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El salto del cabrón por sherry29

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Notas del fanfic:

Basada en una leyenda de la ciudad colombiana, Cartagena de Indias. El templo existe realmente y los personajes mencionados también existieron. 

 

   Más allá del arrabal y de la calzada que lo unía al continente se iniciaba el arcabuco, cada vez más denso en la medida que se aproximaba a la Popa. La Popa es un cerro pequeño, el más alto de Cartagena a pesar de eso, existente aún. No es más que un pequeño relieve en una ciudad rodeada por mar,  pero fue el lugar donde la reina del cielo quiso que fuese erigido su templo; templo a su divina advocación como Virgen de la Candelaria. Tenía que estar allí, mirando el mar desde su cima.

   Fray Alonso de la Cruz Paredes, un agustino recoleto y pio, recibió la orden de la mismísima madre de Dios, y de inmediato, con la obediencia propia de su carácter y su amor al padre, se puso en marcha desde una ciudad lejana. Días más tarde, o quizás meses, pues no puedo especificarlo debido a los pocos datos que se recogen de tan caro hombre, se reunió con el Obispo de la Ciudad, Juan de Labrada. Y cuál no sería su sorpresa y horror al saber que para dar término a su empresa debía primero  enfrentar otra prueba aún mayor. Debía enfrentarse con el mal en persona, debía encarar al maligno.

   El diablo había tomado señoría de aquel lugar. Se rumoraba que durante las noches, en un templo, un bohío, se realizaban toda clase de aquelarres donde hombres y mujeres se entregaban a los más bajos excesos que la idolatría puede ofrecer: Orgias, sacrificios paganos y bailes provocativos e inmorales.

   El corazón de Fray Alonso se turbó. Tenía miedo, pero tenía más fe, así que durante varios días (tampoco puedo especificar cuantos) se mantuvo sumido en la mayor de las contemplaciones místicas que hubiese tenido jamás. Ayunó y oró con toda la fe de su corazón a fin de llenar su espíritu de gracia y valor, y cuando finalmente estuvo listo, partió al encuentro con el usurpador del trono de su Señora.

   Los que tomaron nota de este suceso narran que Fray Alonso solo vestía sus vestiduras eclesiásticas al momento de abandonar el monasterio donde se alojaba, unas sandalias sobresalían bajo su hábito cubriendo sus pies,  y la cruz de madera que colgaba de su cuello parecía protegerlo con más vigor que el mejor de los escudos.

    Seguían al monje un ejército de españoles. Pero él hombre de Dios sabía que no había arma más temible y poderosa que la que yacía entre sus manos: La santa palabra de Dios.

   Los hachones los iluminaron cuando se adentraron en el arcabuco, el follaje era denso como la oscuridad de aquella noche sin estrellas. Los hombres sin Dios eran los culpables del firmamento extinto. Subieron el cerro y les tomó varias horas llegar a la cima. Desde allí se veía la cuidad, la bahía y el océano. Desde allí se escuchaban los tambores que sonaban en honor al bajísimo, un ejército de hijos pródigos los tocaban.

   —¡Hemos de liberarlos y salvarlos como Jonás hizo con Nínive! —dijo, según lo que se documentó después. Los valientes hombres de fe que le acompañaban asintieron, y juntos partieron al templo.

   Era un lugar horrible y oscuro. Afuera, unos negros sin alma, y por lo tanto sin Dios, se entregaban a una danza mundana y violenta. Los tambores marcaban el compás de sus movimientos. La forma como sus cuerpos rendían culto a demonio estremecía al monje.

   Fray Alonso se arrodilló y rezó diez Ave María y tres Padre nuestro. En el cíngulo que ceñía su hábito se había colgado una botellita con agua bendita; la abrió y con una pequeña ramita que encontró cerca bendijo a los justos que lo escoltaban.

   Siguieron su camino y finalmente se toparon de cara con el horrendo bohío. Estaba completamente cerrado pero eso no era impedimento para que los que estaban fuera pudiesen escuchar el sacrilegio que se celebraba dentro de aquellos muros.

   Por una rendija Fray Alonso se acercó y observó. ¡El demonio, en efecto, se hallaba en ese lugar!

   —¡Santo Padre Celestial! —bramó, sobrecogido, y volvió la vista hacia la obscenidad mientras apretaba su crucifijo y rezaba otro Padre nuestro.

   Dos hombres más pudieron observar también y se dice que nunca más volvieron a ser los mismos.

   Dentro de aquel recinto, iluminado por hachones, se encontraba reunido un grupo de perdidas almas. Todos estaban desnudos, y algunos danzaban junto a una hoguera infernal. Eran hombres y mujeres; había niños y ancianos también y todos miraban hacia el fuego como hechizados. ¡Y copulaban! Copulaban unos con otros sin importar nada, entregados a la abominación.

   Al término del Padre Nuestro, Fray Alonso vio como un hombre salía por detrás de unas cortinas oscuras. Estaba desnudo pero en su cabeza llevaba una máscara gigante que se la cubría por completo. Era  un macho cabrío, Uri, como le llamaban los negros de bemba colorá, el demonio.

   El hombre se puso en medio de la orgía, detrás de las llamas, y se colocó de espaldas con las manos apoyadas en una piedra enorme que hacía las veces de altar. Lo que siguió a continuación estremeció a todos: El hombre ofreció el agujero en medio de sus piernas y uno a uno los impíos adoradores del mal se postraban y se lo lamían. Uno a uno, hasta que no faltó ninguno.

   La flaquencia pareció apoderarse de Fray Alonso al ver aquello. En ese momento tuvo la determinación de que esa gente no podía ser salvada como en Nínive. No, ellos debían arder como Sodoma.

   El hombre de la máscara se montó sobre una mujer que abrió sus piernas ofreciendo su sexo. Mientras lo hacían, otras parejas se entregaban al pecado. Hombres con hombres se montaban, mujeres y ancianos, hermanos y hermanas, padres e hijos. Un hombre botó su simiente sobre la boca de otro mientras dos mujeres se acariciaban los pechos. La mujer montada sobre el altar gemía presa de una lujuria demencial. Buziraco, como también se hacía llamar el  diablo, la poseía.

   Entonces, Fray Alonso ya no pudo soportarlo más y su ejército procedió. Rompieron la puerta del bohío e invadieron el lugar, dando por terminado aquel festín de bajeza y corrupción.

   —¡La ramera de Babilonia no conoció nunca tanta aberración! —gritó el monje con la cruz de Dios en lo alto.

   Los sorprendidos profanos empezaron a correr, pero no fue suficiente. Lucharon pero el ejército era mayor y los alucinógenos que los tenían rendidos a la perdición los perdieron aún más. Fray Alonso se acercó al altar y vio que un cabrito vivo estaba allí, rodeado de joyas. Miró a los ojos al animal y no tuvo dudas de que era Buziraco encarnado.

   Cuando lo agarró, el hombre de la máscara trató de detenerlo pero fue inútil. Uno de los hombres justos lo atravesó con su espada y el hombre calló perdiendo la máscara. ¡Era el Virrey!

   Abrumado, Fray Alonso corrió, corrió con todas las energías con las que lo había dotado El Señor, y cuando llegó al filo del cerro y vio la oscuridad profunda que estaba allí abajo, tomó al cabrito y lo arrojó. Los huesos del animal se rompieron por completo. Fray Alonso acababa de vencer. No. Dios Todopoderoso acababa de vencer.

   Fue un escándalo en la Nueva Granada. El virrey fue remplazado y volvió a España cuando se recuperó de su herida. El cerro de la Popa debió esperar muchos meses aún para la construcción del templo, pues las terribles tempestades que envió el demonio, en venganza, retrasaron el proceso.

   Unos años más tarde se levantó el Templo de la Virgen de la Candelaria y por esa misma época llegó el Tribunal del Santo oficio para velar porque la herejía no volviera a hacerse presente en esa ciudad de Dios.

   Actualmente existe aún el templo de La Candelaria. Sin embargo, en las noches sin estrellas, a lo lejos, los Cartageneros podemos oír a veces el repique de los tambores.

   

   Fin.

 

    

  

  

  

 

 

Notas finales:

Lo del Virrey es producto de mi cosecha, es un dato falso que coloqué para mayor impacto. No tengo conocimiento de que alguna figura nobiliaria de este tipo haya estado vinculada con sucesos de este tipo. 

Un beso y gracias por leer. 


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