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El reencuentro por Shun4Ever

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Unos cuantos años habían pasado desde que los caballeros fueron revividos. Las cosas marchaban de maravilla entre ellos o al menos eso parecía. Últimamente las noches eran frías, más de lo que él mismo habría imaginado. Le molestaba su presencia, era algo que jamás le había ocurrido. Se levantó de la cama, cansado de dar vueltas y se dirigió hasta la cocina. Quizá algo caliente le ayudaría a calmar esos estúpidos nervios. Se encontraba poniendo el agua hirviendo en su taza blanca, cuando notó aquellos brazos rodeando su cuerpo. Eso aún le exasperó más. Suspiró pesadamente y dejó el cazo sobre el fuego tan solo para voltear y enfrentar la mirada de aquel hombre.

- ¿Qué pasa cariño?

Le decía aquel caballero mientras besaba su cuello. Se removió entre aquellos fuertes brazos y se liberó de aquel agarre con un simple pero brusco movimiento. No dijo nada, tan solo se llevó la taza de té hasta el pequeño balcón de aquel apartamento y se apoyó en la barandilla.

Mientras, el hombre rubio, que aún estaba en la cocina, observaba aquella escena, como si no fuera con él. Hacia unas semanas que esto llevaba sucediendo y no comprendía que era lo que ocurría. Se acercó despacio hasta el balcón y quedó apoyado en la puerta del mismo, tan solo, apreciando a aquel hombre frío, sereno y tremendamente atractivo. Se dejó llevar por su ensoñación a unos meses atrás, cuando respondía a sus caricias y abrazos, a sus besos, incluso a sus conversaciones. Suspiró pesadamente y se acercó a la barandilla, hasta quedar apoyado en ella, ni cerca, ni lejos de aquel pequeño hielo.

- ¿Qué ocurre Camus?

El nombrado tan solo suspiró y volteó a enfrentar aquella mirada, que no hacía mucho, le inundaba el alma. Ni él mismo sabía que era lo que le ocurría, ¿Qué le iba a decir? Sí. Quizá si. Quizá eso le viniera bien.

- Voy a regresar a Siberia.

Ni el golpe más fuerte de aquel caballero le habría dejado tan frío como aquellas simples palabras. Conocía bien a aquel hombre y su significado era más que entendible. Era algo que sabía ocurriría y más tras el extraño comportamiento que estaba teniendo con él, pero aun así le resultó duro escuchar aquello.

- Esto… - Seguía diciendo Camus pero ya ni siquiera era capaz de mirar a Milo a la cara. Ahora su mirada se perdía en aquel líquido caliente. - … no tiene sentido.

Sin poder o querer esperar la reacción por parte del que era su amante y pareja, entró en la casa, más hablo desde el marco de la puerta.

- Puedes quedarte con el apartamento. Marcharé a primera hora.

Aún tenía la esperanza de poder entender que le ocurría. Milo no le había tratado nunca mal, de hecho, lo llevaba como en bandeja, consintiéndolo todo y más. Así era como el caballero de escorpio, le demostraba su amor incondicional. Se sintió mal por un instante, pensando en lo duro que estaba siendo con aquel hombre, pero aun así prosiguió con el llenado de su vieja maleta.

Milo aún estaba estático en aquella extraña posición. No podía entender que era lo que había ocurrido, pero no debía de insistir en el tema. Ya sabía que era inútil insistir, más cuando a Camus se le mete una idea en la cabeza. Nunca le había dado importancia, pues siempre conocía los motivos de sus ideas, o al menos, eso pensaba él. Sin embargo, en ese momento, mil y una ideas le recorrían casi a la velocidad de la luz. Cuando pudo reaccionar, se incorporó de golpe y entró a grandes pasos hasta la habitación.

- ¿Cómo que te vas a Siberia? ¿Acaso he hecho algo que te haya incomodado? – Camus parecía ignorarle por lo que le hizo parar aferrándolo del brazo y obligándole a mirarlo - ¿Qué sucede? Habla Camus.

Camus nuevamente soltó el agarre y prosiguió con sus quehaceres.

- No es de tu incumbencia.

- ¿Qué no es de mi incumbencia?

Como respuesta, el caballero de acuario cerró su maleta y la alzó de la cama, saliendo al comedor con ella.

- Lo he pensado mejor. Dormiré esta noche en un hotel, así no tendrás que aguantar más.

- ¿De que estás hablando? – Milo se adelanto a Camus y le agarró fuertemente de los hombros, desesperado por aquella situación - ¿Qué sucede Camus? – Su voz, sin duda rozaba la desesperación.

- Milo, hemos pasado el punto.

Se quedó aún más helado, de ser posible. ¿El punto? ¿Habían pasado el punto? ¿En que momento habían llegado? ¿Acaso ya no le quería? Con todas sus dudas, soltó aquel fuerte agarre y observó como el caballero de Acuario salía por la puerta de aquel que era, hasta la fecha, el hogar que ambos habían formado. Se derrumbo allí mismo, cayendo sobre sus rodillas, cuando vio la puerta cerrarse y notó el vacío que aquella presencia había dejado. No pudo evitar que las lágrimas brotaran de sus ojos. Desde que tenía uso de razón habían estado juntos, unidos, formando aquel lazo más allá de una simple amistad. Y aun así, tras haber superado la muerte en varias ocasiones, seguía creciendo aquella unión. Hasta ese momento, pues desde el punto de vista de Camus, esta ya se debía cortar. No sabe cuanto tiempo quedó ahí, tirado en el piso. Se negaba a volver a aquella, ahora fría habitación, por lo que se levantó del suelo y se vistió. Aún era pronto como para quedarse llorando en aquella extraña casa.

Por su parte Camus, había comenzado su camino a prisas, con la esperanza puesta en aquellos fríos glaciares. Necesitaba alejarse de Milo, comprender que le ocurría y darle, quizá, la ocasión de encontrar a quien le hiciera verdaderamente feliz. Vagó por la cuidad hasta encontrar un pequeño motel, no muy bien iluminado. Pidió una habitación sencilla y entró a ella, lanzando su maleta con furia, a la cama. ¿Qué era lo que andaba mal con él? Extrañaba su presencia ahora que no estaba y, sin embargo, cuando estaba con él, esa misma presencia le irritaba. ¿Qué le estaba ocurriendo? Se dejó caer en la cama y sin darse cuenta, se quedó dormido. La mañana le sorprendió en aquella misma posición. Se levantó, aprovechó el pequeño aseo de aquel hotel y salió derecho a su tierra natal. Cierto era que había pensado en ir a Siberia, pero volver al clima francés, era lo que en esos momentos, le pedía el cuerpo.

Milo, por su parte, en aquel bar céntrico en donde pasaban algunas noches. Aún no recordaba el nombre de aquel local, eso era el tipo de detalles de los que se encargaba Camus, su Camus. Se sumergió en la bebida y regreso a su casa con los primeros rayos de sol. Se echó en aquella solitaria cama y cayó rendido ante un desgarrador llanto y ese mismo llanto lo acompaño hasta el mundo de los sueños.

El viaje en avión se le hizo más largo de lo que recordaba. Si bien no solía emplear este medio muy a menudo, lo creyó conveniente en ese momento. Salió del aeropuerto y pidió un taxi que lo llevara hasta la casona le soleil. Era una pequeña casa rodeada de viñedos, a las afueras de la pequeña cuidad de Le Château Gaillard, en donde había pasado una pequeña parte de su infancia. Casi al caer el sol, entró por la puerta de aquella casona con su vieja llave. Aquella que había heredado de sus padres y que nunca antes había llegado a emplear. Se asombró de lo bien conservado del lugar, pues no pensó que alguien pudiera mantener aquella casa limpia. Dejó la maleta en la misma sala y se encaminó, extrañado, en busca de aquel olor característica, que provenía de la cocina.

- Disculpa. No pensé que alguien habitara la casa. – Se disculpó al encontrar a un muchacho no mayor de lo que su aprendiz era, quizá unos 26 años. Su francés aún era perfecto, sin duda, por ser su idioma materno, aunque el acento salió un tanto extraño, más habituado a su actual griego.

- ¿Cómo entró? ¿Quién es usted?  - El muchacho se mostró alterado y levantaba el cuchillo con ambas manos, como tratando de defenderse de aquel extraño que acababa de entrar en la que consideraba su casa.

Camus alzó las manos, mostrándole las palmas, al tiempo que susurraba tranquilizando al muchacho. En la palma derecha aún conservaba la enorme llave de la casona, por lo que se la mostró al chico.

- La casa era de mis abuelos. Entré con la llave.

Al escuchar esto y ver la llave en aquella bronceada palma, el joven bajó el cuchillo y lo dejó sobre el mármol de la cocina, de donde lo había agarrado momentos antes. Se acercó unos pasos hasta Camus y extendió su mano.

- Me llamo Renoir. Soy el chico de mantenimiento.

- ¿Mantenimiento? – Camus estrechó aquella fina mano y se presento – Soy Camus.

- La agencia que alquila la casona, me contrató. Así los inquilinos tendrían la casona en condiciones optimas.

- Desconocía que estuviera en alquiler.

El muchacho miró extrañado a aquel que decía ser el actual dueño. ¿Cómo podía ser que no supiera que estaba en alquiler? Suspiró  levemente y prosiguió con su charla.

- André la puso en alquiler. No podía ponerla en venta pues le faltaba el consentimiento de su primo o no sé qué… - Quedó callado por lo que acababa de decir – Claro! Así que tu eres ese primo!. – Los ojos del muchacho se iluminaron – André me hablo de ti y de cuando erais pequeños.

¿André? ¿Quién era André? Quedó callado escuchando a aquel muchacho y pensando en quien podía ser la persona que había puesto en alquiler aquella casa, que hasta la fecha, era de su propiedad. Su primo! Claro! Si bien lo había indicado el muchacho. Qué tonto por su parte en no haber pensado en él. Sonrió ante la aclaración de aquel muchacho y este le devolvió el gesto.

- ¿Dónde está? Hace tiempo que no sé nada de él. – Y tanto tiempo. Desde que sus entrenamientos para caballero dieron comienzo, no había sabido del resto de su familia. Al fallecer sus padres, se aisló por completo del lugar, aunque aún sentía esa añoranza por la tierra natal. La media sonrisa se le borró del rostro al ver como el joven palidecía ante aquella pregunta y apartaba su mirada aposentándola en el gris suelo.

- Tuvo un accidente hace unos ocho meses.- Se notaba que el muchacho aún estaba dolido. - Un conductor se durmió al volante y chocó contra su auto. –Debía ser algún amigo muy cercano, pues la voz sonaba angustiada y los ojos amenazaban con soltar aquellas lágrimas contenidas – Falleció en el acto.

Se quedó estático ante aquella información. Si bien no recordaba nada de su primo, sí que pudo notar aquella angustia por la que estaba pasando el muchacho. Se le contrajo el corazón ante aquella triste imagen y no pudo evitar el avanzar hasta el muchacho y estrecharlo entre sus brazos. Extrañó su comportamiento, pues muchas veces había visto así a Hyoga y nunca había sentido esa necesidad de protección. Por el contrario, siempre había considerado ese tipo de comportamiento de débiles y lo demostraba cuando tenía ocasión. Un nudo nació en su garganta y se extendió por su pecho, ¿Acaso se estaba haciendo débil?

- Lo siento. Debió ser duro.

Pudo notar como el muchacho se apartaba de aquel abrazo, limpiándose los ojos y respirando profundamente. Cuando levantó la cabeza pudo observar una fresa y radiante sonrisa, aunque aún era notable su tristeza en aquellos azules ojos.

- Ya. A André no le gustaba verme llorar. – Se volteó y señalo a los fogones encendidos – Voy a hacer ratatouille, ¿Te quedarás a cenar?

- Tenía pensado quedarme una temporada. Si no es molestia - ¿Él? ¿Preguntando si molestaba? De verdad algo no estaba bien en su cabeza. ¿Desde cuando uno pide permiso para estar en su casa? Miró al chico, que ahora le mostraba una sonrisa más amplia.

- Bien. Estará lista en media hora – El semblante de aquel joven ahora era serio - ¿Quieres que te guie por la casa?

- Creo que no será necesario. – Camus miró por sobre la puerta de la cocina donde se veían unas escaleras – Creo que recordaré el camino. ¿Dijiste que vivías aquí? – El muchacho asintió alegremente – Entonces, solo dime que habitación estas ocupando para no ocuparla con mis cosas.

- Estoy en la habitación de André

Camus lo miró extrañado y el muchacho se ruborizó por demás, al tiempo que sus ojos se abrían como platos y apartaba la vista rápidamente hasta las verduras a medio cortar. Aquello hizo reír a Camus, que creyó entender el motivo de aquella “ocupación”. Si ya lo había presentido por la forma de hablar sobre su primo, ahora lo pudo confirmar. Aquel muchacho de seguro fue la pareja de su primo. Volvió hasta el salón para recoger su maleta y se le borró la sonrisa de la cara al recordar de donde venía y a quién había dejado en Japón solo. Suspiró pesadamente y se encaminó hacia las habitaciones.

El día para el pobre Milo no había sida tan agradecido como lo había sido para el frío caballero. Estuvo todo el día acostado en aquella enorme cama, pensando en que era lo que había hecho mal. Cansado y con una angustiosa sensación en el pecho, volvió a vestirse para encaminarse rumbo a algún bar. No iba a quedarse por más tiempo en esa casa o acabaría hundido cual barco viejo a la deriva. Camino por el centro, buscando algún nuevo lugar en donde dejarse caer pero no le pareció una buena idea, puesto que necesitaría a alguien que le ayudara, al menos, a regresar a aquel solitario lugar. Ante aquella idea, llamó a su compañero de “juergas”.

- Ye Milo! ¿Que te cuentas?  - Su amigo, sin duda, estaba contento por escuchar su voz, pero Milo contestó con todo el pesar de su corazón.

- Camus me ha dejado.

Ni una palabra salió por un instante de aquel que era su amigo, hasta que tras un suspiro de sorpresa, habló desde el otro lado de la línea telefónica.

- Espérame donde siempre. Llegaré en 20 minutos.

La comunicación se cortó y como hombre sin alma, se encamino a donde habían quedado. Entro al local haciendo que un nudo se le pusiera a mitad del pecho. Saludo al camarero y realizó su pedido, casi a media voz.

- Un vodka con hielo. Pónmelo doble Ryu.

- Marchando Milo.

Una vez el vaso fue servido, lo atrapó entre sus manos y se aposentó en una de las mesas sumidas en la oscuridad. A los pocos segundos y un par de tragos después, llegó Kanon con una cerveza en la mano.

- ¿Qué ha pasado? – Se agenció una silla cercana, la volteó y se aposento apoyando sus brazos sobre la parte alta del respaldo.

Milo negó con la cabeza y se encogió de hombros.

- No lo sé.

Para apagar aquella angustia, que se había aposentado nuevamente en su pecho,  se llevó aquella bebida a la boca. Kanon, que no había visto tan decaído a su amigo, tomó un trago de su cerveza y cambio el tema de conversación, para ver si así se animaba un poco.

- Saga se ha mudado.

- ¿En serio?

Así llamó la atención del rubio y continuaron con charlas sin sentido. Kanon consiguió su objetivo y a lo largo de la noche consiguió volver a ver una de esas sonrisas que tanto envidiaba de su amigo. La noche fue, por demás larga, pero bien avenida. Las semanas siguientes pasaron con la misma rutina. Milo salía por las noches con Kanon, incluyéndose Saga y Mu en alguna ocasión, para dar ánimos al dorado. Llegaba al apartamento y se acomodaba a dormir hasta llegada la noche. Se veía forzado a alimentarse, más por petición de su estómago que por deleite propio. Una mañana, su teléfono móvil sonó, haciéndole caer al suelo al intentar descolgarlo.

- ¿Sí? – Preguntó una vez levantado y palmoteándose el trasero.

- Primicia.

- Cuéntame Kanon. ¿Qué ha ocurrido?

- Esta mañana el fénix ha tenido una pelea. – Milo no le dejó continuar con la frase a Kanon.

- Pues menuda novedad. – Exclamó el protector del octavo templo.

- Déjame terminar Milo. Ha peleado con su hermano.

- ¿Con el mojigato?

- Sí. Y no me lo han contado, pues nosotros mismos lo hemos presenciado.

- ¿Qué ha ocurrido? – Preguntó ya con intriga – Con todo lo que le protege se me hace extraño.

- Pues créelo porque es cierto. Me quedé impresionado por presenciar aquel espectáculo, pero el niñato se rajo… De seguro es por la falta de carácter.

- Vaya… Se me hace raro que esos dos hayan discutido.

- Ya ves. ¿Vas a salir?

- No tengo más que hacer. ¿Por? ¿No vienes?

- Hoy no. Tengo algunos… asuntos que atender.

- ¿Asuntos? ¿Ahora llamas a Sorrento así Kanon?

- Llámalo como quieras. Yo, de momento, lo llamo asunto.

- Está bien. Qué te diviertas con… el asunto.

Se arregló lo mejor que pudo y se dirigió nuevamente a aquel bar. Al menos, gracias a la grata compañía de su amigo, ya no se le hacían tan pesadas las noches, aunque no podía evitar el pensar y soñar con aquel pelirrojo que le quitaba el sueño. Suspiró lentamente antes de salir de aquel apartamento, al que alguna vez llamó hogar y se encaminó a aquel céntrico bar. Se sorprendió con lo que vio, pues allí mismo, en aquella oscura barra, se encontraba el muchacho más inocente y dócil que jamás había conocido. Se acercó hasta el chico y se sentó en un taburete cercano.

- ¿Sin hielo? ¿Quién lo diría de un mojigato como tú?

Quedó esperando la respuesta del chico, pero esta nunca llegó. Se dirigió esta vez hasta el camarero.

- Un vodka con hielo…. Y no seas tacaño Ryu, ponme buena cantidad.

Se aclaró la seca garganta con aquel primer trago y observó al callado muchacho.

- ¿No vas a hablar, gatito?

Aquel gesto le sorprendió. Parecía que no le había gustado nada aquel apelativo y eso que no lo había empleado con esa intención.

- ¿Me has visto cara de querer hablar?

Vaya! Sí que estaba enfadado el dulce y tierno caballero de Andrómeda. Debió ser fuerte lo ocurrido con su hermano, más no pudo evitar reír ante aquella extraña actitud, tan impropia de aquella belleza.

- Jo jo. Vaya con el chiquito bonito! Si además tienes carácter! Eso se lo tengo que contar a Kanon!.

Parecía que estaba molestando al chico y eso sí que no era su objetivo. Calló al ver al muchacho suspirar y espero por su reacción.

- ¿Qué quieres Milo?

¿Qué que quiero? Compañía! ¿Acaso no es obvio? ¿Has visto a Camus a mi lado, acaso? Lejos de sus cavilaciones, contesto más calmadamente.

- Los gemelos me contaron lo ocurrido. ¿Qué vas a hacer?

Si las miradas mataran, y de seguro las de Shun alguna vez lo hicieron, él mismo habría perdido la vida ahí mismo. Sus ojos se abrieron, no sabe cuanto, al ver como el muchacho se acababa el whisky de un solo trago.

- Que sea otro.

Él no iba a ser menos. Alzó su vaso y acabó con su contenido.

- Que sean dos.

Vaya! Parece que no le ha sentado bien la compañía. Quizá debí dejarle solo para pensar. Sintiéndose un poco culpable paro al muchacho, que había sacado su billetera para pagar aquel pedido.

- Déjalo Shun. Pago yo.

- ¿A dónde quieres llegar? – Preguntó el muchacho, con una expresión en los ojos nunca antes vista.

- Vamos a mi apartamento. Allí podremos hablar más tranquilos.

- ¿Hablar? – Aquella expresión que mostraba el muchacho le había marcado. Jamás se había mostrado tan frío. – Yo no quiero hablar y tampoco busco compañía.

Pensando en lo mal que debía estar aquel caballero, se quedó en su lugar viendo como este se marchaba. Alzó su bebida y se encaminó hasta un rincón del local, en donde se encontraban dos asiduos clientes para conversar.

Camus no podía sentirme más solo en aquel lugar. Más de una vez, en esas escasas semanas se había sorprendido a sí mismo, soltando aquellas amargas lágrimas que caían de sus ojos. Ahora estaba más que convencido: Sí quería ser fuerte, no podía mostrar los sentimientos. Estos te hacían débil. Al parecer, Renoir,  el muchacho con quien compartía aquella casona, se había dado cuenta de su malestar y se la pasaba, en cuanto tenía ocasión, tratando de sacarle la máxima información posible.

- ¿Tienes alguien especial esperándote?

Una simple pregunta, pues en más de una ocasión había escuchado a Camus nombrar a un tal Milo entre sueños.

- Lo tenía. Eso se acabó.

- Lo siento. Debió ser duro.

- Pues, aunque no lo creas, fui yo quien lo dejo.

- ¿Lo dejaste? El amor no es algo que se pueda dejar. Simplemente está y no se puede negar.

- Sí. Me cansé de él.

- ¿No era buen amante?

- Claro que sí es buen amante! – Casi indignado. ¿Cómo podía decir ese niño esas cosas sobre su Milo? No. No señor. Eso no lo iba a permitir.

- Entonces, ¿Aún lo amas?

- Por los dioses, que más que nunca. – Sin darse cuenta contestaba sin siquiera pensar a cada pregunta de aquel muchacho.

- ¿Él ya no te ama?

- Más de lo que debería amarme.

- Entonces…. ¿Qué haces aquí Camus?

Camus quedó sin palabras en ese momento. Era cierto. Milo lo amaba con locura, hasta casi de forma malsana. Y él lo amaba de la misma manera. Entonces ¿Porqué ese arrebato de huir? ¿Por qué sentía que no debía estar con él? ¿Qué era lo que le angustiaba de estar con aquel caballero? Derrotado ante tanta pregunta, se dejó caer en el sofá y quedó mirando al muchacho, que no le apartaba los ojos de encima.

- Yo… Tengo miedo.

- ¿Miedo? ¿A qué?

- A que se canse de mí. Por Dios! Llevamos toda una vida juntos y me aterra la idea de que ya no quiera estar conmigo. – De nuevo se estaba sincerando con aquel muchacho desconocido. Pero que bien le hacía a su maltrecho corazón, el poder conversar con alguien – No sé por qué pero me aterra su presencia. Me aterra pensar que me diga que se cansó de mí o que tras esos besos y caricias exista algo oculto. No podría soportarlo.

Quedó callado mirando al chico, que ahora le sonreía abiertamente.

- No seas tonto Camus y disfruta del amor. Nunca sabes cuando se puede acabar. – Aquel joven parecía más maduro en esos momento que él mismo – Aprovecha cada beso y cada caricia como si fuera él último, porque puede que un día te levantes y no lo tengas a tu lado. – Las últimas palabras sonaron angustiadas, como tratando de aguantar las lágrimas.

Comprendió entonces cuan equivocado estaba. No por tener sentimientos y mostrarlos eres más débil o menos valioso como guerrero. Se levantó de un golpe y se dirigió a toda prisa, hasta la que era su habitación, con la intención de empacar sus cosas.

- No puedo creer lo imbécil que he sido

Maldijo su increíble estupidez y salió de aquella casona, tras despedirse cordialmente del muchacho. Le agradeció en el alma el que hubiera abierto los ojos y tras unos minutos llegó al aeropuerto. Compro el primer billete de avión en dirección al aeropuerto de Narita y embarcó en él, llegado el momento. El vuelo de ida se le pasó brevemente, pues estaba planeando como pedir perdón a Milo por su inmadurez y desfachatez. Solo deseaba que aquel pícaro hombre no hubiera encontrado un sustituto en sus, ya, dos meses de ausencia. Llegó en plena tarde al aeropuerto, cargó su maleta sobre su espalda y caminó por la cuidad a paso acelerado. Siendo un caballero y dorado, de seguro llegaba antes que un simple taxi. Se apresuró a abrir la puerta de la casa, con el corazón latiéndole a dos mil por hora. Recorrió el apartamento sin hallar a nadie en él. Entró en la que fuera su habitación compartida y sonrió al encontrar a Milo durmiendo bajo aquellas sabanas. Dejó su maleta con cuidado y se tumbo junto a él, quedando observando aquella tierna cara que ponía cuando dormía. No pudo evitar sonreír y morderse el labio inferior, al pensar en cuan feliz se sentía de estar nuevamente a su lado. Alzó la mano con cuidado de no despertarlo y acaricio aquel enredado cabello, dejando que se metiera por entre sus dedos. Milo suspiró y abrió los ojos despacio. Pestañeo un par de veces como comprobando que no fuera un sueño, más Camus se le adelantó.

- Te amo Milo de Escorpión

Lo dijo en el perfecto francés recuperado y el nombrado abrió los ojos más de lo que nunca había hecho. Se incorporó en aquella cama y posicionó sus manos sobre la cara del que, una vez, fuera su amante y compañero en la vida. Sonrió al ver que no era un sueño pero fue Camus quien tomó la iniciativa. Como si fuera un colegial enamorado, se lanzó a los brazos de su “bicho” plantándole un beso enormemente apasionado en aquellos jugosos labios. Milo tardó en reaccionar, pero pronto se encontraba atrayendo aquel cuerpo más al suyo, amarrándolo entre sus brazos para no dejarlo escapar nuevamente.

No hicieron falta más palabras entre ellos, pues siempre habían sobrado. Milo y Camus se encargaron en una noche de reavivar aquel fuego que casi se convirtió en hielo. 


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