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¿Se puede acaso herir a la luz? por karasu

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Notas del fanfic:

Tenía esto escrito desde hace un tiempo, aún no está terminado, pero espero darle un final pronto. 

Es un poco raro.

No sé si va a gustar o no. Rezo porque sea que sí u.u

No será un fanfic largo, tres capítulos, máximo, creo.

Notas del capitulo:

Bien, bien. En las notas finales aclaro algo y tal.

No sé qué decir. Me muero de ganas de subir algo, soy addicta a esto ._____.

Dejadme reviews o nunca seguiré este fic. -amenaza- Bueno, sólo lo pido por favor >.

Estoy loco, no soy normal. Me odio y me doy asco. Ha sido así desde que me diagnosticaron mi enfermedad, mi enfermedad mental. Estoy loco.

Siempre había pensado que, para vivir medicándome, sería mejor morir. De hecho había intentado matarme varias veces, por desgracia de mi familia, que tuvieron que sufrir por mí cada vez que fui hospitalizado, intentaron convencerme para ir a un psicólogo y hasta estuvieron pagando los servicios de este durante un tiempo.

Pero nada podía hacerme cambiar de opinión, odiaba mi vida, odiaba al resto porque no tenían que sufrir, odiaba el mundo y a Dios por haber decidido que yo sería el extraño, el desgraciado.

O eso creía. Él me hizo cambiar de opinión. Llegó y cambió mi mundo, fue como si el sol apareciera en el horizonte después de una larga y oscura noche llena de pesadillas.

Cuando nos conocimos sólo pensé que sería como el resto, se acercaba por mi aspecto, se alejaba al descubrir cómo era realmente. Porque realmente no deseaba que nadie se me acercara, rechazaba a la gente pensando que, así, no les daba la oportunidad de rechazarme ellos a mí. Adoptaba una actitud malhumorada que hacía que la gente se cansara deprisa, alejándose de mí de peor humor que yo y no volviera a acercarse. Pero él fue diferente.

Él llegó y no se fue, no me abandonó como el resto. Él me sacó de mi soledad, me hizo olvidarme de mi locura y de mis pensamientos suicidas. Le estuve mostrando mi faceta estándar durante muchos días, pero no se iba, sólo insistía, intentaba acercarse desesperadamente, cada día iba a verme y me hablaba, y aun con mis malas respuestas y mis numerosos "vete", siempre volvió el día siguiente.
Pero un día no vino. Ese día creí saber que ya se había aburrido de intentar acercarse sin conseguir resultados, y todo lo que no había pensado mientras él venía llegó junto a mi cabeza. Aunque habían quitado todos los objetos con los que pudiera hacerme daño de mi vista, conseguí tener que volver a ser hospitalizado.

-flashback-

Esa piel fina, casi transparente, en la que se dibujaban las venas moradas, azuladas, entrelazándose. Mi muñeca. Me llamaba. Pura, piel sin imperfecciones.

Pero no me había tomado la medicación, no me apetecía, y sabía que ÉL iba a aparecer. Y, efectivamente, vino. Me hablaba, como siempre, me recordaba que los otros no me comprendían, y hablábamos de todo lo que odiábamos a todo el mundo. Después se fue, desvaneciéndose, como cuando había llegado. Había veces que era duro conmigo, había veces que daba miedo, había veces en las que hablábamos tranquilamente. No sabía por dónde entraba, pero siempre conseguía llegar a mí, hasta cuando me encerraba en la habitación con llave. Siempre con la misma sonrisa exagerada que le deformaba la cara, y esos ojos medio desorbitados y locos. Ese día me habló y no respondí, me abandonó entre maldiciones. Y mi piel seguía llamándome. Pensar que ese chico no volvería a intentar acercarse a mí, que no volvería, me destrozaba, al parecer se había convertido en alguien importante sin que fuera consciente. Y ahora mi vida volvía a carecer de sentido. Busqué con los ojos un objeto con el que destrozar esa piel blanca y suave, pero nada a mi alrededor me gustaba. Volteé mi cabeza hacia ambos lados, empezando a temblar. Necesitaba tomarme las pastillas, se habían convertido en una droga. Pero no quería. Quería morir en ese momento, intentarlo de nuevo, conseguirlo de una vez por todas y poder descansar, verme libre de aquella locura y de todos esos seres que me perseguían y robaban la intimidad y el sueño. Finalmente, en un ataque desesperado, acerqué el brazo a mis labios, abriendo la boca. Mis dientes se clavaron con fuerza en mi piel, desgarrándola, destrozándola, haciéndome daño también en las encías. Oh, esa era la sensación. Ese dolor que paralizaba el brazo. Esa superfície destrozada, ardiendo. La sangre resbalando por la piel sana. Gimoteé y me dejé caer en el suelo, haciéndome una bolita en él, aguantando el dolor, esperando el fin al que nunca había conseguido llegar. Temblaba y sufría pequeños espasmos. Todo se oscureció.


-fin flashback-

No morí. Deberían haberme dejado morir solo, enmedio de la sala. ¿Qué les importaba mi vida?¿No podían permitirme tomar decisiones? Ah, claro, que estoy loco. Pero ahora soy un loco feliz, dentro de lo que cabe.

Antes de abrir los ojos supe que estaba en el hospital, ese olor estaba grabado en mi mente. Podía olvidar muchas cosas, podía olvidar hasta el nombre de mi madre, pero ese olor permanecería. No me apetecía abrir los ojos, estaba cansado y sabía que él no estaría. Él, que había sido capaz de iluminar mi vida sin que yo me percatara de ello; él, que en desaparecer me había hundido en una oscuridad más profunda que la de una noche sin farolas ni luna.

Pero unos susurros me sacaron de mis cavilaciones.

—¿No ha despertado aún?

—No... —esa voz...¿Por qué era tan familiar? No era la de ninguno de mis padres.¿Quién?

—Gracias por estar aquí, Akira —mi corazón dio un vuelco. No me había abandonado. Estaba ahí. Y yo había intentado matarme. La voz de mamá siguió—. No sé cómo mi hijo te trata de esa forma tan fría, con lo que tú te preocupas por él... Estoy feliz de que haya alguien que quiere estar a su lado.

-—No es nada... Yo sólo quiero hacer todo lo que pueda por él... —respondió aún en un susurro. Lo imaginé sonriendo, una sonrisa triste, su tono de voz y la situación me decían que no podía simplemente sonreír feliz. No pude más y abrí los ojos lentamente. Tardé un poco en enfocar la vista, pero nadie se percató de que había despertado. Le observé en silencio, aún hablaba con mi madre, que estaba en la puerta, entre susurros.

Su sonrisa era tal y como la había imaginado. No entendí por qué aquello me hacía feliz, pero sonreí yo también, desviando la mirada hacia el techo. Mis párpados empezaron a tornarse pesantes, y no quise impedir que cayeran, dejando que la oscuridad me rodeara de nuevo. Estaba tan cansado.



Lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos al sentir algo contra mi mejilla. Le vi a él, algo inclinado sobre mí, con una expresión triste pintada en el rostro. Su mano era la que acariciaba la piel de mi mejilla. Ese contacto se notaba demasiado cálido, demasiado agradable... En su cara se unieron la sorpresa y la felicidad cuando vio mis ojos abiertos. Adorable. Volví a cerrarlos, centrando mi atención en el dulce contacto que me regalaba, pero se retiró.

—Perdona... —parecía arrepentido. Con esfuerzo recordé cómo era mi actitud hacia él. Abrí los ojos y sonreí. Él me estaba ofreciendo la oportunidad de ser feliz, no iba a desaprovecharla.

—No tienes por qué disculparte... —se giró, buscando algo en mi rostro, algo que le indicara que mentía, o que estaba mostrando mi otra personalidad —aunque no lo había presenciado, suponía que, al llevarse bien con mis padres, estos se lo habrían contado— o si me burlaba de él. No cambié mi expresión.

—¿Qué te ha pasado, Uruha? —susurró, sin dejar de mirarme de esa forma. No dejé que eso me molestara, yo le había tratado demasiado mal. Levanté mi brazo como pude, tenía una vía conectada y estaba entumido por no haberme movido en días, además de algo adolorido. Una venda cubría mi muñeca, donde aún debía quedar una fea herida por cicatrizar.

—Hice esto por ti. ¿Por qué no viniste?



Esa fue una tarde feliz. Él se fue a dormir a su casa, dejándome solo en la pequeña habitación de hospital en la que pasaría algunas noches más, pero sabía que él volvería. Que siempre volvería. Por primera vez en la vida sentí que era alguien, que no sería abandonado, que alguien —fuera de los que me habían concebido— me quería, y que le importaba mi existencia en sentido positivo.

Mis ojos se cerraron y soñé, imágenes de una vida futura, ideal, junto a él, siempre. Pero la peor pesadilla aún estaba por llegar.





__________________________________________________________



Llevaba más de seis meses viviendo junto a él. Él me amaba, así me lo había dicho antes de que me dieran el alta, esa última vez en la que fui hospitalizado por intentar morir por mí mismo. Yo le adoraba, me hacía caso, me cuidaba, no me rechazaba, aguantaba mis cambios bruscos.

Con paciencia, me hacía tomar las pastillas cuando me negaba, aguantaba cuando me encerraba en mi habitación por horas, a oscuras, y cuando le gritaba e insultaba. Lo mejor era cuando yo estaba estable, se acercaba y me abrazaba, me besaba y podíamos pasar largos ratos sin hacer nada, sólo estando juntos.

Me trataba como un bebé y a mí no me importaba, me sentía frágil y no me dolía que así fuera. Me gustaba ser tratado como una muñeca de cristal.

Salía poco de casa, y siempre acompañado por él. Íbamos a comprar ropa que sólo usaría en casa, comprábamos la comida necesaria y visitábamos a mis padres, que sonreían, al parecer felices porque yo hubiera encontrado alguien.





Era una tarde cualquiera, después de días que completamente estable, casi me sentía como una persona corriente. Ingenuo. Sentado en el sofá, leyendo un libro, enmedio de esa luminosa sala de colores claros. Él apareció por el marco de la puerta, y sonrió al verme. Le devolví la sonrisa.

—Shima, es hora de las pastillas —sabía que no me gustaba medicarme, pero siempre sonreía. Hice un puchero y le vi desaparecer. No había pasado ni un minuto que lo escuché quejarse desde la cocina. Me levanté para descubrir qué pasaba y lo encontré dando vueltas por la habitación. Mi presencia lo hizo girarse.

-La he cagado, debería haberme fijado en que no quedaban... Tengo que ir a la farmacia, Shima... Te dejo solo un momento, ahora vengo y traigo tu medicación. He sido imprudente, perdona —se acercó para besarme y no le rechacé, cerrando los ojos para sentir sus labios cálidos rozando los míos en un dulce contacto. Me sonrió de nuevo y se apresuró a salir. Yo volví a la sala, con mi libro, para seguir leyendo.

Puse mi atención en lo que se oía a mi alrededor, olvidando el libro. Podía escuchar el silencio. Respiré hondo, cerrando los ojos. Era agradable. Pronto empecé a detectar, aunque no muy fuertes, los ruídos de la cuidad en la que estaba. Coches ruidosos, un leve rumor de personas hablando. Lo normal.

Pero algo me asustó. Un ruído, un golpe, se había escuchado cerca. Abrí los ojos y giré mi cabeza hacia todos lados, buscando el origen de ese golpe, sin encontrar nada. El golpe se repitió y di un pequeño salto en el mullido sofá. Sin que fuera consciente, mi respiración se había tornado irregular, los latidos de mi corzón, rápidos. Cerré los ojos de nuevo y volví a respirar hondo. No vivía solo, había vecinos en los pisos de ambos lados, en el piso de abajo y en el de arriba. Probablemente ellos habrían hecho el ruido... Pero el golpe se repitió, más fuerte, parecía más cercano. Un gemido asustado salió de mi garganta, traicionándome. Aquello desencadenó el miedo. Lancé el libro en el suelo y subí los pies en el sofá blanco, ensuciándolo, para abrazarme las rodillas con fuerza. Empecé a temblar. El golpe se repitió, y volvió a repetirse. Cada vez con más frecuencia, cada vez más cercano. Miraba a mi alrededor con los ojos exageradamente abiertos y húmedos por las lágrimas.

Una voz, un quejido que se quedó flotando en el aire. Un lamento sin una procedencia clara. Volví a gemir, cada vez más asustado. Temía que él volviera. Si volvía, no sería bueno. Estaría enfadado por mi felicidad, daría miedo. Una risa fría. Me encogí sobre mi mismo y una idea pasó por mi cabeza. Sí. Eso era. La risa se repitió, en un volumen más alto. Esa risa se convirtió en un grito, un grito desagradable, demasiado fuerte, agudo, que amenazaba a perforar mis tímpanos. Cubrí mis orejas con fuerza, apretando las manos contra el cráneo, agarrando el pelo entre mis dedos, tirando de él. Una lágrima resbaló de mi ojo izquierdo al cerrarlo, frunciendo el ceño. No quería ver, no quería verle. Me mordí el labio con tanta fuerza que empezó a sangrar, el sabor metálico llenó mi boca.

El grito volvió a convertirse en risa, una risa burlona que cortaba el aire. Abrí los ojos y miré a la nada. Con movimientos demasiado rápidos llegué a la cocina y cogí uno de esos enormes cuchillos que nunca había usado. Volví a la sala para plantarme ahí y mirar a mi alrededor. Apuntando a la nada.



Si alguien hubiera visto la escena, sin menor duda, habría sabido que ese chico no estaba bien. Pálido. Los ojos abiertos, casi fuera de sus órbitas, brillantes le hacían parecer completamente loco. En pie enmedio de una sala en calma, dando vueltas sobre sí mismo y girando la cabeza bruscamente de un lado a otro, sosteniendo un cuchillo en sus manos con tanta fuerza que estas habían adquirido un tono blanquecino...


Escuché la puerta. Seguro que era él, queriendo parecer humano, fingiendo ser humano. El familiar sonido de la puerta abrirse, pasos de alguien, la puerta cerrándose, dando un suave golpe. Empecé a temblar violentamente, exageradamente. Los pasos se acercaban, lentamente, y mi corazón amenazaba en destrozar mi pecho para latir aún más fuerte. Hiperventilaba, no era capaz de controlar mi respiración. Una sombra apareció en la puerta. Estuve a punto de gritar. No lo hice. Salté adelante y corté algo. Me sentí satisfecho cuando aquel cuchillo se hundió en su piel. Reí y me dejé caer, empuñando aún el arma. Él había gritado, había soltado un chillido de dolor. Esa voz me sonaba de algo.

Entonces mi respiración se cortó y me encontré sin aire. No temblaba, mi corazón no latía, mi cerebro parció congelarse. Esa voz no era la suya, no era la de ÉL. Levanté la mirada, aterrorizado al saber lo que encontraría.

Grité.

Devolví todo lo que había comido.

Y él habló. Su voz era débil y sonaba rota por el dolor.

—Kou... Kouyou... ¿Qué...? —le oí sollozar y sentí mi cuerpo volver a temblar, más violentamente, estaba abrazándome a mí mismo, en el suelo, sobre mi própio vómito, con un cuchillo ensangrentado al lado, porque le había hecho daño, le había destrozado— Shima... —y seguía sin rechazarme. Levanté la mirada de nuevo, armándome de valor para ver mi obra.

Su cara era una mueca de dolor. Intentaba mostrar una expresión amable. No podía comprenderle.

El lado izquierdo de su rostro estaba intacto, pero la sangre lo manchaba. El lado derecho...Cuando fijé mi vista en la herida sentí arcadas de nuevo, pero no tenía nada por sacar. La cuenca vacía de su ojo derecho, llena de sangre. La mejilla deshecha, desfigurada por un profundo e irregular corte que la atravesaba, parte de su mandíbula al descubierto, con esos dientes blancos rojizos por el fluido cálido que salía sin que nada lo detuviera del corte.

—A...ki...Akira... —conseguí decir. Y él sonrió, sólo con esa mitad de la cara medio distorsionada por el dolor. Había caído de rodillas, cerca mío. Acarició mi húmeda mejilla con su pulgar.-Akiraaaaaa...-lloré. No podía saguir tratándome de esa forma. Convulsionando de nuevo en el suelo.

Dijo algo parecido a "No pasa nada", mostrándome de nuevo esa mueca que intentaba ser sonrisa y se levantó, caminando en zigzag, dejando un rastro de sangre detrás suyo, hasta el teléfono. Recordé su herida y la oscuridad cayó sobre mí.

Notas finales:

Bien. 

Nota. Uruha, en teoría, sufre esquizofrenia. No soy una especialista en el tema(básicsamente no tengo ni idea, matadme), así que si alguien quiere corregirme, lloraré pero estaré encantada de saber más. 

Gracias por leer~~


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