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A whole lot por Kiharu

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Notas del fanfic:

¡¡Felices fiestas!!

La verdad cuando vi mi pedido del amigo secreto entré en pánico. No soy muy buena escribiendo lemon, Lita.

Mucho menos SM ;______;

El fic no me convence mucho, pero no sé.

Espero que te guste, Lita, lo he hecho con dedicación.

Por cierto, SCREW no me pertenece(?) y es la primera vez que trabajo con ellos, por lo que me fue un poco difícil.

 

Notas del capitulo:

Espero que te guste, querida amiga secreta.

:D

00.-A whole lot.

 

 

La historia de los dos, comenzó de una manera bastante común.

Byo era un yakuza muy temido. Kazuki y Rui eran dos yakuzas más, que, hablando en un día soleado en el que tenían que asesinar a una madre soltera (que había engañado a Byo, haciéndole perder mucho dinero), soltaron una frase bastante poco común.

—Ojo por ojo, el mundo se queda ciego.

—Eso lo dice alguien famoso, ¿no? —le preguntó Kazuki a Rui.

—Pues no lo sé, pero quizá sí. Mi punto era que si les disparáramos a todo el mundo en los ojos, tendríamos ventajas. Al menos así, esa zorra no nos hubiera sacado todo ese dinero —Kazuki asentía energéticamente a lo que Rui decía.

—La verdad es que cuando Byo la miró a los ojos… yo sentí que tenía que sacárselos. Ya ves, Byo terminó enganchado de esa mujer. Creo que las cosas deberían ser así: justo cuando vas a enamorarte de alguien, dispárale a los ojos, para que el enamoramiento no llegue al fin y seas un alma libre.

—No sean tan melodramáticos.

—¡Pero esa puta perra te engañó!

—Bueno, sí. Pero que me lo digan así sólo lo hacen sonar como si fuéramos un trío de maricones.

—Joder, Byo, no dejas ni una conversación sin llamarnos “maricones”.

—Cállense, tenemos que dispararle desde aquí.

Byo estaba acostado en la azotea de un edificio, esperando que la mujer que iban a matar, mirara por la ventana; tenía el arma apuntada hacia ese sitio desde hace ya mucho tiempo. Así nadie podría inculparlo a él ni a ninguno de sus amigos (los cuales se limitaban a decir tonterías, desconcentrándolo un poco). Cuando por fin la mujer vio por la ventana, él no dudó ni un poco en jalar del gatillo. El sonido fue seco y doloroso. Cuando se estaba levantando, el llanto de un niño le sacó del sabor de la hermosa venganza. Miró la ventana y otra vez sucedió: los llorosos ojos de ese niño, que le miraba alternadamente a él y su madre tirada en el piso, ensangrantada, le penetraron el corazón, haciéndolo sucumbir.

—Oigan, tiene un niño…

—¿Y?

—Vamos por él.

—No. Sólo íbamos a matar a la mujer y listo.

—Lo deseo.

—¡¿A un niño?! —gritaron los dos al mismo tiempo.

—Sí. Ahora, maricones, ayúdenme a robarlo.

Bueno, pensándolo bien, no fue una historia muy común.

*

Lo comenzó  a llamar “Jin”. Lo mantuvo en su casa, a escondidas. Tenía siete años. Byo llegó a sentirse un poco culpable por el lamento del niño cada noche, por la pérdida de su madre (el menor jamás llegó a saber quién había sido el culpable de la muerte de su mamá), pero pasó totalmente de eso al pasar unos años y inició a querer tenerlo debajo de él. Claro que era la primera vez que deseaba a un hombre, y aunque se sentía raro, comenzó a tener sexo con él, haciéndole pensar que era un secreto entre los dos. Era un niño cualquiera. Cada que se acostaba con él, recordaba a su madre, la mujer de la que también se había enamorado violentamente.

Su relación en pareja (como se empeñaba en llamarlo Byo) tenía ciertas cosas que no sonaban bien para mucha gente; empezando porque eran hombres, porque Byo tenía dieciséis años más que Jin (quien perdió la virginidad a los nueve), o el simple hecho de que Jin era un chico secuestrado (estaban en otra ciudad de donde se cometió el crimen) que era follado cada noche por un peligroso y adinerado yakuza, que se hacía pasar por hermano mayor.

Sí… no sonaba exactamente bien.

*

Jin, desde su cumpleaños catorce, después del ostentoso traje, computador y teléfono móvil nuevos, empezó a pensar que estar solamente con Byo o con los amigos de él (Rui y Kazuki) estaba tornándose muy monótono. Él observaba a su amigo Manabu salir a jugar partidos de futbol o a simplemente nadar casi todos los días con algunos compañeros de clase, y la envidia le crecía. Le comentaba esta clase de cosas  a Byo y él le había enseñado a nadar y a jugar futbol. Jin se preguntaba porqué Byo era tan perfecto, porque todo lo podía tener a la mano con tan solo decirle.

 Bueno, casi todo. Lo que realmente quería era salir con personas que no fueran los más cercanos a él.

Un día caluroso le preguntó a Manabu si podía salir con ellos. Él accedió inmediatamente. Más, sin embargo, cuando era esperado a la salida de la escuela por su “novio”, casi corrió para evadirlo. Jin negó todo, peleó con el mayor a la mitad de la calle, y terminó huyendo a gran velocidad con Manabu a jugar.

Sabía que era un gran error. Hace dos años y medio habían comenzado a tener “sexo de verdad” como decía Byo. Sexo en el que le pegaba, en el que tenía que arrodillarse para obtener placer. Él prefería el sexo normal, en donde podía tocar donde quisiera y tocarse cuando quisiera, pero tampoco le disgustaba tener que rendirse totalmente a alguien. Le hacía sentir liberado de muchos pensamientos negativos. Incluso con la edad ya no le parecía algo tan raro.

Ya sabía que eso pasaría en cuanto llegara a casa.

Pero por mientras, disfrutó su primera tarde como un chico común y corriente, no como el protegido de un yakuza.

 

Aunque Jin no sabía absolutamente nada de la fuente del dinero de su novio, no le importaba tener tantos lujos. Como la bañera con sales, en la que estaba en ese momento, quitándose el sudor y preparándose para los azotes que sucederían después.

Estaba muy cansado. Los músculos le dolían mucho. Había jugado tanto que olvidó totalmente que Byo también querría exprimir cada pequeña gota de energía que tuviera. Mientras pensaba en el dolor de la sesión próxima, recordó cómo le había besado cuando entró a casa. Ese beso que pocas veces le daba, un beso diciéndole lo importante que era para él, porque a pesar de que Jin fuera muy joven, se daba cuenta de lo que era su relación y de sus sentimientos.  

*

—Ya me cansé…

—¿Quién te dio permiso para hablar, eh?

Jin se quedó en un mutismo tenso. Byo lo observaba con mucha atención, sin quitarle los ojos de encima. Jin, por su parte, entre nervioso y excitado, miraba el piso a conciencia de lo que el otro hacía. Pero ciertamente, la barra de postura obligada ya lo tenía hasta los cojones. La espalda ya la estaba doliendo, también las rodillas. Ya ni siquiera tenía frío de estar ahí, desnudo, doblando las piernas como cualquier japonés, a excepción de que tenía ambas abiertas de par en par. Sus manos, junto con la barra de metal, estaban detrás, reposando en sus nalgas, atadas.  Los pezones los tenía erectos, eso sí. A pesar de su aburrimiento y cansancio lograba estar alerta a cualquier movimiento de Byo.

Mientras observaba el piso, escuchó cómo su amo se levantaba del sofá en el que había estado mirándole y seguido de eso, sus pasos. Jin sufrió un tirón de adrenalina por todo el cuerpo. Sabía qué le seguía. 

—Bueno, Jin. Hoy lograste huir de mí, ¿sabes lo que significa, verdad?

Que vas a putearme y luego follarme pensó. Pero no lo dijo, eso estaba prohibido, y definitivamente más castigos —como la barra para que estuviera recto por más de dos horas, y los azotes en las nalgas previos a lo anterior—, ya no aguantaría.  A la pregunta que le había hecho, tardó en contestarla porque no quería sonar descortés. Cuando pudo modular su tono de voz, respondió—: Sí, señor.

—¿Aprendiste la lección?

—Sí, señor.

—Muy bien. Espero que jamás vuelvas a voltearme la cara cuando voy a buscarte a la escuela. Es muy maleducado de tu parte. ¿Qué te piensas que soy? ¿Alguien que no importa? No, Jin. Tú, perra sucia, no puedes ir gritándome que deje de acosarte. Simplemente no puedes.

Esto colmó la paciencia del sumiso.

—Tú no…

—Soy tu puto dueño. Hago contigo lo que quiero, cuando quiero y como quiero. Creí que habías aprendido a respetarme un poco, pero veo que no —Byo arrastraba una a una sus palabras, mientras jalaba de forma dolorosa el castaño cabello de Jin, para que éste lo mirara atentamente. La barra comenzaba a molestarle todavía más si le movían así el cuello. El cuero de su collar estaba apretándole, claro, sin llegar a asfixiarle—. Voy a tener que azotarte más. He pasado una vergüenza grande por tú culpa y no voy a permitírtelo.

Con sus manos hábiles y suaves, pasó a quitarle la barra a Jin, dejándole únicamente su collar. En su mente repitió agradecimientos cortos, que sólo quedarían ahí, porque Byo se había ido con la barra hacia su cuarto rojo. Mientras tanto, el menor simplemente resopló un poco bajo para poder dejar pasar la situación. Sabía que no sería astuto de su parte seguir hablando contrariedades. Ese era su rol, el de sumiso, uno rebelde y obstinado; uno que también, al igual que todos, terminaba por sucumbir ante el capricho de su amo.   

—Jin, acuéstate en la cama, bocabajo. Asegúrate de levantar bien tu culo, tan alto que sea lo único que vea de ti.

Con un temblor de excitación, por la voz dominante del mayor, el sumiso se levantó, y tambaleante llegó a lo que era la gran cama de Byo. Las cobijas cafés, las sábanas pulcramente blancas, las almohadas que se veían realmente cómodas… Jin pensó que todo esto era un castigo de lo peor. Haber salido con sus amigos a jugar futbol, pasando totalmente de Byo había sido un error. Bueno, desde el primer segundo en que le gritó que lo dejara en paz, supo que iba a irle mal (tampoco es como si el hecho de ¨irle mal¨ le desagradara totalmente), así que deseó con toda su alma no sentirse tan agotado.

—Jin… —y un azote llegó a su trasero, siento masajeado después por las largas manos de su amo. El sumiso cerró los ojos con angustia. Ese golpe sí que había dolido—. ¿Jin? —éste apenas pudo susurrar algo inentendible. Entonces, otro azote se ganó su culo. Era una fusta, la reconocía a la perfección. Alguna otra vez la había usado contra él. Sacó aire después de que el dolor comenzara a esparcirse y a sentir el cosquilleo tan conocido para él en sus nalgas. Luego, vinieron unos mimos por parte de Byo, para, nuevamente, dejarle rojos los glúteos por el impacto. Está vez, Jin había gemido del dolor, por lo que el mayor decidió cambiar de juego. Tampoco es como si le gusta el rojo intenso en las nalgas del otro—.  Voltéate y mírame, voy a meterte esto.

Hizo lo que se le pedía. Con lentitud, sintiendo escozor, se volteó, le miró a los ojos, mirando su deseo. Luego, abrió las piernas lo más que pudo, haciendo sonreír al mayor. Ya sabía que se había rendido y que era suyo totalmente. Agitó las bolas anales en sus manos, haciéndolas sonar. Para lo que solían usar esas bolas, era nada más para poder dilatar, porque Byo no pensaba dejar que las disfrutara. Con cuidado, untó lubricante en el ano de su sumiso e hizo de igual manera en las bolas. Con precaución, usando un dedo, intentó dilatarle un poco. Cuando vio que ya no era tan difícil entrar, buscó paciencia para meter el juguete. Y una vez dentro, mirando la expresión agonizante de Jin, sonrió totalmente complacido.

Jin, por su parte, intentaba equilibrar lo de los azotes, el dolor de espalda y la intromisión a su cavidad. Por una parte prefería las bolas a que le siguieran azotando, al menos no era tan doloroso.

—Jin… —habló Byo, con voz gruesa—. Voy a atarte, ¿bien?

—Sí, señor.

—No cierres las piernas.

Byo observó con atención el sonrojado rostro de su sumiso. La excitación de Jin estaba llegando a sus ingles, obteniendo una erección. 


—No te muevas.


Byo trajo sus cuerdas, y le sonrió con mucha energía. Jin abrió más sus piernas; el cachondeo de los dos iba a culminar después del bondage, o por lo menos así creía el sumiso.
Con concentración, el mayor comenzó con las piernas de su víctima. Las flexionó, juntando el talón del pie hasta el inicio de las nalgas. Al menor le daba muchísima vergüenza estar tan abierto; en parte, por pudor y naturaleza humana. Es lógico sentir esa pena al mostrarle tus genitales a alguien. Por otra parte, sentía esas cosas porque por dentro, lo único que quería era ser totalmente perfecto para su amo. Por que lo quería, porque se sentía tan deseado como nunca. Byo, sin embargo, ardía por cada milímetro de piel de Jin. Desde que lo encontró hace siete años, él siempre deseó poseerlo.


—Jin, voy a pegarte porque eres una perra desobediente.


"Ya me pegaste mucho" pensó el menor, sin embargo, solo afirmó.
Cuando Byo terminó de hacer largas ataduras en sus manos y piernas, lo observó con detenimiento y se le calentó la cabeza. Jin mantenía las mejillas sonrojadas, el flequillo pegado a la frente por el reciente sudor, y abierto de piernas… sumándole la mordaza en la boca (cortesía de Rui). Su piel era blanca, lisa, aun como la de un niño. Su adolescencia se dilataba, pero eso no era de gran relevancia en aquel momento.


—No vas a ver nada, tampoco vas a escuchar. Siénteme.


Byo colocó tapones auditivos en las orejas del menor y una venda en los ojos.
Jin sufrió un pánico repentino. Estaba esperando cualquier tipo de cosa. Byo era un desgraciado pervertido: tenía bastante arsenal de cosas como para pegarle. Dentro de sí, se repetía una y otra vez que no iba a dejarse vencer por el sadismo de su amo. Estaba bien que le gustara el sexo, que fuera celoso, que lo azotara -con fines de castigo como sumiso-, que se lo follara cuando quisiera, pero detrás de todo eso, él también quería tener una vida.
Mientras cavilaba en lo anterior, el látigo de cuero en hebras acarició sus genitales. Mientras comenzaba a materializar el dolor, la boca de Byo mordió la punta de su glande, haciéndolo gemir muy fuerte. Esperaba de todo, menos una mamada. Al no poder ver, Jin imaginaba los labios del otro succionándolo, con la cara roja, con los ojos clavados en él; imaginaba también, el sucio sonido de su pene dentro de la cavidad del mayor. Pensar en los rosas de Byo, en su rubio cabello moviéndose entre sus piernas… Se ponía más cachondo de lo que ya estaba de tan sólo especularlo. Y eso que le resultaba muy raro tener que imaginar todo como una tercera persona.

 Quería gemir sin sentir que se estaba ahogando por la bola roja entre sus labios. El ruido de su voz era entrecortado, pero escuchado. Byo, mientras se la mamaba, comenzó a meter y a sacar las bolas, haciendo que la poca movilidad de caderas que tenía el menor fuera utilizada.
El sumiso intentaba gemir para poder sentirse liberado. La excitación se había vuelto tanta que había comenzado a soltar un par de lágrimas. Y entonces, todo pasó muy rápido: Jin eyaculó en la boca de Byo, siendo sacudido por un orgasmo que quemaba.
Cuando comenzó a sentir las contracciones, no pudo dejar de gemir al momento en que el látigo era usado en su contra repetidas veces. Su corazón latía muy fuerte, su cuerpo se sacudía entre el placer y el dolor. Giró un poco su cabeza, para poder sacar toda la saliva que se comenzaba a acumular en su boca. Babeándose, con lágrimas de placer, fue sacado de su nube cuando le dejaron de pegar para quitarle la mordaza y hacerlo recibir el glande del otro en la boca, que en cuando vio que el otro accedía, comenzó a follarle la boca rápido y hondo.

Mientras tanto, trataba de alcanzar las tijeras; no iba a detenerse a desatarlo, simplemente cortaría las cuerdas.

Jin tosió porque ya se estaba ahogando. 

Byo sacó su pito de su boca. El otro agradeció el poder volver a respirar. Inmediatamente, le quitó la venda de los ojos, dejándolo ciego un momento, pues la luz del cuarto fue lo primero que vio. Cuando se dio cuenta, sus brazos habían sido liberados y sus piernas iban para el mismo al camino. Una vez libre, Byo volteó a Jin para que este quedara en cuatro. Se apoyó de la cama y se desvistió a velocidad luz a la par de que le observaba el culo; redondo y brillante, como recordaba de ayer. Cuando se encontró desnudo, se adentró al interior de su amante. Jin gimió fuerte. Ya no estaba tan excitado, por lo que le había dolido. Byo, apremiándolo por su cooperación, le acarició toda la espalda, se la besó; comenzó a masturbarlo, también. Después de un tiempo no muy prolongado, Jin movió el culo en busca de la penetración. Byo dejó de masturbarlo, sujetó con más fuerza de la necesaria las caderas del otro y comenzó a embestirlo fuertemente. Casi después de treinta segundos, los brazos de Jin fallaron y su cara era lo único que sujetaba la posición. Byo gimió fuerte, arremetiendo contra la bien conocida -para él- próstata de Jin. Cuando vio que Jin estaba sudando y dejándose caer a la cama, salió de él y le dijo que se diera la vuelta. En aquel momento, le sujetó de los pies, y de rodillas en la cama, le abrió las piernas lo más que pudo. Jin soltó un gemido de dolor y ahí, en ese punto delirante entre el sufrimiento y el placer, lo volvió a penetrar, dejándole el dolor de las ingles casi inmediatamente. 


—Ah, Jin... Jin... Jin...


—Mmmh...


El menor solía tragarse el orgullo cuando veía al otro tan complacido. Solía dejarse llevar todavía más. Gemía más.


—Jin... Córrete primero  —no era petición, era orden. Byo esperaba mientras lo follaba—. Tócate— le rugió.


Jin tomó su glande y comenzó a masturbarse con fuerza. Sintió que iba a explotar cuando Byo comenzó a tocarle los pezones y a besarle salvajemente los labios.
Y como lo previó, explotó. Volvió a correrse, entre sus vientres; escuchando, luego de su gemido y aturdimiento, la maldición que soltó el otro al correrse dentro de él.
Byo se desplomó sobre Jin, quien ya estaba somnoliento después del dolor, de la presión, del orgasmo. Pero Byo le abofeteó la cara para que despertara.


Y si que lo hizo.


—Con una mierda, Byo; ya me follaste, déjame dormir...


—Aun no acabo. Levántate y pégate al ventanal. No me has complacido lo suficiente.


Si a Jin le molestaba (no del todo realmente, eso era lo que el decía por simple orgullo) hacer de sumiso, lo que más le enfadaba era que dijera que no lo complacía adecuadamente. Pues bien, mierda, iba a actuar como perra para ver si ya lo dejaba en paz de una puñetera vez. Quería dormir.
Con las piernas fallándole, se cayó de la cama, escuchando un "¿Es todo lo que aguantas?"; con rabia y frustración se sujetó del colchón y se puso de pie. Byo le había humillado. Abrió un poco las piernas, como si hubiera montado a caballo para poder caminar (lo logró porque iba agarrándose la pared).
Una vez con la frente en el ventanal, observó el Tokio de noche, vivo, intenso. Se avergonzó al ver su mirada en el vidrió: una lujuriosa, demandante y sobre todo, frustrada y desesperada.

Aunque dijera que no, él también quería seguir follando.


Una nalgada lo sacó de sus pensamientos.


—Mira esto —Jin observó lo que le pedía su amo: su pene, flácido, y su cara, carente de expresión—. Vas a tener que hacer algo bueno para complacerme. 


—¿Qué es lo que quiere que haga exactamente, señor?


—Córrete de nuevo, en la ventana. Mira a los que pasen. Estamos en el tercer piso, seguro que alguien te ve. Penétrate con los dedos también, sé que eso te gusta.


Asintió ahogado entre el calor que tenía, el calor que le provocaba que le mandaran. La excitación de estar debajo de alguien. Byo le bañó el culo en lubricante así que lo primero que hizo fue meterse los dedos, dos solamente y metió y sacó, buscando su punto feliz. Una vez que lo encontró, sujetó su relajado pene y comenzó a sacudirlo hasta que consiguió una semi erección. Estaba ardiendo. Después de todo, con devoción estaba masturbándose para su amo. Cuando se sintió totalmente excitado, giró a ver la cara de Byo, quien lo observaba desde una esquina de la amplia habitación. Mientras el menor empañaba de gemidos sucios el vidrio del ventanal, el mayor, desnudo, no parecía excitado. Eso le molestó muchísimo.


—Te veo cansado. Ven, chúpamela y hago que termines...


Cuando Jin sacó su mano de su trasero y se dispuso a moverse hasta el amo, apenas se giro y cayó al piso. Byo lo sabía: Jin estaba realmente cansado física y mentalmente además de estar excitado por tercera o cuarta vez, ya ni se acordaba. Le dio un poco de lástima la situación del menor, ahí, en el piso. Pero le dio todavía más pena verlo llorar. Una parte de Byo quería ir a ayudarle, practicarle el mejor sexo oral que pudiera y llevarlo como reina hasta su habitación. Pero no, eso sería salirse del juego y esto no se acababa hasta que volvieran a tener un buen orgasmo. Quería llevar a su sumiso al borde del límite, porque en el límite ya estaba. Byo se armó de paciencia para no flaquear cuando Jin se puso a llorar de frustración. Quería follárselo de una buena vez, pero primero tendría que hacer lo que le había pedido. 


—Se-Señor...


Suspiró apoyando su frente en el piso. Con fuerza que no tenía, poniéndose en cuatro, elevando el culo para poder brillar ante el otro, gateó hasta que, de rodillas, alcanzó el pito del otro, que, flácido, fue creciendo rápidamente dentro de la boca del menor. A Jin no le gustaba lamer penes (a diferencia de Byo, o Kazuki, incluso) pero sabía que no se le daba tan mal. Una vez que tuvo una gran erección entre sus labios, sonrojado, Byo le dijo—: Veamos si esta vez logras complacerme como es debido.


Tomándolo por las axilas, le indicó que se abrazara de él. Jin hizo lo que pudo. Se sentía de goma, pensaba -al igual que su amo-, que en cualquier momento se resbalaría de su cuerpo. Así que Byo lo estrelló contra la pared, haciendo que se quejara porque su espalda ya estaba adolorida. Pero la fría pared iba a ser el soporte. Cuidando de que no fallara nada, Byo tanteó con su mano el ano de otro, húmedo de lubricante. Lo acarició superficialmente para luego introducir su erección. Jin gimió bien alto, abrazándose más del otro, apretando su erección. Las mejillas las tenía húmedas aun, estaba ya muy sudado; ya ni siquiera recordaba muy bien su nombre.


—¿Cómo se siente, Jin? —preguntó amable, por lo que el nombrado supo que no había más roles.


-Muy... bien... mh-contestó en un suspiro.


Un vaivén duro y violento contra la pared hacía que el joven se deshiciera en alocados gemidos, inundando ya la acalorada cabeza de Byo que intentaba no correrse; antes de que lo planeara lo hizo y se dejó caer al piso con Jin sobre de él. Lo miro, con respiración entrecortada, jadeante, con la erección ahí alta y feroz, mientras que la suya se apaciguaba dentro del menor.


Después de sus cincuenta segundos de orgasmo (que le supieron a gloria) levantó a su amante para poder salir de él. Este gimió de incomodidad pero parecía nublado del cansancio y placer que ya no respondía mucho. Masajeó con fineza y sin tocar mucho, la cabeza del pene, que, enrojecida e hinchada, anunciaba un próximo paraíso. Byo cargó con cuidado de Jin, lo acostó sobre la cama y lo miró detenidamente. Éste abrió los ojos al ver que nada sucedía y se encontró con el otro penetrándole con la mirada. Sin pesárselo, le robó un beso al mayor, que al ver el atrevimiento le mordió los labios.

Fue descendiendo poco a poco.

Se dispuso a lamer su nuez, su cuello, su clavícula, sus oscuros pezones, su abdomen, su ombligo y sus caderas. Mientras lamía y mordía, notaba al otro revolverse debajo. Pensó con velocidad vértigo cómo hacer terminar al menor, así que lo mejor que pensó, fue en hacerlo una felación; al introducirse aquel pene a la boca, inició un vaivén rápido y desenfrenado, que le permitió ver cómo el otro perdía el control. Jin intentaba sacar la cara de Byo de entre sus piernas, cerrarlas, le gemía que parara (en realidad pensaba que realmente lo estaba diciendo, más la realidad era otra), Byo solo le separó más las piernas, esperando el líquido. Cuando llegó, no pudo evitar tragárselo, pues Jin eyaculó justo cuando pasaba su pito por su garganta. El sonoro gemido que soltó fue alabado por besos castos en los labios. Había gemido tanto el nombre de Byo que incluso le dolía un poco la garganta.


—Jin... —al no obtener una respuesta inmediata, prosiguió—. Creo que deberías bañarte. Yo sé que te gusta el semen en el culo pero... Mañana va a seguir dentro y iagh.


—Me lo saco mañana... me duele todo —respondió. Ya ni ganas tenía de pelearle algo. Inmediatamente se quedó dormido. La única razón por la que habían mantenido esa conversación era porque estaba recobrándose del orgasmo. Byo lo miró dormir y lo cobijó, para ir a tomar algo a la cocina. Antes de salir de la habitación, lo observó dormir. Se veía tan tranquilo que creyó que todo era una ilusión.

Aquella tarde que lo vio, fue lo mejor que pudo haberle pasado.

Suspiró suavemente, enamorado, y siguió su camino para obtener un poco de café. Se ducharía luego de eso.

Cariño, tú puedes hacerlo, hacérmelo durante toda la noche
Solo uno más, solo uno más para volverme loco
A lo largo de toda la noche
Y alrededor del reloj
Para mi sorpresa... Rosie nunca para.

Notas finales:

Lo que dice al final, es de una canción de AC/DC que escuchaba mientras escribía.

Whole lotta Rosie.

:D

¿Qué tan basura está? 

Kiharu.


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