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Hijo de héroes problema de héroes por Vampire White Du Schiffer

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+ : : Viñeta III : : +

Era pena, tortuosa pena, la que acongojaba su corazón. Lo mancilla o lo deforma, de cualquier manera, duele. Era imposible evitar la separación, pero quiso evitarlo, aunque el intento fue en vano; Kotetsu sabía que Barnaby era de carácter difícil por todo lo que había sufrido. Sí, el mundo era cruel, pero Barnaby tenía la oportunidad de retribuir con algo de felicidad a ese mundo tan melodramático. No era una cosa imposible de cumplir, sólo debía aceptar el precioso regalo que crecía dentro del vientre. Pero si hay algo que Kotetsu no pudo cambiar en el conejo, fue el asunto, serio, muy serio, de los celos. No eran enfermizos, o no los conocía así hasta hace poco.

Pero es que no lo digería, ¡Cómo era posible que Barnaby creyera eso…! Era una tremenda sandez. Tal vez su error consistió en nunca plantear correctamente su rol. «Soy tu amante, no tu padre» pero ya era algo tarde para eso.

Se preguntó si esto no causaría más males que bienes. Sin embargo tenía más miedo de lo que Barnaby pudiera ocasionar si se quedaba.

Por la ventanilla alcanzó a ver por última vez las luces de su animada ciudad. Agotado por tan abrumadores pensamientos, se durmió en el avión, con ambas manos sobre el vientre, dándole calor.

Lo que Kotetsu no pensó correctamente, fue que Barnaby no se quedaría quieto hasta encontrarlo.

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Después de ser sometido por un corto y efectivo argumento que la chica le soltó cuando fue en búsqueda del tigre a su apartamento, subió, en efecto, al piso donde no encontró nada ni nadie. Una persona, tal vez la casera, de cualquier forma era una mujer mayor de sonrisa agradable, le indicó que el ex dueño había partido sin mucha explicación, sólo un «Muchas gracias por cuidarme, adiós». Despertó curiosidad, sí, pero no era mujer que vive de los chismes.

No lo entendía. Las razones atropelladas, fingidamente seguras, que Karina le brindaba con desesperanza, no despejaban sus dudas. Tenía una especie de presión en el estómago, sentía fiebre, le sudaban las axilas y en la frente pronto aparecería una cascada de sudor. Daba círculos sobre la alfombra, miraba el reloj, el teléfono y seguía su rumbo. «Kotetsu me llamará pronto» detuvo sus pasos «Debe llamarme». Para darse ánimo, y regalaba una mirada furtiva a Karina, que permanecía seria y ciertamente estaba calmada. De una manera que a Barnaby le dijo en esos gestos que esto ya estaba previsto, al punto en que llegó a preguntarse seriamente desde cuándo. Por lo que a él correspondía saber, Karina esperaba la menor oportunidad para coquetear a Kotetsu, el tan siempre ignorante a esas circunstancias, después de todo, su amante, ahora fugitivo, simbolizaba algo importante para ella. Aunque, ahora estaba dubitativo, en menor medida a lo correspondiente a Kotetsu; era, bien dicho, un asunto casi irrelevante. Las razones por las que Karina estuviese allí, tratando de calmarlo, de animarlo en silencio, carecían de valor. A lo que a él le interesaba saber, ella respondía hoscamente y con evasivas, así que ya no había mayor caso para esperar en casa. Era una pérdida de tiempo, ahora que recababa en ese hecho. Si Kotetsu iba a llamarle, podría hacerlo al celular.

−Me voy –tomó su chaqueta roja, que había dejado en la perilla de la puerta.

−Espera –no le llamó en vano –. Ya te lo dije,  el viejo no piensa regresar contigo.

−Ya te oí –pronunció lentamente las palabras, manteniéndose al borde de la cortesía y la grosería –. Pero alguno de ustedes sabe perfectamente adónde se fue –pasó a su lado, golpeándola ligeramente con el hombro –. Puedes quedarte el tiempo que quieras, me tiene sin cuidado –incluso dejó las llaves en la mesa de cristal.

La joven muchacha inspiró profundamente, y  fue tras él.

−¿Crees que te dirán algo? –preguntó, cruzada de brazos y esperando junto a Barnaby a que llegase el elevador. El rubio sólo la miró de soslayo, muy molesto, cambió de plan.

−Deja de seguirme –advirtió con el ceño fruncido y tomando otro camino hacia abajo.

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Estaba entre sus brazos y todo era perfecto. El viento se portaba bien esa mañana, las copas de los árboles se movían con calma. Tal y como meciendo una cuna. La pequeña manita derecha estaba levantada hacia arriba, como queriendo arañar el cielo raso de su habitación. Había una «nana» reproduciéndose en una caja de música y las cortinas bailaban suavemente.

Era un cuadro lleno de luz; Kotetsu estaba muy contento de haber elegido y diseñado él mismo algo así. Talló su nariz en la delicada mejilla de su hermoso vástago, sintiendo la calidez y fineza de la piel recién venida al mundo. Aún estaba cansado, sí, pero la felicidad de apreciar los finos ojos verdes, lindos, pequeños, le embargaba el agotamiento. Los cabellos del niño eran tan espesos como el chocolate, igual que los suyos. Había algo enigmático en la mirada, pero ya no iba a poder seguir investigando qué tenían de especial esos pequeñitos ojos verdes, porque el bebé ya había rendido su menudo cuerpo a brazos de Morfeo.

Además, Kotetsu sabía a quién se parecían esos ojos.

De repente, el sol se ocultó tras de las nubes en forma de colmillos filosos y mortíferos. El viento enviaba a rasguñar los vidrios con las ramificaciones de los árboles. La cuna se cayó y la caja de música guardó silencio de súbito. El tigre retrocedió rápidamente hacia la puerta, pero a sus espaldas alguien llegó.

Era Barnaby quien le tomaba por los hombros. El otro «papá» del pequeño niño. Kotetsu se sorprendió y abrió los ojos de par en par, abrazando al bultito blanco con apremio, juntándolo a su sobreprotector pecho y moviendo la cabeza  de lado a lado. «No». Barnaby le sonreía, y al apartar las manos de él, Kotetsu se dio cuenta de dos cosas, el bebé que tenía en brazos estaba muerto. Y dos.

Barnaby tenía las manos bañadas en sangre.

−Te encontré.

Kotetsu despertó de ese sueño por el cándido llamado de la azafata.

−Parecía tener una pesadilla, señor.

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No iba a descansar hasta encontrarlo. Lo primero que hizo fue interrogar a Agnes; mujer que no provocaba más que repulsión en Barnaby, más estando las cosas así. Marchaba a paso decidido por los corredores luminosos del canal de televisión hasta que la encontró muy campante, almorzando en compañía de varios sujetos y mujeres que ignoró.

−Ya te esperaba –dijo la guapa y curveada mujer, sentada con una pierna cruzada y sosteniendo un teléfono celular entre el hombro y la oreja.

−Sabes a lo que vengo.

−¿El paradero de Wild Tiger?

−No, el de Kotetsu.

−¡Bravo! –dijo con aire burlón y se puso de pie, tan lentamente como hacen las serpientes cuando quieren lucirse –. Respuesta correcta, joven Barnaby, pero ¿realmente eres merecedor del premio? –echó parte de sus sedosos cabellos hacia atrás.

−No estoy jugando, mujer –escupió con ira.

−¿Ya preguntaste a los demás? –sonrió y fue caminando hacia su camerino. Al estar a solas, comenzó: −. Pero nadie te pudo decir más que «Lo siento, no sé nada»; debió ser decepcionante para ti, todos esos héroes, tan llenos de fuerza y gallardía no te ayudaron en nada, se me hace algo paradójico –se acomodó frente al amplio espejo y se retocó el maquillaje.

−Tú le ayudaste a escapar, así que –se posó a sus espaldas, tronando el respaldo del asiento con sus finos dedos –, más te vale que me lo digas.

−¿Si no lo hago, qué? Sacar la fuerza y retorcer el cuello de una humana común y corriente te vendría muy bien a la reputación que cargas, pero mejor aún, ¿quién te diría sobre Kotetsu? –movió la mano como desechando esa pregunta −¿Kotetsu te lo perdonaría?

−Destruir el mal que me daña es considerado mi justicia –apretó la quijada y sus ojos iban a desprender el brillo azul, pero se detuvo –¿Hasta dónde piensas llegar? –la tomó del cuello –. Kotetsu nunca te va a mirar con amor, y lo sabes hasta el punto que escupes veneno –sonrió –¿Y qué si Kotetsu no me perdona tu muerte? –la tenía agarrada a la perfección y entonces la mujer ya no pudo ocultar miedo –. Es un requisito para encontrarle, un poco de tortura soltara tu lengua –le susurró al oído.

−Karina también está en esto.

−Ya lo sé –apretó –. Pero la protegieron los otros, aun no te han avisado porque el gimnasio quedó en pie y la mayoría no quiso luchar conmigo, así que por hoy sé algo cobarde y habla –quitó una mano y la dirigió inmediatamente al mentón de Agnes para lastimarla.

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Tomó camino hacia la misma dirección que Kotetsu. Amenazó a los de la aerolínea «diplomáticamente» y en un par de segundos tenía el destino de Kotetsu bien grabado en la cabeza. Un país lejos.  Pero la distancia importaría relativamente poco si…

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Quiso buscarse un apartamento parecido al viejo, en una ciudad casi igual a la antigua. Las malas costumbres, o los malos gustos, no cambian. Kotetsu era así de simple a veces. Qué bueno que había logrado guardar algo de dinero, y que no debía ir tan lejos –estaba lejos en serio− sólo cruzar el límite de las ciudades, repetidas ocasiones. Entonces las fronteras de puebluchos se le convirtieron en países. Todavía sentía el mareo del avión, y el taxi bordeando las esquinas no ayudaba.

El conductor avanzaba, se detenía, mentaba madres, palabras altisonantes y terminaba llegando al punto, al tiempo que pudo haber llegado si hubiera manejado tranquilamente. Pero siempre era cosa de competir, dijo a Kotetsu.

−Buscando nueva vida, ¿eh? –inquirió, mirándole por el espejo retrovisor –. Oiga, ¿se encuentra bien?

−No es nada –pero tenía ganas de vomitar, no tanto por el bizarro embarazo, sino por su soledad que ahora le sabía amarga y con dificultad tragaba –. Aquí tiene –extendió los billetes y salió con la maleta en mano.

Estaba siguiendo las recomendaciones de Agnes. Y sabía que en el edificio de enfrente, uno en deplorable estado, iba a encontrar a la persona que buscaba. Alguien con la cara de matón le paró en seco frente a la puerta que tenía pensado golpear.

−¿Qué buscas, forastero? –masculló y Kotetsu se dio cuenta de que ése hombre apenas si podía sostenerse, tenía un ojo morado y sin logro disimulaba su dolor.

−A ver a tu jefe.

−Está ocupado –respondió y examinó al ex héroe por dos segundos –. Pero está bien, te llevaré con él –dijo, y esto sorprendió al moreno. Era un repentino cambio de actitud pero lo agradeció –. Aunque mejor deberías irte. –murmuró casi sin que Kotetsu pudiera entenderle.

Entraron al destartalado edificio. El tigre se sentía algo incómodo, no, muy incómodo. Iba a comprarse una identidad falsa para seguir con su plan de esconderse. Y eso, en otro lujar que no fuese éste, sería llamado ilegal.

Pero había algo más que eso para seguir mareándose. En el aire percibía un perfume, pero no se supo el nombre. Cuando el matón llamó a la puerta, dijo.

−Ya llegó –anunció y obtuvo un «hazlo pasar» desde el otro lado. El matón miró a Kotetsu y lo envió dentro.

El tigre pensó que Agnes ya había avisado de lo que venía a hacer. Y lo agradecía, porque así no tendría que decir nada.

Sin embargo.

Le sorprendió ver que el mismo jefe estaba apaleado, y con una sonrisa nerviosa lo recibía. Se cerró la puerta de golpe y…

Notas finales:

Gracias por sus comentarios. Son bellos ;w;. Y perdón por la tardanza.
Hoy se quiso enfocar el capítulo en esas dos arpías. Viva el "ligero" OoC (?)


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