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Él es la novia. por Kiharu

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Notas del fanfic:

the GazettE no me pertenece.

 

Notas del capitulo:

El fanfic se pone medio turbio hasta como el cuatro capítulo. Los primeros están muy relajados, agradables para leer en tardes como esta, en las que llueve. 

Por favor, si lo leen, síganlo. 

Está es la historia más relajada-tensa que he pensado. Jajaja.

Él es la novia, en... Primer capítulo: Un grupo de a dos. 


  1. I.                Un grupo de a dos.


Conocí a Kouyou en mi cumpleaños número doce. Ese día, me inscribí en el equipo de futbol de la escuela. Consideré que diciéndoselo a mi madre bastaría lo suficiente para que hablara con el entrenador de la secundaria. Mamá inmediatamente me dijo: “Akira, sé que te gusta ese deporte, pero eres muy joven aún”. Mis dos hermanas, quienes escuchaban la conversación atentamente, dijeron a mi favor que yo ya estaba grande. Que tenía una estatura buena y que seguramente el entrenador no tendría problemas en aceptarme. Sonreí satisfecho, porque de verdad lo deseaba.


Entonces, mamá tardó una semana en ir a hablar con esa persona y en eso se llegó mi cumpleaños. Yo estaba tan ansioso que me mordía las uñas constantemente. Recuerdo que me llamaron ese día para las canchas y hacerme una prueba. Triunfante, di una satisfactoria muestra de lo que podía hacer por aquellos años. El entrenador estuvo de acuerdo.


Pasaron más o menos dos semanas para que comenzara a entrenar. Recuerdo muy poco el equipo, podría decir que solamente recuerdo a Kouyou. Como fue con el único con el que me relacioné, no puedo recordar más. Compenetré con él de una manera muy lenta, pues, cuando fue mi primer día, él dijo algo como: “Eres muy extraño, no sé por qué te han aceptado” y yo me sentí ofendido. Él era una persona menuda y pequeña. Su cabello era bastante obscuro (como el mío) y corto. Tenía una cara graciosa, como si siempre estuviera aburrido. A veces cambiaba a una cara de fastidio. Sus labios eran lo único llamativo de su escueto cuerpo. Siempre me daban ganas de tocarlos. Así, analizando su cuerpo, uno se preguntaba: ¿Qué ha hecho para entrar? Era muy no-deportivo.


Kouyou Takashima -como luego se presentó más formalmente mientras nos bañábamos por primera vez juntos, en las duchas de la escuela-, era completamente lampiño. Ese  día que me bañé con él, después de sudar mucho en las canchas, observé su cuerpo, totalmente limpio de vellos. Para ese entonces, mi cuerpo ya había cambiado muchísimo. Yo había cumplido los trece y tenía vello púbico, en las piernas y también en las axilas. Me comenzaba a preguntar la razón de tanta falta de “eso” en su cuerpo. Igual, no pregunté nada, me limité a recordar que hace algunas semanas o meses, mi cuerpo también lucía así. Yo seguía siendo más alto.


Fui ganándome a Shima (como comencé a llamarle), de una manera sencilla pero constante. En ocasiones regresábamos los dos a casa, con helados en mano, luego platicábamos de mis pajaritos, de mis hermanas, de su mamá, de su estatura, de su cabello, del mío, de los goles que marcábamos en ese entrenamiento, de lo absurdo que era cargar una mochila… casi nunca nos callábamos, y cuando lo hacíamos era porque estábamos comiendo.


Su madre y su padre son personas muy estrictas, por lo que no salíamos mucho por las tardes, pero siempre podía verlo en la escuela, en los recesos, y en el futbol.


No era mi único amigo, pero sí en el que más confiaba.


 * * *


Pasaron los años, y tuvimos que pasar a la preparatoria. Él y yo optamos por no separarnos. Dijo que le parecía mala idea no estar en el mismo instituto pues luego sería más difícil vernos. Hicimos la prueba y, afortunadamente, quedamos juntos. En esos años dejamos en futbol y nos concentramos en las matemáticas, para las que Shima no era nada aplicado… así que íbamos a algunas asesorías. En esas asesorías, conocimos al profesor de música (no puedo recordar su nombre). Creo que después de aprobáramos matemáticas satisfactoriamente, regresamos a esos salones de clases para dar con ese hombre y obtener información sobre la música.


Shima en ese entonces admiraba a un grupo que estaba siendo muy popular: Luna Sea. A mí me gustaban mucho Sex pistols. Decidimos entonces, aprender en la escuela a tocar algo. Por simple pasatiempo, nada más. Él la guitarra, y yo el bajo (al principio intenté con la guitarra, pero no me gustó tener que hacer lo mismo que mi amigo).


Cuando cumplimos diecisiete, Shima seguía siendo demasiado delgado, pálido y sin nada de vello, al menos facial. Entonces sí que me comenzó a extrañar porque yo tenía barba y bigote que quitar en mis duchas matutinas. Ya estábamos más grandes, él seguía siendo más bajo que yo… y pues, no lo sé, comencé a verlo de días más decaído. Yo había comenzado a trabajar en una dulcería y él en una tienda de abarrotes. La música comenzaba a apasionarnos de más y queríamos adquirir instrumentos, para no sólo limitarnos a tocar en la escuela.


Pero entonces, yo me enteré del porqué del estado de mi mejor amigo. Shima tenía problemas psicológicos, causados por su madre y padre conservadores. O algo así. No entendí muy bien qué le decían o hacían, pero parecía estar muy presionado y ansioso. Era una persona que de pronto olvidaba las cosas, incluso algunas notas de canciones que le gustaban muchísimo. Dejaba de peinarse. Sus manos adelgazaron.


Decidí contárselo a mi mamá. Ella me dijo que no podía hacer nada, más que cuidar de él. ¡Pero por supuesto que no me quedé de brazos cruzados!


Estábamos a punto de terminar la preparatoria, cuando le dije:


“Shima, hay que ir a Tokio”.


Me acuerdo que abrió los ojos de tanta impresión, y me reí.


“¿Estás loco? Mis padres…”


“No tienes por qué decirles. Mi mamá me dijo que estaba bien, que nos graduáramos y que consiguiéramos estudios por allá. Dijo que nos apoyaría en todo y que también podíamos buscar empleo de medio tiempo, porque seguramente ella no podrá con una universidad. Tal vez con la renta de la casa y eso, pero con eso no…”


“Párale a los caballos, Akira. Sé que somos amigos y eso, pero… yo… no sé, no lo sé”.


“¿Tienes problemas en casa?”


Su rostro se tornó muy serio entonces. Shima casi siempre iba despistado por ahí, o diciendo alguna estupidez. Era raro para mí verlo serio. Se limitó a dirigirme una pesada mirada, sin decir nada… pero lo comprendí.


 


Esperé a que nos graduáramos. Le pedí dinero a mi mamá, y entonces…


Lo hice abordar este tren.


 


Hay miedo en sus ojos, lo  puedo ver claramente. Me gustaría que fuera él mismo, que demostrara todo lo que siente, como siempre. Me dan ganas de picarle las mejillas y decirle que va a estar todo bien y que encontraremos un departamento rápido. Venimos sin mucha ropa, sólo con alrededor de diez cambios, además de su guitarra eléctrica, mi bajo y cosas de aseo personal. Hay que conseguir trabajo… pero todo con que él dejara de estar triste.


Además, a mí tampoco me viene mal la independencia.


“Shima…” Digo, en un susurro. Él deja de mirar la ventana y me mira, con atención. Planteó mi siguiente frase, mientras observo sus orbes, castañas y opacas: “Shima, va a estar bien. Si tus papás te buscan, podemos decir que ahora estamos viviendo solos y que es lo que necesitábamos”.


“No les importa lo que haga. Podría ahora mismo saltar del tren y morir, para salir en el periódico y que lo leyeran; te aseguro que lo único que harían sería tirar el periódico como siempre, y ponerle llave a mi habitación, a las cinco de la tarde, como acostumbran. La abrirían a las siete de la noche, tendrían que ir a dormir, harían en desayuno por la mañana y luego marcharían directo a su trabajo. Nada cambiaría para ellos. No importa, aunque tal vez, necesiten otro hijo”.


Lo observo fijamente, sintiéndome un poco mareado. No comprendo en absoluto lo que acaba de decir, pero tampoco pretendo esforzarme por entenderlo. El tren viaja rápido, y la ciudad en la que nos criamos va quedando poco a poco atrás. Se gira a la ventana nuevamente, y noto como el tren disminuye la velocidad gradualmente. Estamos a punto de llegar a una parada. Shima se levanta, abre un poco la ventana y, sin que me lo esperara, saca su teléfono celular y lo tira por la ventana. La cierra y se vuelve a sentar a mi lado.


Luego me mira, irradiándome de seriedad y habla:


“Akira, comencemos de cero. No quiero decirte qué pasa con mis padres, pero ya que me has traído aquí, quiero hacer las cosas bien. Sin que nadie me conozca. Por favor”.


Sonrío, comprendo lo que quiere decir. Me levanto y vuelvo a abrir la ventana. Saco mi anticuado celular y lo arrojo hacia afuera tal y como ha hecho él. Regreso las cosas a su lugar, me siento y le sonrío. Él sujeta mi mano, y asiente. No sé lo que pretende, pero como yo comencé con la idea, dejaré que él la apoye también.


 


“Esto sabe de puta madre” Dice él, mirando fijamente el café americano que acabamos de comprar en una tienda. Aún no sabemos en dónde podemos residir, pero por mientras, nos relajamos del viaje. Hemos comprando un periódico, y ahora leemos con atención.


“Shima, aquí alquilan departamentos, son baratos y…”


Se acerca, le muestro el papel y hace una mueca. “Está muy lejos del centro. Opino que deberíamos encontrar algo céntrico, así, si conseguimos empleo, sería más fácil movernos”.


“Tienes razón, pero la renta de uno en el centro es muy cara… nos gastaríamos casi todos los ahorros y eso nos…”


“¡Mira! ¡Hay sexoservidoras! ¡Y ahí mismo tienen el teléfono!”


Lo miro con dudas. Shima se lleva esa hoja, con bastantes dudas que al parecer no quiere expresarme. Yo sigo en lo mío. Tenía suficiente como para tres rentas y algo de comida en un departamento que la verdad no parece… agradable. Pero lo único que buscamos ahora, es tener un techo. Y ahí también incluía un colchón y una mini nevera, lo que ya era algo. Tenía agua, luz, lo básico. El problema es que está muy lejos y en una zona que, aparentemente, no es de fiar.


 


Esta cerca del barrio chino, hay una iglesia cerca y, aparentemente había un establecimiento de enervantes ilegales. Shima se asusta por esas cosas que ve, y se pega a mi brazo. Él no es un miedoso, pero sé que no sabe qué haremos después y eso le desespera.


Llegamos y miramos el edificio. Horrible por afuera. Pero es barato, me digo con ánimo. Es barato, es pequeño y fácil de limpiar, me repito. Es para que mi mejor amigo se desenvuelva en un ambiente menos opresivo… ¿qué le estoy dando? ¿Una cárcel? Joder, no. Maldigo en voz baja y camino hacia la  anciana que nos mira con curiosidad. Él me sigue el paso.


“Quisiera alquilar uno de estos”. Explicó, con voz temblorosa.


“Está libre el treinta y uno. Eso está en el último piso, use las escaleras, lo mira, y me viene a confirmar, ¿bien?”


“Bien”.


Shima carga con ambas maletas, le ayudo con una, porque con ese peso que posee sé que no logrará subir. Me sonríe por la ayuda. Subo el primer escalón y hasta el último. El aliento se me va, y ni hablar de mi amigo. Abro la puerta, preguntándome por qué no tiene llave encima. Ignoro mi propio comentario, y dejo que Takashima observe.


Su expresión es tan estoica, casi igual que cuando compró su primera guitarra.


“Me agrada”. Dice al fin. Doy un largo suspiro. A mí no me agrada del todo, pero Shima ya pasó y se tiró en el colchón. Hay un cuarto de baño, con regadera y w.c., hay una parrilla eléctrica para cocinar, un refrigerador extremadamente pequeño, y un foco que ilumina en el baño y otro en la sala-habitación-comedor.


“¿Enserio te agrada?”


“Enserio. Supongo que en el barrio chino habrá algún empleo, así que no habrá que caminar mucho. Las escaleras parecen un buen ejercicio y, ¿escuchas? Hay alguien quien toca la guitarra, como yo. Quizá hagamos amigos”.


Pongo la mejor cara de normalidad y gusto que puedo. ¡No puedo creerlo! El quisquilloso de mi amigo acepta vivir en un lugar así por esas simples cosas. No puedo creerlo. Es tan irreal que me dan ganas de decirle a la anciana que no me de este cuarto, que vaya y me rente el más caro del a ciudad. Antes de que logre decir algo más (porque acabo de verle la intención de hablar), salgo corriendo a pagar el primer mes. Me dan unos cuantos papeles, firmo aquí, allá, y tengo listo todo: papeles y una llave.


Antes de que vuelva a subir las escaleras, me lo pienso un poco, y recuerdo que podríamos tener hambre más tarde. No sé cocinar, por lo que voy al restaurante chino que está a un lado del horrible edificio y compro comida. Dos platos, porque con uno no nos alcanzaría. Estamos chicos, comemos muchísimo.


 


Cuando logro terminar de subir los escalones, la música de la guitarra ya paró, y pienso que me he tardado. Quizá la comida ya está totalmente fría y Shima me la lanzará en la cara, porque él odia la comida fría. Abro la puerta con tranquilidad, y me lo encuentro acostado en el colchón, mirando hacia el foco que está apagado y que debería estar iluminado, pues la oscuridad comienza a hacerse presente. Enciendo la luz, y Kouyou me mira.


“¿Hemos hecho lo correcto?” Pregunta; su voz suena totalmente ajena.


“No sé qué sea lo correcto”.


“Yo tampoco. Me siento aquí, miro el foco y siento soledad. Ahora que llegaste tú, ya no, pero hace algunos momentos sí. La música paró. Y yo no sé de qué trabajaré, ni siquiera sé qué estudiar”.


“Tenemos tiempo para pensar”.


“Sé que sí… pero, no lo sé. Estoy inseguro”.


“Traje comida, rollitos primavera, para ti que te gustan”.


“¿Trajiste cervezas?”


“He olvidado las bebidas”.


“Sí me muero ahora mismo, porque me atragante con esta grasosa comida china, va a ser tú culpa, Akira”.


“Me haré cargo de ello, tarado”.


“Idiota”.


Comemos, y yo noto que la seguridad de él aumenta, y con la suya, la mía. Siento que podemos comernos al mundo, es sólo cuestión de conseguir trabajo, pensar y estudiar. Todo saldrá bien, porque si nos lo proponemos irá bien.


“Lo primero que quiero comprar con mi paga, es otra guitarra”.


“Entonces yo compraré un bajo, y seguiremos haciendo música”.


“Eres un genio, Akira”.


“Siempre”.


 


Es tarde, son las dos de la mañana y Shima me mueve el brazo. La ventana está abierta, dejando entrar la brisa. Duermo junto a mi mejor amigo con unos calzoncillos y calor. Pero claro, ninguno de los dos va a dormir en el piso. Abro un ojo con pereza, y lo veo ahí, con la frente descubierta y sudada, su mirada me penetra, está serio y quiere decirme algo. Me incorporo con dificultad, pero al fin logro sentarme para preguntar: “¿Qué pasa?”


Él responde, con mucha seriedad: “Sí vamos a cambiar, deberíamos cambiar absolutamente todo. Para cambiar, cambia, ¿no? Propongo que mañana nos tiñamos el cabello y nos lo cortemos, luego, vayamos a conseguir trabajo. ¿Sí? Quizá mañana podamos también buscar a quien tocaba la guitarra, quisiera pedírsela. Extraño muchísimo tocar”.


“¿Teñirnos?”


“Sí”.


“¿Eso no es de chicas?”


“Eso mismo pensé, hasta que en la escuela, una vez que no fuiste, me enseñaron una revista de moda. Los chicos se pintaban el cabello de muchos colores, y a las chicas parece gustarles”.


Sabía eso. Pero no quería decirlo. Shima parecía nuevo con esas cosas.


“Bueno, pero no de un color muy llamativo”.


“También un nuevo corte nos vendría muy bien. Quiero dejar mi cabello crecer”.


Inmediatamente que dijo eso, me embarga una duda. Su vello. Lo miro, dudando preguntar o no. Él asiente, porque sabe lo que quiero, entonces, lo digo.


“Shima, ¿tú tienes vello púbico? ¿En las axilas? ¿Qué hay de tu barba o bigote?


A pesar de que la obscuridad reina, logro ver su expresión de disgusto. Me pega en la cabeza y me manda a dormir.


Quizá es algo que deba averiguar más adelante, me digo, cerrando los ojos.

Notas finales:

Muajajajaja.

A veces yo me pregunto lo mismo que Akira de algunas personas.

En fin.

Va leeento.


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