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Simples Apariencias por Altarf_27

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Notas del capitulo:

   ¡Hola! Hace tiempo que empecé a subir este fic a esta página pero luego no pude volver a abrir mi cuenta T_T Ejem, de cualquier forma abrí una nueva cuenta para poder terminar de publicarlo. Es mi primer fic yaoi, espero resulte de su agrado n_n

SIMPLES APARIENCIAS

 

1. La Propuesta

 

 

                Un pequeño niño de cabellos color aguamarina caminaba descalzo por el oscuro pasillo de una antigua mansión, vistiendo una ropa de dormir que le venía bastante grande y sujetando con fuerza una mullida almohada entre sus bracitos.

 

                Una horrible tempestad había estallado afuera y el viento sacudía los cristales de las ventanas mientras que, uno tras otro, los relámpagos resplandecían en el cielo nocturno, alumbrando de momento y de manera fantasmagórica cada uno de los objetos de aquel inacabable pasillo, causando que el infante se estremeciera con el resonar de cada trueno a la vez que cerraba sus ojitos, semejantes a un par de hermosos zafiros, deseando con todo su ser que la tormenta terminara lo más pronto posible.

 

                Estaba aterrado. Su cuerpecito temblaba sin control y sentía que las lágrimas comenzaban a agruparse tras sus párpados, queriendo escapar en la primera oportunidad que tuvieran.

 

                Un nuevo relámpago rasgó el cielo en aquellos momentos, iluminando con su resplandor la mansión entera, casi al mismo tiempo que el estruendoso trueno hacía vibrar el suelo, y entonces el pequeño ya no pudo contenerse más.

 

-¡¡¡Mami!!!- gritó al mismo tiempo que se hacía un ovillo contra una de las paredes, abrazando con todas sus fuerzas su almohada y hundiendo en ella su carita ya bañada en las lágrimas que habían terminado por escapársele- ¡¡Mamita!!- siguió llamando con verdadera desesperación a aquella que le había dado la vida mientras el llanto agitaba su pequeño cuerpo en medio de los espasmos ocasionados por los sollozos.

 

                Unos pasos no tardaron en escucharse acercándose a toda prisa por el pasillo y el niño levantó el rostro de su almohada para encontrarse con una joven de cabellera verde y ojos aceitunados que lo veía furiosa.

 

-Shaina…- gimió con la carita bañaba en lágrimas.

 

                Pero no pudo decir más, pues la chica, sin darle tiempo de explicaciones, le propinó una sonora cachetada que quedó marcada en rojo en la piel blanca de su mejilla.

 

-¡¿Cómo te atreves a hacer semejante escándalo, niño mugroso?!- le siseó ella con furia a la vez que lo jalaba bruscamente de un brazo para levantarlo- Vas a despertar al joven Adrian con semejantes gritos- le dijo modulando el volumen de su voz y taladrándolo con la mirada, sin importarle la expresión asustada con la que el pequeño la veía.

 

-Shaina, ¿qué ocurre?-

 

                La suave voz a su espalda hizo que la peliverde volteara de inmediato, con su mano como garra aún sujetando bien firme el brazo del infante.

 

-Joven Adrian- susurró viendo con rostro apenado al hermoso chico de cabellos de un pálido color turquesa y ojos celestes que la observaba con cara seria- Disculpe, este mocoso anda haciendo escándalo- explicó jalando sin ningún cuidado al pequeño para ponerlo ante el joven amo de la mansión, sacándole un gesto de dolor al niño ante lo brusco de su agarre.

 

                El peliturquesa se acercó el infante observándolo con detenimiento y el niño fijó los zafiros que tenían por ojos en ese bello rostro de piel blanca y tersa que lo escudriñaba con atención.

 

-¿Te asustó la tormenta, Camus?- le preguntó el mayor con un ligero toque de burla en la voz y con un brillo de desprecio en la mirada y el niño asintió con su carita, bajando la vista hacia el suelo- Ya veo- susurró con voz fría- Supongo que no podíamos esperar otra cosa de un pequeño ratón asustadizo como tú- comentó con burla- Pero hay algo que debes entender, Camie: Ahora estás en MI casa y yo no pienso soportar que alguien ande causando semejante alboroto en medio de la noche. Mi padre fue muy bondadoso al darte asilo y lo menos que tú puedes hacer es respetar las horas de descanso de nuestra familia. Regrésalo a su cuarto, Shaina- le ordenó a la peliverde- Se quedará encerrado hasta que yo lo diga-

 

-¡No! Adrian, por favor- gimió el niño angustiado, temeroso aún de la tormenta que azotaba la mansión- No quiero estar solito-

 

                El pequeño amo no pudo evitar que una risita despectiva se le escapara ante la súplica.

 

-Ve madurando de una vez, Camus, después de todo, quizás la soledad sea tu destino - le dijo con frialdad- Tu propia madre te abandonó, ¿o es que acaso no lo has comprendido? Ella se fue y te dejo porque seguramente ya no te soportaba, ¿y sabes? La verdad es que no podemos culparla por ello- agregó viéndolo con desprecio.

 

                El pequeño negó con su carita, negándose a creer en lo que el chico le decía. Su mamá había prometido que se reencontrarían y él sabía que ella cumpliría su palabra. Pero como si hubiera adivinado sus pensamientos, el peliturquesa se agachó un poco para quedar a su altura y lo sujetó por el mentón para obligarlo a verlo a los ojos.

 

-Ella no va a volver- le dijo con una perversa sonrisa- Se fue a otro país y te dejó para siempre, PARA SIEMPRE- repitió remarcando con verdadera crueldad sus palabras…

 

---

 

                Luz. Un pequeño haz de luz se coló por las elegantes cortinas color vino que cubrían los amplios ventanales de la habitación, una habitación enorme con el suelo alfombrado por completo a juego con las cortinas, donde, en una espaciosa cama cubierta por finas sábanas, un hermoso joven de piel blanca y larga cabellera color aguamarina dormía apaciblemente, aunque su descanso no tardaría en ser interrumpido por la claridad intrusa que comenzaba a colarse en la estancia.

 

                Los párpados del bello muchacho temblaron ligeramente cuando la luminosidad del nuevo día alcanzó aquel rostro níveo y el chico despertó poco a poco, estirándose con pereza para al final abrir sus ojos cual zafiros, quedando recostado boca arriba y con la mirada perdida en el techo.

 

                Se llevó las manos al rostro al sentirlo húmedo y entonces descubrió que sus mejillas estaban bañadas por algunas lágrimas que había derramado mientras dormía. Sin duda había tenido un sueño bastante desagradable, pero ya no logra recordarlo, sólo podía sentir una vaga tristeza… y la desagradable sensación de la más profunda soledad en su interior.

 

-¡Rayos!- murmuró cubriéndose el rostro con las manos y frotándoselo con sus palmas para limpiar todo rastros de aquellas lágrimas.

 

                Realizó algunas profundas respiraciones para serenarse por completo y por fin se levantó de la cama.

 

                Su larga caballera cubrió su torso desnudo en cuanto se puso de pie, pues había dormido sólo con un holgado pantalón puesto y así se dirigió al baño con el que contaba su dormitorio para poder darse una ducha, deseando que el agua se llevara toda desazón y malestar. Necesitaba asearse. Se sentía sucio pese a que se había dado un baño antes de irse a la cama, aunque en realidad eso no era una novedad… Exactamente así se sentía después de cada cita de trabajo que realizaba.

 

                Sucio… usado… Pero no podía pensar en eso porque si lo hacía, las lágrimas volverían a inundar sus ojos y él no podía permitirlo, no podía salir de su habitación mostrando pesar en su mirada, ya que varias de las personas que vivían en la gigantesca y lujosísima mansión que habitaba pasaban por lo mismo que él y no por ello se mostraban decaídas todo el tiempo.

 

                Así que se limitó a dejar que el agua bañara su cuerpo, recorriendo cada milímetro de su piel suave y tersa, recogiendo en su camino todo el dolor, la ira y la tristeza que pudiera emerger por sus poros y arrastrándolos consigo para desecharlos de su ser, imaginando que se iban al drenaje para no volver más… al menos hasta el siguiente encuentro que le programaran.

 

                Esa era su vida y ese era el mundo que conocía. Tenía apenas 16 años, pero desde que tenía memoria lo habían preparado para ser un acompañante; lo habían educado para ofrecer la más amena y atrayente compañía y para ser un amante capaz de satisfacer los más diversos gustos e intereses. Era muy listo y se adaptaba con facilidad a lo que sus clientes deseaban, lo cual le había ayudado a darse conocer bastante en el medio en que laboraba. Pero por supuesto, estaba bien consciente de que un factor determinante para estar en esa mansión en que vivía y no en un prostíbulo cualquiera en los barrios bajos de la ciudad había sido su apariencia. De no haber tenido el bello e inocente rostro sin imperfecciones y el cuerpo grácil y de aspecto frágil y delicado que tenía, otra hubiera sido su historia.

 

                Su pasado le resultaba confuso y borroso, quizás debido a que su mente había bloqueado varias cosas, pero sabía bien que teniendo sólo 7 añitos lo habían vendido como si fuera un objeto y así había llegado a manos de Alberich Zinnecker, el “Barón Amatista”, un adinerado hombre de origen nórdico, frío y desalmado, que por toda Europa y más allá de ella estaba implicado en todo tipo de negocios, tanto legales como ilegales, teniendo la sede de su imperio en la ciudad de Atenas.

 

                Hasta donde el joven de ojos de zafiro sabía, más por palabras de otros que por sus propios recuerdos, Zinnecker lo había comprado siendo sólo un pequeño frágil y asustadizo que no hablaba ni una pizca de griego y su intención inicial había sido enviarlo a cualquier burdel de su propiedad para emplearlo en la única labor en la que podría obtener alguna ganancia de su compra; sin embargo, otro de los jóvenes que trabaja para él en la mansión lo había convencido de esperar, de no ponerlo a trabajar de inmediato, sino mejor prepararlo para que posteriormente le rindiera mejores ganancias, alegando que éstas sin duda llegarían gracias tanto a los atributos físicos del niño como a otros rasgos que poseía, tales como su carisma innato, su inteligencia e incluso el idioma que hablaba, francés, pues no era extraño que muchos encontrarán éste como una lengua ideal para el romance y la seducción.

 

                Y así había terminado en aquella mansión, adiestrándose para un oficio que nunca pidió tener y teniendo que trabajar luego sirviendo a clientes exclusivos, dueños de grandes fortunas, para saldar la deuda que lo separaba de su libertad, una deuda que tampoco había pedido cuando alguien decidió venderlo al hombre para el que trabajaba y que se había ido incrementando con el paso de los años para pagar sus necesidades, porque el “Barón” estaba lejos de ser un hombre dadivoso y ya era mucho para él no cobrarles a sus empleados hasta el aire que respiraban en su propiedad. No pagarle no era una opción. Todos los que conocían a Alberich Zinnecker sabían que a él siempre se le pagaba, fuera de la manera que sea… y empeñando su vida en ello.

 

                Afortunadamente, hasta ese momento el joven nunca había tenido ningún problema serio con su jefe. Su trabajo rendía magníficos frutos y el “Barón Amatista” no podía menos que estar bastante satisfecho con la inversión que había realizado en el muchacho.

 

                De cualquier manera, el chico prefirió abandonar los pensamientos que rondaban su mente y terminó de alistarse poniéndose ropa deportiva de color negro. No tenía ningún compromiso programado para ese día, así que prefería andar cómodo, aunque aún pese al holgado pantalón que se había puesto, la camiseta se ajustaba a los bien marcados músculos de su tórax y abdomen y delineaba a la perfección su esbelta figura.

 

                El chico abandonó su habitación y caminó por largos pasillos exquisitamente decorados hasta llegar a una puerta de cristal que daba hacia un hermoso y amplio jardín cubierto por un césped muy bien cuidado, con tulipanes y rosas de diversos colores creciendo en toda su orilla, y donde otros dos jóvenes se encontraban en medio de una sesión de artes marciales.

 

                Ese par era casi idéntico, aunque había una sutil variación en el color de sus largos cabellos azules. Ambos eran altos y de cuerpo más bien delgado pero aún así atlético y tenían unos hermosos ojos verdes cual resplandecientes esmeraldas.

 

                Los dos estaban por completo concentrados en lo que hacían, ejecutando con maestría una digna representación del pankrátion, el antiguo deporte griego mezcla de lucha y boxeo. El sudor perlaba su piel blanca y ninguno parecía dispuesto a ceder ante el otro. Pero en eso, uno de ellos logró derribar a su oponente y quedó sobre él, aplicando algo de presión contra el pecho del caído con un brazo, y acercó su rostro al del adversario para ver si rendía, pero lejos de aceptar su derrota, el que estaba contra el césped levantó un poco el rostro y en un rápido movimiento rozó los labios de su gemelo con los suyos, logrando que el otro abriera bien grandes los ojos a la vez que se apartaba de un brusco movimiento.

 

-¡Eso es jugar sucio, Kanon!- protestó el mayor de los hermanos viendo con malos ojos al otro y con un tenue sonrojo tiñendo sus mejillas.

 

-En la guerra y el amor…- se limitó a contestar el aludido con una sonrisa despreocupada, levantándose del pasto a la vez que se encogía de hombros.

 

                El chico que los observaba no pudo sino sonreír ante aquella escena y como si notaran la mirada sobre ellos, ambos gemelos voltearon hacia la puerta en la que él se había quedado recargado viéndolos.

 

-¡Camus!- exclamó Kanon dirigiéndose hacia él- Bon jour, mon petit enfant. Te amaneció tarde el día de hoy, ¿verdad?- le dijo dedicándole una agradable sonrisa.

 

-Buen día, Kanon- respondió el joven francés devolviéndole una ligera sonrisa- Creo que se pegaron las sábanas- comentó con una mano tras la cabeza y expresión un poco apenada, pero en ese momento sintió sobre sí la penetrante mirada del otro gemelo y posó sus ojos en los de él, que lo observaba atentamente desde atrás de su hermano- Buen día a ti también, Saga- le dijo sonriéndole con un sutil toque de dulzura e inocencia que consiguió que las facciones serias del aludido se suavizaran de inmediato.

 

-Buen día, Camus. ¿Todo en orden?- le preguntó viéndolo con ternura y el chico asintió con el rostro en un gesto que no convenció del todo al mayor.

 

-Bueno, pues no sé ustedes, pero yo me estoy muriendo de hambre- declaró Kanon a la vez que tomaba de una silla cercana a la puerta una de las dos pequeñas toallas que habían dejado allí para secarse el sudor y pasándole la otra a su hermano- ¿Desayunamos ya?-

 

-No me digan que me estaban esperando- exclamó Camus apenado.

 

-Pues claro, peque, si siempre desayunamos juntos- respondió el gemelo menor sonriente- Pero mejor nos vamos de una vez al comedor antes de que los demás se terminen toda la comida- sugirió ya avanzando hacia el sitio mencionado.

 

-No creo que tengas de qué preocuparte, de cualquier forma tú eres el que más come- le recordó su hermano conteniendo una sonrisa burlona mientras caminaba a su lado.

 

-Pues te recuerdo que también soy el que mejor cocina, así que por ende sé disfrutar más la comida-

 

-Kanon, casi todos en este lugar cocinan mejor que tú-

 

-Tú no-

 

-¿Y yo para qué tendría que cocinar si siempre hay alguien más que lo haga? Además, en el peor de los casos te tengo a ti para que me prepares algo-

 

-¡Oye!-

 

                Una suave risa terminó por escaparse de los labios del menor mientras escuchaba discutir a los gemelos y estos intercambiaron unas sonrisas al verlo más relajado, pues a ninguno le había costado notar lo apagado que el pequeño francés lucía esa mañana. Eran 5 años mayores que él y desde el momento en que lo conocieron, 9 años atrás, le habían tomado un cariño especial. Ambos recordaban que lucía muy frágil e indefenso el día que llegó a la mansión y los dos no pudieron sino compadecerse de él al comprender lo que le esperaba en ese lugar. Después de todo, ellos también eran unas de las adquisiciones del “Barón” que por aquél entonces apenas empezaban a laborar en ese ambiente y ahora ambos estaban muy bien cotizados en esos negocios, tanto en pareja como individualmente, dejándole en claro a todos los clientes de Zinnecker, que el Barón Amatista contaba con los recursos para satisfacer todo tipo de gustos.

 

                No les tomó mucho llegar hasta el comedor y una vez allí, un par de doncellas se encargó de inmediato de atenderlos con esmero. Los jóvenes que vivían en aquella mansión siempre eran servidos con las mayores atenciones y contaban allí con todo lo que necesitaran y más que eso aún, todo con un costo sobre una deuda inicial que todos sabían bien tardarían años en liquidar, pero esas eran las disposiciones de Alberich y nadie podía ir contra ellas, así que los chicos procuraban sacarle al menos algo de provecho a la situación. No era como si alguno de ellos hubiera buscado en realidad la vida que llevaban, pero ya estaban allí y el que ahora era el dueño de sus vidas no estaba dispuesto a dejarlos ir; eran una mina de oro para él, así que al menos por ello Zinnecker los procuraba y hasta los protegía en cierta medida.

 

                Los 3 jóvenes tuvieron un desayuno ameno entre charlas sobre temas triviales y algunas bromas que se hacían entre ellos al discutir asuntos sin mayor importancia, todo mientras degustaban una deliciosa y saludable comida, puesto que incluso su alimentación estaba bastante controlada en aquel sitio.

 

                Y ellos aún estaban terminando con los alimentos, cuando un hombre un par de años mayor que los gemelos entró al comedor y se detuvo ante la larga mesa que ocupaban viéndolos con una sonrisa.

 

                Era un hombre apuesto de piel muy blanca y larga cabellera de color verde, además de que tenía unos peculiares ojos de un singular tono rosado que denotaban paciencia y amabilidad. Tenía apenas 26 años pero, pese a su aspecto juvenil, hacía años que había adoptado una madurez impropia para su edad y los demás chicos se sentían en confianza con él, mientras que el mismo Zinnecker había aprendido a valorar y respetar sus juicios y opiniones, por mucho que fuera otra de sus pertenencias.

 

-Buen día, chicos- saludó al trío dedicándoles una encantadora sonrisa.

 

-Buen día, Shion- le respondieron ellos a coro, aunque Kanon con una rebanada de pan tostado en la boca, lo que consiguió que el mayor tuviera que ahogar la risa al verlo, pero su rostro no tardó en ponerse serio al posar sus ojos en el más joven de los presentes.

 

-Camus… Alberich quiere hablar contigo en su estudio- le dijo viéndolo con benevolencia y el chico abrió los ojos con sorpresa.

 

-Al menos puede terminar de desayunar antes, ¿no, Shion?- preguntó Saga viendo con algo de preocupación la ligera palidez que había adquirido el rostro del joven francés.

 

-Ya terminé- anunció Camus levantándose de su asiento y adoptando una expresión fría e indiferente que muchos de los que lo conocían fuera del trabajo ya conocían bastante bien.

 

                Shion asintió sonriéndole con ternura y le indicó con una seña que lo siguiera. Saga resopló algo molesto al verlo alejarse, mientras que Kanon suspiró esbozando una sonrisa un tanto triste.

 

                Camus siguió en silencio a Shion por algunos de los pasillos de la mansión. Sabía perfectamente cómo llegar hasta el estudio de Alberich, pero agradecía la compañía del peliverde.

 

-¿Shion?- lo llamó cuando les faltaba poco para llegar a su destino y deteniéndose ante un ventanal que daba hacia los jardines- Yo no tenía programado ver a ningún cliente hoy- susurró bajando un poco la mirada.

 

                El peliverde se detuvo en su camino y volteó a ver al chico con infinita dulzura para luego acercarse a él y acariciarle suavemente el rostro con el dorso de sus dedos.

 

-No vas a tener que ver a ningún cliente hoy, Camus- le aseguró con voz reconfortante y el francés levantó la mirada para fijarla en los ojos del mayor- Alberich va a plantearte una propuesta que alguien le hizo, pero no estás obligado a responderle de inmediato, ¿de acuerdo? Todo estará bien- le dijo con una amable sonrisa para finalmente atraerlo hacia su cuerpo, envolviéndolo en un cálido abrazo.

 

                Camus no opuso ninguna resistencia ante el gesto. En realidad prefería mostrarse frío con los demás para que sus sentimientos no terminaran ahogándolo, pero siempre se había sentido seguro con Shion, así que terminó respondiendo el abrazo y hundió su rostro contra el pecho del peliverde.

 

-¿Para qué me plantea una propuesta si a final de cuentas voy a terminar haciendo lo que él quiera?- le preguntó sin separarse de su cuerpo.

 

-Ya sabes cómo es él- susurró Shion ahogando un suspiro y luego posó sus labios en la frente del chico para depositar allí un suave beso- Vamos y terminemos con esta farsa de una vez- le dijo separándolo de sí con suavidad y Camus asintió con el rostro después de respirar profundamente.

 

                No tardaron en llegar ante la puerta del estudio del Barón y este les ordenó que entraran en cuanto Shion anunció su llegada.

 

                La habitación era una amplia estancia decorada buen gusto y elegancia. Dos de las paredes estaban tapadas por enormes libreros cubiertos por textos de diversos contenidos, mientras que el muro frente a la puerta que acababan de cruzar estaba ocupado por un amplio ventanal que daba hacia una pacífica calle y frente a éste se encontraba un costoso escritorio ante el que el dueño de la mansión estaba sentado en un cómodo asiento.

 

                Alberich Zinnecker era un hombre de piel blanca, cabellos cortos y rojizos y ojos aceitunados de mirada fría y altiva, mismos que de inmediato quedaron fijos en los recién llegados.

 

-Buen día, mi querido Saphir- saludó al menor aludiendo al nombre con el que lo presentaba a sus clientes e indicándole con la mano que tomara asiento frente a él- Supongo que Shion ya te dijo que tengo una propuesta que hacerte- le dijo en cuanto el chico tomó asiento y dirigiéndole una mirada de reojo al peliverde, que se había quedado de pie cerca de la puerta.

 

-Algo me comentó- se limitó a contestar Camus sin fijar su mirada en su jefe.

 

-Bien, supongo que recuerdas al señor Thalassinos-

 

                Camus frunció ligeramente el ceño ante la mención de ese nombre. Por supuesto que recordaba al sujeto, era uno de sus más asiduos clientes desde que había entrado de lleno al negocio hacía un par de años.

 

-Pues verás, él y otros… amigos míos empezaron una conversación muy interesante hace unos días en el club al que asistimos. Una conversación que versaba principalmente sobre ti-

 

-¿Sobre mí?- preguntó el chico confundido y fijando sus ojos en el rostro del Barón.

 

-Sí, es que la mayoría de ellos han tenido la oportunidad de… conocerte bastante bien- explicó con un toque de cruel burla en la voz que hizo que Camus apretara sus puños sobre sus piernas- Ninguno podía dejar de hablar de lo encantador que les resultas, de lo mucho que has crecido, de lo apuesto que te estás volviendo…-

 

-¿Cuál es la propuesta?- lo cortó el joven fastidiado ya de tanta palabrería y el hombre esbozó una despectiva sonrisa antes de responder.

 

-Uno de los presentes comentó que sin duda sería una… interesante experiencia tirarse a un colegial y la mayoría se mostró de acuerdo. Estoy casi seguro de que en esos momentos los que te conocen te imaginaron de inmediato vistiendo un costoso uniforme de diseñador, con tu mochila al hombro, sonriéndoles con tu adorable rostro de muñequita y más que dispuesto a cumplirles sus más oscuros deseos, pese a estar cargado de deberes escolares por realizar-

 

                Alberich tuvo que hacer una pausa para contener la risa que pugnaba por adueñarse de él y Camus sólo atinó a bajar la mirada sintiendo que la sangre se acumulaba en sus mejillas tiñéndolas de rojo.

 

-En fin- suspiró el Barón recargando sus codos en el escritorio y descansando su barbilla sobre sus manos entrecruzadas para ver detenidamente al joven francés- Por supuesto que todo eso no pasaba de una mera fantasía, Camie, ya que tu estilo de vida es simplemente muy distante a esa… ilusión-

 

                No por decisión propia, pensó Camus sintiendo que un nudo se formaba en su garganta, pero Alberich se limitó a proseguir sin prestarle demasiada atención.

 

-Sin embargo, fue entonces que el buen señor Thalassinos tomó la palabra. ¿Has escuchado alguna vez sobre el “Magno Colegio de San Cirilio y San Metodio”?-

 

-Es uno de los colegios particulares más antiguos y exclusivos de toda Atenas- contestó Camus sin comprender del todo a qué venía aquella pregunta.

 

-Exacto- asintió Alberich dirigiéndole una sonrisa ladina- ¿Y qué crees? Resulta que nuestro amigo Thalassinos es miembro importante del consejo directivo de ese lugar y aseguró que para él no representaba ningún problema el hacerte entrar allí como un alumno más-

 

                Camus tardó algunos instantes en comprender lo que el Barón intentaba decirle. Él sabía bien el tipo de personas que eran sus clientes y también tenía una clara idea de cómo era el colegio del que le hablaba.

 

-Ellos… ellos quieren que yo… ¿quieren que esté en el mismo colegio en el que sus hijos estudian, estudiaron o estudiarán en algún momento?- logró decir sin dar crédito a la idea.

 

-Confían en que actuarás como un verdadero profesional, por supuesto, y que serás lo suficientemente discreto con respecto a las relaciones laborales que mantienes con ellos-

 

-¡Ese no es el problema!- exclamó el joven levantándose de su asiento con expresión indignada- Están enfermos- gimió con verdadera repulsión en su mirada, pero Alberich se limitó a reírse a carcajada limpia entretenido por su reacción.

 

-Camie, Camie, Camie, el fruto prohibido SIEMPRE resulta más tentador, tú deberías saberlo mejor que nadie- le dijo con una fría sonrisa en el rostro en cuanto se le pasó la risa- Y si ellos quieren cogerse a un compañero de escuela de sus hijos, ¿por qué no darles la oportunidad de que lo hagan sin la preocupación del qué dirán los padres del chico de un colegio tan exclusivo como del que hablamos?-

 

-No puede estar hablando en serio- murmuró viéndolo seriamente.

 

-¿Cuándo he bromeado sobre los negocios, Camus? Esta es una propuesta seria y deseo que la consideres con detenimiento-

 

                El chico no pudo evitar que una sonrisa irónica se le escapara por el comentario.

 

-¿Y qué se supone que tengo que considerar? A últimas haré lo que usted desee que haga, ¿o no?-

 

-Mmm… claro, pero deberías agradecer que te estoy dando la oportunidad de decidir tu fecha de ingreso al colegio, es lo único que el señor Thalassinos necesita para terminar de arreglar tus papeles de admisión-

 

-Todo esto es ridículo- murmuró el joven tomando asiento de nuevo y desviando la mirada de Zinnecker.

 

-Es sólo un juego más- le aclaró él- Una de las tantas fantasías que debemos satisfacer. Después de todo, a eso nos dedicamos en este lugar, ¿o no?-

 

-¿Y qué hay de los demás alumnos? ¿Y los maestros? Es una farsa demasiado elaborada-

 

-Sólo será una pequeña temporada, Camus. Imagina que eres el alumno de intercambio que viene de Francia por un par de semanas-

 

-No es como si en ese colegio aceptaran a cualquiera- insistió el chico.

 

-No serás cualquiera. Puedes decir que eres mi sobrino lejano o algo así y a ver si alguien trata de debatírtelo- contestó Alberich sonriendo entretenido ante los pretextos del muchacho.

 

-Pero…-

 

-Camus, ¿de verdad crees que he dejado algún detalle sin considerar?- lo cortó el Barón con una paciencia que empezaba a agotarse- Ya todo está previsto. “Estudiarás” en un horario matutino y ciertos días saliendo del colegio realizarás algunas… “visitas especiales”-

 

-¿No les bastaría con que llegara a las citas usando un uniforme escolar?- protestó el joven haciendo una mueca.

 

-¿De verdad no lo entiendes?- un brillo perverso se dejó ver en los ojos color oliva de Zinneker y Camus supo que la conversación estaba por llegar a su fin- Esos hombres desean que sus hijos o los hijos de sus amigos te conozcan. Quieren que todos admiren el suculento premio que pueden poseer cuando lo desean y, quién sabe, probablemente viéndote como un simple estudiante intenten convencerse de que podrían tener a quien quisieran sin necesidad de pagar por su compañía- una sonrisa ladina se dibujó en el rostro del hombre a la vez que fijaba sus ojos en su empleado- Son simples apariencias, por supuesto, pero es lo único que esas personas conocen en sus vidas-

 

-¿Cuándo entraré a ese colegio?- susurró Camus en tono resignado y bajando la mirada ante los penetrantes ojos del Barón.

 

-Ya te dije que te doy la oportunidad de decidirlo, sin que pase de 10 ó 15 días cuando máximo, y aprovecha ese tiempo para intentar ponerte un poco al corriente en las materias- sugirió Alberich con una sonrisa más bien burlona- Será como jugar a la escuelita- agregó sin contener del todo una fría risa.

 

-Bien. Si es todo lo que tenía que decirme, entonces ya me retiro- se limitó a decir Camus ignorando el comentario y levantándose para encaminarse a la salida.

 

-Espero pronto tu respuesta- le recordó Alberich- Y velo por el lado bueno, Camie: siendo lo suficientemente astuto y cuidadoso, hasta podrías conseguirte algunos clientes más… acordes a tu edad y que aún así puedan solventar una cita contigo- le sugirió con una cínica sonrisa.

 

                Camus se detuvo al lado de la puerta y volteó a ver a Zinnecker con ojos fríos. El Barón Amatista pudo ver un desprecio mal contenido en ellos, pero el chico se limitó a hacer una pequeña reverencia para despedirse y sin más salió de la habitación a grandes pasos.

 

                Shion intercambió una mirada con el dueño de la mansión y éste le hizo una seña para que se retirara también, así que el peliverde salió de inmediato tras el muchacho.

 

-¡Camus!- lo llamó alcanzándolo ya bastante alejado de la puerta del estudio, recargado contra el alféizar de una ventana y con la respiración un tanto entrecortada- Ey, ¿estás bien?- le preguntó preocupado, tallando suavemente la espalda del chico para reconfortarlo.

 

-Está loco- susurró el francés- Él y quienes le hayan propuesto semejante tontería-

 

-Al menos tendrás la oportunidad de salir de aquí y escapar un rato de la rutina- lo consoló Shion viéndolo con cariño- Eres muy listo y te adaptarás con facilidad. Hasta podría ser interesante y… quién sabe, quizás hasta conoces a algunos chicos agradables-

 

-¡Ja! Sí, seguro. En esa elitista escuela de niños ricos quizás hasta conozca al amor de mi vida- exclamó Camus con todo el sarcasmo que fue capaz de expresar y tras despedirse del mayor con una ligera y amarga sonrisa, se alejó por el pasillo hasta perderse de vista.

Notas finales:

   Pues este fue el primer capítulo. Espero sus reviews para conocer su opinión. Hasta la próxima n_n


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