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D. D. O. por Ucenitiend

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A punto de dar comienzo la reunión, se oyeron fuertes pasos sobre las lajas del patio que llamaron la atención de los concurrentes, incluida la de los que estaban sentados de espalda que de inmediato se voltearon para ver quién se acercaba.

En medio de los gemelos, Aragorn avanzaba con pasos firmes, pero con la cabeza baja y el pelo un tanto echado sobre la cara. Los noldor, por el contrario, con pasos silenciosos, lo hacían con las cabezas bien erguidas y mirando de muy mal modo a otro elfo.

Legolas no se dio cuenta que era el blanco de esas feas miradas, pues toda su atención estaba puesta en la hosca actitud del hombre.

Elrond, muy preocupado por lo que podría pasar, miró a sus hijos de sangre y al del corazón con recelo. Conocía el motivo por el cual llegaban tan sobre la hora y con esos ánimos.

 

(Flashback)                                                                                                   

La noche anterior al Concilio, después de que los presentes se levantaron de sus sillas para ir a descansar, y de que Elrond tomó del brazo a Arwen y se la llevó antes de que intentara acaparar la atención de Aragorn...

-En un rato iremos a tu cuarto. Tenemos que hablar contigo -dijo serio Elrohir.

-¿Estarás solo? -preguntó Elladan por si acaso.

Ambos hermanos sabían que Aragorn desde hacía un tiempo andaba enredado con un joven elfo de no muy buena reputación que vivía a las afueras, y que, cada tanto, cuando quería tener la exclusividad, lo escurría en sus habitaciones hasta el amanecer.

-Como siempre. Qué ocurre -respondió y preguntó áspero.

-En breve lo sabrás -dijo Elrohir.

-Llevaremos una botella del vino especiado que tanto te gusta -agregó Elladan.

-Bebí suficiente durante la comida, si sigo, mañana despertaré con dolor de cabeza y mal humor.

-¡¿Más?! ¡Ja! -bromeó Elrohir, pero al ver la expresión del hombre volvió a ponerse serio y agregó-: Disculpa. No te escapes por ahí. Espéranos.

Pasado un rato llamaron a su puertaAragorn les abrió y los sondeó con la mirada queriendo saber anticipadamente el motivo que los traía hasta ahí.

Cumpliendo con su palabra, Elladan sostenía una botella del vino preferido de Aragorn.

-Basta de misterios. Digan pronto, qué ocurre.

Callados, pasaron por delante de Aragorn y fueron directamente a sentarse a un amplio sofá cercano a una ventana.

-Trae tres copas, por favor –pidió Elrohir.

-Traeré... dos. Ya he dicho que no beberé más por hoy.

Aragorn fue hasta un pequeño esquinero, sacó dos copas de cristal y se quedó mirando una.

-¿Vienes? -preguntó Elladan, que fue el primero en darse cuenta de su triste ensimismamiento.

Aragorn reaccionó al escuchar la voz y masculló un insulto, que por supuesto no iba dirigido al gemelo, y caminó hasta el sillón llevando una copa en cada mano.

-Acomódate aquí, obedece a tus mayores -dijo uno, mientras que el otro, sonriéndole cariñosamente, palmeaba el espacio libre entre los dos.

Aragorn respondió con una leve sonrisa y le alcanzó una copa a cada uno, pero volviendo a su seriedad habitual se sentó y dijo:

-Al grano.

-Eh..., sí. Mañana por la tarde será la reunión; ya llegaron Gandalf, Boromir, Glóin y su hijo Gimli, Frodo, solo fa… -dijo Elrohir hasta ser interrumpido.

-Para qué pierdes tiempo diciendo eso, si sabes que estoy al tanto de todo.

-Espera, y permíteme continuar que aún no sabes... “todo”. ¿Por dónde iba? Ah, te estaba por contar que solo falta que llegue el representante de los Elfos…

-¿Cómo, no es Elrond el que los representará?

-¡No! –dijeron a dúo, nerviosos por la nueva interrupción.

-Adar no será el único. Este viene de... Estel, mañana te encontrarás con..., con... -dijo Elladan, pero enseguida se arrepintió de haber abierto la boca y con los ojos rogó a su hermano que continuara porque no quería ser quien le diera la mala noticia.

-Por la madrugada llegará el representante de Mirk... -dijo Elrohir, pero tampoco logró completar la frase porque sintió que Aragorn le quitaba bruscamente la copa de las manos y le decía a Elladan:

-¡Llénala!

Y el menor de los gemelos no tardó nada en destapar la botella y llenar la copa hasta casi el borde.

Aragorn bebió hasta el fondo sin respirar y le acercó la copa a Elladan para que la llenase nuevamente, y recién después de vaciarla por tercera vez la dejó en el suelo junto a su pie derecho.

-¿Acaso..., Thranduil... dejará su Bosque y se dignará pisar la tierra de los Noldor? –preguntó, y, con solo imaginarlo, sintió que su sangre golpeaba sus sienes y le nublaba la vista.

-Él no, es... peor… -dijo Elrohir, poniéndose lentamente de pie, y para no dilatar más el mal momento concluyó-: El que llegará por la madrugada es su hijo.

Después de oír a su hermano, Elladan se levantó y apoyó una mano en un hombro de Aragorn a modo de consuelo, pero con eso no logró evitar la reacción que vendría segundos después.

Luego de mirar la copa a sus pies, Aragorn se paró y con una certera patada la estrelló contra una pared, y bajo un evidente estado de confusión se llevó una mano a la frente y giró una vez sobre sí mismo; recién cuando fue capaz de estructurar un pensamiento, fue por su largo chaquetón de cuero, pero le costó ponérselo debido a que no acertaba a meter las manos en las mangas, luego tomó su capa que estaba doblada sobre el respaldo de una silla y se la echó encima, e inútilmente tanteó el broche para asegurársela al cuello.

-Te la pusiste al revés -dijo Elladan, triste de verlo en ese estado.

Sin ocultar su fastidio, Aragorn se quitó la prenda y se la puso al derecho, después recogió su espada de encima de la mesa y la aseguró a su cinturón, y a punto de abrir la puerta para salir, escuchó a los gemelos decir:

-Eso pasó hace sesenta y nueve años. Aquel adolescente de dieciocho ya quedó atrás; compórtate como el hombre que eres –dijo Elrohir, casi reprendiéndolo.

-Estel, ¿no crees que es tiempo de darle paz a tu alma? Abandona tu guerra interior. Será bueno que se vean, porque al fin podrán hablar…

-¡¿Bueno para quién, Elladan?! ¡¿Qué crees que pueda decirme ese... fatuo que me dé paz?! –dijo girándose para mirarlos duramente-. ¡Ustedes no entienden lo que significa para mí volver a verlo! ¡Solo falta que venga con su... “hermosa y poderosa… hembra” para presentármela! ¡¿Y ustedes desde cuándo lo saben?!

No esperó a que le contestaran y salió en dirección a las caballerizas.

-Espera, Aragorn, no puedes irte, adar quiere que mañana estemos todos presentes -dijo Elrohir mientras lo seguía.

-Estel, no te vayas así –insistió Elladan, también siguiéndolo-. Se va de Rivendell, hermano –dijo preocupado a su gemelo.

Pero fueron inútiles sus intentos de hacerlo razonar; Aragorn no perdió tiempo en ensillar, de un salto montó a pelo y, tomado firmemente de las crines, no dejó de talonear su caballo hasta llegar a la casa de su rubio amante. Al entrar sin llamar, asustó al elfo que, luego de bañarse, descansaba plácidamente en su cama después de haber estado acostado con otro noldo apenas dos horas antes. Cuando vio sobre la mesa unas cuantas monedas desparramadas, una botella vacía y dos vasos usados, sin decir palabra fue por otra botella, le quitó el tapón con los dientes y bebió del pico, y se la ofreció al elfo para que también bebiera.

-No te esperaba esta noche, pero me encanta que hayas venido… -dijo el noldo con voz empalagosa, saliendo desnudo de entre las sábanas para ir a abrazarlo por el cuello y besarlo en la boca, y luego beber un largo trago.

-Supongo que estarás cansado -dijo Aragorn estrechándolo por su delgada cintura y echando una mirada a las monedas sobre la mesa.

-Mis cansancios desaparecen en cuanto te veo.

Varios tragos después, por fin Aragorn se quitó la ropa y se echó al costado de su bonito y desprejuiciado compañero -que ya se había acostado boca abajo y lo provocaba con movimientos sensuales y palabras soeces- y pretendió desahogar su malestar con él pero no pudo porque cometió el error de cerrar los ojos -tal vez por efecto del vino, o tal vez no, algo que siempre evitaba hacer para no confundir con quién estaba- y le pasó la mano por el lacio pelo, a lo largo de la espalda hasta las caderas, luego se le trepó encima ya listo a penetrarlo, y, mientras lo hacía, le besó los hombros y lo estrechó, pero todo lejos de la vulgaridad y rudeza acostumbradas entre ellos; pero al acabar se le escapó aquel nombre vetado a su corazón y a su boca, lo que le provocó una fuerte oleada ácida de vino desde su estómago hasta su garganta, y enojó al elfo que, celoso, le preguntó quién era ese tal “Legolas”. Y aunque el joven noldo -al que ya de por sí el hombre le gustaba mucho-, encantado había acompañado, y agradecido, el amoroso trato recibido esa noche, le insistió para que se quedara hasta el amanecer, y hasta rechazó el pago, Aragorn se despidió de él con una caricia en la mejilla, sabiendo que ya no debía visitarlo más. Después de abandonar la choza siguió cabalgando, pero al rato se cansó de andar sin rumbo y decidió apearse entre unos arbustos alejados del camino para pensar en lo que haría y diría cuando tuviera a Legolas en frente, pero en su estado de ánimo y con el alcohol consumido durante la cena, en su cuarto y en casa de su amante no lograba pensar. De pronto vio una suave luz sobre el camino y se frotó sus irritados ojos creyendo que le hacían una mala jugada, volvió a mirar y entonces vio un grupo de soldados montados avanzando al paso, algunos armados con largas lanzas y otros con arcos, con pulidos cascos terminados en punta, con capas verde musgo tan largas que cubrían las ancas de los corceles. La suave luz blanquecina que veía era producida por velas encendidas dentro de pequeños fanales que algunos de los caballos que iban más adelante llevaban colgando de sus cuellos. Aragorn se apuró a esconder su animal entre los altos arbustos, a apoyarle una mano sobre el hocico y a acariciarle el cuello con la otra para que se mantuviera tranquilo, y, con el corazón en la boca, miró a los dos que iban al frente, uno al lado del otro, y vio que de modo inesperado el que iba encapuchado se adelantó y dio la voz de alto, luego giró su caballo y se echó la capucha hacia atrás, dejando su rostro expuesto a la luz de las candelas, enseguida se apartó del resto y se irguió en la montura para escudriñar los alrededores con los ojos muy abiertos, pero de pronto bajó la cabeza y se llevó una mano al pecho.

-¿Se siente mal, Príncipe? -preguntó el soldado que viajaba a su lado y que enseguida se le acercó para asistirlo-. Hoy no tomó su tizana.

El guardia era el mismo que años atrás descubriera por casualidad el romance de su príncipe con el joven humano, y quien lo acompañara en silencio cuando la tristeza comenzaba a carcomerle su alma. Hacía poco que por sus méritos había sido nombrado Capitán de Escuadra, y por fiel, desde hacía años, gozaba de la absoluta confianza de Legolas.

-Lo haré en cuanto lleguemos. No te preocupes, Inanthil, no creo que este repentino malestar tenga que ver con eso, más bien, siento que en este sitio hay algo que... Sigamos, por favor, debe faltar poco para llegar, ya pronto amanecerá.

El Capitán Inanthil levantó el brazo izquierdo y la escuadra inmediatamente reanudó la marcha.

Legolas también continuó, pero se detuvo dos veces para mirar hacia atrás. A medida que se alejaba del sitio la opresión en su pecho iba diluyéndose.

Más atrás se concentraba en el pecho de Aragorn, que después de verlo no pudo evitar llorar en silencio amargamente.

Cuando por fin arribaron, entre las primeras cosas que hizo Legolas fue pedir un poco de agua caliente y prepararse la infusión, luego recorrió los alrededores en compañía del capitán, que no se le despegaba, y algunos integrantes de la escuadra. Y aunque las altas montañas, la vegetación frondosa y las numerosas cascadas le parecieron maravillosas, ningún lugar le resultaba más bello que su bosque.

El capitán había sido quien insistiera en hacer el largo paseo hasta casi la hora de dar comienzo el Concilio, poniendo como excusa que tal vez nunca más volverían al Valle, pero la verdad era que tenía órdenes de su rey de mantener al príncipe alejado el mayor tiempo posible del humano, si es que todavía se encontraba viviendo en Rivendell, y de protegerlo si este se ponía pesado. Inanthil recordaba perfectamente al joven Estel y todo lo malo que se había dicho de él después de que se fuera del reino, y después de que regresara y fuera sacado a la fuerza, de lo que no se había enterado hasta después. Y aunque sintió curiosidad por saber cómo se veía de adulto, nunca llegó a verlo porque no se le permitió formar parte de la reunión, y porque Aragorn se mantuvo aislado de todos, salvo de los gemelos, antes de empezar y después de terminado el Concilio.

(Fin del flashback)

 

Y volviendo, precisamente, a la tarde del Concilio...

Elladan, Aragorn y Elrohir llegaron al centro del patio y se pararon frente a sus correspondientes asientos. Aragorn por fin levantó la cabeza luego de recibir un leve toque que le hiciera Elrohir con el codo, y ya no pudo ocultar su grave expresión. Tratando de ganar tiempo para sobreponerse a sus nervios, saludó primero al Señor Elrond, después al Consejero Erestor y a Glorfindel, a los Enanos de Dúrin, al capitán de Gondor, al Hobbit de La Comarca y a su gran amigo Gandalf que, con el ceño fruncido, no dejaba de observarlo. Y dejó al príncipe para el final. Inconscientemente lo primero que le miró fue su mano izquierda, y en su dedo anular alcanzó a ver dos esmeraldas talladas como hojas de enredadera, unidas por ramitas entrelazadas hechas en mithril. "¡Su maldita sortija de boda!” , pensó con rabia y dolor, y fue subiendo la mirada, retrasando lo más posible el momento de encontrarse con sus ojos.

Legolas, justo bajó la cabeza y se llevó la mano al corazón para saludarlo, pero también porque sintió el mismo malestar que en el camino.

Aragorn, en ese momento se acordó de la carta que le enviara y de las ofensivas palabras de su padre, y tuvo que recordar el juramento que se hiciera antes de salir al patio: “Nunca escuchará un reclamo o un reproche saliendo de mi boca, y nunca le daré el placer de verme sufrir por él”. Entonces se paró bien erguido, infló el pecho y esgrimió la mirada más orgullosa de toda su vida.

Legolas, en lo que trataba de controlar su malestar, miró a Aragorn a los ojos lo más serenamente que pudo.

Para Aragorn, su mirada fue sinónimo de... “indiferencia”.

El Señor, para descomprimir el duro momento que atravesaba su hijo adoptivo, pidió a todos que tomaran asiento y comenzó a hablar.

-Todos estamos al tanto de los últimos acontecimientos. El Anillo Único ha sido traído hasta aquí y debemos resolver qué hacer con él. No puede permanecer en Rivendell. Frodo, por favor, adelántate y muéstranos el anillo.

El tímido hobbit se puso de pie y avanzó hasta la mesa de piedra ubicada en el centro del patio, y ahí dejó el anillo a la vista de todos.

Fue Boromir quien lo reclamó para ser usado en defensa de los pueblos atacados por las huestes de Mordor, y quien les echara en cara que de sus ejércitos era la sangre que se derramaba para proteger a los demás.

-El anillo no puede ser usado por ninguno de nosotros. Es imposible controlar su poder -dijo Aragorn.

-¿Qué puede saber un montaraz? -replicó el orgulloso Capitán de Gondor, mirándolo con aire de superioridad.

-¡Él no es un simple montaraz, es Aragorn II, hijo de Arathorn y el heredero de Isildur! ¡Boromir, le debes respeto y lealtad, pues será tu Rey!

Sorprendidos, Elrond y sus hijos se tensaron en sus sillas y quedaron listos a intervenir ante cualquier mala reacción de Aragorn.

Pero este, cuando vio que el elfo traidor se ponía de pie y elevaba la voz a su favor, quedó perplejo.

"¡¿Desde cuándo lo sabes?! ¡¿Y ahora, tú y tu padre qué piensan de mí?!" -pensó, pero solo dijo-: Siéntate..., Legolas.

Y no pudo decir más porque otra vez sintió que el nombre le quemaba la garganta. 

 


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