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D. D. O. por Ucenitiend

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No sería fácil que los integrantes de la Comunidad se pusieran de acuerdo en pocos días, teniendo en cuenta sus diferentes características físicas, hábitos y costumbres, así que los disentimientos continuaron entre ellos, y al principio pareció que se les haría imposible encontrar el camino menos peligroso para llegar a Mordor, porque mientras uno decía: "Vayamos por aquí.", enseguida otro opinaba: "No, es mejor por ir por allá.

Gandalf propuso cruzar por las Montañas Nubladas, pero no resultó una buena idea, porque durante la travesía por el angosto y peligroso Paso de Caradhras, el gigante pico, no por nada llamado "El Cruel", les arrojó un alud de nieve y piedras.

Los dos fuertes hombres, a los que ya les costaba mover sus propios cuerpos, debieron cargar a los medianos para evitar que se agotaran o murieran congelados, ya que estaban acostumbrados al benigno clima de Hobbiton.

El enano era fuerte, pero muy bajo, así que tuvieron que ayudarlo a salir de debajo de un colchón de nieve.

Como era demasiado el esfuerzo que el cruce les demandaba, Aragorn le pidió a Gandalf, a quien también le costaba avanzar a pesar de su altura, que pensara en otra ruta menos sacrificada.

Legolas era el único que se desplazaba con total soltura: el frío no le helaba la sangre, las fuertes ráfagas de viento, que azotaban al resto, ni siquiera lo movían y se deslizaba sobre la suave nieve sin dejar rastros.

Aragorn, que cada tanto lo miraba sin que se diera cuenta, sabía de su resistencia física, y se acordó -en plena montaña- como había sentido en carne propia lo especialmente fuerte y liviano que era. Recién pudo huir de sus recuerdos cuando Gimli alzó su ronca voz para reiterar que sería más seguro pasar por las Minas de Moria.

Gandalf se negó y con justificados motivos, sabía que los enanos habían cavado muy profundo para extraer el preciado mithril, y sin darse cuenta habían liberado a la peor de todas las criaturas que habitaban esas profundidades.

Por su parte, Boromir propuso ir por el Paso de Rohan, al sur de las Montañas Nubladas, donde nacía el Río Isen, a lo que Aragorn se opuso firmemente porque sabía que ese camino los acercaría a Isengard, donde se erigía la Torre de Orthanc. Desde allí, el traicionero Saruman los vería y les arrojaría sus huestes de orcos y uruk-hai, y además, como era poseedor de una de las siete palantiri, avisaría su posición a Sauron.

Entonces, Gandalf hizo recaer en Frodo la responsabilidad de decir por dónde ir; y este eligió, para pesar del mago, y alegría del enano, cruzar por las minas.

Desandaron Caradhras y se introdujeron en las húmedas y sombrías entrañas de la tierra, que no resultaron ser más piadosas que su duro y frío exterior. A poco, Gimli debió soportar el peor espectáculo jamás brindado a sus ojos: todos los enanos habían sido masacrados por orcos, incluido su querido primo Balin.

Los nueve debieron enfrentar a los feroces enemigos que brotaban de cada oscuro recoveco, y que para colmo venían acompañados de un enorme troll.

Todos lucharon para conservar sus vidas; hasta los pacíficos hobbits empuñaron sus espadas con valentía sin igual.

Legolas se enfrentó al troll, haciendo gala de su fiereza, agilidad y fuerza, propias de su naturaleza. Esquivó golpes y disparó flechas, de a una y de a tres, hasta derribarlo.

Aragorn, entre mandobles, veía como Legolas se revelaba ante sus ojos como un guerrero imparable, temible y admirable, pero con eso no lograba neutralizar el rencor y la frustración que habían recrudecido en su alma.

Por fin salieron a la luz, pero desconsolados. Por protegerlos del llameante balrog, que despertara alertado por sus pasos, el mago cayó a las profundidades.

Aragorn creyó que había perdido para siempre a su gran amigo, y, entre otras cosas, lamentó no haberlo tratado bien los últimos días.

Frodo, Sam, Merry y Pippin lloraban desconsolados.

Legolas había quedado mudo por el dolor.

Boromir y Gimli se sentían apenados, pero el enano mucho más, pues lamentaba haber insistido en tomar ese camino.

Luego de recobrar sus fuerzas, Aragorn decidió que debían seguir, cuanto antes, hasta el seguro Bosque de Lothlórien.

Y así fue que viajaron en dirección al este de las Montañas Nubladas y llegaron al Bosque Dorado.

-Capitán Haldir, necesitamos continuar -dijo Aragorn, tratando de convencer al encargado de custodiar las fronteras de Lórien de que les permitiera pasar por sus tierras.

-Lo harán, pero antes debemos cubrirles los ojos. Nosotros los guiaremos -dijo Haldir, después de discutir con Aragorn, y con el enano que se oponía a que lo privaran de la visión.

Haldir se acercó primero a Legolas. 

-Perdón, Príncipe, debo cubrirle los ojos –dijo mientras desataba de su muñeca un blanco pañuelo de lino.

Antes de vendarlo, el capitán observó detenidamente el rostro del sinda y no pudo reprimir un leve suspiro.

Legolas, un tanto desconcertado, desvió su mirada del capitán, sin embargo tuvo suficiente tiempo de apreciar su atractiva apariencia, y sobre todo el brillo de sus penetrantes ojos verdes y su lacia y plateada cabellera trenzada como la suya.

-¡Por favor, Capitán, llevamos prisa! –gruñó Aragorn, que, a su pesar, no pudo evitar sentirse celoso por las miradas que intercambiaron los dos hijos del bosque.   

El capitán cubrió los ojos de Legolas, lamentando no poder seguir contemplándolos, pero con el consuelo de saber que más tarde tendría la oportunidad de seguir admirándolos sin que nadie lo apurase. Luego pidió un lienzo a uno de los guardias, se paró frente al montaraz y, después de mirarlo con cierta insolencia, le tapó los ojos.

Cuando todos estuvieron vendados, emprendieron el camino hacia uno de los lugares más hermosos de la Tierra Media. Al llegar, pudieron descubrirse, y quedaron maravillados frente al bosque de inmensurables mellyrn de gruesos troncos plateados y frondosas copas con verdes y doradas hojas.

Pronto fueron conducidos ante la Dama Galadriel y el Señor Celeborn, que les preguntaron por qué Gandalf no los acompañaba. La misma Maga Blanca leyó el dolor en el alma de todos, pero fue Legolas el encargado de contarle lo sucedido en Moria.

-Vayan a descansar, deben estar agotados por el largo viaje y tantas emociones vividas –dijo, después de mirarlos uno a uno.

Cuando se retiraron, Legolas se apuró a buscar el morral donde llevaba las hojas, pero no lo halló. Les preguntó a los medianos si lo habían visto, y los cuatro le dijeron que no. Se volteó y vio que Aragorn estaba sentado a cierta distancia, dándole la espalda, afilando su espada. Iba a preguntarle, pero pensó que para qué, si desde la partida, el hombre con su actitud claramente le demostraba que no le agradaba, y seguramente le diría que no lo había visto aunque lo tuviera a su lado. Luego vio que Gimli dormía profundamente, y que Boromir no estaba.

-¿Pero dónde lo dejé? Por favor, ni que llevara tantas cosas –dijo para sí, empezando a alarmarse.

Mientras buscaba, alguien se le acercó silenciosamente.

-¿Ha perdido algo, Príncipe Legolas? ¿Puedo ayudarlo a buscar? -dijo el capitán, ya parado a sus espaldas.

-Ah, Capitán, buenas noches -dijo Legolas, gratamente sorprendido-. A decir verdad, sí, no encuentro mi morral. No sé, tiene que estar por acá, con el resto de mis cosas. Lo tenía antes de llegar. No entiendo cómo pudo desaparecer con lo que lo cuido.

-No se preocupe. Acompáñeme, les preguntaremos a los guardias si lo hallaron. De todos modos, si es ropa lo que ha perdido, yo puedo conseguirle prendas adecuadas, y si son armas, podría obsequiarle alguna de las mías. Usted dígame lo que necesita que con gusto lo complaceré.

-Gracias, Capitán Haldir, es usted muy amable. Pero no creo que pueda reponer lo que llevo en mi bolso. Es algo de vital importancia para mí, y nada sencillo de conseguir –dijo más preocupado, mientras revisaba otra vez debajo de la capa que había dejado sobre un banco. 

Tan preocupado estaba que no se dio cuenta de cómo Haldir lo recorría minuciosamente con los ojos mientras hablaba.

El que sí notó el meloso tono del capitán fue Aragorn, que mientras afilaba su arma escuchaba como el platinado galán se deshacía en ofrecimientos para quedar bien con Legolas. De pronto dejó de escucharlos, no aguantó la curiosidad y disimuladamente miró sobre uno de sus hombros para ver qué pasaba, y vio que Legolas y Haldir se alejaban con rumbo desconocido.

-¡Pero qué descaro! Bah, qué me meto, ese no es problema mío. Que se ocupe su esposa de cuidarlo –murmuró muy sorprendido, muy mal pensado, más que celoso e intrigado por saber adónde iban esos dos, del brazo, y siguió-: ¡Ese par de paliduchos, ¿qué tienen que seguir conversando en otra parte?!

Como no quiso seguir pendiente de los elfos, se puso a pasar lista al resto de la Compañía, recién entonces notó que Boromir no estaba. Siguió afilando la brillante hoja de su espada ya sin necesidad, pues cortaba un cabello en el aire, y sin darles tregua a su alma y a su mente miró a Gimli y pensó que estaría soñando a sus anchas con Galadriel, pues desde que la conoció no hizo más que hablar maravillas de ella, cuando antes la calificó poco menos que de bruja. Y ahí nomás se acordó de Legolas: “Tú no olvides que estás casado. ¡Maldición, para qué me acordé de eso!”. Y recordó al maia:Pobre Gandalf, parece que ya nadie se acuerda de ti; cómo quisiera que estuvieras conmigo, viejo amigo”. E inevitablemente volvió a pensar en los elfos: “¡Haldir, te conozco, si te atreves a ponerle la otra mano encima...!” Y por último miró a los medianos, y le pareció que estaban muy tranquilamente dormidos. En ese momento, se sentía tan mal que no se dio cuenta de que sus compañeros también tenían sobrados motivos para sentirse tristes.

Boromir se había alejado del grupo porque las palabras que la noldo le dedicara, apenas llegados, habían hundido su corazón en la tristeza. Penetrando en su mente, le había dicho que el poder de su padre se debilitaba y que la Ciudad Blanca caería, pero también le había dicho que aún había una esperanza.

Y, sí, Gimli soñaba, pero no con la cabellera dorada con matices plateados de la maga, sino con su amado pueblo aniquilado en las minas.

Merry y Pippin, acostados en mullidas camas improvisadas entre las raíces gigantes de un mallorn, se habían quedado dormidos con los párpados hinchados de tanto llorar por su muy querido Gandalf. Mientras tanto, Frodo y Sam estaban con la Dama de Luz, frente al espejo de agua viendo lo que ocurriría si la Comunidad fracasaba.

Y finalmente vencido por el cansancio, Aragorn dejó su espada a un lado, se acostó y se durmió. 

A la mañana siguiente, para cuando todos se levantaron, Legolas ya había desayunado en compañía del capitán, tenía todas sus cosas en orden y se hallaba listo para seguir. En realidad no tenía todo, porque su morral no había aparecido. Durante toda la noche había tenido a Haldir, de aquí para allá, ayudándolo a buscarlo y haciéndole perder las esperanzas de pasar una grata velada juntos.

Antes de que dejaran Lórien, para nunca más regresar, los Señores les hicieron importantes regalos a cada uno. Cuando le llegó el turno a Legolas, Galadriel puso en sus manos un antiguo y hermoso arco, y al ver sus ojos tan claros y puros le pareció estar frente al agua de su espejo. Curiosa, se hundió hasta lo más profundo de su alma, y ahí vio que dormían entrelazados un amor y un dolor. Asombrada por lo que descubría, miró a Aragorn a los ojos, y luego volvió a mirar al príncipe y dijo con expresión grave:

-Despertarás, y el dolor será tu compañero. Regresa para buscar las notas -agregó sin entender por completo lo que veía en el alma del sinda y en la del hombre.

Legolas ya estaba bastante preocupado por lo que le pasaría de ahora en más sin sus hojas, para que encima la maga le augurara más males. No entendió lo que significaban sus palabras, y tampoco se atrevió a preguntar.

Galadriel se acercó a Aragorn, le apoyó una mano sobre el corazón y luego dijo: 

-Tú, mi querido, pareces tener reservado el mejor de los obsequios. Para ti, jamás existirá alguien más valioso. Tuya será la responsabilidad de tomar las decisiones correctas, solo ten mucho cuidado de no dejar heridos en el camino.

Aragorn pensó que tal vez lo que le decía se relacionaba con Arwen. Mientras él viajaba, seguramente ella habría hecho correr la noticia de que al fin se habían besado. Pero también sabía que era imposible ocultarle algo a su abuela adoptiva, que con solo mirarlo a los ojos ya habría descubierto a quien amaba en realidad.

Galadriel ya se había enterado del beso, pero no le reprochó a Aragorn que no amara a su linda nieta. Luego le entregó la vaina para su espada Andúril y la Piedra de Elessar.

Antes de salir de Lothlórien, Haldir le preguntó a Legolas si podía despedirse en privado.

Aragorn escuchó y rápidamente se dio vuelta para echarles una mirada reprobatoria.   

-Capitán, ¿el arco que me fue obsequiado le pertenecía, verdad? –dijo Legolas mientras se alejaban despacio.

-Sí, Príncipe, pero ahora está en las mejores manos que he conocido.

-Realmente, es un arco muy valioso. ¿Cómo podría retribuirle tantas amabilidades?

El capitán, ni lento ni perezoso, se detuvo frente a Legolas y se atrevió a mirarle fijamente la boca.

Y luego de darse un cálido abrazo y un medido beso, se separaron.

Haldir se contuvo de decir algo, pues recordó que mientras ofrecía su arco para ser obsequiado, su Señora le había dicho que no depositara sus ilusiones en el príncipe porque no lo veía en su futuro. 

-¿Me quiere decir algo, Capitán? -preguntó Legolas, al darse cuenta de que se contenía de hablar.

-Sí, quiero decirle que... ha sido un placer conocerlo, Príncipe Legolas –dijo y no se atrevió a más, y se conformó con ese único beso que jamás olvidaría. 

Mientras todos esperaban a que regresaran, Aragorn debió soportar los comentarios discriminatorios de Boromir, las risitas pícaras de los hobbits y la mirada inquisitiva de Gimli sobre él, hasta que no aguantó más y dijo para que el par de elfos escuchara:

-¡Qué, no piensan venir!

Todos lo miraron asombrados como pensando: "¿Y a este qué le pasa?" 

-Tranquilo, Aragorn. Mira, no nos retrasaremos tanto, dejemos que estas dos... "bellezas" se despidan a gusto –dijo Boromir y sonrió burlonamente.

El desubicado comentario no solo molestó a Aragorn, sino también a los galadhrim que los acompañaban.

Y, finalmente, dejaron atrás el Bosque Dorado.  


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