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D. D. O. por Ucenitiend

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Notas del capitulo:

Antes que nada, debo agradecerle a Galaxia, una gran escritora, por permitirme tomar una pequeñísima parte de su historia "Escándalo", y adaptarla a la mía.

¡Gracias, GRANDE! Te dedico este modesto capítulo con todo cariño.

 

Después de un inesperado encuentro con Theóden, Gandalf volvía al área de tiendas para informarles a sus compañeros que todos los intentos que habían hecho para convencer al rey de hacerle frente a Saruman habían fracasado. Al llegar, encontró a Aragorn y a Legolas conversando amenamente, pero no vio a Gimli porque se había ido a su carpa para dejar charlar a solas a los reconciliados.

-Aragorn, ven, por favor.

-Ya voy... -dijo sin girarse, y volvió a sonreírle a Legolas con cara de -lo que estaba- enamorado.

-Aragorn... -insistió Gandalf.

-No hagas esperar a Mithrandir -dijo Legolas, y le devolvió la sonrisa. Y una vez que se quedó solo, intentó explicarse el rotundo cambio de actitud del hombre hacia él, y entonces consideró lo que Gimli le había dicho: que a Aragorn le gustaba. Por la manera en que ahora le hablaba, lo miraba y le sonreía parecía ser cierto, pero de inmediato pensó que de dejarse llevar por eso y por lo que, inexplicablemente, había ocurrido en las caballerizas, acabaría convirtiéndose en "el otro"; y de aceptar tal deshonrosa situación, cuánto tiempo podría pasar junto a Aragorn antes de que volviera a los cálidos brazos de Arwen. También se preguntó si eso importaba mucho a esas alturas, pues de tener la fortuna de no caer en combate, tal vez sería su enfermedad la que no le diera tiempo de vivir hasta entonces. Y cuando la angustia empezaba a ganarle el corazón, creyó que mejor sería no cuestionarse tanto y dejar que todo fluyera libremente.

-Gandalf, tienes la mala costumbre de interrumpirme en el mejor momento -dijo Aragorn sin sacar sus ojos del elfo.

-Ya deja de mirarlo que no se desvanecerá en el aire.

-No sé. ¿Qué sucede?

-Viniendo hacia acá, me crucé con Theóden, y me dijo que después de la reunión que todos sostuvimos, finalmente ha decidido que su pueblo vaya a protegerse en el Abismo de Helm. 

-Si esa es su decisión, errada o no, tendremos que aceptarla. Theóden sigue teniendo un gran encono contra Gondor. Ya no quiero chocar más con él. ¿Crees que el pueblo estará más seguro en Helm?

-Somos muy pocos para enfrentarlos y el Abismo puede volverse una trampa. Yo ahora debo partir, pero al amanecer del quinto día volveré a reunirme con ustedes. Te llamé solo a ti para que me prometas que no cometerás ninguna imprudencia durante mi ausencia -dijo esto último bajando la voz y desviando levemente la mirada hacia el elfo para que su amigo entendiera de lo que le hablaba-. Ponlos al corriente a Legolas y a Gimli.

-Sí, Gandalf, te lo prometo. ¿Y tú adónde vas?

-A buscar refuerzos.

-Y te vas por... ¿cuántos días? 

-No sé por qué tengo un mal presentimiento. Prométeme de nuevo que no... 

-Sí, Gandalf... Y ve tranquilo, el pueblo de Rohan tendrá todo nuestro apoyo. Nos veremos al quinto día.

Gandalf montó en Sombragris -el mearh que le regalara Theóden en agradecimiento por haberlo liberado del embrujo de Saruman- y fue a buscar refuerzos.

A la mañana siguiente, los apesadumbrados pobladores dejaron Edoras llevando solo lo necesario para que el peligroso recorrido hasta el Abismo fuera rápido. 

Al frente de todos iba montado el rey, y al lado de este caminaban Aragorn y Éowyn que, desde que lo conoció, no perdía oportunidad de acercarse al montaraz con cualquier excusa.

Detrás de ellos, y a distancia, montaba Legolas, que aunque no quería desviar su atención del inseguro camino, cada tanto sus ojos recaían en la joven que no paraba de hablarle y de sonreírle a Aragorn, mientras, impulsados por el viento, finas hebras de su largo cabello le acariciaban el brazo y su vestido le rozaba una pierna, sosteniendo así con él un suave contacto. Se mantenía alejado de ellos para no estorbarlos, aunque deseaba lo contrario, mientras tanto, a sus espaldas, Gimli iba dándole molestos golpecitos en un hombro con las puntas de los dedos y llenándole la cabeza:

-Esa damita está tramando algo. ¿Ves cómo lo mira y le sonríe? Aprende, tonto elfo,  o te ganará de mano. Acércate.

-Solo me acercaré si Aragorn me lo pide. No quiero que piense que soy un entrometido..., como otros.

-¡¿Entrometido?! ¿Por qué no podrías acercarte a conversar con ellos? A propósito, ¿de qué hablaron tanto ustedes dos anoche?

-Vamos, vas a decirme que no lo sabes, si te quedaste despierto para escucharnos.

-¡Eso no es cierto!

-¿Ah, no? Tócate las orejas, te han quedado estiradas; ya empiezas a parecerte a un elfo, más bajito -dijo Legolas sonriendo con picardía, sabiendo que el enano no podía verle la cara. 

Sintiéndose descubierto, Gimli se apresuró a llevar ambas manos a los costados de su cabeza sin reparar en el hacha que sostenía ni en el casco que llevaba puesto.

Cuando sintió el choque de los metales, Legolas soltó una carcajada.

-¡Ah, te crees muy listo, ¿eh?! Bueno..., sí, lo intenté, pero como se sentaron lejos de mi tienda no pude escuchar más que algunas frases entrecortadas, así que me aburrí y me dormí. Oye, después de lo que me vi obligado a ver anoche..., ¡de lo que todavía no me repongo!

-Pero qué viste, si solamente me pidió disculpas y nos dimos un abrazo. 

-Sí, claro, fue un inocente abrazo. Hazme caso, acércate a él y disfruta todo lo que puedas de su compañía, porque, a como van las cosas, quizá no haya un mañana para muchos de nosotros.

Después de horas de intensa travesía, al fin todos debieron detenerse a descansar.

-Por fin nos detenemos, ya quiero estirar mis músculos y tronar mis huesos, y además estoy muerto de hambre. Elfo, vamos a conseguir comida -dijo Gimli, mientras esperaba a que su amigo se apeara y le pusiera las manos para hacer pie y bajarse de Arod.

Mientras Gimli se estiraba, Legolas se alejó para ver si podía conseguir algo para comer. Caminó entre la gente al tiempo que en su cabeza daban vuelta las desesperanzadoras palabras del enano: “...quizá no haya un mañana para muchos de nosotros.” De pronto captaron su atención un carro cargado con canastos repletos de manzanas y un anciano que descansaba sentado junto a una de las grandes ruedas traseras. 

En cuanto el hombre notó la deseosa mirada de Legolas le hizo señas con una mano para que se acercara y dijo: 

-¿Tienes hambre? Ven y toma las que quieras, para eso están.

-Bueno, sí, se ven tan lindas -dijo Legolas mirando las manzanas, y se tomó unos instantes para elegir tres, luego agradeció al amable anciano.

-¿De dónde eres, elfo?

-De Mirkwood, señor.

-¡Mirkwood! ¡Estuve ahí en el... 2949, a mis veintidós! Recuerdo muy bien el año porque habíamos partido de nuestra aldea y nos sorprendieron orcos. ¡Qué horror, casi acaban con todos nosotros! Con suerte llegamos a refugiarnos en Rivendell, donde fuimos más que bien atendidos, pero... -dijo, y de pronto se calló e hizo un mohín de tristeza, luego siguió-: ...a los tres días debimos seguir viaje. Después llegamos a Mirkwood, y también nos sentimos agradecidos con ustedes por permitirnos acampar dentro de sus límites donde estuvimos protegidos. Solo lamentamos no poder acercarnos para verlos y saber más sobre sus costumbres. Al final, no quisimos correr más riesgos y terminamos nuestro viaje en Rohan, donde conocí a la que todavía es mi esposa. ¡Oh, pero te estoy haciendo perder tiempo con mis historias del pasado! Disculpa, son cosas de viejo.

-No, por favor, me da gusto escucharlo y saber que de algo le servimos -dijo-. Aunque... Mmm... Bueno, no importa -continuó pensativo-. Ah, el hombre que viaja conmigo es de Rivendell. Quizá lo conoció en ese entonces. Se llama Aragorn.

-Esa noche había muchos elfos en la fiesta y solo vi a... un joven hombre, pero no se llamaba así -dijo como reviviendo el momento con melancolía, pero enseguida se recompuso y sonrió suavemente.

-En cuanto lo encuentre para darle una manzana le hablaré de usted y le pediré que me acompañe para presentárselo.

-Será un gusto conversar con ustedes, y yo les presentaré a mi esposa. Pero con tanta charla al final no sé tu nombre.

-Soy Legolas Thranduilion.

-¡El hijo del Rey de Mirkwood! –exclamó, y con dificultad logró ponerse de pie, pero tambaleó sobre sus inseguras piernas y se tomó de la rueda-. ¡Qué honor, Príncipe, pero mire Usted en qué circunstancias...!

-Por favor, no es necesario que se pare, ¿señor...? -dijo Legolas, y enseguida lo tomó de un brazo para ayudarlo a sentarse nuevamente.

-Ah, gracias, cada vez me cuesta más moverme. Los años no vienen solos. Horace, ese es mi nombre.

-Bien, Horace, yo ahora debo reunirme con mis compañeros, pero nos veremos en otro momento y continuaremos la charla. Le agradezco las manzanas.

Después de hacerle una reverencia sin siquiera imaginar quién era, y lo ligados que estaban en la historia, se alejó de Horace tratando de acordarse de su estancia en Mirkwood, pero fue inútil, no recordó ningún grupo de Hombres en sus fronteras por ese tiempo, y pensó que tal vez por su edad el anciano se habría confundido de sitio. Miró las tres frutas y se acordó de sus dos compañeros. A poco, vio a Gimli conversando animadamente con una rubicunda señora y comiendo, a dos carillos, pan y queso que seguramente la misma le habría proporcionado; entonces buscó a Aragorn y lo localizó más allá sentado en una roca, y por fin solo; pero cuando decidió ir a su encuentro, vio que Éowyn ya se le acercaba con un plato humeante en sus manos y una gran sonrisa que dejaba ver casi toda su blanca dentadura y se quedaba a darle cháchara. Miró las tres manzanas, suspiró desanimado y se dispuso a comer en soledad, pero otra vez levantó los ojos hacia Aragorn y vio que este se llevaba la cuchara a la boca, hacía un gesto de desagrado y luego pretendía volcar el contenido del plato en el suelo aprovechando que la rubia no lo veía, pero debió tragarse otra cucharada cuando esta se giró para sonreírle una vez más, hasta que por fin se retiró bamboleando como al descuido su redondeado trasero frente a los ojos del dúnadan. Corrió veloz a pararse detrás de Aragorn y con tono indiferente dijo:

-Linda cadera. ¿Te agrada?

-Muy linda -contestó Aragorn después de darse vuelta y sonreírle ampliamente-, pero prefiero una más... estrecha -continuó diciendo mientras pasaba sus ojos por la cadera del elfo imaginándolo sin ropa.  

-¿Qué comes? ¿Te gusta? –preguntó Legolas ya sabiendo que no y se inclinó sobre el plato frunciendo la nariz.

-Sopa de pescado. Si hay algo que detesto es el pescado. Nunca pude pasarlo. Esto me hizo acordar a cuando tenía cuatro años, a Glorfindel se le ocurrió organizar una fiesta y la llamó "La fiesta del pescado". ¡Si hasta nos hizo disfrazar a todos para la ocasión! A mí me puso unas largas y vaporosas telas de colores azul y rojo colgando del fundillo de mi pantaloncito como si fueran una gran cola, y otras cosidas a las mangas de mi túnica como si fueran aletas. ¡Qué imaginación tenía! Hasta ahí estaba muy contento con mi disfraz, pero me puse a correr en círculos para hacer que mi larga cola flotara en el aire, y con los brazos abiertos agité mis aletas, demás está decirte que acabé en el piso mareado y todo enredado, y uno de los gemelos tuvo que socorrerme. Je, je, recuerdo que Elladan también se veía muy ridículo... Lo peor fue que Glorfindel, por supuesto, también disfrazado, se pasó buena parte de la noche sentado a mi lado con un plato lleno de pescado hervido, algo parecido a esto, obligándome a comer y tratando de convencerme de que era rico y bueno para mi salud ¡Argg...! No sabes cómo tenía mis pobres aletas, estaban mojadas de caldo porque al comer se me metían en el plato. Por suerte se fue "nadando" detrás de Erestor y me dejó tranquilo.

-Imagino lo lindo y tierno que te verías vestido de pececito; me hubiera encantado verte. Bueno, pero ahora olvídate del pescado, de tu larga cola y de tus aletas mojadas con caldo -dijo Legolas esbozando una sonrisa, y le ofreció una manzana reluciente, pues se había tomado el trabajo de lustrarla contra su ropa para que se viera más tentadora.

Sin dudar, Aragorn dejó el plato en el suelo y tomó la fruta, y vio que el elfo sonreía suavemente.

-Hermosa... –dijo encandilado.

-¿La manzana? -preguntó Legolas haciéndose el desentendido.

-Tu sonrisa. En estos momentos tan difíciles es un bálsamo para mi alma. Lamento tanto haberte golpeado. Pero ven, siéntate a mi lado, aunque aquí no hay mucho espacio.

-No te lamentes más. Y vaya, qué buena suerte tengo.

-¿Por qué lo dices?

-Tengo la cadera... estrecha.

Mientras se corría para dejarle lugar sobre la roca, Aragorn se preguntó si era producto de su afiebrada imaginación o Legolas se le estaba insinuando. Al final, no sabía qué sería peor, si el dolor que había torturado su alma por años o tener que hacerse el desentendido frente a semejante "directa" después de tener que prometerle a Gandalf -como cuatro veces-, que no le diría nada ni avanzaría sobre él.

Legolas miró su manzana con los ojos entornados, luego entreabrió la boca y sacó la punta de la lengua para lamer muy despacio, de abajo hacia arriba, su lisa y roja cáscara, después le clavó los dientes haciéndola crujir.

Aragorn vio bien de cerca la escena, incluido el momento en que un delgado hilo de jugo se escurría desde la boca del elfo hasta su mentón, y de no ser por la promesa hecha -como cuatro veces-, ahí nomás, y delante de todos, lo hubiera besado.

-Gracias, Legolas -dijo a medio recuperar.

-¿Por la sonrisa? –preguntó mientras masticaba, feliz de ver lo que era capaz de provocarle al hombre, y sonrió hasta donde el corte en su labio le permitió.

-Por la manzana. ¡No sabes el hambre que tengo!

Y los dos rieron divertidos.

Antes de empezar a comer, Aragorn secó la barbilla de Legolas con sus dedos, como cuando le limpió la sangre, y lo hizo con los dedos porque no podía pasarle la lengua como el elfo a su manzana.

Todos se pusieron nuevamente en marcha una vez terminado el descanso.

Aragorn, ahora montado, era el encargado de vigilar la retaguardia.

Legolas, ahora a pie, se encargaba de la vanguardia, hasta que dio la alarma.

Y de atrás de las colinas aparecieron orcos montados sobre lobos de Isengard. Los rohirrim respondieron al feroz ataque mientras Éowyn guiaba a los más débiles al Abismo de Helm.

Durante la encarnizada pelea, Aragorn fue atropellado por un wargo y cayó de su caballo, pero enseguida logró saltar sobre la bestia para trabarse en lucha con su jinete. Su mala suerte fue tal, que la venda que cubría sus nudillos se enganchó en la cincha del animal; trató de soltarla mientras peleaba, pero apenas podía mover su mano debido al dolor. Por fin derribó a su enemigo, provocando que el wargo, tras perder a su amo, se lanzara en una enloquecida carrera hacia un precipicio arrastrándolo consigo a la fuerte correntada.

Y cuando terminó la lucha...

-¡Aragorn! –llamó Gimli, inútilmente.

-¡Aragorn! –gritó Legolas, pero tampoco recibió respuesta.

Ambos buscaron a su querido compañero entre los caídos, pero no lo hallaron. Entonces vieron un orco agonizante que balbuceaba y se acercaron para escuchar qué decía, y quedaron paralizados al enterarse de la caída de su valiente amigo.

Legolas vio que el monstruo apretaba en su mano el anillo Barahir que le pertenecía a Aragorn, se lo quitó y corrió desesperado hasta el borde del precipicio pero no halló rastros de él.

Llegaron al Abismo deshechos. Éowyn preguntó por qué Aragorn no venía con ellos, y fue Gimli quien le dio la mala noticia.

Ni bien pudo, Legolas se aisló de todos para llorar la incomprensible muerte de Aragorn, pero en lugar de derramar lágrimas empezó a decir: -Nada muere, nada tiene fin... Nada muere, nada tiene fin...- Extrañado, se preguntó por qué decía eso ahora que Aragorn se llevaba consigo todas las esperanzas depositadas en él, incluidas las pocas esperanzas que empezaba a abrigar en su corazón. Los animados gritos de la gente hicieron que levantara la vista, y, cuando lo vio, corrió a buscar a Arod y salió de la fortaleza a galope tendido para llegar en el preciso momento en que Aragorn comenzaba a caerse del noble caballo que lo había traído desde el río.

Con su voz pendiendo de un hilo, Aragorn dijo:

-Abrázame…

-Para cuidarte -respondió Legolas rápido y sin pensar.

Al mismo tiempo que Legolas, por segunda vez, rescataba al humano de la caída, Aragorn empezaba a rescatar a Legolas del profundo abismo del olvido.


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