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Notas del fanfic:

 

Hola lectores.

Antes de que empiecen a leer es necesario aclarar que los personajes de este fanfic NO me pertenecen. El mundo mágico de Mítica y la mayor parte de los personajes (Todos los principales) son originalmente propiedad de la autora “La oscura reina ángel” (cuyo perfil enlazo http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewuser.php?uid=4141 ) y aparecen como personajes secundarios en su fic “Prisionero” (El cual también enlazo http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=20415 ) y los cuales, la autora muy gentilmente me ha prestado para hacer una especie de spin off pre- cuela.

Aclaro que para leer este fic no es absolutamente necesario haber leído “Prisionero”, ya que los sucesos que se desarrollaran aquí son anteriores a los que ocurren en el fic original, sin embargo, ciertos personajes que serán mencionados en el fic están mucho mejor descritos en “Prisionero”, por lo que sería maravilloso y mucho más completo leer ambos.

Por último quiero dar las gracias a “La oscura reina ángel” que me permitió hacer realidad mi sueño de escribir sobre estos dos magníficos personajes. Un beso cielo eres súper linda. Gracias a ti me atreví a incursionar en este maravilloso mundo del yaoi y te considero una mentora y amiga ^^. Este fic va completamente dedicado a ti. 

 

Capítulo I

Impulsos del corazón.

 

 

   Los jardines del palacio de Riverdou habían amanecido decorados con los colores de la primavera que recién empezaba. Desde las almenas más altas y las inmensas terrazas podía verse la esplendorosa fiesta de colores que departían las flores.

   Las fuentes de chorros altos y potentes reflejaban los rayos de sol, que aquel día, despuntaba soberbio en un cielo despejado y azulísimo. Hasta el canto de las aves sonaba vibrante y arrullador, cómo si toda la tierra cantara un himno en honor a la estación más alegre. E incluso, los seres mágicos que habitaban aquellas tierras parecían contagiados por ello.

   Legiel de Reverdou se había levantado temprano. Se sentía feliz, lleno de vida, rozagante como las rosas perfumadas que se abrían en los jardines. Como príncipe del reino tenía cosas importantes que hacer aquella mañana, sin embargo, de momento, su tutor se había retrasado y por ello el príncipe había permanecido en su habitación, desde la cual, podía escuchar el jolgorio que su hermana menor, Sakira, tenía en su jardín privado.

   >> Es tan dulce y hermosa>> pensó Legiel esbozando una sonrisa. El y Sakira eran los hijos menores de los reyes hados de Reverdou y la escasa distancia de edad les había permitido conectar mejor y ser los mejores amigos. Legiel amaba a su hermana cómo lo más preciado y se sentía capaz de hacer cualquier cosa por ella… incluso matar, o morir.

   —Alteza… —Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando uno de los sirvientes entró haciendo una cortés reverencia.

   —¿Si, Aldor? —preguntó Legiel que conocía a todos sus sirvientes por el nombre— ¿Ha pasado algo?

   —Su tutor, Miren, ha amanecido un poco indispuesto—respondió el jovencito sonrojándose un poco y agachando la mirada—. Dicen los facultativos que… bueno, que…

   —¿Dicen… qué?

   —Que está embarazado, Alteza. Y por eso no vendrá hoy a darle su lección. —El sirviente hizo de nuevo una reverencia tratando de huir de allí. Legiel era un hado con la habilidad de la reproducción, pero aun así, no estaba casado aun y resultaba incomodo hablarle de esos temas. El príncipe sin embargo solo se encogió de hombros y sonrió… Tendría la mañana libre.

 

 

   Sakira paseaba por los jardines en compañía de sus hadas de compañía.  Todas las cuatro chicas eran de una belleza abismal y sublime, pero sin duda Sakira era de lejos la más bella. La princesa menor de Reverdou era tan hermosa que hasta los confines de otros reinos habían llegado comentarios sobre su porte, y desde diferentes lugares del planeta se habían desplazado grandes artistas que solicitaban permiso a los reyes para inmortalizar a la joven en un retrato. Pero la belleza de Sakira no había podido ser plasmada por nadie, y ni siquiera las manos más hábiles habían podido capturar ni siquiera un leve atisbo de su hermosura. >> Sakira era única>>, decía Legiel constantemente. Unica y preciada.

   —Reflejas la alegría de las flores esta mañana, querida hermana—dijo el hado avanzando hasta la banquilla donde se hallaban las jóvenes. Estaban sentadas cerca a un estanque artificial que cruzaba los jardines y que con el suave ronroneo de las aguas le daba un acogedor ambiente a aquel lugar.

   —Mí querido, Legiel. —Los ojos azules de la joven hada se iluminaron con gentileza; sus cabellos rubios como hilos de oro resplandecían bajo el sol de la mañana. Llevaba puesto un vestido de seda larga hasta los tobillos, de profundo escote con ribetes de encajes. El vestido se sostenía en los hombros con dos grandes broches de plata en forma de estrella y la faja era un complejo tejido de rosas.

   —Veo que la primavera te tiene feliz—. Legiel rompió por completo la distancia sentándose junto a su hermana. La joven tenía una carita ovalada y graciosa, nariz pequeña respingada y pómulos levemente pronunciados que se sonrojaban encantadoramente—. ¿A que se debe tanta alegría?

   —Las chicas y yo hemos encontrado algo increíble—. La sonrisa traviesa de su hermana hizo comprender a Legiel que la joven se había visto envuelta en una nueva travesura. Suspiró.

   —¿De qué se trata? —inquirió mirándola con ojos entrecerrados—. ¿Qué nueva travesura has hecho? ¿No te estarás metiendo en líos, verdad?

   —No, nada de eso. —Sakira negó con la cabeza y su cabellera rubia se meció con el viento—. Es solo que en el jardín secreto de nuestros padres encontré algo maravilloso… Un pozo. Un pozo mágico.

   Legiel abrió sus ojos de forma exagerada; eran tan puros y azules como el cielo sobre ellos, y estaban consternados por la revelación de su hermana.

   —Sakira, el poso que encontraste es el pozo de los mundos de nuestra madre—informó asustado—. Ese pozo es secreto y nosotros tenemos prohibido asomarnos a él. ¡Prométeme que no volverás a ir a ese lugar!

   —Pero…

   —¡Prométemelo, Sakia!

   —Está bien. —Los delgados labios de la princesa se curvaron en un rictus de resignación. Legiel sonrió mirándola con ternura.

   —Escúchame, Sakia —le dijo con ojos llenos de cariño—. No es bueno que alimentes tu cabecita con mundos lejanos e imposibles para nosotros… Todo lo que necesitas lo tienes aquí, con nosotros. Con tu familia.

   Sakira asintió resignada. El resto de la mañana y los días venideros los nobles de Reverdou celebraron las fiestas en honor al inicio de la primavera. Todo el reino se engalanó en un romerío de desfiles y celebraciones populares que duraron casi cinco días. El último día el palacio mismo se había ataviado de lujo con un baile que se celebraba en los jardines. Miles de hachones encendidos iluminaban los jardines exteriores donde la nobleza se movía en exultante y descomunal derroche de lujo y colorido.

   Todos los hados nobles del reino departían junto a las grandes mesas del banquete. El vino, la música y la pomposidad habían nublado las mentes de algunos y hacían que las conversaciones que en principio eran suaves y corteses, se hubieran convertido en algunos lugares, en verdaderos gritos y algarabías. Legiel escuchaba a unos hados, algo borrachos ya, reír a todo pulmón con las bromas que contaba un bufón, mientras seguían vaciando jarras enteras de licor. Hasta Alan, su hermano mayor, parecía estar un poco ebrio riendo como tonto ante el bufón que ahora hacía cabriolas.

   Agotado de tanto bullicio decidió alejarse un poco. Hacía varias horas que no había viso a Sakira y de sus doncellas de compañía tampoco se veía ni el rastro.

   >> ¿Dónde te metiste, Sakira?>> se preguntó mientras veía la sombra de una silueta desplazarse entre unos arbustos del jardín. Giró de inmediato pero la sombra ya había desaparecido. Intranquilo, decidió seguir el rumbo que al parecer había tomado.

   A medida que se alejaba, Legiel sentía como la música y las voces de los invitados se iban haciendo cada vez más lejanas. Estaba saliendo de los jardines principales para introducirse cada vez más en los jardines privados de los reyes. La luna brillaba en lo alto y aquella noche estaba más resplandeciente que de costumbre, tanto, que en las partes del trayecto donde la luz de los hachones llegaba con mayor debilidad, Legiel podía ver a la perfección cualquier cosa. Igual, también su naturaleza de hado le permitía desplazarse en medio de la naturaleza sin mayores inconvenientes, razón por la cual el trayecto no fue tan complicado.

   Sin embargo cuando estaba a punto de atravesar el gran arbusto que separaba los jardines privados de los reyes de los jardines centrales, Legiel sintió algo de miedo. Sabía que ir a los jardines de sus padres no estaba permitido pero él sentía que debía hacerlo. Tenía el presentimiento que al otro lado lo aguardaba algo importante que tenía que hacer y Legiel siempre obedecía a sus instintos.

   Su delgada silueta se introdujo entre los arbustos. A pesar de ser hombre, su condición de doncel con capacidad de concebir hijos, le hacía ser menudo y frágil cómo una mujer. Era bello cómo un tulipán y delicado cómo una margarita, muchos incluso habían comparado su belleza con la de su hermana, pero Legiel no permitía tales comparaciones. El no se sentía ni la mitad de bello que Sakira y su belleza era además muy diferente. El príncipe tenía una hermosura sosegada y serena, cómo un lago en calma; era un hadito de trato suave y mirar puro, cómo si su alma albergase solo buenos sentimientos y buenos sentimientos fuese lo único que esperase de los demás. Cómo si la maldad fuese algo que su corazón no conociese ni creyera posible.

   Mientras avanzaba, su túnica se enredó entre unas ramas sobresalientes entre los arbustos y unas estacas le rasgaron la tela. Tenía un ropaje fino de lino blanco ribeteado en encajes rojo escarlata, los cuales hacían juego con su mata de cabellos rojos cómo el fuego. Legiel tenía una melena larga hasta la cintura y su rostro, un poco pálido, era ovalado y fino, cómo cincelado por la mano de un talentoso escultor. Su cuerpo era un tanto menudo pero bien proporcionado, y cuando aprendió a volar hacía varios años atrás, sus alas rojas y azules habían sido la sensación entre los nobles del reino, pues nunca antes ningún otro hado había tenido una combinación de colores tan bonita.

   Cuando las luces de artificio empezaron a decorar  el cielo de Reverdou, Legiel llegó por fin al principio de los jardines reales. Sus ojos se abrieron de par en par contemplando aquel esplendor. Aquellos vergeles eran casi el doble de grandes que los jardines centrales y que los privados de los príncipes; tenían un estanque inmenso que era cruzado por un puente arqueado que fácilmente podía tener el largo de una pequeña muralla. Legiel pensó en aquel momento que para recorrerlo todo se necesitaría más de medio día, y que atravesar el laberinto de setos podía ser una labor imposible o por lo menos, altamente peligrosa.

   Fue por ello que decidió tomar otra ruta, el caminito pedregoso que avanzaba hasta un ala lateral del jardín. Allí las luces de unos hachones iluminaban la estancia, y al  final del camino, pasando una pequeña trampilla, se hallaba un rosal gigantesco, un nido de rosas en medio del cual se alzaba un pozo de piedra alto y profundo. El pozo de los mundos de su madre… El pozo prohibido.

   Y Sakira estaba sentada en el borde del pozo.

   —¡Sakira! —Legiel no pudo evitar que la voz le saliera más alterada de lo que deseaba. Sakira se estremeció al oírlo y tuvo que agarrarse para no terminar dentro del pozo. Con premura se puso de pie mirando a su hermano con gesto consternado.

   —Legiel, yo…

   —¡Me prometiste no venir aquí nunca más! —le reprochó el príncipe caminando hacia ella—. ¿Y donde están tus doncellas? ¿Por qué te han dejado solas?

   —Les pedí que se quedasen en el palacio para que la gente pensara que me encontraba indispuesta en mis habitaciones. Legiel yo… yo no puedo soportarlo más. Tengo que decírtelo.

   —¿Decirme qué? —El rostro de Legiel se convirtió en un poema de emociones. Nunca había visto a Sakira así de abrumada. Era obvio que algo muy grave le estaba sucediendo y que él era la única persona en la que ella podía confiar. Aturdido se acercó y la abrazó con fuerza.

   Las lágrimas de Sakira comenzaron a mojar la túnica de Legiel. Su llanto era tan conmovedor y lastimero que el príncipe se asustó de veras. Con su mano diestra alzó ligeramente la carita de porcelana que tantos hombres anhelaban y la miró con inmensa dulzura.

   —Estoy enamorada, hermano mío. —La confesión de Sakira estremeció el corazón de Legiel. La joven princesa de Reverdou estaba comprometida en matrimonio con Karinte de Mítica, rey de los elfos, pero era obvio que la princesa no hablaba de él. En los cinco meses de compromiso que llevaban, Sakira solo había visto a aquel rey un par de veces, sin embargo, esos dos encuentros habían sido suficientes para hacerle saber a la princesa que aquel hombre no era lo que deseaba para compartir el resto de su vida.

   Legiel sabía eso y sintió mucho miedo.

   —Hermana mia…

   —No, no digas nada. —Sakira, que sabía de sobra lo que su hermano pensaba decirle le colocó un dedo en los labios antes de que le soltara un sermón. Tenía que hacerle entender lo que estaba sintiendo y eso solo sería posible si le mostraba al dueño de su corazón—. Ven, quiero que lo veas.

   Con algo de dubitación, Legiel se acercó al pozo y miró sobre las cristalinas aguas que se mecían en este, reflejando la luz de la luna y las caritas sombradas de los dos príncipes. Pero entonces cuando pensó que su hermana le estaba tomando del pelo, Sakira introdujo su mano sobre las aguas y un remolino comenzó a formarse en ellas hasta que el fondo del pozo se convirtió en un espejo que mostraba el reflejo de un mundo extraño y diferente, un mundo que Legiel no habría podido imaginar ni en sus mas locas fantasías.

   —¿Qué es esto? —preguntó en susurros casi ahogados de la impresión—. ¿Qué son esas cosas que se mueven y esos castillos tan extraños?

   —Es el mundo humano —respondió Sakira con una sonrisa—. He estado investigando y he descubierto que los castillos extraños como tú los llamas son edificaciones gigantescas llamadas rascacielos, edificios y hoteles, y las cosas raras que se mueven se conocen como automóviles. Son como carruajes pero no se mueven con caballos sino con una tecnología magnifica que ellos manejan.

   —Vaya… ¿Entonces también tiene magia como nosotros?

   —No, no es así— se apresuró a corregir la princesa—. Ellos no tienen magia, la tecnología no es magia según lo que he investigado.

   —¿Entonces son seres sin magia?

   —Así es. Pero eso no era lo que quería mostrarte—. Sakira volvió a tocar las aguas del pozo y esta vez la figura de un hombre apuesto, ataviado en unas ropas que para Legiel eran supremamente extrañas, apareció en el fondo de foso. El hombre caminaba con dirección a uno de esos edificios gigantes al cual ingresó luego de que unas puertas de cristal se abrieran frente a él.

   —¿Es él, verdad?—. Legiel dijo aquello a modo de pregunta aunque conocía la respuesta de sobra. Sakira lo miró con ojos vibrantes—. Estás loca, niña.

   —¿Y puedes culparme después de ver lo magnifico que es? ¡Ayúdame, hermano!

   —¡No! —La voz de Legiel no mostraba dudas pero su mirada si—. Estas comprometida con Karinte de Mítica, rey de los elfos—argumentó cómo último recurso—. Debes casarte con él.

   —¡Yo no amo a ese hombre, ni siquiera me agrada!—chilló Sakira; sus ojos se habían humedecido de nuevo y su cuerpo temblaba como un hoja la viento—. No voy a ser feliz a su lado y no podré hacerlo feliz a él tampoco. No podría amar a otro hombre que no sea Andreas Santorrino.

   —¿Sabes su nombre? —Los ojos de Legiel se abrieron con espanto—. ¿Tú no estarás…?

   —Sí, lo he hecho. —Esta vez la voz de Sakira no había dudado en responder—. He usado magia para averiguar todas las cosas que he averiguado, hermano. Y la usaré para huir.

   —¡Sakira , no!—Legiel sintió que perdía la voz de la impresión. Aquello tenía que ser una broma. Sakira no podía estar hablando en serio ni haber estado usando magia peligrosa para dar con la identidad de ese hombre—. Hermana debes detenerte —le dijo casi a modo de suplica—. Por favor, olvidémonos de esto. Yo no diré nada y será como si nunca hubiera sucedido. Te casaras con el rey Karinte y con el tiempo llegaras a amarlo, pero por favor no sigas haciendo locuras.

   —Eso lo dices porque tú nunca te has enamorado, hermano —replicó la princesa volviendo a sentarse sobre el pozo. Los juegos artificiales habían terminado y el cielo volvía a estar despejado y calmo—. Cuando te enamores te sentirás capaz de hacer cualquier cosa por la persona que amas.

   —¡Nada de eso, yo nunca perderé la cordura por algo así y menos de una forma tan desproporcionada como esta! ¡Ahora, párate de allí y vámonos! ¡No volverás a este lugar nunca más o se lo diré a nuestros padres!

   Aquella noche, Legiel sacó a su hermana de aquel jardín casi a rastras, pero lo cierto fue que nunca cumplió su amenaza. Nunca contó nada a sus padres sobre lo sucedido en los jardines secretos y en cambio de eso se vio a si mismo ayudando a Sakira a volver al pozo casi todas las noche para ver a su amado. Así duraron varios meses y una de aquellas noches, Sakira y Legiel hicieron algo prohibido y altamente peligroso, Legiel ayudó a Sakira a cumplir su objetivo y escapar hacía el mundo humano y la hermosa princesa de belleza legendaria despareció de aquel mundo mágico para siempre. 

   En el castillo de Reverdou se pensó por un tiempo que la princesa había sido secuestrada o asesinada, pero después de varias semanas por fin se supo que había pasado realmente la noche en que la princesa había desaparecido. Legiel fue castigado con la clausura en sus habitaciones, no se le permitía recibir ningún tipo de visitas, ni abandonar su recamara para nada. Su mundo se convirtió en cuatro muros de piedra y la compañía de dos sirvientes que eran los únicos autorizados a visitarle. Sentía que los días y las noches trascurrían con una lentitud espeluznante y que la vida solo pasaba para los que estaban afuera. El color de las flores perdió su encanto, el canto de los pájaros parecía un réquiem de tristeza y soledad y el tiempo parecía haberse congelado en aquella habitación.

   El día que su madre, con rostro frio y lleno de dolor fue a decirle que el rey Karinte lo había solicitado en matrimonio en lugar de su hermana, Legiel solo asintió. No podía hacer otra cosa que aceptar…A diferencia de su hermana, él no tenía opción.

 

 

 

 

   Los preparativos de la boda entre la princesa Sakira de Reverdou y el rey Karinte de Mítica ya estaban completamente preparados cuando el monarca de los elfos se enteró que la joven doncella había huido hacia el mundo humano despreciando el enlace.

   Karinte de Mítica había estado casado antes, y de esa unión había quedado su único hijo y heredero, el cual necesitaba un calor maternal que lo ayudase a terminar su crianza pues su verdadera madre había muerto años atrás. Era por esto que Karinte había decidido volver a casarse, aunque también esperaba que esa hermosa hada que había conocido meses atrás lograra hacer que su corazón sanase de la herida dejada por la prematura muerte de su primera esposa.

   De manera que cuando el rey se enteró que la joven y hermosa princesa lo había despreciado dejándolo en ridículo delante de toda Mítica y los demás reinos, sintió su corazón arder de ira. Nunca antes había sido tan humillado y no podía creer que los hados lo hubieran insultado de tal manera. La mañana en que mandó a recoger toda la comida del banquete de bodas, los adornos florales y los miles de regalos que pensaba ofrecerle a su nueva esposa, sintió que el corazón se le encogía en el pecho y no solo por su orgullo herido. Realmente le había agradado mucho la muchacha y había llegado a pensar que él también había resultado del agrado de la joven.

   Sakira le había sonreído mucho el día que se conocieron y también en su segundo encuentro, de manera que Karinte se había ilusionado y había cultivado la esperanza de volverse a enamorar. La princesa de las hadas tenía todo para ser una reina magnifica y amada por su pueblo, además de ser una joven de singular belleza que había cautivado su corazón.

   En definitiva, Karinte de Mítica estaba supremamente herido por aquel desplante y lo peor era que presentía que los reyes hados no le habían contado toda la verdad sobre la fuga de su prometida. En su corazón, el elfo sabía que había alguien más involucrado en aquel desplante y él pensaba averiguarlo. Sakira estaba muy lejos de su alcance y su rabia nunca podría alcanzarla, pero si tal como lo presentía, había otra persona involucrada en el asunto, entonces aquel personaje sería el escogido para purgar la falta de la princesa.

   —Mi señor, os traigo noticias —El concejero más antiguo de la corte del rey Karinte había entrado a la cámara privada donde su señor, sentado en una gran mesa junto a la ventana, revisaba unos papeles.

   Karinte alzó sus ojos verdes y vio que su concejero no se hallaba solo. Junto al otro elfo se hallaba un jovencito alto y espigado de cabello corto enmarañado y ropas desgastadas.

   —¿Es el espía que tenemos dentro del palacio de los hados? —preguntó dejando a un lado sus papeles para concentrarse en los recién llegados. Su rostro adusto y viril se ensombreció y sus cabellos negros como el ébano desprendían destellos brillantes ante los rayos de sol que entraba por la ventana de la terraza.

   —Mi nombre es Umiel, mi señor —apuntó el muchachito con una sonrisa tímida—. Soy un sirviente en el palacio de los hados pero estoy a sus órdenes. Y le traigo noticias importantes—. Miró al concejero esperando aprobación pero el imponente elfo solo asintió silente.

   —Pues habla —ordenó Karinte impaciente. El sirviente de los hados asintió.

   —La verdad es algo bastante turbio mi señor, pero me he asegurado de que es cierto. La princesa Sakira no escapó por sus propios medios hacia el mundo humano y tampoco lo hizo sola; escapó con una de sus doncellas. Ambas jóvenes fueron ayudadas por un pariente muy cercano de la princesa… Una persona que en este momento está recibiendo un severo castigo por ello.

   —¡Lo sabía! —rugió el rey dando una manotón sobre la gruesa mesa de madera— ¿Y quién es esa persona? ¡Dímelo! —exigió.

   —Fue el hermano de la princesa, mi señor: El príncipe Legiel de Reverdou, el menor de los hijos varones de los reyes hados.

   —¿Legiel? —Los ojos de Karinte se entrecerraron pensativos—. A ese no lo conocí cuando Sakira vino de visita a Mítica—apuntó—. No lo había oído mencionar antes.

   —Es porque el príncipe Legiel no es igual a sus hermanos Velkan y Alan, Majestad —habló el concejero quién parecía saber bastante de la familia real de los hados—Legiel es un hado fértil, y su condición de efebo hace que se le dispense el mismo trato que el que se le da a las mujeres. Por eso se le guarda con más celo que a sus hermanos.

   —Así es, mi señor —El joven sirviente de Reverdou se rascó la cabeza—. El príncipe Legiel es muy bello, tanto como su hermana, pero nunca se ha mostrado muy apurado por casarse, por eso sus padres decidieron dejarlo soltero. La reina Maharet ha dicho incluso que no obligará a Legiel a casarse salvo en caso de fuerza mayor.

   —¿Y restaurar las relaciones quebrantadas con nuestro reino le parecerá a la reina un asunto de fuerza mayor? —sonrió Karinte. Su cabeza acababa de planear una forma de vengarse de los hados por la humillación a la que lo habían expuesto y quien mejor para pagar por ello que el directo responsable de la fuga de Sakira.

   —¿Qué planea hacer, Majestad? —preguntó el concejero asustado. No le gustaba lo que estaba imaginando y para intentar detener aquello mandó a salir al joven sirviente prometiéndole que sería justamente recompensado por su información. De esta forma el muchachito partió feliz mientras los dos elfos se encerraban a solas en la recamara.

   —Voy a pedir la mano de Legiel de Reverdou en matrimonio —informó Karinte poniéndose de pie. Era alto y corpulento, de espaldas anchas y caderas afiladas. Esa mañana vestía una túnica negra con troquelados en hilos de plata hasta los pies, los cuales remataban en unas botas de cuero color marfil. Su cabellera oscura pendía lacia como un estandarte sin viento y sus movimientos seguros y firmes llegaron hasta un mapa gigantesco que colgaba en la pared lateral derecha de aquella cámara.

   Su concejero siguió sus movimientos con la mirada, era un elfo rubio y muy apuesto. Pero en ese momento su rostro solo reflejaba acritud y preocupación.

   —Si me permite expresar mi opinión, considero una locura lo que planea, Majestad.

   —En ese caso tu opinión me resulta intrascendente, Altamir —respondió el rey mirando el mapa de espaldas a su concejero—. La decisión está tomada. Y no hay marcha atrás.

   —Está llevando este asunto demasiado lejos, mi señor. En nuestro reino tenemos miles de elfas infinitamente hermosas y elfos fértiles que darían lo que fuera por ocupar su lado junto al trono. Olvide lo sucedido con los hados y retomemos los asuntos del reino, mi señor.

   —¡Los asuntos del reino son estos! —rugió Karinte volviéndose para mirar al otro elfo—. ¿Qué crees que pensará mi pueblo si me permito ser burlado de esta manera? ¿Qué pensaran de su rey?

   —Pensaran que es un hombre compasivo y sabio que sabe perdonar las ofensas y no se ensaña contra inocentes.

   —¡Legiel de Reverdou no es un inocente! —replicó Karinte con unos ojos cargados de ira—. Y te equivocas sobre mí, Altamir. No perdono las ofensas de los que me insultan y avergüenzan sin el menor escrúpulo. Eso no es sabiduría ni compasión, eso es debilidad y poco amor propio. Yo soy el rey Karinte de Mítica, soberano de los elfos, raza de orgullosos y valerosos hombres… ¡Y de mi nadie se burla! Y mucho menos un par de chiquillos.

   —¿Entonces va a desposar a ese jovencito a sabiendas que solo es un chiquillo que actuó con la inmadurez propia de sus años?

   —Asi es. Por fin lo has comprendido —sonrió el rey con dureza—. Ahora déjame seguir trabajando y por favor avisa a los sirvientes para que vuelvan a preparar el palacio para una boda real.

   —Como ordene, mi señor—. Altamir agachó el rostro y sin más replicas abandonó la estancia del rey. Su corazón y su experiencia le decían que aquello estaba supremamente mal y que posiblemente se les vendría encima una tragedia.  Cuando atravesó las torres reales para dirigirse hacia los torreones de los concejeros, vio al príncipe heredero, Kalima de Mítica, atravesando los jardines en compañía de su guardia.

   —¡Altamir, Altamir! —lo llamó el niño corriendo hacia él. Era un chiquillo precioso casi idéntico a su padre. Pero a diferencia del rey, los ojos del niño no eran duros ni vacios sino que estaban llenos de un brillo vivaz y dulce.

   —Alteza ¿Qué está haciendo por aquí? —preguntó el concejero agachándose para acariciar los cabellos negros del príncipe.

   —Quiero ver a papá… Estoy preocupado por él. ¿Es verdad lo que dice la gente?

   — ¿Y qué dice la gente, mi pequeño señor?

   —Dicen que la novia de papá se fugó para no tener que casarse con él… y luego se ríen y se burlan de papá.

   —Pues esa gente es tonta, no les hagas caso —replicó Altamir—. No merecen nada las personas que hablan del rey a sus espaldas. Quisiera verlos decir lo mismo delante de tu padre sin que les tiemble la voz. Estoy seguro que la mayoría se mearían encima— apuntó con una sonrisa imaginando la escena.

   —Es cierto —convino el príncipe—. Mi padre los pondría en su sitio, pero de todas formas me siento triste por él. Y por mí… quería tener una mamá.

   Altamir abrazó a su joven señor con gran afecto. No sabía si sería conveniente decirle a Kalima sobre los planes de su padre pues era posible que como consecuencia de aquel embrollo, el príncipe también saliese lastimado, pero finalmente se resolvió a hacerlo.

   —Escúcheme, alteza —dijo con una sonrisa sobando la cabecita del niño—. ¿Qué pensaría usted si en vez de una mamá la vida le diera otro papá?

   —¿Otro papá? —Los ojitos grandes y vivaces del príncipe se abrieron asombrados, pero una vez captado lo dicho por Altamir sus labios se curvaron en una dulce sonrisa—. Pues sería algo interesante —expresó con emoción—. ¡Muy interesante!

 

 

Continuará…

 


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