Cap. 1: Prólogo
En los mundos lejanos existía un demonio cuyo poder era capaz de cambiar el mundo se llamaba Angie. Ella vivió hasta en los tiempos en la que confiaban en cristo, ¡pero que estupidez! Ella, era el verdadero cristo…
La diablesa desde que se engendró, busco a la persona que la hiciera feliz, había decidido que si la “supuesta persona” que amaba la rechazaba, la iba a ser sufrir, por esa razón observa el mundo humano.
Para ella, verlo le provocaba tal repugnancia que a veces deseaba que todo el odio y egoísmo que provenía de los humanos se esfumara, así ella dejaría de preocuparse por sentir asco.
Lo sabe, sabe muy bien que ella hace las cosas para su propio beneficio propio sin importarle si sufren otras personas, mientras ella salga ganando va a estar todo bien, o eso es lo que ella cree ¡Quien diría que alguien que odia el egoísmo es egoísta y es consiente de ello!
Los años pasaban y Angie notaba cada vez más que los humanos eran seres despreciables, hasta que llego la era de los piratas.
El barco de los Mugirawa navegaba incansablemente en las peligrosas aguas del Grand Line, un chico rubio, de cabello lacio y ligeramente largo que le cubría una parte de su rostro, dejando solo a la vista su ojo izquierdo de color zafiro que brillaba en todo momento, esbelto, de piel pálida como la nieve y curiosas cejas rizadas, le daba unas buenas patadas a lo que parecía ser su capitán.
- Luffy, eres un maldito idiota, ¡te comiste toda la bodega! Como cojones quieres que te de comida ahora, ¡No hay comida y es por tu culpa! – le gritaba furioso y por lo que parecía, ofendido el rubio –
- Pero Sanji, tengo mucha hambre, ¡Necesito tu comida para vivir! – sollozaba el chico al que el rubio había llamado “Luffy” –
- ¡Aunque necesites mi comida no soy un ángel mágico, no puedo hacer aparecer misteriosamente comida! – Le grito el nombrado “Sanji”, que por la intuición de Angie, era el cocinero de la tripulación – ¡Oye! ¡No te subas a mi pierna estúpido! – esto lo gritó al notar que el pequeño pelinegro se trepaba a la pierna mientras le hacia ojitos - ¡Que pares o te lanzó con tal patada que recordaras porque no tienes que robar la bodega! ¡y si no me haces caso te quedas sin comer por todo un mes! –
- ¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!¡¡¡SANJI NO SEAS CRUEL, TE PROMETO QUE NO ROBARÉ MÁS!!! – gritaba el pequeño sollozando, a lo que el rubito sonrió satisfecho –
Entre todo ese escandalo Angie entendió que el tal “Sanji” era su hombre ideal, tenia toda las características y cualidades que un símbolo sexual. Con solo oler su aroma desde las alturas que era una persona amable y valiente, no era egoísta ni avaro. La tripulación en si no tenia egoísmo, solo una chica a la que ya había olido antes de llegar al barco.
La diablesa decidió bajar para darle una linda sorpresita al rubito…
Cuando Sanji termino de luchar con los imparables sollozos de Luffy, se dispuso a irse a la cocina pero una ráfaga de viento lo envolvió y escuchó por ultimo los gritos de Luffy llamando a sus nakama para ayudarlo, después cayó inconsciente.
El cocinero despertó en lo que parecía el fin del mundo ya que, cuando se levantó, no había piso sino que estaba negro lo mismo pasaba con lo que parecían las paredes aunque el rubio no estaba seguro si había paredes. Lo único que podía alcanzar su vista era un punto rojo al fondo de la habitación o mejor dicho ¿de la nada?
El punto rojo se empezó a mover velozmente hacia el rubito quien, en un intento de parar el objeto rara o lo que sea le pego una patada, a lo que en respuesta, el objeto antes de recibir la patada para frente al rubio.
Lo que Sanji había visto era un sillón gigante, o mejor dicho, trono rojo que resaltaba sobre todo lo negro, sobre los cojines rojos escarlatas como la sangre se encontraba una hermosa chica de cabellos plateados, con las hebras tan onduladas como resortes, la piel era blanca pero muy blanca resaltando el pelo y sus ojos negros como la misma nada con varias líneas finas celestes dentro de él dando la impresión como si una chica con un vestido celeste callera al vacío azabache. Tenía pechos pequeños, pero que se notaban, era una chica pequeña pero por su mirada seria y madura seguramente era adulta. De la mujer salieron unas extrañas palabras:
- Ahora eres mio, niño – a lo que ella sonrió maliciosamente, alargo su brazo y tomó la mano del rubio suavemente, acariciándola, susurrando cosas incomprensibles para los oídos del cocinero – Te quedaras conmigo de ahora en más, te concederé todos tus deseos, serás el amor de mi vida… mi niño… - y la mujer de cuerpo de cuerpo de nena, sonrió de tal manera que daba escalofríos mientras soltaba una risa diabólica, oscureciendo cada rasgo hermoso de su cara - .
(Jaamataashita o capaz lie)