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No necesito promesas por Paz

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Notas del fanfic:

 


Este fic está basado en Slam Dunk, los personajes pertenecen a Inoue Takehiko, no saco ningún beneficio utilizando sus nombres, cuyos derechos de autor le pertenecen. Mi propósito es distraerme colocándolos en situaciones inverosímiles o dramáticas, sin faltar un toque romántico.


 


Quería terminar de escribir un oneshot para este día, lamentablemente no me fue posible, por lo que tendrá unos cuantos capítulos. Aprovecho la ocasión para desear a todos los enamorados un feliz día.

Notas del capitulo:

Este fic está basado en Slam Dunk, los personajes pertenecen a Inoue Takehiko, no saco ningún beneficio utilizando sus nombres, cuyos derechos de autor le pertenecen. Mi propósito es distraerme colocándolos en situaciones inverosímiles o dramáticas, sin faltar un toque romántico.


En cursiva y entre dos líneas (si es que se ven) corresponden a pensamientos.

No necesito promesas


Por Paz


Capítulo 1: Un San Valentín inesperado


 


El vuelo se le ha hecho largo aún cuando ha podido dormitar por momentos, y aunque viaja en primera clase, y dispone de suficiente espacio para estirar las piernas y hacer algunos movimientos con ellas, siente la derecha como acalambrada por lo que se levanta y va hasta la cocina donde solicita un refresco, que bebe recorriendo uno de los pasillos hasta llegar a la zona turista, la atraviesa hasta alcanzar la cola, de allí regresa nuevamente a su asiento, un poco más animado porque comienza a sentirse un mejor.


Tras acomodarse baja el respaldo y sube el reposapiés.


Una solicita azafata se le acerca inquiriendo.


-¿Se encuentra bien, Rukawa-san? ¿Necesita un calmante?


-No es necesario. Aunque le agradecería si pudiera darme otro refresco. –respondió sin sorprenderse por haber sido reconocido, lo contrario le hubiera resultado un insulto a su ego, aún cuando solía evitar serlo. Las aglomeraciones de admiradores le abrumaban, sobre todo si se trataba de adolescentes histéricas, afortunadamente, en su país solían ser más comedidas.


Cierra momentáneamente los ojos intentando olvidarse de que esta a cuarenta y cinco mil pies del suelo, los abre cuando escucha una voz.


-Aquí tiene…


-Gracias…


Recibe el refresco de manos de la sonriente azafata, en un vaso de cristal. Da un sorbo antes de acomodarlo sobre la mesilla.


Se adormece apenas vuelve a bajar sus parpados.


Abre los ojos al sentir movimientos, mira la hora, están disponiéndolo todo para el servicio de desayuno, se levanta y va al aseo para cuando llegue el momento de aterrizar él este preparado. Se da cuenta que durante su sueño, le han retirado el refresco que no llegó a terminar.


Agradece con un gesto cuando la azafata le acomoda la bandeja con su  desayuno. Miró el contenido, un cuenco de arroz, sopa de miso, encurtidos, fruta y té. Fue un acierto por su parte, viajar con una compañía nacional, no acababa de acostumbrarse al desayuno occidental, aún habiendo vivido en Los Ángeles los últimos cinco años de su vida.


Aunque estaba listo para salir de los primeros se demora lo suficiente para hacerlo de los últimos, así evita ser reconocido y más aún que perciban la leve cojera de su pie derecho debido a una lesión mal diagnostica y de lenta recuperación.


 

Cuando el club le remite al mejor fisioterapeuta, sobrellevaba una lesión mal diagnostica. Después de tres meses sin tocar el balón comienza a sentirse frustrado, su médico para que no se impaciente, le aconseja que regrese a su país y se tome un largo descanso último remedio natural para su lesión, dándole el nombre de un fisioterapeuta japonés especializado en deportistas, le aconseja que se tranquilice y permita que su naturaleza haga el resto, porque tiene que darse tiempo para sanar.


-¿Puedo entrenar? –recuerda haberle preguntado.


-Solo si quiere recaer en su lesión –dijo serio.


Torció el gesto al oírle.


-Ni un poquito –insistió.


-Por su bien, no.


En su tono de voz había resignación, debía saber que era predecible en sus acciones, sobre todo cuando se trataba de basketball.


 

Ahora esta de regreso en su país de origen. Del aeropuerto se dirige directamente a un hotel, no tiene ganas de estar bregando contra el polvo y la suciedad en que tiene que estar convertido su piso después de su prolongada ausencia.


Apenas esta acomodado en la suite, abre su botiquín y saca de un frasquito un par de pastillas, con ellas en la boca se dirige a la nevera extrayendo un botellín de agua, lo abre y acerca a sus labios dando un largo trago para pasar las pastillas.


Lo deja sobre el mueble y se dirige al aseo quitándose la ropa y dejándola caer al suelo, esta demasiado cansado para meterse en la tina por lo que se conforma con  pararse debajo la ducha después de regular el paso del agua caliente. Se queda un rato largo sintiendo como el agua golpea sus hombros, pecho y espalda dejando que todos sus músculos se relajen, solo entonces, envuelto en una bata se mete en la cama. El dolor de la pierna ha ido disminuyendo en intensidad.


Se queda dormido.


Al despertar percibe que el dolor ha remitido y que se siente mucho mejor, se levanta, por la claridad que hay ya tiene que estar por la tarde, cuando recoge su reloj se sorprende al darse cuenta que ha estado dormido más de dieciocho horas seguidas.


Hace una llamada para enterarse si esta abierto el servicio de comidas. Le dicen que cerró a las cinco pero que pueden adelantarle un refrigerio.


Lo agradece. Tras satisfacer su apetito, decide salir y caminar por las calles reconociendo su ciudad. Advierte muchos cambios, todos a bien.


Al pasar por delante de una tienda deportiva y ver un balón en exposición, no puede quiere evitar el impulso que siente entrando, cuando sale lo hace cargado con varias bolsas. Se ha comprado un bolso deportivo, un chándal, un protector para su brazo y un balón. Quiere ver hasta donde es capaz de llegar, empezando a jugar como si fuera un novato.


Regresa al hotel y recoge su llave, tiene tiempo de dejar sus compras y bajar al comedor para cenar.


El comedor estaba prácticamente vacío. Las mesas que estaban ocupados eran indudablemente por ejecutivos o empresarios, también se veían algunos extranjeros. Nadie prestó atención a su entrada, ni tampoco él dedicó su atención a los presentes, él solo quería una mesa apartada y apenas la vió hacia allí se dirigió.


Sobre la mesa había una cartulina, echó una ojeada al menú y apenas se acerco el servicial camarero hizo su pedido.


Cinco minutos después estaba servido. Dió el número de su habitación para que el gasto quedara asignado a él.


Comió inmerso en sus pensamientos.


Cuando salió era el último comensal, no se había dado cuenta cuando los demás habían ido saliendo.


Regresó a su suite y decidió darse unos masajes antes de meterse en la tina para relajarse, estaba por hacerlo cuando escuchó el sonido del teléfono.


Extrañado levantó el tubo


-Moshi…, moshi… -respondió a la llamada.


-Le llamó de recepción Rukawa-san. –Le comunicó una voz de hombre- Disculpe que le moleste, hay aquí un señor que dice conocerle y desea saludarle. –escuchó que le decían.


-¿Le ha dicho su nombre? –inquirió sorprendido porque nadie sabia de su regreso. Hubo unos segundos de silencio.


-Mito Yohei-san…


Se quedo sorprendido al oír ese nombre.


-¿Rukawa-san, continúa en línea? –preguntaron cuando el silencio se prolongó en exceso.


-Qué suba, le recibiré…. –tras dejar el tubo en su lugar, se dirigió al dormitorio, recogió la chaqueta que había dejado sobre la cama y se la puso.


Solo tuvo que esperar un par de minutos antes que escuchara la llamada a la puerta.


-Buenas noches, Rukawa-san, disculpa que te moleste a estas horas –dijo a modo de saludo mientras se inclinaba ante él.


Respondió a su inclinación con otra.


-Pasa… -se hizo a un lado, Mito en ese tiempo había cambiado, ahora tenía una expresión más adulta en su rostro, como si estuviera reprochándole algo, solo que no sabía que podía ser, ya que ni siquiera en el pasado se habían tratado, eran meros conocidos- ¿Qué puedo hacer por ti? –camino despacio tras sus pasos, no queriendo que su notara su dificultad- Siéntate, -le mostró un par de sillones junto a una mesilla- ¿Quieres algo de beber? –fue al mueble-bar- Hay whisky, cerveza, refrescos y agua- Puedo pedir un servicio de té si lo prefieres.


-No es necesario, gracias.


Rukawa se sentó frente a él.


-Tú dirás.


-Te ví desde la calle en el comedor, por un instante creí confundirme. Hanamichi no me comentó que habías regresado.


-¿Por qué habría de decírtelo? –preguntó a su vez extrañado, ese nombre levantaba en su pecho muchos recuerdos, sobre todo, la última noche cuando se despidió de él, después inmerso en alcanzar sus propósitos se olvidó de él, aunque hubo momentos en que se preguntaba que había sido de él, aunque no se lo pidió supuso que después de aquella noche él esperaría su regreso en tanto él perseguía su meta. Ahora al pensarlo así, notaba el egoísmo que hubo por su parte.


-¿No lo sabes? Es decir, ¿no le has visto aún? ¿No has intentado comunicarte con él? –hablo lanzándole las preguntas de corrido.


-Se puede decir que acabo de llegar. El viaje en avión no fue tan placentero como esperaba y desde la mañana de ayer hasta pasado el mediodía estuve durmiendo. Por tanto, no he tenido tiempo, ni ganas para hacer visitas a ex compañeros. –no quiso mostrarse rudo, pero el tono de sus palabras no fue el adecuado y respondió así al reproche que percibía en su interlocutor.


-Comprendo…, disculpa que te haya molestado. –se levantó dirigiéndose hacia la puerta de salida.


Rukawa se le quedo mirando, no hizo intención de detenerle.


-¿Qué habrá querido decir? –se preguntaba mucho después, sin embargo, la pregunta no le quitó el sueño y poco después dormía plácidamente.


A la mañana siguiente se había olvidado de Mito.


 



Hizo una llamada para concertar cita con el médico que le había recomendado su fisioterapeuta en Los Ángeles. La atenta secretaria le dijo que tenía una larga lista de pacientes y que solo podía darle cita para tres meses de espera. Aceptó. Era eso o nada.


Salía del hotel lo imprescindible para no cansar su pierna, daba un paseo de un par de kilómetros todas las mañanas, luego se duchaba y masajeaba para relajar músculos y tendones.


Comía en su suite sin ver otros rostros que no fueran los camareros, volvía a salir a caminar durante una hora y regresaba al hotel. Permanecía en la suite mirando el balón que tenía encima de un sillón, luchando contra el deseo de tomarlo, guardarlo en el bolso y salir en busca de una cancha. Resistía la tentación y mientras así estaba llegaba la hora de la cena, bajaba al comedor eligiendo una mesa apartada de las ventanas exteriores, cuando terminaba se levantaba y salía a la calle, su paseo se prolongaba durante dos horas, después estaba tan cansado que tras su permanencia en la tina con el agua bien caliente, se quedaba relajado y somnoliento, por lo que salía de su baño de inmersión, se ponía un albornoz con el logo del hotel y se dirigía a la cama, dejaba que el albornoz se deslizara por sus hombros y brazos hasta caer a sus pies, se metía entre las sabanas de la cama quedándose dormido apenas su cabeza tocaba la almohada.


Ese fue su ritmo de vida durante las primeras dos semanas, una tarde, decidido se puso el chándal, metió el balón en el bolso, junto con una toalla del hotel y un par de botellines de agua de la nevera.


En sus paseos había visto algunas canchas con aros, por lo que sus pasos le llevaron hasta una de ellas. Era la más alejada, pero no le importó, pensaba que tal vez para cuando estuviera allí habría tenido tiempo para arrepentirse.


No fue así.


Atravesó la valla metálica al encontrarla vacía, sobre un banco dejó su bolso, se quitó la chaqueta del chándal, quedando con una sudadera. Decidió no quitarse el pantalón del chándal, ya vería si era necesario.


Era su intención, solo driblear, dar algunos pasos, como esquivando a invisibles rivales e intentar algunos tiros sencillos, nada que obligara a su pierna a esforzarse, nada que pudiera perjudicar su curación.


Solo necesitaba sentir en sus manos el esférico, moverse por la cancha y sentir el sonido del balón al botar en el suelo de cemento.


Cuando escuchó unas risas, supo que había perdido la noción del tiempo que llevaba allí. Se detuvo en mitad de una jugada y miró hacia donde provenían las risas, encontrándose con dos niños pequeños, vestidos igual, con expresiones risueñas en sus rostros.


Miró alrededor y observó que las casas más próximas estaban a unos doscientos metros. De su madre no había rastros, por lo que supuso que se habían escapado.


Se aproximó a ellos, quedando separados por la valla. Se puso en cuclillas para alcanzar su altura, al fijarse en sus rostros y advierte lo que no vió desde la cancha, aunque visten igual son niño y niña, tienen un gran parecido entre si, pero lo que más llama su atención son las mechas pelirrojas que asomaban por debajo del sombrerito que lleva la niña., el niño en cambio tiene los cabellos negros, con reflejos rojizos, pero lo que más le impacta es ver el color de sus pupilas, ambas son azules como el mar cuando esta en calma, sus miradas le resultan tan familiares que se pregunta a quien le recuerdan. Nunca le han gustado los niños, pero esos parecen atraerle como la luz a la polilla.


-¿Qué hacéis aquí solitos sin vuestra mamá? –les pregunta con la intención de entretenerles y dar tiempo a que sean encontrados, en caso contrario vería la manera de llevarles hasta su hogar. Nunca le gustaron los niños, tal vez porque era consciente que nunca tendría hijos, sin embargo, esos pequeños habían conseguido que sintiera unas extrañas sensaciones que provenían de su pecho y que no comprendía, aunque tampoco en ese instante pretendió analizarlas.


-Hemos salido de casa, tío Yo-kun estaba enojado con mami y él reía… –dijo la niña muy seria, el brillo de sus pupilas tenían diversión por lo que sus palabras resultaban menos preocupantes.


Se fijo que el niño apretaba la mano de su hermanita como para hacerla callar.


-Tío Yo-kun le decía que tenía que decírselo, pero mami insistía en darle tiempo... –continuo la pequeña mirándole fijamente.


-Papi juega mejor que tú –intervino el niño interrumpiendo el parloteo de su hermanita para distraerla- Eres torpe.


-¿Ah si? –inquirió ante la rotunda afirmación del pequeño.


-No es cierto. –dijo la pequeña como defendiéndole.


-Si lo es, le hemos visto. No sabe jugar –dijo mirando a su hermanita sorprendido por su afirmación- Papi hace los mejores Slam Dunk.


-Mami dijo que esta lastimado.


Asistía perplejo al intercambio de palabras entre los pequeños, al tiempo que sus palabras llegaban a esa zona del cerebro donde estaba interpretándolas, porque lo que decían se le hacia muy familiar. Era como si estuvieran hablando de él, pero eso no podía ser. ¿Acaso su padre gustaba del basketball y los pequeños escucharon que le mencionaba? Otra razón no encontraba para explicar las palabras de los gemelos y fue en ese instante que escuchó la última palabra del niño quien en ese momento, se volvió hacia él mirándole fijamente y como si hubiera hecho un gran descubrimiento su mirada brillo gozosa.


-¿Slam Dunk?  -preguntó perplejo sin darse cuenta que había interrumpido la intención del niño de hablarle.


-Si. Es el rey del rebote –corroboró el pequeño sin advertir la tristeza que asomaba en el rostro del hombre.


-También de los expulsados –dijo serio para confirmar que eran los hijos de Sakuragi, ellos habían mencionado a su mami y a su papi. El cabello pelirrojo de la niña era un claro indicio de su identidad. No lo había pedido que le esperara y estaba claro que se había casado, que lo que hubo aquella noche, no significó lo mismo para él.


Sus caritas sonrosadas, sus miradas abiertas por la impresión le dieron la respuesta que buscaba, de pronto se fijo en el par de manos grandes y suaves que se posaban en los hombros derecho e izquierdo de los pequeños y una voz que deseaba mostrarse firme les apelaba, respiró despacio, aun tenía el poder de conseguir que su corazón dejara de latir acelerado. Sus sentimientos hacia el pelirrojo aún estaban ahí. Había hecho lo posible para que el recuerdo de Sakuragi no interfiera en su meta. Creyó haberlo conseguido, en ese instante al oírle hablar comprendió que no era así y la tristeza invadió su corazón, hizo un gran esfuerzo para que no se advirtiera como se sentía. Sus dedos se aferraban a la malla metálica durante unos segundos, después despacio fue aflojándolos quedando lasos sobre el enrejado de la malla.


-¿Es aquí donde estáis? –Su sonido daba la impresión de seriedad, más en su tono había mucho amor-  No puedo distraerme un momento que os venís acá. –como si entonces hubiera reparado en el hombre le miró, su preocupación por los gemelos había conseguido que no se fijara en él, en ese instante, la primera visión que tuvo fueron sus cabellos oscuros, el rostro quedaba ocultó fuera de su mirada al permanecer a la misma altura que sus hijos y parecía no querer mirar hacia él- Disculpe si le estaban molestando.


-No lo han hecho. Tus hijos son muy divertidos –dijo incorporándose y mostrándose ante él- Se han atrevido a llamarme torpe.


Hanamichi no pudo evitar dejar escapar un jadeo de sorpresa.


-Papi… él te conoce… -dijo el niño.


-¿Es él? –preguntó su hija  y los dos alzaron sus caritas ansiosas hacia su papi.


-Si, el mejor jugador de Kanagawa y también del mundo entero –dijo con orgullo Sakuragi- debéis sentiros orgullosos de que sea vuestro papá.


Tres miradas idénticas coincidieron a través de la verja y las manos de los pequeños intentaron atravesar la malla metálica.


Rukawa volvió a quedar a su altura y acarició sus mejillas, pero eso no era suficiente para ninguno de ellos y los gemelos se apartaron y corrieron bordeando la cancha para alcanzar la entrada.


-¿Por qué no me lo dijiste? –preguntó sin cuestionarse como era posible.


-Lo estoy haciendo.


-Ahora, si, pero no en su momento.


-Rukawa, te fuiste y prometiste volver. –vió su gesto de sorpresa- ¿No me digas que no lo recuerdas? No importa, lo hablaremos más tarde. Creí que sería cuestión de una temporada, no de cinco años. –Vió que bajaba la mirada arrepentido por no haberse puesto en contacto con él, era el único culpable, pero también había algo más que no conseguía identificar- Cuando lo supe intente por todos los medios comunicar contigo, me fue imposible. Durante todo este tiempo, no he dejado de preguntar por ti, solo encontré un muro de incomprensión, nadie accedió a darme tu número particular, ni siquiera pasarme la llamada, siempre me decían que no estabas disponible o que estabas fuera de la ciudad, les dejaba mi número para que tú te pusieras en contacto conmigo, pero tampoco lo hiciste, supongo que nunca te lo dieron.


-Lo lamento, el club sabía que no quería llamadas de admiradores, lo deje claro desde el principio. No les dijiste que era urgente.


-Lo hice pero deseaban conocer el motivo de la urgencia y yo no podía decirles que tenías un par de hijos, además de ti se hubieran enterado todos los periodistas del mundo y nos hubieran mirado como a bichos raros.


-¡¡Papá… papá!!  -los gemelos llegaron a su altura abrazándose a sus piernas- Mami decía que volverías y lo has hecho.


Se inclinó rodeándoles a los dos en un mismo abrazo, acarició sus caritas sonrosadas, reconoció el brillo de sus miradas, eran sus ojos, idénticos a los suyos, sus cabellos en el niño y los de Hanamichi en la niña. Los estrechó contra su pecho con alegría, sentía sus bracitos rodear su cuello, sus besos húmedos en su rostro y como sus cabecillas se apoyaban en sus hombros.


-¡¡Mis hijos!! –Exclamó con un brillo húmedo en sus ojos- ¡¡Mis hermosos pequeños!! –miró a Hanamichi por encima de sus cabecillas- Gracias.


-No me las des, tú también contribuiste.


Rukawa sonrió emocionado y Hanamichi quedo deslumbrando.


-No volveré a irme, te lo prometo. –estaba decidido a quedarme, ahora tenía una familia en la que debía pensar y cuidar.


-No necesito promesas, te quiero a mi lado, a nuestro lado, los tres te hemos echado mucho de menos –y fijándose en sus rostros soñolientos añadió- Acompáñame a casa, estos pillines aún tienen que bañarse, cenar y acostarse y no necesariamente en ese orden –dijo risueño.


-Mi bolso –miró hacia el banco.


-Yo me ocupo de él. –dijo apresurándose a bordear la cancha y dirigirse hacia el bolso, recogió la chaqueta y se la puso sobre los hombros para evitar que se enfriara, aunque posiblemente los gemelos ya habían conseguido que el sudor se secara en su piel.


-¿Cómo es que se te escaparon?


-Estaba preparándoles el baño y aprovecharon ese momento. Les cuesta mucho bañarse, lo malo es que luego no hay quien consiga sacarles de la tina.


-Ellos mencionaron a un tío Yo, dijeron algo de una discusión.


-Es Yohei, ¿le recuerdas?


-Me vio en el hotel y vino a hablarme, entonces no supe que deseaba decirme, creyó que te había visto y cuando le dije que no se marchó sin aclararme nada. Creo recordar que me pregunto si ya lo sabía. –Preguntó saliendo de la cancha- Percibí reproche en sus palabras y le conteste de mala manera. Tendré que disculparme con él.


-Solo me dijo que te vió. Quería que fuera a buscarte. Lo hubiera hecho si te hubieras demorado más tiempo. Tenía planeado presentarme mañana en tu hotel, quería darte una sorpresa.


-Me la has dado, una maravillosa e increíble sorpresa –dijo posando sus labios en las mejillas descubiertas de los gemelos, cuyas caritas reposaban en sus hombros- Mi única intención al venir aquí era practicar un poco, por lo que recordar no vivías aquí.


-Cierto. Tu conociste el apartamento que me prestaron mis tíos, ahora estoy en la casa que me dejaron mis padres al fallecer.


-¿Cuál de ellas es? –miró la larga hilera de casas que se distinguían desde la cancha.


-Desde aquí no se ve, esta ubicada detrás de esas. La tercera de la izquierda evita que la veamos.


Miró alrededor confirmando lo que ya había visto al llegar, era un lugar tranquilo, alejadas sus calles de la circulación que solía haber en las carreteras.


Sintió la mano de Hanamichi en su espalda y sus palabras consiguieron turbarlo por su percepción.


-¡¡Tranquilo papá!! Pronto te acostumbraras a sus travesuras. Son muy inquietos, aunque son pequeños están seguros, es una urbanización tranquila, pueden moverse por la zona sin que sufran el menor daño. Los ojos de nuestros vecinos están atentos a sus andanzas, se llaman unos a otros por teléfono cuando están fuera de sus miradas. La última vez seguí sus movimientos gracias a ellos. Si alguien les hubiera visto en peligro les hubiera recogido y me hubieran llamado.


-¿Alguna vez te ha pasado? –Le siguió al interior del guenkan donde se detuvo en tanto Hanamichi descalzaba a los gemelos, luego lo hizo él, siguiéndole- ¿Se han dormidos? –inquirió pues los dos estaban muy tranquilos.


-Si, una vez más han conseguido quedarse sin baño. Da pena despertarles. Se les ve tan tranquilos –dijo dando un suspiro tomando en sus brazos a su hija Hanako para aliviar a Kaede de su peso.


Subieron las escaleras hasta su dormitorio, sus futones ya estaban preparados en el piso. Cada uno se ocupo de acostarles tras desvestirles, les quitaron la ropa que llevaban por otra más ligera para dormir sin apreturas.


Estaban tapándoles cuando se escuchó la voz queda de Hanako.


-¿Se fue papá, mami?


-No, cariño –acarició su cabecilla- Duerme tranquila, él se esta ocupando de tu hermanito.


-Mañana cuando despiertes me veras aquí –dijo Kaede estirando su mano para rozar la mejilla de la niña- Duerme, mi pequeña. Papá siempre estará contigo.


-No queremos promesas… -murmuró cerrando sus ojitos somnolientos y con una sonrisa en los labios volvió a quedarse dormida.


Kaede antes de incorporarse se inclinó posando en sus frentes un suave beso, paso las puntas de sus dedos rozando apenas sus rostros, emocionado al ver a esas pequeñas criaturas que eran sus hijos.


-¡¡Sus hijos!! Exclamó mentalmente, emocionado y próximo a las lágrimas.


Hace unas horas ignoraba que los tenía y ahora sentía que por ellos era capaz de cualquier cosa, hasta prescindir del básquet si era necesario.


 



Estaba terminando de preparar la cena cuando escuchó sus pasos acercándose a la cocina.


-No deberías estar practicando, ¿es que nadie te lo ha dicho? –le reprendió cuando le tuvo al alcance de su voz y en su presencia.


-Solo estaba dribleando…, quería asegurarme que todavía estoy en forma.


-No lo estarás si fuerzas tu pierna


-¿Cómo sabes?


-¿Quién puede ignorarlo? Estas en todas las revistas deportivas y aunque de tu vida privada no se sabe nada, en lo que es el deporte, nadie se guarda de relatar por lo que estas pasando, todos saben de ti. Les dije quien eras y ven tus partidos. Te quieren y te siguen tus partidos como el ídolo que eres para ellos.


-¿Y tú también me sigues?


-Depende de ti. –le hizo un gesto para que se sentara mientras terminaba de ubicar sobre la mesa las viandas.


-¿Cómo pudiste salir adelante tu solo? ¿Te ayudaron esos tíos que mencionaste?


-No, renegaron de mi cuando supieron que estaba embarazado, me llamaron monstruo y me emanciparon, solo tenía una pequeña pensión y esta casa. Los gemelos desde un principio me mantuvieron muy ocupado, así que tuve que dejar los estudios. Los primeros años fueron caóticos. –Sonrió al recordarlo- Cuando me dijeron que eran dos pensé que si yo solo no podía con uno, como iba a arreglarme con dos bebes.


-Lamento no haber estado contigo, ayudarte con ellos, verles crecer, decir sus primeras palabras, escuchar sus gorjeos o sus llantos. Ahora será diferente, soy consciente que el club no me renovara el contrato, nadie quiere a un lisiado en la plantilla.


-No hables así, no lo eres. Solo tienes una lesión mal tratada, solo tienes que pensar en curarla.


-Me han dado cita para dentro de tres meses con un fisioterapeuta deportivo que hay y justamente vive aquí en Kanagawa.


-¿Te refieres a Okuba-sensei?


-¿Le conoces? –Abrió mucho los ojos- Me lo han recomendado como el mejor.


-Iremos juntos a verle…, pero tienes que esperar hasta el martes.


-No hay problema. ¿Cómo es que puedes conseguir que me vea?


-Preguntándoselo. –vió su mirada perpleja- trabajo para él, no exactamente, hago mis practicas en su clínica.


-¿Practicas?


-Aha…Cuando las cosas comenzaron a ir a peor, encontré amigos en todas partes, pero sobre todo el entrenador Anzai, es como un abuelo para los gemelos. Viene a vernos todos los domingos, así que podrás verle si estas aquí. Conoce a mucha gente de cuando estuvo en la universidad. Curso estudios como externo, me pasan los temas y los apuntes a través de una Web de la universidad y siempre que puedo asisto a clases a través de una webcam, me han puesto un tutor y durante tres horas al día realizó prácticas con Okuba-sensei.


-¿Quién se queda con los gemelos?


-Tienen cuatro tíos que se turnan para estar con ellos.


-Humm… -no se sentía muy feliz con esa información.


-No te preocupes, todos ellos han sobrevivido –dijo con una sonrisa divertida, aún sabiendo que no eran ellos por quienes se inquietaba- ¿Y tú que vas a hacer?


-¿Ahora o en el futuro? –inquirió.


-En este instante.


-El hotel donde estoy queda lejos de aquí, además le prometí a… -se detuvo al darse cuenta que aún no conocía sus nombres.


-Hanako y Kakuei.


-Le dije a Hanako que estaría aquí por la mañana, no deseo faltar a mi palabra ¿Tienes un lugar para dormir?


-Mi futón es estrecho, si a ti no te importa a mí tampoco.


-Estoy deseando compartirlo contigo. –dijo estirando la mano por encima de la mesa para tomar la suya.


Antes que la alcanzara Hanamichi se levantó apresuradamente comenzando a recoger la mesa.


Dio un suspiro imitando sus gestos.


-Yo lavaré esto… entretanto tú puedes darte un baño. La tina esta preparada y detrás de la puerta hay un par de yukatas, son míos puedes ponerte el que quieras.


-No te libraras de mí tan fácilmente –dijo posando sus manos en sus caderas y dándole un suave mordisco en su lóbulo desde atrás, al mismo tiempo que se restregaba contra él haciéndole sentir lo excitado que estaba.


Hanamichi se estremeció a su contacto y cometió el error de darse la vuelta, o tal vez no lo fue.


La cocina y la tina quedaron olvidadas, ambos se entregaron con calor al beso que los unió, se estrecharon fuertemente, deseando sentirse más, subieron al dormitorio de Hanamichi y se amaron una y otra vez.


 



Despertó al sentir suaves besos, en su cuello y hombros y unos labios húmedos que descendían por su pecho, era agradable la sensación de despertar así.


Hanamichi se detuvo al sentir que estaba despierto, Sus miradas se encontraron y sus rostros se acercaron dándose un suave beso.


-Feliz día de San Valentín –dijo Hanamichi uniéndose nuevamente sus labios en un beso apasionado- Lamento no tener preparados chocolates para ti.


-No los necesito, porque me has hecho el mejor regalo que podía esperar de ti. –musitó moviéndose de manera que Hanamichi quedo debajo suyo.


-No recuerdo… -le miró perplejo.


-Hanako y Kakuei, ellos son mucho mejor que cualquier otra golosina. Gracias Hanamichi, feliz San Valentín también para ti.


Al otro lado de la puerta se escuchaban apagados sonidos que pretendían pasar desapercibidos.


-Ya se han levantado… -dijo Hanamichi al fijarse que Kaede prestaba atención a los ruidos que llegaban del piso inferior.


-Deberíamos levantarnos…


Hanamichi rodeo su cuello con sus brazos y le mantuvo junto a él.


-No están solos, despreocúpate. Yohei se ocupa de ellos.


-¿Cómo sabes?


-Porque le abrí la puerta cuando llegó.


-¿Te levantaste?


-¿Cómo si no le dejaría entrar? –preguntó con una sonrisa divertida.


-¿Acaso no trabaja? –preguntó recordando que era viernes.


-Si, pero lo bueno de ser jefe es que puede ir cuando quiera. Hoy le ha tocado a él quedarse. Los muchachos han hecho mucho por mí y yo les estoy agradecido, porque han organizado su vida laboral en torno a los gemelos y también a mis necesidades.


-¿Cómo es eso?


-Normalmente me quedo estudiando hasta las dos de la madrugada, a las ocho me levantó para abrirles, quise dejarles la llave, pero no aceptaron, son muy respetuosos con mi intimidad, vuelvo a dormirme y cuando me levanto, los gemelos están aseados, vestidos y desayunados.


-0 sea que podemos quedarnos un rato más –sugirió Kaede con una deslumbrante sonrisa.


Miró hacia su reloj.


-Tenemos menos de quince minutos.


-Seré rápido.


 



Bajaban las escaleras cuando escucharon las palabras de Hanako y Kakuei que parecían estar muy excitados dándole a su tío Yohei un singular relato de lo que habían visto.


Hanamichi sintió que el calor subía sus mejillas al oírles, ocultando abochornado su rostro en el pecho de Kaede que también estaba bastante aturdido. Ambos incapaces de reaccionar.


-Desperté al oír un ruido muy fuerte, me asuste y desperté a mi hermanito, juntos de la mano fuimos a buscar a mami y a papa, ellos tenían que saber que pasaba.


-La puerta estaba cerrada, mami nunca lo hace –intervino Kakuei que también quería participar del relato.


-Papá tenía una vara en la mano –Yohei tosió intentando detener su parloteo. Aquello no era de lo que deseaba saber con su pregunta. El ahogado gemido que escuchó al otro lado del muro le hizo saber quienes estaban allí- Entonces, bonita tu papá ¿se queda con vosotros? –preguntó para distraer su atención hacia otro tema menos peliagudo.


-A mami no parecía molestarle que se la metiera –continuó su hermanito como si ese hecho fuera normal- y aunque gemía no debía dolerle porque decía que quería más.


-Me dijo que no volvería a dejarnos. Creo que quiere darnos otro hermanito. –dijo bajando la voz, pero aún así llego nítidamente hasta los oídos de sus padres.


Yohei comenzó a traspirar sin saber ya como cortar su verborrea. ¡¡Por Kami esos chiquillos eran un autentico peligro!!.


Una estrepitosa caída cortó las confidencias de los pequeños, que se bajaron del regazo de su tío Yohei para ir hacia las escaleras, donde encontraron a mi mami sentado en uno de los escalones mientras su padre intentaba ayudarle a levantarse.


-Mami… mami… -subieron hasta llegar a su altura, Hanamichi se cubría el rostro con las manos.


-Estoy bien… -dijo sin mostrar su rostro acalorado.


-¿Te has caído? ¿Dónde te duele papi? –los gemelos le llamaban indistintamente, o mami o papi, ellos ni siquiera se daban cuenta de que lo hacían, cuando estaban asustados le llamaban mami buscaban su consuelo o cuando hablaban de él ante otras personas que les preguntaban por su mamá.


 

Aun recordaba la vez que una maestra del jardín de infancia les preguntó delante de él, como era que no les  llevaba y recogía su madre,  se interesó por su salud creyendo que esa era la causa de no conocerla.


-Mami siempre nos lleva ¿verdad papi? –dijo Hanako mirándole con ojillos tiernos.


-Si, siempre –confirmó con una sonrisa.


-¿Podemos irnos? –les apremió Kakuei


-Si… y tomándoles en cada brazo los llevo alzados, aunque ya tenían tres años cumplidos, para él seguían siendo sus bebés. Ellos se aferraban a su cuello con sus bracitos.


 

Les pasó el brazo por sus cinturas estrechándoles contra él.


-Con vosotros aquí conmigo ya no siento ningún dolor.


-Nunca te dejaremos mami –dijo la niña.


-Nunca –afirmó su hermanito.


Hanamichi agradeció sus palabras, aún sabiendo que llegaría un día que tuvieran que alejarse de su lado para crear sus propias familias, pero en ese instante, eran demasiados pequeños para comprenderlo y él sintió agradecimiento por la bondad de sus corazones.


-Mito te agradecería que no le hicieras preguntas indiscretas a mis hijos –dijo serio Kaede.


-Solo les pregunté por Hanamichi, tal vez si tuvieran ahora más cuidado no pasaría eso –dijo intentando sofocar la sonrisa que amenazaba con asomar en sus labios.


-No quiero oírte reír –dijo Hanamichi que lo conocía bien.


-Intentaré evitarlo… -pero al instante la sonrisa apareció y las carcajadas se dejaron oír, los gemelos corrieron a su lado riendo con él, sin saber porque lo hacían.


Kaede le miró ceñudo. Hanamichi enseguida les acompañó con sus risas y Kaede les vió abrazarse riendo y jugando con los pequeños que festejaban con chillidos su alegría, revolcándose los dos por el suelo con los gemelos encima de ellos, por momentos eran los pequeños quienes quedaban con la espalda sobre el piso con los dos adultos jugando como críos.


Mientras ellos tomaban su primera comida del día algo tardía, Yohei entretenía a sus ahijados,


-No te preocupes por ellos, olvidaran lo que han podido ver y escuchar –dijo Hanamichi tratando de borrar el ceño fruncido de su rostro- Este día será motivo de alegría para ellos y solo eso recordaran.


-¿Estas seguro? –preguntó inquieto, también a él le abochornaba la gráfica descripción que la pequeña hizo de el.


-Si, lo estoy.


-¿Y si les decimos que no pueden pasar sin llamar?


-Sera peor, sentirán curiosidad y no querrás que nos espíen.


-No lo harían –al ver su expresión continuó- ¿Lo harán?


-Si…, ya te dije que son muy traviesos. Les gusta investigar todo lo que no comprenden o no conocen.


-¡¡Por Kami, solo tienen cuatro años!! –dejo escapar un gemido.


-Papá ¿te duele algo? –Kakuei apareció de pronto ante ellos y su hermanita seguía su estela.


-No, no… -se apresuró a tranquilizarles- Me preguntaba si queréis venir conmigo.


-¿A dónde iremos?


-Si voy a quedarme con vosotros tengo que ir a recoger todas mis cosas al hotel donde las deje.


-¡¡Si… si!!… ¡¡Papá se queda… papá se queda…!! -canturrearon felices los gemelos.


-Vamos pillos, busquemos vuestras ropas de abrigo –dijo Hanamichi guiándoles fuera de la cocina y guiándoles hacia las escaleras. Mientras subía con ellos su mano se iba sobando las nalgas, había rodado de culo un par de escalones y todavía no se había recuperado de las culadas que tuvo con Kaede, delante de los gemelos tenía que disimular que todo estaba bien.


Kaede que le vió se preguntó si esa noche no se había excedido cogiéndole hasta saciarse de él, ahora viéndole subir las escaleras, supo que nunca se cansaría de él y se preguntaba como había sido capaz de prescindir de él durante tanto tiempo.


Viéndoles se preguntaba como había sido capaz de pensar que podía prescindir de él, mejor aún como fue capaz de soportar cinco años lejos del hombre que amaba y ese pensamiento trajo otro más importante. Nunca se lo había dicho, debería comenzar a plantearse el decírselo.


 



Los gemelos correteaban curiosos por la suite, lanzando exclamaciones de sorpresa ante todo lo que veían, en tanto él, ayudado por Hanamichi, se apresuraba a guardar en sus maletas sus pertenencias. Vació el armario, donde están guardados un par de trajes, sacó de los cajones su ropa interior, calcetines y demás complementos, un par de cintos, dos estuches con gafas de sol, su alfiler de corbata y sus gemelos, comprobó que no se olvidaba de guardar nada, en ese instante, sus hijos agotado de afán de investigación estaban repitiendo todos sus gestos, abriendo y cerrando cajones.


-Éste esta vacío… -repetían una y otra vez.


Se detuvo mirándoles cariñoso.


-Gracias por vuestra ayuda –se fijo en sus rostros sonrosados por la satisfacción que sentían- Ahora… -se inclinó para quedar a su altura, al tiempo que sus manos se posaban en sus hombros, al tiempo que bajaba su tono de voz para ser escuchado solo por ellos- Decirme, ¿tiene mami coche?


-No dice… -comenzó a decir Hanako.


-… que no puede permitírselo –concluyó Kakuei.


-¿Qué os parece, si después de aquí vamos a comprar uno y me ayudáis a elegirlo? –sus ojillos brillaron extasiados.


-Si… -y ambos echaron sus brazos alrededor de su cuello abrazándole.


-¿Qué estáis tramando? –preguntó Hanamichi sentado cómodamente en uno de los sofás observaba en silencio la conversación entre ellos. Si había tenido dudas respecto a la reacción de Rukawa quedaron disipadas al ver la estrecha comunicación que hubo desde el segundo siguiente al saber unos y otros quienes eran.


Tres pares de ojos se volvieron a mirarle.


-Nada… -dijeron a un mismo tiempo.


El brillo travieso en sus miradas era inquietante y supo que los genes de Kaede habían modelado el carácter de sus hijos, ahora sabía a quien se parecían, lo cual era una agradable sorpresa, porque el carácter de Kaede no le había preparado para saber lo que le esperaba con los gemelos apenas fueron capaces de comenzar a gatear y más aún cuando pudieron dar sus primeros pasos.


Rukawa supo ver en su mirada que no estaba muy decidido a creerles.


Media hora después el taxi paraba frente a un concesionario de coches. Había concertado con el taxista que esperara con su equipaje mientras ellos entraban.


Los gemelos muy educados pasaron dentro cuando su papá les abrió la puerta, Kakuei llevaba de la mano a su hermanita.


-Bienvenidos… ¿puedo serle útil? –preguntó solicito el joven que se les acercó dirigiendo su mirada hacia Rukawa.


-Queremos un coche… –dijo Hanako, haciendo así valer su presencia allí.


La mirada descendió hasta los niños unos segundos, luego regresó a los dos hombres que estaban delante suyo, como esperando que hablaran. Hanamichi se hizo el desentendido, ahora sabia que significaba esas miradas, se alejó de la entrada dirigiéndose hacia los coches que estaban en exposición.


-… y que sea grande… -añadió Kakuei.


-Ya les ha oído –dijo a su vez Kaede.


-Vengan por aquí… -al bajar la mirada observó que ya se habían alejado y se encontraban recorriendo el local.


Kaede siguió los pasos de los gemelos, tras él iba el vendedor que intentaba interesarle por algunas de las características de los vehículos allí en exposición. Le escuchaba pero no respondía a ninguno de sus comentarios, al parecer su único interés estaba puesto en los pequeños y en el hombre pelirrojo que seguía un camino paralelo al que ellos llevaban entre los diferentes modelos de coches, finalmente los niños se detuvieron ante uno de ellos.


-¿Os gusta? –les preguntó a los niños.


-Si.


-¿Tú que dices? –miró a Hanamichi que se había detenido al otro lado del vehículo.


-Tienen buen gusto.


-Entonces no hay más que decir… -miró al vendedor- Lo llevamos.


-¿Esta seguro? Tal vez prefiera probarlo antes –sugirió con una atrayente mirada.


-No es necesario…, lo quiero para ahora –dijo haciendo caso omiso de su descarado coqueteo. Llevó su mano al interior de su chaqueta y sacó su tarjeta, dando así por zanjada la compra.


-Ahora…, tienen que traerlo del… -no pudo terminar porque le vió girarse y dirigirse hacia el coche que habían elegido los niños.


Solo en ese instante, Rukawa observó el interior del coche, tenía espacio suficiente para los cuatro, antes que nada se acercaría a una galería para buscar un par de sillas para ajustar a los asientos, la seguridad de los niños era primordial.


Era un sedan de cuatro puertas, con ocho asientos, dos de ellos ocupaban menos espacio que los demás y permitía la movilidad en el interior en caso necesario. La trasmisión era automática y funcionaba con diesel. Llevaba airbag para el conductor y el pasajero radio incorporada AM/FM y también CD player, en ese momento fue consciente que se había apresurado a querer llevárselo en ese instante, deseaba que le añadieran algunos accesorios más.


-Ahora vuelvo…


Hanamichi asintió, los gemelos se habían sentado muy tranquilos en uno de los asientos de atrás y levantaban sus cabezas para mirar a traves de las ventanillas, se trataba de un coche con capacidad suficiente para llevar muchos bultos, porque los últimos asientos se podían abatir lo que permitía tener más espacio.


Rukawa se mantuvo durante unos quince minutos en la oficina, junto al vendedor había otro hombre, posiblemente el encargado, Hanamichi no perdía de vista a traves de la cristalera que hacia las veces de muro, lo que acontecía en el interior de la oficina. Al cabo de ese tiempo, vió que se despedían con una inclinación. Lo que fuera que deseaba Kaede al parecer lo había conseguido.


Aunque sus labios permanecían formando una línea recta, sus ojos tenían un brillo que le hacia saber que se sentía satisfecho.


Se acercó a la portezuela abierta.


-Hanako… Kakuei… vámonos… -y al ver sus caritas tristes, les dirigió una cálida sonrisa, al tiempo que los recogía a los dos en sus brazos y ellos echaban sus brazos alrededor de su cuello- Mañana nos lo dejaran a la puerta de casa. –les susurró al oído- Ahora vayamos junto al taxista, seguro que esta pensando que nos hemos fugado.


Los pequeños rieron al escucharle, abrazándole al punto de ahogarlo.


Recibió sus muestras de alegría con satisfacción, sorprendido él mismo por su reacción. Nunca imagino que se transformaría en un padrazo al saber que esos pequeños eran sus hijos, también él los estrechó contra su pecho.


Les posó en el piso y tomados de la mano salieron a la calle.


 



Continúa en el próximo capítulo…


 



 

Notas finales:

Me disculpo por no poder actualizar este viernes, nos encontraremos la proxima semana.


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