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Un puñado de sueños por KakaIru

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Notas del fanfic:

Bueno, esta es una historia que escribo para mi LJ (porque el LJ me jode el formato XO), la tengo escrita desde hace mucho tiempo y no sé, se me hace algo tierna la idea; además Naruhi dijo que quería leer algo así que pues, esto es para ella XD Espero que te guste~! (aunque ahora que lo pienso, no sé si querias leer algo tierno o algo pervert lol como sea xD)

Notas del capitulo:

o3o

 

No tengo más notas.....

 

“Te vi —dijo él

Cuando apenas eras un pequeño niño

y no sabías nada del mundo…”

 

 

Capítulo I

 

 

—¡Gaara!

 

El grito de Temari resonó dentro de la oficina, removiendo los papeles que descansaban sobre el escritorio. Una mota de pelo rojo se dejó ver tras infinitos informes, acuerdos y leyes, y unos ojos aguamarina contemplaron con calma y paciencia a la enérgica rubia que llegó a su encuentro. Sus mejillas estaban ligeramente ruborizadas y una fina capa de sudor perlaba su piel.

 

—¿Qué sucede? —preguntó el pelirrojo dejando sus papeles sobre la mesa. Su voz sonaba cansada y triste, usando uno de esos tonos que siempre han sido así, desde el comienzo.

 

—¡Qué ya es hora! —fue su acalorada respuesta.

 

Gaara le miró como si no comprendiese a lo que se refería, y la chica se llevó ambas manos a la cintura. A pesar de su poco conocimiento de las leyes y gestos humanos, Gaara supo ver que la rubia estaba más que molesta; estaba  furiosa. Su hermano había estado aplazando aquel asunto por semanas, y el Consejo estaba empezando a cansarse de tantos rodeos, así que habían apretado el lazo que habían estado manteniendo alrededor del cuello de la rubia. Así que cuando Temari sintió que no podía respirar, comprendió que era el momento de que ella, a su vez, apretara la correa que tenía alrededor del cuello de su hermano.

 

—Los Ancianos no van a aceptar otra negativa —dijo de forma hastiada, porque también a ella la hartaba esa situación que, sin embargo, no podía evitarse—. Quieren que tomes tu decisión en este preciso instante.

 

—¿Ahora?

 

Gaara alzó los papeles que tenía en la mano, dándole a entender que tenía mucho trabajo pendiente, al tiempo que le dedicaba lo que su hermano había catalogado como ‘ojitos de perrito a medio morir(1)’; pero el hecho de que su rostro estuviese imposibilitado de mostrar ninguna emoción no jugó a su favor esa tarde.

 

Temari crispó los labios y arañó la palabra con sus cuerdas vocales: —Ahora.

 

Un suspiro cansino abandonó al joven gobernante, quien volvió a dejar los papeles sobre la mesa, dándose por vencido. Ya no había salida, al parecer.

 

—Está bien, comprendo —aceptó, pero por si las dudas, Temari le miró suspicazmente, viéndole levantarse de su silla con lentitud, acomodando los pliegues de su larga túnica de Kazekage. Por contados segundos sintió pena por él, porque aún era muy joven y sin embargo lucía como si fuese un hombre viejo, lleno de vivencias, de ese tipo de sabiduría que ninguna persona de su edad debía poseer.

 

Con paso lento y cansado, Gaara abandonó su oficina y se guió por los largos e interminables pasillos del edificio. Su postura era imponente y altiva, pero sus ojos estaban gastados y tristes, solos en todo el sentido de la palabra. Frente a él, cada ninja que se presentaba hacía una reverencia, un saludo, y para Gaara esto no era sino más de lo mismo, más de esa falsedad que lo consumía, que lo agobiaba.

 

Estaba perdiendo la cordura. Estaba perdiendo una guerra que tal vez no había necesidad de pelear, y se perdía también a sí mismo en el proceso.

 

El sol de Suna lo recibió como cada tarde, recordándole con sus rayos, con su calor, de lo frío que se sentía en su pecho, de lo oscura que se hallaba su alma, sola y apartada de un cuerpo humano que se movía y reía con dientes de plástico a bromas a las cuales no veía el sentido. Todo eso era Gaara, quien había nacido no una, sino dos veces, y aún seguía sin comprender.

 

Lo recibieron en el orfanato de brazos abiertos, cordiales y corteses con miradas que Gaara no pudo descifrar. No supo si le veían con admiración o recelo, con la sorpresa latente porque aquel era el último sitio en el que le hubieran esperado. Pero como hacía con cada cosa que escapaba a su entendimiento, Gaara los ignoró, permitiendo a duras penas que le guiaran por los angostos pasillos que conectaban muchas habitaciones.

 

—Por aquí, Kazekage-sama —señaló una mujer de apariencia afable y rostro risueño, aún a pesar de su edad y de los muchos pliegues que adornaban su cara.

 

Desde antes de llegar a su destino, Gaara fue escuchando aquel sonido que no había oído en mucho tiempo. Risas. Desde hacía casi veinte años, durante los cuales se había apartado de toda humanidad; y entonces estaba ahí, de vuelta. Sus ojos azules observaron las distintas caras que se giraron en su dirección por un segundo, un leve parpadeo durante el cual cientos de ojos le estudiaron a consciencia, antes de devolverse a lo que estaban e ignorarlo completamente. Allí, Gaara vio a los niños jugar y divertirse, y aquel sonido no era otro más que esperanza; una esperanza decorosa en la forma de una risa juvenil, inocente y prístina.

 

—Todos estos niños están disponibles para adopción, Kazekage-sama —la anciana que atendía el orfanato señaló hacia la multitud de niños que, con tan sólo escuchar la palabra adopción, se giró a mirar a Gaara nuevamente.

 

Esta vez, diferente a la anterior, Gaara vio sus ojitos brillar, y en ellos había tantas emociones que realmente le hicieron recordar la razón por la que había estado aplazando aquel momento durante todo ese tiempo. Lo que brillaba en aquellas miradas aniñadas e infantiles era la ilusión, era el deseo de recibir una promesa de una vida mejor, una situación mejor. Esos niños buscaban un padre amoroso, una familia cargada de cariño, buscaban gestos afectuosos, besos suaves sobre la frente, y todas esas eran cosas que Gaara no poseía. Y Gaara odiaba tener que romper esas esperanzas, odiaba tener que hacerles ver por sí mismo que aquellas ilusiones, aquellos sueños, nunca serían más que sólo eso.

 

Pero antes de poder arrepentirse y dar la media vuelta, Gaara se vio rodeado de manitas pequeñas que halaban de su túnica buscando llamar su atención. Todos aquellos eran niños que habían perdido a sus padres en alguna guerra, o como él, cuya madre había muerto al dar a luz, y eran apenas criaturas que, también como él, habían sostenido la idea de que el mañana iba a ser mejor. Pero no con él, no con el frío Kazekage.

 

Por un momento Gaara se sintió ahogado por tanta esperanza junta, a sus pies, y por el pensamiento de que él iba a romper esos corazones pequeños y dulces. Esos ojitos cristalinos que le observaban con devoción, él iba a conseguir que le miraran con pena y con desencanto. A uno de ellos, seguro, le quebraría cada esperanza, cuando comprendiera que no había recibido lo que esperaba, no un padre amoroso y tierno sino la más pura y fría decepción.

 

En ese instante Gaara sintió que no lo soportaría. Su estómago se revolvió dentro de su cuerpo, enfermo. Eso era: estaba enfermo, y los Ancianos pensaban que un hijo lo solucionaría, un hijo era la cura perfecta. Porque los aldeanos estaban empezando a dudar, al verle siempre tan apartado, tan lejano, así que querían verle más humano.

 

—Kazekage-sama, ¿se encuentra bien? —preguntó la anciana acercándose con prudencia; no demasiado, porque no quería alertarle y porque a fin de cuentas le tenía miedo (como todos), así que se mantuvo apenas lo suficientemente cerca.

 

Gaara se llevó una mano a la cabeza, los ojos cerrados con fuerza. Estaba mareándose. Tanta felicidad junta a su alrededor lo mareaba, lo ponía indispuesto.

 

—E-Estoy bien —apenas pudo decir—. Sólo necesito… algo de aire fresco —eso, sin duda.

 

Aún algo reluctante, la mujer asintió, llamando a todos los pequeños para que dejaran al Kage en paz por unos minutos. Y los niños, aunque haciendo cortos y adorables pucheros, se separaron del pelirrojo, prácticamente obligándole a prometer que jugaría con ellos. Gaara no quería saber nada de eso, pero al menos agradecía el estar relativamente a solas.

 

—Gaara-sama —le llamó de nuevo la mujer, su rostro preocupado casi—, no es mi lugar cuestionarle pero, ¿está seguro de lo que va a hacer? —ella, al igual que todos en el orfanato, entendían la posición del pelirrojo, pero su cariño hacia esos niños iba incluso más allá que la lealtad que sentía hacia el gobernante. Porque no quería que sufrieran, sus pequeños, aquellas criaturitas que eran casi como sus hijos.

 

Tras unos segundos, el pelirrojo contestó, su voz austera y grave.

 

—Tiene razón, no es su lugar cuestionarme —respondió, cruzando ambos brazos a la altura del pecho.

 

La mujer, asustada, asintió: —Mil perdones, Kazekage-sama —hizo una profunda reverencia, su rostro pálido, pero Gaara le ignoró.

 

En cambio, volvió a sumirse dentro de su mente.

 

No quería adoptar a ningún niño. No se veía capaz, ni siquiera merecedor. Todo eso no era sino una gran equivocación, y mientras más pensaba en ello, más se convencía de lo absurdo de la situación, de lo ridículo de la propuesta. Fue entonces cuando, al levantar apenas la mirada, lo vio.

 

Era un niño, pequeño y delgado como los otros, pero se le veía mayor, como de unos doce o trece años. Pero no fue esto lo que llamó su atención (había huérfanos de todas las edades); fueron sus ojos. Sus ojos que eran negros como la noche, y profundos cual pozo sin fondo. Gaara no supo porqué, pero aquellas gemas del color del ébano se le hicieron irresistibles, hipnotizantes casi, ¡y se le veía tan triste!

 

El corazón de Gaara se estremeció al verle, y el muchacho tembló, y en lugar de acercarse salió corriendo, dejando al pelirrojo más que sorprendido. ¿Por qué no se había acercado, como los otros?

 

—Gaara-sama —le llamó la anciana de nueva cuenta, notando la forma en que el pelirrojo observaba el lugar por donde había escapado el niño—. ¿Quiere conocer a alguno de los pequeños? —le instó, deseando que el Kage dirigiera su vista hacia los niños más jóvenes.

 

—¿Quién era él? —preguntó Gaara con genuina curiosidad.

 

La mujer se removió en su sitio, inquieta.

 

—Es… es uno de los huérfanos —dijo de una forma tan seca y trabajada que Gaara se giró a mirarle, estudiándole con frialdad—. Es el más grande, y pues… ¿No quiere ver a los otros chicos? —añadió, su garganta seca, a lo que el pelirrojo entornó la mirada. ¿Por qué esa mujer no quería hablar de aquel niño? ¿O es que acaso no quería que le adoptaran? Pensar en eso hizo que una furia estremecedora bullera dentro de su pecho, y su semblante apenas lo demostró en un leve fruncimiento de ceño que hizo a la mujer sudar y temblar en su sitio.

 

—¿G-Gaara-sama? —le llamó al verle caminar hacia la salida— Vuelva, por favor —pidió con desasosiego.

 

El Kage se detuvo apenas un segundo, mirándole por el rabillo del ojo.

 

—No me dirás qué es lo que debo o no debo hacer —ordenó, y con esto abandonó la sala.

 

Al salir al jardín lo recibió una soledad casi estremecedora. El jardín era amplio, lleno de arena y rocas, y en el centro yacía un columpio. Gaara se dirigió a él de inmediato, notando como el niño al que había contemplado con anterioridad se mecía de forma suave, sus pies arrastrándose por sobre la arena. Una vez más, Gaara frunció el ceño, caminando con lentitud hasta posarse junto al pequeño, quien ni siquiera alzó la mirada a verle.

 

Cuando un par de minutos pasaron sin que el niño hiciera amago de reconocerle, el pelirrojo tomó asiento a su lado en el columpio, meciéndose cual si fuese un infante. Por Kami, si los del Consejo lo vieran de ese modo, pero de alguna manera se sentía calmo, tranquilo, relajado casi. Era, de cierta forma, como recordar, cuando aún era un niño y amaba mecerse en los columpios, porque lo hacían sentir bien cuando estaba triste y porque lo entretenían cuando estaba alegre.

 

El Kazekage estuvo a punto de perderse en sus recuerdos cuando una voz suavecita y dulce lo distrajo.

 

—¿Qué está haciendo? —preguntó el pequeño mirándole con una mezcla de sorpresa e incredulidad. Y al saberse descubierto, Gaara carraspeó apenas, sus mejillas adoptando el más sutil de los rubores.

 

—Mi nombre es Gaara —decidió presentarse en lugar de responder. ¿Qué iba a decir de todos modos?

 

El pequeño volvió a mirarle, esta vez con algo de duda y, nuevamente, la tristeza. Aquella tristeza que descolocaba a Gaara, que le ponía los pelos de punta por lo equivocada de la misma. Porque los niños no debían sentirse así, no debían, punto.

 

—Eso ya lo sé, Kazekage-sama —dijo el pequeño, sus ojos oscuros puestos en el suelo de piedra. Volvió a mecerse, lento pero seguido, y un suspiro miserable escapó de su labios.

 

Por un momento, Gaara se mantuvo en silencio, pensativo. La verdad sea dicha, no entendía nada de lo que ocurría. Se suponía que él debía estar escogiendo un hijo, un sucesor, daba igual si lo hacía al azar, y sin embargo estaba allí, junto a un pequeño que no hacía sino suspirar de vez en cuando, y Gaara pudo jurarlo, aquel estaba haciendo todo lo posible para no llorar.

 

Cuando el Kage no pudo tolerarlo más, dijo:

 

—No pareces muy feliz de verme aquí —susurró con la mirada perdida en los pequeños que jugaban dentro del edificio.

 

Se sentía bien, por momentos, el tener ese solitario espacio para respirar. A su lado, el pelinegro no hacía sino mecerse en su columpio y suspirar, a lo que Gaara le observó de soslayo, intrigado por su actitud. De todos los niños que habían corrido a recibirlo, éste era el único que no se había lanzado a abrazarlo, ni había halado de su túnica ni había sonreído en su dirección. Éste, en lugar de querer ganarse su cariño, no había hecho sino permanecer aparte, con sus enormes ojos negros observando todo con melancolía.

 

Gaara sabía que era eso porque él mismo había tenido ese anhelo, casi a su misma edad sino es que más temprano, y había tenido esa ganas de una vida mejor, una vida diferente. Y asimismo, en aquella mirada perdida y agobiada, era capaz de ver la resignación, como si simplemente… se hubiese dado por vencido, como si no estuviese esperando nada de nadie. Y justamente así había sido él, en su niñez, cuando caminaba por las frías y solitarias calles de Suna, escuchando en la lejanía las risas de los niños con sus padres, las familias, las madres amorosas, los hijos contentos… En aquel tiempo Gaara solía desear con todas sus fuerzas, con adoración ferviente y absoluta, pedía a la luna y las estrellas por un pequeño milagro, así de chiquito como un granito de arena: que alguien mirara en su dirección y no viese al monstruo que era. Alguien, quien fuese, que le sonriera y le hablara con cariño. Pero sus deseos nunca se habían visto convertidos en realidad, y ahora estaba allí, con una responsabilidad mayor que el mismo desierto de Sunagakure.

 

—Estoy feliz —respondió el niño luego de lo que pareció una eternidad, sus ojitos tristes rebatiendo su afirmación—. Estoy feliz por ellos, porque uno de ellos tendrá una familia y estará muy contento —dijo con una ingenuidad que hizo remover el corazón del pelirrojo, nuevamente. Porque allí estaba el quid de la cuestión: esos niños no iban a obtener lo que deseaban, no iban a obtener absolutamente nada.

 

—¿Y por qué no te incluyes tú también? —preguntó entonces, una parte de su persona sintiéndose curiosa porque aquel pequeño parecía hablar como si él no tuviese las mismas oportunidades que los otros de ser adoptado. ¿O es que acaso no quería que lo adoptaran?

 

Lentamente, el niño negó con la cabeza, haciendo que un semblante mínimamente sorprendido se apoderara del joven Kage.

 

—Yo no tengo posibilidad —y al decirlo su labio inferior tembló, y sus ojos se tornaron líquidos como un manantial, igualmente cristalinos y limpios—. Ya soy muy grande. Nadie va a adoptarme.

 

Sus palabras fueron seguidas de un suspiro tan lamentable que Gaara tuvo que girar el rostro por completo y mirarle. Aquel pequeño… hablaba con tanta desesperanza, que Gaara se vio con unas enormes ganas de simplemente atraparlo entre sus brazos y asegurarle que todo estaría bien; y esa era la primera vez que algo así sucedía. Es decir, él mismo no terminaba de comprender de dónde salía ese deseo, pero entendía que era fuerte, porque ningún niño debía nunca llevar un semblante tan acongojado, no debía nunca sentirse de esa manera. Y peor aún, ningún niño, ningún ser viviente, podía hacer sentir a Gaara de esa forma, con un enorme nudo en la garganta que hasta le trancaba la respiración.

 

—No te rindas —murmuró, y sin saber qué le había impulsado a ello, llevó una mano a acariciar los largos y finos cabellos negros que se mecían al compás del viento.

 

El pequeño alzó la mirada, sus ojos llorosos contemplando a Gaara, quien sintió un nudo mayor trancarle el pecho. Porque aquellos ojos eran… eran enormes, estaban llenos de dolor, de pena, pero también de inocencia, de una ingenuidad casi obscena.

 

—No deberías rendirte —le aseguró Gaara inspirando hondamente, obligándose a apartar la mirada. Y tan sólo ese gesto, tan sencillo y simple, supuso un dolor casi físico, es decir, el dejarle, el no perderse más en ese abismo oscuro que era su mirada—. ¿Cuál es tu nombre? —preguntó realmente curioso.

 

El niño sonrió apenas un poco al sentir las caricias sobre su cabello.

 

—Mi nombre es Lee —dijo con su vocecita aniñada e infantil—, Rock Lee.

 

A punto de añadir otra cosa, una de las mujeres del orfanato le interrumpió, sus pies pesados y gruesos pareciendo remover la arena a su alrededor. Gaara le dedicó una mirada de hielo, increpándole por su atrevimiento. ¿Cómo se atrevía a interrumpirle, a él, un Kage? La mujer soltó un jadeo nervioso, jugando con el borde de su blusa marrón.

 

—P-Perdone, Kazekage-sama, pero… —se mordió los labios, ansiosa— los niños lo están esperando.

 

El pelirrojo entrecerró los ojos, molesto por su actitud, pero asintió.

 

Se levantó lentamente de su asiento, y antes de marcharse acarició la cabeza de Lee una vez más. Y sin darse cuenta, sin siquiera percatarse de ello, una ínfima sonrisa se apropió de sus labios al decir:

 

—Todo estará bien, lo prometo…

 

 


(1) *No sé bien si esta frase se usa en todas partes, pero es lo que en inglés sería ‘puppy dog eyes’, muy cutes XD

Notas finales:

Gracias x leer ^^


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