestir dentro de la tibia boca del pelirrojo, quien apenas tuvo tiempo de adaptarse al ritmo que marcaba su médico; pero una vez lo hizo, le tuvo justo como deseaba, gimoteando sobre la silla. Y es que era tan sensible, sí... Con algo como eso ya le tenía de esa forma tan necesitada, y Gaara estaba seguro de que, si se lo proponía, incluso podría hacerle rogar.

 

Pero no iba a hacerlo, no esa vez al menos. En lugar de lo que pensaba, lo que hizo fue afanarse mucho más, succionando con más ímpetu, sintiendo el sexo de Lee pulsar entre sus labios. Supo entonces que el otro estaba cerca, por la forma tan errática en la que movía sus caderas y por el modo en que sus testículos se contrajeron.

 

—¡GAARA! —gritó, su espalda arqueándose sobre la silla al tiempo que sus dedos se clavaban sobre los posabrazos del asiento.

 

Sin más advertencia que aquella, Gaara sintió como el simiente de Lee se disparaba dentro de su boca, sorprendiéndolo por unos segundos antes de que comenzara a tragar todo lo que pudiese, beber el ansiado néctar de su doctor. Cuando vio entonces que había tomado todo, se separó de él, dejando que el miembro ahora flácido del pelinegro resbalara de entre sus labios.

 

El chico miró a Lee con una sonrisa torcida, viéndole batallar para recobrar el aliento. Esa era una imagen que no olvidaría, la de Lee con sus mejillas rojas y sus labios abiertos, el sudor perlando su piel, su camisa entreabierta sobre el pecho y una expresión de calma total en sus facciones.

 

—Por Dios, Gaara, no debiste... —susurró Lee limpiando uno de sus ojos con su mano, como si se tratara de un niño pequeño.

 

Relamiéndose los labios, Gaara se acercó a él a besarle, un beso pastoso por la saliva y por el semen, pero que hizo a Lee estremecerse al sentir su propio sabor. Al separarse, sus mejillas estaban más rojas aún.

 

—Quería hacerlo —confesó el pelirrojo sin dejar de sonreír—, desde hace tiempo ya...

 

Dándole una mirada al moreno, viéndole en semejante estado de cansancio total, no pudo sino negar con la cabeza.

 

—Debes dormir, doc —murmuró, acercándose a Lee para hundir el rostro en su cuello, mordiendo suavemente sobre su piel. Con suma sorpresa sintió una de las manos de Lee sobre su cabeza, enredándose en su cabello suave y sedoso. Por un par de segundos el pelirrojo cerró los ojos, permitiéndose permanecer así, antes de separarse finalmente, dejando un beso fugaz sobre los labios del otro—. Ya me voy, descansa.

 

Viéndole asentir entonces, se separó de Lee, observándole todo el trayecto hacia la salida. Mostrando una sonrisa altiva y prepotente, cerró la puerta tras de sí, dejando del otro lado a un exhausto pero satisfecho moreno.

 

Guiándose por el largo corredor, Gaara no pudo sino sonreír de lado, más que contento. Giró el rostro un poco hacia su derecha al escuchar un murmullo, y asintió. Una suave risita brotó de su pecho.

 

—Por supuesto —dijo, viéndosele más animado de lo que nunca antes—. Aquí la tengo —señaló, sacando de uno de sus bolsillos una llave pequeña pero preciada—. Esta noche es la noche... —murmuró, y dentro de su cabeza una carcajada grave y maliciosa hizo eco.

 

 

~O~

 

 

Inmediatamente después de que Lee abriera los ojos sintió que había algo ligeramente fuera de lugar. A su mente acudieron los sucesos de la noche pasada, y el color se fue directamente hacia sus mejillas al recordar no sólo la forma en la que Gaara lo había besado, sino todo lo que había hecho, las emociones que había desencadenado en su pecho, la intensidad de sus reacciones y el calor que lo había inundado como un tsunami catastrófico e indetenible.

 

Y Dios, cómo se arrepentía en ese momento...

 

Gaara era uno de sus pacientes, era... era de las personas que entraban en la categoría de 'intocables'. Definitivamente tendría que ir con él, y disculparse por no haber sido lo suficientemente fuerte como para detener sus avances y cortarlos de raíz. Pero antes que eso, lo primero que debía hacer era salir de su oficina, ¡el dolor de espalda lo estaba matando! Lee hizo una anotación mental: jamás volver a quedarse dormido sobre su escritorio. Fue entonces cuando, al intentar moverse, cayó en cuenta de algo que no había notado sino hasta ese momento: ese no era su escritorio.

 

—Hm… al fin despertaste... —dijo una voz extremadamente conocida desde uno de sus costados, y Lee abrió los ojos con rapidez, tras lo que de inmediato tuvo que cerrarlos de nuevo, de pronto enceguecido por una luz tan brillante que le ocasionó un horrible dolor de cabeza.

 

—¿Q-Qué...? ¿Qué está pasando? —preguntó, desorientado, tratando de cubrirse el rostro con ambas manos y encontrando, de forma desconcertada, que no podía hacerlo. De hecho no podía moverse, ni un músculo. Una vez más, Lee abrió los ojos como platos, sin importarle la luz ni ninguna otra cosa— ¿¡Qué es esto! —gritó, moviéndose sobre la dura superficie que, más adelante descubrió, no era sino una camilla de metal. ¡Y lo peor de todo era que lo habían atado de manos y piernas!

 

—Shh… —le acalló una voz que se le hizo definitivamente familiar, y el tono que usó al llamarle— Deja de moverte, o te lastimarás, doc —lo cual fue seguido de una risita que le hizo estremecer.

 

El corazón de Lee latió con violencia, su rostro entero pulsando.

 

—¿G-Gaara? —preguntó con temor.

 

Casi… —devolvió la misma voz sonriente, y sólo hasta ese instante Lee giró el rostro hacia un lado, tratando de ver más allá de las sombras.

 

No, ese no era Gaara. Ese que se encontraba ahí, observándole con intensidad, no era otro más que Shukaku.

 

El aliento se le congeló dentro del pecho al reconocer de quién se trataba, y una risa grave y maliciosa hizo eco dentro del amplio espacio en el que se encontraban. Recostado sobre una pared, de brazos cruzados frente al pecho, Gaara le observaba con un claro brillo de diversión en la mirada.

 

—¡Gaara! ¿Qué significa esto? —preguntó Lee, sumamente exaltado.

 

Del otro lado de la habitación, el pelirrojo no respondió, sólo sonrió, o más bien mostró una mueca macabra que apareció donde debía estar una sonrisa.

 

—Esto… significa que ahora estás en mis manos, Lee-san...

 

 

Notas finales:

Gracias por leer :'D


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