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D. D. O. por Ucenitiend

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Pasaron los años, y a fines del 3.018 de la Tercera Edad del Sol, el Señor Elrond se reunió con varios integrantes de los Pueblos Libres. ¿El motivo? ¡Nada menos que la reaparición del Anillo Único de Poder, forjado en el Monte del Destino!

Por pedido de su viejo amigo Gandalf, fue Frodo Bolsón el encargado de llevar a Rivendell el anillo que celosamente había escondido por años su tío Bilbo. La fortuna quiso que viajara acompañado por su jardinero Samsagaz Gamyi, y por sus primos Meriadoc Brandigamo y Peregrin Tuk que, accidentalmente, se les sumaron en el camino. 

Los cuatro llegaron a Bree para encontrarse con Gandalf, pero este no se presentó, pues había sido apresado por Saruman. De todos modos, ahí recibieron la ayuda de otro amigo del mago, un inquietante y rudo montaraz que a sus veinte se había enterado de su verdadero nombre y linaje, y desde entonces había dejado de llamarse Estel para llamarse Aragorn, aunque por esos rumbos era conocido como Trancos.

Varios días después de la llegada de los Medianos a Imladris, arribaron el valiente y muy apuesto Capitán Boromir, hijo mayor del ambicioso Senescal de Gondor, y Glóin y su hijo Gimli, dos rudos Enanos de Dúrin. 

Ya solo faltaba que llegara uno de los representantes, y este arribó en la madrugada previa al Concilio encabezando una partida de Elfos Grises del Bosque Negro.

Por la tarde, a la hora señalada por el Señor, todos se reunieron en el patio. Bueno, no todos, porque faltaban llegar Aragorn y los gemelos.

Recién la noche anterior, Aragorn había sido anoticiado de que Legolas se presentaría en Rivendell.

Su padre y sus hermanos lo sabían hacía rato, pues, increíblemente, el propio Rey Thranduil había mandado una escueta misiva en la que informaba que su hijo iría en representación de Mirkwood, pero no habían querido decirle a Aragorn hasta el último momento porque era seguro que abandonaría Rivendell. Después de años, aún recordaban con tristeza lo ocurrido con Estel luego de que recibiera aquella odiosa carta.

(Flashback)

Desoyendo los consejos de los gemelos, Estel partió hacia el Bosque Negro, pero no sin antes sostener otra fuerte discusión con Elrond que ya había pedido a su hija que regresara a Rivendell. Esta vez, casi no se detuvo a comer ni a descansar, pues era tanta su ansiedad y su angustia que el hambre y el sueño no le cabían en su cuerpo. Gracias a sus habilidades innatas y al riguroso entrenamiento impartido principalmente por sus hermanos, antes de llegar al palacio logró burlar a los silvanos que patrullaban los alrededores, pero ni bien se coló al patio los guardias lo descubrieron y lo rodearon con sus largas lanzas, pero enseguida lo reconocieron y algunos retrocedieron.

Cuando el rey supo de la invasión de Estel, además de enojarse se puso muy nervioso, pues no creyó que volvería a molestar después de recibir la falsa carta. Ahora que sabía que había subestimado lo que sentía por su hijo y desconocía su determinación, debía controlarse y sonar muy convincente. Cuando por fin vio entrar a Estel a su despacho, sucio y demacrado, y ya sin esa sonrisa desenfadada que tanto fastidio le causara antes, se dirigió a los guardias que lo sujetaban fuertemente por los brazos:

-Está bien, suéltenlo y esperen afuera hasta que les avise-. ¿Otra vez por aquí, jovencito? ¿Y, ahora, a qué ha venido? Pero tome asiento, se ve muy cansado -dijo señalándole una silla convenientemente alejada de su escritorio.

Estel declinó la invitación y permaneció de pie muy próximo a donde estaba sentado el rey, más cerca de lo que este deseaba.

-Vine a ver a Legolas, Majestad -contestó secamente.

-Oh, lamento decirle que ya no se encuentra en el reino; se comprometió y viajó con su futura esposa. En unos días se realizará su enlace. Como se imaginará, tienen que supervisar todos los preparativos de la ceremonia y los festejos. ¿Pero, cómo, no le avisó? ¡Ah, qué cabeza de novio! Qué pena que se vino hasta aquí, inútilmente.

-Y dónde se realizará dicha boda. Me gustaría felicitarlo, personalmente, y desearle que sea muy feliz en su nueva vida -dijo Estel aparentando serenidad, pero con el alma estrujada por la confirmación del compromiso y el pensar que tal vez no volvería a ver a Legolas nunca más.

-No se preocupe, en cuanto llegue para participar de la ceremonia, personalmente, le daré sus felicitaciones y buenos deseos. Mi hijo, al fin ha encontrado a la compañera perfecta con la que, no dude, será muy feliz –continuó mintiendo descaradamente; pero, de pronto, su voz se volvió amenazante y su mirada aún más dura-: Joven, le aconsejo que vuelva a su hogar, y, por su bien, olvídese para siempre del Príncipe. Legolas me habló de sus intenciones para con él, y también me dijo que ya no deseaba continuar con la… breve “amistad” empezada.

-¡Eso no es cierto! ¡Sé que él… me ama! ¡Pero, en todo caso, quiero que sea el propio Legolas quién me lo diga! -repitió Estel con la voz entrecortada lo que días antes les dijera a sus hermanos con lágrimas en los ojos-. ¡Adónde está!

-Para qué quiere saberlo. No insista. Conserve el poco orgullo y dignidad que le restan. No vaya a mendigar amor a quien, está claro, nunca le interesó ni le interesará dárselo.

Harto del modo despreciativo con que lo miraba de arriba abajo y le hablaba el rey, Estel ya no pudo controlarse y, sin pensar, se adelantó y descargó ambos puños con fuerza sobre el fino escritorio de nogal que los separaba.

El fuerte golpe provocó que un candelabro se tumbara sobre un tintero que en ese momento se hallaba destapado y que su negro contenido se derramara en la mesa y terminara goteando sobre la exquisita alfombra de seda color marfil que estaba debajo.

Sorprendido, y temeroso de ser quien recibiera un próximo golpe, Thranduil, rápidamente se levantó de su sillón y dio un gran paso hacia atrás, y sin querer movió un pilar sobre el que estaba colocado un antiguo y valioso jarrón que terminó haciéndose añicos contra el suelo. Cuando salió de su estupor, gritó:

-¡Esto es intolerable! Legolas no está aquí para decirle nada, así que yo lo haré en su nombre. Mi hijo no lo ama…, pero, por un momento, imagine que sí. ¿Qué cree que le esperaría? Se lo diré: algún día, él seguirá al frente del reino cuando yo me vaya, y si se uniera a un... insignificante humano como usted, perdería todo prestigio frente a los Pueblos Élficos. Pero, mucho peor: sería ofendido, humillado, como lo sería usted también si dejara de vivir entre elfos y se fuera a vivir entre los de su propia especie, debido a sus preferencias amorosas consideradas antinaturales por los Hombres. Donde sea que mi Legolas viviera junto a usted, llevaría una vida indigna que se cerniría como una nube oscura sobre su luz interior. ¿Y sabiendo eso, aún querría que le entregase el alma? ¿Y a cambio de qué? ¡¿De una calentura pasajera?!

-¡No es calentura, siento amor por él! ¡Además, soy tan libre como cualquiera de elegir a quién amar, independientemente de mi especie y de entre quiénes yo decida vivir! ¡Y llevo una vida muy digna, así que no tomaré como ofensa lo que ha dicho! ¡Lo único que me importa es lo que diga Legolas, y si me dice que no quiere verme más, entonces, desapareceré para siempre!

-Creo que ya hablamos demasiado. Quédese tranquilo, cuando vea a mi hijo le diré que vino. Sabrá que usted cumplió con su palabra, aunque... dudo que le importe. Le pido que ya mismo abandone Mirkwood y sin causar más problemas.

Estel sabía que con el rey no obtendría información sobre el paradero de Legolas, así que la buscaría entre los pobladores al salir.

Pero como si le hubiera leído la mente, Thranduil llamó a los guardias para ordenarles cómo debían sacarlo del palacio, que lo llevaran muy bien vigilado hasta los límites del bosque y, recién ahí, le devolvieran sus armas, le entregaran alimentos y agua y se aseguraran de que no volviera a entrar.

Antes de abandonar el despacho, parado frente al rey, Estel creyó ver en su mirada un destello de ¿pena? Eso era lo que menos deseaba inspirarle. Salió del palacio amordazado, con las manos atadas atrás y rodeado por diez soldados que lo custodiaban como si fuera un delincuente peligroso. ¿Y cuál había sido su gran delito? ¡Enamorarse del hijo del orgulloso Rey del Bosque! Y así caminó frente a los pobladores que, al reconocerlo, se apartaban alarmados.

Mientras eso ocurría, Legolas dormía, profundamente, bajo la estricta vigilancia de los hermanos y del sanador.

Desde hacía días, estos le daban el amargo brebaje que le preparaban y solo lo despertaban para que se alimentara, higienizara y conversara un rato con ellos.

El sanador ya le había explicado que había contraído una “extraña enfermedad” y, sin darle mayores explicaciones de cómo había sido, ni de sus síntomas, también le había hablado del “tratamiento” que debería seguir de por vida.

Un día, como tantos, temprano por la mañana, Thranduil fue a visitar a su hijo, y por consejo de los hermanos se arriesgó a decir en medio de la charla:

-Ah, Legolas, casi lo olvido, mientras estabas inconsciente, pasó por el reino alguien que dijo conocerte. Creo que su nombre era... Estel... Te deseó felicidades y una pronta recuperación.

-¿Estel?... ¿Estel? ¿Padre, seguro ese era su nombre? ¿Te dijo dónde o cuándo nos conocimos?

Lesgahel y Aremides se miraron y miraron complacidos al rey.

Thranduil suspiró aliviado y respondió:

-No, hijo querido, no me dijo. Pero no tiene importancia, mejor hablemos de cómo te sientes hoy.

(Fin del flashback)

 

 


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