Érase una vez, en el reino de Gryffindor, ubicado en el valle de Godric, la reina Lily se encontraba mirando por los ventanales de su habitación el paisaje invernal,se dirigió con sorpresa hacia el balcón de su ventana a contemplar los rosales, los cuales parecían no haberles afectado el clima cruel; se acercó hace una de los rosales más cercanos para atrapar una, pero al tratar de cogerla se enterró una espina que hizo que empezara su dedo a sangrar cayendo la sangre en la pulcra nieve.
Embelesada veía el contraste perfecto de la nueve con su sangre y deseó poder tener un hijo con la piel tan blanca como la nieve, el cabello tan negro como la noche, y los labios tan rojos como la sangre. Lo que no sabía la reina era que ya estaba esperando.
Nueve meses después, nació un hermoso niño con la piel tan blanca como la nieve, los cabellos tan negros y brillantes como una noche estrellada, y sus mejillas coloradas cual manzanas, al igual que su pequeña boca al que llamó Harry.
I
Desde la llegada del príncipe Harry, el reino se había llenado de alegría siendo los más felices la reina Lily y su esposo el rey James, pero la tranquilidad del reino se vio afectada cuando de un momento a otro, un ser oscuro que se hacía llamar Lord Voldemort, empezó a atacar la antes pacífica aldea, a lo cual el rey James, decidió tomar medidas y proteger a su pueblo, dejando así a su esposa e hijo, saliendo con sus tropas a combatir.
Era 31 de Octubre, habían pasado cuatro meses desde que el rey James se fue hacia la guerra; el príncipe Harry contaba ya con un año de edad, era un hermoso bebé que se había ganado la simpatía de todas las doncellas del castillo, con su carita redonda, sus brillantes e inocentes ojos verdes, sus rebeldes cabellos negros los cuales heredó de su padre y esa sonrisa adorable que mostraba ante todos, la cual apenas le crecían los dientes.
Era de noche y la reina Lily estaba acostando a su pequeño Harry en la cuna cuando se escuchó de repente gritos y golpes en el castillo, estaba próxima a buscar su varita, pero de pronto se abrió la puerta con estrépito apareciendo por ella el temible Lord Voldemort el cual se hizo a cargo de la varita de la reina, mientras le apuntaba inmisericorde.
—Entrégame al niño — Habló aquel ser con una sibilante voz
—No, nunca le harás daño a mi bebé — Dijo la reina Lily con devoción, dispuesta a pelear por el bienestar de su hijo
—No me dejas alternativa entonces — Comentó Lord Voldemort con una sonrisa sínica apuntando hacia la cuna —¡AVADA KEDABRA!
Después de lanzada la maldición asesina todo ocurrió en cámara lenta para el pequeño Harry, quien no se percataba de nada, solo veía a aquel hombre de piel mortecina sonriendo cruelmente mientras la reina Lily se interponía entre la maldición y su hijo, cegándole la vida.
Lord Voldemort soltó una carcajada cargada de maldad y se acercó al ahora cadáver de la Reina el cual miró con desquiciada fascinación.
—Que pena mi Lady, pero no me dejó otra alternativa — Habló aquel ser con sarcasmo corriendo hacia un lado con su pie el cuerpo sin vida. Se acercó al pequeño Harry quien hacía pucheros llamando a su madre ahora muerta, estaba apuntando su varita con una cruel sonrisa plantada en su rostro deformado por la maldad, la maldición en la boca, cuando entraron de repente un grupo de soldados junto con el rey que al ver a su esposa tirada en el suelo apuntó junto con sus hombres a aquel ser que viéndose en total desventaja desapareció, no sin antes prometer que volvería, para eliminar al pequeño príncipe.
El rey James corrió después de ello hacia su esposa, encontrándola sin vida sus verdes ojos abiertos, su expresión ya vacía, se había sacrificado por su hijo, como lo hubiera hecho el. Y con todo el dolor que albergaba en su ser gritó, mientras las lágrimas caían de sus ojos, acunando amorosamente a su esposa muerta; Harry también lloraba; nadie notó que en la frente del pequeño había aparecido una pequeña cicatriz en forma de rayo, Lord Voldemort lo había marcado.