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Había una vez... por Chris Yagami

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Notas del fanfic:

Eeee... sopa de caracol... en realidad lo fue D: escribi sin pensar demasiado xD

Notas del capitulo:

Se supone que tenía que ser un fic feliz con final cursi y... esto es lo mejor que pude hacer.

Dedicado a Shun4Ever, espero que te guste :D

Había una vez…

“Había en un reino lejano, un rey bondadoso y una esposa hermosa. Un pequeño niño, mirando con gemas feroces el rostro de un pequeño, escuchando el estruendo de su llanto”

El rey Hades celebraba con alegría el nacimiento de su segundo hijo varón, un niño de ojos verdes y cabello castaño que terminaría de llenar la alegría de su familia.
No solo su esposa era feliz por ese nacimiento, sino su querido hijo mayor que miraba al pequeño niño como si fuera algo maravilloso e imposible, pero con la mayor de sus sonrisas.
-Este, mi querido hijo, es tu hermano menor, a quien debes cuidar y proteger desde ahora- decía la reina con una enorme sonrisa al pequeño niño de cabello negro, tan oscuro como el de su padre.
-¿Él es hermano?- cuestionó con una sonrisa mientras acariciaba sus rosadas mejillas- es pequeño.
-Crecerá, príncipe Ikki- aseguró el rey sentado en el lecho donde su esposa e hijos se encontraban- crecerá y será también el hijo digno del rey Hades.

 

“Había una vez dos niños, amo y sirviente, dueño y juguete. Ambos criados bajo el mismo techo. Mismos instructores, misma educación. Ambas habilidades parecidas, duelos que parecían no terminar.”

Shun, así fue nombrado el pequeño príncipe, creció rodeado de lujos y desde pequeño le fue asignado un sirviente que sería de su misma edad. Alguien que le serviría en ese entonces como un compañero de juegos y que después llegaría a convertirse en su escudero.
Un  niño fuerte y saludable con una mirada de hielo, adornado con finas hebras doradas, hijo de uno más de los sirvientes. Rápidamente Shun lo vio como un amigo, no como un simple sirviente que debía obedecer a sus órdenes y fue eso lo que terminó por encariñar a su joven sirviente.
-Hyoga- llamó el niño mientras se jugaban juntos el inmenso jardín de ese palacio- ¿Qué harás cuando seas mayor?
-¿Hacer, Shun?- pregunto extrañado mientras movían las piezas de madera en esa imitación de barco en miniatura- lo único que puedo hacer es aprender el arte de la espada y convertirme en un fuerte y leal escudero- y no le molestaba ese pensamiento si eso significaba seguir al lado de quien se había convertido en su mejor amigo- ¿Por qué la pregunta?
-Ikki dice que debo convertirme en príncipe- sonrió de manera inocente mientras señalaba su corazón- soy un noble y debo servir a mi pueblo. ¿Crees que puedo servir a mi pueblo?
-Claro, Shun, eres muy capaz- y el estaría a su lado cuando eso pasará, protegiéndolo de todo.

 

“Infancias de alegrías, memorias hermosas grabadas en el eco de un viejo castillo. Muros gruesos, tabiques de concreto. Bellos retratos, sonrisas fingidas.”

Ambos pasaban el día corriendo por los largos pasillos del castillo, riendo a carcajadas por esa carrera que no tenía meta alguna y solo acabaría cuando sus energías se acabaran.
En el jardín muchos duelos se llevaban a cabo bajo la guardia del imponente príncipe Ikki, quien llevaba sobre sus hombros la tarea de llevar adelante el reino, aprender a aprender todo lo referente a su pueblo y reinado para convertirse un día en un rey justo como lo era ahora su padre, temido y respetado. Era una carga pesada pero la llevaba con orgullo.
-Ikki- llamó su pequeño hermano, que rondana para ese entonces los siete años de edad, descansando en su regazo mientras observaban a sus escuderos demostrar sus habilidades en su entrenamiento.
-¿Qué sucede, Shun? Desde hace días te noto un poco preocupado, a tu edad solo deberías pensar en jugar y correr por todo el castillo.
-Tal vez- sonrió enormemente, abrazando su cintura como siempre hacía- pero me pregunto, cuando tú seas rey ¿Yo que debo hacer?
-¿Qué debes hacer?- sonrió y besó su frente, consolando esa duda que había nacido en él- buscar a una hermosa doncella para convertirla en tu esposa, tener tu propia familia y ser muy feliz con ellos. Eso es lo único que debes hacer.
-¿Cómo padre?- preguntó curioso al ver por la ventana a su padre y a su madre caminar por los pasillos, sonriéndose el uno al otro.
-Si, como nuestros padres.

 

 “Había una vez un reino, un padre sin esposa, un hermano herido, dos hijos sin madre y el juguete que se volvió amigo y confidente.”

La muerte de la reina fue algo que no esperaban, en una emboscada por bandidos cuando regresaban de realizar diplomacias en el país vecino. Muchos de ellos, tantos como para poder dar batalla a la escolta real que nunca era poca, el rey Hades jamás se arriesgaría de esa manera, ni a él ni a su familia.
En esa batalla participaron también el rey y el mayor de sus hijos, lucharon para defender a su reina y al pequeño príncipe que se encontraban refugiados dentro del  carruaje, esperando a que el ataque terminara pero uno de esos delincuentes entró buscando las joyas que la reina cargaba y en ese encuentro, un solo momento fue decisivo, y cuando el rey Hades acudió al llamado de su esposa, ésta yacía sin vida junto a un destrozado Shun que intentaba despertarla.
La batalla continuó, con la ira, el dolor y la impotencia, hasta que los villanos fueron derrotados por la escolta real, pero por la reina no pudieron hacer más.
Al día siguiente el reino entero estaba de luto. Habían perdido a su reina.
Tanto el rey, como ambos príncipes, habían caído desde ese día fatal, aunque seguían en sus rutinas, entrenamientos y diligencias con los reinos vecinos, pero ahora se respiraba un aire de tristeza en donde antes solo se percibía alegría.
-Shun- llamó el escudero una mañana mientras este practicaba con arco y flecha en el jardín- ¿No quieres hablar?
El menor dejó su blanco y bajó el arco. Extrañado miró a su escudero y mejor amigo que no le perdía de vista.
-No sé si haya algo de lo que debamos hablar, Hyoga.
-Lo sabes bien, mi príncipe- suspiró el rubio y se acercó para tomar las armas y dejarlas sobre el césped- desde ese día no te he visto derramar una sola lágrima y no lo comprendo. ¿Qué sucede?
-Nada- susurró mirando el blanco al que antes apuntaba su flecha.
-Shun…
-Basta, Hyoga- interrumpió sentándose en el césped, con los ojos ardiendo por la sal que se acumulaba en ellos.
-Habla conmigo, sabes que soy tu amigo- posó su mano en la espalda del menor y comenzó a acariciarla con suavidad para que pudiera confiar en él, como siempre había hecho.
-No pude defenderle- murmuro escondiendo su rostro tras sus brazos, abrazando también sus rodillas- cuando ese ladrón entró solo me quedé paralizado y… lo único que hice fue abrazarle con fuerza.
-Pero eso no significa que sea tu culpa.
-Quizás, pero aun así… debí luchar al lado de mi padre e Ikki, ser un príncipe valiente- sollozó y se abrazó de Hyoga que le correspondió de inmediato.
-No, mi príncipe, no piense así, usted es valiente.
El niño noble siguió desahogándose en el hombro de su compañero, lloró tanto como no lo había hecho en esas semanas que duró en duelo por la pérdida de la reina y cuando finalmente sintió que había dejado salir todo su dolor y culpa transformado en lágrimas, miró a los ojos a su amigo y le sonrió ampliamente, agradeciéndole que le apoyara y le hubiera escuchado. Eso era todo lo que necesitaba.

 

“Había una vez, dos niños sonriendo hasta convertirse en jóvenes, creciendo juntos, viviendo juntos.”

Los años pasaron, escudero y delfín se volvieron inseparables. Viajaban juntos y pasaban el día charlando, entrenando, compitiendo y discutiendo, eso hacía más grande su amistad.
Mientras tanto el príncipe Ikki seguía educándose para convertirse en un digno rey, suplantaba a sus padres en ciertos momentos y en otros la familia real viajaba junta para hacer acuerdos con los demás reinos.
En una de esas ocasiones, en un banquete celebrado para recibir a sus majestades fue que Ikki conoció a la princesa Esmeralda y su cortejo no se hizo esperar, encantado él de su belleza y bondad, tanto ella como de su porte y nobleza de espíritu. No había nada más que hiciera feliz al joven noble Shun que ver a su hermano tan feliz con esa persona, como le había dicho alguna vez que él lo haría, encontrar a una hermosa doncella para ser feliz a su lado.
En poco tiempo se celebró el compromiso de los jóvenes monarcas, cuyas bodas se celebrarían cuando ambos tuvieran la edad necesaria para casarse y consolidar una perfecta unión entre esos dos reinos. Difícil de vencer en una futura guerra.
Ambos se veían realmente felices, sonreían y se miraban con esa única luz en sus ojos, la que recordaba el príncipe Shun en los ojos de su padre cuando la reina aún estaba a su lado. No podía ser más feliz por su hermano aunque él se encontraba confundido.
Había conocido tantas doncellas en bailes y banquetes, cada una de ellas hermosas y encantadoras, que mostraban interés por él, pero simplemente no llamaban su atención. No sabía que estaba mal en él y por algún momento estuvo obsesionado con esa idea, tratando de cumplir con ese presagio de su hermano. Encontrar una doncella con quien poder ser feliz.La boda llegó, las celebraciones fueron grandes, bailes, cantos y banquetes. Todo lleno de lujo pues ambos reinos estaban emocionados con esa unión a lo que no escatimaron en gastos.
Ambos reyes bendijeron la unión y el sacerdote solo tuvo que dar su autorización como representante de dios y fue que ambos estuvieron unidos en matrimonio, aclamados por la totalidad de la población.
Y aunque Shun estaba sumamente feliz por él sentía cierta pena, él aún seguía solo, se sentía sumamente solo. Necesitaba y quería tanto que alguien le dedicara una mirada de esa manera, ver en los ojos de la persona elegida que se entregaba por completo a él, que le dedicaría su vida para hacerlo feliz, con esa mirada que Esmeralda le dedicaba a su adorado hermano mayor. Pero a sus 16 años aun no encontraba a esa persona que le haría feliz y con ese pensamiento llenó su pena con el vino, buscando ahogarla quizá y que muriera para no sentirse tan miserable.
-Príncipe, es momento de ir a la cama- sonrió Hyoga retirando la copa de sus labios.
-¿Qué dices?- sonrió volviendo a tomar el vino para tomarlo de un sorbo- acaban de tocar las 12 en el reloj, no seas aguafiestas, escudero- Hyoga bufó un poco y le tomó la copa de nuevo, dejándola sobre el blanco mantel.
-Vamos, a su hermano no le gustara verle en este estado- Shun se quedó un momento mirándole con la mirada perdida por el alcohol en la sangre, pero asintió finalmente y aceptó irse con él para poder descansar.

 

“Había una vez, dos corazones confundidos y la ira de un hermano. Una promesa hecha, el plan llevado para evitar una dolorosa deshonra”

En medio de trompicones y risas por parte de ambos llegaron a la habitación que les había sido asignada durante su estancia en el reino de su ahora cuñada.
Hyoga llevó a su príncipe hasta la cama en medio de la risa transparente de éste que comentaba sobre lo visto en la celebración, sucesos extraños, damas coquetas y condes ebrios. Vestimentas graciosas y cualquier cosa que se le ocurría.
Mientras estaba por dejarle sobre las sábanas blancas Shun tropezó y ambos cayeron en la cama, dejándose caer Shun sobre un nervioso escudero que solo contemplaba su rostro sonrojado por el alcohol y con esa expresión de pesar, como un cachorro indefenso.
-Hyoga- llamó mirando sus ojos azules, recostado sobre ese corazón que palpitaba inquieto al tener a la persona que más importaba en su vida tan cerca de él.
-Diga, su majestad- susurró tratando de conseguir que su voz no temblara.
-¿Crees que encontraré a la doncella que me haga feliz?- el corazón del plebeyo se encogió por esa pregunta pero aun así sonrió y llevo su mano a la mejilla de su príncipe.
-Por supuesto- admitió mirando sus hermosos ojos verdes- estoy seguro, usted es noble, bondadoso y atractivo, un excelente partido para cualquier doncella- aunque eso le pesara a él, pero sabía que su noble amo no correspondería sus sentimiento, prohibidos al ser alguien de sangre plebeya y eso era lo que le frustraba, haber nacido en cunas tan distinta. Una de mármol y la otra de simple madera.
-¿Crees que soy atractivo?- susurró tomando sus mejillas también con una hermosa sonrisa- no digas tonterías- pidió cerrando sus ojos para besar esos dulces labios que siempre le sonreían.
El corazón del rubio latió muy deprisa, mirando el rostro del menor con los ojos cerrados, disfrutando de ese beso que intentaba llevar más lejos, buscando entrar en su boca. No tardó mucho tiempo en permitírselo y él mismo se dejó llevar por ese beso, tomando la nuca de Shun que no se quejó, sino que al contrario, comenzó a desabotonar uno a uno los botones de esa camisa, descubriendo su pecho firme y bronceado, el que había visto muchas veces mientras entrenaba bajo el sol en el jardín.
-Shun, ¿Qué haces?- preguntó nervioso, era su señor después de todo.
El aludido solo sonrió y volvió a cubrir sus labios con los propios, acomodándose sobre su cuerpo para despojarlo por completo de su camisa. Hyoga no protestó, se dejó hacer sumiso por su príncipe que sonreía mientras descubría su piel con cuidado.
-Hyoga… no te negarías a tu señor ¿Verdad?- el joven le miró extrañado, ahora mismo Shun tenía una expresión única, mezcla de nervio y deseo, mirando sus pectorales con las mejillas encendidas en ese delicioso color carmín.
-No, mi señor- el menor sonrió y volvió a tomar sus labios.
Decidieron no decir nada más por temor a decir algo que lamentarían después, o que les haría arrepentirse ahora, simplemente se dejaron llevar por el deseo que ambos sentían, por el calor de ese momento, mas ansiado por uno que por otro.
Sus cuerpos estuvieron desnudos en poco tiempo y el sirviente se encargó de hacerle saber a su señor cuanto le deseaba, cuanto había esperado por un poco de esa miel que destilaba cada uno de sus poros. Tocó cada rincón de su piel con manos, labios y lengua, escuchó de sus labios esos deliciosos gemidos y jadeos, todo provocado por él.
-¡Hyoga!- pidió su amo cuando sus cuerpos se encontraban perlados de sudor.
-Ordéneme, señor- sonrió pícaro mirando la expresión de ese noble que le había arrebatado la razón.
-Hazlo- pidió en medio de un jadeo, pues Hyoga de nuevo había tomado su cuello- entra en mí.
Y la petición no se hizo esperar, con cuidado colocó a su señor en una posición que le resultaría cómoda y con devoción empujo contra su cuerpo, blanco y con músculos finos, extasiado al sentirlo rodearle con su calidez, con esa suavidad que solo él podría tener.
-¡Mi señor!… ¡ah!- Shun ahogó un gritó contra la almohada, intentando relajar su cuerpo para que el movimiento que acababa de iniciar fuera más placentero y así fue después de varias embestidas. Todos sus sentidos estaban completamente concentrados en el placer, en ese punto exacto que tocaba y estremecía por completo su cuerpo.
Sus manos se aferraron a las sábanas, se mordía el labio intentando callarse para no ser descubierto. Hyoga abrazaba su cintura, besaba su espalda y jadeaba contra su oído mientras se movía lento al principio, rápido paulatinamente hasta que el placer en su cuerpo fue demasiado y terminó por descargarse sobre las sábanas, mientras que Hyoga, sintiendo a su cuerpo contraerse alrededor del suyo, dejó su esperma dentro de su joven amo.
Cansados se dejaron caer sobre las sabanas, rodeando el escudero a la persona que le había robado el pensamiento, esperando de esta manera la mañana.
Fue un movimiento abrupto el que les despertó a ambos y la voz de su hermano mayor. Sin saber que pasaba, Shun miró confundido a su hermano arremetiendo contra su escudero. No tardó mucho en recordar lo que había pasado esa noche y aunque estaba avergonzado se puso en pie para encarar a su hermano, defender a Hyoga que no se defendía. No lo haría, no levantaría la mano contra alguno de sus señores.
Pero cuando estuvo frente a Ikki recibió un golpe a la mejilla que lo llevó al suelo, sorprendido solo le miró. Ikki destilaba furia y le miraba con tanta rabia que sintió miedo de su expresión.
-Eres una deshonra- dijo con el más puro odio, regresando su vista a Hyoga para golpear una última vez su vientre.
Sin más salió de la habitación, dejando a los dos amantes más que perplejos y confundidos, temerosos por el futuro que les depararía.

 

“Había una vez una princesa, niña mimada, corazón de hielo y mirada de fuego. La voluntad de un padre que decide por su hijo. Un corazón que late de angustia mirando el destino de su príncipe.”

La decisión del príncipe Ikki, sin hacérselo saber a su padre, fue la de enviar a Shun a otro rincón del reino, con la excusa de instruirse mejor en el arte de la espada y fue algo que ambos, tanto Hyoga como Shun aceptaron, pues sabían del error que habían cometido.
El rey Hades no se opuso y con visto bueno envió a su hijo menor a uno más de sus castillos, en una región más cálida, pero ahí estaría mejor instruido, los mejores maestros se encargarían de ello.
Hyoga no marchó con él, pero tampoco fue echado del palacio como pensó que sería, se quedó a cargo de la seguridad de su rey también. Las palabras de Ikki “levantaríamos sospechas” y solo por la idea de que en algún momento su príncipe volvería, se quedó en el palacio a esperar a que regresara.
Tres años pasaron, pero finalmente el aviso real de que el príncipe Shun regresaría a casa fue enviado y todo en el palacio estaba listo para recibirle. Había un banquete preparado, un baile en su honor y un corazón que aún seguía latiendo por él, por ver una más de sus sonrisas.
Pero no fue como esperaba, cuando su príncipe bajó del carruaje lo hizo junto a una doncella pelirroja que los miraba a todos con una sonrisa preciosa y ojos verdes, aunque no tan bellos como los de su amado.
-Hyoga, te presento a mi prometida, ella es la condesa Juné de Chamaeleon- fue la explicación que dio, y aunque su rey y hermano estuvieron complacido por la noticia, pues fueron ellos quienes arreglaron ese matrimonio con la hija de un noble del reino, no lo estuvo su antiguo escudero, su corazón dejó de palpitar ansioso por él, esta vez lo hacía angustiado, con una terrible punzada en él. Pero aun así le sonrió.
-Me complace saber que encontró a la doncella que le hará feliz- sonrió inclinándose ante ambos y fue una sonrisa dulce lo que recibió de sus labios, pero una mirada de desprecio de esa joven que se aferraba al brazo de Shun.

 

“Secretos que ni las paredes escucharon, el mejor guardado. Una sonrisa disimulada en la cena y una mirada dirigida a escondidas de ojos curiosos”

Pasaron los meses y las bodas se realizaron. Una ceremonia igual de extravagante se llevó a cabo dentro de las paredes del castillo y en la pareja se podía percibir que se amaban y que el segundo hijo del rey Hades finalmente había encontrado el amor.
Shun pidió que Hyoga regresara a ser su escudero y su padre no se negó, él jamás se había enterado de lo ocurrido, aunque no fue algo en lo que Ikki estuvo de acuerdo no pudo alegar nada en contra pues sería revelar al reino entero sus motivos.
Esa amistad siguió madurando, encontraban la manera para poder conversar como lo hicieron antes, como dos grandes amigos que confiaban uno de otro y para todos los plebeyos, Hyoga era solo un íntimo amigo del príncipe Shun, alguien que podría ser casi un hermano, aunque esa relación tan estrecha que llevaban comenzaba a molestar a la princesa Juné.
Fue durante la celebración del tercer cumpleaños del hijo del príncipe Ikki y la princesa Esmeralda que las cosas volvieron a su cauce habitual.
Mientras noble y escudero caminaban con una sonrisa bajo los árboles del jardín, un nuevo acercamiento inocente les llevo a un nuevo beso, despertando en ellos esas emociones que ambos se habían obligado a ocultar por respeto a todos en ese palacio. Ese beso llegó más lejos y por segunda ocasión se entregaron el uno al otro. Sus corazones habían madurado ahora y ambos podían darse cuenta de que lo sentido esa noche y desde hacía mucho tiempo era descrito con una simple palabra: amor.
Después de esa noche se dieron más encuentros, a escondidas como siempre. Se dedicaban miradas, sonrisas y sin darse cuenta, dieron a la princesa motivos para sospechar.

 

“Y la traición. Una mujer despechada y su llanto iracundo. La amenaza de un reino frágil”

Dos hijos de ese matrimonio falto de amor, una preciosa niña y un varón rebosante de dicha, los dos amados por sus padres y por ese abuelo que disfrutaba con ellos de pequeños placeres como hacía mucho no hacía y su hijo menor estaba encantado por verle sonreír como no lo había hecho desde la muerte de su madre. Lo hacía con cualquiera de sus nietos.
Ikki miraba con recelo la amistad que llevaba con Hyoga y Shun sabía que sospechaba de ellos, pero no tendría como probarlo si eran cuidadosos, además el estaría en el palacio propio, y en su castillo no habría que sospechar nada. Era solo un amigo al que apreciaba mucho, con quien había crecido y acercado tanto como a su propio hermano.
Lo que no espero es que su esposa comenzara a sospechar de esas noches que decía pasar solo charlando en la biblioteca del palacio, jugando algún partido de ajedrez o de naipes. Nada de eso esperaba hasta que una noche fue sorprendido por ella mientras se entregaba a su amante, a quien realmente amaba y no a esa mujer.
La reacción la esperaba, la histeria de su esposa que arremetió contra ellos en un segundo con la misma espada que él había cargado muchas veces en pequeños duelos. Ella nublada por la ira intentó asesinar a aquel que le había robado el amor de su esposo, pues a pesar de su corazón soberbio amaba a su esposo con locura.
Hyoga de nuevo no intentaría defenderse, como no lo había hecho del trato de Ikki y eso el mismo Shun lo sabía así que defendió a su amado, quedando en el camino que llevaba el filo de la espada, justo al corazón de ese traidor  a su reino y fue su espalda la que recibió el impacto.
Quedó entonces sobre la alfombra del lugar, perdiendo a cada segundo ese líquido vital, la vida de esos ojos tan vivaces mientras los demás sirvientes llamaban a un médico.
Y aunque la princesa hubiera esperado una última sonrisa dirigida a su persona, la última sonrisa que el príncipe Shun dedicó fue para ese plebeyo que lloraba mientras presionaba contra la herida para poder retener su vida.

 

Había una vez un padre, hermano. Un féretro helado y el llanto de quienes había abandonado”

-Padre- llamó el príncipe entrando en el estudio de su padre que miraba a través de la ventana.
-¿Ya está todo listo?- preguntó tras un suspiro. Ambos vestían el luto de nuevo como hacía tantos años, pero a diferencia de aquel entonces su rostro no estaba apagado y en ambas expresiones se leía la complicidad mutua.
-Así es, es momento de despedir al carruaje- el rey se dio la vuelta, pero en lugar de mirar a su hijo mayor lo hizo a dos figuras de pie en la entrada de uno de los tantos pasadizos secretos. Dos plebeyos, un hombre rubio de ojos azules y alguien más de ojos verdes y cabello castaño.
-¿Listo?
-Sí, padre- reverenciaron ambos jóvenes, con la pena en su mirada, combinada con la alegría del futuro que les deparaba.
-No, de ahora en adelante para ustedes seré su alteza real, el rey Hades- se acercó a ambos con una sonrisa y abrazo al más joven en un suspiró.
-Se feliz, hermano- apoyó el mayor de los príncipes y lo que recibió fue una sonrisa antes de que los dos salieran por ese pasadizo.
-Ahora a llevar un falso luto, hijo mío.
-Vale la pena, mientras podamos verle con esa sonrisa.
-Y le seguiremos viendo- aseguró con una sonrisa de lado, caminando a la salida del estudio, seguido de su hijo que miró por última vez el retrato familiar sobre esa chimenea. En éste se mostraba a su padre, su madre y ellos dos sonriendo felices. Se concentró principalmente en esa sonrisa inocente del más joven de todos ellos, de grandes ojos verdes y cabellos castaños.
-Sí, esa sonrisa vale la pena.

 

“Había una vez en un lejano pueblo una pequeña casa. Un negocio de ventas. Dos hombres que se asociaron para conseguir una vida promedio, sin pesares ni desvelos.”

El solo entraba por la rendija de esa ventana, despertando a sus dos ocupantes que entrelazaban sus manos sobre las sábanas.
-Despierta- susurró la suave voz de un hombre de piel blanca y ojos verdes a quien descansaba a su lado- recuerda que hoy debemos visitar a nuestro rey.
-Solo unos minutos más- se quejó su socio, dándose la vuelta en el lecho.
-Amor, no debemos hacer esperar al rey, solicitan nuestro servicio para el gran banquete de mañana, el príncipe Ikki cumple ya su treinta aniversario, te lo había dicho, ¿no?
El rubio que intentaba dormir se puso en pie y le sonrió, revolviendo su cabello.
-Tú ganas, me daré un baño.
-Te espero en la cocina con el desayuno- sonrió triunfal el más joven de ambos, colocándose de pie también- te amo- sonrió antes de salir de la habitación, mirando a ese hombre que le había hecho feliz desde que le conoció, tantos años desde aquello.
-También yo, mi príncipe- el joven de cabello castaño negó con la cabeza riendo por la manera en la que lo había llamado.
-Ahora no, ahora soy solo Shun, tu socio- rio pícaro cerrando la puerta de la habitación.

 

“Había una vez… una pareja feliz.”

Notas finales:

Espero le hayan entendido D: y les haya gustado

Agradecería un rev ;D


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