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Mi fantasma es un mayordomo por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes de Katekyo Hitman Reborn pertenecen a Akira Amano. No persigo fines de lucro. La violación, estupro y asesinato costituyen delitos castigados con cárcel o pena de muerte, variando la legislación que cada país tenga por vigente.

¡Mi Fantasma Es Un Mayordomo!

+ : : Primer Fantasma : : +

Colonnello llegó antes que el abogado. Se dedicó a ver la bien conservada construcción de su nueva casa. Tétrica; pero un ligero y absurdo optimismo militar disipó toda superstición digna de Stoker. El comprarla en último momento había sido una jugada arriesgada aquel día de noviembre. Esa noche le pintó fatal gracias al demonio humano llamado Abogado Patrono. Pero hoy sería otro día; lo pasado allí se queda, además, bien valdría la pena el cambio.

El sendero se comportó de recia manera y el aire libre de todo humo industrial casi le mataba. Recordó un viejo cuento satírico. Pero a lado de eso ya se acostumbraría, incluso se acomodaría a la cuestión de abandonar ciertos lujos o, como él solía llamarlas, comodidades de la burguesía.

El automóvil era lo último en tecnología de transportes. No se veían muchos en la antigua Namimori; cosas que sólo ricos podrían brindarse el gusto de consentir. Y ahora guardado en la cochera esperaría las tardes de domingo para lucirse en la estrecha plaza de la comarca, o bien cuando se necesitara abastecer de su amado dote de libros nuevos. Amaba el conocimiento de manera distinta a estudiosos históricos. Podría perderse horas faltantes de comidas en la biblioteca y nunca adquirir el desairado hábito de sabiondo. Su personalidad poseía agua, así que de vez en cuando el río, que representaba su mente adaptativa, se tornaba en aguas tornasoles.

Se quitó el pesado abrigo de terciopelo café y dejó el sombrero negro en el sillón del auto.

El nuevo dueño lanzó sus fuertes brazos hacia el cielo para estirarse y bajó la mirada por colina abajo. Por donde seguro llegaría aquel sujeto problemático. Se encogió de hombros y quiso adentrarse en su nuevo hogar, pero recordó que no tenía todavía en sus manos las llaves indicadas para ello; sin más remedio, se dispuso a caminar por el patio. Abrió la rejilla de baja estatura y se topó con varios arbustos secos. A su espalda resonó el chillido metálico de la reja, ¿Qué no la había cerrado bien? Los árboles crujían con el ramaje envuelto en una capa de grisácea tonalidad. El suelo también parecía de plata. El sol bañaba la campiña de matutino estado. Ahora que figuraba en análisis concienzudo se dio cuenta de que a la derecha, donde otra colina le recibía burlonamente, la bella comarca estaba tranquila, tan viva como amigable. Se rascó la nuca, pues al volver la vista a su propiedad no veía otra cosa más que desolación. Aun así en su sistema no operó ningún prejuicio.

Pasó aproximadamente una hora y no hubo señal del abogado. Colonnello se desesperó y se tomó la decisión de marcharse. Empero, pasó algo de naturaleza fortuita. Ya salía tomando la reja en la mano derecha para deslizarla hacia enfrente cuando a sus oídos bailaron notas musicales provenientes de su casa. Ligeramente exaltado, más que cualquier cosa, molesto del allanamiento, frunció el ceño y emprendió camino de regreso.

La puerta era negra, el doble de su altura humana y tan ancha como un elefante; el dueño dio tres golpes pausados sobre la madera, y sólo el eco le respondió. Dentro, le pareció escuchar todavía el repique de teclas de piano, siendo magistralmente manejada por alguien ajeno a su persona, sus planes y, sobre todo, su casa. El enojo se hacía cada vez más tangible y no dejó de golpear la puerta hasta que la música, aparentemente, se apagó. Sin embargo la puerta no se abrió por varios minutos. Colonnello, ya harto de tanta grosería, que incluso pensó que el antiguo dueño de la casa seguía dentro sólo para molestarle, se fue. Incluso pudo encender el automóvil, pero, otra cosa fruncía sus planes. La puerta, apenas quitando la enfurruñada vista, se había abierto de par en par. Nuestro protagonista casi se golpea la cara de lleno frente al volante. Echó reversa, viró el volante y se perdió colina abajo. Deseaba nunca más volver a ver esa insípida casa.

+ : : : : +

Dos horas después. Aquí lo tenían. De modo reiterado, pero ahora plantado en el pasillo de la casa cuya puerta le esperó abierta a su regreso. Llamó el nombre del abogado, pero no tuvo respuesta. Suspiró, cansado de tanto embrollo y ahora decido a desenmascarar al usurpador, caminó sin rumbo fijo. Primero por la planta baja. Lo que vio fue cortinas roídas por el tiempo y, seguramente, miles de polillas. Una sombrilla estaba hecha un meollo de varillas simplemente en una esquina, lejos de la chimenea negra. Se notaba a leguas que no se había encendido leño en el hogar por varios años. Al pasar el dedo por los muebles aconteció en su mente el dogma de que se necesitaba en serio ayuda de un par de sirvientas. Tal vez unas muy lindas de cara y cuerpo. Pensó en seguida en llamar a su prima cuando las cosas ya estuvieran, todas, en su lugar para invitarle a pasar el verano que se predecía de bonanza en la este lar de la tierra. También tuvo la idea de hacer venir a un mayordomo.

«Es él»

Colonnello volteó la vista al lugar donde se produjo esa oración. Pero cada cosa se sentía en penumbras, sin perder mucho tiempo fue directo a correr las carcomidas cortinas, llevándose una ligera sorpresa al ver volar a un par de murciélagos de allí, aventándole sus alas y huyendo despavoridos. Para colmo, las cortinas le cayeron encima, terminándole de ensuciar con su polvo de décadas.

«Es él»

Esta ocasión fueron varios susurros sin cadencia, creando un pavoroso eco. El dueño se desprendió de la tela con rapidez, queriendo atrapar al susurrante. Pero nada. La casa adquiría otra tonalidad, una más amena, cuando se tenía luz tocando sus confines. Puso las manos en la cintura y ladeó la cabeza hacia la izquierda. Sobre la chimenea se encontraba un cuadro, que antes no vio porque realmente no estaba, desdibujado por el tiempo. Perdida su gloria como la mayoría de todo por el paso del inminente Crono. Estaba pintada una persona que el dueño no se preocupó en contemplar.

Y más delante de su recorrido estaba un salón de música, cuyo ventanal abarcaba toda la pared que daba frente al campo de hortalizas. En esa habitación dio con el piano que era tocado, lo extraño aquí fue que la tapa estaba abajo. Aún con la gallardía que caracteriza a un militar no pudo levantarla. Tendría que ser una bestia, o tener una palanca para semejante tarea. No era madera, se dijo, era piedra.

«Al fin ha llegado»

A su espalda llegaba un viento gélido que le causó un espanto.

−Esto debe ser una broma, kora –dijo apretando los dientes e imaginándose al antiguo dueño riéndose a carcajadas a costa suya. Ya estaba en el segundo piso, la situación era igual de próspera. La moqueta estaba sucia y ni adivina sobre la tierra podría averiguar su color original. Era una piltrafa. Un tremendo fraude. Pateó un casco medieval que le interrumpía el paso y creyó escuchar cadenas golpeándose entre sí sobre su cabeza. Ah, existía entonces un ático. Ya mandaba sus pasos hacia allá cuando por una de las cortinas rotas se reveló algo de luz en una de las habitaciones que no necesitaba llave para entrar. Colonnello fue hasta donde estaba ese signo, y fue de lo mejor que pudo encontrar. No necesitó ver mucho más. Esa habitación sería la suya para cuando sacara a patadas al antiguo dueño.

Era enorme, con una cama de proporciones equitativas. Los muebles mucho mejor conservados que la sala. Quitó un par de sábanas de un rincón y descubrió un enorme baúl de color ocre. Su curiosidad se estampó allí y de inmediato deseó sacarle el contenido. Buscó en rededor pero nada le serviría. Permaneció hincado ante ese cofre, apreciando el precioso detallado en la madera. Una enredadera con hojas bañadas en oro.

De pronto, su intuición le despertó de ese ligero trance. Se puso de pie y enfrentó a la persona que se encontraba en la puerta. Las sombras de la casa le envolvían, el militar sólo podía ver la silueta recortada contra el marco.

−Hasta que al fin de apareces, kora –dijo Colonnello, sonriendo con aire confiado –. Llevo varios problemas desde que estoy aquí. Pero no tengo el menor plan de renunciar a mi nueva propiedad.  

Su receptor no respondió nada. Sólo se dedicó a ver de arriba-abajo al nuevo dueño.

−Así que tú debes ser mi nuevo Amo –le dijo al final de examen; voz retumbó en las paredes, y se propagó por el piso, golpeando el sistema auditivo del militar –. Déjeme presentarme –agregó con cordialidad, inclinando la cabeza, postrando la mano diestra, que sostenía un sombrero negro, sobre el corazón –: Mi nombre es Reborn, Su nuevo Mayordomo –al final ensanchó una sonrisa digna de Lucifer, gesto que no fue visto por el nuevo dueño de la casa –. Todos nosotros deseamos que su estadía en la Comarca sea la mejor. 


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