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Tú me amas tal vez por Marbius

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Notas del fanfic:

Disclaimer: No me pertenece ni Georgie ni Gus ni nada relacionado a TH, el cual por cierto no mencioné para nada.

1.- No.




Viernes después de clases significa para Gus cruzar la escuela en dirección opuesta a la habitual y esperar una hora frente al aula 303 a que Georgie termine sus tutorías de geometría. Implica también sentarse en una banca que queda casi de frente a la puerta blanca y matar el tiempo sin dejar que éste la mate primero.
—Caray, que aburrido —murmuró la baterista para sí no por primera vez en la tarde, inclinada al frente y mirándose los zapatos sucios. De no ser porque Georgie había reprobado sus últimos dos parciales de geometría, ninguna de las dos estaría ahí. Pero así era y tocaba joderse.
En los últimos seis meses su banda de garaje había tenido un repentino boom de popularidad, ocasionando en ello que su poco tiempo libre se viera reducido hasta llegar a ser inexistente entre las innumerables horas de ensayo y las presentaciones con público que de pronto parecía multiplicarse de la nada. Devilish iba despegando con fuerza y por nada del mundo dejarían ir esa oportunidad.
Mala suerte entonces que por falta de sueño y estudio, Georgie estuviera fallando en una de sus clases y su madre le hubiera sentenciado su estadía en la banda a menos que se las arreglara para pasar esa materia sí o sí. Para ello, la bajista se había anotado en tutorías e iba cada lunes, miércoles y viernes una hora después de que sus clases terminaran.
Esa misma hora que Gus pasaba sentada mirando el vacío y muy de vez en cuando, golpeteando el aire con su par de baquetas imaginarias en un set de batería igual de imaginario.
Normalmente, el resto de los días Gus no esperaba a Georgie, sino que se iba a su hogar y ocupaba la tarde como mejor podía; la diferencia estribaba en que los viernes las dos se iban juntas a la casa de la bajista y aprovechando que la madre de la chica no llegaba de trabajar sino hasta tarde, pedían una pizza, se dedicaban a ver películas el resto del día y de paso de besaban en el sillón de la sala. Mucho. Y también algo más que involucraba menos ropa y más manos.
No era algo de lo que hablaban una vez que el automóvil de Melissa se estacionaba en la cochera y apresuradas tenían que separarse y fingir que ahí no había ocurrido nada; mucho menos para sacar a colación cuando más tarde en la noche se acurrucaban una al lado de la otra en la cama individual de la bajista y proseguían justo en el punto donde se habían visto interrumpidas.
A esas alturas y luego de seis meses de lo mismo, lo único que Gus tenía en claro con certeza era que se veía a sí mismo como lesbiana y además enamorada de Georgie hasta el tuétano. También como una no-virgen, si es que tomaba en cuenta lo intenso de sus sesiones amorosas y las gotas de sangre que había encontrado en su ropa interior un mes atrás y que no obedecían a nada más que a los tres dedos con los que la bajista la había acariciado desde dentro hasta llegar directo al corazón.
Gus suponía que para tener sólo catorce años y jamás haber tenido pareja antes (Georgie había sido su primer todo) aquello era lo que podía considerarse como un paraíso en tierra, pero lo cierto es que no lo era.
Más allá de ardientes palabras susurradas a media voz por el placer y sofocadas por los cobertores, lo suyo no pasaba de una relación prohibida y oculta, minus la parte de ‘relación’ porque no eran ni novias, ni pareja, ni nada y a Gus eso le dolía.
La baterista solía decirse seguido que en preguntar y confirmar no se perdía nada, pero cuando por fin la situación se daba como para que ocurriera, se le secaba la boca y la lengua se le trababa. “¿Qué somos?”, como pregunta y con la simpleza de dos palabras y tres sílabas, se convertía en su peor pesadilla y al final no hacía nada, dejando así que todo siguiera su curso, no muy segura si iban cuesta arriba o rodando directo a una pendiente escarpada.
Tan sumida se encontraba Gus en sus lúgubres pensamientos que apenas si fue consciente de lo rápido que había transcurrido el tiempo y la hora de tutorías extra-clase al fin había llegado a su término.
—… nos vemos el lunes sin falta.
—… no olviden repasar los ejercicios del capítulo siete…
—¿… por una hamburguesa de la cafetería?
—Gussi —le dijo Georgie, sentándose a su lado en la banca—. Estás como ida.
—Uhmmm… —Carraspeó la baterista—. Sólo estaba, uhm, pensando en algo.
—¿Tú pensando? Oh, esa es buena —la chanceó Georgie—. ¿Estás lista para irnos? Mamá dijo que hoy llegaría más tarde que de costumbre y que traería comida china, así que podemos pasar rápido por el supermercado y comprar lo que queramos. No tiene que ser nada saludable si no nos apetece.
—Suena bien —murmuró Gus, asiendo los tirantes de su mochila y dispuesta a dejar de lado sus preocupaciones por una tarde de viernes como las que tanto le gustaban.
Por desgracia para ella…
—Hey, Georgie —se les acercó Daniel Berger, un compañero de curso de la bajista y eterno enamorado de ésta—, ¿ya te vas? —Preguntó, ignorando a Gus como si no estuviera presente—. Verás… Tengo planes de ir al cine esta tarde y pensé en invitarte. Te oí decir lo mucho que adoras ver películas de terror así que me acordé de ti y sólo en ti cuando vi que anunciaban la tercera parte de Tripas Sangrientas, ¿qué dices?
La bajista sonrió, incapaz de desairar a Daniel del todo, ya fuera porque lo encontraba halagador o le tenía demasiada pena. —Lo siento, será otro día. Esta tarde ya tengo planes.
—Oh, ¿en serio? Ernie me ha dicho que ya la fue a ver y que la película estuvo genial. Tiene una escena de decapitación increíble…
Dejando salir su lado amante del gore y las buenas escenas con sangre, Georgie no tardó en enfrascarse dentro de una discusión para debatir si la tercera parte sería tan buena como las dos primeras, decapitación o no de por medio. Y con ello el malestar de Gus no hizo más que incrementarse.
Nada tenía la baterista en contra de Daniel Berger, excepto el que quizá lo veía como una competencia seria por la atención y el afecto de la bajista. Que Georgie no aceptara sus repetidas invitaciones a salir no significaba nada cuando al otro lado de la balanza se ponía el hecho de que le coqueteaba de vuelta y mucho; justo en esos momentos le sonreía a Daniel de oreja a oreja y se retorcía un mechón de largo cabello castaño, enredándolo en su dedo anular del mismo modo en que tenía a Gus sin siquiera saberlo.
—Ya es tarde, vámonos —estalló Gus de pronto, arrepintiéndose apenas un segundo después de su exabrupto cuando Georgie la volteó a ver con una ceja arqueada, igual de sorprendida que ella por verla perder la sempiterna paciencia que la caracterizaba.
Avergonzada por su comportamiento, Gus se giró y empezó a caminar directo a la salida. No deseaba escuchar como Georgie se disculpaba por ella, bastante tenía con el mar de lava ardiente que le quemaba en el pecho a causa de los celos como para agregar azufre a la mezcla.
Un par de metros adelante, la bajista la alcanzó y sin mediar palabra entre ambas, imitó su paso apresurado hasta que se vieron fuera del edificio y de oídos indiscretos.
—¿Qué te pasa? —Le espetó, no sin una pizca de irritación.
—Nada —gruñó Gus. En realidad pasaba todo—. Es sólo que no soporto a Daniel Berger. Hay algo en su persona que no me gusta.
—Ya, a mí tampoco —admitió Georgie—, pero estamos juntos en el laboratorio de química y siempre se encarga de hacer los reportes por ambos. Así que a menos que quiera empezar ahora a hacer mi parte, mejor le sigo un poco el jueguito.
—¿O sea que aceptaste su invitación? —Gus apretó los dientes, resignada a confirmar su más grande temor.
—Nah, yo paso de Daniel. Le dije que tenía mucho que estudiar y que de paso mamá preferiría que yo no saliera con chicos hasta cumplir los treinta años, no que eso último sea mentira del todo pero… Tú entiendes —hizo entrechocar sus hombros, y Gus ardió de deseos en indagar un poco al respecto.
—¿Qué crees que diría Melissa si un día apareces con un chico y le dices que es tu novio?
Georgie resopló. —Francamente, no lo sé… Supongo que nada, tal vez se sorprendería o me diría que tuviera cuidado al usar los condones. Todo es posible con ella.
Gus asintió, porque en efecto, la madre de la bajista era un poco peculiar tanto en su forma de pensar como en el resto de su persona. Tanto podía reaccionar como uno se lo esperaba, como lo contrario, o como una tercera opción que rayara en lo bizarro, siendo esa última opción la peor de todas.
—Da igual, no es como si fuera a ocurrir —agregó Georgie, sorprendiendo a Gus cuando a pesar de ir caminando por la calle, le tomó la mano y entrelazó sus dedos.
«Pregunta ahora, ¡hazlo!», se dijo Gus a sí misma, los labios temblorosos por la simple idea de atreverse a sacar a colación lo que ocurría entre ambas. «Cobarde, ahora mismo, ¡pregúntale!» siguió gritando su mente hasta que un zumbido se instaló en sus oídos, pero Gus no hizo nada y permaneció callada durante el resto del trayecto hasta casa de la bajista, la propia Georgie rellenando el silencio con una historia graciosa de cómo su maestro de tutorías borraba parte del procedimiento en el pizarrón a causa de su enorme barriga.
Una vez dentro de la casa, Georgie le soltó la mano a Gus y las dos se descalzaron y dejaron las mochilas al pie de las escaleras.
—¿Comemos de una vez o empezamos con la primera película? —Preguntó Georgie, ya inclinada sobre el estante de los DVD’s y revisando cuáles podrían ser las opciones de la tarde.
A Gus el estómago se le llenó de mariposas. Comer implicaba eso, comer y nada más; ver películas por el contrario, iba más de la mano con sentarse pegaditas en el sofá de la sala, besarse apenas darle play a la película y seguir en lo mismo mientras los créditos finales aparecían casi dos horas después. No había que ser genio para saber hacia dónde se decantaba su preferencia.
Y tal como era de pronosticarse, 194 minutos después el final de Titanic las sorprendió a mitad de una intensa sesión de caricias por debajo de la ropa. Gus ya ni recordaba cómo terminaba esa película y seguro no lo averiguaría en un futuro cercano por mucho que la repitieran cada tantos viernes, dado que sólo era un pretexto para mantener su deliciosa rutina, pero ella no tenía quejas al respecto.
—¿Pongo otro DVD? —Inquirió Georgie mirando a Gus a los ojos con absoluta seriedad a pesar de que sus dedos jugaban por debajo del sostén con uno de los pezones de la baterista hasta hacerlo endurecerse.
—Uhhh —gimió Gus bajito—. ¿Por qué no mejor vamos a tu habitación?
Georgie la besó en los labios. —Bien. En marcha.
Sintiendo las piernas temblorosas y el cuerpo cubierto por una levísima capa de transpiración, Gus siguió a Georgie hasta su habitación y una vez dentro, cerraron la puerta con el pasador, sólo por si acaso…
Sin mediar palabras innecesarias, Georgie se desnudó y Gus la imitó, cada una dejando su ropa a los pies de extremos opuestos de la cama antes de saltar sobre el colchón y taparse con el fresco edredón.
—Tengo tanta hambre… Podría comerte entera… —Abrió Georgie la boca sobre el cuello de Gus y succionó la delicada piel que se encontraba entre la base y la clavícula.
—No, no soy comida, detente —se retorció Gus sin oponer verdadera resistencia—. Basta…
Posicionándose entre sus piernas, Georgie unió sus pelvis en un cadencioso ritmo. La piel de sus vientres unidos ardió y el ritmo de su corazón se volvió uno; en ese pequeño capullo protector de mantas, respiraron el aire de la otra y se perdieron del tiempo y del mundo por largas horas.
No fue sino hasta que el ruido de un automóvil en la cochera (presumiblemente el de Melissa) las alertó del transcurrir del tiempo que se separaron para tomar aire y a toda prisa vestirse de vuelta.
—Lindo trasero —palmeó Georgie la retaguardia de Gus, apenas cubierta por la ropa interior, mientras su dueña seguía luchando por colocarse la camiseta. La bajista por su parte ya estaba del todo arreglada por lo que bajó a recibir a su madre, no sin antes recordarle a Gus que hiciera lo mismo.
Revisando su aspecto en el espejo, la baterista llegó a la conclusión de que su apariencia actual gritaba ‘¡Sexo!’ desde todos los poros. Era imposible de negar con el cuello repleto de marcas rojizas, los labios inflamados y la mirada brillosa. Hasta su aroma gritaba a feromonas. La ropa arrugada y puesta con prisa tampoco ayudaba, mucho menos el cabello desarreglado…
—Mierda. —Tomando aire y el escaso valor que aún le corría por las venas, Gus bajó a saludar a Melissa, quien luego de una larga jornada de trabajo, conversaba con Georgie en la cocina, las dos calentando la comida china que cenarían ese día.
—Hola, Melissa —saludó Gus a la madre de la bajista.
—Hey, cariño. Justo hablábamos de ti —le informó Melissa alegremente—. Le decía a Georgie lo agradecida que estoy de que pases los viernes con ella. Es imposible para mí salir antes del trabajo y no me gusta que pase tanto tiempo a solas.
—Gussi me hace muy buena compañía —abrazó Georgie a la baterista por la cintura, y ésta se sonrojó hasta la raíz del cabello.
Era más que el gesto cariñoso, era el incluir ‘Gussi’ como si nada y con tanta naturalidad… En casa y sólo en ocasiones especiales, Gus pasaba a ser Gusti para sus padres o su hermano Franz, pero el Gussi le pertenecía sólo a Georgie…
—Me alegro que así sea, chicas —les sonrió Melissa—. Ahora iré a tomar un baño y a la cama. Ustedes cenen y no olviden lavar la vajilla al terminar. No se desvelen mucho.
—Ow, mamá. Pero si mañana es sábado —le recordó Georgie a su progenitora—. Además, no sería una pijamada si nos vamos a la cama temprano.
Melissa suspiró con resignación. —Bien, tú decides. Sólo recuerda que mañana es tu turno de hacer la limpieza de la casa, así que piensa bien si te acuestas al amanecer o no.
—Hecho. —Besando la mejilla de su madre, Georgie le deseó buenas noches y la siguió con la mirada hasta el segundo piso—. Phew, casi…
—¿Casi?
—Cuando bajé a saludarla me preguntó si estábamos ejercitándonos, ¿puedes creerlo? —Soltó una risita—. No tuve cara para decirle que en realidad nosotras-…
—Shhh, no digas eso —la calló Gus, capaz de morir de vergüenza si Georgie le daba nombre a lo que hacían antes. Mejor era dejarlo así en las sombras.
—Ok —decayó la expresión alegre de la bajista—. Uhm, ¿cenamos?
—Bien…
Calentando sus porciones en el microondas, no tardaron en sentarse frente a frente sobre la mesa de la cocina y conversar de todo y nada, desde la escuela a su próximo concierto, esta vez para la localidad.
Una vez terminaron de comer y lavar la vajilla tal cual se los había pedido Melissa, corrieron escaleras arriba en una tonta carrera en la cual Georgie quedó ganadora pero por poco.
—¿Vale que pida un premio? —Fingió inocencia, cerrando la puerta y sacándose la camiseta por encima de la cabeza—. ¿O recibes tú un castigo?
Dejándose guiar hasta la cama y tocar con la familiaridad que sólo la confianza daba, Gus cerró los ojos y se meció por los suaves besos que Georgie le dio por todo el rostro.
—Uh, no es justo… —Musitó cuando las expertas manos de la bajista se colaron por la parte delantera de su holgado pantalón y la acariciaron por encima de las bragas deportivas que vestía. Aquel no sería el primer orgasmo de la tarde, pero prometía ser uno de los más intensos si es que la pericia de los dedos de Georgie servía como garantía de algo.
Con el ‘te amo’ en la punta de la lengua, Gus arqueó la espalda y gimió.
—Georgie… Georgie…
—¿Mía, Gussi? —Murmuró la bajista contra su mejilla, jamás perdiendo el ritmo de sus caricias—. ¿Eres mía, Gussi? ¿Sólo mía?
—Sí, sí —jadeó Gus con voz ronca, corriéndose con una facilidad tal que sintió como si el orgasmo le fuera arrancado del cuerpo junto con un pedazo de su alma.
Temblando como una hoja a merced del viento, Gus abrazó a Georgie y la besó perezosa en los labios, una pizca incómoda por la humedad en su entrepierna pero consciente de que había valido la pena.
—¿Qué fue eso? —Se burló Gus de la bajista—. ¿Tu premio o mi supuesto castigo?
—Oh, es cierto… —Rió Georgie, apartándole un rubio mechón de cabello de la frente sudorosa—. Eso es hacer trampa, Gussi. Peor que meterme el pie para evitar que llegue primero.
—Yo llegué primero, acéptalo, mala perdedora —sonrió Gus, disfrutando todavía los rescoldos de su pasión en agradables ondas por todo el cuerpo.
—Tramposa —le besó Georgie la punta de la nariz.
—Entonces… —La empujó Gus sobre su espalda y la bajista no se resistió al verse a merced de la otra chica. No cuando ésta le bajaba los pantalones, bragas incluidas y se posicionaba entre sus piernas con un aspecto de determinación total—. Deja pruebo a qué sabe la victoria… —Dijo con la voz ronca, inclinándose hasta lamer su clítoris con la lengua y lograr con ello que Georgie gimiera desde el fondo de la garganta.
—Mmm —se retorció la bajista sobre la cama, por lo que Gus la asió por los muslos y la hizo mantener la postura. Una pequeña probada nunca era suficiente.
Así, de rodillas frente a Georgie y prodigándole su amor de la única manera en la que era aceptable por ser lo suyo aún un secreto hasta para ellas mismas, Gus la hizo llegar hasta el orgasmo al cabo de unos minutos a base de usar su lengua y dos dedos curiosos pero insistentes.
—Ven acá, uh, abrázame —pateó Georgie los restos de su ropa y los de la baterista fuera de la cama, envolviéndolas luego a ambas bajo el edredón. Uniendo los labios en un lánguido beso, lo que siguió después sorprendió a Gus tanto que el corazón amenazó con salírsele del pecho.
—¡¿Qué?!
—Tsk, no grites o mamá vendrá a ver si te estoy matando —hizo Georgie intentos de besarla otra vez, pero Gus se resistió—. ¿Qué pasa?
—¿Por siempre? ¿Quisieras hacer esto por siempre? —Repitió Gus lo que segundos atrás había dicho Georgie—. ¿Qué quieres decir con eso?
De nueva cuenta pero por una razón completamente diferente, la boca se le secó y la garganta se le cerró bajo la presión de un puño invisible que le impedía respirar. Si Georgie lo decía… Si Georgie declaraba lo suyo como algo real y no sólo una relación que estaba dentro de su cabeza… Gus moriría de simple felicidad.
Georgie frunció el ceño, y aún en la semi-penumbra de la habitación, un gesto de preocupación fue más que visible en su rostro. —No quise decir eso. Yo… Gus, perdona. No quería hacerte enojar. Fue una tontería. Olvida lo que dije, ¿sí? Fue por lo intenso del momento, yo en verdad no quise decir eso. Mierda… ¿Me perdonas, verdad?
Dentro de Gus, algo se rompió irremediablemente. Aquello no era lo que esperaba escuchar, no ni en un millón de años. Dolía como el demonio y era insoportable.
—¿Gussi? —La abrazó Georgie, aterrada a su vez del silencio de la otra chica—. Por favor, no te molestes conmigo. No era mi intención molestarte.
—N-No, claro que no —trastabilló Gus con su propia voz, incapaz de creer cómo seguía viva si el agujero que llevaba en el pecho le dolía como una quemadura.
—Eres mi mejor amiga en todo el mundo. No arruinaré lo que tenemos con tontos sentimientos, ¿ok? Sólo… Olvida lo que dije.
«Olvida. Olvida todo», se repitió Gus como un mantra, rígida de cuerpo y fría hasta la médula. No importaba, Georgie la rodeó con sus brazos y no la dejó ir a pesar de los temblores que de pronto parecían haberse apoderado de su cuerpo. «Olvida que hubo posibilidades, olvida la esperanza, olvida las ilusiones… Olvida», apretó Gus los ojos y empezó a llorar, imposibilitada de no hacerlo por el dolor lacerante que parecía aumentar con cada beso («de amigas, sólo de amigas» se recordó) que Georgie depositaba en su rostro.
—Gussi… No llores.
—No, perdona —se limpió la baterista el rostro con el dorso de la mano—. Mierda. Perdón, perdón…
Acompañándola con lágrimas de su propio dolor, Georgie la abrazó aún más fuerte y lloró con ella; por ella, por sí misma y por ambas.
Rompiendo la rutina empezada seis meses antes con un simple beso frente al televisor, aquello marcó el inicio de una nueva etapa de vida en su no-relación; el fin del cuento de hadas y el despertar a la realidad.
De lejos, no una noche de viernes y madrugada de sábado normal para ambas. Ni de lejos.

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